Capítulo XII

EL ENCUENTRO FINAL

ImagenESPUÉS del almuerzo se dirigieron al garito. Éste había abierto sus puertas; de la tragedia del día anterior no quedaban ni señales y aunque era de todos conocido el motivo de la muerte de Grant y la incautación del local, nadie pareció interponerse en el asunto. Lamore tenía un prestigio bastante duro y los dos vaqueros le ayudaban a mantenerlo. Khaterine había sido trasladada a lo que fueron habitaciones del muerto. Ella se había resistido, pero su tío la hizo comprender que en ninguna parte estaría más segura que allí, prometiéndole que aquello sería circunstancial, pues en cuanto regresasen Caleb y sus amigos, resolverían el asunto y ellos decidirían cuál había de ser su futuro.

Cuando el tahúr les vio entrar preguntó:

—¿Todo bien, amigos?

—Todo. El asunto marcha como sobre ruedas, pero hemos venido con más prisa que pensábamos, porque anoche sucedió algo en Tombstone que nos preocupa y nos hemos adelantado en previsión de lo que pueda suceder.

Los vaqueros dieron cuenta a Lamore de la sorprendida conversación en «El Infierno» y el interés del extraño personaje por ver a Grant.

Caleb comentó:

—O yo no conozco a la gente, o ese tipo anda buscando al sapo de Phelps para hacer con él lo que nosotros nos adelantamos a hacer.

—Es posible —dijo distraído el tahúr—. En el Oeste hay muchos que nos andamos buscando como los tigres con ansias de destrozarnos y Grant no iba a ser una excepción. Cometió muchas fechorías y… ¡oiga, un momento! Ese tipo, ¿no dijo su nombre?

—No, no lo dijo.

—¿Podrían describírmelo? —preguntó con ansia.

—Eso es fácil. El individuo tiene algo inconfundible en su persona que le denuncia como un hombre de cuidado. Es alto, quizá demasiado, bastante atractivo de rostro. Su tez es morena, los ojos grandes y grises. Aparenta unos cincuenta años y viste con afectada elegancia.

—¿No recuerdan algún detalle particular en él? —preguntó con vehemencia el tahúr.

—Pues… no sé… no recuerdo… Espere, sí; me parece que hay algo que no tiene gran importancia. En el lado izquierdo de la frente posee una pequeña y roja verruga.

Lamore, con un brillo especial en los ojos, repuso:

—Gracias. Creo que ahora puedo decirles quién es y por qué busca a Grant. Éste le hizo una mala jugada en Las Vegas. Le aporreó una noche con el revólver, le dejó medio desvanecido y después se fugó llevándose todo el dinero que ese tipo guardaba en su caja.

—¿Está seguro?

—Segurísimo. Aún más, se llevó de allí a mi sobrina que él tenía contratada y medio secuestrada para que no le denunciase por ciertos hechos. Ese hombre es Rich Mac Kinney, por nombre verdadero Potter Perk y es el rufián que me ha estado robando el sueño durante muchos años.

Los tres le miraron con asombro y Caleb, furioso, clamó:

—Malditos sean los infiernos. Y pensar que le he tenido al alcance de mi revólver y no se lo he traído convertido en un fiambre.

—Más vale así, Caleb, porque ése es un placer que no cedo a nadie. Les dije que le andaba buscando, aunque no les expliqué por qué. Ahora les contaré toda la historia para que comprendan el motivo.

El tahúr les relató toda la odisea de su sobrina y la suya propia. Cuando dio fin al relato, añadió:

—Ahora comprenderán por qué deseo ser yo quien vengue en persona la muerte de mi pobre hermano y los ultrajes que ese tipo hizo a mi cuñada y a mi sobrina.

—Nos damos cuenta —intervino Corny—, pero… ¿ha pensado en que no siempre salen las cosas como uno las desea? Ese hombre ha dado la sensación de ser muy peligroso.

—Y lo es, pero no le temo. Lo único que quisiera es no matarle antes de decirle cuanto le tengo que decir. La muerte a secas es poco para él y necesito recrearme en su pánico y lanzarle al rostro todo el veneno que guardo en el alma.

