Capítulo II

1

LA oscuridad fuera del castillo desorientó momentáneamente a Zim. Había supuesto, por no se sabe qué razón, que Ogden había llegado durante el día. Descubrir que ya era bastante pasada la media noche le hizo sentir que se había escapado, en vez de que le habían soltado. La excitación formó cantidades innecesarias de adrenalina en su sistema, haciéndole retorcerse y estar inquieto en el asiento de atrás del coche al que le había llevado Ogden y aumentando también su nivel de conciencia.

Un guardián NCO iba al volante del coche, un vehículo pesado para todo terreno de la federación, en lugar de aquellos mecanismos ruidosos y malolientes que utilizaban los habitantes de Standra para el transporte.

«No se puede apreciar el olor de los motores de vapor locales», pensó Zim para sí mismo con una irónica sonrisa. Ogden había elegido el asiento al lado del conductor, pues no quería sentarse al lado de Zim. Un olor dulce a orina y sudor llenó el coche, a pesar de que las ventanas estaban abiertas y el aire acondicionado puesto al tope.

En pocos minutos el coche llegó enfrente del hotel donde Zim se alojaba durante su operación.

—Su habitación fue cerrada cuando se le arrestó y se confiscaron sus propiedades —dijo Ogden—; pero hemos conseguido que le devuelvan todos sus objetos personales. Los hemos dejado en la habitación 304. Haga lo que deba hacer. Volveré a buscarle dentro de una hora exactamente. Cuanto antes dejemos este planeta, más posibilidades hay de llegar a la Tierra antes de la elección.

Su inesperada vuelta a la libertad había dejado en segundo lugar en la mente de Zim el trabajo que iba a emprender, pero ahora volvía con toda su crudeza. Mientras el coche se ponía en marcha, dejándole allí, Zim se preguntaba qué posibilidades de éxito tenía huyendo y alejándose del planeta antes de que las tropas de Orma o el mayor guardián le encontraran. Este pensamiento duró poco. Había accedido a hacer el trabajo. Además las posibilidades eran ciento contra una de poder escapar, casi las mismas de llegar a la Tierra sin ser destruido por las naves del que se hacía llamar primer ciudadano.

Zim se encogió de hombros y entró en el hotel. El empleado, sin dar muestras de reconocerle, a pesar de que había visto a Zim muchas veces antes de su arresto —incluso habían tomado juntos algunas cervezas en una ocasión—, le dio la llave de la habitación 304 desde el mostrador, moviendo con desagrado la nariz al llegarle una bocanada del olor de Zim.

No confiando en los ascensores recientemente inventados de Standra, que se elevaban entre los pisos mediante cables de acero, ofreciendo poca seguridad, según Zim, subió por las escaleras a la habitación. Treinta segundos después se encontraba en una bañera de agua no demasiado caliente y se enjabonó; una ducha caliente para quitarse el jabón, y Zim comenzó a sentirse de nuevo humano.

Disfrutando del tacto de la ropa limpia, Zim se puso rápidamente un traje fresco, ligero, verde claro. Encontró su revólver de cinto en uno de sus bolsillos y lo sujetó. Permaneciendo enfrente del espejo, puso en marcha su depilador e intentó arreglarse su barba rubia. Por desgracia, debido al tiempo que había pasado encerrado sin poderse lavar o desenredar su barba, había desaparecido toda posibilidad de dejarla presentable. Sin pesar se la quitó, dejando su cara desnuda, excepto por las pestañas y cejas. El efecto no era demasiado desagradable. La grieta en su barbilla, oscurecida por la barba, añadía carácter a su apariencia.

Mientras se peinaba se dio cuenta del mal estado de su pelo y de que necesitaba un arreglo; también había algo que faltaba en la figura que se reflejaba en el espejo. No sabía qué, pero algo no iba bien.

Dejó el peine e intentó pensar en qué sería, pero nada le vino a la memoria. Sacó la pistola y comprobó el cargador. Estaba lleno. Esto no era. De nuevo se volvió a mirar en el espejo, y esta vez se dio cuenta de lo que le estaba preocupando.

Dejó la pistola, se quitó el traje de vuelo y se sentó en el borde de la cama. Procurando no cortar el tejido, quitó la cometa y el emblema en forma de «S» dividida del Gremio de Comerciantes y sus galones y barras de servicio con su cuchillo. Se lo volvió a poner y se miró en el espejo, encontrándose satisfecho.

Durante breves segundos lamentó la pérdida de la única identidad que había conocido desde que entró en el gremio hacía ya veinte años. Con una mueca retiró estos pensamientos de su mente, echó los andrajos de la prisión en la basura, cerró su equipaje y salió de la habitación sin echar una última mirada a los símbolos por los que tanto había trabajado, que ahora yacían en el suelo.

2

No habían pasado cinco minutos desde que Zim esperaba enfrente del hotel, cuando Ogden y su conductor aparecieron. Esta vez Ogden iba en el asiento trasero, y allí permaneció mientras Zim dejaba sus pertenencias en el delantero, pasando luego al de atrás.

—He llamado ya a la base y he ordenado que esté libre para la nave —dijo Ogden tan pronto como el coche se puso en marcha—. Puede partir en cuanto lleguemos. Aquí están los papeles para Guilnesh, su primera parada.

—¡Guárdeselos! Para empezar, no estoy dispuesto a levantar la nave un palmo del suelo hasta que no le haya hecho un completo chequeo, y éste tardará como mínimo seis horas; así que puede cancelar ese despegue inmediato. Y además, ¿qué es y dónde está Guilnesh?

Por un momento pareció que Ogden iba a discutir la duración de la comprobación, pero una mirada a la cara de Zim le dijo que sería inútil.

—Guilnesh está a unos setenta años luz en el camino hacia el borde y es la base de operaciones más cercana de los guardianes. Allí recogerá al presidente y a sus ayudantes y recibirá la documentación con el curso hacia la Tierra. La nave no dispone de un computador de navegación estándar; de aquí que hayamos registrado cintas especiales. No he podido conseguir que me entregaran las últimas antes de venir aquí. En cuanto a la comprobación, usted es ahora el capitán. Déjeme recordarle, a pesar de ello, que el tiempo es de vital importancia y que yo mismo he comprobado ya la nave. Por eso hice el viaje hasta aquí en ella, en vez de en una nave de los guardianes.

