4

La semana siguiente, Cecily la pasó como en una especie de nebulosa mientras intentaba asimilar el enorme cambio en su relación con Tate. Si había tenido que recurrir a un estallido de mal humor para salir de la situación, era porque había sentido algo. Además, su abrazo, sus besos, las caricias de sus manos le habían revelado sus verdaderos sentimientos, pero lo mejor de todo era que ella no había sentido miedo. Quizás parte de la repulsa que había sentido con otros hombres no se debía al trauma de su juventud, sino a que su corazón estaba ocupado por Tate. Él era el único hombre para ella. Siempre había sabido que le tenía cariño, pero hasta aquel momento, no sospechaba que le desease también.

Pero lo que también era evidente es que Tate no iba a rendirse a sus sentimientos, por fuertes que fuesen, y en cierto sentido, no podía culparle de ello. Ya habían tenido aquella conversación dos años antes con la famosa caja de preservativos, cuando ella ocultaba sus sentimientos exagerándolos. Pero ahora, después de lo ocurrido, sabría la verdad.

A partir de aquel día, intentó evitar en la medida de lo posible los lugares que sabía que él frecuentaba. Había un pequeño restaurante cerca del museo cuya especialidad era el pescado, y había empezado a ir a comer allí, ya que a Tate no le gustaba demasiado ese tipo de comida.

Uno de los días, mientras comía, vio un rostro que le era familiar. El senador Matt Holden estaba justo en la puerta, las manos metidas en los bolsillos del pantalón y el ceño fruncido. Miraba como si buscase a alguien, y al verla a ella, se le acercó inmediatamente.

—Vaya, senador... —le saludó ella, con el tenedor suspendido en el aire.

Él levantó una mano, se sentó a la mesa y apoyó los antebrazos.

—Cecily, estoy metido en problemas hasta el cuello y necesito hablar contigo en privado lo antes posible.

Aquella situación no tenía precedentes y Cecily se sintió algo halagada. Si ella podía ayudarle lo haría sin dudar, pero en qué podía ella asistir a un senador de los Estados Unidos era todo un misterio.

Ya había pagado la comida, así que le siguió a la limusina que esperaba fuera.

El senador corrió la cortina que les separaba del conductor y se recostó en el asiento.

—¿Qué ocurre? —preguntó Cecily.

—He pensado que no te vendría mal que te acercase al museo —dijo perezosamente, casi como si no tuviese ningún problema en el mundo—. Y necesito hablar con tu jefe sobre la nueva exposición en la sección sioux.

—Ya. Pues le agradezco el paseo. De hecho, quería preguntarle qué le han parecido los mocasines con abalorios y las muestras de tela que traje de mi viaje a la reserva de Wapiti Ridge.

—Estaré encantado de verlo todo —contestó el senador con una sonrisa.

Recorrieron en silencio el escaso trecho que les separaba del museo, y una vez allí, el senador despidió al conductor de la limusina con instrucciones de volver a recogerle una hora más tarde antes de tomar a Cecily del brazo para subir las escaleras del brillante edificio, al cual aún estaban dando los últimos toques.

Cecily abrió la puerta de su despacho. Beatrice, su secretaria, le había dejado una nota pegada al ordenador: me he ido a comer.

El senador entró y cerró la puerta, apoyándose en ella mientras Cecily ocupaba su silla y esperaba.

—Te agradezco que hayas guardado silencio delante del conductor —dijo—. Es un sustituto de mi conductor habitual, y no me fío de él. Bueno, en realidad no me fío de nadie, excepto de ti.

—Me halaga, senador. ¿Qué le ocurre?

—¿Te ha mencionado Leta algo de que el sindicato del juego haya andado husmeando por la reserva?

Cecily frunció el ceño.

—¿El sindicato del juego?

Él suspiró.

