Capítulo V

1

AGITADO por la furia y la reacción ante la lucha, Zim se derrumbó en el asiento de control, intentando recuperar la respiración antes de volver al computador y a su trabajo de intentar manualmente cortar cintas de cursos. En unos minutos se había dormido profundamente, y así permaneció durante diez horas.

Otra señal de alarma del detector de proximidad de masas le despertó. Necesitó pocos segundos para comprobar las esferas, y llegó a la conclusión de que la masa era demasiado pequeña como para afectar su curso; con esta operación se había despertado por completo.

Al principio Zim se sentó en el asiento de mandos, relajándose sin pensar realmente en nada. Pero al cabo de varios minutos, algo, no sabía qué, comenzó a preocuparle. Notaba que algo iba mal, pero no sabía cuál era la causa. ¿Se refería a él? ¿A la nave? ¿A la situación? No lo sabía, pero cuanto más pensaba en ello, un sentimiento más negro se apoderaba de él.

Su cuerpo y su mente, ahora en completa tensión, recorrían los instrumentos situados enfrente de él. Nada parecía faltarle. Comprobó las llaves del computador para asegurarse de que ya fuera por accidente o por él mismo, los computadores alterados no habían sido reactivados, pero continuaban muertos. No satisfecho, se forzó a sí mismo a relajarse para dejar su mente correr, en la espera de que de este modo podría darse cuenta de lo que le estaba preocupando. Y así fue.

Por el rabillo del ojo Zim vio un ligero centelleo en el panel de control. Sin embargo, al mirarlo más detenidamente no vio que ninguna de las lecturas no estuviera en verde. Alejó la vista, y de nuevo minutos más tarde su visión periférica detectó un movimiento donde todo debía permanecer tranquilo. Esta vez descubrió el instrumento culpable. Un indicador que mostraba la salida de potencia de la botella de fusión centelleaba intermitentemente, a veces con, muy poca fuerza, sin salirse del verde, lo que hubiera ocasionado una alarma. Había aún movimiento donde no debía haberlo.

Una vez localizada la fuente de su inquietud, Zim estaba más preocupado que nunca. Nada que él pudiera pensar podría hacer que la aguja oscilara de ese modo. No había nada en la nave —ni máquina, ni sistema— que tuviera potencia suficiente para alterar la aguja. En esencia, lo que la aguja mostraba era la cantidad de potencia ejercida por la cubierta de inercia. La única cosa que podría hacer que la potencia necesitada por la cubierta oscilara sería la presencia de una masa —un campo gravitacional— en el área. Tal presencia tenía que haber sido comunicada por el detector de proximidad de masas.

Era posible que el detector de proximidad de masas funcionara mal. O tal vez era el indicador el que estaba estropeado. Había pruebas que mostrarían si alguno de ambos no iba bien. Por desgracia, los tests que debía efectuar el computador central no podían ser realizados, pues éste no funcionaba.

Primeramente Zim comprobó la entrada de potencia en el detector de proximidad de masas. Lanzaba potencia y lo indicaba, y los receptores estaban abiertos. Zim no podía hacer más que esto; por ello, cada vez más preocupado por el minúsculo movimiento de una pequeña aguja, salió hacia la sala del motor rápidamente.

Bajó de tres en tres los escalones hacia el departamento de ingeniería, sin detenerse en el segundo nivel, donde, en teoría, los pasajeros debían estar disfrutando del viaje en paz y tranquilidad; todos, excepto Mannerheim. Al pasar por la puerta, por un momento deseó que Mannerheim no pudiera encontrar reposo.

A pesar de la rapidez de sus movimientos, Zim alcanzó el nivel de ingeniería pausadamente, y en dos pasos llegó a la puerta de la sección. Encendió la luz. Una vez la puerta abierta, recorrió la habitación a derecha e izquierda en alerta, sin saber lo que no iba bien; pero fuera lo que fuese, tenía el presentimiento de que era causado por una mano humana. En pocos segundos tuvo la prueba. Sólo a unos pasos de la entrada estaba Revson, yaciendo sobre un panel, su cuello torcido en ángulo. Nunca más volvería a ver la Tierra.

Zim se resistió al impulso natural de dar la vuelta al cuerpo para ver si en realidad estaba muerto. Por un segundo se lamentó de que un hombre pudiera vivir tanto como Revson solamente para ser matado por un traidor. Zim permaneció quieto, en silencio, con todos sus sentidos en alerta.

Pasó un minuto. En tensión por todo, se movió hacia la puerta, encaminándose a la sala de control de las botellas. Estaba seguro de que Mannerheim estaba allí y de que era el responsable del movimiento de la aguja en la sala de control. Zim estaba decidido esta vez a obtener algunas respuestas.

La primera respuesta que encontró no era la que esperaba. En los controles de las botellas de fusión estaba la persona que había roto el cuello a Revson. No era Mannerheim, sino LeFebre.

Zim había entrado tan silenciosamente, que LeFebre no se había dado cuenta de que ya no estaba solo. Permaneció en la puerta mirándole, intentando imaginarse lo que estaría haciendo. Había un reóstato central, que aparentemente controlaba la cantidad de potencia contenida en la botella y que se enviaba a la cámara de inercia. LeFebre lo movía a un lado y otro de un modo desconocido. Zim no pudo comprender el efecto que esto podría tener, pues los conductores que mantenían el campo a una gravedad estándar preveían que la fluctuación de potencia cambiara la presión del campo.

De repente, Zim lo comprendió. Se estaba aplicando potencia a la cámara, pero ésta no la estaba usando, debido a los conductores. La potencia tenía que ir a algún lado, y sería allí, en el multiespacio, donde actuaría como indicador. Cualquier nave podría recogerla, leerla y seguirla.

Reparando en que cada minuto aumentaba la probabilidad de que fuera localizado, Zim se lanzó hacia LeFebre. No obstante, se había olvidado de la fortaleza de Mannerheim. No se había dado cuenta de que los hombres de la Tierra, hombres que supuestamente habían vivido vidas racionales, habían desarrollado mucho sus cuerpos. LeFebre advirtió la presencia de Zim antes de que éste llegara a la mitad de camino entre los dos, y se volvió. Cuando en su embestida Zim estuvo al alcance de LeFebre, éste apretó sus nudillos en el cuello de Zim enviándole hacia atrás, lejos de los controles de la botella de fusión. Zim vio la muerte cerca. LeFebre quería matarlo. Matarlo con sus manos desnudas, disfrutando de cada instante de su agonía. En su interior, Zim supo que no tenía ninguna posibilidad, que no podría mantener a LeFebre alejado de él más que unos segundos como mucho. Pero también se dijo a sí mismo que si pudiera escapar de la habitación, tendría que ser en ese mismo instante, y no más tarde, antes de que la lucha comenzara verdaderamente y contando aún con el elemento sorpresa.

A la vez que este pensamiento tomaba forma en su mente, comenzó a moverse en la habitación, lanzando sus piernas abiertas contra el pecho de LeFebre. Este no estaba prevenido del todo. Se alejaba de Zim, aunque sus pies le apretaban, haciéndole gruñir con dolor. Uno de sus brazos cogió a Zim por la cabeza de tal modo y le golpeó con tal fuerza, que tuvo que apoyar su espalda contra la pared cerca de la puerta, sintiendo gran dolor y lanzando todo el aire de sus pulmones como en un último intento por respirar. Durante un momento Zim permaneció inmóvil. Luego, medio cayéndose, intentó ponerse de pie de nuevo. Se dispuso a enfrentarse al enemigo. LeFebre estaba enardecido, como si se tratara de un juego. Zim golpeó de repente su cara, haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban.