—Bueno, trataremos de ayudarle. Un tipo así no merece ser tratado con decencia. Lo seguro es que se presente esta noche y aquí estaremos todos para hacerle un digno recibimiento.

Y acordado esto, se retiraron para volver apenas anocheciese.

* * *

La noche empezó tranquila. El local estaba concurridísimo y nada parecía alterar la calma en él reinante.

Khaterine permanecía oculta en las habitaciones interiores del garito. Lamore, ya dueño de una calma glacial que le hacía peligrosísimo, pues parecía que se había despojado de los nervios a pesar del momento trágico que vivía, paseaba negligente por el salón, en tanto los dos vaqueros y Tyson, como tres clientes cualquiera, se apoyaban en la barra, fingían beber y sólo estaban pendientes de la puerta giratoria y de cuantos entraban.

Hasta que, sobre la medianoche, Rich apareció en el establecimiento.

Siguiendo su costumbre, al entrar abarcó todo el local de un agudo vistazo y al no descubrir a Grant, avanzó hacia la barra, arrojó su moneda bailando en el aire y pidió whisky.

Lamore, a pasos pausados y tranquilos, avanzó hacia él y Rich, al ser servido, preguntó:

—¿Me hacen el favor de decirme si está el dueño?

Lamore se acercó afirmando:

—Yo soy el dueño, ¿qué deseaba?

—¿Usted? Perdone; me habían asegurado que este garito era propiedad de un tal Grant Phelps y usted no se le parece.

—En efecto, no me parezco a él en nada y en este momento no quisiera parecerme a él tampoco, porque el pobre debe estar más feo que era. Le enterramos ayer.

—¿Que… le… enterraron ayer?

—Sí. Tuvo la desgracia de tropezar con media docena de onzas de plomo y… murió de una indigestión.

—¡Malditos sean los infiernos! ¿Quién lo hizo?

—¿Qué más da? Al único que podía interesarle era a Grant y apenas si tuvo tiempo a averiguarlo.

—Ésa será su creencia, pero no la mía. Grant era algo que me pertenecía y me sabe mal que me hayan robado mi presa.

—Si hubiésemos adivinado que poseía tanto interés en él, a lo mejor se lo hubiésemos conservado.

—¿Era usted su socio en el negocio? —preguntó Rich.

—No. Actuaba aquí al frente de la ruleta.

—Entonces… Usted aseguró ser el propietario.

—En efecto. El botín es para los vencedores y como el pobre Grant carecía de herederos directos pues…

—Un momento. Hay que aclarar esto, porque yo tengo un derecho indiscutible, al menos a una parte de este garito.

—¿De verdad? Le agradecería que lo demostrase.

—Puedo decirle una cosa. Grant me robó quince mil dólares en Las Vegas. Era mi socio y llevaba el juego. Una noche, al darme la vuelta, me cogió confiado y me aplicó un terrible golpe en la cabeza dejándome sin sentido y apropiándose de todo el dinero que poseía. La señal la tengo aun aquí, como puede ver.

Y se despojó del sombrero mostrando la cicatriz.

—Muy interesante. ¿No le robó más que el dinero?

—Bueno, se llevó algo más, pero eso es de carácter particular, ¿por qué lo preguntaba?

—Porque aquí llegó con una muchacha muy linda y… supuse que acaso… pues… la muchacha fuese también parte del botín.

—¿Cómo? ¿Se refiere usted a Betty, «la Rubia»?

—Pues sí, me refiero a ella.

—¡Oh! ¿Dónde está la muchacha?

—Por ahí dentro. Ha sufrido un rudo golpe con la muerte de su protector y se muestra desconsolada.

—Con que desconsolada, ¿eh? Escuche, le hago una proposición. Renuncio a resarcirme del dinero que me robó Grant y le cedo el local si a cambio me entrega a Betty.

—Por mí… pero ¿y si ella no quiere?

—Ése es asunto mío. Usted hágale salir y lo demás lo arreglaré yo.

—No sé, como hasta el presente no he comerciado con negros ni con mujeres, me resulta eso un poco violento. ¿No se hace cargo? Puedo llamar a la muchacha, hacerla salir y si ella es gustosa en marchar de aquí en su compañía, pues… no habrá inconveniente en que se vaya.