El conductor había recorrido ya todo el trayecto entre la ciudad y la base espacial; justo cuando Ogden terminaba de hablar, el coche se detuvo en la entrada del edificio de la administración.

—Respetando su destreza como piloto, Ogden, voy a comprobar la nave por mí mismo.

—Como guste. Es antigua, pero funciona, y Revson, el ingeniero, sabe cómo mantenerla en marcha.

—¿Dónde está?

—Foso 31. Su nombre es Buscadora de Estrellas, muy apropiado para el trabajo que tenía que hacer. Vaya y compruébela; yo cancelaré el despegue.

La base, nunca ocupada incluso en los mejores momentos, estaba completamente desierta; por ello Zim tuvo que caminar media milla hasta el foso 31. A medida que se acercaba, tuvo la primera ojeada de su nave. Lo que vio le animó muy poco. Era pequeña, diminuta, según los estándares normales. No llegaba a los cuatrocientos pies desde sus gatos de aterrizaje al pico redondeado. Cuando estuvo más cerca, comenzó a apreciar la belleza de sus líneas. Era esbelta, y todo su equipo externo: antenas y similares, se replegaba en las pequeñas escotillas que salpicaban el casco. Esto le confundió y decidió preguntar al ingeniero la razón. Caminó alrededor de la base de la nave buscando la entrada, pero no pudo encontrar ninguna. Confundido, volvió a hacer otra vez el recorrido, y esta vez vio una escalera de cuerda ligera que colgaba a su sombra. «Por supuesto —pensó para sí mismo—, no tendré que utilizar eso para entrar en la nave.»

Zim se apartó un poco del casco y miró hacia arriba. A unos cincuenta pies de altura, en un lateral, descubrió un cuadrado oscuro; la escalera daba a él directamente, lo cual debía ser la esclusa de aire. Maldiciendo la estupidez de tener que volar esa reliquia, Zim subió por la escalera de mano.

Una vez en la esclusa de aire, cansado por la subida, se asió a lo que parecía ser la llave de arranque y avanzó a través del casco interior hacia la nave. La primera sala estaba limpia. El equipo que colgaba de las paredes, aunque primitivo, parecía estar en buen estado. Zim esperó unos minutos para ver si alguien le había oído entrar, y cuando fue obvio que nadie le había oído, caminó por el pasillo que rodeaba a la nave en ese nivel, descubriendo una escalera de mano que conducía hacia abajo, donde se encontraba el motor.

Cuando terminaba de bajar el último tramo de la escalera dentro de la zona de ingeniería, se encontró de frente con un hombre pequeño, de cabello gris, cuya edad debía ser la misma que la de la nave.

—Usted debe ser el capitán Zim. Bienvenido a bordo, señor. Soy Mark Revson, su ingeniero.

—Me alegro de saludarle, Revson.

Zim se adelantó y estrechó la mano que se le ofrecía automáticamente, mientras sus ojos recorrían la habitación, examinando el equipo y los motores.

—Se supone que este aparato ha volado aquí desde la Tierra.

—Es una buena nave, señor. Es tan antigua, que ninguno de sus manuales de manejo ha sobrevivido. Creo que yo he conseguido entender cada cosa que queda, y todo marcha perfectamente.

—Usted piensa que entiende todo. ¿Quiere decir que no es un ingeniero cualificado en este tipo de nave?

—Capitán, el último ingeniero formalmente cualificado para esta nave murió hace un milenio. Yo soy un mecánico con experiencia en el diseño y construcción de motores atómicos, y como tal, soy el hombre más cualificado de la Tierra para ocupar el puesto de ingeniero en la nave del presidente.

—No lo creo. ¡No lo puedo creer!

Moviendo la cabeza, Zim volvió a subir la escalera hacia la sala de control en el centro de la nave. De vuelta al nivel de la esclusa de aire, subió por la escalera que le conducía a la cubierta y abrió la escotilla. En lugar de la sala de control que esperaba, penetró en una habitación llena de un equipo que obviamente no tenía nada que ver con propulsión o control. Salió de la habitación y llegó junto a Revson, que llegaba justo detrás de él por la escalera.

—¿Qué demonios significa todo esto? —preguntó Zim.

—Es el equipo de separación que los guardianes instalaron, señor, para reducción de combustible y elaboración.

—Bien, ¿dónde demonios se encuentra la sala de control entonces?

—Arriba, en la punta, señor.

—¿En la punta? ¿Y qué demonios hace allí? Es la parte más vulnerable de la nave.

—Le aseguro que no lo sé, señor. Todo lo que sé es que las naves que he visto en la Tierra tienen la sala de control en la punta.

Zim comenzó a subir de nuevo; cuando alcanzó el nivel máximo, estaba sin aliento. Se volvió para ayudar a Revson, quien, para su sorpresa, no estaba cansado por la subida. Revson estaba en mejor forma de lo que parecía,

—Sólo por curiosidad, Revson, ¿qué edad tiene?

—Déjeme recordar. No prestamos mucha atención a la edad de las personas en la Tierra. A menos que me equivoque, tendré ciento setenta y tres años en mi próximo cumpleaños.

Zim alzó las cejas con sorpresa, pero decidió dejar este asunto por el momento. Estaba más interesado en descubrir si se podía volar en aquella nave.

Revson manipuló la combinación del sistema de cierre de la puerta de la sala de control y se apartó para dejar paso a Zim.

Luces fluorescentes no muy fuertes iluminaban la habitación. Cuando Zim miró a su alrededor, no podía creer lo que estaba viendo. Los paneles situados enfrente de los asientos gemelos de aceleración no tenían suficientes instrumentos para un bote salvavidas, cuanto menos para una nave espacial. Aquí y allí agujeros sin nada dentro indicaban que faltaban instrumentos. Delante del asiento del piloto había lo que debió ser un primitivo radar solamente bidimensional. Más allá de los paneles de control aparecían portillas de visión directa, a través de las que se podía ver el espacio desde la sala de control. Zim no recordaba haber visto tal cosa, y no estaba seguro de poder confiar en la integridad estructural de una nave con dos agujeros tapados con cristal en su casco.

Mientras inspeccionaba el aparato, el mayor Ogden subió por la escalera y penetró en la sala. A Zim le alegró ver que el mayor respiraba con dificultad, incluso más que él, después de la subida. Sin decirle nada, se adelantó y se sentó en el asiento del piloto, recorriendo con la mirada los paneles de instrumentos.

—¿Dónde están los instrumentos que faltan aquí?

