Capítulo V

UN AVISO Y UN ENCUENTRO

ImagenALEB, CORNY y Tyson, desayunaban en el modesto comedor de la fonda. La noche anterior habían regresado de Tombstone donde los dos aventureros habían sostenido una nueva conversación con el director de la mina La Esperanza. Sus gestiones iban muy adelantadas y ya tenían casi todo listo para sacar de allí la plata.

Una figura erguida y esbelta, se detuvo ante el vano de la ventana del comedor y quedó quieta como distraída.

Tyson al reconocer al tahúr, exclamó:

—El señor Lamore.

E impetuoso, se levantó, acercándose al ventanal.

—Buenos días, señor Lamore —saludó.

—¡Hola, muchacho! ¿Estás aquí?

 

—Sí, señor, encontré dos hombres tan amables como usted y voy a trabajar en su compañía. ¿Quiere usted pasar un momento?

—Bueno, pasaré por no desairarte.

Los dos vaqueros le saludaron afectuosos. Lamore se sentó tras sacudir el asiento con su pañuelo y comentó:

—No les he vuelto a ver desde la noche del jaleo. ¿Es que han dejado de ser clientes de Grant?

—En realidad, nosotros no somos clientes de nadie en particular. Entramos donde nos parece.

—¡Ya! Comprendo que después de aquello podían encenderse los ánimos de nuevo y… acaso no sea prudente.

—¿Para quién? —preguntó despectivo, Caleb.

—Pues… para todos. Nunca sabe uno lo que va a suceder.

Tyson se atrevió a interrumpirle, preguntando:

—Dígame, señor Lamore… ¿Qué pasó con la muchacha?

—¿Con Betty? Oh, pues nada grave. Me permití intervenir y todo quedó zanjado.

—Me alegro. Ese bárbaro la maltrató como un cobarde y no quisiera más que un día poder recordárselo de una manera que no pueda olvidarlo nunca. Una vez bajo tierra, no es posible recordar.

—Todo eso es muy generoso por tu parte, muchacho. Nunca he creído que merezca la pena correr peligros por las mujeres que recalan aquí, pero, confieso que Betty es una excepción. En fin, ¿a qué hablar más del asunto?

Y encarándose con Corny, indicó:

—Tengo entendido que andan ustedes buscando algunos hombres que no se parezcan a la mayoría de los que por aquí pululan… ¿Estoy en lo cierto?

Corny y Caleb se miraron sorprendidos sin saber qué contestar. La pregunta era capciosa, pero resultaba violento contestarla con un exabrupto.

Lamore les evitó la violencia, añadiendo:

—Bueno, realmente no es preciso que me contesten. Sólo quería advertirles que acaso se equivoquen respecto a ciertos elementos.

El comentario les sobresaltó. Por aquellas evasivas palabras, empezaban a comprender que Cosimo sabía de sus movimientos algo más de lo que ellos suponían

—¿Qué quiere usted decir con eso, señor Lamore?

—Muy poco. Puedo confesar que mis simpatías están de parte de los hombres que tratan de mantenerse íntegros y decentes. Por lo demás, aunque conozco pocos de esta clase, sí conozco otros muchos del campo contrario. Por ejemplo, si yo tuviese entre manos algún trabajo decente que precisase ayuda para desarrollarlo, desconfiaría de hombres como Donald Sttup y de Groyn Brandon y hasta pensaría que entre el primero y el último o viceversa, pudiese existir un tercero en estrecha relación que podría serme perjudicial, si ambos como amigos que son de Grant, se ponían en combinación con éste.

Caleb se levantó impetuoso del asiento, exclamando:

—Señor Lamore, ¿qué sabe usted de nuestros trabajos y de esos tipos?

—Nada, muchachos. Sólo sé que, si contáis con alguno de ellos, os harán traición poniéndoos en peligro y como soy hombre que no quiero meterme en asuntos que no me incumben y tampoco quiero que me tilden de chivato, me limito a daros una impresión personal de esos tipos, para que lo tengáis presente, por si en algún momento os veis comprometidos con ellos.

