CAPÍTULO VI

 

CON LA MUERTE DE CARA

 

Al rayar el alba, Nicole, Cherry y los cuatro peones abandonaban sigilosamente el valle camino del lugar donde se encontraba confinado el hatajo.

Pero el astuto capataz, temeroso de que hubiese nuevos espías a lo largo del río, procuró escoger un camino más alejado para evitar cualquier sorpresa.

Al llegar la noche hicieron alto en un pequeño bosque montando una guardia por si a pesar de las precauciones tomadas no habían podido burlar la vigilancia del enemigo y trataban de sorprenderles.

Pero nada sucedió y al nacer el día volvieron a reemprender la marcha.

Cuando llegaron al lugar donde Nicole estuvo a punto de ser eliminado, el capataz descubrió el cadáver del peón que había caído desde la altura. Nadie se había acercado a aquel lugar y por ello el muerto yacía donde cayera.

—El otro cadáver está allá arriba, en la cima del farallón. Tuve suerte en descubrirle —indicó Nicole.

Cherry quedó un momento pensativo y Nicole preguntó:

—¿En qué piensa?

—En si debemos dejar el cadáver ahí u ocultarlo.

—¿Por qué?

—Pues porque si Boone envía nueva gente y lo descubren, sabrán con fijeza que usted fue quien los despeñó y supondrán que marchó río adelante en busca del hatajo; pero si no lo encuentran, se sentirán desorientados sin saber qué suponer.

—Creo que tiene razón. Ocultaremos el cadáver y que busquen a ver si encuentran algún rastro.

Buscaron una grieta donde depositarlo y luego cubrieron la improvisada fosa con piedras y ramas.

Esto despistaría a Boone o a quien rastrease por orden suya y haría más difícil poder esclarecer lo sucedido. A media tarde llegaron al lugar donde las reses se encontraban recluidas. El jefe jugaba al póquer con alguno de los peones mientras el resto vigilaba.

Al reconocer a Nicole, se adelantó a él comentando:

—¡Vaya! Veo que se ha dado bastante prisa.

—En efecto. Mi patrón quiere resolver este asunto lo antes posible y no hemos perdido un minuto. Aquí estoy con parte del equipo que se ha de hacer cargo del hatajo. Ahora dígame la cuantía de sus sueldos de estos cuatro días para abonárselos.

—Son cuarenta dólares diarios. Cinco por cada peón y diez de mi parte.

—Oiga ¿no exagera? Le advierto que mi patrón es muy tacaño y preguntará a Mike si ése es el sueldo de usted y los suyos. No le gusta que le engañen.

—Que pregunte. Estas conducciones, y él lo sabe, son comprometidas para quien las realiza y hay que pagar bien a la gente o dejarlo.

—De acuerdo. Aquí tienen el dinero, pero como yo no quiero que mi jefe pueda sospechar que me quedo con algo de comisión, me firmará un recibo por la cantidad que le entrego.

—Muy bien. No hay inconveniente.

Nicole redactó un recibo en el que se hacía constar que el firmante en nombre de sus seis compañeros recibía ciento sesenta dólares como sueldo por los días perdidos en retener el hatajo por cuenta de Boone.

El conductor no se molestó en analizar el recibo. Lo firmó y percibió el dinero.

—Ahora, pueden marcharse —indicó Nicole —. Nosotros tenemos orden de retener dos días más el ganado hasta que el patrón resuelva el problema de facilitarles pastos suficientes.

—Muy bien. Ese es asunto suyo. Nosotros hemos cumplido nuestra misión y así se lo haremos saber a Mike.

—Sí, y al paso, denle recuerdos de parte del señor Boone. Es un encargo que me ha dado.

—De acuerdo. Así lo haremos.

Y llamando a sus compañeros, dijo:

—¡Vamos, muchachos! Aquí ya no hacemos nada y nos vemos libres de este paquete. Galoparemos mientras haya luz y después ya veremos.

Los peones, llevando al frente a su jefe, montaron a caballo y emprendieron la ruta hacia el oeste.

Cherry, que había permanecido al margen como un peón más, se acercó a Nicole.

—Ha estado muy hábil. Esos tipos no han sospechado la trampa ni por asomo.

—No. Y además, ese hombre me ha firmado un recibo que puede tener un gran valor en algún momento. Las cosas han salido a pedir de boca.

—¿Y ahora qué?

—Ahora vamos a buscar el mejor refugio para este ganado hasta que llegue la hora de saber lo que se debe hacer con él.

—¿No cree que extrañados por su tardanza los busquen por todo este paisaje y terminen por dar con él?

—No sería cosa fácil y a tiempo corto, pero creo que podernos desorientarlos mejor si hacemos que el hatajo  cruce el río y podemos esconderle al otro lado.

