VI

POR FIN, EN CASA

Los días se iban sucediendo uno tras otro. Sebastian no salía prácticamente de su alcoba, del mismo modo que, dado el empeoramiento de Lord O´Neill, tampoco lo hacían los señores.

Aun así, Lori se sentía observada en todo momento. Observada y recluida, ya que desde la llegada de Lord Sebastian no había podido regresar a casa ni un solo día. Únicamente veía a sus hermanos en el patio de forma fugaz y, en alguna que otra ocasión, también a su padre.

Dos golpes secos llamaron a su puerta en el momento justo en que se disponía a irse a la cama.

––¿Quién es? ––preguntó.

––Soy yo, Sebastian. ––Extrañada, Lori se apresuró a abrir la puerta. Ya se había deshecho la trenza y el pelo le caía hasta las caderas.

––Señor, ¿sucede algo?

––Únicamente venía a decirte que mañana me acompañarás a recorrer estas tierras. Lady Violet cree que tú podrías ser mi mejor guía, tanto dentro como fuera del castillo.

––Está bien, señor.

––¿Supongo que sabrás montar a caballo? ––Aunque la pregunta pudiera dar a entender que lo daba por hecho, lo cierto es que no puso mucha confianza en ello.

––Suponéis bien ––afirmó la joven para asombro del joven lord.

––De acuerdo. Nos encontraremos en las caballerizas después de desayunar.

––Está bien, señor. De ese modo ya habremos regresado para la comida.

––Yo no contaría con ello. ––Terminó de decir esto, dando por sentado que volverían tarde, y se marchó.

Lori se vistió con el único traje de montar que tenía. Era de color verde caqui, humilde pero bonito. Se puso unas botas altas negras, se recogió el pelo a media espalda, cogió los guantes gastados de cuero de su madre y salió de su alcoba para dirigirse hacia las caballerizas. No sin antes haber dado un bocado e informado a Lady Violet de las novedades. Primicias que sorprendieron a esta gratamente.

––Buenos días, señor ––dijo al verlo en la entrada de la cuadra, tan solo un instante después de que llegase ella.

––Buenos días, Lori. Dime… ¿has pensado dónde me vas a llevar?

––Había pensado ir hacia el Monte Morel, milord. Desde allí se observa la grandiosidad de vuestras tierras.

Lori sonreía, estaba contenta por ser ella la elegida para tal empresa. Sin duda, su alegría hacía resaltar aún más su belleza. Ello no pasó desapercibido para un Sebastian que la había encontrado deliciosa la noche anterior, con un camisón ancho que apenas escondía su cuerpo y peinada de manera informal con la cabellera cayendo de forma sutil sobre sus senos.

––Mi señor ––dijo Lori, devolviéndolo de golpe a la realidad––. ¿Entramos?

––Por supuesto. ¡Adelante! ––Caballeroso, le cedió el paso.

––Hola Derek ––se dirigió al hombre que se ocupaba de los caballos.

––Hola.

––Imagino que ya conoces a Lord Sebastian. ––Al escuchar ese nombre, Dereck permaneció inmóvil, levantó la cabeza y miró hacia donde este se encontraba.

––¡Sebastian! ¡Ya de vuelta! ––exclamó con cara de felicidad.

––¿Sebastian? ¿Pero cómo te atreves? ¿Qué clase de confianza es esa? ––Lori, alarmada, le reprendió severamente.

––Lo siento. ––Consciente de su error, se disculpó––, es que… yo… ––No fue capaz de articular palabra.

––¡Dereck! Tú eres el muchacho con el que solía jugar, el que siempre lograba zurrarme. El único que lo ha logrado en realidad. ––Lord Sebastian le apuntó con el dedo de forma simpática.

––El mismo, señor ––dijo, recordando aquello que Lori le había dicho con anterioridad.

Los dos hombres comenzaron a hablar sin parar ante el asombro de la joven. Era la primera vez que veía relacionarse a su nuevo señor con alguien que no perteneciera a su guardia. Pronto se sintió excluida de la conversación por lo que decidió esperarlo fuera.

Al poco tiempo, ambos salieron acompañados de Lady, una hermosa yegua blanca, y Twister, un pura sangre negro.