»Nada más que eso y ahora, alegrándome de veros bien y deseándoos mucha suerte si tenéis necesidad de emprender próximamente algún viaje, me despido de vosotros.

Y saludando con la mano graciosamente, abandonó el comedor, dejando perplejos a los tres aventureros. Cuando reaccionaron, Corny comentó:

—Caleb, esto ha sido un aviso en toda regla, que ese hombre nos ha dado de una manera sutil y habilidosa. Algo sabe de nuestro próximo viaje y nos advierte que tengamos mucho cuidado con Brandon.

—Bueno, pero ¿por qué aludir a Sttup y a Grant? Nosotros no hemos tratado con Sttup, porque le conocemos y menos con Grant.

—Sí, pero creo que lo que ha procurado darnos a entender, es que Brandon ha debido informar a Sttup y éste a Grant, Si así es, cabe suponer que, si tratan de tendernos alguna emboscada, quién ha de organizarla es Grant y quién ha de dirigirla es Sttup.

—Me temo que tienes razón. Han debido formar una cadena y estamos corriendo un serio peligro.

—Podíamos haberlo corrido, pero ya no. El aviso ha sido providencial y me pregunto cómo ha podido enterarse Lamore.

 

Imagen

 

—Trabaja en el garito. Quizá alguna imprudencia de esos tipos le ha puesto en guardia y ha querido avisarnos. Lamore es un tahúr, pero un tahúr honrado.

—Tenemos que aclarar eso antes de que sea demasiado tarde. Voy a coger a Brandon y a…

—¡Calmad! No haremos nada de eso, porque no nos conviene. Las cosas irán desarrollándose normalmente hasta el momento crítico de emprender la marcha. Así creerán que vivimos ignorantes de lo que traman y se confiarán. En el último minuto, tomaremos medidas drásticas y van a sufrir una sorpresa como no la esperan. Olvidemos esta como si nada supiésemos y sigamos tratando a Brandon como si le consideráramos como un ángel con alas de color de rosa.

»Lo que vamos a hacer ahora mismo es trasladarnos a Tombstone para hablar con los responsables de la mina y estudiar lo que se puede hacer para tenerlo todo previsto.

—Me parece bien. Vamos a dar un paseo a caballo. Y dirigiéndose a Tyson, añadió:

—Tú te quedarás aquí por si sucediese algo; no tienes caballo y serías un estorbo. Esta noche estaremos de vuelta.

—Bien, haré lo que se me ordene.

Corny extrajo del bolsillo trasero del pantalón un pequeño revólver y lo examinó. Luego, se lo ofreció al muchacho, diciendo:

—Toma, es conveniente que lo lleves en el bolsillo si no quieres lucirlo al cinto. Nunca se sabe lo que le puede suceder a uno.

—Gracias. Le tengo un poco de aprensión a las armas, pero comprendo que aquí no se puede vivir despegado de ellas y voy a tratar de acostumbrarme a su manejo.

Los dos vaqueros abandonaron el comedor y un cuarto de hora después, cabalgaban hacia el centro minero.

Tyson permaneció casi toda la mañana en la fonda sin abandonarla. Por primera vez, se encontraba solo desde que hiciese amistad con sus dos extraños compañeros y quiso aprovechar aquella soledad para repasar los accidentes de sus pasadas aventuras y mirar un poco de cara al porvenir.

Sin darse cuenta, estaba empezando a imprimir un giro extraño y nuevo a su existencia. Él había sido siempre un hombre tranquilo y de paz y ahora, por caprichos del destino, se iba a ver obligado a aclimatarse al ambiente bronco de la cuenca minera, incorporándose con más o menos fortuna a la legión de hombres decididos, que estaban obligados a debatirse entre el peligro si querían defenderse y vivir. Una extraña paradoja, pero que había que aceptarla con todas sus consecuencias o desertar cobardemente. En el fondo, él no era un cobarde, pero tenía miedo a carecer de condiciones y serenidad para demostrarlo.