—Ya veo que no te ha dicho nada. Puede que siquiera ella sepa lo que está pasando — se pasó la mano por el pelo plateado y empezó a pasearse por el despacho—. ¡No sé qué hacer! Ahora no puedo dar marcha atrás. Esa gente es peligrosa. Si no se les detiene ahora, estrangularán de tal modo la reserva que ya no tendrá solución. Además, acababa de ofrecerle un trabajo a tiempo parcial a Tate Winthrop en mi despacho para que refuerce la seguridad después de los disparos que hicieron hace unos meses contra el capitolio. Ahora voy a tener que pedirle que lo olvide, y no va a entender por qué, ¡y no puedo explicárselo! —miró entonces a Cecily y, viendo su confusión, sonrió tristemente.

—No tienes ni idea de qué te estoy hablando, ¿verdad?

—Exacto. ¿Por qué no se sienta y deja de pasearse?

—Me voy a volver loco. —

—Por favor...

El senador se sentó por fin con un suspiro.

—¿Qué sabes del... padre de Tate Winthrop?

—Pues no mucho —contestó—. Pasaba mucha tiempo fuera, trabajando en la construcción, mientras yo vivía con Leta, y lo que sé de él me lo ha contado ella. Era un hombre brutal que bebía demasiado cuando estaba en casa, que la pegaba, y que odiaba a su único hijo —explicó—. Parece ser que atormentaba a Tate cada vez que se le presentaba la oportunidad, y si ella intervenía, la apartaba de un golpe. Al menos eso era lo que ocurría hasta que Tate volvió un día por sorpresa a casa y encontró a su madre después de que Jack había tenido una de sus explosiones con ella. En la reserva aún se habla de cómo Jack Winthrop salió corriendo de la casa, huyendo de su propio hijo, apenas capaz de correr por el estado en que se encontraba — ¿por qué tendría la sensación de que Holden parecía estarse enfureciendo? —. Tate me dijo en una ocasión que si Jack Winthrop no hubiera muerto de causas naturales, habría terminado por matarle él, y no me dio la impresión de que bromease.

Holden se miró las manos.

—Leta es una mujer tan frágil —dijo, casi como si hablase consigo mismo—. No puedo imaginarme qué clase de hombre podría ser tan brutal, tan cruel para hacerle daño deliberadamente.

—¿Conoce usted a Leta?

—De toda la vida —contestó—. Mi madre dio clases en la reserva antes de enviudar, así que yo crecí entre los lakota. De hecho, Tom Cuchillo Negro y yo hicimos la mili juntos —miró a Cecily un instante antes de continuar—. He oído que está aceptando dinero, pero no lo he creído. Es uno de los hombres más honestos que conozco. Quiere que se abra el casino, sí, pero no aceptaría que el sindicato del juego metiese sus manos en él, y es la última persona que desviaría fondos destinados para la tribu.

—¿ y qué tiene todo eso que ver con Leta y Tate? —preguntó Cecily, que seguía sin comprender.

—¿Sabes guardar un secreto? —le preguntó él, inclinándose hacia delante.

—Si guardándolo no hago daño a nadie –dijo tras meditarlo un segundo.

—Daño lo harías si lo revelases —le aseguró—, Cecily, hace treinta y seis años, más o menos cuando yo me presenté por primera vez al senado, tuve una aventura con una encantadora chica lakota que había conocido desde la infancia. Pero acababa de casarme, y el padre de mi mujer era el principal benefactor de mi campaña. No podría haber ganado sin su apoyo — bajó la mirada—. Elegí seguir adelante con mi carrera política y renunciar a la pasión, pero no ha pasado un solo día desde entonces que no lo lamente — volvió a mirarla —. Pero hubo una complicación de la que ella nunca me habló. Tuvo un hijo. Y ahora hay un renegado del sindicato del juego que se ha unido a un grupo de Las Vegas y que está intentando meter sus tentáculos en Wapiti Ridge. Wapiti es una reserva pequeña, y precisamente por eso tiene el potencial de atraer a un montón de clientes. Hay mucho dinero en juego, y ese sindicato tiene conexiones con gente verdaderamente peligrosa del norte.

—Dios mío —exclamó—. No tenía ni idea.

—Ni yo tampoco hasta hace más o menos un mes, que empezaron a llegarme los rumores. Investigué un poco y averigüé lo suficiente para conseguir una investigación, pero el sindicato se enteró de ello y amenazan con sacar a la luz toda la historia a menos que deje de buscar los fondos destinados a la reserva que han desaparecido y que apoye el casino. Pero lo peor de todo es que mi hijo no sabe nada de mí. Cree que otro hombre es su padre.