––Gracias, Dereck, por ensillarnos los caballos. Tienes buen gusto. ––Quiso ser agradecida, en un intento por compensar su falta de tacto anterior.

––En realidad, los eligió Lord Sebastian ––dijo con una discreta sonrisa que denotó la ausencia de reproches.

––Pues no cabe duda. Tenéis muy buen gusto, señor. Ni yo misma los habría elegido mejor. Lady es una yegua muy buena y Twister es uno de los mejores caballos que tenemos. Para ser exacta, debería decir que es el mejor de la comarca, muchos caballeros han querido comprarlo pero Lord O´Neill siempre ha rehusado sus ofertas.

––¿Acaso también entiendes de caballos? ––preguntó sorprendido.

––Dereck podría deciros, ya que durante algún tiempo estuve bajo sus órdenes ––asintió a la espera de una confirmación por parte del muchacho.

––Es cierto, señor. Lori es una de las mejores amazonas y cuidadoras de caballos que conozco.

––¡Vaya! ––dijo sorprendido––. ¿Hay algo que no sepas hacer?

––Pues en realidad muchas cosas, señor ––reconoció mientras ambos montaban.

No llevaban mucho trecho cabalgando cuando Sebastian ya había percibido la destreza de la brillante amazona que lo acompañaba. El equilibrio perfecto, la espalda recta, la fusta hacia atrás bajo su brazo, el pelo flotando en el aire al compás del trote de Lady… realmente parecía una dama de alta cuna.

Nora se encaminó hacia las caballerizas. Había aprovechado una visita de Mary para escaparse un rato y poder ver así a Allen.

Una vez en el castillo y, habiendo sido informada de que podría encontrarse en la cuadra, se encaminó hacia ella. Asomó su rubia cabellera por la puerta e inmediatamente pudo verlo sentado junto a un grupo de hombres. ¡Era tan perfecto! Con esos ojos grises y ese cabello largo y negro… Notó que se quedaba sin aliento al contemplarlo y enrojeció al darse cuenta de ello.

Allen, que había percibido su presencia al instante, salió por la otra puerta y se dirigió hacia ella para abordarla por detrás.

Nora, ajena a esto, respiró hondo y volvió a mirar en el interior, sin embargo ya no pudo verlo. De pronto, percibió que había alguien tras ella. Estuvo a punto de gritar cuando notó una mano en su hombro pero, al girarse, pudo comprobar que se trataba de él.

––¿Qué demonios haces aquí? ––preguntó el joven.

––Me has asustado. ––La muchacha le amonestó, volviendo a enrojecer al sentirse descubierta.

––Te lo mereces por observarme en silencio, ahora dime… ¿a qué has venido?

––He venido a hablar contigo. Sobre mi padre ––añadió.

Al oír esas palabras, Allen se tensó de inmediato.

––Me han dicho que ha vuelto por aquí. Y quería saber si era cierto. Ha de saber que mi madre…

––Yo no he tenido noticias de su regreso.

––Estoy asustada, Allen.

––No debes preocuparte, Nora. Nosotros os cuidaremos.

Ante ese derroche de apoyo y protección, Nora sintió deseos de abrazarlo pero, por motivos obvios, se contuvo.

––Has hecho bien en avisarme, estaré pendiente por si hay alguna novedad. Ahora vuelve a casa, no deberías estar aquí.

––Está bien, así lo haré. ––La joven se despidió.

Allen no esperó a ver cómo se alejaba. Regresó junto a sus compañeros y tomó asiento al lado de su hermano.

––¿Problemas? ––Supuso al ver su cara de preocupación.

––Nora. Le han dicho que su padre puede estar por aquí.

––Habremos de mantener los ojos abiertos. ––Ambos hermanos intercambiaron una mirada de complicidad.

Lori y Sebastian llegaron a la cima de la montaña. Desmontaron y ataron a un árbol a sus respectivos caballos.