Un soldado en la guerra necesita foguearse para acostumbrarse a escuchar impávido el tronar de las armas y familiarizarse con el peligro y él, aún no había pasado por semejante trance para aquilatar hasta donde podía llegar para ponerse a tono con sus compañeros.

Entre verse obligado a hacerse salteador por hambre y desesperación, corriendo los mismos peligros, o exponer su vida por una causa noble, prefería esto último. Y si salía bien, ganaría dinero y siendo hombre parco, podría ahorrar para más tarde volver al Este a iniciar una nueva vida. Al parecer, pagaban bien aquel trabajo y el beneficio bien merecía correr el riesgo.

Después de este examen desapasionado de su situación y de ratificarse firmemente en sus decisiones, pareció sentirse más tranquilo y seguro de sí mismo. Ya no tenía dudas sobre el futuro y seguiría su senda mala o buena con paso firme y seguro.

Por la tarde, se tumbó un rato y, al anochecer, salió a dar un paseo por el poblado.

Este empezaba a animarse. Los trasnochadores, satisfecho su sueño, se echaban a la calle a acabar de despabilarse y aquello parecía un hormiguero en el que las hormigas humanas eran más peligrosas aún que las rojas de la selva.

Tyson se alejó hacia las afueras. Le disgustaba aquel ambiente y parecía sentirse poco a gusto entre aquellos tipos, cuyos revólveres colgados muy bajos, les golpeaban casi en las rodillas y eran algo que lucían más que ellos.

Alcanzaba la parte menos poblada hacia el Norte, cuando al descender por una calle estrecha y pina, de calzada cubierta de polvo, descubrió una silueta femenina que avanzaba en sentido contrario, casi pegada a las fachadas para pasar inadvertida.

Tyson, que ya había observado las pocas mujeres que circulaban por las calles del poblado, sobre todo a las horas en que los aventureros se adueñaban de las calzadas, creyó que se trataba de alguna de las muchachas que actuaban en el garito de Grant y la miró con curiosidad, pero sufrió un estremecimiento extraño, al creer reconocer en ella a Betty.

Supuso que era ella por su esbelta silueta, su aire distinguido y la severa modestia con que vestía. Ni su falda, ni su blusa, ni su aire, se parecían en nada al aspecto y atuendo de las demás.

Y se sintió alegre de encontrarla. Desde la noche en que se expusiese a caer acribillado a tiros por defenderla, no la había visto y era para él un placer volverse a enfrentar de nuevo con ella.

Y venciendo su indecisión, se corrió al lado contrario para cortarla el paso.

Betty, al darse cuenta, intentó rectificar su camino y cambiarse al lado contrario, para evadir el encuentro, pero también ella acababa de reconocer al joven y la gratitud por su rasgo al ponerse de su parte, pareció obligarla a no hacerle tal desprecio.

Y con un esfuerzo de voluntad siguió avanzando, preguntándose cuál sería la actitud del muchacho.

Este, al llegar cerca de ella, se despojó galantemente del raído sombrero y saludó diciendo:

—Buenas tardes, señorita Betty.

—Buenas tardes, señor. Llámeme Betty a secas, porque aquí la gente usa de pocos cumplidos, sobre todo con nosotras.

—A mí no me importa cómo se comporten los demás sino como debo comportarme yo. A las otras no sé cómo las trataría, a usted, sí.

—¿Por qué esa distinción?

—Pues porque sé que no es usted como las demás.

—¿Quién pudo afirmárselo así?

—Una persona que al parecer la conoce a usted bien y que me merece mucho crédito.

—Aquí no hay más que una capaz de hablar así de mí.

—Entonces tiene que ser la misma.

—¿La ha visto usted, después de… aquello?

La muchacha hizo la pregunta con timidez. Lamore no le había dado cuenta de sus gestiones para evitar que tanto Caleb como Corny, se viesen sorprendidos por la emboscada que intentaban tenderles y ardía por saber algo concreto.

