El indeciso

«No podemos tomar las decisiones de otros, ni debemos permitir que ningún otro tome las nuestras».

«YO NO SÉ SI SOY INDECISO o no, quizás sí, quizás no». Con esta respuesta, el indeciso demuestra que carece de capacidad hasta para determinar si él es o no un indeciso. Éste es un tipo que no se atreve a organizar, sugerir, decir o hacer nada. Y mucho menos tomar una decisión. El indeciso es totalmente inoperante. Más que un personaje de Museo de Cera. Cualquier electrodoméstico es, en este sentido, superior a él. Las lavadoras, por ejemplo, toman decisiones por sí mismas: ¡Nadie les dice cuándo deben averiarse!

El indeciso es una persona débil, dependiente, inhibida, insegura, sin criterio ni iniciativa. A causa de la ansiedad que le provoca asumir una responsabilidad —por pequeña que ésta sea—, jamás toma una decisión. Cuando ha de encarar una situación, la elude con mil y una justificaciones hasta que ya es demasiado tarde. El indeciso sigue las reglas de Kangne Kar:

  1. Si usted debe tomar una decisión, demórela.
  2. Si usted puede autorizar a alguien para evitar una decisión, autorícelo.
  3. Si usted puede formar un comité, tendrán sus miembros que evitar la decisión.
  4. Si usted puede evitar una decisión de cualquier otra forma, evítela inmediatamente.

Y es que el solo hecho de pensar que ha de tomar una decisión provoca al indeciso insufribles calambres neurológicos. Este irresoluto personaje carece de energía no sólo para decidir, sino, simplemente, para expresar su opinión. En el caso de que, en un inusitado arranque de valor, manifieste alguna vez su criterio, puede decir una cosa hoy y la opuesta al día siguiente. Porque al indeciso le influye siempre la opinión de la última persona con la que ha hablado. O, en su defecto, se adhiere a lo que dice la mayoría. Incapaz de elaborar su propio criterio, no puede asumir el riesgo de equivocarse. Y si, excepcionalmente, en cualquier momento adopta alguna postura personal, la cambiará tan pronto alguien dé muestras de desaprobación. El indeciso navega, pues, en cualquier dirección que le lleve el viento. Y ya se sabe: ¡Quién no sabe adonde va acaba siempre en otra parte!

¡SOS! ¡Que alguien se ocupe de mí!

El indeciso perjudica y aburre seriamente a las personas que le rodean. Al no hacerse cargo de su propia vida, siempre son los demás los que tienen que sacarle las castañas del fuego. En el plano doméstico, alguien ha de indicarle qué calcetines o qué blusa ha de ponerse. Si ha de tomar café o té, el taxi o el autobús. Alguien ha de hacerle las gestiones en la Administración o le ha de reparar el electrodoméstico averiado. O le ha de elegir su destino de vacaciones. Su falta de personalidad decisoria hace que este espécimen carezca de respuestas personales para la variedad de problemas y situaciones que plantea la vida. El indeciso busca la comodidad y prefiere arrastrarse por la vida antes que andar con sus propios pies. ¡Es de los que no le importaría que lo reemplazase un robot!

En el ámbito laboral, tener al indeciso como jefe (o, simplemente, como compañero de trabajo) es como estar sometido al suplicio de Tántalo. Nunca nadie consigue saber lo que quiere. Ni lo que él hace. Ni él sabe lo que hacen los demás. Si algún subordinado le plantea la conveniencia de celebrar una reunión en la que el indeciso debe pronunciarse sobre cualquier problema, lo primero que hace es irritarse. Después le ordena al subordinado que redacte un informe sobre el asunto a dilucidar. Cree el indeciso que por el mero hecho de plasmar en papel el problema y guardarlo, éste ha dejado ya de existir. Su miedo a tomar una decisión equivocada le hace pensar que sólo hay dos tipos de problemas: los que el tiempo se ha encargado de resolver y los que el tiempo se encargará de ir resolviendo. Y que, cuando esto no sucede, es ¡porque realmente los problemas no tienen solución!

Si, finalmente, las circunstancias y la propia presión de su equipo de colaboradores lo obligan a acudir a una reunión decisoria, el indeciso recurrirá a todo tipo de artimañas para evitar pronunciarse. ¡Incluso pedirle a Dios no que bendiga sus decisiones, sino que las tome por él!

Entre las frases detectoras de su personalidad se encuentran las siguientes:

  • «NO SÉ, TAL VEZ…»
  • «AHORA NO TENGO TIEMPO PARA HABLAR DE ESO…»
  • «LO ESTOY PENSANDO»
  • «CUALQUIER DÍA DE ÉSTOS»
  • «¿TÚ QUE HARÍAS?
  • «MAÑANA».