––Pasando aquella montaña se extiende un hermoso prado verde. —Comenzó a decir Lori––. Allí es donde Albin lleva a pastar a todos nuestros animales. Al principio eran pocos pero con el paso del tiempo hemos llegado a tener una cantidad considerable. Todas las agrupaciones de cabañas se hicieron hace más de cuarenta años, cuando Lord y Lady O´Neill llegaron a estas tierras. Hasta entonces no era más que una pequeña colonia de unas veinte personas, ahora en cambio somos casi doscientos los que vivimos en la región. Desde aquí también podéis ver parte de las caballerizas y el patio de armas y, si os esforzáis un poco, podréis ver la parte de atrás donde está el ganado ––expuso, señalándole con la mano y aproximándose a él para guiarlo. Acto seguido, se dio la vuelta y se dirigió hacia el otro lado––. Todos esos campos también son vuestros, señor. Allí es donde cultivamos lo que comemos. Gracias a Dios, no necesitamos a nadie, nos abastecemos solos. Este año las rentas por los víveres han aumentado y vuestro saldo ha crecido considerablemente ––dijo Lori, concluyendo su explicación con una sonrisa.

––¿Cómo sabes todo eso? ––De donde él venía, una sirvienta se limitaba a tareas propias del castillo como la limpieza, la cocina y demás. ¿Qué pasaba entonces con esa muchacha?

––Desde que era pequeña he estado subiendo a esta colina para observarlo todo con mis hermanos. Incluso a veces me escapaba y subía yo sola. Albin respondía a todas mis preguntas, y puedo deciros que no preguntaba poco ––dijo, enarcando las cejas––. También Lady Violet me explicó muchas cosas cuando entré a formar parte de su séquito.

Lori permaneció callada un instante sin dejar de mirar hacia el horizonte.

––¿Por qué se le llama Monte Morel si apenas es una colina? ––Sebastian rompió aquel silencio.

––Forma parte de una leyenda, ¿se la cuento, señor?

––Por supuesto. ––Él, cada vez parecía más cercano. O al menos eso sentía a ella.

––Según cuentan los antiguos escritos… bajo nuestros pies se halla una cueva subterránea en la que vivía un hombre que atemorizaba a toda la población. El hombre, llamado Minal, tenía una mujer muy enferma y una niña pequeña. Un mago le prometió curar a su esposa a cambio de su hija y él aceptó, de forma que cuando esta cumpliera los catorce años se iría a vivir a casa del mago. Leya, que así se llamaba la muchacha, consciente de su destino, huyó hacia el norte de las tierras una vez su madre estuvo curada. Allí, en medio del bosque, conoció a un joven llamado Morel. Minal pensó que el gran mago se enfadaría y mataría a toda la familia, sin embargo y para su sorpresa, eso nunca llegó a ocurrir. Cierto día, pasados los años, Leya salió de casa y se adentró en el bosque. Para su sorpresa, descubrió a su esposo y su padre conversando amigablemente por lo que se escondió a la espera de descubrir qué tramaban. Oyó cómo su padre decía que si ya no la quería, podía devolverla a lo que el esposo respondió que bajo ningún concepto se alejaría de ella. La hechizaría para siempre antes de dejarla marchar. Leya no podía creerlo, ¡su marido era el hechicero! Fue entonces cuando empezó a comprender, su familia habría estado bien siempre y cuando ella permaneciera con él. Esa misma noche, una vez su esposo se hubo dormido, Leya salió de la casa para no regresar nunca más. Varios días después, su madre desapareció. Nadie sabe qué pudo pasar aunque mucha gente dice que ella la rescató. Fue entonces cuando Morel, furioso y afrentado, hechizó a su padre dejándolo atrapado en su aspecto de entonces durante doscientos años de soledad. Desde entonces, esta colina se llama monte por la magnitud de los hechos y se supone que esa cueva, grande y oscura, sigue encantada.

––Es una extraña leyenda. ––Arqueó las cejas.

––¿Acaso no lo son todas, señor?

––Sí, supongo que sí. ––Se encogió de hombros.

Allí conversando con él de forma distendida no parecía tan serio, pensó la muchacha. Sencillamente podría pasar por un muchacho más, un chico solo un poco mayor que sus hermanos.

––Y ¿aun así tú venías aquí de pequeña? ––Quiso saber él. No parecía temer a nada aquella extraña muchacha.

––Sí. A decir verdad, me hubiera gustado encontrarme con ese hombre. De ese modo, podría haber preguntado cosas que todos desconocían.

––Eres muy curiosa. ––Sonrió por vez primera.

