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DMITRI Guderian se acercó con cautela a la mujer, sin dejar de encañonarla. Ella no pudo verlo hasta que estuvo a menos de cinco metros de distancia.

—Nombre, grado y destino —solicitó en voz baja.

—Françoise Pereira. Teniente. Operaciones Especiales. S-98-EC-2269930001-AT. Gobierno Militar de Tropicalia. ¿Satisfecho, Dmitri? ¿Puedo bajar los brazos?

Aquella mujer desconcertaba más a Dmitri que el resto de individuos con los que se había tropezado. Al verla luchar contra el otro hombre, comprendió que se trataba de una auténtica profesional; por eso decidió ayudarla, eliminando a su rival. Además, hablaba con un aplomo encomiable, y vestía uniforme del Ejército. Sin embargo, ¿qué hacía alguien con destino en Tropicalia en plena Nueva Hircania? Era una trampa, seguro, pero no se decidía a matarla allí mismo. «Maldita sea, incluso parece conocerme. Y se comporta de verdad como un teniente de las F.E.C.» Tendría que interrogarla a fondo.

—Vamos, camina. Vamos a ponernos a cubierto en aquel bosque. Creo que deberás responder a algunas preguntas. Cómo sabes mi nombre, por ejemplo.

Ella echó a andar, procurando no hacer movimientos bruscos. Eso sería su sentencia de muerte.

—Encantada de charlar contigo —dijo, mientras avanzaban hacia los árboles—. Te contaré una historia que te gustará. Érase una vez un sargento de comandos llamado Dmitri Guderian, con nº W-02-EC-9465399378-AS. Luchaba en Nueva Hircania contra los fundacas, que eran unos enemigos implacables. En numerosas ocasiones se libró de una muerte segura, aunque otros compañeros no tuvieron tanta suerte. A pesar de ello, respetaba a un enemigo valiente. Así, cuando los aliados nativos del Clan de la Serpiente de Fuego entraron a saco en un poblado fundaca que se había rendido, en el que sólo había viejos, mujeres y niños, y violaron, mutilaron y asesinaron hasta no dejar supervivientes, el sargento Guderian perdió los papeles. Él y los soldados bajo su mando ejecutaron a nuestros valientes aliados, y del Clan de la Serpiente no quedó ni la camisa. Por ello, el médico de campaña dictaminó que el sargento Guderian necesitaba unas vacaciones. ¿Recuerdas, Dmitri? Estuviste en un hospital de Baharna, donde por poco matas a una enfermera llamada Delilah Arnáu. Por suerte, no pasó nada grave, y ella te invitó a desayunar. Te concedieron la baja, y decidieron que podías pasar unas semanas en Tropicalia, pero la nave que te transportaba sufrió un absurdo accidente, y apareciste en medio de este paraje. Sufriste amnesia traumática, y creíste hallarte aún en Nueva Hircania, pero en realidad estabas en una Zona de Simulación donde unos ejecutivos ociosos jugaban a ser soldados. Liquidaste a unos cuantos, así como a los miembros de la empresa que intentaron capturarte. Al final, incapaces de acabar contigo, me llamaron a mí. Y colorín colorado… Eh, Dmitri, ¿te pasa algo?

El sargento se había detenido. Lo que contaba aquella mujer era un disparate, pero había activado ciertas partes dormidas de su mente. Imágenes de un hospital, una cara asustada, un poblado lleno de cadáveres, niñas violadas y luego abiertas en canal…

—Es… es mentira. Te han adiestrado para confundirme, maldita imperial…

—¿Imperial, yo? ¡No seas besugo! Recapacita, Dmitri: ¿Tenían pinta de auténticos soldados los pobres desgraciados a los que has matado? ¿No te daba la impresión de estar en un carnaval? Esto es Tropicalia, tío, y has organizado un follón imponente.

Las imágenes siguieron golpeando la mente de Dmitri como gotas de lluvia en una tormenta. Aquello dolía, y empezó a sentir miedo, mucho miedo de que fuera verdad lo que decía la mujer.

—¡Es mentira, maldita!

Françoise se dio cuenta de que Dmitri había perdido el control e iba a dispararle, tal vez para no escuchar unas palabras que lo confundían. En una fracción de segundo evaluó sus posibilidades de escapar, y comprobó que eran prácticamente nulas, pero no iba a dejarse sacrificar como un borrego en el matadero. Quería unas vacaciones pagadas, y en su nombre lanzó una patada lateral que arrancó el fusil de las manos del sargento, arrojándolo lejos.

Antes de que el arma hubiera recorrido un metro en el aire, Dmitri respondió con una mortífera patada directa al plexo solar. Françoise logró esquivarla a duras penas, pero cayó en un charco por el impulso. Supo que si no reaccionaba le quedaba menos de una décima de segundo de vida, así que arrojó barro a los ojos de su oponente con notable puntería. «¡Ya te tengo, hijo de mala madre!» Se incorporó de un salto y le lanzó un puntapié a la ingle.

Cegado como estaba, Dmitri paró el ataque barriendo la pierna de Françoise con un giro de brazo. Ella comprobó que se enfrentaba a un auténtico fuera de serie, en plena forma, más joven y condenadamente más rápido que ella. Fue una auténtica proeza que lograra bloquear los tres primeros golpes que le lanzó el sargento, pero fue incapaz de eludir el cuarto. Recibió la patada en plena cara y cayó cuan larga era al suelo, donde quedó inmóvil.