Revson permanecía al lado del asiento de aceleración.

—Ya no estaban cuando la sacamos del almacén, señor, y no tenemos idea de qué puede ser lo que falta. El capitán Okata dejó los agujeros vacíos sin poner nada, por si se le ocurriera algún instrumento que pudiéramos añadir después de partir. No se le ha ocurrido ninguno.

—¿Okata era el piloto original de la nave, el hombre que condujo esta reliquia de la Tierra al Centro?

—Sí, señor. Era un piloto excelente, especialmente si consideramos que nunca había ido más allá de Marte antes de nuestro viaje.

—¿Qué es Marte?

—El planeta más próximo a la Tierra, señor; el cuarto planeta.

—Quiere decir que partieron para el Centro con un piloto que nunca había volado en naves interestelares anteriormente?

—Así es, señor, y todo marchó bien.

A Zim solamente se le ocurrió agitar la cabeza con consternación. Había una nave que nunca debió haber despegado, un ingeniero que nunca había estado antes dentro de una nave espacial y un piloto que nunca había salido de su propio sistema, y juntos lo habían conseguido. ¡Increíble!

Moviendo aún la cabeza, Zim se volvió a Ogden.

—¿Está seguro de que no existe ninguna posibilidad de que devuelvan mi nave?

—Completamente. Además, como le dije, el presidente insiste en que siempre y cuando la nave pueda volar, él quiere continuar con ella. Tiene algo que ver con el prestigio oficial de volar la nave del presidente.

—No estoy muy convencido de que la nave vuele, a pesar del hecho de que llegó hasta aquí. Revson, ¿podemos poner en marcha los motores ahora? ¿Están listos para una prueba operacional?

—Sí, señor. Puede despegar ahora mismo si lo desea. Todo funciona como un reloj.

No explicó qué tipo de reloj, y Zim no se lo preguntó, pues tenía ya demasiadas cosas en su cabeza.

3

—¿Plataforma de navegación?

—Abierta y orientada.

—¿Fuerza de navegación por computador?

—En marcha.

—¿Punto de apoyo de navegación por computador?

—En marcha y en pista.

—¿Cinta de curso?

—Colocada y cerrada.

—¿Fuerza de cinta de curso?

—En marcha.

—¿Bombeo?

—En marcha.

—¿Válvulas combustible?

—Abiertas.

—¿Bombas combustible?

—En alerta.

—¿Ignición por fusión?

—Preparada.

—¿Primer depósito?

—En marcha.

—¿Reserva?

—Noventa por ciento.

—¿Fonocaptores?

—Abiertos.

—¿Escotillas y cierres?

—Cerrados y bloqueados.

—¿Integridad?

—Uno por ciento; presión en verde.

—¿Estaciones de vuelo?

—Gobernadas en verde.

—¿Comprobación seguridad?

—Seguridad en verde.

—¿Estatus vuelo?

—En marcha.

—Se inicia el despegue. Veamos si este vejestorio vuela.

Los hombres que se aventuran en naves espaciales llaman a algunas operaciones o acontecimientos, situaciones «con la soga al cuello». El despegue de la Buscadora de Estrellas fue de este tipo, al menos para Zim. Estaba demasiado ocupado vigilando los instrumentos como para prestar atención a si el despegue afectaba a Ogden o a Revson. Si se le hubiera preguntado, hubiese dicho que Revson no sabía demasiado en lo que estaba metido como para preocuparse y que Ogden tenía demasiada confianza como para alterarse.

Varias veces después de pasar la nave la envoltura atmosférica, Zim estuvo tentado de retirar el control del computador. Solamente tras algunos segundos de haber iniciado el despegue, el computador comenzó a no ser fiel a la cinta de curso, y con un salto momentáneo les golpeó, reculando hacia un lado, de tal modo que la gravedad interna no pudo compensarse, poniendo en serio peligro la integridad estructural del equipo, así como de sus ocupantes.

—Revson, el radar salta. No sigue la trayectoria. Ponga en funcionamiento el fonocaptor.

Una vez que Zim se había propuesto a sí mismo dirigir la nave, su nerviosismo se había desvanecido y el pánico no se evidenciaba en su voz cuando informaba del fallo de un instrumento.

—Lo siento, señor. No hay fonocaptor para el Doppler. Puedo mirar en el radar de aproximación y darle la velocidad de partida y distancia desde esta estación.

—Hágalo.

Con Revson leyéndole los datos de salida, Zim se sintió un poco más seguro, aunque aún no estaba dispuesto a confiar en los circuitos que diera un computador de más de doce siglos de antigüedad. Por ello, tan pronto como la Buscadora de Estrellas salió de la atmósfera de Standra y de la gravedad, cortó los controles automáticos de la nave y cogió el manual. Para su sorpresa, después de varios minutos de comprobación de las respuestas que alimentaba en listas, los vectores de lanzamiento e ingestión, en combinación con los datos de aceleración y desaceleración, descubrieron que la nave era la más fácil de manejar de todas las que había dirigido, incluso más que su propia nave comercial, que había sido diseñada especialmente con gran capacidad de maniobra para casos de peligro.

Pasaron la línea de cuatro diámetros donde normalmente las naves marchan por inercia, mientras Zim manipulaba en los controles. Cruzaron la órbita del próximo planeta y este mismo, una bola seca y polvorienta donde nunca había existido vida, mientras Zim comprobaba detenidamente los sistemas de la nave. La Buscadora de Estrellas se acercaba al camino orbital del séptimo planeta, ya a punto de desaparecer el sol azul de Standra en forma de disco, cuando finalmente se introdujo en la conducción por inercia.

Hubo el clásico movimiento brusco común a todas las naves que marchan por inercia, ya fueran nuevas o de mil doscientos años; las luces disminuyeron a medida que los motores utilizaban la botella de fusión, y luego de nuevo un vuelco de estómago. El computador leyó las cintas del curso e introdujo a la nave en vuelo multidimensional hasta el Nivel Diez, el más rápido que la nave de la Tierra podía alcanzar. Zim y sus dos tripulantes se vieron en el espacio a unos dos mil años luz por día. A esta velocidad la base de los guardianes en Guilnesh estaba solamente a cuarenta y seis minutos y medio. El tiempo que necesitarían para alcanzar la superficie, una vez pasada la conducción por inercia, duraría más que el que necesitarían para cubrir los setecientos años luz en el vuelo a Nivel Diez.

