24
Forjador de Deseos,
Usurpador de Deseos
Chatara Kral, de la que se rumoreaba que era hija del más poderoso de los Señores del Dragón, resultaba una guerrera formidable por derecho propio. A pesar de poseer un rostro y cuerpo impresionantes, la hija de Verminaard había despreciado y rehuido las bondadosas enseñanzas que le ofrecieron en su infancia preceptores y servidores. Los había odiado a todos, del mismo modo que odiaba a su arrogante hermano Vulpin. Desde pequeña se había adiestrado en las artes más letales, preparándose para el preciso instante en que se enfrentaría a su menospreciado hermano y reclamaría la herencia que debería haber sido sólo suya; una herencia prometida por su padre cuando juró lealtad al Mal a cambio de poder.
Desde aquel día, en que su padre se había consagrado al servicio de Takhisis, diosa del Mal, la guerrera había sabido su destino. ¡Ella gobernaría! Utilizando todos los medios que fueran necesarios, lo poseería todo y tendría cualquier cosa que deseara y cuando lo deseara. Todos a su alrededor serían sus súbditos, y ninguno podría disputarle el dominio y seguir vivo. Un poder puro y sin trabas sería su legado.
Su padre había hecho un trato con una diosa para obtener tales recompensas, pero algo había salido mal. Takhisis había abandonado sus compromisos y a sus seguidores. No obstante, Chatara Kral seguía dominada por la ambición. Si no podía heredar el poder absoluto, se haría con él ella misma. Poseería el mundo, o aquellas partes de él que decidiera tomar, y todas sus riquezas. Y no estaba dispuesta a compartir nada.
Siempre había sabido que algún día su hermano Vulpin resultaría un obstáculo. Los sueños de éste eran como los de ella, pero en el mundo que ambos imaginaban sólo podía existir un gobernante absoluto.
Así pues, Vulpin —entonces lord Vulpin de Tarmish igual que ella era regente de Gelnia— debía ser eliminado. Una vez que su hermano hubiera desaparecido, Chatara Kral resultaría invencible. El valle Hendido sería su base de operaciones, y desde allí, marcharían sus ejércitos conquistadores.
Tal era el legado recibido del siniestro y cruel personaje que la había engendrado. Y ella sabía sin el menor asomo de duda —nada menos que Dred el Nigromante, que se comunicaba con los muertos, se lo había dicho— que nada en este mundo podría impedirle reclamarlo.
Era invencible, y carecía de escrúpulos. Por lo tanto, cuando ella y los restos de su guardia de élite —bestiales y estoicos Bárbaros de Hielo procedentes del gélido sur— se encontraron atrapados en la Torre de Tarmish, Chatara Kral no vaciló. A sus espaldas y delante de ella se encontraban asesinos de las cavernas, los instrumentos favoritos de lord Vulpin. Cuando éstos se encontraron con su falange de luchadores armados con hachas, Chatara Kral envió a sus Bárbaros de Hielo a un combate hasta la muerte.
Sabía que perdería a la mayoría de ellos; podría incluso perderlos a todos. No importaba. Siempre tendría ocasión de atraer a más seguidores. Con total indiferencia traicionó su confianza, y el caos que se originó en la lóbrega torre le proporcionó lo que quería; mientras sus fieles salvajes se desangraban y morían por ella en la escalera de caracol, derribando asesinos de Vulpin incluso mientras caían sin vida, Chatara Kral se deslizó entre ellos para dirigirse al piso superior.
Desde el destrozado portal que se abría al nido de águilas de lord Vulpin, distinguió a su objetivo: a Vulpin en persona, que sostenía un bastón de marfil en una mano y a una muchacha, aterrada y encogida, en la otra.
¡El Forjador de Deseos! ¡De modo que Vulpin realmente lo poseía, y había encontrado a alguien que pudiera activarlo!
Con un gruñido que sonó como el siseo de una serpiente, la mujer empezó a andar hacia su hermano. Dos asesinos de las cavernas surgieron de las sombras para enfrentarse a ella, protegiendo a su señor, y la guerrera comprendió que eran los últimos. La reluciente espada de Chatara Kral centelleó bajo la luz del sol. Aquellos primitivos luchadores se encontraban entre los guerreros más temidos de Ansalon, pero para la mujer serían un juego de niños. Luego, Vulpin se encontraría solo.
El señor de Tarmish vio cómo su hermana atravesaba la entrada y no se sorprendió. Sabía que vendría. Pero entonces su prisa se tornó frenesí. La muchacha que sostenía estaba tan aterrada que apenas podía articular ningún sonido y, sin embargo, debía pronunciar las palabras en voz alta, el deseo expresado que activaba la magia del Forjador de Deseos, debía ser exacto.