Cecily palideció y mirándolo fijamente cayó de pronto en la cuenta de que la mujer de quien hablaba debía ser Leta y que su parecido con Tate era más que casual.

—Tate... —susurró.

—Es mi hijo —confirmó con voz ahogada—. ¡Mi hijo! Y yo no lo he sabido hasta hoy, cuando esta mañana vino a verme un tipo del sindicato. Si no doy marcha atrás, acudirá a la prensa con la historia.

Cecily se recostó en su silla.

—Tate cree que su sangre es lakota pura; es más, está obsesionado con preservar su pureza. ¡Se volverá loco si se entera de la verdad!

—No puede saberlo —replicó Holden—. Todavía no... y puede que nunca, si soy capaz de encontrar la forma de salir de este embrollo – se pasó la mano por el pelo—. Pensé que iba a morir sin tener hijos, Cecily. Mi mujer no quería tenerlos —cerró los ojos—. Leta no me lo dijo. Seguramente tuvo miedo de hacerlo porque sabía que mi carrera política lo era todo para mí — miró a Cecily—. ¿Y sabes una casa? El dinero y el poder son cosas vacías y huecas si no puedes compartirlas con nadie. Y ahora que descubro que tengo un hijo, no puedo decírselo —se echó a reír sin piedad—. Qué ironía.

—Tampoco es justo para él que siga pensando que Jack Winthrop era su padre.

—Pero tampoco lo es destrozar sus ilusiones, la persona que siempre ha creído ser. Por esto tengo que parar a esa gente mientras aún quede tiempo. Necesito ayuda, y tú eres la única persona a la que puedo acudir, Cecily. No puedo dejar que humillen públicamente a Leta y a Tate por algo que, básicamente, es culpa mía. Y, por otro lado, no puedo permitir que el crimen organizado meta sus tentáculos en Wapiti —la miró fijamente con sus ojos negros—. Creo que la clave está en lo que tenga contra Tom Cuchillo Negro. Creo que también están presionándole con algo, y que lo están utilizando para apropiarse de parte de los subsidios gubernamentales que recibe la tribu en concepto de pastos y alquileres. ¿Me ayudarás?

—¿Acaso tengo elección? —replicó sonriendo—. Al menos, sé que tiene buen gusto en cuanto a mujeres —añadió.

—Pero ella no tuvo buen gusto en hombres —replicó él, cortante—. Yo la quería, sí, pero decidí sacrificarla por una brillante carrera, y me he pasado la mayor parte de mi vida casado con una mujer que bebía como un pez, maldecía como un marinero y me odiaba porque yo no podía amarla. La engañé a ella y me engañé a mí mismo. Al final, se quitó la vida bebiendo.

—Hay personas que son autodestructivas. Uno hace lo que puede por ayudarlas, pero tienen que ser ellas quienes quieran superarlo. De no ser así, no hay tratamiento que funcione.

Él la miró fijamente un momento.

—Tengo entendido que Tate se ocupó de ti desde que eras muy pequeña. Tú le quieres, ¿ verdad?

Ella bajó la mirada.

—Sí, aunque no me sirva de nada.

—No tendrá la excusa de querer preservar su sangre lakota durante mucho tiempo más.

—Ya no espero milagros, y voy a dejar de desear lo que nunca podré tener. A partir de ahora, aceptaré lo que la vida quiera ofrecerme e intentaré sentirme satisfecha con ello. Tate tendrá que encontrar su propio camino.

—Hay amargura en tus palabras.

—Desgraciadamente, sí. ¿Qué quiere que haga para ayudarle?

—Es peligroso —puntualizó. Su juventud le hacía dudar—. No sé si...

—Soy arqueóloga titulada —le recordó—. ¿Es que no ha visto las películas de Indiana Jones? Pues todos somos así —declaró con una sonrisa—. Apocados por fuera y verdaderos leones por dentro. Puedo comprarme un látigo y un sombrero de fieltro, si quiere —añadió.

Él se echó a reír.

—De acuerdo, pero a condición de que, si llegas a encontrarte en peligro, me lo hagas saber inmediatamente.

