35.
Matar para diseccionar

Dulce es lo que enseña la naturaleza.

Nuestra mente comedida

distorsiona todas las cosas en sus formas bellas.

Matamos para diseccionar. [4]

WORDSWORTH, The tables turned.

Tendida en la camilla del laboratorio de la Escuela de Anatomía del doctor Knox, Mary Paterson —dieciocho años, «cuerpo voluptuoso y bellísimo»— yace inmóvil bajo el filo del bisturí. Cuando la llevaron, su mano, sin vida, apretaba una moneda. No pudieron abrirle los dedos. Los estudiantes se empujan alrededor de la camilla y la miran. Uno de ellos fuma para matar el olor. Todos la miran con ganas. Es el horror appeal.

Le cortaron el pelo. A pedido del doctor Knox, el señor Burke, que llevó el cuerpo de Mary Paterson a la escuela, hizo el favor de cortárselo —un estudiante le alcanzó la tijera, como si en ese quirófano clandestino el asesino Burke fuera el cirujano y el estudiante fuese el instrumentador—. El doctor Knox guarda en su gabinete algunos dibujos del cuerpo formidable de Mary Paterson. Se los encargó, hace tres meses, a Oliphant, un pintor escocés. También guarda bocetos que dibujaron algunos estudiantes aficionados al dibujo… y al cadáver de Mary Paterson. Si existiera la fotografía le hubieran sacado fotos.

El cuerpo de Mary Paterson está «tan bien formado», es tan especial, que cuando Burke y Hare, los proveedores, lo trajeron a la escuela, el doctor Knox se dio cuenta de que sería una pena diseccionarlo en el momento. Quería abrirlo pero si lo abría, se quedaba sin el cuerpo de Mary Paterson. Lo conservó en whisky, por tres meses.

Uno de los estudiantes reconoció el cuerpo de Mary Paterson, también llamada Mary Mitchell. Se dijo que era una prostituta aunque los registros de un par de asilos de Edimburgo han demostrado, con el tiempo, que era una huérfana salida del asilo a las calles de Edimburgo el día antes de su muerte. En todo caso, la información llega tarde y no cambia nada. Está desnuda y es bonita así que es una puta.

¿Nadie se fija en las marcas negras que tiene en el cuello? Son muy chicas y están a los lados. Dos moretones. ¿Quién se fija en eso? A lo mejor alguien las vio y no se sentó a pensar. Es cuestión de hacerse un par de preguntas. ¿De dónde sacan los señores Burke y Hare estos cuerpos frescos, suaves, blandos, salvados de la rigidez, que siempre tienen esas marcas ínfimas y oscuras en el cuello?

Burke y Hare mataban gente para vender sus cuerpos al doctor Knox. Un día, le tocó a la pobre Mary Paterson.

Matar era más práctico, más rápido y más fácil que cavar tumbas. Burke y Hare se dieron cuenta. Al principio, improvisaron. Después se perfeccionaron. Elegían a sus víctimas. Cuando se los llevaron presos, dieron los datos de algunas.

La lista es extensa pero siguen unos nombres, para dar una idea.

Joseph el Molinero, alias Joe el Pordiosero, mendigo, asfixiado, £10.

Abigail Simpsom, de Glimmerton, vendedora ambulante, asfixiada, £10.

Mary Paterson, £8, asfixiada.

El Viejo Effie, mendigo, asfixiado, £10.

Borracha encontrada en la calle, £10, asfixiada.

Anciana de la calle, £8, asfixiada. Nieto de la anciana de la calle, doce años, espinazo partido, asfixiado, £8.

Mary Haldene, pordiosera del Viejo Grassmarket y prostituta, asfixiada, £10.

Mary (Magdy) Docherty, anciana proveniente de Donegal, que estaba en Edimburgo buscando a su hijo, asfixiada, precio estipulado en £10 - £5 cobrados a cuenta. Quedaron £5 pendientes.

El pago no se completó porque Burke y Hare tuvieron problemas con el cuerpo de la vieja señora Docherty. Fueron imprudentes porque estaban cebados.

La señora Docherty entró en una licorería para pedir limosna la noche de Halloween de 1828. Entre los clientes, estaba el señor Burke, que la invitó a comer a su casa, junto a otros amigos para los que ofrecía una reunión por la Noche de Brujas. La señora Docherty aceptó. Cuando los invitados se fueron, Burke y Hare se dedicaron a lo suyo. Uno agarró a la señora Docherty por atrás. El otro le tapó la nariz y la asfixió.

Burke y Hare entregaban al doctor Knox cuerpos sin marcas de violencia pero estaban esas huellas oscuras en el cuello, la calidez de los cuerpos, la sangre en la boca y en los oídos. Encontraban sus víctimas en la calle, les ofrecían comida y whisky, las emborrachaban. Eran cazadores de humanos.

El señor Burke escondió el cuerpo de la señora Docherty en su colchón de paja.