Sintió que su golpe chocaba contra una carne y unos huesos muy sólidos; luego comenzó a sentirse muy mal, pues LeFebre, ignorando prácticamente su golpe, le dio a su vez encima del ombligo con una fuerza enorme.

A Zim nunca le habían golpeado con tanta fuerza ni nunca había pensado que alguien pudiera tenerla. El hombre que estaba en estos momentos enfrente de él tenía la fuerza del demonio por no se sabe qué poder escondido. A pesar del dolor que sentía, de sus pobres piernas y de las náuseas que le venían, Zim permanecía aún de pie. Sus manos, que casi no sentía, le servían para alejarle de la pared contra la que había sido lanzado por aquel golpe.

Su visión era borrosa, y difícilmente podía distinguir a LeFebre, que en ese momento iba hacia él. Zim se movió hacia adelante, en un intento inútil de deshacerse de su enemigo, pero LeFebre, justo a su lado, riéndose, colocó la palma de su mano en la espalda de Zim cuando éste intentaba moverse y le lanzó a través de la habitación contra el panel de control.

Durante unos segundos Zim perdió el conocimiento, volviendo lentamente en sí mismo. Agitó la cabeza con dificultad. LeFebre permanecía en medio de la habitación con los brazos en jarra, mostrando el triunfo en cada línea de su cara, sus labios dibujando placeres anticipados de que iba a disfrutar. No solamente saboreaba el placer de ver muerto a Zim, pues aunque LeFebre quería que éste muriera, no deseaba que su muerte fuera rápida. Tal como estaban las cosas, incluso una muerte lenta no tardaría mucho en llegar. Zim ya no tenía ninguna fuerza. Tenía que luchar para poder respirar y sus piernas estaban cada vez más inmóviles. Eran como trozos muertos de carne que ya no le podrían levantar del suelo.

Aun así, con gran debilidad, algo empujó a Zim á levantarse, respirando entrecortadamente. No solamente se daba cuenta de que estaba en una habitación, de que su cuerpo desprendía fuego y de que su enemigo indestructible permanecía en el centro de la habitación riéndose. Zim se dijo a sí mismo: «Intentémoslo una vez más. Únicamente me puede matar una vez». Y se disponía a lanzarse contra LeFebre, cogiendo ímpetu con las manos hacia atrás, cuando de pronto vio que la expresión de la cara de LeFebre cambiaba.

Zim nunca se olvidaría de la cara de LeFebre en aquel momento. Había parecido como un diablo dispuesto a finalizar el trabajo que con tanta alegría comenzó. Pero ahora semejaba un hombre que había visto un fantasma. El suyo propio. Se balanceó, cayendo luego al suelo como una muñeca rota, con un pequeño agujero, del que salía humo, en la parte posterior de su cabeza. Aturdido, con la visión borrosa, miró con ojos de miope a través de la habitación. Cuando su visión se aclaró, percibió a Marta Conners sosteniendo una pistola con ambas manos, con la cara pálida, inmóvil al lado del cuerpo que yacía en el suelo. Zim cruzó la habitación, le quitó la pistola de las manos y comenzó a hablar. Solamente un ruido salió de su garganta, y antes de que pudiera articular palabra, Marta le miró sollozando, con la cara lívida. Se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación, subiendo por la escalera presa de pánico hacia su aposentó.

2

Mientras Zim intentaba detener la señal de LeFebre, parar la oscilación de aquella aguja en la habitación de control casi a unos mil doscientos años luz, a bordo de la Nave Patrulla de Combate de los Guardianes LV-23, otros estaban contemplando otra aguja que se movía en sincronización con la del panel de control de la Buscadora de Estrellas.

—¿Está seguro de que es ésa la señal que estamos buscando?

Pequeñas gotas de sudor se deslizaban hasta las cejas y labio superior del capitán Borsov, mientras se inclinaba sobre su sistema de comunicación, contemplando la unidad de detección situada encima de los sistemas de radio y de subradio.

—No, capitán, no lo estoy. Pero es una señal muy débil, que viene de la dirección que esperábamos. No sé qué otra cosa podría ser.

—¿Puede localizarla?

—No, es demasiado débil para hacer un cálculo exacto; pero sé que se está moviendo. Por ello, pienso que es la señal correcta. Solamente hay dos razones por las que se mandaría este tipo de señal. Que la nave esté estropeada y sea éste el único tipo de señal que pueden mandar, o la envía alguien que no quiere que el resto de la tripulación se entere de lo que está haciendo. Si la nave estuviera estropeada, la señal no se movería y probablemente sería más fuerte.

Como si hubiera estado esperando a que el oficial terminara de hablar, la señal dejó de aparecer y la aguja descendió de nuevo a cero.

—¿Qué pasa? ¿Ha perdido la señal?

—No, ha cesado ella sola. Sea quien fuere, ya no está enviando señal.

—¿Podría hacer algún cálculo para saber de dónde viene?

El capitán Borsov sabía que su carrera dependía de que encontrara o no la nave fugitiva del presidente. Si la encontraba, su carrera en el nuevo gobierno estaba segura. En caso negativo, incluso no tenía sentido volver a la Tierra. No importaba quién ganara; él estaría fuera de la lista.

—Era demasiado débil, y se ha cortado muy pronto, pero intentaré sacar algo.

Se hizo silencio durante varios minutos, mientras que el oficial esperaba; luego sonó una campana, y el aparato enfrente de él comenzó a emitir una serie de números en luz verde.

—Está bien. Al menos tenemos parte de la trayectoria.

—¿En qué medida? ¿Suficiente como para interceptarla?

—Creo que sí. Tengo una línea de curso y un nivel de vuelo.

—¿Tipo? ¿Velocidad?

—No, ya no tenemos más datos sobre ella. Tuvimos suerte al poder sacar esto. El computador sólo otorga un setenta por ciento de exactitud en cuanto a las cifras que tenemos.

—¿Qué nivel?

—Siete.

—Eso significa algún lugar entre doscientos ochenta y trescientos veinte años luz por día. Sitúelo a trescientos. ¿Puede darme alguna idea sobre el grado?

—Entre cien años luz más o menos sí puedo hacerlo, pero no puedo aproximarme más. Digamos que hay aproximadamente una distancia de mil años luz desde nuestra actual posición. Es una distancia aproximativa; puede ser que de hecho esté más cerca, a unos seiscientos.

—Muy bien, sitúelo todo a una graduación de mil años luz, en una línea de curso directo y a una velocidad de trescientos años luz. Déme un curso de intercepción utilizando el código de búsqueda.

—Curso A-1742913, B-5656901, C-0000004, Nivel Diez, momento de intercepción: a seis días.

—Ponga los datos en la toma central del puente.

—Listo.

El oficial, no acostumbrado a utilizar datos de navegación, dudó un poco, pero eventualmente dedujo el nuevo curso de navegación de la toma del computador central.

—Puente, aquí el capitán. Hay información sobre un nuevo puente que acaba de ser instalado. Tan pronto como la nueva cinta esté dispuesta, ejecútenlo.

—La nueva cinta ya está dispuesta, capitán. Ejecución en tres segundos.

Casi simultáneamente a que llegara el informe del puente, un viraje interior fue la señal del cambio en la orientación espacial de la nave, un cambio no totalmente compensado por el campo de inercia.

Cinco días más tarde el capitán Borsov estaba casi desesperado; su paciencia se estaba acabando, así como la de su tripulación, y ya casi no les quedaban esperanzas. Habían sido cuatro días de larga espera en la sala de control, con los oficiales a punto de estallar, esperando una señal de proximidad de masa que les dijera que estaban en el camino correcto. Cinco días que finalizaron con el sonar de la alarma de proximidad de masas durante uno de los raros períodos en los que el capitán no estaba en el puente.