Esto nos ayudará a despistarles más si tratan de indagar, y como no debernos perder tiempo, empecemos por buscar el lugar adecuado para ocultar el hatajo y cuando lo tengamos escogido, cruzaremos el río. Por fortuna trae poca agua y hay un vado próximo.

Mientras los peones cuidaban del ganado, Nicole y Cherry vadearon el Gila y se dedicaron a buscar un lugar apto para su idea.

Por fin encontraron una zona detrás de una fila nutrida de setos. El lugar era ideal para su objetivo, pues los setos la ocultaban.

Rápidamente regresaron junto a sus peones y dieron la orden de empujar las reses al río. Los astados no opusieron resistencia alguna y en compactos grupos ganaron la orilla contraria.

La operación de acomodar el ganado en su nuevo refugio terminaba cuando las sombras de la noche empezaban a enturbiar el paisaje, y tanto Cherry como Nicole decidieron pernoctar con sus peones. Logrado su objetivo, ya no era tan apremiante su regreso.

Pero al día siguiente apenas despuntó el día, montaron a caballo y emprendieron la marcha al poblado.

 

*  *  *

 

Boone se sentía desconcertado ante la ausencia de noticias.

Tres peones habían vigilado los movimientos de los demás rancheros para tratar de conocer sus planes y cuando descubrieron que Nicole emprendía la marcha, uno de ellos se apresuró a regresar al rancho para dar cuenta a Boone, mientras los otros dos cumpliendo órdenes seguían al ex capataz.

Y como tenían orden de eliminarle cuando se les presentase la oportunidad, no dudaba que en algún momento regresarían al rancho a darle cuenta de que su cobarde misión se había cumplido.

Pero el tiempo transcurría, los dos peones no regresaban y Boone empezaba a sospechar que había sucedido lo peor y que el eliminado no había sido Nicole sino sus hombres.

Esto tenía que comprobarlo, como necesitaba que Nicole no regresase a dar cuenta de haber localizado el hatajo. Suponía que el plan de sus enemigos era salir al paso de las reses, cargar sobre ellas y evitar que pudiesen llegar a su rancho.

Furioso hasta el paroxismo por aquel silencio que nada bueno auguraba, escogió cuatro de sus mejores peones y tras explicarles lo que temía les dijo:

—Hay que averiguar qué ha sido de vuestros dos compañeros que ya deberían estar de vuelta y aún no han regresado, y no sólo eso, sino que hay que cubrir todo el camino de vuelta para impedir que Nicole regrese... vivo. Por lo tanto, os confío esa doble misión y si la ejecutáis con acierto os prometo una buena gratificación.

Los cuatro peones salieron al galope camino de la orilla del Gila para rastrear el paso anterior de sus compañeros y lograr descubrir el hatajo.

Pero por más que registraron todo el terreno a lo largo del río no lograron dar con las reses ni con Nicole, a quien se suponía rondando por el terreno. Pero llegó un momento en que descubrieron el rastro del hatajo. Tantas pisadas de astados no podían ser destruidas y siguiendo la dirección, terminaron por descubrir el lugar donde había pernoctado durante cuatro noches.

—Aquí estuvieron esos animales—afirmó el que mandaba el pequeño equipo —, pero  ¿dónde han ido después?

Todo este terreno que hay en torno a la hondonada es de pura piedra y esto impide poder encontrar rastro alguno. Han debido llevarlas hacia las reservas del monte, siguiendo ese camino que no deja rastro.

—Pero ¿por qué?

—¡Yo qué diablos sé! Expongo una hipótesis, pero si alguien tiene otra mejor, que lo diga.

—No, no tenemos hipótesis que exponer, pero nos preguntamos por qué han encerrado aquí el hatajo y luego lo han hecho desaparecer.

Pues sólo cabe sospechar que los propios conductores decidieron apoderarse del hatajo y llevarlo lejos de aquí para venderlo. No encuentro otra explicación.

—Pero esto no ha podido hacerlo Nicole solo, ni los rancheros del valle se aventurarían a apoderarse de un hatajo así. Por dos razones. Una, porque serían denunciados como ladrones de ganado y otra, porque no podrían traerlas al valle y mezclarlas con sus reses.

—De acuerdo, pero pueden haber contribuido a asustar al ganado lanzándole por este terreno tan quebrado, para que la mitad se despeñara y el resto se perdiese por los recovecos del monte.

—Esa tarea es muy pesada y aun admitiendo que se haya podido hacer, alguna res andaría suelta por el terreno, y no hemos descubierto ninguna. Yo opino que esto ha sido obra de los conductores. Mil cabezas es algo tentador para ganar un buen puñado de dólares. No cabe otra explicación. Y como no podemos hacer más, vamos a regresar al rancho a dar cuenta de nuestra gestión. Ni nuestros compañeros, ni el hatajo ni Nicole han dado señales de vida, y aunque parezca insólito, así ha sido.

