11
Cecily se abrochó bien la bata del baño y se sentó.
—Vamos, cuéntamelo.
—Un momento —sacó el mismo aparato que ella ya había visto usar antes, lo puso sobre la mesa y lo activó—. Por si acaso.
—¿Cómo está Tate? —le preguntó.
Él se dejó caer en la silla que había frente a ella.
—Bueno, no es el mismo hombre que yo conocía.
—y no sabes por qué —contestó ella con tristeza.
—¿ Te apuestas algo a que sí? Le ha llamado a Holden de todo antes de empezar luego con su madre. Le recriminó que le hubiese ocultado la verdad durante todos estos años y que le hubiese colgado el teléfono, pero cuando se enteró de que estaba viviendo con Holden, se volvió verdaderamente loco, y la llamó algo que no puedo repetir.
—¿Y qué ocurrió?
—Pues que el senador se lanzó sobre él y ambos cayeron sobre el sofá. Leta intervino y se separaron, pero Tate se marchó echando espuma por la boca jurando que no volvería a hablarles mientras viviera.
No era más de lo que se esperaba, conociendo a Tate como lo conocía, pero sentía lástima por Matt y Leta.
—¿Sabes adónde ha ido?
—No lo dijo, y yo no me atreví a preguntárselo. Tate y yo hemos tenido nuestras diferencias últimamente —añadió con tristeza.
—Qué desastre.
—Se le pasará. Cuando la gente se enfada, termina por apaciguarse.
—Tate, no.
—Pues no estaría mal que empezase a unirse al resto de los humanos —replicó—. Por cierto, ¿qué haces tú aquí un lunes a estas horas?
—Es que ando un poco revuelta. En cuanto se me pase, me voy para la oficina.
—¿Un poco... revuelta?
—Sí —Cecily ladeó la cabeza—. Vamos, pregúntame quién es el padre.
—¿Es que crees que soy tonto? —sonrió.
Cecily suspiró.
—No lo sabe, y tú no vas a decírselo. Ni en inglés, ni en apache, ni en lakota —añadió.
Colby asintió.
—¿ Y qué vas a hacer?
—No tengo ni la más remota idea —confesó—. Hasta esta mañana no me había hecho la prueba del embarazo, pero de todas formas estaba bastante segura. Tengo que encontrar un sitio en el que vivir en el que Leta no me vea. No puedo arriesgarme a que se lo diga a Tate. Por cierto, ¿dónde has estado todo este tiempo?
—Sentado tranquilamente en una mecedora, tomando café e intentando parecer invisible —la expresión de sorpresa de Cecily le hizo arquear las cejas —. Alguien tenía que mantener la cabeza sobre los hombros.
—Hay un refrán que dice que si alguien puede mantener la cabeza sobre los hombros cuando el resto la ha perdido, es porque no tiene ni idea de lo que está pasando —alteró el refrán a su conveniencia.
—Podría ser, pero no me habría gustado que me marcasen la otra mejilla —se inclinó hacia delante —. ¿Quieres casarte conmigo?
—Gracias, Colby. De verdad. Pero no sería justo para ninguno de nosotros, y mucho menos para ti. Volvió a recostarse en el respaldo con los brazos cruzados.
—El ofrecimiento no tiene fecha de caducidad. Me encantan los niños.
—A mí también. Los niños y las niñas. Me da exactamente igual lo que sea.
—y no vas a decírselo a Tate.
En su rostro se vio reflejada la confusión que había provocado su pregunta.
—Por el momento, no. Además, ahora mismo no me habla. Dice que nunca me perdonará que supiera lo de su padre y no se lo dijera.
—Un hombre que no sabe perdonar no es humano.
—Ve y díselo, si puedes encontrarle. Yo ya se lo he dicho hasta quedarme afónica, pero él no escucha lo que no quiere oír — se levantó —. Voy a vestirme y a preparar unas tostadas. ¿Quieres desayunar?
—Yo las prepararé —contestó él, y entró en la cocina mientras ella se vestía.
—Espero que hayas hecho el café bien fuerte —le dijo un momento después, al unirse a él—. Es lo único que me calma el estómago.
—Lo he hecho descafeinado. La cafeína no es buena en tu estado.