—Es igual —bramó Rich—. Tengo un derecho indiscutible sobre ella porque soy… su padrastro.

—¡Ah! Una novedad. Su padrastro. Entonces usted se llama Potter Perk.

Él se envaró al oír su verdadero nombre. Dispuesto a tirar de revólver, rugió:

—¿Quién le ha dado a usted ese nombre?

—Ella misma. Me contó una historia muy rara.

—Una mentira. Me llamo Rich Mac Kinney nada más.

—A mí me llaman Cosimo Lamore, pero me llamo solamente Klossen Keller. ¿No oyó usted nunca hablar de mí?

Potter, al oír el nombre, comprendió muchas cosas e hizo un veloz ademán de llevar la mano al costado, pero tres revólveres a un tiempo se apretaron contra él y una mano más veloz que la suya apretó la funda del revólver diciendo:

—Cuidado, se puede quemar.

Y con un brusco movimiento le despojó del arma.

La faz del tahúr había cambiado. La máscara indiferente que la cubría mientras sostenía el intencionado diálogo, desapareció para dibujar una mueca de odio infinito, y avanzando hacia el miserable Potter, exclamó:

—Bien, Perk. ¡Qué sorpresa más grata para ti encontrar al cabo de tantos años al hermano de tu víctima! Jamás hubieses sospechado que la rueda de la fortuna diese tantas vueltas, que al cabo de muchos años y a tantas millas de distancia de las Rocosas, Klossen Keller, el aventurero hermano de John, de quien decías ser amigo, viniese a pedirte cuenta no sólo del asesinato por la espalda del pobre John, sino de la muerte de su viuda y de las fatigas y ultrajes que cometiste con la pobre Khaterine. Dios es justo, Potter, y cuando menos lo esperamos nos da el premio que merecemos.

»Conozco tu historia paso a paso. La he seguido como el que sigue el camino de su salvación a través de años y de fatigas y he llegado al final de ella con la esperanza de que amaneciese este día tan venturoso para mí. Han sido muchos años de tragar hiel y veneno para que no me sienta dichoso de este momento que no cambiaría por todos los tesoros del mundo.

»Desde esta mañana te estaba esperando. Tenía noticias de tu estancia en Tombstone, de tu interés por Grant y de tu promesa de venir en su busca. Puedes figurarte lo largas que se me han hecho las horas esperando que aparecieses para saldar este asunto tan añejo y tan avasallador.

»Querías vengarte de Grant. Pues bien, al menos te irás con la satisfacción de saber que camina por delante de ti hacia el infierno. No fue mejor que tú con Khaterine y pagó sus culpas como era de justicia. Ahora te toca a ti y por mi vida que no habrá fuerza humana capaz de salvarte.

»¿Querías ver a tu hijastra? La verás, aunque con ello la proporcione el último disgusto de su vida, pero quiero que te vea un momento en vida para que después esté segura de tu muerte. No es rencorosa, pero sé que no llorará por ti cuando sepa que te llevan a la fosa. Tyson, haz el favor de entrar y decir a mi sobrina que baje un momento. No le digas para qué.

Potter estaba pálido como un muerto. Tenía los músculos como aceros tensados ante la presión implacable de los dos revólveres que se hundían en sus costados y más que atento a las palabras del tahúr, lo estaba a estudiar a sus dos enemigos a la espera de un instante propicio para intentar, sino la salvación, la defensa.

En cuanto a los clientes, habían enmudecido de sorpresa y en amplio corro seguían con anhelante interés todas las fases de la trágica escena adivinando el final.

Tyson, nervioso, cumplió la orden del tahúr y poco después, ambos aparecían en el garito.

La joven, al ver a Potter, emitió un grito de angustia y corriendo hacia su tío se abrazó a él, clamando.

—¡Tío, tío, por Dios; sálvame de sus garras!