––Lo era de pequeña, señor, al menos eso dice mi padre.

Ambos callaron por un momento. Sebastian en un intento por mantener el ritmo ameno de la conversación, le informó de algo personal, aquel día era su cumpleaños.

––¡Oh! ¡Felicidades, milord! No he sido informada. ––En vez de tomarlo como un tema más de conversación, Lori asumió tal falta como un reproche.

––Lo imagino. No te preocupes. Tú no eres quien debería haberme felicitado.

––Entiendo que vuestras palabras van dirigidas hacia Lady Violet, señor. Pero quizá no lo haya recordado. Habéis de saber que vuestra madre ha sufrido mucho. No debéis tenérselo en cuenta.

––¿Y lo dices tú que disfrutas de todo su cariño?

Lori se sintió un poco intimidada.

––Tranquila, ya estoy acostumbrado. ––Resolvió no contarle nada más acerca de su vida. Quizá se había excedido, mostrándole sus emociones a esa niña malcriada.

Pasaron muchísimo tiempo sentados en el suelo, hasta que decidieron volver al castillo. Durante el viaje de vuelta, ninguno intercambió una sola palabra.

Esa misma noche, durante la cena, se sirvió una tarta en honor a Lord Sebastian. Había sido Lori quien, haciendo ver que era idea de Lady Violet, había dado orden a Ada de prepararla.

La señora aprovechó tal contingencia para ofrecerle a su hijo, una vez a solas, un baúl con todos los regalos adquiridos para él en cada uno de sus cumpleaños. Al ver aquello, Sebastian, el rudo muchacho con aires de gran señor, se derrumbó de inmediato. Había supuesto tantas veces que ni se acordarían de él, que no supo cómo reaccionar. La mujer le hizo ver entonces cómo lamentaba tantos momentos perdidos, cómo extrañaba su linda sonrisa, cómo sufría su amarga ausencia… Le hizo comprender que no poder disfrutar de su cariño, la había convertido en una vieja amargada, incapaz de llevar su casa. Sebastian, que permanecía inmóvil frente a su madre, comprendió entonces que ella solo había sido otra víctima de su padre. Supo que no aguantaría mucho más tiempo, viendo el rostro de su madre bañado en lágrimas. Por fin tuvo la sensación de estar en casa, así pues, se acercó a ella y rodeándola con sus brazos le susurró al oído…

––Madre, he vuelto.

La escena entonces fue realmente hermosa. El muchacho por fin sentía ese calor que tanto había echado en falta y la mujer deseó detener ese momento para siempre. Por fin tenía a su hijo en sus brazos. Los años perdidos ahora carecían de importancia. El futuro se abría ante ellos, un futuro común.

Tras una larga y cariñosa charla entre madre e hijo, Sebastian salió de la sala dejando sola a una Lady Violet radiante y feliz. Esta se dirigió inmediatamente a la cocina en busca de Lori, la culpable de su felicidad. Se acercó a ella con lágrimas en los ojos y, acariciando su barbilla con ternura, la premió con un delicado beso maternal.

Dean, Ada y la misma Lori abrieron los ojos como platos ante tal despropósito.

La mujer, obviando aquellas caras de incredulidad, prendió sobre el escote de Lori un hermoso broche de oro tallado con el escudo de la familia O´Neill. No halló mejor manera de agradecerle el detalle de la tarta que había propiciado el acercamiento entre su hijo y ella, que regalándole algo de la familia a la que acababa de unir. Sin duda, estaría en deuda con ella para siempre.

Ada cogió a Dean, tiró de ella y ambas salieron al corral. Aquella era una escena en la que sobraban. Fue en ese preciso momento cuando la segunda no pudo disimular más. Lori era un obstáculo constante y permanente para su ansiado ascenso. Siempre pendiente de todo, siempre tan correcta, siempre complaciente y, por supuesto, siempre bajo el amparo de la señora.

En cuanto ambas quedaron en la cocina a solas, Ada informó a Lori de los sentimientos de celos que sentía Dean hacia ella, pues a su parecer Lori debía tomar medidas oportunas y evitar así conflictos posteriores.