—Gracias, mamá Lane.
Él le contestó sacándole la lengua.
—Tate y yo lo compartíamos todo. Déjale que siga enfadado. Yo compartiré a su hijo. Y si no vuelve, me lo quedaré, a ti y a él.
—Me temo que, en este sentido, tu preparación como mercenario no te va a servir, querido mío —le dijo con afecto—. Eres un gran amigo y me gustas mucho. Puedes ser el padrino del niño, pero pienso criarle yo sola.
—El padrino —saboreó la palabra. Las tostadas saltaron en el tostador.
—Pero no te hagas ilusiones —le advirtió —. No pienso permitir que le regales metralletas y uniformes militares.
—¡Vaya por Dios! ¿Dónde está tu sentido de la aventura?
—Colgado en la ducha para que se seque —sirvió el café y los dos se sentaron con el plato de tostadas entre ambos—. ¿No tienes ni idea de dónde puede estar?
—Ni idea.
—Pobre Leta.
—Matt cuidará de ella.
—y viceversa —lo miró por encima del borde de su taza—. Se los ve de lejos que están enamorados. Fíjate, después de treinta y seis años.
—Sí.
Aún parecía preocupado.
—¿Qué pasa?
—Pues que todavía no te he dicho lo que había venido a decirte.
—Pues hazlo.
—La historia ha salido a la luz pública esta mañana —le informó—. Lo he oído en las noticias de las siete. Supongo que a estas horas tiene que estar también en los periódicos.
—¿Todo?
—Todo. Eso debe ser lo que ha disparado a Tate. Tú sabes mejor que nadie que odia la publicidad.
—Maldita sea...
—Te encontrarán también a ti, más tarde o más temprano. Puedes irte a vivir a un hotel, pero tienes que ir a trabajar, y te encontrarán allí. Lo mejor sería que preparásemos las preguntas que te van a hacer. No será nada agradable —añadió.
—Menos mal que todavía no he ido al médico —comentó.
—Pues sí, menos mal. Lo del bebé añadiría un toque delicioso al escándalo. ¿Cómo crees que reaccionaría Tate al enterarse de eso en las noticias?
Cecily se estremeció.
—Ni lo menciones —dejó el último trozo de tostada y tomó otro sorbo de café—. ¿Cómo crees que se lo estarán tomando Leta y el senador?
—Como cabía esperar: mal. Eso también ha contribuido a que Tate perdiera los papeles: enterarse por la prensa de que su madre se había ido a vivir con su padre.
—Qué pena que Matt no le tirase por una ventana, en lugar de sobre el sofá. Necesita un pequeño reglaje de válvulas —masculló.
—No puedes culparle, Cecily. Todo su mundo está patas arriba.
—El mío, también —añadió con tristeza—. Y el de sus padres. Y todo por una pequeña mentira, una omisión de hace treinta y seis años. Es verdad eso de que nuestras pequeñas indiscreciones del pasado vuelven después a perseguimos. Supongo que es mejor decir la verdad desde un principio, por dolorosa que pueda ser. Fíjate en el daño que me hizo al no decirme que era mi benefactor. Pero claro, eso se le ha olvidado. Seguro.
—Muy poca gente puede anticiparse a las consecuencias de sus acciones.
Eso le recordó que Tate no había pensado en tomar precauciones en las ocasiones en que habían estado juntos. Ni ella tampoco. Pero ella lo quería, y le habría encantado quedarse embarazada de él. En el caso de Tate, era curioso que un hombre tan fanático con lo de la pureza de sangre hubiera sido tan descuidado. Quizás pensase que tomaba algo ella, lo cual habría sido una estupidez, y él no era estúpido. ¿Habría perdido la cabeza, o podría haber alguna otra razón? ¿Y si quería, inconscientemente claro, tener un hijo con ella? Pero recordó la frialdad de su mirada al decirle adiós. Había dicho que jamás la perdonaría, y no le quedaba más remedio que creer que lo decía de verdad.
—¿Me estás oyendo? —preguntó Colby—. Tengo que tomar un avión esta tarde a las seis y no volveré hasta dentro de un par de semanas o tres.
—Vaya. Lo siento. ¿Vas lejos?
