XIX

SENTENCIA DE MUERTE

Aquel que amanecía iba a ser un día especialmente complicado para la familia De Sunx. Si bien era cierto que todos sus miembros habían acatado la sentencia de muerte para una de ellos, para algunos resultaba menos dolorosa que para otros.

Justo al alba ya comenzaban a escucharse todo tipo protestas y siseos hacia los traidores que, resignados, aguardaban su ejecución.

Sebastian se levantó lo suficientemente pronto como para visitar a su prometida en su alcoba. De este modo la acompañaría. Deseaba mirar esos ojos grises e infundirles confianza y fuerza en unos momentos tan delicados como aquellos.

Ahora que estaban juntos, nada ni nadie podría separarlos. ¡Tenían tanto en común! Resultaba hasta irónico que ambos hubieran perdido el amor de sus padres desde pequeños. Y aunque ella sí podía decir que había tenido una infancia feliz, él se había convertido en un hombre desprovisto de amor al que el cariño de su madre ausente o su tía enferma le fue negado prematuramente. Había tenido que perderla para reconocer el amor que sentía por ella.

Ella, complacida al sentirse observada por él, se colocó enfrente, levantó la cara y de puntillas logró darle un beso. Uno pequeño y dulce al que Sebastian no supo reaccionar.

Lori sabía que aquello no estaba bien pero no parecía importarle demasiado, tampoco a él que deseaba besarla a toda costa.

Cogidos del brazo, se presentaron en el salón grande donde toda la familia esperaba nerviosa a que su señor diera permiso para salir al patio. En él tendrían lugar en breve, ambos juicios.

Lord Donnald, ataviado con una enorme túnica de color gris que le llegaba a los pies, por fin dio la orden.

En estricta comitiva, todos se dirigieron hacia el exterior en el orden correspondiente, primero los hijos varones, luego Lori, detrás de ella Iselda y, por último, los demás invitados.

Al llegar a la gran tarima, preparada para la ocasión, se colocaron cada uno en su sitial. Lord Donnald y sus cuatro hijos mayores en la primera fila y el resto tras ellos.

Todo el mundo entró deprisa para poder coger un buen lugar en el que no perdiera detalle: juicio, sentencia y ejecución.

Lord Donnald elevó la voz para que se diera paso a los presos.

Lady Violante, presa del pánico, imploraba en silencio desde la arena mientras todo el mundo gritaba su traición. Guiric, sin embargo, parecía no temer a nada ni a nadie.

A excepción de Iselda, todos los hermanos allí presentes, llevaban ese día, en señal de afrenta, la espada envainada en su cinto. Lori, en su lugar, portaba una discreta pero letal daga, obsequio de Owen hacía ya algunos años.

Los dos permanecieron en pie mientras el señor relataba ante la muchedumbre todo lo ocurrido con detalle. Quería que todo su pueblo conociera el motivo de aquel justo castigo, pues no era él muy amigo de juicios y sentencias.

Lord Donnald acabó su discurso y absolutamente todos estallaron en una gran algarabía al grito de traidores y asesinos. Venerando como veneraban a Lady Rona De Sunx, todo el mundo ya odiaba a los dos presos para cuando el dolido lord tomó asiento de nuevo.

––¿Qué habéis de decir ahora que todos conocen los hechos?

––¡Piedad, mi señor! ––Violante imploró a su esposo un último acto de bondad.

––¿Piedad de vos? ––La miró con repulsión––. ¿Qué piedad podría yo tener con quien destruyó mi familia?

––Señor ––suplicó la mujer––. He sido fiel a vos durante todo este tiempo…

––Pero no lo fuisteis a vuestra señora ––bramó enfurecido.

––Os he dado dos hijas ––apeló a su última oportunidad.

––Dos hijas que a partir de hoy no volverán a tener madre alguna ––zanjó––. Y ahora decidme, ¿cómo os declaráis? ¿Culpable o inocente?

––¡Culpable! ––comenzó a gritar todo el pueblo, allí reunido.

––Culpable, señor ––acabó diciendo Violante, sin poder hacer nada más.

––¡Quedas desterrada para siempre! No volverás a poner un pie en mis tierras. A partir de ahora vivirás por ti misma, eso será para ti peor que la misma muerte ––sentenció, mirando a Iselda, que agradeció enormemente el sacrificio de su padre.