—Escúchame, muchacha —espetó el noble, impaciente—. ¡Tienes que memorizar esto! El talismán crea hechizos. Tu deseo dará forma al hechizo. ¡Desearás tres cosas! ¿Lo entiendes?
—Tres… tres cosas —musitó Thayla.
—Tres cosas. La primera es que Chatara Kral debe morir.
—Chata… Chatara…
—¡Chatara Kral! —Vulpin escupió el nombre.
—Chatara Kral —repitió ella—. Desearé que Chatara Kral muera.
Los dos asesinos que le quedaban al noble le cerraban el paso a la guerrera, amenazándola con sus armas, pero desde algún lugar cercano, Vulpin podía oír un sonido chirriante, como metal siendo arrastrado sobre piedra. Echó una ojeada en derredor. El irritado enano gully había abandonado el armario e, inclinado y jadeante, se esforzaba por arrastrar un gran cuenco de hierro para colocarlo detrás del mueble.
—Desearás que yo, lord Vulpin, no sea jamás expulsado de este lugar —ordenó a la joven.
—De… desearé que lord Vulpin no abandone nunca este lugar —consiguió articular ella.
—Y desearás que yo, lord Vulpin, prevalezca.
—Desearé que lord Vulpin pre…pre…
—¡Prevalezca! —siseó el noble.
—Prevalezca —susurró Thayla, forcejeando con la palabra. Los dedos del hombretón sobre la garganta le producían un dolor insoportable, pero no podía escapar.
—Ésos son los deseos que debes formular —concluyó él.
En el otro extremo de la habitación un asesino de las cavernas chilló y se dobló al frente, empalado en la relampagueante espada de Chatara Kral. Su compañero se echó a un lado y atacó. Vulpin alzó el Colmillo de Orm y una voz vacilante a sus espaldas anunció:
—Tener barbaridad de estofado aquí. ¿Alguien querer?
—¡Largo de aquí! —gritó el noble, paseando la mirada en derredor.
Puesto que tenía ambas manos ocupadas, lanzó una patada al molesto enano gully, pero Sopapo la esquivó, y la bota del humano chocó con el legendario Gran Cuenco para Estofado, proyectando chorros y burujos de asqueroso brebaje en todas direcciones.
—Sopapo, ¡vete! —instó Thayla, revolviéndose y pateando sin poderse desasir de Vulpin. Entonces, los dedos del hombre volvieron a cerrarse con fuerza y se quedó silenciosa, medio consciente y luchando por respirar.
—¡El deseo! —ordenó Vulpin—. ¡Recuerda el deseo!
—Lo… recuerdo —jadeó ella.
Aflojó un poco la mano, la depositó de pie sobre el suelo e introdujo el Colmillo de Orm entre sus manos, al tiempo que observaba con mirada colérica cómo el último asesino sucumbía. Chatara Kral pasó por encima del cadáver y en su rostro apareció una cruel sonrisa victoriosa. Alzando otra vez la espada, la mujer avanzó hacia Vulpin.
—¡El deseo, muchacha! —apremió él—. ¡Formula el deseo, ahora!
—Deseo… —empezó Thayla, agarrando con fuerza el Colmillo de Orm, y la luz diurna pareció oscurecerse alrededor de ambos. Unas enormes nubes negras tomaron forma en lo alto, arremolinándose y enroscándose como una gigantesca tormenta en las alturas—. Deseo que Chatara Kral muera —jadeó—. Deseo que lord Vulpin no abandone jamás este lugar.
—Bien —musitó él—. Muy bien. Sigue.
Sobre sus cabezas, las negras nubes se ondularon, adoptando la forma de un amplio anillo con un núcleo de oscuridad en su centro: una oscuridad que era más que simples tinieblas.
—Deseo —prosiguió ella, sin aliento—, que lord Vulpin pre…pre…
—Significar acabar en lo alto —indicó una vocecita servicial desde un lugar no muy lejano.
—Que lord Vulpin acabe en lo alto —dijo Thayla, obediente.
En el cercano horizonte una sombra oscura corría veloz hacia la torre. La sombra creció, mostrando unas amplias y elegantes alas, una larga cola ondulante y unas garras extendidas.
—Ahora —tronó una voz como un trueno distante. Era la propia voz de la hembra de dragón, hablando consigo misma—. ¡Ha llegado la hora, Verden Brillo de Hoja!