—No te asustes, pequeña. ¿No ves que el tigre ya no tiene uñas? Venía por ti, me proponía renunciar a lo que cree su parte en el garito a cambio de que hiciese entrega de tu persona. Ahí le tienes, mi sueño dorado que debe ser el tuyo se ha cumplido. Él mismo, por mano de la fatalidad, ha venido a entregarse. Si algo tengo que agradecerle en el mundo es que sea el quien ha venido a ofrecerme su vida voluntariamente. Mírale bien por última vez, porque ya no le verás más. El sol del nuevo día no se sentirá ensuciado en su luz al alumbrar a este chacal sin entrañas.

Súbitamente sucedió algo imprevisto. Potter, que debía esconder en la manga de su chaqueta un afilado estilete, maniobró con suavidad para conseguir que se deslizase hasta su mano y cuando llegó a ésta, con un movimiento imprevisto pinchó a Caleb en el brazo con que aferraba el arma obligándole a emitir un aullido de dolor y soltar el revólver. Después, veloz como el rayo, saltó de un modo inverosímil tratando de alcanzar a la muchacha con la punta de la mortal arma.

Tyson, que le contemplaba como fascinado, se dio cuenta en el crítico momento y saltó poniéndose delante de la joven. El arma le encontró en la trayectoria y se clavó en su pecho casi a la altura del omoplato.

Pero a un tiempo dos revólveres tronaron. El de Lamore y el de Corny, y Potter no pudo intentar más. Ambos proyectiles se habían clavado en su cabeza y el indeseable cayó como fulminado por un rayo aferrando ferozmente el mango del estilete manchado de sangre.

Tyson se desplomó desvanecido en los brazos de Khaterine, a la que había salvado de una muerte cierta y ésta, incapaz de resistir tanta emoción, perdió el sentido.

Cuando se desplomaba e iba a dejar caer en tierra al herido, la rápida intervención de Lamore y Corny lo impidieron.

* * *

Tyson estuvo dos días privado de conocimiento. Cuando volvió en sí se encontró en un lugar desconocido. Le habían trasladado a las habitaciones del difunto Grant donde, como mejor les fue posible, le habían atendido.

Corny, ducho en curar heridas, fue el encargado de oficiar como cirujano. Diagnosticó que la herida era profunda, pero que no parecía haber afectado ningún órgano importante y que debido a su sana naturaleza en un par de semanas se encontraría bastante repuesto.

Cuando Khaterine se repuso del desmayo y se recobró mostró un vivo interés por el joven. Estaba convencida de que con su rasgo de generosidad le había salvado la vida y esto había acabado de inclinar su ánimo hacia él;

Y preocupada por la vida de Tyson se constituyó en su enfermera estando pendiente de él.

El muchacho, al abrir los ojos, lo vio todo turbio a causa de que había perdido bastante sangre, pero poco a poco pareció darse cuenta de todo y apreció la habitación extraña a la de la fonda.

Al girar la vista, descubrió a Khaterine sentada junto al lecho pulsando su muñeca aun febril, a Caleb con un brazo vendado y pendiente de un pañuelo colgado al cuello, a Corny, sentado en un banco frente a él con la apagada pipa entre los dientes y al tahúr de pie a los pies de la cama contemplándole con interés.

El muchacho tardó un poco en reaccionar. Su cerebro confuso se mostró reacio a facilitarle los recuerdos, hasta que con premiosidad pudo, acordarse del momento trágico y al moverse y sentir una horrible punzada en el pecho, preguntó con voz apagada:

—¿Cuánto me… queda de vida? Parece que esperan que de un momento a otro…

Corny se levantó, diciendo:

—En efecto, estamos esperando que estires la pata atacado de estupidez, que es una enfermedad que no tiene cura. ¿Cómo te encuentras, muchacho?

—Si estoy en el infierno, bastante aceptablemente.

—Allí no hay ángeles que cuidan a los heridos y aquí sí, zoquete.

—¡Oh, claro! No sé aún lo que me digo. Oiga, ¿que le sucede a Caleb?

—Que le cogieron haciendo trampas con una baraja marcada y le mordieron el brazo como premio.

—No gaste bromas. ¡Oh!, díganme, ¿qué fue de él?

—Se volatilizó, Tyson. No recuerdes cosas tristes y preocúpate de reponerte pronto.