Tras esta decisión, los cuatro montaron a caballo y emprendieron a todo galope el camino del rancho. Pero al segundo día, cuando se acercaban al poblado, descubrieron a lo lejos dos jinetes que caminaban por aquella ruta casi siempre desierta y el peón que dirigía el grupo, exclamó:

—¡Cuidado! Por allí veo dos jinetes que llevan nuestro mismo camino y sospecho que uno puede ser Nicole. Tenemos que cerciorarnos.

—Pues avivemos el paso y...

—No. Nicole es muy peligroso con un revólver en la mano y si el que le acompaña es igual, no podemos exponernos tontamente.

—Entonces, ¿qué podemos hacer? Si regresamos con las manos vacías no habrá recompensa.

—Podemos intentar una sorpresa.

—¿Cómo?

—Dos de vosotros os adelantaréis a ellos rodeando esas lomas para cortarles el paso y otro, por esa vaguada, podrá también adelantarse, mientras yo camino a retaguardia para unirme a  vosotros en el momento en que les cortéis el paso. Rodeándoles, podremos conseguir algo, pero persiguiéndoles no, porque en cuanto se diesen cuenta, el caballo de Nicole es una centella galopando y nos dejaría burlados. La única solución es sorprenderles cortándoles el paso y obligándoles a hacer cara a varios frentes. Un poco de suerte y serán nuestros.

Los peones no hicieron objeciones al plan de su compañero y dos se desplazaron a la izquierda para rodear la loma y el otro se metió en la vaguada.

Dado que los dos, jinetes descubiertos parecían avanzar a paso moderado, les sería fácil rebasarlos y presentarse a ellos dé cara.

El cuarto peón, a distancia, continuó avanzando en espera de que su plan fuese puesto en práctica.

Nicole y Cherry caminaban despreocupados sin mirar hacia atrás. Si algún peligro podía presentarse, juzgaban que sería de frente.

Y cuando estaban a punto de rebasar la loma que se veía a su derecha, desde el reborde de la misma surgieron dos jinetes que enfilando sus armas contra ellos, dispararon por sorpresa.

 Las balas no hicieron blanco en ninguno de los dos hombres, pero el caballo de Cherry emitió un relincho doloroso y se encabritó al sentir en sus carnes el ardor de una bala que le había alcanzado en el vientre. El animal se lanzó como una flecha hacia adelante rebasando a Nicole, quien con el revólver en la mano contestó al ataque, al tiempo que espoleaba su montura. El intento de los dos peones resultó fallido, pues el ex capataz se distanció lo suficiente como para no sentir inquietud por los nuevos disparos de sus perseguidores. Lo que le preocupaba era la suerte de Cherry a lomos de un animal enloquecido por el dolor, y trataba de alcanzarle.

Pero súbitamente, surgió ante él el peón que había avanzado por la vaguada. Fue una aparición insospechada a menos de seis yardas de distancia.

El peón disparó al mismo tiempo que Nicole. Éste sintió en el costado el fuego de la bala penetrando en sus carnes, pero a cambio, su proyectil había sido tan certero, que el inesperado enemigo había salido despedido de la silla como un muñeco.

Nicole, aguantando el dolor de la herida, pidió a su caballo un esfuerzo mayor para tratar de alcanzar al de Cherry, y cuando estaba a punto de acercarse a él, el animal se desplomó, dando un salto terrible, y el jinete, que no había podido dominarle en su alocada carrera, salió despedido por la cabeza, con tan mala fortuna, que fue a chocar contra una piedra de regular tamaño. El cráneo del muchacho chocó con el peñasco y Cherry quedó privado de conocimiento.

 Si angustiosa había sido la situación para ambos hasta aquel momento, ahora era tremendamente trágica. Cherry permanecía en tierra privado de sentido. Nicole tenía una bala en el costado por cuya herida chorreaba la sangre escandalosamente, y tras ellos, a no mucha distancia, tres enemigos furiosos galopaban para alcanzarles y deshacerse de ellos.

Pero como Nicole era un hombre duro como la roca y rápido de reflejos, comprendió que no debía sentirse fatalista en tan angustiosa situación y realizando un esfuerzo, cuando llegó junto al cuerpo de Cherry saltó de la silla, lo tomó en sus brazos en un terrible y doloroso esfuerzo y como le fue posible, le atravesó en su caballo, para intentar saltar a la silla y escapar del acoso de sus enemigos que ya le iban a los alcances.