Tanto Ogden como Zim estaban preparados. Ajustaron a sus caras bolsas para vomitar, cuando el computador de repente hizo descender a la Buscadora de Estrellas del Nivel Diez al espacio normal. Pero Revson, que no tenía la experiencia de un descenso a través de tantos niveles —pues el capitán Okata, siempre preocupado por la salud del presidente, nunca había llevado a la nave más allá del Nivel Seis—, no había tomado ninguna precaución. Como consecuencia, estaba ocupado limpiándose, mientras Zim y Ogden seguían las secuencias de aproximación y reconocimiento necesarias antes de aterrizar en un planeta todo él dedicado a guarnición y depósito de los guardianes; de hecho, un planeta fortaleza.

4

—Zim, tengo el gusto de presentarle al presidente Kovak, jefe ejecutivo de la Tierra.

Zim no estaba seguro de lo que había esperado, pero desde luego Kovak no se ajustaba a ninguna idea preconcebida que hubiera tenido. La historia de la Tierra —la guerra, el cinturón de soles muertos que había cortado todo contacto de la Tierra con el resto de la especie humana durante mil doscientos años— había forjado una idea en la mente del piloto. Esperaba un líder de las proporciones de una estatua, un héroe, más que un mero hombre. Algo semejante a Dios. En su lugar, Zim se encontró ante un hombre que escasamente medía dos metros en una cultura donde dos y medio era lo normal; un hombre de piel negruzca en una sociedad donde todo el mundo, excepto aquellos con defectos genéticos, tenían una piel marrón dorada; un hombre con el pelo negro y rizado en un universo poblado por seres humanos casi todos ellos con el pelo liso castaño claro, a excepción de algunos rubios de vez en cuando. Durante unos segundos Zim consideró la posibilidad de que se estuvieran burlando de él, de que Kovak incluso no fuera un ser humano, pero alejó estos pensamientos cuando Kovak comenzó a presentarle el resto de su equipo.

—Me alegro mucho de saludarle, capitán Zim. Como podría esperar, me han hablado mucho de usted, especialmente de su habilidad como piloto. Confío en que todo lo que se me ha dicho no sea exagerado, teniendo en cuenta la importancia de nuestra misión.

Zim abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera hacer algún comentario, Kovak se volvió e indicó a las otras tres personas que estaban en la habitación:

—Por favor, permítame que le presente al resto de mi grupo. Charles LeFebre y Erich Mannerheim, cada uno de ellos con el título de ayudante presidencial. Últimamente su trabajo ha sido más de guardaespaldas que de ayudantes; pero llevamos tanto tiempo juntos, que los considero más amigos personales que empleados.

Zim saludó con la cabeza a cada uno; luego se dieron la mano. El apretón de manos de Mannerheim fue fuerte, firme, de negocios, simplemente hacia arriba y hacia abajo, mientras que LeFebre tocó meramente las palmas, como si temiera la contaminación.

—Y ésta es la señorita Conners, mi secretaria personal, quien es en muchos sentidos, si he de ser honesto, más el presidente de la Tierra que yo mismo.

La primera impresión que tuvo Zim de Marta Conners borró cualquier duda que tuvo sobre el origen humano de Kovak. No es que Marta no hubiese sido humana. Su apariencia era tan diferente de la norma galáctica como Kovak. Pero los pensamientos de Zim se centraron inmediatamente en asuntos no precisamente de tipo racial. Por supuesto, el tiempo que había pasado en la prisión de Standra podría haber influido en sus reacciones, pero Zim estaba entrenado, como todos los comerciantes, para controlar sus reacciones sexuales, incluso para anularlas completamente, si fuera necesario, durante el tiempo que deseara. No obstante, no había esperado necesitar de tal práctica en este tipo de circunstancias, y le cogió desprevenido.

Tan alta como el presidente Kovak, Marta era lo más opuesto a él en todos los sentidos. Su piel era blanca como la leche. Nunca había visto Zim piel tan transparente, y su óvalo facial se veía coronado por una cabellera rojiza, algo que tampoco Zim había visto antes. Añádase a esto unos ojos verdes ligeramente sesgados y una figura que habría tenido al instante éxito en cualquiera de los lugares de placer del Centro; de aquí que se pudiera comprender el porqué de la falta de atención de Zim.

—Mucho gusto en saludarla, señorita Conners.

Zim extendió su mano como lo había hecho con LeFebre y Mannerheim, pero Marta la ignoró, mirándolo con una expresión de desagrado.

—¿Cómo puede saberlo, ciudadano Zim, si acaba de conocerme?

Luego se volvió rápidamente y salió de la habitación, no molestándose en cerrar la puerta. Zim se volvió hacia el presidente Kovak, con una pregunta en sus labios que no debía hacer.

—Tendrá que perdonar a Marta, lo siento —dijo Kovak—. No aprueba nuestros planes y obviamente no le aprueba a usted, capitán.

—Si ni siquiera me conoce…

—Ah, pero es una mujer. Y ahora, si no le importa, vamos a cargar nuestras cosas. Cuanto antes empecemos, antes terminará todo esto.

5

Zim mantuvo el más completo silencio hasta que él, Ogden y Revson salieron del cuartel general Dominio de los Guardianes, donde se habían presentado unos a otros. Continuaron en silencio mientras Ogden sacaba su tarjeta de Guardian L.D. para llamar a la nave plateada de una cápsula de transporte. Flotaba a más o menos una pulgada del raíl de iridio situado en el suelo de la plataforma de carga, pero una vez en camino hacia la base donde había aterrizado la Buscadora de Estrellas, aumentó su campo de acción.

—¿Dónde me ha metido, Ogden? ¿Qué tipo de mentes obtusas me ha encasquetado como pasajeros?

—¿Qué esperaba —respondió Ogden con voz también furiosa—: gente comerciante cumplidora de sus obligaciones, completamente equilibrada y segura de sí misma? ¿O quizá típicos políticos de la federación, preocupados solamente por la racionalización de su propia inactividad? Estas gentes son terrestres, y no puede esperar que sean como nosotros. Por encima de todo temen la destrucción de la sociedad galáctica, quizá la total destrucción del género humano, y esto les ha estado preocupando durante bastante tiempo. Mientras nosotros le sacábamos de la prisión y nos presentábamos en la Buscadora de Estrellas, ellos lo único que han hecho ha sido permanecer sentados, y su pánico ha ido en aumento. Como decía, ¿qué puede esperar de ellos?