«No se acerquen a la cama», les dijo al otro día a los amigos de la noche anterior, que fueron a visitarlo. Los amigos corrieron a la policía mientras Burke y Hare corrían a llevarle el cuerpo al doctor Knox. Hare declaró contra Burke y fue absuelto. El doctor Knox no fue implicado en el caso. Abandonado por su colega y por su patrón, Burke confesó. Fue condenado a la horca y a la disección de su cuerpo.

Sir Walter Scott fue testigo de la ejecución:

Había muchísima gente. Clamaban, a los gritos, exigiendo que Knox también fuera al cadalso. Querían otra víctima, pero de todas maneras recibieron, excitados, con abucheos, al desgraciado que fue el único de los cinco o seis que no eran menos culpables que él.

Sir Walter Scott se refería a Hare, al doctor Knox, a la mujer de Hare, a la mujer de Burke y a un alumno del doctor Knox, enterado de lo que pasaba. En rigor, ese cadalso tendría que haber estado lleno de gente.

El cuerpo del señor Burke fue diseccionado ante dos mil estudiantes, que habían hecho cola para comprar sus entradas. El cuerpo diseccionado del «monstruo» fue exhibido ante el público. Treinta mil personas fueron a verlo. Su calavera y una billetera hecha con su piel siguen expuestas hoy en el Colegio Real de Cirujanos de Edimburgo.

El cuerpo del asesino Burke yace ahora en el aula de Anatomía del Colegio y todo el mundo va a verlo. ¿Quién se atreve a negar que nuestra curiosidad es perversa?,

preguntaba sir Walter Scott.

El señor Burke aportó una palabra al diccionario inglés. Lo que hacía no tenía nombre en ningún idioma. El verbo, «to burke», significa, exactamente, matar para diseccionar. Y como las palabras forman familias, la palabra «burke» tuvo sus derivaciones. Burkofobia y Burkomanía, por ejemplo.

Burkofobia: pánico a ser asesinado por un vendedor de cadáveres, sólo comparable —en su intensidad— con el pánico al cólera, que había llegado recientemente a Inglaterra.

Burkomanía: durante mucho tiempo, Burke y Hare fueron un tema excluyente. No se hablaba de otra cosa. En las tabernas y en la calle, la gente cantaba la Balada de Burke y Hare.

Burke is the butcher

Hare is the thief

Knox is the boy

Who buys the beef [5]

El doctor Knox se salvó de la justicia pero la gente organizó un skimmington en su puerta. Bajaron a los gritos por la calle, golpeando palos y cacerolas, hasta llegar a su casa. Llevaban un muñeco, que tenía prendido un cartel que decía KNOX, SOCIO DE LOS ASESINOS. Estrangularon al muñeco y lo colgaron de una soga aunque en vez de quemarlo, como era habitual, lo descolgaron y lo cortaron en pedazos, lo diseccionaron.

Burke y Hare tuvieron imitadores porque los crímenes también se contagian o porque la idea de matar para vender estaba en el aire, y era una consecuencia lógica de lo que venía pasando. Sin embargo, pocos cazadores de cadáveres alcanzaron su altura en las escalas del crimen. Los más destacados fueron los señores Bishop y Williams, de Londres.

En su libro Matar para diseccionar, El robo de tumbas, Frankenstein y la literatura de la Anatomía [6], Tim Marshall describe los puntos de conexión de la era de la disección con la novela de Mary Shelley. Las víctimas del monstruo siempre tienen marcas en el cuello. El monstruo deja esa marca en el cuello de su hermano («lo tomé del cuello para obligarlo a callar»), de su amigo («en la garganta se apreciaban las huellas de unos dedos») y de su novia («las criminales huellas de la mano asesina estaban impresas en su cuello»).

Al mostrar lo que pasaba en su tiempo, Mary Shelley había entrevisto lo que iba a pasar. Anclada en el miedo del momento, la novela había revelado el crimen del futuro. Los acontecimientos la convirtieron en una predicción. De pronto era una profecía invertida. La noticia de los asesinatos de Burke y Hare influyó en la lectura de la novela de Mary Shelley, que ahora también hablaba de la complicidad del cirujano con el asesino. Había más horror en esa historia que el que ella misma había previsto.

Mientras tanto, en el presente activo y continuado de los asesinos y sus víctimas, Mary Paterson —¡8 £, una oferta!— sigue tendida en la camilla de la clase de Anatomía del doctor Knox. Parece mentira que esté muerta. Mary Paterson, con su moneda apretada en la mano. Los estudiantes le dedican una última mirada de amor. El doctor Knox se acomoda los anteojos. Tienen vidrios oscuros y redondos. Agarra el bisturí, entorna los ojos, saca una cuenta mental y apunta. La piel se abre bajo la línea, limpia de sangre, que dibuja su mano. Va a conocer el cuerpo de Mary Paterson por dentro. La vida sigue y el mundo se lo exige. Va a descubrir, una vez más, el secreto. Puede sentirlo. Es innegable. Está vivo.