Por dos veces intentó el salto, desistiendo a causa del fiero dolor que lea atenazaba, y ya empezaba a pensar que su plan no serviría y que se vería obligado a dar la cara a sus enemigos pie en tierra. Pero en un nuevo intento y aunque de mala manera, consiguió montar en «Africano». Éste, al ronco grito de su amo, arrancó a todo galope, exponiéndose a lanzar a los dos jinetes al suelo y empezó a distanciarse cuando los disparos de sus perseguidores se clavaban en tierra, a menos de una yarda de la grupa del caballo.

Pero ya habían perdido la posibilidad de alcanzarle.

La más viva velocidad de «Africano» dejaba atrás a sus perseguidores y poco a poco se iban quedando rezagados.

Pero el bravo excapataz se daba cuenta de su precaria situación. Iba perdiendo sangre, el dolor le atenazaba y temía perder el sentido antes de poder llegar al valle.

Éste se encontraba relativamente próximo, pero dado su estado podía suceder que no lograse llegar antes de perder el control de sus sentidos.

Sin embargo, el caballo lanzado a un galope de vértigo iba devorando la distancia como si se diese cuenta de lo que podía suponer para su amo la llegada al rancho y al fin, cuando ya Nicole empezaba a sentir que su vista se nublaba y las fuerzas le faltaban para mantenerse a lomos del animal, éste enfiló la senda que conducía al rancho.

Y apenas «Africano» se detuvo jadeante echando espuma por la boca en el centro del patio, Nicole perdió el sentido y cayó a tierra, quedando inmóvil.

El peón que había visto asombrado cómo el equino penetraba como lanzado por un cañón, corrió en ayuda del caído y al darse cuenta de que Cherry aparecía atravesado en la silla, empezó a dar gritos demandando auxilio.

Lydia, que se encontraba en el interior de la hacienda, al oír gritar al peón descendió asustada y su rostro pareció convertirse en cera, al enfrentarse con el doloroso cuadro.

Su hermano manaba sangre de la herida que había recibido en la cabeza a causa del golpe, mientras las ropas de Nicole aparecían escandalosamente manchadas de sangre.

Reaccionando, empezó a llamar a voces a otro de los peones que estaban en el rancho y entre los tres trasladaron a los heridos al interior de la hacienda, colocando a Cherry en su lecho y a Nicole en otro de los que, vacíos, se destinaban a algunos huéspedes cuando los recibían.

La joven, decidida, ordenó:

—Pongan al descubierto las heridas. Yo voy en busca de algo para curarles de primera intención.

Buscó el botiquín de urgencia, rasgó una Sábana para fabricar vendas y con un balde lleno de agua caliente se dispuso a curar a ambos.

La herida de su hermano era aparatosa, pero leve. Esto lo comprendió en seguida y de no ser por la conmoción, hubiese podido mantenerse en pie, pero la de Nicole parecía más grave.

Y con decisión, ordenó:

—Cuídense de mi hermano, no creo que sea nada grave lo que tiene, mientras yo curo a Nicole. Su herida no me gusta nada.

La lavó lo mejor que pudo y después, con hilas empapadas en yodo, taponó la herida y procedió a vendarla al tiempo que decía:

—Habrá que llamar al médico. Temo que tenga la bala alojada en la carne y será preciso extraerla. Pero antes vayan a los pastos y llamen a mi padre. No le asusten respecto a las heridas de ambos.

Penn acudió rápido a la llamada y nervioso preguntó:

—¡Por todos los santos, Lydia!  ¿Qué ha sucedido?

—No lo sé, padre. El caballo de Nicole llegó como un rayo trayendo atravesado en la silla el cuerpo de mi hermano. Nicole cayó al llegar y ambos están heridos, pero lo de Cherry no es de cuidado, parece un golpe, en cambio la herida dé Nicole no me gusta. Le han dado un balazo en un costado y ha perdido mucha sangre. Hay que avisar al médico en seguida.

—Mandaré ahora mismo en su busca. No me explico lo que ha pasado y por qué los dos han llegado sólo en uno de los caballos.

—Será porque el de Cherry debió ser herido o muerto y Nicole le acogió en el suyo.

—Está bien. Como de momento no hay manera de saber lo que ha pasado, que ha debido ser algo trágico, llamaremos al médico y cuando alguno recobre el conocimiento ya nos lo explicarán. Pero sea lo que sea, hay que admitir que Boone no está descuidado y que ha intentado por todos los medios deshacerse de los dos. Es la segunda vez que lo intenta contra Nicole y me temo que a la tercera acierte.

—Si le dejan, padre.

El ranchero llamó a uno de los peones, dándole orden de que no regresase sin el médico, y luego examinó a ambos heridos. Le inspiraba más angustia el estado de Nicole que el de su hijo, pues estaba seguro de que éste se recuperaría en cuanto se le pasase la conmoción sufrida.