Capítulo séptimo
DOS GRANUJAS NO SE REGISTRAN
Después de su sangriento fracaso, los hermanos Rann se apresuraron a cabalgar hacia el Este, tratando de poner muchas millas entre ellos y los vecinos de Randado. Temían que, tras sus violencias en el poblado, el vecindario reaccionase y se echase tras sus huellas, dispuesto a pedirles cuentas de cuanto habían hecho.
Ya no podían soñar con permanecer a la espera del regreso de Geo. Corrían muy serio peligro y debían aplazar todo ataque al ranchero hasta que las circunstancias les permitiesen maniobrar con más seguridad.
En parte, se iban satisfechos, creyendo que habían reducido el rancho a cenizas. La venganza no era total, pero sí dolorosa para su enemigo.
A marchas forzadas y ocultándose de día para galopar de noche, se fueron acercando hacia la Bahía de Corpus Christi. Siguiendo la costa, podían llegar a Galveston y en caso apurado, a Austin, donde la densidad de población les ampararía hasta resolver el porvenir.
Conforme se retiraban, iban descubriendo grupos de licenciados que regresaban a sus hogares, o tipos aislados que parecían perdidos por el paisaje sin un rumbo determinado.
Estos elementos endurecidos en la guerra, que ya no sentían arraigo por los ranchos o los sembrados, serían la venenosa levadura que debía engrosar las partidas de salteadores que más tarde y durante algún tiempo, debían sembrar el espanto y el expolio por todo el sur de Texas.
Una noche, alcanzaron un poblado llamado Robstown a unas veinte millas del golfo, Era un poblado bastante importante, donde por pura coincidencia, el afluir de hombres de los deshechos frentes, había reunido un buen número de ellos y no de los mejores.
Como la distancia que habían dejado tras los cascos de sus caballos era ya considerable, el miedo a ser perseguidos ya no existía y la necesidad les obligaba a dar la cara para intentar algo práctico que les sacase del apuro. No tenían dinero, ni víveres, y solos se consideraban sin fuerzas para emprender asaltos en gran escala. Las circunstancias les obligaban a enrolarse con alguna partida ya constituida, hasta mejorar la posición o tratar de organizar una si las circunstancias se lo permitían.
Cuando pisaron las polvorientas calles del poblado y se dieron cuenta de la extraña animación allí reinante, comprendieron que habían llegado a buen puerto. De allí tenía que salir lo que necesitaban y todo consistía en cómo maniobrasen para hacerse notar como elementos valiosos.
Un par de monedas de plata era cuanto conservaban en sus bolsillos. Con ellas, tenían que alternar donde más beneficio pudiesen sacar y con el desparpajo y la osadía que les caracterizaban, penetraron en el bar que consideraron más apto para sus propósitos.
Estaba lleno, había muchos tipos duros y fanfarrones y aquél era el elemento propicio para ellos.
En un rincón del fondo, se habían reunido en torno a una mesa, ocho individuos de pésima catadura. Unos lucían prendas militares en una promiscuidad pintoresca y otros vestían atuendos vaqueros, bastante deteriorados.
Pero a ninguno le faltaba el revólver a la cintura, ni el caballo a la puerta. El que no había huido llevándose la montura, la había robado en la ruta donde pudo.
Elmer y Nilo, tras fijar su atención en ellos, decidieron sentarse en una mesa próxima. A Elmer le había interesado aquel conglomerado de tipos que daban la sensación de estar organizados en una facción más o menos dura.
Pidieron modestamente dos vasos de aguardiente y se dedicaron a observar. Pronto, toda su atención se reconcentró en el grupo, donde al parecer se iniciaba una controversia bastante agria.
Dos de los ocho que parecían gozar de autoridad sobre el resto de sus compañeros, se habían sentado con la espalda protegida por la pared y uno de ellos, había colocado sobre el tablero de la mesa junto a la botella de whisky y los vasos, un fajo bastante regular de arrugados billetes. Al parecer, aquella cantidad iba a ser repartida y los ojos de los dos hermanos se posaron sobre ella con codicia.
Ambos se miraron expresivamente. Conseguir aquel fajo de billetes, hubiese sido para ellos resolver para algún tiempo el arduo problema de su mañana.