—Llamaré a Colby Lane si eso ocurre —dijo—. No es Tate, pero casi.

—¿Estás segura de que quieres correr el riesgo? —insistió, mirándola a los ojos.

Ella asintió.

—¿Cuál es el plan?

—Quiero que te busques una excusa para ir a Wapiti Ridge y poder vigilar a Tom Cuchillo Negro. Quiero saber por qué está cooperando con esa gente y qué se proponen exactamente. Intenta averiguar dónde han ido a parar esos fondos mientras yo intento unas cuantas maniobras políticas por aquí. Como vas de vez en cuando a ver a Leta y ahora trabajas en el museo, no despertarás sospechas. Si yo puedo descubrir mientras quiénes son esas personas y dónde están, podré llegar a ellos antes de que empiecen a publicar mis pecados.

—Buena idea —contestó—. ¿Y qué le digo a Leta?

Él se miró las manos un instante.

—Dios mío... la verdad es que no tengo ni idea. Tuvo un hijo mío y no me dijo ni una palabra —cerró los ojos—. Tengo un hijo y no lo sabía. Supongo que no me habría enterado nunca de no haber surgido todo esto. Ahora entiendo mejor por qué Jack Winthrop era tan cruel con ella y con Tate —inspiró profundamente, vencido—. Y lo peor de todo es que mi hijo, mi único hijo, ha tenido que resultar ser la persona que más me odia de todo Washington.

—Usted tampoco le ha querido demasiado que digamos.

—¡Es un hombre temperamental, arrogante y testarudo!

—¿A quién se parecerá, digo yo?

El senador pareció considerarlo durante unos segundos y al final, esbozó una sonrisa.

—En cualquier caso, es reconfortante saber que no voy a morir sin haber tenido hijos —dijo, mirándola—. Leta no puede saber nada de todo esto. Cuando llegue el momento, si es que llega, se lo diré.

—¿ y quién va a decírselo a él?

—¿Tú? —sugirió él.

—Ni lo sueñe —replicó ella.

El senador se guardó las manos en los bolsillos.

—Bueno, ya cruzaremos ese puente cuando llegue el momento. Por ahora lo más importante es que tengas cuidado, ¿me oyes? He invertido un montón de tiempo y energía en secuestrarte para que trabajes para el museo, así que no quiero que corras ni el más mínimo riesgo. Si en algún momento sospechas que te han descubierto, sal de allí inmediatamente y llévate a Leta contigo.

—Tiene miedo a volar —le recordó—. No se subirá a un avión a menos que se trate de una urgencia.

—¡Entonces iré yo en persona a meterla! —replicó.

Cecily hizo una mueca divertida. Era exactamente igual que Tate.

—Sí, le creo muy capaz de hacerlo.

Holden echó a andar hacia la puerta, pero se detuvo con la mano ya en el pomo.

—Ya que he sido yo quien te ha metido en esta excursión, haré que mi secretaria te envíe los billetes de avión.

—Más adelante tendrá que enfrentarse a un comité de investigación por todo esto y...

—Los pagaré de mi bolsillo —le interrumpió—. No quiero echar a perder mi reputación de santo.

—¡Ja!

El senador se echó a reír.

—Estaremos en contacto —se despidió—. Hasta pronto.

—Hasta pronto.

Cerró la puerta y Cecily se quedó recostada en su sillón, mirando sin ver el montón de papeles que esperaban sobre la mesa, compartiendo espacio con varias de las últimas adquisiciones del museo.

Holden daba por sentado que iba a poder solucionar aquel problema sin tener que decirle la verdad a Tate, pero ella no estaba tan segura. Más tarde o más temprano saldría a la luz, y eso le haría mucho daño a Tate, aparte de disminuir su autoestima y de incrementar el odio que sentía hacia Holden. Y, por añadidura, le proporcionaría motivos para odiarla a ella por conocer la verdad y no decírsela. Odiaba las mentiras tanto como ella. Ojalá Colby no estuviera fuera. Él era la persona adecuada para ayudarla a enfrentarse a los malos y a descubrir hasta dónde llegaban sus planes.