La muchacha, sin embargo, no tomó represalia alguna contra la sirvienta. En su defecto, la propuso a la señora para un ascenso. A su modo de ver las cosas, puede que Dean tuviera razón y que la extrema predilección que Lady Violet sentía por ella le impidiera ver más allá, perjudicando así a sus compañeras.

Así pues, siguiendo instrucciones de su doncella una vez más, Lady Violet solicitó la presencia de Dean y esta fue ascendida a ayudante de cámara. Eso sí, bajo expreso deseo de Lori… tal decisión había sido únicamente de Lady Violet. Eso la excluía de parecer débil ante ella.

Aprovechando que su señora estaba entrevistándose con Dean, Lori fue a ver a sus hermanos antes de que se marcharan.

––Hola chicos. Necesito que me ayudéis.

––¿Qué has hecho ahora? ––Los muchachos se alarmaron de inmediato.

––Tranquilos, no he hecho absolutamente nada. ––La muchacha hizo un mohín. Era increíble la poca confianza que tenían en ella––. Solo quiero saber qué se le puede regalar a un hombre ––indicó, dejando en el acto petrificados a sus hermanos.

––¿Perdón? ¿A qué hombre? ––preguntó Gabriel preocupadísimo.

––Acaso tú… ––Allen no se atrevió a continuar.

––¿Yo qué? ––Lori lo miró irritada.

––Tú… ––dijo, dándole a entender que temía que hubiera tenido contacto masculino.

––Por supuesto que no. ¿Cómo puedes pensar eso?

––Bien, bien ––dijo Allen calmándose.

––¿Para quién es el regalo? ––preguntó Gabriel, yendo al grano.

––Es para Lord Sebastian.

––¿Para Lord Sebastian? ––Allen se asombró––. ¿Por qué motivo?

––Porque hoy es su cumpleaños y quiero agradecerle lo que hizo por mí. Además estoy contenta, Lady Violet me ha premiado por mi trabajo al servicio de su hijo. ––Eufórica, les mostró el broche––. Además, ya va teniendo más confianza en mí. Hoy le he acompañado a que viese todas sus tierras y...

––¿Pero… pero por qué lo has acompañado tú? ––preguntó Gabriel incrédulo––. ¿Acaso no hay hombres en estas tierras, dispuestos a servirle? ––se quejó.

––¡Respondedme y marchaos! O se os hará tarde.

––¿No será que quiere aprovecharse de ti? ––Allen no veía aquello muy claro.

––¡Allen! ¿Cómo puedes decir eso?

––¡Una daga! ––dijo Gabriel.

––¿Cómo? ––preguntó Lori.

––Una daga. Regálale una daga. Así tendrá con qué defenderse como no se porte contigo como un caballero.

––¡Estupendo! ––La muchacha ignoró las últimas palabras de su hermano––. ¿Quién puede tener una?

––Pregúntale al herrero.

Dicho esto, desapareció en el acto.

––Quizá nos preocupamos demasiado ––dijo Gabriel.

––De eso nada. Me inquieta que haya un hombre en el castillo merodeando a nuestra hermana. Por muy señor nuestro que sea. No lo conozco y no sé de qué pasta está hecho.

Lord Sebastian, habiendo decidido instalarse de forma permanente en su nuevo hogar, informó a su madre de ello. Había enviado ya a sus tierras un emisario para conocer el estado de su gente y traer a las familias de los hombres que lo acompañaban.

Al escuchar aquello, Lady Violet esbozó una sonrisa de felicidad.

Según su hijo no iba a ser mucha gente, pero lo que importaba de verdad era lo que aquello significaba. Tal y como le había augurado Lori, su hijo había decidido lo que parecía tan lejano.

Sebastian solicitó algunas cabañas para los suyos, así como loza y ropa hogar.

––Hijo mío, estás en tu casa. Puedes hacer cuanto te plazca, cuentas con mi apoyo en todo lo que decidas. Pide ayuda a Lori.

Él asintió gustoso, para entonces ya sabía que la muchacha estaría a la altura.

––¿Para cuando dices que los esperas?

––Para dentro de un par semanas, aproximadamente.

––Bien, estaremos preparados.

––También he pensado invitar a Lord Donnald De Sunx. A él le debo todo lo que soy y quiero que vea mi nuevo hogar. Creo que lo avisaré hoy mismo.