—Sí, y no puedo decirte adónde —apuró el café—. Leta me ha pedido que te diga que el senador y ella van a casarse en una ceremonia íntima en la iglesia católica que hay cerca de la Casa Blanca el viernes por la mañana. Hubiera querido llamarte por teléfono para decírtelo, pero teme que el teléfono esté pinchado.
—No me sorprendería.
—Lo revisaré antes de marcharme —le prometió—. Por ahora, eso... —dijo, refiriéndose al aparato que estaba sobre la mesa del salón—... bastará. Bueno, una taza más de café y me marcho.
Había un micrófono. Colby se deshizo de él y le advirtió que no debía dejar pasar a nadie a menos que pudiese acreditar su identidad. Los periodistas no podían ser tan descarados, así que sólo quedaba el sindicato de juego. En cualquier caso, le inquietaba saber que podían estar vigilando todos sus movimientos y todas sus palabras. Procuró no asustarla, pero le advirtió que no fuese a ningún lugar poco concurrido sola, y que no hablase de su estado.
La historia estaba en la portada de todos los periódicos de la mañana, descubrió Cecily al ir a trabajar. Algunos la presentaban con más suavidad que otros, pero no había manera de esquivar el hecho de que un senador republicano por Dakota Sur tenía un hijo ilegítimo.
Pierce Hutton consiguió, al parecer, evitarle a Tate el golpe directo del escándalo enviándole fuera del país unos días, pero Matt, Leta y Cecily no fueron tan afortunados. Tampoco Audrey, pero ella parecía disfrutar con la publicidad. Había llegado incluso a exagerar su relación con el hijo del senador.
Y luego los medios habían llegado hasta Cecily, y ella había aprendido lo terrible que puede ser estar en el ojo del huracán. Cuando los periodistas supieron que Tate había pagado sus facturas durante años, dieron por sentado que había sido su amante, y se encontró en la portada de todos los periódicos como la esclava del amor de Tate en su adolescencia.
Audrey la llamó al despacho enrabietada por aquella falsa información.
—y no creas que a Tate le ha hecho la menor gracia —espetó—. Le he llamado a Nassau para contárselo, y está furioso contigo por hacerle parecer un asaltacunas. ¡Qué intento tan patético de llamar su atención!
—Yo no les he dicho nada —contestó Cecily entre dientes—, que es más de lo que puede decirse de ti.
—Yo no necesito manipular la verdad, ya que Tate va a casarse conmigo —replicó en un tono suave como la seda—. Pobre Cecily. ¿De verdad habías llegado a pensar que tenías algo que hacer con él? Siente lástima por ti, pero me quiere a mí. Ahora no renunciará a casarse conmigo. El hecho de no ser sioux al cien por cien significa que ya no tiene por qué preocuparse de casarse con una mujer blanca. De hecho él es casi blanco.
Cecily podría haberla estrangulado.
—Eso es lo que a ti te gustaría que fuese, pero su madre es lakota.
—Su madre es un estorbo, pero como ya no se habla con ella, no cuenta. Aléjate de Tate, o lo lamentarás —añadió—. No le llames, ni vayas a verlo. ¡Nos casamos en Navidad, pero no esperes una invitación a nuestra boda!
Colgó el teléfono antes de que Cecily pudiera volver a hablar. Así que había llegado tan lejos. Iba a casarse con aquella horrible mujer. Apretó los dientes y colgó el auricular con tanta fuerza que se hizo daño en la mano.
—Eres un castigo mayor del que incluso Tate se merece —dijo en voz alta—. ¡No se lo desearía ni a mi peor enemigo!
El teléfono volvió a sonar y lo descolgó decidida a decirle un par de cosas a aquella mujer, pero resultó ser un periodista que quería saber si era verdad que Tate y ella habían sido amantes mientras ella estaba aún en el instituto, tal y como se había publicado en la prensa amarilla.
—Por supuesto que no —espetó—, pero lo que sí es cierto es que Tate Winthrop se casa con la señorita Audrey Gannon en Navidad. ¡Eso puede imprimirlo, con mis bendiciones!
Y colgó.