El que había depositado la cantidad en la mesa, volvió a contarla seguido por la ávida mirada de sus compañeros que parecían vigilarle para que no escamotease ninguno de los billetes y cuando terminó de repasarlos, dijo:
—Bueno, muchachos, aunque el golpe no ha sido grande, al menos hemos sacado una cantidad para empezar. Como veis, aquí hay mil doscientos dólares. Creo que el reparto equitativo es; la mitad para Patrik y para mí, y la otra mitad para vosotros.
Uno con gesto de disgusto, se atrevió a replicar:
—¿Por qué así? Todos hemos expuesto lo mismo para lograrla y es justo que gocemos de ella por igual. Sobre todo, en estos momentos en que todos estamos a cero de dinero.
—Oye, yo soy el jefe y éste mi segundo. Nosotros indicamos dónde debíamos dar el golpe y por todas estas razones, nos corresponde una parte mayor. Si no estás conforme, puedes retirarte de nuestro lado, porque no faltará quien ocupe tu lugar. Queda mucho por hacer y más adelante se ganará más.
—Lo que es de esta forma, nunca nos llegará nada que valga la pena, Jan. He pensado que, si debo exponerme, sea por algo que merezca la pena, pero no por una limosna.
—Nadie te obliga a tomarla. Déjalo en beneficio de tus compañeros y trabaja por tu cuenta, a ver si logras hacerte rico en poco tiempo.
—Ya veré lo que hago, pero en esta ocasión he trabajado y creo justo que se me dé lo que me corresponda.
Nadie parecía dispuesto a secundarle, aunque en el rostro de cada uno se leía la ansiedad por saber cómo iba a terminar la disputa y todos sentían como su compañero, la misma rabia por aquel reparto injusto. Elmer pareció leer en sus semblantes sus reacciones como asimismo su conformidad con el que se había atrevido a protestar. Por otra parte, parecía adivinar que los dos llamados jefes, estaban decididos a cortar de raíz la protesta por si encontraba eco en los demás y creyendo que aquel era el momento psicológico de intervenir, dio con el codo a Nilo para que estuviese preparado a secundarle y cambiando de postura para mejor dominar a la pareja que tenía casi enfrente, colocó con disimulo el revólver sobre sus rodillas ocultándole con la mano derecha y extendiendo la izquierda, exclamó en alta voz:
—Si yo estuviese en el pellejo de ese hombre y en el de sus compañeros, opinaría como él y no me conformaría con ese reparto.
Todos los rostros se volvieron a la vez hacia el que hablaba, pero Elmer perfectamente tranquilo, se limitó a no perder de vista a los dos que más le interesaban.
El llamado Jan, endureciendo sus facciones, replicó:
—Oiga, a usted, ¿quién diablos le ha dado vela en este entierro?
—Nadie, pero he tenido un llamado jefe que quiso hacerme víctima de un chantaje parecido a ése y … no se lo consentí.
—¿De qué modo?
—Simplemente con una onza de plomo en el corazón.
Jan y su compañero al oírle, no esperaron más y llevaron las manos a los costados con rapidez, pero el revólver de Elmer que les tenía encañonados por debajo de la mesa, ladró antes de que tuviesen tiempo de darse cuenta de ello y el de Nilo le secundó de modo inmediato. Los dos jefecillos, sorprendidos en sus asientos, se doblaron con violencia, pegando con los rostros en el tablero de la mesa al recibir en sus vientres el abrasador plomo. Fueron media docena de disparos hechos a un metro de distancia, a lugares vitales, que debían obrar de modo fulminante.
Y así, antes de que nadie se hubiese podido dar cuenta del suceso, los dos agonizaban y Elmer puesto en pie con el revólver empuñado, se acercaba tranquilamente a la mesa diciendo:
—Bueno, muchachos, este asunto ha quedado solucionado… ¿Qué os parece si nosotros nos hacemos cargo del mando y repartimos eso y todo lo que venga después por partes iguales? Tengo grandes proyectos para los que sólo necesito gente adicta y dura y vosotros me habéis parecido buenos chicos. ¿Qué decís a mi proposición?
El que había provocado el trágico conflicto, se encogió de hombros y contestó.
—Si ha de ser en esas condiciones, por mi parte no tengo inconveniente. Cualquier otro pretendería quedarse con una mayor parte.
Los demás parecían asentir, aunque nadie había abierto la boca. Elmer tomó el fajo de billetes y repartió a ciento cincuenta dólares por cabeza, diciendo:
—Bueno, ciento veinticinco para mi hermano y otros tantos para mí. Esta vez nada importa, porque nada hemos hecho para ganarlos, a no ser libraros de ese par de sanguijuelas.