—Era un cobarde. Creí no saltar a tiempo y…

—No hable más, Tyson —intervino Khaterine con voz estrangulada por la emoción—. Saltó usted demasiado a tiempo para exponer su vida por salvar la mía.

—¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Es que olvida las veces que usted la expuso por salvar la nuestra? No le dé tanta importancia a lo que no la tiene.

Corny, entusiasmado, exclamó:

—Así se habla, Tyson, y si quieres creerme, continúa diciéndola todo lo demás que guardas en tu pecho.

—¿Qué quiere decir?

—¡Oh! Me refería a algunas cosas que has estado soltando por esa boca de sapo mientras permanecías atacado por la fiebre. ¿No es cierto, señor Lamore?

—Llámeme Keller.

—Es igual. ¿Es cierto o no?

—Claro que es cierto.

—Pero —balbució Tyson asustado—. ¿Qué es lo que yo he podido decir?

—Muchas tonterías y que perdone Khaterine mi modo de opinar. Hablabas de la muchacha, decías que estabas enamorado de ella, que no podrías vivir si te separabas de su lado. No sé cuántas cosas por el estilo.

—¿Yo? Dios mío, debía estar delirando y ruego a la señorita Keller que me perdone si la ofendí. Yo soy un pobre aventurero sin medios ni méritos para llegar hasta ella y…

—Oye, pedazo de burro. Si no eres capaz de decir a una mujer como ésta todo eso estando en estado normal y sí comido por la fiebre, mereces que te vuelvan a apuñalar, pero con más acierto. Admitimos lo de aventurero porque lo eres. Ser aventurero no es ninguna deshonra cuando las aventuras se corren con objeto noble. En cuanto a tu falta de medios, sabrás que eres propietario de cinco mil dólares.

—¿Yo?

—Sí. Nos han ofrecido quince mil por el garito y el señor Keller; ahora está justificado que le llame el señor Keller renuncia a toda parte en nuestro beneficio. Por causa te corresponden cinco mil que es una suma decentita. Con ella puedes instalar tu modesta granja un lugar menos tumultuoso y, puesto que estabas seguro de que tu prometida se conformaría con una cosa creo que no hay nada que oponer.

—Pero, si ella… ella… no me quiere.

—¿Se lo has preguntado, idiota?

—¿Cómo se lo iba a preguntar?

—Pues aprovecha la ocasión y si eres tan meticuloso que te estorbamos para hacer la pregunta, señores, ¿quieren que salgamos a dar una vuelta?

—El trío se apresuró a abandonar el dormitorio.

Tyson, rojo por la vergüenza más que por la fiebre suplico:

—Señorita Keller, no les haga caso, son unos bromistas del diablo y… quieren…

—Cállese, Tyson. Yo le he oído decir todo eso. ¿Quiere aclarar si fue todo fiebre, o un sentimiento verdadero de su alma?

—¿Qué sucedería si declarase que la amo con toda la fuerza de mi sangre?

—Pues… que tendría que contestarle de igual modo.

—¿De verdad que así sería?

—Así sería, Tyson.

—Entonces, Khaterine, la amo como no creí que se pudiese amar a una mujer en el mundo. ¿Es bastante eso?

—Para empezar, no está mal.

—¿Y de verdad que se conformaría con este amor y con vivir a mi lado a base de esa pequeña fortuna que me han dado hecha?

—Claro que sí, Tyson. Sepa que mi tío tiene unos ahorros y que los pone a nuestra disposición para emprender una nueva vida. Dice que él se retira de la vida activa y que con una baraja para entretener sus ratos de ocio le sobra.

—¿Por qué una baraja?

—Porque gracias a ella ha vivido y ha podido llegar hasta el fin de su misión. No es una reliquia muy recomendable, pero ¿por qué no darle la virtud que él cree que posee?

—Gracias, Khaterine. Es usted un ángel y su tío un santo.

—Quizá, pero no olvide a sus amigos. Sin ellos poco o nada podría usted haber alcanzado.

—Es cierto, pero ellos son sólo un par de demonios con un corazón de oro que no les cabe en el pecho.

Y tomando la mano de la joven la llevó a sus febriles labios, estampando un beso sobre la fina piel.

 

FIN