Lori, angustiada al ver las lágrimas de su hermana, disculpó a su padre por perdonarle la vida a la asesina de su madre.

Violante, por su parte, agachó la cabeza y permaneció visiblemente sumisa mientras su esposo se encargaba del otro traidor.

––Guiric. Ha llegado tu turno. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?

––No, señor. Nada ––dijo, provocándolo con una sonrisa irónica.

––¿Por qué sonríes, desgraciado? ¿Acaso no sabes que te aguarda la muerte?

––No señor, no es ese mi destino. ––¡Tan desleal podía ser aquel que por tanto tiempo había considerado uno de sus mejores hombres!

––¿Qué quieres decir?

––¡Ahora! ––gritó sin más.

Al grito de Guiric, sus guerreros se levantaron en armas y comenzaron una encarnizada lucha a muerte. Uno de ellos, presto, se acercó al preso y desató las cuerdas que lo retenían.

Veinte guerreros de Lord Sebastian, que flanqueaban el exterior de la fortaleza, entraron de inmediato como apoyo a su noble anfitrión, al advertir el levantamiento.

Guiric saltó de las gradas justo en el momento en que cinco de sus hombres se aproximaban a él y le proveían de su espada. Gabriel y Allen no tardaron un solo instante en desenfundar las suyas, al igual que hicieran todos los fieles a su señor.

El traidor comenzó a dar uso a su espadín, aguijoneando a todo aquel que se interponía en su camino.

Lord Donnald corrió hacia la garita más alta de los vigías, donde poder divisar todo el asalto y poder así dar respuesta. A su paso, varios traidores perecieron bajo su espada al intentar detenerlo.

Pese a haber tenido un buen entrenamiento militar, el asombro hizo que los hombres de Lord Donnald quedaran perplejos. Para sorpresa de este, pudo contemplar cómo perecían ante cualquier embestida.

Ya había matado a cinco de sus compañeros de armas cuando Lady Violante pidió a su compañero traidor que la soltara y ayudara a escapar. Este hizo caso a la mujer aunque su intención real no fuese cargar con ella.

La lucha proseguía y, desde el altillo, Lori contemplaba cómo muchos de los hombres de su padre caían sin remedio mientras Sebastian impedía que el número aumentara.

Todas las mujeres corrieron hacia el interior del castillo mientras Iselda se consumía por la desesperación. Fue una doncella quien, cogiéndola por la cintura, la condujo dentro.

Sebastian, temiendo que su amada pudiera resultar herida, le gritaba que se pusiera a salvo mientras hacía cuanto podía por ayudar a sus hermanos. Lori sin embargo no era persona que huyera, por el contrario, permaneció allí contemplando en estado impávido cada movimiento de la prisionera.

En tan solo un instante y, viendo cómo empuñaba la espada de un caído, decidió ir en su búsqueda y evitar más sangre derramada por sus manos. Dio un salto desde el gran podio en el que se hallaba y rápidamente corrió hacia ella.

Lady Violante, al ver sorprendido su intento de ataque, no dudó en tomar la iniciativa y asestar a Lori un golpe con el mango, que esta encajó en su mandíbula. La traidora se puso en estado de alerta y la joven empuñó la espada con fuerza en dirección hacia ella. Así pues, el arma de la que Lori se había provisto, se dirigía hacia ella con gran destreza. Vio en esa mujer a la asesina de su madre y supo que había de pasar a mayores. Tan absorta como estaba en la lucha, no percibió un socavón ante ella que le hizo perder el equilibrio. Hecho que su rival aprovechó para hacerle un profundo corte en el brazo izquierdo. Un grito de la joven estremeció a la mayor parte de los que estaban a su alrededor. Como pudo, se levantó. Violante vio la ira en sus ojos y fue entonces cuando sintió verdadero pánico. Su mirada la alertó, su muerte era inmediata. Lori, cuyo vestido estaba hecho trizas, se alzó rápidamente y se dirigió hacia ella. Como fuera, había de vengar a su madre.