––¡Donnald De Sunx! Me parece una idea excelente. Desde que su mujer falleció y sus hijos desaparecieron no hemos vuelto a verlo. Bien… ––Cambió de tema––. Supongo que esta es otra de las tareas que hemos de encomendar a Lori.

––¿No le pedimos demasiado a esa joven, madre?

––Puede que tengas razón. Pero ella es mi mayor apoyo. Además, cada nuevo cargo supone para ella un gran reto. Nunca ha tolerado que la dejemos al margen de sus tareas por mucho que la sobrecarguemos ––dijo Lady Violet, saliendo de la habitación y dejando encargo al mismo Sebastian de informarla.

Leo escuchó toda la conversación en silencio.

––Una chica así es lo que os convendría a vos ––murmuró, convencido de que necesitaba de compañía femenina para endulzar su carácter.

––Tal vez sí, pero no para casarme ––sentenció, dirigiéndose hacia el salón grande.

Llevaba un rato acostada, cuando llamaron a la puerta. La tisana que había tomado para aliviar su jaqueca la había dejado tan relajada que se había echado sin desvestirse siquiera. Abrió los ojos de inmediato e instintivamente pensó en Sebastian.

––Ya voy ––dijo mientras se calzaba––. Ya voy. ––Se miró al espejo y comprobó cuán palidecida estaba. Pellizcó un poco sus mejillas para que parecieran un poco más sonrosadas y, acto seguido, abrió la puerta.

––Siento molestarte tan tarde.

––No os preocupéis. Estaba despierta

––Estás un poco pálida ––dijo pasándole la mano por su cara.

Aunque había de reconocer que su caricia le había sabido tan dulcemente que hubiera deseado que el tiempo se detuviera para ella, Lori no pudo evitar pensar en sus hermanos. Quizá no andaban tan desencaminados y tenían razón al pensar que Lord Sebastian se tomaba demasiadas confianzas con ella.

Cuando este advirtió los temores de la muchacha, separó su mano lentamente. ¿Cómo es que esa mujer lo perturbaba tanto? Nunca le había dicho a nadie lo que pensaba o no hacer, sin embargo, desde que había llegado a ese lugar se veía haciendo eso mismo una y otra vez. ¿Qué influjo ejercía sobre él? ¿Tendría algo que ver con la forma en que la deseaba en su cama? ¿Con el deseo con el que había posado su mirada en ella al verla en camisón? ¿Con cada momento que había imaginado cada parte de su cuerpo? ¿Serían esos hermosos ojos grises que siempre parecían estar mirándolo con deseo? ¿O tal vez esos jugosos labios rojos que deseaba besar cada día? Sí, efectivamente esa mujer lo estaba perturbando más que ninguna otra en su vida.

––Venía a comentarte una cosa. ––Utilizó un tono seco a modo de coraza––. Dentro de dos semanas a lo sumo, vendrán ocho o nueve familias a vivir dentro del recinto amurallado. De modo que me gustaría que te encargaras de arreglar sus cabañas para que cuando lleguen puedan acomodarse rápidamente. Además, nos visitará también un hombre muy importante al que quiero que se trate como si fuese el mismísimo dueño de estas tierras. No permitiré ningún error por parte de nadie a ese respecto.

––¿Puedo saber de quién se trata, señor?

––No es asunto tuyo. Tú limítate a hacer lo que te he ordenado. ––Hizo ademán de marcharse pero Lori lo detuvo.

––Señor… espere.

Entró apresuradamente en su alcoba y, volviendo enseguida, alargó ambos brazos con un pañuelo que contenía algo en su interior.

––Esto para vos. Vuestro regalo de cumpleaños.

––¿Mi regalo de cumpleaños? ––Asombrado, lo tomó.

––No creí conveniente dároslo en la cena, ante Lord Bryan y Lady Violet. Ya sé que está fuera de lugar, pero quería agradeceros lo que hicisteis por mí.

––Bien ––dijo, marchándose rápidamente antes de hacer nada de lo que pudiera arrepentirse.

Lori, desconociendo los pensamientos de Sebastian, quedó un tanto desconcertada. Puede que no mostrara entusiasmo por el detalle pero… se merecía una simple sonrisa, un gesto al menos.