El meaculpas[9]
«El meaculpas está convencido de que para ser amado ha de mostrar más errores que virtudes».
«ESTO SÓLO ME PASA A MÍ», «Nunca me sale nada a derechas», o «Soy un perfecto estúpido» son, entre otras, algunas de las reacciones que el meaculpas tiene cuando es víctima de alguna adversidad. Y, según él, éstas son las únicas experiencias que tiene la vida. Como un disco rayado, siempre se está lamentando de sus desgracias o confesando sus errores. Y lo hace con tanto detalle como sus interlocutores son capaces de soportar. Prefiere quejarse antes que buscar soluciones. Y se queja hasta de que ¡las rosas tengan espinas, en vez de alegrarse de que las espinas tengan rosas!
Aun cuando lo que más abunda entre la gente insoportable es, con diferencia, los autoexculpadores —los que siempre ubican las culpas fuera de sí mismos—, el meaculpas no es una rara especie en nuestra sociedad. Ni mucho menos. El meaculpas es un tipo que se odia a sí mismo. Es victimista, latoso, depresivo, triste y negativo. Domina a la perfección el arte de torturarse y humillarse a sí mismo. Y con sus lamentaciones —una y otra vez machaconamente repetidas— también amarga la vida de quienes tengan la desgracia de cruzarse en su camino. El denominador de su conducta es, pues, como el destino de los zapatos: ¡arrastrarse por los suelos!
Cómo crearse una angustia de primera clase
Mientras que la mayoría de la gente se censura muy ocasionalmente, el meaculpas se autocrítica en todo momento. Mejor dicho: ¡siempre que encuentra audiencia! Porque toda su energía la dedica a lloriquear ante los demás lo triste y horrible que es —y seguirá siendo— su vida. Repite a sus amigos que él es una completa nulidad. Un cero a la izquierda. O dos. Y para recordárselo y autocompadecerse, los llama por teléfono varias veces al día cuando no ha podido verlos en persona. Se lamenta de que no le telefonean a menudo ni se ocupan de él.
El meaculpas se culpa a sí mismo de todo y de su mala suerte. A veces, su sentido de la autoculpabilidad llega tan lejos que se hace responsable no sólo de cuanta adversidad tiene que ver con él, sino de todo lo que de negativo ocurre también a las personas de su entorno. Él siempre se culpa. Incluso aunque no sepa de qué. Es tan duro consigo mismo que si algún colega, familiar o amigo lo contradice, hasta se encoleriza. Entonces se atrinchera todavía más en sus creencias: «No exagero, soy culpable y no me convencerá nadie de lo contrario».
Si usted insiste en reconfortarlo con algún consuelo o incluso proporcionarle una razonable solución a su problema, perderá el tiempo. Nada de lo que usted haga o diga la hará cambiar de actitud. El meaculpas rechazará su ayuda sistemáticamente porque cualquier idea que le proponga la considerará inútil. Siente una fascinación morbosa por su culpabilidad. Únicamente si ve peligrar la compañía de quienes soportan sus miserias suavizará levemente su postura. Esto es, cuando, finalmente, los familiares, amigos o compañeros de trabajo se sienten frustrados, cansados y entristecidos por su incapacidad de ayudar a ese desdichado y hacen amago de abandonarlo, el meaculpas les ofrecerá una frase reconfortante: «Estoy hundido, pero no os preocupéis, saldré adelante».
El meaculpas se autoculpabiliza tanto de los aspectos negativos más trascendentes de su vida laboral, social y personal, como de los más nimios. Se inculpa de todo. Parece desconocer el consolador mensaje divino:
NO SE SIENTA ABSOLUTA Y PERSONALMENTE RESPONSABLE POR TODO. ESO ES COSA MÍA: DIOS.
El meaculpas consigue con frecuencia lo que quiere: captar la atención y despertar la simpatía y la compasión de sus amigos. Incluso es hábil para evitar peligrosas comparaciones con alguno de éstos cuya situación es peor que la de él. El problema surge cuando el meaculpas abusa de esa situación. Los amigos acaban hartándose de él y lo abandonan a su suerte, a su «mala suerte», antes de que les contagie su pesimismo. Es cuando ya se ha convertido para ellos en un ser insoportable. Pero el meaculpas no se desanimará. Seguirá buscando nuevos corazones receptivos a los que bombardear sus miserables mensajes. Y es que el meaculpas se parece a los músicos: ¡siempre da la nota!