Durante un largo minuto, los humanos situados en la parte superior de la torre permanecieron paralizados, contemplando boquiabiertos lo que sucedía en las alturas. De la oscuridad que ocupaba el interior del círculo de nubes, surgió una gigantesca cabeza, la cabeza inclinada y enfurecida de una enorme serpiente; una boca del tamaño de un maizal se abrió de par en par, y negros vapores flotaron alrededor de la reluciente curva de un único colmillo.
—¡Correr como locos! —gritó Sopapo.
En su pánico volcó el legendario Gran Cuenco para Estofado y se agachó bajo él mientras éste caía boca abajo. El escudo golpeó contra el suelo, con Sopapo escondido en su interior, pero su superficie ya no era de hierro viejo y deslustrado, sino que resplandecía, como espejos bajo la luz solar, y el radiante y complejo rostro de su superficie parecía flotar sobre ella.
—¡No! —Chafara Kral aulló su rabia—. ¡Esto es producto de la magia! ¡Pero no verás su final, Vulpin! —Se arrojó contra su hermano haciendo silbar su espada en el aire.
Vulpin salió de su trance en el último instante y, arrojando a Thayla Mesinda a un lado, paró la mortífera estocada de su hermana con un guante de acero. El impulso de ésta los hizo retroceder a ambos un paso, al tiempo que forcejeaban y rodaban por el suelo. Se debatieron ferozmente: Vulpin repartía tremendos golpes con su puño envuelto en el guante de metal, y Chatara Kral le asestaba patadas y mordiscos, en tanto que apartaba a un lado el visor del otro para intentar arrancarle los ojos con unas uñas que parecían las garras de un tigre.
Thayla Mesinda se desplomó a poca distancia, medio inconsciente, sosteniendo aún entre las manos el Colmillo de Orm. Entonces, unos brazos fuertes la rodearon y unas enormes y suaves manos la levantaron mientras una voz le decía:
—¡Suelta esa cosa! ¡Es algo diabólico!
Mientras el Colmillo de Orm le resbalaba de entre los dedos, la muchacha alzó la mirada y se encontró con unos ojos azul cielo.
—Ala Gris —musitó.
Parpadeó y sus ojos se abrieron de hito en hito presas de un nuevo terror. Detrás del rostro sucio y barbudo del hombre, una serpiente enorme descendía del turbulento cielo. Con las fauces bien abiertas, y el único colmillo chorreando malignos vapores, Orm atacó.
La gran cabeza descendía a una velocidad increíble y, justo detrás de ella, un dragón describía una serie de círculos, con las alas plegadas, cayendo en picado como un halcón sobre su presa. En el mismo instante en que la cabeza de la víbora alcanzaba la torre, Verden Brillo de Hoja atacó al ser por detrás. Lo empujó hacia abajo, y sus toneladas de peso en enfurecido descenso se sumaron al impulso de la serpiente, hundiendo el inmenso hocico, con su colmillo extendido, igual que un martillo hunde un clavo.
Ni lord Vulpin ni Chatara Kral llegaron a ver el enorme colmillo que los atravesó a ambos. Una pieza de marfil afilada como una aguja atravesó el cuerpo de Vulpin, se hincó a través del pecho acorazado de la mujer que se debatía debajo de él, y se abrió paso por entre las losas y la estructura del suelo, hasta empotrarse firmemente en la blanca piedra de debajo: el capitel del formidable pedestal sobre el que descansaba toda la fortaleza.
Verden Brillo de Hoja se estremeció bajo el impacto de su ataque. Golpear el cráneo de la gigantesca víbora había sido como chocar contra una montaña; no obstante se sacudió con energía, batió con fuerza las poderosas alas, describió un círculo en lo alto y volvió a descender con fuerza, empujando hacia abajo la enorme cabeza, incrustando el inmenso colmillo aún más en su pétrea prisión.
Con un siseo que hizo temblar el paisaje, Orm forcejeó y se revolvió, intentando liberarse. ¡Aquello no podía estar sucediendo de nuevo! Pero su colmillo no cedía. Rugió y tiró, echando la cabeza hacia arriba, revolviéndose de un lado a otro, y de improviso se soltó. ¡Libre! Sin embargo, al mismo tiempo que era consciente de su liberación, vio también el ensangrentado tocón de su último colmillo erguido todavía por encima de los cuerpos desplomados que habían sido sus presas.
Su agudo y angustiado chillido zarandeó las lejanas laderas de las colinas. Levantó la cabeza de serpiente y vio a un dragón ante ella, un dragón de un metálico color marrón tostado que se balanceaba a un lado y a otro en el aire, mofándose de su persona.