—Puente al capitán. Tenemos un contacto.

—¿Tiene la dirección?

—Afirmativo.

—No inicien ningún tipo de acción. Voy para ahí.

Tres minutos después el capitán Borsov estaba comprobando el aparato de detección. La señal que recibían era muy fuerte, y desde luego, de otra nave. Borsov dedujo que el objetivo no podía estar a más de dos o tres mil millas de distancia. El problema era que la nave se movía más lentamente de lo que indicaba el aparato y en un vector ligeramente diferente que el que habían deducido en un principio. Volaba en el Tercer Nivel. Si fuera la nave que buscaban, habían tenido mucha suerte. En unas pocas horas podrían regresar a la Tierra con su misión cumplida.

Si no fuera tal nave, podrían tener problemas. De hecho, su rumbo se alejaba de ella, y el descender al Tercer Nivel, cambiar el rumbo e investigar les llevaría unas cuantas horas. Estas horas podrían ser críticas, pues servirían para que la nave del presidente escapara, en caso de que ésta fuera una inocente.

La capacidad para tomar una decisión en momentos así es lo que convierte a un hombre o a una mujer en capitán y el resto quedan como oficiales sin decisiones propias.

—Conecte el plan de combate. Intercepción y confrontación de curso con el objetivo.

Los dados ya habían sido lanzados. Una vez que el computador de navegación sale del circuito y un piloto dirige —cosa necesaria para este tipo de maniobras en el multiespacio— confrontación de una nave con otra, ya no hay modo de volver al curso de búsqueda original sin perder algunos días, en los que el verdadero objetivo, si éste no lo fuera, podría cambiar de curso y nivel muchas veces, siendo imposible localizarle.

Las horas pasaron casi en silencio en el puente, excepto por las peticiones de información del piloto de combate. Sacudidas de vez en cuando anunciaban los cambios no registrados. Finalmente la pantalla del radar y el detector de proximidad de masas indicaron la localización de un curso y de un nivel de vuelo, con dos naves a unos setecientos setenta kilómetros.

—Intente abrir un canal de comunicación con el objetivo —ordenó Borsov sin apartar sus ojos del tanque de aproximación, que poco a poco estaba elaborando una imagen holográfica de la información que se había recibido de los aparatos de captación de la nave.

—Tengo abierto un canal, capitán.

Parecía como si el oficial prefiriera estar en cualquier sitio, excepto allí. En cualquier sitio, excepto en la estación de combate, bajo la mirada del capitán. Con esa mirada le dijo a Borsov lo que tanto había temido: el objetivo no era la nave fugitiva que estaban buscando. No queriendo ceder hasta estar completamente seguro, cogió el micrófono de la mesa de mando del capitán.

—¿Qué nave es?

—Somos el Latham Hilliard, de la línea de la Federación Centro, en camino de Stephanie a Sharman. ¿Qué hace una nave de los guardianes por estos lugares y por qué salen a nuestro encuentro?

—Ya no es una nave de los guardianes. Esta es la nave de patrulla de la Tierra, Mercurio, en inspección. Si en verdad son la nave Billiard de pasajeros no tienen nada que temer de nosotros.

—Su nombre es Hilliard, no Billiard. Y ¿qué quieren decir con nada que temer? ¿De qué se trata? ¿Es algún chiste? La Tierra no tiene naves militares en la galaxia desde hace muchos siglos.

—Por favor, conecte su frecuencia y ponga en funcionamiento el sistema de inspección.

Inmediatamente apareció una figura en la pantalla situada delante del asiento del capitán. La figura de un hombre de buen porte, con un uniforme azul oscuro y adornos de plata, parecía mantener la mirada al capitán Borsov.

—Identifíquese, por favor.

Las palabras eran amables, pero había un frío de acero en la voz del capitán Borsov, mientras examinaba su imagen. Obviamente, el hombre no era el tipo de los de la Tierra, y por lo tanto, no formaba parte de la tripulación del presidente, a menos que fuera el nuevo piloto del que les habían informado.

—Capitán Gregar Bohassian. Capitán del Latham Hilliard, nave de pasajeros de la federación en asuntos legales en el espacio de la federación. No sé quién es usted, pero le sugiero nos deje espacio libre. Su proximidad y su intercepción del curso son violaciones de las reglas vigentes en el espacio de la Federación Centro.

—La federación ya no tiene el poder que usted cree, capitán Bohassian. Y éste no es espacio de la federación, sino de la Tierra. Todo el espacio es espacio de la Tierra.

—Debe estar loco. No creerá que servirán de algo tan ridículas pretensiones.

—¿Quién me detendrá?

—La armada de la federación.

—¿Armada? ¿Qué armada, capitán? Mis detectores indican que solamente ustedes y nosotros estamos en esta parte del espacio. ¿Está seguro de que su armada no ha descubierto naves indetectables? Usted no se va a ir después de tan ultrajante pretensión, ¿verdad, capitán?

—Por supuesto que no. Ya me entiende.

—Sé muy bien que soy el que domina la situación y debe darse cuenta de que su única salida es la cooperación.

Durante un minuto el capitán de la nave de la federación permaneció indeciso sobre si continuar discutiendo; por fin levantó sus hombros en señal de derrota.

—¿Qué es lo que desea?

—¿En su último puerto de embarque no oyó nada sobre otra nave de la Tierra? ¿Una nave cuyo nombre es Buscadora de Estrellas?

—No, nada.

—¿Está seguro?

—Completamente. Si hubiera habido alguna nave de la Tierra en este sector, estoy seguro que me habría enterado, pues no es normal verlas por aquí.

—¿Ha detectado alguna otra nave en su área desde su última escala?

—Solamente la suya.

—¿Está seguro de eso, capitán?

—Completamente seguro y nuestro equipo de detección es bastante bueno. Si hubiera pasado otra nave a cien años luz o en diez niveles, nuestros radares de detección lo hubieran indicado. No han indicado actividad alguna hasta la llegada de su nave.

El capitán Borsov permaneció mirando al capitán Bohassian como si intentara leer sus pensamientos a través de la línea que unía sus naves. Luego se volvió hacia el oficial encargado de las armas, que estaba sentado a su derecha.

—¡Atención! Dos torpedos; dispersión mínima ¡Fuego!

Durante un segundo el capitán Bohassian no pudo creer lo que estaba oyendo. Cuando habló, lo hizo lleno de pánico.

—¡No! No puede hacerlo. Es un asesinato a sangre fría. Llevamos niños y mujeres a bordo; quinientos…

Dos torpedos de fusión cruzaron la distancia entre las dos naves en una fracción de segundo, estallando en el casco de la nave de la federación. Pasó otra fracción de un segundo, y la nave de pasajeros ya no era nada. Había quedado reducida a una ligera nube de gas incandescente.

—¿Navegación?

—A sus órdenes, capitán.

—La dirección inicial que tenemos sobre el objetivo, ¿pasa a través de un sistema?

—De tres sin posibilidad de error, pues el computador central no puede extender más la trayectoria.

—¿En alguno de los tres hay algún planeta similar a la Tierra, o al menos son planetas con agua?

—Solamente uno tiene un planeta del tipo de la Tierra. El sistema Farstop. Nueva España, el más cercano de los tres, tiene un planeta con agua, pero su atmósfera es venenosa. Nebaram, el tercer sistema en la línea de vuelo, no tiene planetas.

—Deduzca un curso para Farstop. ¿Ingeniero?

—A sus órdenes, mi capitán.

—¿Cuál es la mayor velocidad que podemos alcanzar?

—Nivel Dieciséis.