Gabriel, habiendo blandido su espada en tres fieles al traidor, uno tras otro, se encaró rápidamente con el mismísimo Guiric cuando, en el fragor de la batalla, pudo divisarlo en el último tramo antes del portalón. Enfurecido ante su inminente escapada, corrió hacia él tan rápido como sus pies le permitieron y, escuchando una blasfemia por parte del acosado, obtuvo inesperado rival. Para cuando este vio que su oponente no era otro que el primogénito, se empleó a fondo en un intento por vengarse. Si no podía acabar con el que había sido su señor, al menos mataría a su heredero. Gabriel, sin embargo, se presentó ante él sonriendo, lo tenía a su merced, sabía que podía acabar con la vida de esa insignificante sabandija en cuanto se lo propusiera. Lo había visto luchar muchas veces y sabía que su más sencillo entrenamiento valía más que la lucha más sangrienta de aquel ser inmundo. Sin embargo, ajeno a este dato, el infame empuñó su espada lo más fuertemente que pudo y asestó un gran golpe que los grandes reflejos de Gabriel hubieron de contener. La lucha entonces duró poco pues el joven noble atravesó con su espada el cuerpo de aquel ser nauseabundo que un día decidió su destino.

Una vez libre de oponente alguno, hizo presión en el tronco de aquel ser inerte y extrajo de él su arma, testigo de muerte. Seguidamente, se reunió con su hermano y este le indicó que observara la destreza de su hermana con la espada, pese a que como mucho había practicado con la daga que todavía llevaba en el cinto de su vestido roto.

Los movimientos de Lori eran precisos, su cuerpo parecía estar en perfecta sintonía con su espada.

En uno de los giros necesarios para la lucha, los dos hermanos advirtieron el profundo corte de su brazo y del que manaba abundante sangre. No dudaron entonces en tomar el relevo de la lucha al intuir que se estaría debilitando a un ritmo bastante rápido. Ambos corrieron hacia ella pero esta, alzando la mano levemente, estableció una distancia entre ellos. Asió la espada con fuerza y dio dos golpes certeros en la hoja de la otra mujer.

Violante se percató de que Lori se debilitaba y atacó con mucha más ferocidad que al principio. Puede que no fuera diestra pero sí astuta, a eso no la ganaba nadie. Tomando la iniciativa, embistió en ese momento la traidora. Algo que pilló a la muchacha desprevenida, provocando que su espada saliera disparada hacia el suelo y lejos de ambas. La mujer pensó de inmediato que la victoria ya era suya, el rostro empañado en sudor y la respiración forzada de su oponente así se lo indicaban. Se engrandeció ante los hechos y con una gran sonrisa en los labios, al saberse ganadora, pensó que había llegado el momento de su venganza. La muerte de la hija de Lady Rona saldaría su deuda. Levantó la espada y la puso justo ante su oponente ahora desarmada. Lentamente la acercó a su cuello y, mientras los hermanos de esta se encaminaban hacia ella en una carrera a muerte, apoyó su filo en el cuello de Lori y susurró su sentencia. ––Morirás a manos de la mujer que mató a tu madre. ¡Muere! Muere y paga mi deuda con el mundo que yo pagaré la tuya lejos de este lugar––. Lori sintió todo el resentimiento que albergaba en su interior y, aprovechando una distracción suya previa a que acuchillara su cuello, sacó la daga de su cinto, la lanzó y la clavó en el pecho de la mujer con rápidos movimientos. Ello le causó una muerte inmediata. Sus hermanos, ya a muy escasa distancia de ella, se detuvieron en seco aliviados.

Inmediatamente después, cuando el peligro ya había desaparecido, cayó desplomada.

––Dios mío ––dijo Gabriel.

Allen rasgó el vestido de su hermana y comprobó la herida.

––¿Es muy profunda? ––preguntó Gabriel, preocupado.

––Está perdiendo mucha sangre.

En ese momento Sebastian, que llegaba desde el exterior de la torre donde había detenido a cuántos pretendían huir, la vio tendida en el suelo, sangrando y sin consciencia. Su mundo se vino entonces abajo.

––¡Oh, Dios mío! Lori… ¿Qué ha ocurrido? ––acertó a preguntar, aterrado.

––Tenemos que llevarla dentro ––dijo Allen.

––¿Cómo se os ocurre dejarla sola, maldita sea? Podrían haberla matado ––rugió.

––Pero no ha sido así ––dijo Gabriel.