Por consiguiente, el indeciso nunca toma ninguna decisión en tanto pueda demorarla indefinidamente o lograr que otro la tome por él. Es hábil para desplazar su responsabilidad. Más aún: especialista. Para él es fundamental trabajar en equipo. Eso le permite culpar a otros. Por las tácticas que emplea es fácil inducir que nunca 1tiene nada que hacer. Aunque es justo reconocer que esto lo hace a la perfección. Su postura es salirse siempre del campo de batalla para que no le caiga ningún muerto encima. Intenta, eso sí, quedar bien interviniendo en todos los trabajos cuando alguien ya ha tomado las decisiones. Ahí no tiene inconveniente en demostrar su gran capacidad. Advierte sutil y ambiguamente de los riesgos: «Ojo con esto», «Cuidado con aquello», «Tal vez no le guste al presidente», «O quizá sí», «Pero, en realidad, no sé». Así siempre acierta. Es como ese vidente que nos avisa de que el número de Lotería Nacional del próximo sorteo será el 54.378, ¡salvo que sea otro!

El indeciso no se compromete con nada ni con nadie. Es un paradigma del «listo» que sabe escurrir siempre el bulto. Es adicto a la teoría del capitán Jack:

SI ES USTED INTELIGENTE, LE ENCARGARÁN QUE TOME DECISIONES; SI ES USTED REALMENTE INTELIGENTE, SABRÁ CÓMO LIBRARSE DE HACERLO.

Y a los postulados de Pfeifer:

  1. EL CARÁCTER DECIDIDO NO ES, EN SÍ MISMO, UNA VIRTUD.
  2. DECIDIR O NO DECIDIR ES UNA DECISIÓN.

El indeciso carece del necesario coraje para negarse taxativamente a tomar una decisión y reconocer su fobia. Si se le presiona a que asuma responsabilidad, se convierte en un eterno y hábil postergador. Su teoría es que, si espera algún tiempo, lo que le han pedido pase a no ser necesario o importante. Su irresponsabilidad le viene de niño. Cuando alguien quería hacerlo adquirir algún compromiso, decía: «Mi madre dice que no puedo».

Historia de un indeciso

En un libro sobre ejecupijos[11] cito una anécdota que refleja con especial claridad la fóbica actitud de evitar tomar decisiones y que confirma plenamente el aforismo de Woody Alien: «Si no te equivocas de vez en cuando, es que no arriesgas».

Un pseudoejecutivo fue despedido de su empresa y se marchó al campo en busca de trabajo. Al llegar allí, ofreció sus servicios al primer granjero que encontró. Argumentó que era un trabajador muy activo y necesitaba emplearse en cualquier cosa:

—Bien —repuso el granjero—, distribuya esa tonelada de estiércol por toda la finca.

Al cabo de muy poco tiempo, el granjero observó perplejo que, efectivamente, el dinámico «ejecutivo» había concluido ya su trabajo y reclamaba más.

—¡Formidable! —exclamó el granjero entusiasmado—. Separe ahora ese camión cargado de patatas, clasificándolos en dos grupos: grandes y pequeñas.

El granjero continuó con sus quehaceres y a las dos horas fue a interesarse por el nuevo cometido que le había encomendado al «ejecutivo». Sin que éste hubiera siquiera iniciado la clasificación, encontróselo meditabundo y con una patata en cada mano, sopesándolas y mirando a una y otra repetidamente. Sorprendido el granjero por esta inesperada actitud en una persona que momentos antes había puesto de manifiesto gran capacidad de trabajo, le inquirió por los motivos de su inactividad:

—Mire usted —respondió—, yo sé repartir muy bien la mierda, pero, por favor, ¡no me haga usted tomar decisiones!

Síndrome de la margarita interminable: sí-no-sí-no-sí…

¿Por qué actúa así el indeciso?

El indeciso evita tomar decisiones por muchas razones. La más hermosa es que teme hacer infeliz a alguien. La más obvia es que no quiere correr el riesgo de adoptar una decisión equivocada. ¿Por qué? El indeciso es una persona que carece de energía interior. Y si alguna le queda, la orienta exclusivamente a eludir el riesgo de equivocarse. Es inseguro, tímido y cobarde. No tiene ninguna confianza en sus capacidades. De ahí que no pueda asumir un error. Porque, como inferior que se siente, teme a la valoración negativa de los demás. La opinión de los otros la considera más importante que la suya. Porque nadie lleva un registro de las decisiones que uno tomó y fueron exitosas, sino ¡sólo de aquellas que resultaron un desastre!