—¿Con un margen de seguridad y sin olvidarse de las reservas de combustible y la distancia que hay a Farstop?

—Por supuesto, el combustible no es problema con estos motores.

—Entonces, póngame en el Nivel Dieciséis.

—Pero, capitán…

—Sin peros. Póngame. Tenemos que capturar esa nave traidora.

3

Zim estaba disfrutando del sueño y del descanso mental y físico que necesitaba, cuando de pronto la señal de alarma sonó indicando su llegada al sistema Farstop. Los constructores de la nave habían presumido una tripulación siempre pendiente de sus obligaciones en la sala de control; de aquí que la alarma cesara solamente tres minutos después de volver al espacio normal. Zim apenas tuvo tiempo de despertarse antes de que todas las señales de alarma del panel de control comenzaran a solicitar su atención.

Justo a la derecha del panel de control central estaba un panel auxiliar pequeño, denominado panel de combate, aunque la Buscadora de Estrellas no era en modo alguno una nave militar. Este panel mantenía informado al piloto de la situación en que se encontraba el poco armamento de su nave. No obstante, tenían mucho más interés los otros instrumentos situados en la parte de encima del panel: el detector de proximidad de masas, que en esos momentos le estaba informando a Zim de una masa similar a una nave próxima a su situación. La luz del indicador de detección que ya había prevenido anteriormente a la Buscadora de Estrellas y el panel de combate indicaban que la otra nave había comenzado a acelerar en un curso de colisión con la Buscadora de Estrellas.

Una rápida mirada a aquellos instrumentos similares a los que Zim tenía en su nave de comerciante y otra a las lecturas de navegación, hicieron deducir a Zim que todavía estaban a bastante distancia del sol de Farstop, casi a una semana luz, por lo que en seguida se puso en acción.

Casi por coincidencia, pues ningún computador de navegación es así de bueno, la Buscadora de Estrellas había llegado con una velocidad relativa de casi cero al sol de Farstop. Por otra parte, la nave que, al parecer, les había estado esperando había permanecido en órbita próxima a este sol a unas cien mil millas de distancia. Por suerte para Zim, esta órbita estaba dentro del sol y alejaba a la Buscadora de Estrellas del multiespacio, lo que le daba a Zim unos minutos más para intentar escapar.

La Buscadora de Estrellas giró sobre sus tres ejes cuando Zim proporcionó potencia a sus impulsores, luego comenzó a moverse a medida que los tubos de conducción entraron en acción. El sudor se deslizaba por sus cejas, a medida que conectaba más y más potencia en la conducción y en el campo de inercia. Por desgracia, la suerte, que les había acompañado en los últimos minutos, se volvía de repente contra ellos.

La nave forastera, cuya identificación correspondía, según Zim, a la de un crucero de los guardianes y que estaba seguro de que era una nave de captura de la armada del primer ciudadano, situó su curso en dirección a la Buscadora de Estrellas antes de que Zim pudiera llegar a un nivel de aceleración máximo y pasar al vuelo a Segundo Nivel, eliminando así cualquier posibilidad de que Zim pudiera esquivarla con maniobras de evasión. La única esperanza de la Buscadora de Estrellas era escapar de la nave de guerra, y Zim sabía cuan pobre era. Como comerciante, había sido una de sus obligaciones mantener sus conocimientos al día sobre la capacidad de otras naves que algún día pudieran ser sus oponentes en regiones menos civilizadas del espacio. En su propia nave Zim hubiera deseado enfrentarse a la nave de los guardianes, pues las naves de guerra de éstos y los cruceros del Gremio de los Comerciantes eran más o menos iguales. Pero lanzarse al ataque con la Buscadora de Estrellas habría sido un suicidio seguro. En términos de posibilidad de maniobras a velocidades por debajo de la luz o en una atmósfera, la Buscadora de Estrellas era la mejor de las dos naves, pero en términos de velocidad y armamento no se podían ni tan siquiera comparar.

—¿Qué pasa? ¿Por qué suenan las alarmas?

Sin que Zim les oyera, Kovak y Mannerheim habían entrado en la sala de control. Unos minutos después entró Marta casi sin respiración.

—Sitúense en sus asientos. Hemos sido localizados por una de las naves de guerra del primer ciudadano, y no sé si podremos escapar.

Kovak y Marta se sentaron rápidamente en los asientos auxiliares, mientras que Mannerheim sacaba una almohadilla de un compartimiento, la sujetaba para protegerse de la pared de la sala de control y se envolvía en una malla de seguridad.

—¿Podemos escaparnos?

Un cierto decaimiento en la voz de Kovak le hizo preguntarse a Zim si quizá todo esto era de real interés para el presidente. Quizá el viaje había sido una pérdida de tiempo, aun escapando de sus perseguidores.

—Lo dudo. Han fijado su curso sobre nosotros y les será muy fácil seguirnos de un nivel a otro y comprobar cualquier cambio de cursos que hiciéramos.

—¿Podemos dejarles atrás? Me habían dicho que la Buscadora de Estrellas era la nave más rápida de toda la flota de la Tierra.

—Quizá fuera así y quizá fuera la nave más rápida del espacio cuando fue construida. Pero esto fue hace mil doscientos años, y las naves han evolucionado bastante desde entonces. La nave guardiana es un poco mejor en aceleración, pero muchísimo mejor en términos de niveles a alcanzar. En otras palabras, esta nave que ahora está detrás de nosotros puede fácilmente doblar nuestra velocidad máxima, y una vez que nosotros hubiéramos alcanzado ésta, sólo tardaría unas pocas horas en alcanzarnos.

—¿Hay algo que podamos hacer?

Esta vez fue Marta quien habló, y a Zim le sorprendió la calma que su voz reflejaba. No había signo alguno de pánico ante la actual situación, ninguna señal desde la última vez que Zim la había visto, cuando no podía hablar porque había tenido que matar a LeFebre.

—No estoy seguro. El computador dice que no, pero hay una posibilidad. Nuestras posibilidades son de cincuenta contra cincuenta de sobrevivir, pero hay un cien por cien de posibilidades de que nos cojan si no intentamos algo y pronto.

—Bien. ¿Entonces a qué espera? Si hay alguna posibilidad de escapar, intentémosla. Cualquier cosa es mejor que enfrentarnos al primer ciudadano si nos capturan.

No había asomo de pánico en la voz de Marta, pero comenzaba a ponerse furiosa, lo que hacía sonreír a Zim.

—Haremos algo tan pronto como el computador me dé unos datos. En este momento los datos indican que la nave guardiana estará en la línea de fuego en unas cinco horas. Lo que ahora necesito es un curso hacia el sol, de vuelta a él, con un tiempo de intercepción de menos de dos horas.

—¿Por qué?

La pregunta fue más un estallido que una palabra brotando de los labios de Mannerheim.

—Porque eso es lo que nos llevará a anular nuestra actual velocidad, cambiar el curso y ponernos a la velocidad de la luz en el Segundo Nivel.

—¿De qué nos puede servir si ellos nos pueden seguir de un nivel a otro, si tienen nuestra pista?

—Bien, espero ir directamente al Segundo Nivel hacia el sol de Farstop, y luego desacelerar casi inmediatamente para penetrar en el espacio normal. En este poco espacio de tiempo nos encontraremos en el Segundo Nivel si todo va bien y seguiremos hacia el sol, justamente dentro de la corona, donde sus detectores no pueden seguirnos. Ellos tienen nuestra pista, y en condiciones normales nos podrían atrapar al salir por el otro lado, si salimos. Esta proximidad del Sol no es garantía de que lo soporten nuestras pantallas. Si nos pueden atrapar cuando salgamos por el otro lado, ¿qué sentido tiene que hagamos todo esto?

