Capítulo I

UNA CARTA SOSPECHOSA

OSCAR FARRELL, propietario desde hacía más de una docena de años de una ferretería en una de las calles del distrito 20 de Chicago, se asombró cierta mañana cuando al tomar su correspondencia se encontró entre ella con una carta que decía:

«Al señor Oscar Farrell, para ser entregada a su sobrino Clay Kinney.»

Oscar se rascó el entrecano y duro pelo dando vueltas a la misiva. A la espalda del sobre aparecían las señas del remitente, un tal Leo King, abogado y notario de Kendrick, en Colorado.

El nombre del poblado trajo a su memoria ciertos recuerdos de familia casi olvidados. En Kendrick se hallaba establecido como ranchero un ciudadano llamado Kik Kinney, hermano de una cuñada suya ya fallecida. Kik, si las cosas no habían variado desde hacía muchos años que no tenía noticias de él, era un solterón adusto y agrio que en su juventud no encontró una mujer capaz de aguantarle y cuya familia, empezando por sus dos hermanos, James y Ana, estuvieron distanciados de él a causa de su carácter. Los dos habían muerto y de James había quedado un hijo, Clay, para quien iba dirigida la carta.

Clay, por lo tanto, era sobrino carnal de Kik, pero el muchacho, siguiendo las huellas familiares, había tenido tan escaso trato con su agrio tío, que sólo de chico le había visto algunas veces.

Antes del cisma familiar que separó a los hermanos y cuando Clay contaba ocho o nueve años, su tío había insinuado la idea de llevarse al muchacho cuando fuese mayor para imponerle en la mecánica del rancho, pero James que presentía para su hijo una vida de tormento al lado de Kik, se negó y el muchacho se trasladó a Chicago, donde con Oscar, también pariente por parte de su madre, poseía un almacén de ferretería.

El muchacho, listo y avispado, estudió algo, estaba bien de escritura y cuentas y dominaba el mostrador, pero cuando contaba diecinueve años, un día declaró solemnemente que le aburría la vida de encierro tras cuatro paredes, donde sólo había clavos, cerraduras y demás objetos que despachar y prefería algo más libre y amplio a tono con su temperamento.

Oscar no le pudo retener. Clay desapareció de Chicago y un día, al cabo de dos años, supo de él.

Se había metido a vaquero y pertenecía a la nómina de un rancho en Kansas y tres años más tarde, después de algunas escasas cartas cruzadas, Clay volvió a escribirle, esta vez para darle una mejor noticia. Había ingresado como capataz de un pequeño rancho en la misma divisoria y aunque no se trataba de una hacienda dilatada, el empleo era bueno y se sentía muy a gusto en él.

Esta noticia databa de dos años atrás y no había vuelto a tener noticias del joven, por lo tanto, si algo podía hacer para que la carta llegase a sus manos, era remitírsela a las señas últimas, que eran las del rancho donde actuaba de capataz.

El que le escribía desde Kendrick debía ignorar toda esta odisea del muchacho que databa ya de seis años. Sin duda le creían despachando clavos y por eso se dirigían a él para entregar la carta.

Oscar dedujo que debía tratarse con algo relacionado con el rancho de Kik. Posiblemente éste se había ido al otro mundo con un empacho de su propio vinagre y siendo Clay su más próximo heredero, éste era avisado para que se hiciese cargo de la hacienda.

Si la suposición era cierta, Oscar se alegraba, porque Clay era un buen muchacho y además, listo y enérgico. Si por añadidura se tenía en cuenta que por afición se había dedicado a trabajar en asuntos ganaderos, debía estar bien preparado para hacerse cargo de la herencia. Tras estas consideraciones y recuerdos, Oscar introdujo la carta dentro de un sobre con su propio membrete y cerrándola escribió las señas de Clay. Si no era encontrado, la carta volvería a sus manos, ya que el membrete del sobre indicaba quién era el remitente.

Con la carta iban unas letras suyas saludando al muchacho y deseándole suerte, si era que había heredado por sorpresa.

Y después de cumplir este sencillo deber, Oscar dio al olvido la misiva y al destinatario.

* * *

El rancho X-3 estaba situado en un lugar llamado Sexton, a pocas millas de la divisoria con Colorado.

A tono con la carta que Oscar recibiera de su pariente el rancho era pequeño, su equipo lo componían doce hombres, pero el patrón era una excelente persona, los peones se portaban bien y él se llevaba muy bien con todos.