—Lo siento —dijo Zim con voz de verdadero arrepentimiento—. Me temo que la culpa la tiene esa mujer, Conners. No esperaba que cayera en mis brazos o mostrase el respeto debido a nosotros, héroes de acero del espacio, o incluso que yo le agradara, pero…

—Es una bella mujer y usted un hombre con su ego, un hombre sexualmente un poco privado últimamente.

—No es eso.

Al mirar las caras de Ogden y Revson, Zim tuvo que sonreír.

—Bien, quizá solamente se haya mezclado un cierto deseo en todo esto.

Ogden se rió. Luego durante unos minutos se hizo silencio en la cápsula, interrumpido ocasionalmente por el ruido que hacía ésta al pasar por intersecciones de tubos que llevaban a diversas partes de la ciudad-fortaleza. Finalmente, en un tono que invitaba a que alguien le dijera que se metiera en sus propios asuntos, Revson habló:

—Quizá, capitán Zim, le serviría de ayuda que le diera una pequeña información sobre los miembros del grupo del presidente. Algunos datos personales que el mayor Ogden aún no tiene en sus archivos secretos. Verdaderamente, antes de este viaje no conocía a ninguno de ellos, pero…

—Revson, si usted puede hacerse cargo de esa tripulación, yo le nombraré contador de navío, mayordomo jefe y director social, además de sus obligaciones como ingeniero. Tenemos por delante de nosotros como mínimo ciento ocho días que pasar en el espacio, salvando cualquier problema, y si no existe un mínimo de comprensión entre nosotros, terminaré encerrándome en la sala de control o matando a alguien. Su presidente no parece que reconozca los hechos demostrables del universo, los mismos hechos que podrían matarnos a todos en esta estúpida misión. Mannerheim no hace más que darle pie. El pánico se va a apoderar de LeFebre y va a hacer saltar todo la primera vez que las cosas se pongan difíciles; y no hablemos de Conners.

—Vamos, capitán —dijo Revson con un cierto tono de reproche—; acaba de conocerles. ¿Cómo puede haberse formado tal opinión en unos pocos minutos de conversación?

—Talento.

Revson comenzó á reírse, pero Zim alzó su mano y continuó.

—No estoy bromeando. Es una de las cosas que se cuida más durante los quince años de evaluación y prácticas que tiene que seguir una persona antes de convertirse en un comerciante con licencia, antes de que el gremio se ocupe de él y le adelante suficiente dinero para comprarse su primera nave. Un talento para hacer juicios instantáneos, valoraciones de gente. No siempre acierto, y en los detalles un cincuenta por ciento de las veces; pero este talento me ha ayudado a salir de situaciones difíciles; de aquí que haya aprendido —de hecho, enseñado— a prestar atención a este talento.

—Comprendo. Bien, entonces quizá esté en lo cierto. Si fuera así, esto se convertiría en un interesante vuelo de regreso. No quiero decir que el viaje a su Centro no fuera interesante, o al menos excitante, con la batalla y todo. No obstante, espero no tener que sufrir este tipo de excitación de nuevo. Pero nuestro viaje de regreso parece que va a ser muy aclarador, una especie de comparación entre el Homo terrestrialis y el Homo galactia, cual si tuviera que apostar por nuevas clasificaciones genéticas probablemente incorrectas.

—Quizá. ¿Y qué hay de esa información sobre nuestros pasajeros?

—¿Quiere que siga algún orden en especial, capitán?

—Kovak, Mannerheim, LeFebre, Conners y usted.

Revson miró a Zim con la sorpresa escrita en su cara. Obviamente había esperado que Zim estuviera principalmente interesado en Marta Conners.

—De acuerdo. Veamos: Kovak, Jefferson. Presidente de la Tierra casi de forma continuada desde los últimos noventa años.

—¿Casi de forma continuada?

—Sí. Ha tenido que hacer frente a diversos retos dentro de su propio partido y de partidos disidentes.

—Tenía la impresión de que en la Tierra había solamente un partido político —dijo Zim con cierta confusión en su voz.

—Así es. Pero de vez en cuando no están de acuerdo sobre el significado de una palabra o la colocación de una coma, y se forma un grupo disidente, virtualmente imposible de distinguir del partido central, excepto para ellos mismos. Por supuesto, existen miembros importantes del partido central que preferirían verse a ellos mismos en el palacio presidencial, en lugar de Kovak, su supuesto líder.

—Sin embargo, él es el líder reconocido de ese partido, ¿verdad? —preguntó Zim.

—Así es. Líder del Partido Racionalista, en la actualidad el único partido político con poder en la política de la Tierra en los últimos ochocientos años, al menos hasta que el primer ciudadano y su Partido de Destino aparecieron.

«Aunque Kovak ostenta el título de presidente de la Tierra, dedica muy poco de su tiempo a las labores de gobierno. Tenemos básicamente un sistema parlamentario de gobierno, pero en circunstancias normales el Parlamento se reúne dos veces en cada década, y la rama ejecutiva que dirige Kovak es de igual modo inactiva. La Tierra no se preocupa mucho del gobierno, al menos desde que se civilizó después de la guerra. El poco gobierno que se necesita lo realizan comités permanentes o ingenieros sociales profesionales.

»Aparte de estas pocas funciones como presidente, Kovak es un estudioso de formas de gobierno, probablemente la autoridad principal en la historia del gobierno de la Tierra. En el curso de los casi siete mil años de nuestra historia, al menos la registrada, hemos intentado gobernar la Tierra de muchas formas diferentes, y Kovak se ha convertido en un experto en dicho tema. Esta es una de las razones por la que ha sido presidente durante tanto tiempo. Ha estudiado todo lo que había registrado sobre anteriores gobiernos, incluida la época anterior al primer vuelo espacial. Al ser el hombre que conoce mejor los fallos del pasado, Kovak es obviamente la persona con menos probabilidad de volver a incurrir en ellos. De aquí que sea presidente.

—¿Y qué hay de su vida personal?

—Lo siento, pero es algo de lo que no sé mucho. Se ha casado varias veces y tiene muchos hijos, pero no creo que esté casado en este momento. Hace más o menos diez años se decía que él y Marta Conners estaban planeando casarse, pero por lo que sé aún no ha ocurrido.

—¿Qué me dice de su carácter? Temperamento, hábitos poco normales, todo eso.