—Espero que su computador no notifique las características de vuelo de esta nave, que no puedan saber su capacidad de maniobra. Seguramente el computador dirá que su capacidad de maniobra es la de una nave comerciante. En otras palabras, la mejor capacidad de maniobra de todas las naves. Esto les puede dar a ellos un margen de posibles lugares por donde podríamos salir de la corona.

—La Buscadora de Estrellas puede maniobrar mejor que la nave de un comerciante. Usted me dijo esto cuando despegamos por primera vez —replicó Mannerheim.

—Así es. Pero su computador no debe saberlo, incluso con tripulación de la Tierra ahora. Dudo que alguien pensara programar tal información, incluso aunque se les hubiera ocurrido que una nave de la Tierra maniobraría mejor que una nave moderna. Si puedo obtener suficiente aceleración cuando estemos en la corona, cambiar de rumbo sin volver al multiespacio, tenemos una posibilidad de salir donde ellos no nos estarán buscando.

—¿No nos localizarán en seguida sus instrumentos cuando nos alejemos de la influencia del Sol? ¿No reanudarán la caza después?

Ante la posibilidad de poder escapar de la trampa donde se encontraban, la vida volvía a la voz de Kovak.

—Normalmente sí, pero si cortamos todo y cerramos la botella de fusión completamente, sus detectores no nos encontrarán. Estaremos en un cometa, por lo que tampoco tendremos que preocuparnos de que el Sol nos empuje otra vez a la corona.

—¿No es usted un poco optimista al pensar que puedan ser tan estúpidos, capitán?

Sólo había cierto sarcasmo en la voz de Marta.

—No, no lo soy. Pero quizá sí lo sea en el hecho de que saldremos de la corona. Pensarán que hemos sido destruidos si no salimos por el otro lado. Solamente si pasamos al espacio normal en el momento justo, si los motores se ponen a la potencia máxima sin el más ligero fallo y si el campo de inercia nos mantiene en la línea, aun cuando una combinación del campo de gravedad del sol y nuestra propia aceleración intenten llevarnos hacia allí, lo conseguiremos. Si no lo conseguimos, solamente saldremos con vida si los campos de radiación se mantienen lejos de su punto máximo.

—Hay un montón de quizás, ¿no es verdad, capitán?

—Así es. No obstante, es mejor que tener la certeza de que nos capturarán si intentamos huir de ellos.

Mientras Zim hablaba, el computador había estado emitiendo una serie de datos, vectores y tiempos, reflejándolos en la pantalla situada enfrente de él.

—Y si este aparato sigue emitiendo datos normalmente, sin los lóbulos lógicos, podremos conseguirlo. Los datos son correctos.

4

—¡Capitán!

—¿Qué sucede?

Desde que los detectores habían indicado la presencia de una nave y desde que habían pasado al espacio normal, el capitán Borsov había estado pendiente de las bandas de comunicación esperando una señal, algo que le dijera si era otra nave de pasajeros, una nave de carga o de guerra, cualquier indicación que le dijera que no estaba de nuevo perdiendo el tiempo. Hasta ahora la nave se había comportado como ella había esperado que lo hiciera la nave del presidente. No había intentado contactar su nave o cualquier otra con alguna base. Había acelerado inmediatamente en un curso que se alejaba de su nave. Por las características de tamaño y de radiación, concordaba perfectamente con la nave que estaba buscando.

—El objetivo ha cambiado su curso.

—¿Qué?

Este hecho no tenía sentido para el capitán Borsov. Sus computadores —y presuponía que también los de la nave objetivo— habían calculado el curso necesario para una intercepción prolongada durante el mayor período de tiempo posible. Era el curso que la nave objetivo había tomado inmediatamente después de entrar en el espacio normal. Cambiar el curso ahora, no importaba en qué dirección, significaba que Mercurio podría capturar su objetivo en menos tiempo.

—Parece ser que están en un curso de intercepción con nosotros, capitán.

—Eso no tiene sentido. Deduzca su nuevo curso —vector, aceleración y momento de intercepción— y sitúelo en la pantalla.

Los detectores del Mercurio necesitaron un minuto para deducir el nuevo curso de la Buscadora de Estrellas, y al proyectarlo en la pantalla, parecía no tener lógica alguna.

—Detálleme ese sistema en la pantalla y déme una proyección sobre cuándo pasarán al Nivel Segundo con su actual aceleración.

Los nuevos datos se añadieron en la pantalla cambiando muchísimo la escala, pues aparte del lugar donde se encontraban las dos naves, estaban casi tocándose con relación a su distancia de Farstop. Una línea verde en la pantalla mostró el curso de la Buscadora de Estrellas; una línea roja, el curso de intercepción del Mercurio, y una línea verde punteada, el curso proyectado de la Buscadora de Estrellas después del punto de intercepción.

Sobre la línea verde continua, justo antes de que interceptara la línea roja, había una estrella amarilla: el punto en el que la Buscadora de Estrellas, a su actual aceleración, pasaría al vuelo a Segundo Nivel. La línea verde punteada pasaba la intersección, tocando la representación del Sol en la pantalla.

—Van a intentar perdernos en el campo de radiación próximo al Sol.

La voz del capitán Borsov estaba completamente alterada. Lo que acababa de ver corroboraba que su objetivo era la nave que buscaba.

—¿Podemos interceptarles antes de que alcancen el Segundo Nivel?

—No, capitán. Los motores y la pantalla se encuentran en su límite ahora. Si intentamos acelerar más, saldremos despedidos del campo.

—Muy bien. Continúe en el curso actual y prepárese para pasar al Segundo Nivel; luego conecte inmediatamente la aceleración. Una vez en el espacio normal, déme un vector alrededor del Sol, volviendo a su órbita por el camino más corto para que podamos interceptar su cono de eyección.

—¿Qué pasaría si permanecieran en el Segundo Nivel, capitán?

—No se quedarán allí. Les detectaríamos tan pronto como salieran del área de radiación más elevada, y todo lo que ganarían sería un par de horas. No, van a intentar perdernos en una caza alrededor del Sol, presuponiendo que sus pantallas lo van a resistir y las nuestras no. Es lo único que parece tener sentido. Nuestra velocidad es muy superior a la de ellos. Esta es su única posibilidad, y ellos lo saben. Pero nosotros no vamos a entrar en su juego. Tendrán que salir en un cometa en un área muy pequeña. Con un poco de suerte, saldrán ante nuestras pistolas. Pero incluso sin suerte, les tendremos a los pocos minutos de su salida.

5

Zim, sin saber hasta qué punto era capaz Kovak de admitir las malas noticias, no había sido del todo franco con el presidente sobre las posibilidades de éxito de la huida. Una vez que la Buscadora de Estrellas cruzase el límite del espacio normal al Segundo Nivel, su velocidad aumentaría más que la de la luz en el espacio normal; la pasaría con mucho al nivel que estaban acelerando. Tan pronto como el espacio comprendido entre el espacio normal y el del Segundo Nivel se viera impregnado por su campo de fuerza, Zim conectaría de aceleración a desaceleración inmediatamente, con el fin de volver al espacio normal a la distancia adecuada de Farstop. El computador podía hacer esta conexión en menos de una centésima de segundo. Esto significaría que descenderían por debajo de la velocidad de la luz y, por tanto, que podrían regresar sin problemas al espacio normal en una centésima de segundo del tiempo planeado y permanecer en el espacio. El problema era que tenían que estar en una centésima de segundo o la maniobra no funcionaría. Esto significaba que Zim dejaba la huida casi en manos de la suerte; pero no había otra posibilidad.