––Hay que cortar la hemorragia cuanto antes. ––Las palabras de Allen no apoyaron en absoluto las de su hermano––. Se está desangrando. ¡Vamos dentro! ¡Ahora! ––rugió, rasgando su propia camisa y usándola a modo de compresión.

Sebastian, sin perder un solo instante, se agachó, la tomó en brazos y salió disparado en una carrera a la desesperada contra la muerte.

Seguido por los hermanos de la muchacha, corría escaleras arriba. Abrió la puerta de la alcoba de una patada y la dejó sobre la cama muy despacio. Su rostro, pálido y ojeroso, indicaba la gravedad de la situación. Sebastian se temió lo peor.

Iselda y Nora, alertadas por los alarmantes gritos de los muchachos, se presentaron de inmediato en la alcoba.

––Apartaos, vamos a desvestirla. ––Nora tomó la iniciativa.

––¿Qué ha pasado? ––preguntó Iselda preocupada a su hermano.

––Tu madre y ella han luchado a muerte.

––¡Dios! ¿Eso se lo ha hecho ella? ––Iselda supo leer entre líneas y, aunque le dolía profundamente la muerte de su madre, se consoló a sí misma pensando que al fin dejaría de hacer daño a su alrededor. Solo esperaba que no fuese demasiado tarde para su hermana.

––Pues claro. ¿Qué esperabas? Cuando uno lucha se arriesga a algo así. ––Allen pagó con Iselda su nerviosismo.

––No, yo creí...

––Si vais a ayudar, hacedlo. Si no… fuera los dos. No tenemos todo el día ––zanjó Gabriel que veía aquella discusión fuera de tono. Ni había necesidad de ella, ni aquel era el momento.

––Será mejor que salgáis de aquí ––le secundó Nora.

––No, nos quedamos con ella ––coincidieron ambos.

––Salid al menos hasta que la hayamos desvestido. Una vez la cubramos con las pieles, podréis entrar a curarla.

Aún no había terminado de decir esto y Sebastian, ignorándola, ya estaba rasgando el vestido. Bajo ningún concepto iba a perder tiempo en tonterías. Lo único que quería era salvarle la vida a toda costa.

––Respira con dificultad. ––Las palabras de Gabriel fueron un mazazo para todos.

––Por favor, ayudadla ––imploró Nora con lágrimas en los ojos––. No dejéis que se vaya.

––Gabriel. ––Allen, un poco más experimentado que el resto en cuanto a primeras curas, tomó el mando––. Tráeme toallas limpias y un caldero con agua caliente, deprisa.

Mientras, Sebastian retiraba el improvisado apósito que medianamente contenía la hemorragia.

––¡Es muy profunda! ––Aterrado miro a Gabriel.

Ambos muchachos vieron el pánico en el rostro del otro.

Allen se entretuvo lo suficiente como para limpiar bien la herida, de nada serviría cortar aquella profusa hemorragia si una vez cerrada se infectaba.

Cuando creyó oportuno, Sebastian proporcionó a Allen aguja e hilo con los que suturar. La experiencia adquirida entre sus camaradas le sirvió para coser las diferentes capas de aquella herida, desde el hueso hasta la piel.

Una vez pasado el peligro inminente de hemorragia masiva, unos a otros se miraron en silencio y respiraron hondo, sin embargo y aunque era pronto para decirlo, el sudor frío que Lori padecía no indicaba nada bueno.

Para su comodidad, las mujeres le pusieron su camisón. Después, todos mantuvieron silencio para dejarla descansar.

La tarde iba avanzando y tanto Sebastian como Allen y Gabriel no abandonaron ni un solo instante la cabecera de la muchacha. Tampoco Iselda y Nora que no dejaban de ponerle compresas en la frente.

A Lord Donnald, sin embargo, no le fue posible visitar a su hija debido a la rebelión sufrida con anterioridad. Sus obligaciones al mando de la guardia le requerían con prioridad. Aunque, enormemente preocupado por el estado de su hija, un guardia le informaba de tanto en tanto de los cambios sufridos por ella.

Temiendo que aquella herida, tan próxima al hueso pudiera estar infectándose, los tres muchachos no eran capaces de articular palabra alguna. La observaban con meticulosidad, cada movimiento, cada gesto, cada gemido. Su cuerpo blanquecino por la falta de riego brillaba como el nácar, su rostro bañado por diminutas gotitas de sudor centelleaba sin descanso y su alta temperatura alertaba de un riesgo inminente.