La historia llegó a los periódicos con la fuerza de una bomba, y Cecily tenía que contener las lágrimas cada vez que veía la cara de Audrey en la portada. Lo bueno era que, al menos, le había quitado la presión de encima. Los medios habían decidido que Audrey era mucho más fotogénica y que estaba mucho más dispuesta a hablar, llegando incluso al punto de revelar detalles íntimos de su relación con Tate, así que la dejaron a ella de lado.
Matt y Leta se casaron una semana después. Colby se enteró y llamó a Cecily para ofrecerse a volver por si Tate se presentaba, pero ella no se lo permitió.
—No tengo miedo de él, Colby —le dijo—. Es más, dudo mucho que se presente, así que no tienes por qué volver antes de lo que tuvieras previsto. Pero te agradezco mucho el ofrecimiento.
—Ten cuidado —le dijo—. No me gusta nada que pusieran un micrófono en tu apartamento.
—Estoy bien —le aseguró—. Tengo siempre cerrada con llave la puerta y sé llamar a la policía en caso de que ocurriese algo.
Colby se quedó callado un momento.
—De todas formas, sé cuidadosa. Prométemelo.
—Lo seré, no te preocupes. Oye, Colby, ¿es que hay algo que no me estés diciendo?
Otra pausa.
—Digamos sólo que es mejor prevenir que curar. Y eso es todo lo que puedo decirte por el momento. Ten mucho cuidado.
—Lo tendré. Y tú también —añadió.
—Yo soy ya un hueso duro de roer. Si no, hace tiempo que estaría criando malvas. Ah, y hazme el favor de comer en condiciones y de tomarte las vitaminas.
—Deja de hacer de gallina clueca.
Colby se rió.
—Alguien tiene que hacerlo. Hasta pronto, pequeña.
—Hasta pronto.
Asistió a la boda, para la que se compró un bonito vestido azul una talla mayor de la que solía usar. Hacía frío, así que pudo ponerse su abrigo de piel, lo cual de paso disimulaba su vientre, y un pequeño sombrero. Entró en la iglesia intentando no prestar atención a las cámaras y los periodistas que se agolpaban en el exterior.
En las noticias había visto la fiera persecución de que había sido víctima el senador, quien al final, había contado toda la historia a uno de los periódicos conservadores. Desde entonces, le había resultado un poco más fácil mostrarse en público con Leta, quien había utilizado la publicidad para redirigirla hacia los problemas de la reserva. Era un ejemplo magnífico de cómo transformar la publicidad perniciosa en beneficiosa. Se sentía orgullosa de cómo Leta se las arreglaba con los periodistas, y Matt también debía estarlo, a juzgar por la sonrisa con que la miraba colocarse ante los micrófonos.
La iglesia estaba medio vacía. Entre los asistentes, la mayoría eran compañeros de Matt en el congreso que habían desafiado a la prensa para apoyarle. Cecily se quedó un instante junto a la puerta y Leta y Matt acudieron inmediatamente a saludarla. Matt aún tenía una pequeña marca de la pelea con su hijo, pero irradiaba felicidad por los cuatro costados, y tenía a Leta de la mano como si temiera que pudiese escapar. Leta llevaba un vestido gris y un peinado precioso. Estaba muy elegante.
—No va a venir —le dijo con tristeza tras abrazarla—. Le hemos enviado una invitación, pero no va a venir.
—Bueno... yo sí he venido —intentó consolarla.
Matt la miraba casi con demasiada atención.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Tan bien como cabe esperar. Esperaba que Tate hubiera aparecido y poder hablar con él.
—No tendrás tanta suerte —contestó él—. Supongo que sabes lo que ocurrió
Ella asintió.
—Bien hecho —contestó, sonriendo.
Él hizo una mueca.
—No pretendía perder los estribos de ese modo —dijo, rodeando a Leta con un brazo—. Sólo he conseguido empeorar las cosas.
—No podían empeorar —murmuró Leta—. Echa un vistazo fuera, y verás a qué me refiero.
—Al menos la policía les ha impedido entrar aquí —se volvió hacia el altar y vio al sacerdote ya dispuesto—. Vamos allá —dijo, sonriendo a Leta.
Ella se colgó de su brazo.
—Deséanos suerte —le dijo a Cecily.