La suerte seguía del lado de la Buscadora de Estrellas, y el paso al espacio normal se produjo a noventa, por ciento de la velocidad de la luz justamente donde Zim había planeado. De repente, en lugar del gris del vuelo del Segundo Nivel, apareció como una bola centelleante de hidrógeno de fusión, que se convirtió casi inmediatamente en un círculo oscuro, pues los filtros, debido al peso extra, cambiaban la imagen que llegaba.

Con la conducción en su punto máximo y la nave llena de vibraciones, la Buscadora de Estrellas rompió su órbita dentro de la corona del Sol. Su velocidad a la vuelta al espacio normal habría hecho imposible formar cualquier órbita alrededor del Sol. Pero con el campo de inercia en marcha a tope y los tubos de conducción totalmente acelerados, consiguieron la órbita. En su marcha hacia el Sol, bajo su atracción gravitacional, intentarían situarse lo mejor posible, lo más cerca posible para esconderse de sus perseguidores, pero no tan próximos que el campo no les pudiera proteger.

Zim había estado muy ocupado mientras la Buscadora de Estrellas se encaminaba hacia el Sol ahora. Una vez establecida la órbita, había colocado dos aparatos de alarma, uno para vigilar el factor peso y la capacidad que quedaba de las pantallas de radiación y otro para vigilar el nivel exacto del campo de inercia. Si las pantallas de radiación fallaban, se quemarían en cuestión de segundos, muriendo de calor intenso tres segundos antes de que la radiación les matara. Si el campo de inercia fallaba, la aceleración que los motores aún les daban —para mantenerles en su órbita de ángulos exactos a su curso y con una deflexión máxima de su curso original— les comprimiría, convirtiéndolos en una capa muy fina de una masa viscosa antes de que pudieran darse cuenta de lo que estaba sucediendo. «Lo único aceptable de todo esto —pensó Zim para sí mismo—, es que si el campo de inercia o la pantalla de radiación fallan, moriremos antes de comenzar a sentir dolor alguno.»

Durante unos minutos, que se hicieron muy largos, todo permaneció sin alterarse; luego, de repente, fueron sacudidos por las diez gravedades de aceleración, incompensadas por el campo de inercia. Marta gimió a la vez que su cuerpo intentaba soltarse del asiento de aceleración a través de los cinturones que la mantenían en su sitio. Por encima de los gemidos de Marta, Zim escuchó el ruido de huesos que se rompían. Una rápida mirada al espejo situado sobre su asiento le indicó que Kovak había perdido el conocimiento y sangraba por la nariz y por la boca, pero aún respiraba. Marta continuaba gimiendo, sin que se la oyera mucho, sintiendo el dolor en su carne. Mannerheim permanecía tendido completamente inmóvil, su cabeza colgando fuera del gorro protector del sujetador de aceleración; obviamente se había roto el cuello, en aquellos momentos reducido a casi dos veces su longitud normal.

Tan rápidamente como la aceleración les había golpeado, pasó, volviendo a la gravedad. Zim se movía hacia adelante para ajustar más el campo, cuando otro golpe de aceleración le sacudió, esta vez en dirección contraria, a casi quince grados. Esta vez le alcanzó. Su visión se volvió gris, luego negra, debido a que la sangre subió de pronto hacia un lado de su cabeza, en un principio, y luego descendió a su abdomen, a medida que la dirección de la aceleración cambiaba poco a poco.

Las fuerzas de gradación estaban castigando sus cuerpos y a la nave. Lo único que podía hacer Zim era apretar sus dientes e intentar no perder el conocimiento. Esta aceleración imposible de predecir tenía su origen en la combinación de mareas solares y la ligera inclinación de la estrella, lo que ocasionaba un campo gravitacional que se prolongaba lateralmente. No se habían aproximado directamente a lo largo del ecuador del Sol, pues esto les hubiera llevado a través de la superficie de planetas, aumentando el peligro en su intento de huida. En su lugar, el curso les conducía a un ángulo situado a cuarenta y cinco grados de la eclíptica, de modo que su órbita, aunque estable, no les mantenía siempre a la misma distancia de la superficie solar; de aquí que el campo magnético que tenían sobre ellos variara, afectando su campo de inercia.

Siempre que el campo pudiera reaccionar instantáneamente a los cambios a que se veía forzado, esta reacción debía ser lo suficientemente rápida como para evitar que los cambios de aceleración fueran demasiado fuertes, y gracias a esto la Buscadora de Estrellas consiguió pasar al otro lado con una tripulación con vida. Cambiado su curso por el tremendo campo gravitacional del Sol, salieron lanzados de él a una fracción importante de la velocidad de la luz. Con más rapidez que cualquier ser humano lo pudiera haber hecho, el computador, en unas fracciones de segundo antes de que la Buscadora de Estrellas saliera de la corona, cortó la potencia y cerró la botella fusión completamente. Ahora la cuestión era simplemente por dónde saldrían: dentro o fuera del ámbito de detección del enemigo que les esperaba.

6

Una vez fuera del Sol, la primera acción de Zim fue conectar el detector de señales con uno de los circuitos auditivos de alarma, con el fin de poder reconocer al instante si la nave enemiga comenzaba a seguirles. A continuación salió de su asiento, cogió el botiquín de su compartimiento y se acercó al asiento de Marta. Esta había perdido el sentido, pero Zim no le encontró señal alguna de lesiones físicas, a no ser rozaduras y moretones producidos por los tirantes de sujeción; pero no tenía ningún hueso roto ni señal de hemorragia interna. En un chequeo rápido, comprobó que la presión de la sangre estaba dentro de los límites normales. Seguro ya de que solamente estaba inconsciente y no había sufrido ningún shock, Zim se volvió hacia Kovak.

Para su sorpresa, Zim vio que Kovak ya había vuelto en sí, y aunque el color marrón de su cara se veía mezclado con un ligero toque gris, había una sonrisa en sus labios.

—¿Está seguro de que lo único importante es que yo llegue a la Tierra sano y salvo, capitán?

Por unos momentos Zim estuvo a punto de responderle sarcásticamente; pero en contra de su deseo, sonrió a través de su furia.

—No, señor presidente. Ahora no estoy seguro de nada, excepto de mi sorpresa al verle de tan buen humor, después de lo que hemos pasado.

—Había admiración en la voz de Zim, a la vez que se acercaba a Kovak para librarle de los tirantes de sujeción.

—Siempre me he preocupado mucho de mi estado físico, y parece como si ahora me devolviera el favor. ¿Cómo están Marta y Mannerheim?

—Marta ha perdido el conocimiento, pero creo que se encuentra bien. Mannerheim está muerto. No tenía bien colocados sus tirantes de sujeción, y su cabeza fue lanzada hacia atrás, fuera del gorro protector, por las fuerzas de gravitación. Se rompió el cuello.

—Era un buen hombre. Le echaré de menos.

Kovak alejó las malas noticias de su mente, dejando sus sentimientos para más tarde, para cuando tuviera tiempo de recordar a Mannerheim y despedirse de él.

—¿Capitán, hasta qué punto está seguro de que nos estamos alejando de cualquiera que fuera la otra nave?

—Completamente seguro, siempre y cuando podamos solucionar otros dos problemas.

—¿Más problemas? No sé si podré responder ya ante problemas de este tipo.

—¿Ni tan siquiera para salvar a los que quedamos del primer ciudadano y de su bomba nueva?

—No su bomba nueva, capitán, mi bomba nueva. Aún soy presidente de la Tierra, y por ello soy responsable de la bomba y de cualquier acción que emprenda el primer ciudadano. Gracias por recordármelo, señor.