—Sí —afirmó Tyson inocentemente— esta mañana estuvo en la fonda con mis compañeros y conmigo.

—¡Ah! —Exclamó ella con alivio—. ¿Y les habló de algo interesante para ustedes?

—De mucho, señorita Betty.

—No sabe lo que me alegra y me tranquiliza que Lamore les haya advertido del peligro que pueden correr.

Tyson se puso en guardia al oírla. El instinto le dijo que ella también estaba en el secreto de lo que les amenazaba y se propuso sacar a la muchacha algún detalle más sobre los vagos que el tahúr les había indicado.

—Sí —afirmó—, nos lo dijo todo.

—Me alegro. Ya sabía yo que él haría algo. Confieso que pasé un miedo terrible cuando capté la conversación de Sttup con Grant y les oí planear de modo tan cobarde el asalto a la carreta. Yo nada podía hacer, pero él sí y aquella misma noche marché a su alojamiento y le di cuenta de todo.

Tyson se mordió los labios sin atreverse a comentar la situación. Había obligado a la muchacha a descubrirse traicionando sin mala fe la discreción del tahúr, que no había querido sacar a Betty a un primer plano

Arrepentido de su inconsciente proceder, suplicó:

—Escuche, señorita Betty, yo le ruego que no hable usted de este encuentro y de lo que hemos hablado, dándole cuenta a Lamore.

—¿Por qué si él…?

—Perdone. Él nos advirtió que tuviésemos cuidado con Brandon, con Sttup y con Grant, en la misión que al parecer teníamos entre manos, pero ni dijo ni le aludió a usted para nada. Su discreción y sus deseos de dejarla a usted al margen del asunto, le obligaron a actuar con mucha discreción y no nos dio detalle alguno de lo que se tramaba contra nosotros, ni siquiera aludió a como lo había sabido. Quizá se enojase si supiese que yo la he obligado a descubrirse, aunque juro por cuanto se pueda jurar, que ni a tiros me sacarían del cuerpo una palabra que pudiese perjudicarla.

La muchacha quedó un momento, confusa, pero luego, con resolución le miró cara a cara, diciendo:

—Le creo y no tengo inconveniente en afirmarle que yo lo oía todo y puedo darle cuantos detalles capté. Mi conciencia me obliga a hablar y aunque me acarrease un grave peligro, no me guardaría el secreto.

—Es usted admirable, Betty, y no sé cómo ensalzarla sin que tome a galantería mis palabras. Si como dice, no le importa contarnos todo, yo le agradecería me diese algún detalle más que pueda sernos de gran utilidad.

—No tengo inconveniente. Nada diré a Lamore ni ustedes tampoco, pero es conveniente que sepan todo exactamente.

Y conforme caminaban hacia el centro del poblado, le dio cuenta breve pero concisa de la conversación que había sorprendido entre aquellos dos granujas.

El la escuchaba en silencio y caminaba a su lado. Al cruzar por una de las calles transversales a la principal, Tyson miró distraídamente a la parte contraria, y a la puerta de una taberna, charlando con un desconocido, descubrió a Brandon, con el que ya había tratado en unión de sus compañeros. El traidor le vio perfectamente acompañando a Betty y Tyson también se fijó en Brandon, pero no dio importancia alguna al encuentro. Esta fue una equivocación que más tarde habría de lamentar y Betty también.

La joven dio fin a su relato y Tyson envarado, repuso:

—No sabe lo que le agradezco los detalles que nos van a servir de mucho. Con razón el señor Lamore le aprecia a usted de verdad y yo me sumo a él. Es una pena que se vea obligada a actuar bajo la presión de ese sapo venenoso.

—Lo es, pero no tengo otro remedio.

—¿Por qué no procura zafarse de sus garras?

—Ojalá pudiese, pero no es posible al menos por ahora. En fin, no hablemos de eso que no tiene remedio inmediato.