Y señalaba a la pareja que había terminado por caer al suelo en los estertores de la agonía.
Luego, señalando a Nilo, añadió:
—Me llamo Elmer Rann y éste Nilo, que es mi hermano. Tenemos estudiados muchos y buenos golpes y andábamos buscando la gente necesaria para llevarlos a efecto. Si estáis conformes en trabajar a nuestro lado, decidlo y si no, no nos faltará quien quiera secundarnos.
El grupo cambió impresiones entre sí. Animados por el que había aceptado desde un principio y satisfechos de que se los prometiese repartir por partes iguales, terminaron por aceptar.
—Pues no se hable más. Llevaros de aquí esas carroñas que están molestando y después hablaremos más despacio. Yo os prometo que no os arrepentiréis de trabajar a nuestro lado.
Los indeseables se apresuraron a obedecer sacando los cadáveres de los caídos y Nilo se atrevió a decir en voz baja a su hermano:
—¿Por qué has cometido la estupidez de prometerles repartir a partes iguales? Nadie haría lo mismo, y…
—Cállate, idiota. No pienso hacerlo, porque siempre encontraré medios de birlarles una parte, pero, aunque en alguna ocasión me viese precisado a cumplir la promesa tenía que hacerlo así, primero, para conseguir algún dinero de momento y después, para contar con ayuda. Necesitábamos dar una campanada de esta naturaleza para adquirir categoría entre esta gente y poder manejar hombres a nuestro antojo. Más adelante ya estudiaré si nos conviene tenerlos a nuestro lado o dejarles abandonados a su suerte.
Nilo no dijo nada. Su hermano era demasiado astuto y siempre sabía lo que se hacía, aunque algunas veces la suerte no le favoreciera.
Sacados los muertos y abandonados en descampado, la nueva cuadrilla se reunió con los dos hermanos. La calma había renacido en el bar y cada uno se ocupaba de sus asuntos propios.
Elmer tomó la botella a medio consumir, se sirvió un vaso y dijo:
—Escuchad; como os he dicho, tengo varios proyectos. Uno he de elaborarlo con calma para que no fracase, pero otros serán de realización inmediata. He visto algunas granjas y pequeños ranchos aislados por este sector de la bahía y nos van a facilitar de momento lo más necesario. Del otro, me ocuparé con calma y para ello necesito uno que haya sido vaquero y sepa su oficio.
Dos de la cuadrilla se destacaron afirmando que ellos eran vaqueros.
Elmer escogió al que pareció más apto y le dijo:
—Escucha lo que te voy a decir ¿Tú conoces un pueblo que se llama Randado?
—No. Nunca estuve por allí.
—Mejor para todos. Está a unas cien millas de aquí, próximo a Cuevitas. Mañana saldrás a caballo y te dirigirás a él. No temas perder el tiempo, porque mientras, nosotros trabajaremos activamente y tendrás la parte que te corresponda como si hubieses actuado. Cuando llegues allí, te presentarás como un licenciado que busca trabajo. Puedes alegar que trabajabas en un rancho de esta zona y que, al volver, te lo has encontrado abrasado. Son ya bastantes los que están cayendo abrasados y nada extrañará tu afirmación. Próximos al poblado, existen unos pastos propiedad de un ranchero llamado Geo Clarke, que fue capitán nordista. Sospecho que su rancho se quemó, no sé si poco o mucho y quizá lo esté reconstruyendo. Tomas nota de si ha regresado al pueblo, si el rancho se está reconstruyendo y, sobre todo, cómo anda de reses. Creo que, durante el tiempo de la guerra, aumentó mucho su hatajo y sería algo muy productivo apropiarnos de las reses antes de que consiga reunir un buen equipo del que carece. Cuando te hayas enterado de todo, nos buscarás a mitad de camino, en un pueblo que se llama Benavides y que está al norte. Nosotros subiremos «trabajando» hacia allí y te esperamos con tu parte.
«Cuando hayas tomado todos los informes precisos, es fácil que te haga volver y si no a ti, a este otro para que pida trabajo a Geo. Es muy necesario tener alguien de la cuadrilla metido en sus filas, para que nos informe con precisión y podamos dar el golpe con su ayuda. Os prometo que será muy productivo.