—Nunca he oído comentar que alzara la voz, y menos aún que perdiera sus estribos.

No debe olvidar que le he conocido al comenzar el viaje, hace un año, o incluso menos. Lo único que yo he notado que se salga de lo normal es que aparentemente necesita hablar con la gente, especialmente para explicarles por qué ha emprendido un determinado tipo de acción. Es un rasgo no muy normal en la Tierra en estos días.

—¿Y del resto?

—Por desgracia, no sé mucho sobre Mannerheim y LeFebre. Mannerheim es un especialista en ciencias económicas y sociales; por lo que he oído, es la persona que va a reemplazar a Kovak cuando el presidente decida retirarse. Nada más conocerle, uno siempre piensa que es un sujeto frío, gobernado por la lógica, sin que ninguna consideración emocional influya sobre él. Si juega al poker con él, verá que es diferente.

—¿Qué es el poker?

—Oh, una de esas costumbres que supongo que se ha perdido con el flujo de la civilización galáctica. El poker es un juego de cartas. Ustedes tienen cartas, ¿verdad? Se ha jugado desde el nacimiento de los vuelos espaciales. Alrededor de los siglos XVIII ó XIX.

—¿Es un juego, un pasatiempo o algún tipo de divertimiento como el juego en ruleta o el sexo?

—Es un tipo de juego con apuestas —dijo Revson con una sonrisa, dejando la pregunta sin respuesta—. Pero es también una forma de contacto social. Nosotros cuatro —Kovak, LeFebre, Mannerheim y yo— jugamos a menudo.

—¿No juega Conners?

—No, se pone muy triste cuando no le van buenas cartas. Dice que nunca ha podido comprender cómo podemos divertirnos frustrándonos deliberadamente.

—Me inclino a pensar como ella.

—Tendrá que descubrirlo. La próxima vez que juguemos se lo diré para que participe. En cualquier caso, mientras que Mannerheim en apariencia rige su vida según las bases de la lógica, se puede convertir en un tipo completamente distinto cuando está jugando al poker. Juega con temeridad, ignorando ventajas y apuestas seguras. Varias veces le he preguntado sobre su modo particular para jugar, y no le ha dado importancia, diciendo que tiene el presentimiento de que debe jugar así. Personalmente, pienso que es ese tipo de persona para la que el juego es una válvula de escape, un modo de dar salida a sus emociones. Dejando que sus emociones se manifiesten en el juego, puede luego ser lógico en su vida profesional.

Ogden, que había permanecido sentado sin decir nada mientras Revson hacía estas caracterizaciones, les interrumpió.

—Estoy seguro de que esta información le va a ser de gran utilidad al capitán Zim, pero así hemos llegado a la base.

Como para corroborar sus palabras, la cápsula dio un giro brusco, y luego se deslizó hasta la parada, situada al pie de una rampa señalizada solamente con signos de código.

—Su nave le espera, capitán.

6

Zim había terminado de comprobar externamente la nave e iba a subir por la escalera hacia la esclusa de aire, cuando un joven se le acercó. En la oscuridad que dominaba la base, el extranjero se había acercado bastante antes de que Zim le viera. El capitán se enfadó consigo mismo por haberse relajado en cuanto a medidas de seguridad.

—¿Capitán Zim?

—Yo soy, ¿qué desea?

—Traemos más equipo de parte del mayor Ogden, señor; pero el transportista no quiere dejarlo en el almacén. Dice que es para usted, y tiene que firmar la entrega.

—Bien, ¿dónde está? Subámoslo a bordo. Parto en seguida.

El joven se alejó por un lado de la nave, sumergiéndose en las sombras próximas a la zona de carga, tropezando por casualidad con algo. Para entonces ya los instintos que el Gremio de Comerciantes había desarrollado en él con firmeza estaban en alerta. Sabía que este tropiezo le había dado al joven una buena oportunidad para perder el equilibrio y caer hacia adelante, deslizándose y dando vueltas entre dos cajones de embalaje hasta que Zim lo perdió de vista.

La maniobra había sido limpia y Zim estaba seguro que conocía la escuela que había frecuentado el joven. El Gremio de Comerciantes iba a decirle que no le daban la oportunidad de destruir sus planes para negociar con el primer ciudadano.

Una descarga ininterrumpida atacó a Zim desde unas cajas laterales, pero Zim, pistola en mano, estaba ya en el suelo, dejando a su atacante muy poca posibilidad de blanco.

Fogonazos brillaron en la oscuridad, pero ninguno se aproximó a Zim.

Alzó su cabeza, con el convencimiento de que el color bronceado de su cara no sería suficiente como para ofrecer un blanco seguro. Buscó en las tinieblas la persona que le estaba tirando. Una combinación de pequeños reflejos y el uniforme naranja de un tirador a sueldo le sorprendieron como si una luz estuviera marcando su posición. Por un momento Zim se preguntó si sus posibles asesinos no serían gente del gremio. Ese traje naranja era demasiado estúpido para que lo llevara alguien que iba a cometer un asesinato. A lo mejor habían pensado que Zim permanecería allí quieto esperando sus balas.

El hombre entre las sombras disparó una nueva ráfaga sin acercarse más y luego se detuvo, esperando alguna reacción por parte de Zim. En aquellas circunstancias, no tenía modo de enterarse si había dado en el blanco, y fue tan confiado como para pensar que si Zim no se movía es que había acertado.

Buscando asegurarse más, el hombre de naranja esperó unos pocos minutos para ver si percibía algún movimiento en el pasaje. Luego comenzó a alejarse. Su silueta era el blanco que Zim había estado esperando. Se preocupó de coger la pistola con las dos manos y disparó una vez. El hombre emitió un ruido, se inclinó hacia delante y se derrumbó. Zim sabía que su disparo había sido certero. Casi a la vez escuchó el ruido del motor de un coche, los neumáticos rechinando, pues el compañero del hombre muerto se alejaba con prisa.

Para entonces, Zim ya estaba al lado del cuerpo. Le dio la vuelta, y tanteando dentro de su traje, sacó la tarjeta de identidad. Realzada en verde, era la tarjeta de un comerciante en activo. Zim la miró, la dejó caer sobre el hombre y se alejó. Otra sombra se le acercó de vuelta a la nave, y Zim ya se había lanzado hacia un lado con las manos sobre su pistola, dispuesto a disparar en cuanto tuviera el blanco visible.

—¡Le ha tirado por la espalda!