Clay era a la sazón un mozo de veinticinco años, alto y metido en carnes, sin unos gramos de grasa, debido al constante ejercicio que hacía. A pesar del zarpazo del sol que había tostado su piel, ésta era de matiz pálido, su cabellera rubia y rizada, sus ojos azules y sus labios finos y un poco burlones. Acusaba reminiscencias de su sangre irlandesa y quizá por este atavismo de raza era irónico, de un buen humor y de un ingenio vivo y sagaz.

Montaba a caballo estupendamente, habiendo ganado muchas carreras de las que se organizaban en los rodeos de la región y también había conquistado bastantes premios como tirador, tanto con rifle como con revólver. Mataba los conejos a la carrera sobre la silla y poseía una resistencia propia de sus bien cultivados veinticinco años.

Una mañana, el peatón que llevaba la correspondencia al rancho, entregó una carta para Clay. Éste, acostumbrado a no recibir correspondencia, se extrañó de la misiva, pero cuando vio en el sobre el membrete de su pariente de Chicago, exclamó:

—¡Ah!, debí figurármelo. Sólo tío Oscar podía acordarse de mí, aunque yo sea un poco descuidado para escribirle. Espero que no me escriba para darme alguna mala noticia.

Rasgó el sobre y su sorpresa fue grande cuando descubrió el que contenía. Aquello era más serio y no estaba relacionado con el remitente.

Leyó las pocas líneas que Oscar le escribía justificando el motivo de escribirlas y luego tomó el sobre procedente de Kendrick dándole vueltas antes de abrirle.

Primeramente, repasó las señas del remitente. Aquel Leo King, abogado y notario, pertenecía a Kendrick y como de aquel poblado sólo sabía qué poseía allí un tío propietario de un rancho, juzgó que el contenido de la carta debía estar relacionado con su tío.

¿Qué le habría sucedido a tío Kik? ¿Habría muerto? Si así era, ¿quería aquello decir que él como heredero más directo pasaba a ser propietario de la hacienda? No se alegraba de la muerte de nadie y menos de un familiar, pero si la muerte así lo había dispuesto, aquella herencia colmaría la mayor ilusión de su vida, porque desde que entrase como peón de ganadero, su sueño dorado había sido el de poseer un día un buen rancho del que haría uno de los mejores de la cuenca donde estuviese instalado.

Y con el corazón palpitándole de impaciencia, rasgó el sobre y extrajo el pliego. Éste era bastante extenso, lo firmaba el abogado Leo y decía así:

«Señor Clay Kinney.

Chicago.

«Muy señor mío: Como notario y abogado de su señor tío Kik Kinney (q. e. p. d.), me dirijo a usted ya que así lo exigen las disposiciones testamentarias de su fallecido tío ya expresado.

Empezaré comunicándole que Kik Kinney falleció hace ocho días en este poblado a consecuencia de una pulmonía y que por expreso encargo suyo le escribo ésta, a las únicas señas que su tío poseía confiando en que llegue a su poder.

»Como notario suyo poseo un testamento en el que se le nombra heredero del rancho. El testamento está a su disposición para que se entere de su total contenido cuando venga a posesionarse de su herencia y espero que en cuanto reciba ésta, me escriba para tener la seguridad de que ha llegado a sus manos y no necesitaré realizar más gestiones para localizarle.

»Ahora, sin perjuicio de que venga y vea todo esto, estimo un deber advertirle que siendo éste un negocio extraño a sus actividades profesionales, poco o nada tendrá usted que hacer aquí respecto a su herencia. El rancho es cosa para hombres entendidos en ganadería y aún más, para hombres broncos, duros y hasta un poco despegados del amor a la vida, ya que la situación aquí es áspera y ocasiona infinidad de sinsabores. Creo que lo mejor es que vaya pensando en deshacerse de la hacienda a través de algún buen comprador. Aquí tengo una buena proposición de un vecino de ésta que está dispuesto a adquirirlo por un precio razonable y estimo que para usted será un buen negocio cederlo, pues aparte de que no esté en condiciones de regentar una hacienda tan dura y complicada como la que hereda, recibirá un buen puñado de dólares que le permitirá establecerse por su cuenta ahí, en Chicago, y poner los cimientos de un negocio que usted domina muy alejado de lo que es esto.

»Cierto es que me limito a insinuarle una solución, la más adecuada y menos peligrosa para su persona y sus intereses. Su tío era un hombre brusco y enérgico y, sin embargo, sufrió muchos sinsabores y bastantes peligros por cuenta del rancho. Si siendo él un hombre curtido en el asunto, váyase dando cuenta qué será para usted, aclimatado a la vida de ciudad y sin nociones de lo que es esto.