—No la necesitáis —contestó, sonriendo—. Me alegro de que las cosas os hayan salido tan bien.
—Pero todavía no hemos salido del bosque — replicó Matt—. Ya hablaremos más tarde. Vamos a comer en el Carlton con algunos miembros del congreso que han venido a apoyarnos —añadió, señalando a unos cuantos caballeros con aspecto digno que ocupaban los primeros bancos—. ¿Quieres venir?
—Gracias, pero no puedo estar fuera del museo más que el tiempo de la ceremonia. El doctor Phillips está fuera y tengo que recibir a una delegación para hablar de las futuras muestras.
—No te dejes convencer de algo que no te guste, y díselo a Phillips —le indicó—. Como benefactor particular del museo, creo que tengo algo que decir sobre la dirección que tome.
—De acuerdo.
Cecily se acomodó en uno de los bancos del final y la ceremonia comenzó.
No sabría decir cuándo se dio cuenta de que no estaba sola. Oyó un murmullo algo más intenso de la gente que estaba fuera, pero no se dio cuenta de que la puerta se había abierto. Miró por encima del hombro y vio a Tate de pie contra la pared del fondo. Llevaba uno de esos trajes de Armani que le quedaban tan bien, y traía la trenca sobre un brazo. Había algo distinto en él, pero no habría podido decir qué. No era el golpe que aún tenía en la mejilla, sino algo... entonces se dio cuenta. Se había cortado el pelo, y la miraba fijamente.
No se iba a dejar acobardar, así que se levantó de su asiento y se acercó a él.
—Así que has venido, con marcas y todo —susurró con una media sonrisa.
Él la miró con sus turbulentos ojos negros y no contestó. Estaba estudiando también sus cambios.
Al final, no dijo ni una palabra y siguió presenciando la ceremonia.
En realidad, no necesitaba decir nada. En su cultura, al menos en la cultura a la que había pertenecido hasta aquel momento, cortarse el pelo era signo de dolor.
Hubiera querido poder decirle que el dolor se aliviaría día tras día, que era mejor saber la verdad que seguir viviendo una mentira. Hubiera querido decirle que tener un pie en cada cultura no era el fin del mundo. Pero estaba allí, como una estatua de piedra, los dientes tan apretados que los músculos de la mandíbula le temblaban, y negándose a reconocer su presencia.
—Por cierto, enhorabuena por tu compromiso —le felicitó sin un solo rastro de amargura en la voz—. Me alegro mucho por ti.
Tate la miró a los ojos.
—Pues eso no es precisamente lo que le has dicho a la prensa — replicó —. Me sorprende que hayas llegado a esos extremos para vengarte de mí.
—¿Qué extremos?
—Por publicar la historia en los periódicos. Nunca me lo hubiera esperado de ti.
—Y yo nunca me hubiera esperado que me creyeses capaz de hacer algo así —replicó. Debía ser la historia de la esclava sexual.
Fue a contestar, pero decidió guardar silencio y volver la mirada hacia la pareja que estaba en el altar.
Tras un minuto, Cecily dio media vuelta y volvió a su sitio en el banco. No volvió a mirar hacia atrás.
Tate se quedó solo al fondo de la iglesia envuelto en su resentimiento como si fuese un capullo de seda. Odiaba al hombre que era su padre biológico, odiaba a su madre por haberle mentido durante toda una vida, y odiaba a Cecily por haber entrado a formar parte del engaño. Es más, no tenía ni idea de por qué estaba allí, pero le había parecido lo correcto y lo había hecho sin más y a pesar de su rabia.
Miró a Cecily con los ojos entornados. Había reparado inmediatamente en que, como él, se había cortado el pelo, y se preguntó por qué. Su excusa era el dolor, pero era poco probable que ella albergase el mismo sentimiento. Pasaba mucho tiempo con Colby. Quizás a él le gustase corto. Imaginársela con otro hombre después de lo que habían compartido le dolía. Últimamente todo le dolía. Algo en su interior se alegraba de conocer la verdad acerca de sus padres, pero no podía superar el sentimiento de traición, y con la mirada clavada en el suelo, se preguntó si alguna vez cesaría ese dolor.