––Su estado se está agravando. ––Los hermanos comprobaron cómo a Sebastian le brillaban los ojos al decir esto––. Necesita ayuda Allen. He visto cómo la curabas. Tú has de saber cómo detener la infección.

––Pero yo no conozco nada de hierbas ni de ungüentos ––se lamentó––. Solo sé un poco de heridas de guerra. Mis conocimientos en enfermedades son limitados por no decir nulos ––terminó mirando a su hermano.

––¡Patty! ––exclamó Iselda––. Ella sabe mucho de eso. Aprendió hace tiempo de una comadrona a la que ayudaba.

Dicho esto, la muchacha salió corriendo en su busca.

En un breve espacio de tiempo, ya estaba de regreso en la alcoba, acompañada de su doncella personal.

Los muchachos le explicaron rápidamente el estado en que Lori se encontraba y esta, dadas las necesidades inmediatas de la enferma, indicó a los hermanos y a Sebastian qué plantas necesitaba para ayudarla.

Con la convicción absoluta de que solo de ese modo podrían salvarla, acompañado cada uno de un guardia que le guiara en aquella comarca aún desconocida para ellos, los tres muchachos abandonaron rápidamente la alcoba en una súbita estampida.

Allen había sido encargado de buscar tomillo con el que evitar un posible enrojecimiento de la cicatriz que diera paso a una dermatitis primero y una posible infección después. Gabriel de conseguir caléndula para evitar la inflamación y ayudar a la cicatrización. Y Sebastian… Sebastian removería cielo y tierra en busca de corteza de sauce con lo que le bajarían la fiebre y ayudarían a la coagulación de la sangre.

Afortunadamente Patty sabía dónde crecía cada una de ellas y eso minimizaría mucho el tiempo de búsqueda. Solo esperaba fervientemente que los tres muchachos no tardaran demasiado en regresar.

Mientras tanto, preparó agua caliente y cuencos donde trabajar las raíces y plantas.

Iselda, en su afán de sentirse útil, la acompañó para ayudar en lo que fuera menester.

Fue justo en ese momento cuando Lori abrió los ojos. Nora, como cabía esperar de ella, la velaba junto a su cama.

––¡Al fin despiertas! ––Las lágrimas no tardaron en acudir a sus hermosos ojos azules.

––¿Qué ha pasado? ––preguntó con voz débil. ––No recuerdo nada. ¡Ah! ––Se quejó debido a un gran dolor, al intentar girarse hacia ella.

––¡Para! No debes moverte ––dijo, mullendo su almohada.

––¿Qué me ocurre? ––susurró.

––Hubo una lucha y te hirieron. ––Nora no creyó conveniente darle más detalles.

––¡Oh, Dios! ¡Los chicos! ¿Están todos bien? ––Preocupada, intentó en vano incorporarse en la cama.

––No te muevas te he dicho ––la reprendió––. Los chicos están bien, no debes preocuparte.

––¿Me lo prometes? ––Quiso asegurarse.

––Te lo prometo. Y ahora descansa. Has perdido mucha sangre.

––¡Dios mío! Violante… ––recordó lo ocurrido y pensó en su hermana. ¿Cómo iba a poder mirarla a la cara?––. Iselda jamás me perdonará ––susurró con la mirada perdida.

––Sí, Lori. Lo hará. O mejor dicho, lo ha hecho ya. Es ella quien ha propiciado que ellos salgan en busca de tu cura.

––¿Dónde está? He hablar con ella. ––Su voz, casi imperceptible, denotaba su preocupación.

––Volverá en breve. Ha ido con Patty a preparar lo necesario para cuando ellos regresen ––respondió mientras su cuñada cerraba los ojos, vencida por el agotamiento.

En ese momento entró Lady Violet, visiblemente preocupada. Se situó a la cabecera de la niña a la que tanto quería y, acercándose a su oído, le susurró algo que la hizo sonreír y abrir los ojos al mismo tiempo. Nora supo inmediatamente que el nombre de Sebastian había sido pronunciado por la mujer.

De nuevo se abrió la puerta y entraron Patty e Iselda, cargadas con numerosos potingues, agua, paños y cuencos.