—¿Le importaría ayudarme a llevar a la señorita Conners a la sección de pasajeros? Luego me gustaría que usted intentara relajarse y permaneciera lo más inactivo posible.

Con cuidado sacaron los dos a Marta de su asiento. Al hacerlo, Zim vio los moretones, que se convertirían en cardenales en cuestión de horas. Marta gimió ligeramente cuando la sacaban, pero no recobró el conocimiento.

Descenderla por la escalera fue un problema, pues resultaba difícil repartirse bien el peso; además, debido a sus encuentros con Mannerheim y LeFebre, Zim no estaba en sus mejores condiciones físicas. Al principio insistió en llevarla solo abajo, pero Kovak le recordó el acondicionamiento que sufrían todos los hombres de la Tierra, y Zim no se preocupó de preguntarle de qué tipo era. Sin discutir más, dejó que Kovak bajara a Marta a la habitación que los pasajeros habían estado compartiendo.

—¿Y ahora qué?

Kovak parecía contento de nuevo. Zim comenzó a preguntarse si la depresión que solía tener con mucha frecuencia no sería una pose, un modo de que los otros, él incluido, sintieran la necesidad del viaje. Por supuesto, Zim era muy necesario, pero considerándolo de un modo realista, cualquier piloto con licencia podría haber hecho lo mismo que él.

—Ahora nos toca esperar y sudar, sudar realmente.

—No le entiendo.

—Se lo explicaré. Tenemos que esperar que los de la otra nave se cansen de buscarnos y lleguen a la conclusión de que no pudimos salir de la corona. No será fácil convencerles; por ello supongo que nos buscarán durante un mínimo de tres o cuatro días, antes de darse por vencidos.

—¿Podrán detectarnos?

—Lo dudo. Al salir de la corona permanecimos fuera del radio de acción de su detector, y la posibilidad de que nos encuentren por casualidad es muy pequeña, siempre y cuando no despidamos potencia u originemos alguna otra anomalía gravitacional.

—¿Anomalías gravitacionales?

—Sí, originadas por los cambios de órbita de cualquiera de los cuerpos planetarios del sistema.

—Venga, capitán. No soy un mecánico, pero sé la suficiente física como para estar seguro de que incluso una colisión directa entre la Buscadora de Estrellas y un planeta no tendría ningún efecto sobre la órbita del planeta.

—Bajo condiciones normales, está en lo cierto; pero en este caso concurren una serie de circunstancias especiales. Nos estamos moviendo en el espacio normal a velocidades relativas, es decir, a una fracción sustancial de la velocidad de la luz, y en términos de efecto sobre la estructura espacial local, nuestra masa a velocidad multiplicada es la de varios planetas. Si pasamos muy próximos a uno de los planetas del sistema, esto ocasionaría un pequeño desvío de su órbita; puede estar seguro que la nave de guerra está pendiente de cada uno de los planetas, y descubriría tal desvío.

—¿Va a pasar cerca de alguno de los planetas?

—No estoy seguro. El computador tiene los datos que se administraron durante nuestro acercamiento al Sol. Sabe bien nuestro curso de alejamiento del Sol, extrapolando y sirviéndose de los vectores de aceleración ya utilizados cuando estábamos en la corona. Pero hay un factor que no nos puede permitir sentirnos seguros. Entre otras cosas, nuestros medios de detección no pueden funcionar, porque su radiación podría ser detectada por la otra nave; por ello en estos momentos no sabemos con seguridad cuál es nuestro curso y nuestra velocidad y no debemos intentar utilizar el equipo para obtener datos sobre el curso o ver si alguno de los planetas está lo suficientemente cerca como para verse alterado por nuestra masa.

—Deduzco de todo esto que lo único que podemos hacer es sentarnos aquí y, como usted decía, sudar, esperando que una x señal del panel nos indique que su detector nos ha situado. ¿Cómo sabremos que se han ido?

—Cuando cesen en su búsqueda, pasarán casi al instante al Segundo Nivel. Los motores guardianes tienen suficiente potencia para alcanzar velocidad en poco más de una hora, y nosotros lo sabremos sin utilizar un equipo detector. No obstante, cuando he dicho que tendremos que sentarnos y sudar, debe entenderlo no en un sentido figurativo, sino literal.

—De nuevo, como me suele suceder —dijo Kovak—, no entiendo qué quiere decir.

—Todo aquello que es alimentado por la botella de fusión está cerrado. Tenemos regeneración de oxígeno y luz, pero su fuente de potencia se sitúa en células de emergencia y su capacidad es muy limitada. Nuestro sistema de refrigeración no funciona; por ello, poco a poco el calor irá subiendo aquí en los próximos días.

—Posiblemente no demasiado, pues los regeneradores de oxígeno nos quitarán bastante calor; con parte de la maquinaria auxiliar desconectada, las únicas fuentes de calor serán nuestros propios cuerpos. Si hay aire en circulación, ¿cómo nos podemos calentar demasiado?

—Desde fuera.

—¿Desde fuera? ¿Quiere decir desde el espacio? Seguramente dentro de muy poco estaremos muy lejos del Sol, y sus radiaciones no serán un problema. ¿No dijo que nos estábamos moviendo a una gran fracción de la velocidad de la luz?

—Sí, así es, y ése es el problema. La radiación de calor —luz— del Sol no es problema. Pero a nuestra velocidad el espacio no está vacío. En las proximidades de una estrella como ésta, lo que creemos que es espacio vacío contiene entre ocho y diez átomos de hidrógeno por centímetro cúbico. Por supuesto, existe un vacío mejor que cualquier otro producido en un laboratorio; pero a nuestra velocidad, estos ocho o diez átomos se convierten en un factor importante. Crean un problema de fricción y esta fricción se convierte en calor que nos matará si la otra nave continúa buscándonos durante mucho tiempo.

7

Zim se quedó en la sala de control, allí donde podía dirigir los instrumentos que le informarían sobre si el enemigo había dejado la búsqueda; así tampoco tendría que ver lo que el calor hacía con Marta Conners.

No es que estuviera mejor en la sala de control que en la de pasajeros en la zona central; todo lo contrario, pues el calor era mayor en la sala de control, porque estaba situada en el extremo de la nave.

Zim se sentó en la sala de control, donde la atmósfera era cada vez más caliente. La humedad comenzó a descender por las paredes, a la vez que el sudor corría por la espalda de Zim y la condensación hacía virtualmente imposible la lectura de los instrumentos sin limpiarlos antes.

Al cabo de tres días, Zim ya no soportaba estar más en la sala de control. O pasaba a la sección central de la nave, más fría, con un repetidor que le informara si estaba en marcha alguno de los sistemas de alarma, o perdería el conocimiento para nunca más volver a recuperarlo.

Cuando descendió a la sección de los pasajeros, le sorprendió el letargo producido por el calor que sufría la apariencia de Kovak. Su rostro, una vez firme y sereno, estaba ahora ojeroso y barbudo; sus mejillas parecían hundidas y grisáceas; sus poros desprendían gotas de sudor; sus labios estaban agrietados y abrasaban, y su ropa, normalmente limpia e impecable, le colgaba como un saco viejo y usado.

Marta, por su parte, no estaba mostrando demasiada reacción ante el calor. Kovak le había inoculado neodream para que no recuperara el conocimiento; luego le había inyectado intravenosamente para mantener el equilibrio de fluidos y electrolitos. Si el calor pasaba antes de que se despertara, nunca sabría lo que habían sufrido estos dos hombres; si no fuera así, jamás se despertaría.

—No vamos a conseguirlo —la voz de Kovak era más un gemido que algo natural—. Lo sabe, capitán, ¿verdad? No podremos, y usted lo sabe. ¿Por qué engañarse a sí mismo?