Minutos más tarde, cuando el sacerdote ya les había declarado marido y mujer, Cecily se acercó al altar para felicitarles, poniendo mucho cuidado en no mirar hacia atrás.
Matt la abrazó con cariño, y fue precisamente mientras lo estaba haciendo cuando sus ojos empezaron a oscurecerse.
—Lo que faltaba —murmuró.
Cecily siguió la dirección de su mirada y el corazón le dio un salto al ver a Audrey colgada del brazo de Tate. Así que esa había sido la razón de que estuviese tan poco comunicativo: estaba esperando a Audrey. Cecily se sintió verdaderamente perdida. Ahora ya sabía que Audrey decía la verdad sobre su relación con Tate. No se acercaron al altar sino que, tras echar un último vistazo a Leta y a Matt, salieron de la iglesia. Tate no se volvió, a mirar una sola vez, pero Audrey sí, y lo hizo con una sonrisa pagada de sí misma que iba dedicada a Cecily.
—Por lo menos ha venido —dijo Leta, intentando parecer alegre—. Ha sido un detalle por su parte, teniendo en cuenta las circunstancias.
Matt parecía querer decir algo, pero no lo hizo. Se limitó a tomar la mano de su esposa y a ignorar lo que pasase al fondo de la iglesia.
Tres semanas pasaron con increíble lentitud. Tate parecía haber salido de nuevo del país. Y Cecily no tuvo noticias de Colby tampoco. Un viernes por la tarde mientras revisaba una queja que había enviado un grupo de indígenas de Montana empezó a caer aguanieve. No era raro para el mes de noviembre en Washington, pero no había escuchado el parte meteorológico y ahora lo lamentaba. A medida que el embarazo avanzaba, se sentía cada vez más cansada y aquella mañana se había puesto unos zapatos de tacón y suela fina, e iba a ser complicado llegar al coche en aquellas condiciones.
Se preguntó si Tate habría recibido el mensaje que le había dejado en el contestador sobre las historias que se habían publicado en los periódicos. Quería que supiera que ella no le había dado tales mentiras a la prensa, pero también quería que supiera que Audrey le había hablado de su boda con todo lujo de detalles. Seguramente a él le daría lo mismo todo aquello, pero aun así quería limpiar su nombre.
No había reparado en el coche oscuro aparcado en el aparcamiento del museo. Tampoco sabía que su conductor llevaba toda la semana estudiando sus movimientos.
Cuando echó a andar hacia su coche, aquel vehículo que había mantenido el motor en marcha se puso de pronto en movimiento y aceleró en dirección hacia ella sin dificultad gracias a las cadenas. Oyó el ruido que hacían en el hielo, pero no se dio cuenta de que el coche estaba tan cerca hasta que lo sintió cerca, y ya no tuvo tiempo de reaccionar.
Levantó un brazo y saltó justo en el último momento, lo que evitó que el coche se la llevara por delante. Como cabía esperar, sus zapatos resbalaron sobre el hielo y cayó sobre el asfalto con un grito. Pero la zona en la que había caído estaba muy cerca del jardín y rodó por un pequeño terraplén de hierba hasta aterrizar delante de otro coche que avanzaba. Lo último que podía recordar era el chirrido de los neumáticos en el asfalto.
Recuperó la consciencia en el servicio de urgencia del hospital. Inmediatamente se echó mano al vientre y miró a su alrededor intentando encontrar algún médico o alguna enfermera, alguien que pudiese tranquilizarla.
Una enfermera se dio cuenta y sonrió.
—No ha pasado nada —le dijo—, El bebé está bien.
Cecily suspiró. ¡Gracias a Dios!
—Pero tiene unas cuantas magulladuras y una torcedura de muñeca —continuó la enfermera—. El médico quiere dejarla ingresada una noche para mantenerla en observación. Ha sufrido una pequeña conmoción.
—Tengo un horrible dolor de cabeza —murmuro.
—El médico le dará algo para mitigarlo. Ha resbalado en el hielo, ¿verdad?
—Más o menos
No quiso contar lo que había ocurrido de verdad, al menos hasta que hubiera tenido la oportunidad de hablar con Matt Holden. El coche había intentado atropellarla deliberadamente. Si no hubiera reaccionado a tiempo, podía estar muerta.