El meaculpas es una subespecie del pesimista o del autodestructor. Sabe torturarse de forma creativa. Transforma cualquier pequeño temor o banal inquietud de la vida cotidiana en verdaderas angustias y fuentes de sufrimiento. Hay una manera rápida de detectar su presencia. Usted puede identificarlo cuando escuche de sus labios alguna de estas frases:
- ¡QUÉ MALA SUERTE TENGO!
- ¡SOY UN PERFECTO ESTÚPIDO!
- EN LA VIDA NO TENGO NADA QUE HACER…
- ¡ESTO SÓLO ME PUEDE PASAR A MÍ!
- NUNCA ME SALE NADA BIEN.
- NO SÉ HACER NADA CORRECTAMENTE.
- ¡MIENTRAS HAY VIDA HAY DESESPERANZA!
El meaculpas sólo quiere compasión y comprensión. ¡Se considera tan desgraciado que se pincharía con la aguja del pajar!
Existe, evidentemente, el «meaculpas circunstancial» que sólo adopta esta actitud en determinadas ocasiones. Lo que más distingue a uno de otro son las causas de su autocrítica. Y, aunque la línea que separa la autocrítica sensible de la irracional es, a veces, confusa, el «meaculpas circunstancial» desaparece tan pronto como ha conseguido su objetivo. Con frases como «soy un inepto para los números», o «soy una nulidad para el dibujo», pretende eludir su responsabilidad sobre algún trabajo concreto. Declarándose irresponsable está diciendo a los demás que no esperen nada de él. Es el que en el trabajo explota ese principio de sobrevivencia que recomienda: ¡Nunca permita que el jefe se entere de su existencia!
Cómo ser desgraciado sin la ayuda de nadie
¿Por qué actúa así el meaculpas?
Las motivaciones que el meaculpas tiene para desear despertar pena y compasión pueden ser numerosas. Sus quejosas y lloriqueantes técnicas para llamar la atención pueden servirle para muchas cosas. Casi como las bayonetas, que se puede hacer de todo con ellas ¡menos sentarse encima!
Por lo general, el meaculpas padece un complejo de inferioridad, una falta de confianza en sí mismo, o, simplemente, está equivocado sobre sus culpabilizantes juicios. Pero sus autocríticas persiguen unos objetivos. El meaculpas hace afirmaciones como «siempre me equivoco» o «no me sale nada bien», no porque crea realmente que son ciertas, sino en aras de conseguir algo. ¡Nadie da un espectáculo de autoinmolación gratis! Este tipo suele criticarse o culparse a sí mismo de cualquier fatalidad o error como forma de enviar un mensaje a los demás. Freud dice que detrás de cada acción siempre hay una motivación. Seguro. Hay que preguntarse, pues, qué quiere conseguir o qué clase de interés le reporta su actitud al meaculpas. ¡El interés no es una obsesión exclusiva del Banco Hipotecario!
En la mayoría de los casos, el meaculpas ha elegido la autocrítica como un medio de merecer el amor de los demás, despertando sentimientos de compasión. No se cree digno de ser amado. Su postura es la de presentarse como una víctima por antonomasia que no tiene ayuda de nadie. El meaculpas necesita a alguien que le reconozca la «mala suerte» que tiene en la vida y lo mucho que sufre. Pero, como inseguro que es, la autocrítica del meaculpas puede también convertirse en una estrategia para preservarse de los ataques de los demás. El meaculpas se critica a sí mismo antes, para no dar la oportunidad de que lo hagan después otros. Avisa para que no lo hieran. Se anticipa a las críticas ¡precisamente para evitarlas! Después de todo, él espera que nadie tendrá tanta mala uva como para atacar a alguien que ya ha reconocido de antemano sus errores.
Uno de los principios en los que el meaculpas basa su estrategia es el de que la modestia es considerada por nuestra cultura como una virtud. Cualquiera que se muestra inmodesto —como ese compañero al que se le pide la goma de borrar y contesta altanero: «¡No uso!»— puede ser sospechoso de carecer de lo que presume. Pero el meaculpas lleva su convencimiento hasta tal extremo que no sólo no acepta justificación alguna que le redima de su culpa, tampoco admite elogios ni cualquier palabra amable. Su autoestima está al mismo nivel donde los perros depositan sus detritus. Y es que el meaculpas asume sin paliativos la célebre sentencia de Groucho Marx: «¡Nunca pertenecería a un club que me admitiera a mí como socio!».