»De todas formas, ya tendrá ocasión de verlo sobre el terreno y darse cuenta de que no le exagero. Por ello vaya pensando en esa solución, ya que aquí hay persona que puede solucionarle el problema adquiriendo el rancho.

»De momento es cuanto tengo que decirle. Espero sus gratas noticias, así como su visita para darle posesión de la hacienda y que usted resuelva lo que estime más oportuno.

»Le saluda afectuosamente su atento servidor,

Leo King.»

Clay, al terminar la lectura de la carta, sonrió irónicamente. Era gracioso que le creyesen un bobalicón dependiente de una ferretería, huérfano de toda noción de lo que era un rancho.

Pero un nuevo repaso a la misiva le hizo fruncir el entrecejo. Allí había algo que no estaba muy claro. Lo adivinaba al leer entre líneas las explicaciones e insinuaciones del notario y, a medida que reflexionaba en el contenido de la carta, la encontraba más misteriosa.

Se le advertía de dificultades, peligros, ambiente duro, y le metían como cebo por los ojos el nombre de un comprador interesado en adquirir el rancho. ¿Por qué? ¿Porque valía más que él podía pensar? ¿Porque pensaban engañarle ofreciéndole diez centavos por cada parte valedera por mil? Adivinaba que en la carta existía una celada a sus intereses y debía estar en guardia contra ella. Claro era que para aquella gente sería una sorpresa enterarse que él sabía de ranchos tanto como el primero, que nadie le podía enseñar a ser duro y a hacer frente a ciertos peligros y que nadie podía engañarle porque estaba de vuelta de muchas añagazas existentes en aquella clase de negocios.

Más tarde, dando vueltas a la carta, a la que debía contestar, tuvo una inspiración. Sería la mejor para él y al tiempo le serviría para dos cosas fundamentales: una para comprobar la clase de trampas que podían estarle preparando y otra para divertirse un poco tiempo.

Fué este sentimiento burlón el que más pudo en él. Divertirse de alguna manera era algo que le atraía y allí se le presentaba la gran ocasión de embromar a un abogado, a un futuro comprador de un rancho, e incluso a todo un equipo si éste andaba mezclado en el asunto.

Le había avisado juzgándole un simple dependiente de ferretería y al tiempo un hombre vacuo y refinado de ciudad. Pues bien, les daría la sensación de que no se habían engañado. Cuando se presentase en Kendrick, lo haría vestido como si fuese un ciudadano de la gran urbe y aparentaría no haber visto una res más que pintada en las ilustraciones de una novela de cowboys.

Ni armas, ni espuelas, ni sombrero vaquero, ni camisa a cuadros, ni nada que oliese a ganadería. Un traje ridículo y estrecho de señorito cursi, un sombrero bombín que le daría un aspecto risible y un aire de tonto que patentizaría lo huérfano de ideas que estaba respecto a la ganadería. Esto le serviría para averiguar muchas cosas y si debajo de todo aquello había una trampa en la que pretendían hacerle pisar, a la hora de poner de relieve su verdadera personalidad, alguno iba a sentirse demasiado confuso y acaso demasiado asustado. Todo dependería de cómo se desarrollasen los acontecimientos.

Y como no debía escribir desde el rancho donde prestaba sus servicios para no levantar la caza, marchó al poblado y cursó a su tío Oscar un largo telegrama en el que le rogaba que, firmado con su nombre, enviase uno al abogado y notario de Kendrick, comunicándole que había recibido su carta y que se pondría en camino tan rápidamente como le fuese posible.

Este telegrama les daría la sensación de que continuaba en Chicago en la ferretería de Oscar y no provocaría sospechas al cursarlo desde una región ganadera.

Después vino para él la parte sentimental de despedirse del rancho. Le había tomado cariño y se sentía muy a gusto, pero ante un hecho de aquel calibre, la solución no era dudosa.

Se entrevisté con su patrón y le dio a leer la carta. El ranchero, tras su lectura, dijo:

—Clay, siento mucho lo que sucede, porque estoy muy contento con sus servicios, pero me alegra el motivo que le obliga a despedirse. Tiene usted un bonito porvenir por delante y sinceramente celebraré que todo le salga bien. Pero soy hombre ducho en esto y le confieso que esa carta no acaba de gustarme. Le tratan como a un muñeco y adivino que pretenden hacerle alguna jugada.

