CAPÍTULO PRIMERO
UN BUEN CONSEJO
—Dame más whisky, Thomas.
—Perdona, pero no te serviré más, Nicole. Has bebido demasiado y tú no eres hombre que acostumbra a emborracharte.
—¿Y qué? También los que somos sobrios tenemos derecho a emborracharnos alguna vez si es nuestro gusto, o hay algún motivo especial que nos impulse a beber.
—El alcohol no arregla las cosas, Nicole. Piénsalo.
—Quizá no, quizá sí, pero cuando un hombre se encuentra en un callejón sin salida y está obligad a buscarla, algo tiene que hacer. ¿Qué crees que es mejor, pegarle tres tiros a un «caballero», y esto de caballero es una ironía, o emborracharse?
—Ninguna de ambas cosas.
—¿Por qué?
—Porque balear a un tipo, sea caballero o no, según cómo se desarrolle el caso, puede llevarte a la cárcel o quizá a un lugar más elevado con una buena corbata de cáñamo al cuello, y si te emborrachas, el alcohol puede impulsarte a matar a esa persona, por lo que nada conseguirías llenándote de alcohol. Lo más sensato es permanecer sobrio, recapacitar y buscar una solución.
—¡Magnífico! Pero después de esos razonamientos,dame otro whisky. Voy a pagarlo y tu negocio es vender.
—Cierto, pero prefiero no hacerlo cuando creo que puedo hacer un favor a un buen amigo. Tú sabes que te aprecio y deseo para ti lo mejor.
—¿Lo mejor? ¿Tú crees que los que parecemos los mejores alcanzamos como premio lo mejor?
—Al menos así debe ser:
—Pues te engañas. Los mejores como yo, dejamos de serlo cuando nos oponemos a ciertas cosas que estimamos injustas y peligrosas. ¡Esta es la cuestión!
—Bueno, pero ¿quieres explicarme qué te sucede para que te muestres así?
—¿Cuánto tiempo hace que me conoces, Thomas?
—Muchos años.
—¿Cuántos?
—Pues... desde que empezaste a presumir de hombre. Puede ser que haga quince.
—Bien. Yo entré como aprendiz de vaquero en el rancho de los Boone hace doce. Ascendí a vaquero como los demás del equipo, me distinguí trabajando y hace tres años, cuando murió Jeff, el capataz, me «hicieron el honor» de nombrarme en su puesto. He cumplido fielmente mi deber, pero de poco tiempo a esta parte, han empezado a suceder cosas que no me agradaban, porque presentía que Aguas Calientes este pueblo que ha permanecido bastante tranquilo desde hace mucho tiempo, se iba a convertir en un sangriento campo de batalla, todo porque hay quien no está nunca conforme con lo que tiene, aunque sea mucho, y aspira a tener más, sin importarle los procedimientos a seguir. Y como por mi puesto de capataz estaba adivinando que el cambio de situación me iba a proporcionar muchos quebraderos de cabeza e iba a poner mi vida en peligro por algo que no me afecta personalmente, he tratado de hacer comprender lo peligroso que puede resultar cierto exceso. ¿Y sabes cuál ha sido la contestación? Pues primero, que mi misión no era inmiscuirme en asuntos que no eran míos y segundo, que lo tomaba como me lo presentaban o lo dejaba.
—¿Y qué?
—Pues que como yo soy un tipo a quien no se le puede desafiar con imposiciones, dije que lo dejaba, pero no sin antes soltar por mi boca una serie de acusaciones y censuras, que si no terminó el asunto a tiros, es porque tanto Boone como su hijo Jonathan no son lo suficientemente bravos para ponerse delante de un revólver como el mío. Y ya ves, al cabo de tantos años, he tenido que mandarles al infierno sin quedar satisfecho con eso. Creo que debía haber metido un par de balas en el cuerpo a cada uno y esto hubiese evitado males mayores, porque mis presentimientos de que esto se va a convertir en un infierno de plomo, se verán cumplidos más tarde o temprano.
—Bueno, pero en resumen, ¿qué ha sucedido para que las cosas lleguen a ese extremo?