Era Marta Conners; por su tono, Zim dedujo que estaba próxima a un ataque de histeria.

—¿Qué esperaba que hiciera? ¿Ponerme delante de él antes de que yo disparase, dándole un blanco seguro?

—Dios mío, ¿qué clase de animal es usted?

—Aquel que desea permanecer con vida y que se entristece cuando la gente le dispara, especialmente en emboscada. Esto me hace pensar que no le gusto a alguien, y odio no gustar a la gente.

Marta le lanzó una mirada de puro odio, se dio media vuelta y se encaminó hacia la luz que había en el extremo de la escalera de la Buscadora de Estrellas.

7

—Siento tener que admitir que nunca he podido comprender cómo funciona ese vuelo por inercia a través de multiespacios, a pesar de que el capitán Okata me lo intentó explicar más de una vez. No obstante, parece ser que las formas geométricas de Euclides con las que estoy familiarizado no sirven cuando se está en el espacio.

Al principio Zim pensó que el presidente Kovak solamente iniciaba la charla como entretenimiento, mientras que la tripulación esperaba del computador de la base que finalizara de comprobar el computador de la nave; pero cuando miró al presidente, se dio cuenta de que el hombre estaba verdaderamente interesado y preocupado por el hecho de cómo una nave podía cruzar distancias interestelares sin sobrepasar la velocidad de la luz.

—No, la geometría de Euclides es correcta en el espacio como lo es sobre la superficie de un planeta. Lo único que ocurre es que hemos descubierto otras formas de espacio, otras formas de geometría —si quiere llamarlo así— que complementan o se equiparan a las formas clásicas del espacio de Euclides.

»El espacio de Euclides contiene puntos, puntos de referencia diseñados por el hombre, y estos puntos están separados por ciertas distancias que se pueden medir. Las distancias pueden variar si uno o cualquiera de los puntos de interés inmediato, los puntos de partida y de designación, se mueven en relación con otro punto, pero ninguna forma de marcha espacial puede variar la distancia entre los dos puntos. Una marcha solamente le puede llevar a través de dicha distancia, y la velocidad máxima en una marcha espacial es la de la luz en el vacío. En nuestro espacio es de unas ciento ochenta y seis mil millas por segundo.

»No obstante, tenga en cuenta que digo en nuestro espacio. Para empezar, digamos que nuestros científicos descubrieron que había más de un espacio, que el espacio era multidimensional. El siguiente descubrimiento fue que la geometría del espacio es variable de una dimensión a otra, que el espacio puede ser alterado, y así es de hecho, por la presencia de campos de gravitación.

»Ahora, aplicando las matemáticas y simplificando un poco, diremos que se descubrió que la distancia desde un punto A a un punto B en nuestro espacio, con una cantidad X de masa que deforma, no es la misma distancia que hay desde el mismo punto A al mismo punto B en otro espacio que tenga una cantidad de masa inferior, y por lo tanto, una curvatura espacial menor. Como modelo, sin tener nada que ver con lo real, pero que nos sirve para explicar esto, imagínese que en nuestro universo tiene que atravesar una montaña de una altura de diez mil pies. La distancia total digamos que es de quince mil pies desde la base en la parte norte hasta la cima y quince mil pies desde la base hasta la cima por la cara sur. Tendrá que recorrer una distancia total de treinta mil pies. Pero los puntos en la base de cada cara, norte y sur, si pudiera cavar un túnel recto a través de la montaña, tendrían solamente veintidós mil quinientos pies cada uno.

»Bien, los científicos están trabajando sobre este túnel, pero nosotros aún tenemos que escalar la montaña. Ahora imaginémonos estos dos mismos puntos, de veintidós mil quinientos pies por separado, pero con un pico entre ellos de solamente cinco mil pies de altura, en lugar de diez mil. No tendremos que escalar hasta tan arriba, y puesto que no tendremos que escalar hasta tan arriba, nuestro viaje cubrirá una distancia total de veinticuatro mil seiscientos pies, en lugar de treinta mil pies, para ir desde la base norte a la base sur. Y asumiendo que viajamos a la misma velocidad, atravesaremos la montaña más rápidamente. Lo mismo ocurre en el espacio multidimensional.

»Por supuesto, en todo esto hay una serie de factores involucrados. El espacio multidimensional, con las diferencias de masa que hemos descubierto, no nos serviría de nada si no fuera por la marcha por inercia. Las diferencias en masa, y por lo tanto, las diferencias en la curvatura del espacio, tienen más o menos la misma amplitud que en esas dos montañas, no muy grande; del único modo que esa curvatura conformará una diferencia significativa en la duración del viaje dentro de las estrellas es si tenemos una marcha capaz de poner la nave al noventa y nueve por ciento de la velocidad de la luz casi al instante. Ahí es donde se produce la marcha por inercia. En realidad, no es una marcha; es un campo, un escudo protector o neutralizador de inercia y gravedad. La palabra escudo no es muy correcta. Suena como si fuera un recipiente de algo que preserva la gravedad o la aceleración de su acción contra la nave y sus pasajeros. La palabra campo es la mejor, pues describe el efecto con más exactitud. El campo nos comprende tanto a nosotros como a la nave, y variando su fuerza podemos producir el nivel de gravedad interna que queramos.

«Además, podemos añadir al campo de marcha por inercia la potencia de receptores modernos de previsión, o en este caso, de bombonas de fusión, ambos con potencia virtualmente ilimitada, con lo cual se obtiene la conducción total. Un neutralizador de la gravedad permite una aceleración sin límites, sin alterar la nave excepto en los vuelcos que sufren los pasajeros y la tripulación. Una bombona de fusión proporciona potencia a los motores, los cuales generan un estándar de unos cientos de miles de gravedades de aceleración. También potencia el campo de fuerza que nos oprime a través del espacio multidimensional, cada espacio con menos masa que el anterior y cada uno, en consecuencia, con menos curvatura espacial y requiriendo menos tiempo para el tránsito del punto A al punto B. ¿Lo entiende usted ahora?

—Sí, supongo que sí. Pero sigo dejando en sus manos y en las de Revson el que nos lleven del punto A al punto B y espero que nunca tendré que explicar el método del paso de A a B a nadie.

Como algunos miembros del grupo se disponían a dejar la sala de control, Zim se levantó y tocó gentilmente el brazo de Marta.