El meaculpas padece un compromiso victimista. Éste es como el agujero negro de la necesidad emocional. Él no quiere tener que dar. Sólo quiere tomar. Controla a los demás por la necesidad que tiene de la presencia y la compasión que le proporcionan los otros. Busca compasión y que alguien lo acompañe en su fatalidad. El fenómeno del meaculpas se manifiesta pronto. Cuando el niño se relaciona con sus padres y otras gentes aficionadas a este lacrimógeno deporte. Con frecuencia, los padres critican con exceso a sus hijos con el fin de hacerles ver sus errores y así mejorar su conducta. Cuando esos niños crecen, se pueden ver a sí mismos como incompetentes. Llegan a creer que no pueden realizar nada sin su constante autocrítica. Quienes crecen bajo una fuerte crítica paternal, a menudo piensan que conservan su sitio en la familia únicamente porque aceptan la crítica de sus padres. De adultos, tenderán a autocriticarse con objeto de seguir manteniendo un lugar emocional al lado de sus padres. ¡Y hasta pueden llegar a pensar que su cabeza únicamente sirve para preservar al cuello de la lluvia!
ESTRATEGIAS DEFENSIVAS
¿Nada va nunca totalmente bien para nadie?
Si usted convive o comparte el trabajo con un meaculpas, puede acabar aburrido, deprimido o, lo que es peor, puede contagiarse de su autodestructiva forma de ver las cosas. Porque, de acuerdo con el perfil psicológico anteriormente descrito, el meaculpas se amuralla en la autoflagelación y no es receptivo a ningún razonamiento que permita vislumbrar un cambio de actitud. Su objetivo al tratar con el meaculpas es conservar su punto de vista y sobrevivir a su negativa influencia.
Si usted, de acuerdo con su T.E.I., no puede, no debe o no le interesa apartar de su vida al meaculpas, intente descubrir las razones por las que se comporta así. Gánese su confianza. Escúchelo con atención. Déle refuerzo positivo. Use un moderado, pero persuasivo tono de voz. Exprésele su confianza de que las cosas van a ir mejor si se deja ayudar. Una vez conocidas las causas de su comportamiento, póngaselas en evidencia de forma realista e invítelo a que, de una vez por todas, aleje de su cabeza los nubarrones, conforme a las siguientes premisas:
El meaculpas debe reconocer que:
- La autoculpabilidad sistemática e irracional no le conduce a ninguna satisfacción, poder o cariño (sólo a la compasión).
- Es posible que haya pasado por una mala racha de acontecimientos. Pero toda racha siempre tiene otra expectativa: se termina.
- No es culpable de circunstancias adversas sobre las que él no tiene ningún control.
- Las desgracias que le aquejan no necesitan de la compañía de usted (pregúntele si cree que dos personas revolcándose en la tristeza es mejor que una sola). Ni de ninguna otra víctima propiciatoria. A medida que la gente se aleje de él, su destino es el «paro». Esto tal vez le haga reaccionar.
Si, pese a su ayuda, no consigue ningún resultado, principalmente porque el meaculpas no quiere cooperar, ni aceptar sugerencias realistas, plantéese reducir su relación con él a lo estrictamente necesario, antes de que aquél lo destruya moralmente. Porque la negativa conducta del meaculpas es, al igual que la de su primo hermano el agorero, fácilmente contagiosa. Al menos, tiene el poder de cambiar el humor de las personas que han de soportarlo.
Si, por el contrario, usted puede prescindir de su relación con el meaculpas, emplee la táctica del bloqueo directo. Cuando éste intente de nuevo llamar su atención, malgastando su tiempo con miserables historias, dígale claramente:
- LO SIENTO, NO PUEDO DEDICARTE NI UN MINUTO.
Esto puede parecer duro. Pero es una estrategia muy útil. Usted no tiene por qué compartir los infortunios de personas amargadas y sin voluntad alguna de rehabilitarse. Porque lo único que persigue el meaculpas es dominarlo y sacar provecho de su depresión, arrastrándolo a usted hacia su desdicha malgastando su atención y su tiempo.