—Te diré. Tú sabes que tanto Boone como los demás pequeños rancheros de la demarcación, están usando para su ganado los pastos libres pertenecientes al poblado. Hasta ahora, las cosas han marchado sin grandes incidentes. Había pastos para todos y lo único que cada uno tenía que hacer, era cuidar de sus astados para que no se confundiesen con los de los demás, aunque si esto sucedía, unos y otros cuidaban de devolver cualquier res filtrada, para evitar conflictos. Yo he cuidado mucho este detalle aunque a veces Jonathan me lo ha censurado, alegando que no debía ser tan escrupuloso, pues también reses de su padre se filtraban con los otros rebaños y no le eran devueltas. Yo le dije que no tenía la menor noticia de que nadie se hubiese quedado con una res nuestra y le aseguré que si alguien lo hacía, le daría que sentir. Pero ha resultado que de poco tiempo a esta parte, Boone ha empezado a aumentar su hatajo adquiriendo pequeñas partidas de astados, que hubo que remarcar, pues según afirmó Boone, eran puntas de ganado de ranchos que habían liquidado sus reses. A mí desde el principio no me gustó esto. No tenía motivos para dudar de tal afirmación, pero también podía suceder que esas puntas de reses fuesen producto de robos lejanos. Tú sabes que el Gila es un río al que se le moteja de río de los Ladrones, porque mucho ganado robado ha seguido la ruta del río. Pero recientemente, Boone me advirtió que se había quedado, nada menos que con un hatajo de mil cabezas y que éstas, procedentes de la divisoria con California, llegarían por la misma ruta, o sea siguiendo el curso del Gila. Y esta noticia me obligó a estallar. Fuese o no fuese legal la adquisición, pues eso no es responsabilidad mía, la llegada de ese hatajo iba a rebosar la copa de la indignación de los demás rancheros, pues ya se habían producido algunos roces a causa del aumento de reses de mi patrón, lo que estrechaba el espacio para los demás y amenazaba con hacer insuficientes los pastos para ellos. Le pregunté dónde pensaba meter tantas reses y me dijo que donde las demás, y cuando le advertí que no iba a haber espacio suficiente para todos, repuso: «Eso me tiene sin cuidado. Si los pastos son libres, tengo tanto derecho como los demás a usar de ellos en la medida que necesito, y si los demás no están conformes, que se estrechen y me dejen espacio. Estoy decidido a meter ese hatajo con el resto de mis reses y si tratan de oponerse, veremos qué pasa. El que más me estorba para ello es Jaffe Penan. Que se vaya más lejos y me deje el espacio que necesito».
—¿Y si se niega? —le pregunté.
—Yo haré que lo acepte en el terreno que sea.
—Es decir, que por su egoísmo tiene que perjudicar a otro y además, imponérselo no por la razón que no la tiene, sino por la fuerza.
—Cada cual usa las armas que puede.
—Pero no armas iguales. ¿Qué pensaría usted si las cosas fuesen al contrario?
—No tengo que pensar nada, ni tú tienes por qué meterte a calificar lo-que yo haga. Tienes una misión y debes limitarte a cumplirla.
—Cierto, tengo una misión: pero si por su modo de entender las cosas, los demás se defienden y atacan, ¿es mi obligación exponerme a recibir una rociada de balas?
—Estás a mi servicio y tu obligación es defender mis intereses, pues para eso te pago.
—A defender sus intereses, si alguien injustamente los atacase, pero no a exponerme, porque su egoísmo le mueva a pretender avasallar a los demás. Soy lo suficientemente decente para no mancharme las manos con sangre de otro, si la razón no está de mi lado.
—¿Quiere decir eso que te has vuelto un cobarde?
—Espero que no vuelva a repetir esa palabra si no quiere que le obligue personalmente a comprobarlo. Soy tan valiente como el primero, pero soy más decente que algunos y sobre todo, si he de defender algo, que sea noble y leal, pero no algo sucio y egoísta.
—¿Te das cuenta de lo que dices?
—Yo siempre digo lo que creo justo.
—Pues bien, si no estás conforme con seguir a mi servicio defendiendo mis intereses como las circunstancias impongan, lo mejor que puedes hacer es renunciar al cargo, No me faltará quien te sustituya encantado y esté dispuesto a hacer lo que tú no quieres.
—Es posible. En el mundo siempre hay granujas, matones y hombres corrompidos, que por unos cuantos dólares son capaces de asesinar a su sombra, pero yo no soy de esos. No cargaré con esa sucia responsabilidad y desde este momento causo baja en su nómina.
—Encantado. Te haré tu cuenta y te irás al infierno.
—El infierno va a estar aquí y yo dentro de él, pero no a su favor, entiéndalo bien.
—¿Qué quieres decir?
—Que no me faltará trabajo ni quien quiera aceptar mis servicios, aunque sea de modesto peón, y entonces, es fácil que demuestre esa valentía que usted pone en duda, peleando a favor de ellos.
—¿Me desafías? Pues te aseguro que si alguien se atreve a admitirte en su rancho, será contra él con quien pelearé más sañudamente hasta aniquilarle. Soy demasiado fuerte para que alguien me amenace.
—¿Lo cree así? Pues pruebe, y le juro que si consiguiese usted eso tan sucio con toda su fuerza, no evitará que le meta media docena de balas en el cuerpo, y al vago de su hijo lo mismo. Pues que ha llegado la hora de decir verdades, yo no me muerdo la lengua para decirlas. Usted y su retoño están que muerden porque Lydia, la hija de Penn, ha desdeñado a su precioso vástago por vago, por presumido y por inútil. Ustedes habían confiado en casarlos para unir sus haciendas y hacerse el amo del pequeño valle y ella, con sentido común, ha renunciado a cargar con ese peso muerto que no sirve más que para gastar y presumir. ¡Bonito heredero va a tener su rancho el día que usted tome billete camino del infierno!
