30
Savannah, Georgia
En medio de las antigüedades y los muebles mullidos de su estudio, Judson Esterhazy miraba por una de las altas ventanas que daban a la plaza Whitfield, por la que en ese momento no pasaba nadie. Las palmeras y la cúpula central chorreaban una lluvia fría, la misma que formaba charcos en el pavimento de ladrillo de la calle Habersham. A D'Agosta, que estaba justo a su lado, el hermano de Helen le estaba dando una impresión distinta a la de la primera visita. Ya no tenía la misma actitud campechana y atenta. Su bien formado rostro reflejaba inquietud y tensión. Se le veía desmejorado.
—¿Y nunca comentó que le interesaran los loros, particularmente la cotorra de las Carolinas?
Esterhazy sacudió la cabeza.
—Nunca.
—¿Y el Marco Negro? ¿Nunca se lo oyó nombrar, ni siquiera de pasada?
Otro gesto de negación.
—Acabo de enterarme. Soy tan incapaz de explicarlo como usted.
—Me doy cuenta de que es algo doloroso.
Esterhazy dio la espalda a la ventana. Su mandíbula se movía a causa de lo que D'Agosta interpretó como una rabia apenas controlada.
—Ni la mitad de doloroso que enterarme de la existencia de ese tal Blast. ¿Dice que tiene antecedentes?
—De arrestos, no de condenas.
—Lo cual no significa que sea inocente —insistió Esterhazy.
—Al contrario —reconoció D'Agosta.
Esterhazy le miró.
—Y no solo de chantaje, falsificación y ese tipo de cosas. Me ha hablado usted de amenazas y agresión.
D'Agosta asintió con la cabeza.
—¿Y él también andaba detrás del… Marco Negro?
—Alguien con más ganas de encontrarlo que él, imposible —dijo D'Agosta.
Esterhazy entrelazó con fuerza las dos manos y volvió a mirar por la ventana.
—Judson —dijo Pendergast—, acuérdate de lo que te dije…
—Tú has perdido a tu mujer —dijo Esterhazy por encima del hombro—, yo a mi hermana pequeña. Es algo que nunca se supera, pero al menos puedes llegar a aceptarlo. Pero enterarme ahora de todo esto… —Exhaló un largo suspiro—. Y encima, pensar que pudo tener algo que ver ese criminal…
—De eso no estamos seguros —dijo Pendergast.
—Pero puede estar tranquilo, porque lo averiguaremos —dijo D'Agosta.
Esterhazy no respondió. Se limitó a seguir mirando por la ventana, mientras movía lentamente la mandíbula y su mirada se perdía a lo lejos.