—Lárgate, gusano —dijo el dragón—. No perteneces a este mundo… ni a ningún otro.
Con un último siseo, Orm se retiró. Desdentada y vencida, la enorme víbora retrocedió, perdiéndose en el interior de las nubes de las que había surgido. Una vez que hubo desaparecido, el anillo de nubes se desplomó sobre sí mismo, para seguirla hasta aquella nada entre universos. Era una nada infinitamente grande e infinitamente pequeña, una simple insinuación de distancia, pero tan lejana ya que Orm jamás podría regresar.
Sopapo miró a hurtadillas desde debajo del escudo, atisbando a su alrededor con ojillos desconcertados.
—Cáspita —dijo—. Sin duda haber sido gran tormenta. —Entonces distinguió unos rostros familiares, y a lo largo del destrozado muro empezaron a aparecer enanos gullys que trepaban por encima de las despedazadas barandillas para mirar en derredor, aturdidos—. ¡Hola, todo mundo! —los saludó Sopapo—. ¿Qué hacer todos aquí?
—Buscar Gran Bulp —dijo Gandy, registrando la zona para ver si localizaba trozos de tela con los que envolver su cuerpo.
—No ver —respondió Sopapo.
—Yo sí —indicó Garabato—. Tú ser él. Sopapo nuevo Gran Bulp. Fili… enhonra… hola, Gran Bulp.
—¡Ni hablar! —chilló él, al tiempo que gateaba fuera del Gran Cuenco para Estofado—. ¡Yo no! Yo no ser Gran Bulp. ¡Buscar otro!
En ese instante, la dama Fisga llegó junto a él. Lo inspeccionó con atención en busca de daños, decidió que estaba ileso, y lo agarró por la oreja.
—¡Sopapo es Gran Bulp! —ordenó—. ¡Tú portar bien!
Sopapo dejó que la idea le fuera penetrando en la mente. Luego meneó la cabeza con energía, soltándose de la mano de su esposa que sujetaba su oreja.
—¡Ni hablar, querida! Sopapo no lo bastante estúpido para convertir en Gran Bulp. ¡Buscar a otro!
—¿Qué otro? —inquirió Garabato, paseando la mirada en derredor.
En ese momento, Bron apareció en el portal de la escalera, cargado con un gran botín. Llevaba espadas, dagas, yelmos, jarras de agua, varias sandalias, una lanza rota y una enorme chancleta; todo lo que había hallado en el hueco de la escalera.
—¡Coger a él! —indicó Sopapo—. Hacer que Bron ser Gran Bulp. ¡Él servirá!
Garabato contempló con atención al satisfecho Bron, al tiempo que intentaba recordar si aquel tema había sido tratado ya antes.
—¿Qué pensar tú, Bron? —preguntó—. ¿Tú ser Gran Bulp?
—¡No!
—Lo será —interrumpió Tarabilla—. Poder hacerlo. No tener nada mejor que hacer.
—No querer ser Gran Bu… —intentó protestar Bron.
—Cerrar pico, majadero —sugirió ella—. Tú dejar de protestar y actuar como Gran Bulp.
—Sí, querida —masculló él.
—Ser mejor si yo escribir esto —reflexionó Garabato.
Aferrada a la mano de Ala Gris, Thayla Mesinda avanzó muy despacio y contempló los restos caídos y entrelazados de aquellos dos seres que habían querido gobernar el mundo. Yacían juntos en la muerte, empalados en un enorme colmillo ensangrentado.
—Chatara Kral está muerta —musitó la muchacha.
—Desde luego —Ala Gris asintió con la cabeza—. Y también Vulpin.
—Jamás abandonó este lugar —siguió ella—. Y pre…, quedó por encima.
Ala Gris paseó la mirada a su alrededor, escuchando, hasta que por fin reconoció el sonido que lo preocupaba. Era el silencio. El feroz combate del patio situado abajo se había acallado. Sin soltar la mano de Thayla, se aproximó al borde y miró al suelo. A sus pies, grupos de gelnianos y tarmitianos agotados permanecían inmóviles por doquier, con las armas bajadas. Y por entre todos ellos paseaba Dartimien el Gato, gesticulando y agitando los brazos, mientras deambulaba de un lado a otro para captar la atención de todos ellos.
La voz del hombre de ciudad no llegaba hasta lo alto de la torre, pero el cobar reconoció la actitud y los gestos.
—Los gatos siempre aterrizan de pie —se dijo el hombre de las planicies—. Da la impresión de que el valle Hendido está a punto de tener un nuevo líder.