—Bueno, creo que hemos coincidido en pensar lo mismo, patrón. Yo he sospechado que intentan quedarse con el rancho por la décima parte de su valor, aprovechándose de que me creen un novato que no entiendo nada de esto.

—Me alegro que lo haya adivinado así.

—Tanto lo he adivinado, que ya tomé mis precauciones. He ordenado a mi tío de Chicago que telegrafíe en mi nombre diciendo que iré pronto. Quiero que crean que soy la persona que me juzgan.

—¿Para qué, si en cuanto llegue usted allí verán…?

—No verán nada, porque me voy a presentar como el novato que esperan. Quiero saber que hay del rancho, qué pasa dentro de él y qué buscan. Mi fingida ignorancia les dejará obrar libremente y veremos. Me conviene saber la clase de vecindad que voy a tener y sólo así podré conocerlo. Después no podrán engañarme, porque será tarde.

El ranchero sonrió al oírle, pero como conocía su carácter, no le extrañó la idea.

—Le comprendo. Va usted a divertirse un poco.

—A lo mejor la diversión también es peligrosa, pero voy a conocer toda la verdad y a darles una lección si es que tratan de burlarse de mí robándome miserablemente al amparo de mi ignorancia.

—Bien, Clay. Usted sabe andar por el mundo y no tengo nada que decirle. Sí; le diré que me gustará saber que todo le va bien y que ve cumplidos sus sueños, que son los de todos los que hemos empezado trabajando para extraños.

—Así es, patrón. Dejé el comercio con mi tío, aunque podía haber llegado a ser dueño de él o establecerme aparte, porque me gustaba más esto que aquello y desde que tome el lazo soñé primero con ser capataz, cosa que ya había conseguido, y después con ser ranchero. La suerte me pone un rancho en el camino y no habrá dinero bastante para comprármelo.

—¿Es buen rancho el de su tío?

—No puedo recordarlo bien, porque yo salí de allí bastante niño, pero sí recuerdo que poseía unos pastos muy dilatados, ya que mi tío me llevaba algunas veces a caballo a revisar las reses y galopábamos mucho tiempo dentro de su hacienda. En la actualidad ignoro si sigue lo mismo o se ha reducido.

—Pues que sea lo mejor posible. Ya que hereda, que herede bien. Ahora le haré la cuenta y puede marcharse cuando lo desee.

—Pienso estar unos días para darle tiempo a buscar quien me sustituya. Entretanto, voy a confeccionarme un traje como si fuese a presenciar la toma de posesión de un nuevo presidente y a equiparme a tono con lo que voy a representar. Me encontraré muy ridículo con aquellas ropas que eran mi encanto hace seis años, pero me divertiré mucho viendo cómo se ríen los demás al verlas.

Clay cumplió su promesa y permaneció una semana en el rancho. Sólo cuando su patrón tuvo un sustituto para él se despidió con sentimiento y se dispuso a dirigirse a Kendrick.

Clay poseía un excelente caballo del que no quería desprenderse, pero tampoco quería presentarse con él en el poblado. Su idea era de ser posible dejarlo bien depositado en algún lugar cercano para rescatarlo en el momento en que le hiciese falta.

Estudiando el itinerario a seguir, no le agradó mucho, porque la comunicación era pésima. Tenía dos líneas de trenes, pero ninguna le dejaría muy cerca del poblado, ya que éste se hallaba en un amplio vano huérfano de comunicaciones ferroviarias.

El mejor era ir en tren hasta Sugar, por el Unión Pacific, y apeándose allí seguir a caballo a lo largo del Horse Creek, cuyas aguas casi bañaban Kendrick. Frente a éste se erguía otro poblado en la orilla contraria llamado Cutck, donde podía dejar el caballo y presentarse en el rancho.

Pero esto no justificaba bien su llegada. A todos les extrañaría verle llegar a pie, cosa imposible.

Por fin se decidió. Lo haría así y luego, antes de dar vista al poblado, esperaría la llegada de algún carro o carreta que le llevase al pueblo.

La entrada sería tonta y espectacular por cuanto más inverosímil, más estaría en su papel.

Fiel a este programa, tomó billete para él y embarcó el caballo en un vagón de carga, apeándose en Sugar, como había previsto. Desde allí al poblado tenía cincuenta millas de jornada, que haría como un vaquero cualquiera en su magnífica montura y vistiendo el atuendo típico de lo que verdaderamente era. Después, cuando dejase el caballo en Kutck, cambiaría de ropas y se presentaría tal y como quería que le conociesen.