––Iselda, hermana. ––De forma casi inaudible, Lori la requirió junto a su cama. Necesitaba obtener su perdón.

La muchacha se acercó, se sentó al borde y, con los ojos llenos de lágrimas, la excusó y liberó de cualquier sentimiento de culpa. ¿Cómo podía culpar a su hermana de matar a su madre porque esta a su vez había matado a la madre de la primera? Puede que pareciera algo enrevesado, pero aquello no era más que la dura realidad.

El primero de los tres en aparecer fue Gabriel que, al ver a su hermana despierta, respiró hondo. Había subido las escaleras corriendo, su respiración agitada así lo indicaba. Sin perder un solo instante, Patty tomó la caléndula de sus manos y se dispuso a trabajarla.

––Arriesgaste demasiado, esta vez ––dijo una vez a su lado y habiendo tomado aire.

––No más que vosotros ––aclaró ella tan despacio que hubo de aproximarse a sus labios.

––¡Oh, Lori! No deberías haberlo hecho. ––Su voz sonó a reproche. Sabía que pronto la perdería para siempre pero allá donde estuviera iba a ser feliz, las miradas que intercambiaba con su prometido así lo indicaban. ¿Pero verla morir? Eso no podía soportarlo, no de ese modo, no bajo esas circunstancias.

Fue Allen quien entró en ese momento. Del mismo modo que Gabriel, entregó el tomillo a Patty y se acercó a su hermana.

––Hola preciosa. ––Pasó su mano por aquella cabeza enredada––. ¿Te duele?

––A rabiar ––susurró una vez más.

––¿Dónde está padre?

––Aquí ––respondió él, entrando de forma agitada.

––¡Padre!

––¡Oh, Dios! ¡Qué miedo he pasado, querida! Creí que te perdía como a tu madre. ––La besó en la frente con ternura––. ¿Cómo te encuentras, hija mía?

––Como si hubiese luchado con un león. ––La muchacha respondió después de tomar aire, pues era tremendo trabajo para ella.

––Bueno, es lo que has hecho, poco más o menos ––le reconoció su padre.

Iselda tragó saliva mientras contenía las emociones.

––Hay alguien que quiere verte. ––Sonrió a su pequeña, estaba a punto de hacer algo que no habría creído nunca posible.

La puerta de la alcoba se abrió y Owen y Mary entraron ante la sorpresa de todos. ¡Cuánto habían cambiado las cosas para que su padre permitiera esa relación tan dolorosa para sí mismo!

Ambos corrieron a su lado y, haciendo una leve reverencia a Lord Donnald como cortesía, besaron a Lori con cariño.

––¿Cómo te encuentras? ––preguntó Mary.

––Un poco cansada ––respondió mientras la que consideraba su madre negaba con la cabeza a modo de castigo.

––Estoy muy orgulloso de ti, Lori ––dijo Owen en contraposición––. Aprendiste muy bien. Lástima lo de la caída.

––Sí, una lástima. Pero no todos opinan como tú. Mis hermanos están muy molestos conmigo.

––Bueno, tienen razones de peso para ello. ––Mary señaló su brazo.

En ese momento Patty, que ya había preparado las infusiones y ungüentos necesarios, pidió paso. Rápidamente todos le cedieron el sitio.

Dado que ya habían comprobado que estaba en buenas manos, los supuestos padres se marcharon por no molestar.

––¡Tomad, señora! Esto os aliviará ––dijo la doncella ante la atenta mirada de los que habían quedado en la alcoba.

En el preciso momento en que entre ambos hermanos la ayudaban a incorporarse para que tomara sus hierbas, Sebastian irrumpió en la estancia. Sudoroso, magullado y sin aliento por la carrera, pero eso sí, con un saco lleno de cortezas de sauce en su mano derecha. Sin duda la suya había sido la tarea más complicada.

Al estar incorporada, ella pudo verlo con facilidad.

––¡Sebastian! ––Aunque no pudo escucharla, dado el hilo de voz tenue que ella era capaz de emitir, sí leyó en sus labios y sobre todo en sus ojos, cuánto se alegraba de verlo. Aunque quizá no tanto como él, al verla despierta.

Buscó a Gabriel con la mirada, este le indicó en silencio que aún no sabían la respuesta de su hermana a los remedios de Patty.