—¡Quién sabe! Me ha inspirado usted una gran confianza y un gran afecto y me está interesando tanto que quién sabe si aún podremos romper sus cadenas. No yo solo, que soy una insignificancia, pero sí ayudado por mis amigos que son hombres duros y muy buenos. Ellos también tienen que agradecerla el aviso que nos va a librar a todos de ser asesinados cobardemente y sé que son hombres que no olvidan ni lo malo ni lo bueno.

—Muy agradecida a su interés, pero más vale dejarlo así por ahora. Algún día… En fin, le ruego que me deje. Nos acercaremos al Tombstone Bar y si Grant me viese en su compañía todos podríamos tener que lamentarlo.

—Es fácil hasta él. No sé por qué me dice el corazón que algún día volveremos a enfrentarnos para saldar la deuda de esa noche, pero esa vez no será en inferioridad de condiciones por mi parte; ahora sé la clase de reptil que es y no me pillaría por sorpresa.

—Más vale que no tenga que enfrentarse con él nunca y lamentaría que fuese por mi causa. Es enemigo demasiado duro para sus dientes y no lo digo con ánimo de ofenderle.

—No me ofendo porque sé hasta dónde puedo llegar, pero me sobra corazón para suplir mi falta de práctica y lucho por la justicia y el bien.

—No frente a un revólver manejado con poca nobleza.

Ella se detuvo dispuesta a no continuar el diálogo ni permitir que él siguiese acompañándola. Tyson la imitó y tendiéndole la mano, preguntó:

—¿Amigos de corazón?

Ella le tendió la suya, diciendo con emoción:

—Gracias.

Y, rápida, echó a andar camino del garito.

Tyson varió de rumbo hacia la posada. La Noche estaba tendiendo su oscuro manto y sentía aprensión de deambular a tales horas.

Sus compañeros no tardarían en regresar de Tombstone y ardía en deseos de darles cuenta de su encuentro con Betty y de todo lo que ella le había revelado.

Entendía que si bien debían agradecer a Lamore el valioso aviso que les había dado, el agradecimiento mayor se lo debían a aquella muchacha valiente y desgraciada, que era quien había puesto de manifiesto la cobarde emboscada que Grant y sus satélites estaban amañando contra ellos.

Mientras él esperaba con impaciencia la llegada de los dos vaqueros, en el garito, Sttup se entrevistaba con Grant para decirle:

—He hablado un momento con Brandon y me ha dicho que mañana sabrá cuando está todo organizado para la partida y el itinerario a seguir.

—Muy bien. ¿Nada más?

—¡Ah, sí! Me ha dicho algo que te interesa.

—¿De qué se trata?

—Brandon acaba de decirme que cuando se encontraba a la puerta de la taberna de Walter, vio pasar a Betty acompañada del tipo ése, por cuya causa armaste la gorda la otra noche. Parecían muy animados y te lo comunico para que estés al tanto.

Grant rechinó los dientes, diciendo:

—Gracias por la noticia. No me preocupa mucho el tipo porque, como sabes, tiene sus horas contadas, pero cuando esto quede resuelto, te juro que van a pasar muchas cosas. Estoy harto de que esa coqueta se esté burlando de mí y soy un hombre que cuando pierde la paciencia, no repara en soluciones sean del tipo que sean. No tiene importancia porque, seguramente, la habrá buscado para congraciarse con ella por su gesto de aquella noche; pero aun así no admito que nadie se cruce en mi camino, que lo quiero liso y despejado. Mis proyectos acerca de esa rebelde estúpida están trazados y no habrá nadie que se cruce de por medio, si no quiere ir y criar malvas en el cementerio.

—Está bien, Grant. Yo he cumplido un deber avisándote, lo demás corre de tu cuenta.

—Y te lo agradezco, pero eso puede esperar un par de días o tres. Lo que me interesa es lo otro. Sólo cuando Brandon nos dé detalles completos respecto a la expedición, estaré contento porque todo lo dispondré al detalle para que esa codiciada plata venga a parar a nuestras manos.