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Mientras completaba mi reportaje fotográfico sobre Picasso en Horta, el viernes me di cuenta de que llevaba siete días de investigación y tenía poco o nada que ofrecer a Steiner. Sólo me tranquilizaba que en todo ese tiempo no se había puesto en contacto conmigo.
Eso podía significar que no esperaba grandes resultados por mi parte. Aun así, aproveché que Anouk dormía para cubrir hasta el último lugar donde podría haber estado el cuadro de Membrado. El de la cueva había que darlo por perdido; puesto que el Picasso adolescente no debía de ir sobrado de lienzos, lo más probable era que hubiera pintado encima del dichoso Idilio.
Siguiendo un mapa detallado que me había hecho a partir de los artículos sobre 1898 y 1909, tomé una docena de instantáneas con el móvil. Anoté en mi cuaderno los siguientes pies de foto para incorporarlos más tarde:
A) CASA DE LOS PALLAR É S DONDE PICASSO SE ALOJÓ EN 1898. Actualmente es la vivienda de una familia que no tiene nada que ver con los descendientes de Manuel.
B) HOSTAL DEL TROMPET DONDE PICASSO SE ALOJÓ CON FERNANDE EN 1909. Ha dejado de ser una fonda. Ahora es una finca privada donde vive una familia de Horta. La hija es asimismo propietaria de la casa donde Picasso tenía su buhardilla para pintar.
Junto con estos dos lugares, donde no había nada que buscar —los actuales inquilinos llevaban décadas allí—, consigné la mazmorra del loco, el bar que había frecuentado Picasso, el Mas del Quiquet y la cueva de Els Ports.
Ninguno de aquellos lugares tenía el menor atractivo para un cazador de tesoros. La vieja prisión era un espacio vacío que formaba parte del ayuntamiento; el bar seguía en activo y no había nada en él que fuera arcano o misterioso; la masía en Els Ports se había convertido en una funcional sala de exposiciones y congresos.
En cuanto a la cueva, era el único lugar que no había pisado por mí mismo, pero tenía un par de fotos tomadas desde el otro margen del río. Parecía del todo imposible que un lugar a la intemperie alojara una pintura al óleo. De haber estado alguna vez allí, sin duda los elementos ya se habrían ocupado de destruirla.
Una vez completado mi recorrido, me resguardé del sol bajo el pórtico del ayuntamiento renacentista. Dos niños pequeños jugaban en la plaza con un cocodrilo de madera con ruedas. Cerca de ellos, una anciana los vigilaba de reojo mientras leía un periódico.
Aquella estampa cotidiana me contagió una súbita serenidad. Aliviado, me di cuenta de que la búsqueda había terminado. Tras una semana llena de accidentes, entendía por fin que no había nada que encontrar. Podía dedicar los tres días que quedaban de plazo a dormir o a perseguir cabras por el monte, pues si alguna vez había habido un cuadro de Picasso por allí, se habría vendido y subastado hacía medio siglo o más.
Satisfecho con esta conclusión, me dispuse a regresar al cuarto. Lo siguiente era dejar a Anouk en un lugar seguro. Había que hacerlo antes de que llegaran los excursionistas de fin de semana y la estancia en Horta se volviera insoportable.
Luego me encerraría secretamente en mi apartamento deBarcelona. Con un poco de suerte, las vacaciones de Ingrid aún podían durar un par de días. Pensaba dedicar sábado y domingo a redactar un informe impecable sobre Picasso en Horta, los dos cuadros perdidos, e incluso el trágico destino del panadero, adjuntando las hipótesis que había esbozado días atrás. Con eso, Steiner se las podría dar de listo cuando se emborrachara con sus clientes de la galería.
La figura de Anouk subiendo la cuesta me dijo que mi modesto cuento de la lechera no sería tan fácil de llevar a cabo.