—No, yo no sé tal cosa —a Zim le costaba mucho hablar, pero no podía dejar que Kovak hablara creando una situación que le llevara al suicidio—. Por supuesto, la situación es difícil, pero aún estamos con vida y seguiremos así mientras podamos.

—No durante mucho tiempo, ¿verdad? —Kovak dijo esto con un tono de pesadumbre y resignación en su voz—. ¿Por qué no pone en marcha los sistemas de la nave antes de que nos asemos?

—Porque la otra nave está aún ahí fuera, en algún lugar, buscándonos. Está esperando que cometamos ese error; si pongo en marcha la botella de fusión, estarán sobre nosotros en una hora.

—Prefiero morir de ese modo a éste, cociéndonos lentamente en nuestros propios jugos hasta que ya no quede carne sobre nuestros huesos, como un pollo quemado.

—Es preferible no morir de ningún modo; así que cállese.

Kovak iba a hablar de nuevo, pero le interrumpió el zumbido del repetidor que Zim había abandonado en una esquina de la habitación.

—¿Qué es eso? ¿Qué sucede?

—No lo sé. Espere un minuto. Voy a intentar descubrirlo: o nos han descubierto en sus detectores, o están dejando el sistema.

A Zim ya no le quedaban muchas fuerzas; por eso necesitó varios minutos para cruzar la habitación, parándose cada dos o tres pasos para tomar aire. Por fin llegó hasta el repetidor.

—Se van. Los instrumentos muestran que una nave ha pasado al vuelo a Segundo Nivel en algún lugar a medio año luz de nosotros. Tienen que ser nuestros perseguidores.

—Gracias a Dios. Esto significa que podemos poner en marcha los sistemas de la nave, ¿no es así? ¿Podemos enfriar esto, no?

—Se equivoca.

—¿Por qué? ¿Qué quiere decir? Se van. Lo acaba de decir. Así que ponga en marcha la potencia de la nave. Es una orden.

—Lo siento, pero yo aún doy órdenes aquí, señor presidente, y digo que debemos esperar un poco más.

—Por la gracia de Dios, ¿por qué?

—Porque puede ser una trampa. Seguro que han pasado al vuelo a Segundo Nivel. Habrían quitado el detector, para luego desacelerar y permanecer quietos, como hemos estado haciendo nosotros; después esperarán a que salgamos. No esperarán durante mucho tiempo, pero tenemos que ganarles.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Un día, quizá dos. Lo soportaremos.

—¿Está seguro, capitán? ¿Está seguro de que no vamos a perder el conocimiento y de que veremos esa señal de nuevo?

Zim lo meditó durante un minuto. Luego sonrió cansadamente.

—No, no estoy seguro. ¿Por qué no le inyecta a Marta EZ? Volvería en sí dentro de media hora y podría vigilar los instrumentos, mientras nosotros intentamos descansar.

8

—Ni rastro de ellos, capitán.

—¿Está pendiente de los sonidos del Segundo Nivel? Intentarán pasar al multiespacio, aunque estén aún bajo la luz.

Borsov estaba convencido de que su presa no había muerto en la corona del Sol, pero no tenía pruebas; sólo un presentimiento de que el presidente estaba aún vivo.

—Estamos vigilando todo el ámbito, capitán; incluso he destacado una persona para que vigile las anomalías gravitacionales, pero no hay nada.

—¡Diablos! ¿Por qué no lucharán? ¿Por qué no actúan como terrestres? Los terrestres no se esconden. Tienen orgullo.

—¿Capitán?

—Sí.

—¿Puedo hacerle una sugerencia?

—Si puede hacerles salir de su escondite, sea cual fuere su idea, no tendrá que volver a preocuparse por nada.

—Tal como yo lo veo, si han sobrevivido a su entrada en la corona, su única esperanza será detener todo y esperar que nuestros detectores no les encuentren al salir de la corona.

—¿Por qué no lo hicieron? ¿Tiene alguna explicación a esto, Ensing?

—No, capitán, no la tengo; pero si escapan, el único motivo de evitar que sean localizados sería detener sus suministros de potencia y permanecer inmóviles hasta que nos hayamos ido.

—¿Entonces?

—No se van a mover hasta que no vean que nosotros pasamos al vuelo a Segundo Nivel. Esto significa que todo lo que tenemos que hacer es pasar al Segundo Nivel, desacelerar y volver al espacio normal, y luego esperar un poco, volviendo a continuación al Segundo Nivel. Cuando entremos en el espacio normal, si se encuentran en algún lugar del sistema los detendremos al instante. Y si pasan al Segundo Nivel tan pronto como detecten nuestra partida, podremos situar su campo de fuerza cuando volvamos y les sigamos.

—¡Excelente! Si marcha este plan, Ensing, será lugarteniente en el mismo instante en que esa nave desaparezca del espacio. De momento, le nombro temporalmente comandante. Ejecute su plan, Ensing.

—Es un honor para mí, capitán.

—Y tendrá más recompensas si marcha bien.

El capitán Borsov dio la espalda al joven oficial y caminó despacio fuera de la sala de control, dejando que la fatiga que le invadía se apoderara de su mente, dispuesta a disfrutar de unas horas de sueño.

9

—¡Capitán Zim, despiértese! ¡Venga, despiértese!

Kovak sacudía a Zim por los hombros, mientras que el capitán, sin despertarse del todo aún, intentaba apartarle de él.

—Capitán, es la señal.

—¿Qué?… ¿La señal? ¿Quiere decir el detector de Segundo Nivel?

—Así es, justamente hace unos minutos. Marta está en la sala de control dirigiéndolo.

Zim se puso en pie, sacudió su cabeza como para despejarse y salió de la habitación, subiendo hacia la sala de control, despacio al principio, pero a su velocidad normal cuando ya estaba a mitad de camino.

—¿Qué sucede?

Marta, sentada en el asiento del capitán, le miró, y luego hizo ademán de levantarse.

—No, estése quieta. Infórmeme de lo que ha pasado.

—Primeramente, los instrumentos han registrado una nave que salía del vuelo a Segundo Nivel; luego, poco después, nos localizó un detector. Debió ser una señal muy débil, porque no ha vuelto a aparecer. Unos dos minutos más tarde, otra señal indicaba una nave que pasaba al Segundo Nivel. Esto sucedió más o menos hace un minuto. Desde entonces no ha vuelto a ocurrir nada.

—De acuerdo, déjeme sentar.

Zim se deslizó al asiento tan pronto como Marta le dejó y con ambas manos comenzó a activar una serie de instrumentos, que mostraron un sistema limpio, sin otras naves, sin impulsores de potencia en funcionamiento y sin rayos detectores. Un segundo movimiento de sus manos, y la maquinaria de la nave volvió a la vida. En poco tiempo, aire relativamente frío comenzó a penetrar en la habitación.

El cambio tan brusco casi perjudica a Marta. Segundos más tarde castañeaban sus dientes, y Zim sacó una manta de una reserva de emergencia.

—¿Y ahora qué? —preguntó Kovak.

—Ahora a Farstop Siete a por combustible. Descansaremos y estiraremos las piernas. Luego a la Tierra para intentar llevar a cabo nuestra misión.

La Buscadora de Estrellas, en estado latente durante tantos días, volvió pronto a la vida. En unos minutos la punta de la nave se encaminaba hacia una bola marrón y azul verdosa situada a una semana luz de allí. Los tubos de conducción resplandecieron, el campo de inercia se alimentaba de la botella de fusión, y a una aceleración de casi cien mil gravedades estándar la Buscadora de Estrellas comenzó lentamente a alejarse de Farstop; luego marchó hacia delante.