Sebastian hubiera deseado tomarla en sus brazos y arroparla con su calor, decirle cuánto la amaba, cuán importante era para él su recuperación. Había de ser consecuente y reconocer que, a esas alturas, ya no concebía la vida sin ella.

Dada la solemnidad con que Patty atendía a Lori, todos mantuvieron silencio a la espera de alguna mejoría por leve que esta fuera.

Después de un prolongado espacio de tiempo en el que ninguno de ellos perdió detalle, la temperatura de la muchacha pareció descender ligeramente. Fue solo tras esas ansiadas palabras, pronunciadas por la doncella, cuando toda la familia fue capaz de respirar con un mínimo de sosiego. Puede que aquella mejoría fuera leve y puede que aún quedaran varios días para su recuperación total, pero sin duda todo marchaba como debía.

Poco a poco, todos fueron abandonando la alcoba para dejar descansar a Lori hasta que solo quedaron sus dos hermanos, Nora y Sebastian. Esta propuso quedarse junto a su cuñada durante la noche, algo que Gabriel y Allen aprobaron de inmediato. Sebastian sin embargo no estaba dispuesto a ello.

––Yo la vigilaré ––dijo con rotundidad.

Nora, como cabía esperar, no estuvo de acuerdo. Miró a su esposo para que la secundara pero Allen estaba lejos de ella en aquel aspecto.

––Si fueras tú, yo no me iría ––aseveró.

Sebastian miró a su futuro cuñado con complicidad y asintió agradecido. Seguidamente, hizo lo propio con el primogénito y, complacido, comprobó que opinaba de igual modo. Ambos hermanos sabían que aquello no era lo correcto pero, a aquellas alturas de las circunstancias y habiendo visto a su hermana tan cerca de la muerte, a ninguno de ellos parecía importarle ese detalle lo más mínimo.

Así pues, todos se marcharon dejando a Sebastian a solas con su amada. Él inmediatamente se sentó junto a ella y le tomó la mano sin dejar de mirarla, así pasó gran parte de la noche. El muchacho pudo ir comprobando cómo, con el paso de tiempo, el sudor parecía haber ido desapareciendo y el excesivo color blanquecino ya no parecía serlo tanto.

Lori, que hasta ese momento descansaba tras la relajante tisana con la que Patty había culminado su extensa sesión curativa, abrió los ojos de repente y lo vio allí junto a ella. Lentamente paseó la mirada por la alcoba y pudo comprobar que estaban a solas.

––Deseaba verte ––susurró de forma cercana––. Al despertar y no verte junto a mí, sentí miedo. Pensé que podría haberte ocurrido algo, después vino tu madre y supe que todo iba bien.

––No, mi amor. Nada iba bien. Tú vida estaba en peligro, y mi vida sin ti no tiene sentido.

––Sebastian, hay algo que quiero decirte. Lo supe al despertar.

––Dime ––la animó con una sonrisa, deseando y esperando que fuera aquello que tanto anhelaba escuchar de sus labios.

––Te amo. Te amo con toda el alma. Te amo desde el momento justo en que te vi en tu alcoba con el torso desnudo. Todo este tiempo ha supuesto una constante lucha para mí, pero me rindo… me rindo complacida. ––Sonrió ante su propia desnudez––. Desconocer tus sentimientos hacia mí no ayudaba mucho pero ya no quiero callar por más tiempo. Necesito que lo sepas, sea cual fuere tu respuesta.

––¿Mi respuesta, Lori? ––preguntó, acercando su cara a la de la joven––. Mi respuesta es que esta mañana me sentí morir al tomar tu cuerpo inerte de la arena. Entonces hubiera dado mi vida porque despertaras al instante y poder decirte cuánto te amo.

––Sebastian ––pronunció su nombre mientras intentaba incorporarse.

––No, no te muevas ––ordenó con dulzura––. Patty ha dicho que debe cicatrizar bien la herida antes de que te levantes de la cama. Recuerda que solo dispones de unos días para recuperarte ––dijo, acercándose y besando a la joven dulce y cariñosamente.

La muchacha supo de inmediato a qué se refería. Solo unos días para que sus vidas cambiaran, solo unos días para que el matrimonio los uniera, solo unos días para que fuera suyo para siempre.