La incapacidad de decidir que presenta este insoportable modelo es porque intuye tantas posibilidades de fracaso que ello le imposibilita para la acción. A causa de su inmadurez e inseguridad, el indeciso vive en una actitud permanente de evitación defensiva de la toma de decisiones. La idea de no tomar nunca una decisión tiene, además, cierta recompensa psicológica. Por una parte, alivia al indeciso al no tener que enfrentarse al problema. Y, por otra, cuando la decisión se posterga durante tanto tiempo, su prioridad puede pasar a un segundo o tercer plano. A veces, el asunto puede quedar incluso olvidado. Pero cuando esto no sucede, la postergación del indeciso irrita, frustra y perjudica notoriamente a las personas que lo rodean (compañeros de trabajo, familiares, amigos, etc.). ¡Alguien ha de hacer su trabajo! El indeciso ha descubierto que el mundo puede funcionar sin él, y esto es lo que le gusta.

Con su irresponsable actitud trata de desplazar sus decisiones a los demás. Mientras sean otros los que asumen la responsabilidad que a él le concierne, el indeciso no corre ningún riesgo. Sin embargo, su instinto postergador puede hacerlo desperdiciar ocasiones muy sugestivas. Si, por ejemplo, alguien lo invita a que escoja a pasar unas vacaciones gratuitas entre una playa del Caribe o un safari en Kenia, el indeciso tampoco podrá pronunciarse, esperando que surja una tercera opción aún más favorable. ¡Tal vez la del Paraíso!

ESTRATEGIA DEFENSIVA NÚMERO 1

¿Qué es lo peor que te puede suceder?

Irritarse con el indeciso es absolutamente ineficaz. El enfado coloca a este desesperante individuo en el punto álgido de su irresponsabilidad. Si usted lo empuja a tomar una decisión, él reaccionará con más dudas e inseguridades. Y si se trata de «obligarle» a tomarla se retraerá aún más en su cascarón haciendo inútil cualquier esfuerzo ajeno. ¿Qué hacer entonces?

Si, una vez que usted haya realizado el test T.E.I., el indeciso resulta ser alguien importante en su vida, deberá usted armarse de paciencia y tratar de ayudarle con afecto. Una actitud cariñosa le inspirará al indeciso confianza y le permitirá pensar con más claridad sobre los «pros» y «contras» y, especialmente, sobre las consecuencias que tanto para él como para los demás implica su irresponsable postura.

El indeciso sólo tiene un problema. No conoce la forma de elegir entre dos opciones que nunca son perfectas. Ayúdelo a percibir las ventajas y los inconvenientes de las distintas posibilidades. Conocerlas permitirá al indeciso, en alguna medida, librarlo paulatinamente del miedo y atenuar su fobia. Una primera cuestión que 1ayuda a desaparecer el temor a tomar decisiones es plantearle al indeciso la siguiente pregunta: ¿«Qué es lo peor que te puede suceder?». Invitándolo a que analice serenamente los riesgos, el indeciso comprobará que su miedo a tomar decisiones es absolutamente desproporcionado con la realidad de las consecuencias.

ESTRATEGIA DEFENSIVA NÚMERO 2

Haz ambas cosas

Si el indeciso no figura, en cambio, en su círculo de allegados, hágale comprender, simplemente, que debe aprender a hacerse cargo de sí mismo con preguntas como:

  • ¿ES QUE NO TIENES CRITERIO PROPIO?

En cualquier caso, siempre que el indeciso le plantee a usted dilemas —triviales o importantes— con dos alternativas como: «Este fin de semana no sé si ir al campo o quedarme en la ciudad», respóndale: «Siempre que dudes, haz ambas cosas». Lo inesperado de la respuesta le desconcertará. Pero le evitará a usted tener que ayudarle a analizar las ventajas y los inconvenientes de hacer lo uno o lo otro.

Lo paradójico es que, en efecto, a menudo se pueden aprovechar ambas opciones en vez de elegir una y dejar escapar la otra (se puede ir al campo y regresar temprano a la ciudad). Esta regla es, muchas veces, aplicable a otros problemas más importantes. De todas formas, no consuma usted mucho tiempo con el indeciso. No hay mucho que hacer con él, salvo que usted sepa cómo controlar su conducta. Porque el indeciso cree que la lógica es un método sistemático de llegar a erróneas conclusiones con confianza. Tal vez se ampara en Bertold Bretch: ¡De todas las cosas seguras, la única segura es la duda!