La enfermera sonrió.
—¿Hay alguien a quien quiera que llamemos? ¿Algún familiar?
Cecily cerró los ojos. Los medicamentos que le habían administrado empezaban a hacer efecto,
—No tengo familia —murmuró—, Nadie.
Era cierto, aunque Leta se habría subido por las paredes de oírla decir eso. Habría acudido a su lado inmediatamente, pero no podía hacerla volver de su luna de miel. Además, el bebé era ahora su familia. Apoyó las manos en su vientre con una sonrisa soñadora y así se quedó dormida.
Dos días más tarde le dieron el alta después de haberle hecho un montón de pruebas y de vendarle la muñeca. Afortunadamente era la izquierda, así que podía seguir trabajando.
Los periodistas no habían ido a buscarla al hospital, gracias a Dios. Y, por otro lado, había un nuevo y jugoso escándalo en Washington que relegó al pasado la historia de Matt Holden.
¿Dónde estaría Tate? Seguramente se habría ido con Audrey a algún lugar retirado. El haberla llevado a la boda de sus padres era toda una declaración de intenciones, y cada vez que lo recordaba, sentía un profundo dolor al pensar que Tate iba a darle la espalda definitivamente.
No es que hubiese olvidado lo del coche del aparcamiento. Lo que pasaba era que no sabía qué hacer. Debería decírselo a alguien, porque lo más seguro es que quienquiera que fuese lo volviese a intentar. Las únicas personas que podían tener motivos para hacerle daño eran los del sindicato del juego, pero su jefe estaba en prisión en espera de juicio.
Se vistió con unos pantalones de deporte amplios y una sudadera, y mientras ponía una cafetera al fuego, tomó unos bocados de queso. No tenía hambre, pero debía comer por el bien del niño.
—Lo siento, pequeñín —murmuró—. Sé que deberían ser hortalizas, fruta, pescado y frutos secos, ¿ verdad? Mañana iré de compras.
Sonó el timbre de la puerta. Debía ser Colby. Podía contarle lo ocurrido, y él se ocuparía de ello.
Abrió la puerta con una sonrisa, que murió casi de inmediato. Era Tate.
La miró fijamente, reparando en su palidez, en el pelo corto, las gafas que había vuelto a llevar porque no se las arreglaba para ponerse las lentillas con la muñeca vendada. Él iba con pantalones negros y un jersey de cuello vuelto también negro; muy sofisticado.
—¿Qué quieres? —le preguntó sin más.
—Necesito hablar contigo —suspiró.
—No tenemos nada de qué hablar tú y yo— replicó.
—y unas narices. Has estado en el hospital. Hace dos días que te llevaron allí en ambulancia.
¿ Cómo podía haberse enterado?
—Resbalé en el hielo —explicó, mirando hacia otro lado—. Estoy bien.
Él siguió mirándola. Parecía preocupado.
—Dijiste en el hospital que no tenías familia.
—Y no la tengo. Excepto Leta, quizás. Matt y ella están en Nassau de luna de miel, y no iba a llamarla para que volviera.
Eso pareció molestarle.
—Por mucho desacuerdos que hayamos tenido, tú siempre serás de la familia para mí.
Cecily se irguió.
—Estoy muy cansada —le dijo—. Si eso es todo lo que tenías que decir.
Extrañamente, Tate pareció dudar.
—Pues no, no lo es. Cecily, estaríamos más cómodos si nos sentásemos, ¿no?
No quería que entrase en su casa. Estaba agotada y medio enferma, y verlo le hacía mucho daño.
—Vete, por favor —le pidió—. Ya hemos dicho todo lo que podía decirse. Tú sigue con tu vida y déjame encontrar paz en la mía.
—No puedo hacerlo —contestó, y empujándola suavemente, la hizo retroceder y cerró la puerta. Su expresión no era fácil de descifrar—. He tenido a un hombre vigilándote desde que se desencadenó el escándalo. No te has caído en el hielo, Cecily. Un coche intentó atropellarte, y estuvo a punto de matarte, y tú vas a contarme ahora mismo lo que está pasando. ¡Ahora mismo!