El senador le envió los billetes al día siguiente, tras mantener una reunión con el director del museo, el doctor Phillips.

Jock Phillips era un hombre alto y con calvicie incipiente, sangre cherokee, gran amabilidad y auténtica pasión por todo lo relacionado con la cultura india.

—Matt me ha dicho que vas a salir de viaje a Dakota para comprar algo que, según me ha insinuado, es muy especial —le comentó Phillips con una amplia sonrisa—. Anda, Cecily, dime de qué se trata.

—Es algo poco corriente, y te va a encantar —contestó, con el ferviente deseo de que pudiera ser verdad.

—¿ Y cuánto me va a costar? —preguntó.

—Poco, te lo prometo. Ya verás como merece la pena.

—Estoy impaciente por verlo —replicó, e hizo una breve pausa—. Habría sido una pena que hubieses seguido en arqueología forense. La arqueología es mucho más reconfortante.

—Eso pienso yo también. Me encanta trabajar aquí.

—Y a mí que estés con nosotros. Eres una joya, jovencita — añadió con una sonrisa —. Vete a Dakota y tráenos algo que nos haga famosos.  Somos muy jóvenes, ya sabes, y tenemos que competir con los grandes.

—Haré todo lo que pueda —le prometió.

Preparó las maletas aquella misma tarde después de cenar, y estaba tomándose un café cuando llamaron a la puerta. Ojalá fuese Colby, que había vuelto antes de lo previsto, lo cual sería un verdadero regalo del cielo. Pero cuando abrió la puerta, se encontró con Tate frente a ella.

Iba vestido con vaqueros, jersey negro de cuello alto y chaqueta de seda. Su aspecto era tan sofisticado que ella, descalza, con unos viejo vaqueros y una camisa que, de tanto lavarla, ya no era del rojo original sino de un desvaído color rosa, debía tener una pinta espantosa. Lo miró sin hablar.

—¿Puedo entrar? —preguntó él.

Ella se encogió de hombros y se hizo a un lado.

—Estoy haciendo las maletas.

—¿Es que vuelves a mudarte? —preguntó con sarcasmo—. Antes era más fácil seguirte el rastro.

—Porque vivía en un nido de espías –espetó. Hacía poco tiempo que Colby le había revelado el secreto—. ¡Me metiste en un apartamento en el que estaba rodeada de agentes del gobierno!

—Era el lugar más seguro para ti —replicó sin más—. Siempre podía haber alguien vigilándote cuando yo no estaba.

—¡Pero es que yo no necesitaba que me vigilasen!

—Te equivocas. Tú no te dabas cuenta, pero eras objetivo constante de cualquiera que pudiese tener algo contra mí. Al final, fue precisamente eso lo que me empujó a renunciar al trabajo para el gobierno y a pasarme a la empresa privada —se cruzó de brazos y fue a apoyarse contra el respaldo del sillón —. En una ocasión, pillaron a un agente comunista con un rifle de mira telescópica, y a la semana siguiente, a un caballero sudamericano con una pistola automática, pero no te hablaron de ello. De no haber estado viviendo en un nido de espías, habría tenido que enterrarte, y los funerales son caros —concluyó, sonriendo.

Cecily se lo quedó mirando boquiabierta.

—¿ y por qué no me mandaste de vuelta a Dakota?

—¿A casa de tu padrastro?

Aquel tema seguía siendo delicado para ella, pero no iba a darle la satisfacción de discutir. Es más, daba la impresión de que fuese precisamente eso lo que andaba buscando.

—¿Quieres un café? —le preguntó, entrando en la cocina.

Él la siguió y la sujetó por los hombros.

—Lo siento —se disculpó—. Ha sido un golpe bajo.

—Uno más en la lista —contestó sin mirarlo a los ojos —, porque últimamente parece que siempre me llevo tu peor parte.

—¿ y no sabes por qué? —preguntó, soltándola.

Ella se encogió de hombros antes de sacar del armario una taza y un plato.

—Pues me da la impresión de que estás enfadado con alguien a quien no puedes atacar, y yo estoy en la línea de fuego.

Él se echó a reír.

—¿Cómo puedes adivinar tan fácilmente lo que me pasa? Ni siquiera mi madre lo consigue con tanta facilidad.