Nicole apuró el poco whisky que quedaba en su vaso y añadió:
—Como comprenderás, después de esto, la situación se hizo dramática. Boone empezó a vociferar lanzando amenazas que no es capaz de cumplir y a sus gritos apareció el fantoche de Jonathan. Quiso presumir de hombre y le tumbé de un puñetazo, luego me vi obligado a presentarles el revólver para calmar su rabia y así salí del rancho.
—¿Sin cobrar?
—Sin cobrar. Entendí que el ambiente estaba muy caldeado para un nuevo enfrentamiento y decidí aplazar el cobro. Enviaré a alguien con una autorización mía para que me abonen lo que tengo devengado.
—¿Y si se niegan?
—Entonces me obligarán a presentarme para reclamar mi dinero y acaso les pese el hacerme ir.
—Mal asunto, Nicole. Los Boone son malos enemigos, porque cuentan con gente, y si la obligan a cooperar en sus planes, la fuerza será mayor.
—No les desdeño, pero yo tampoco soy de paja. Si me obligan a pelear con ellos, lo haré pese a su fuerza.
—Bien. ¿Y ahora qué vas a hacer?
—Buscar trabajo.
—¿Aquí?
—Claro que aquí.
—Pero no va a ser difícil sino imposible que encuentres una plaza de capataz.
—Lo sé, pero no me importará trabajar como peón. Espero que alguien sepa apreciar mi trabajo.
—¿Has pensado dónde dirigir tu mirada en ese aspecto?
—Aún no. Acabo de pelearme con esos cerdos y era tal mi rabia, que sólo pensé desahogarla bebiendo. Cuando me serene tomaré una decisión.
—Escucha, Nicole, aunque sea meterme donde no me llaman, como te aprecio, me atrevo a darte un consejo.
—Si es interesante, lo tendré en cuenta.
—Tú te has despedido del rancho de los Boone porque decentemente no quieres contribuir a perjudicar al resto de los modestos rancheros, imponiéndoles a tiros la presencia de ese hatajo que cuando haga su entrada en los pastos, parecerá que han entrado cien barriles de pólvora con las mechas encendidas. Por lo tanto, se impone dar cuenta a los demás del peligro que les amenaza y cuando sepan que te has despedido por eso y que les pones sobre aviso para que tomen las medidas que estimen pertinentes, es seguro que alguno te ofrezca trabajo en su rancho.
—Eso espero.
—Bien, pero si ha de ser así, ¿por qué no te diriges a Jaffe Penn, le cuentas lo que hay y le pides trabajo a él? Jaffe puede ser el más perjudicado con la llegada de ese hatajo. Es el que tiene su ganado en los pastos más próximos a los Boone y seguramente que Boone padre trate de perjudicar sobre todo a Penn, debido al antagonismo que reina entre ellos por el asunto de Jonathan y Lydia. Les harás un favor poniéndote a sus órdenes y contarás con un equipo más nutrido que el de los demás, que aisladamente poco podrían hacer. Puesto que estás decidido a luchar contra tu ex patrón, hazlo donde puedas encontrar más apoyo y puedas ser más útil. Penn y sus hijos son personas decentes y dignas y te acogerían con agrado.
—¿Tú crees? El hecho de que yo haya sido capataz de Borne, puede hacer que me miren con recelo.
—¿Por qué razón? Te mirarían con recelo si siguieses a las órdenes de Boone, pero desde el momento que has roto con él por defender la causa de los demás y les pones sobre aviso del peligro que les amenaza, no puede haber recelo sino agradecimiento. Yo estoy seguro de que en el rancho de Penn te sentirás a gusto y serás bien mirado. No podrá ofrecerte la plaza de capataz, porque el que tiene es muy bueno y lleva mucho tiempo ejerciendo el cargo, pero sabrá tratarte con consideración.
—La categoría es lo de menos. Sólo quiero pelear contra esos cerdos, para meterles la decencia en el cuerpo aunque sea a tiros, y cuando estén aplastados, entonces quizá marche de aquí y busque algún otro lugar donde pueda volver a ejercer mi cargo. Ahora eso no me importa.
—Entonces, no lo dudes. Penn se sentirá satisfecho de tu noble comportamiento y no tendrá inconveniente en hacerte un hueco en su equipo, por agradecimiento y porque podrás serle muy útil.
—Bien, creo que así lo voy hacer
—Será una decisión muy sensata.
—De acuerdo. Dame otro whisky.
—No, Nicole; te daré una jarra de cerveza fresca,que despabilará tus sentidos. No sería muy beneficios oque te presentases acusando las señales de estar bebido.
—Está bien. Dame esa cerveza y me iré.
Tras apurar la jarra; abandonó la taberna, prometiendo volver a darle cuenta del éxito de su gestión.