—Si teme mirar, puede permanecer aquí en la sala de control durante el despegue. Como Ogden se ha ido y Revson permanece en la sala del motor, queda un asiento libre.

—Gracias, pero no —contestó Marta con una sensación de desagrado dibujada en su rostro—. Prefiero transcurrir la mayor parte de este viaje con gente, y lo menos posible con animales. Usted, señor Zim, no merece el título de persona tanto físicamente como emocional o moralmente. Por favor, déjeme pasar.

Durante unos segundos Zim se sintió desfondado por este estallido, pero no se apartó. Verdaderamente, el tacto de su mano en el brazo de ella se iba convirtiendo en apretón, reteniéndola en la sala de control.

—¿Qué demonios quiere decir: que no soy una persona? Soy tan humano como usted. Más probablemente, puesto que me han separado del resto de la raza durante doce siglos.

Marta, incapaz de soltarse, no se atrevía a mirar a Zim a los ojos. Sin alejar su mirada de la puerta, dijo con voz colérica, próxima a explotar:

—Se equivoca. Para empezar, la Tierra aún posee la mayor fuente genética sin diferenciar en la galaxia. Hemos continuado la mutación humana normal, mientras que ustedes, colonizadores perdidos, se las han tenido que arreglar con solamente una fracción de la reserva. De aquí que se hayan convertido en un tipo de mezcla homogénea con ninguna diferencia entre unos y otros. En segundo lugar, los soles extraños, los niveles de radiación y, probablemente lo más importante, las comidas les han cambiado aún más a lo largo de los siglos, hasta tal punto que usted y yo estamos mucho más lejos genéticamente que yo lo estoy de los monos de la Tierra. Y finalmente, cualquier persona con una moral tan pobre, con tal falta de empatia, que vive mediante la explotación mercenaria de razas en condiciones inferiores, no puede ser amigo mío. No, Zim. Quienquiera que usted sea, no es un miembro de mi raza humana.

Zim se había concentrado tanto en las palabras de Marta, que su apretón se había ido aflojando de su brazo, hasta tal punto que cuando aún sus últimas palabras martilleaban en su mente, ella se liberó y se adelantó hacia la puerta, abriéndola y dejando a Zim ante un callejón sin salida con las preguntas que no le dio tiempo a hacer.

8

Saltar a lo largo de las rutas estándar del Centro —o incluso por nuevas rutas, como la que había hecho la Buscadora de Estrellas desde Standra a Guilnesh— fue un asunto negro y difícil en lo que a navegación se refiere. Esa parte de la galaxia figuraba en los mapas y era muy frecuentada. Solamente el volumen completo de estrellas en la galaxia hace posible que un sistema tal como el de Standra pase desapercibido, mientras el flujo de la civilización se mueve hacia el centro galáctico. Pero en camino hacia la Tierra, una parte de la galaxia abandonada por el hombre hacía milenios se convertía en un asunto completamente diferente. En otros tiempos dicha área era conocida y frecuentada, pero ya no había saltos predeterminados ni aerofaros estándar ni atajos para la navegación. Cada salto era un salto en lo desconocido, al menos para Zim.

Los planes de Zim exigían un primer salto desde Guilnesh a Lylla, de unos dos mil seiscientos años luz. Mientras que el vuelo al Nivel Diez le habría dado una velocidad máxima de dos mil años luz por día, con lo que estarían en su objetivo en un día y medio, en el vuelo al Nivel Nueve la nave sólo disponía de una velocidad de mil años luz. Debido a esto y a que no existían paradas para repostar dentro del límite de mil años luz, Zim tuvo que limitarse al Nivel Ocho, que proporcionó a la Buscadora de Estrellas una gama de tres mil años luz, pero una velocidad máxima de solamente seiscientos cuarenta años luz por día. En el Nivel Ocho el primer salto duraría cuatro días y dos horas. Pero la combinación de un salto de esa longitud y con un computador en el que no confiaba le puso en un aprieto, y comenzó a comprobar cualquier posibilidad, mientras el computador preparaba a la nave para el salto. En un vuelo multidimensional, la misma distancia no es un problema real en saltos interestelares. Recorriendo la distancia adecuada y en la dirección adecuada, el asunto cambiaba. Los cómputos para cualquier salto fuera del grupo inmediato local de estrellas —digamos cualquier salto de más de cien años luz— requería un calculador muy sofisticado. Para un hombre sería casi imposible determinar el tiempo requerido de vuelo, así como el empleado en cada nivel y en la transición entre niveles. También tendría que tener en cuenta la fuerza de gravitación en las proximidades de la nave, la existente entre la nave y su destino, y determinar con exactitud la localización de ese destino. En la galaxia real nada es relativo estacionariamente a algo y solamente el punto central galáctico ficcional sirve como referencia. En el mejor de los casos, un piloto de primera clase, con una buena máquina de calcular, necesitaría un mínimo de dos días para calcular un salto, cosa para la que un computador de navegación necesitaría solamente una hora. Sin lóbulos referenciales como los que posee un computador de navegación, el piloto no tendría garantía alguna de no incurrir en alguna equivocación en sus cálculos, lo que le pondría en una situación muy peligrosa. Una vez que la nave salte a ciegas o de forma incorrecta, ni un computador de navegación podría devolverla a su punto de partida o a un espacio familiar para ella. En un salto de mil años luz, el computador más sofisticado necesitaría mil años para comparar todos los campos estelares posibles, con el fin de obtener una localización, a menos que un aerofaro estándar se encontrara dentro de la zona de detección. No había aerofaros en el espacio que iba a recorrer la Buscadora de Estrellas ni ningún modo de rectificar un salto equivocado.

Zim vigilaba el computador que estaba elaborando el curso, comprobándolo para ver si el plan del tablero coincidía con el que se estaba introduciendo en la cinta de curso; y de vez en cuando utilizaba el glóbulo de apoyo para ver si el computador procesaba correctamente. Pero aún con todas estas comprobaciones, Zim no podía estar seguro. Todavía se podían realizar comprobaciones más profundas de la máquina —los diferentes tipos elaborados, siempre que se utiliza un computador de navegación—, pero el tiempo requerido para realizarlas invalidaría el plan del curso y la corrección del primero no garantizaría la del segundo. Todo lo que Zim podía hacer era confiar en el computador y poner en marcha el contacto cuando el computador comunicara la autorización para el vuelo. Así lo hizo en el momento elegido por el computador, y la Buscadora de Estrellas comenzó su retorno a la Tierra.