—¿Quién te ha tirado hoy de la oreja?

—Holden.

Menos mal que consiguió no mostrar nada ante la respuesta.

—¿Y eso? —preguntó fingiendo despreocupación.

—Me había contratado para que revisase la seguridad de sus oficinas, y hoy me ha llamado para cancelarlo todo.

—No estarás enfadado por lo que no vas a cobrar —bromeó. Conducía un Jaguar y se vestía en Armani, así que no podía ser eso. Le dolía saber que sus gastos de universidad no habrían sido para él más que calderilla.

—No. Lo que me molesta es el asunto en sí, porque estoy seguro de que lo ha hecho deliberadamente. Holden es un tipo que no olvida fácilmente, y supongo que ha sido su forma de hacerme pagar por la amigable charla que tuvimos en la fiesta de su cumpleaños.

Cecily se mordió un labio. Matt Holden la había puesto en una situación terriblemente comprometida al revelarle su secreto.

—¿Charla? Querrás decir los gritos.

—¿ y qué estás haciendo, si es que no vuelves a mudarte? —cambió de tema.

Cecily dejó la taza de café solo en la mesa de centro frente al sofá, y se acomodó en el sillón mientas él hacía lo mismo en el sofá.

—Voy a volver a ver a Leta —le dijo, lo cual, en parte, era verdad—. Quiero ver un artefacto que tengo intención de comprar para el museo –lo cual, no era verdad.

Hubo una larga pausa.

—Esos artefactos tienen un significado sagrado para nuestro Pueblo —le dijo.— No tienen porqué estar en un museo. Forman parte de nuestra cultura.

Estaba tan orgulloso de sus ancestros... la verdad iba a herirle profundamente.

—No es esa clase de artefacto —mintió. En realidad no tenía ni idea de qué iba a poder encontrar que satisficiese al doctor Philips y a Tate, y que al mismo tiempo justificase el espionaje que iba a llevar a cabo para el senador Holden.

—Estuviste en Dakota hace un par de semanas. ¿Cómo es que no te lo trajiste entonces?

—Pues porque no estaba disponible —contestó, apartándose un delgado mechón de pelo—. y haz el favor de no preguntar tanto. He tenido un día bastante duro.

Tate se pasó una mano por la nuca, bajo la coleta; luego reparó en el moño bajo en el que ella se recogía el pelo.

—Creía que te lo soltabas por la noche.

—Cuando me voy a dormir.

—Qué suerte tiene Colby —murmuró.

No iba a darle cuerda con la que ahorcarse, así que se limitó a sonreír.

—No va a cambiar —dijo él, tras un instante, mirándola con el ceño fruncido.

—No me importa. Te agradezco todo lo que has hecho por mí, Tate, pero mi vida privada es sólo asunto mío.

—Muy bonito. Vaya forma de hablarme.

—Lo mismo digo —espetó—. ¿Quién te da derecho a hacerme preguntas sobre los hombres con los que salgo?

Lo vio apretar los dientes y sus labios conformaron una línea recta. Se parecía a su padre cuando se enfadaba. Terminó el café en un tenso silencio y se levantó. Miró el reloj.

—Tengo que irme. Sólo quería saber qué tal estabas.

—Sólo querías saber si Colby estaba aquí —corrigió, y sonrió con descaro.

—Ya sabes que no apruebo tu relación con él.

—¿Y eso debería importarme?

Dio un paso hacia ella, y en sus ojos negros brilló un conflicto de emociones. Últimamente, con sólo mirarla, se excitaba más que con cualquier otra mujer que conociera.

—Colby es un buen hombre —le dijo. No podía permitir que iniciase una discusión sobre él cuando en realidad su frustración provenía de otras fuentes—. Es un buen amigo, y no bebe cuando está conmigo. Nunca.

—Es un alcohólico —puntualizó, intentando controlarse.

—Ya te he dicho antes que está asistiendo a sesiones de terapia —dijo—. Está intentando rehabilitarse, Tate.

—¿Y esperas que con eso deje de preocuparme de ti, después de lo que mi propio padre nos hizo pasar a mi madre y a mí?