»Al mismo tiempo, averigua qué sucedió con el «sheriff» del poblado a quien alguien tumbó de un tiro y si te das una vuelta por la Casa de Postas, no estaría de más que averiguases también si el encargado se encuentra bien y si está con él su hija. Todos estos detalles me interesan para nuestras actuaciones futuras, porque debo anticipar, que la diligencia que parte de Randado a Tilden suele llevar buen correo y un golpe a ella daría su fruto.
»Y nada más por hoy. Esta noche descansaremos y mañana nos pondremos en movimiento. Este dinero que nos hemos repartido, es una miseria que sólo nos valdrá para reponer nuestros sacos de vituallas, pero no os preocupéis, porque dentro de poco nos sobrará a todos para ahogarnos en whisky y poder jugar fuerte donde nos parezca.
Los bandidos se sintieron muy animados con todas las promesas de Elmer. Les había proporcionado algún dinero del que carecían, les prometía trabajo sobre la marcha y más adelante, un golpe magnífico a un hatajo, que en aquellos momentos valdría bastante dinero, y un asalto a una diligencia cuya valija parecía muy codiciada. El programa no podía ser más tentador.
Pero ninguno conocía a Elmer. La mitad de lo prometido era fantasía y otra parte, sólo le interesaba a él particularmente, pues lo supeditaba todo a su desquite. Lo que de práctico pudiesen sacar enfrentándose a Geo, era algo que estaba por decidir.
* * *
Elmer cumplió en parte su programa. En su marcha hacia el norte para reunirse con el ex vaquero destacado a Randado, cometió algunos atracos en granjas aisladas, donde el miedo evitó que se hiciese resistencia y sin víctimas por esta causa, consiguió algún dinero para ir entreteniendo a sus hombres.
La pobre cuantía del botín, no le permitió escamotear a ninguno nada de su parte, pero se resignó. Más adelante, desarrollaría sus planes ambiciosos y entonces, sería llegado el momento de hacer traición a su propia sombra.
Y así llegaron a Benavides unos días más tarde. El vaquero acababa de llegar y cuando se reunió con ellos, dio a Elmer noticias que le produjeron una honda cólera.
El indeseable, le dijo:
—Estuve allí como me ordenó y los detalles que he reunido son estos:
«El ranchero Geo, acababa de regresar cuando yo llegué. Pude ver su rancho que está en pie, aunque acusa huellas de haber sufrido un incendio, pero éste debió ser sofocado rápidamente, porque apenas si produjo algún destrozo en los lienzos de pared.
Elmer miró a su hermano de soslayo y rechinando los dientes al ponderar aquel fracaso que ignoraba, dijo:
—Está bien, sigue.
—He visto sus pastos y sus reses. El hatajo es numeroso y está gordo. Tiene pocos peones y la mayoría viejos.
—Eso me satisface, ¿qué más?
—El «sheriff» murió.
—¿Que murió?
—Sí; a consecuencias de un certero disparo, ¿no lo sabía?
—Claro que no.
—Bueno, allí se habla mucho de ustedes.
—Cuéntame lo que se habla. No tengo por qué ocultarlo.
—Claro que no. Le culpan de la muerte del «sheriff», aunque dicen que le costó perder dos hombres. Uno que mataron cuando escapaban y otro que quedó herido en la Casa de Postas.
—¡Ah!… ¡Pobre Ben!… Cayó herido al escapar y …
—Le colgaron vivo también — afirmó el ex vaquero.
—Lo siento, porque era un buen muchacho. ¿Qué más?
—Muy poco. En la casa de postas, el encargado está bastante bien, aunque tiene la cabeza vendada. De su hija no he podido averiguar nada. No la vi.
—¿Quiere decirse que no está en el pueblo?
—No me atreví a preguntar porque era demasiada curiosidad.
—Tienes razón. Bueno, eso es lo de menos — dijo fingiendo indiferencia—. Lo que importa es lo del rancho y las reses de Geo… ¿Nada más?
—Sí, un pequeño detalle. Geo el ranchero, ha sido nombrado «sheriff» de Bandado y como comisario, figura un tal «Colorado» Rush que actuó con él en el ejército.
—¿«Colorado» Rush? — bramó Elmer—. ¿El que era su asistente?
—No lo sé, pero así se llama.
A Elmer no le gustó la noticia. Geo de «sheriff» y «Colorado» Rush de comisario, eran dos elementos peligrosos que no había que despreciar, ya que sus estrellas les daban autoridad y poder para movilizar cuanta gente necesitasen para perseguirlos.
Tenía que moverse con pies de plomo, pero no por eso renunciaría a sus proyectos de revancha.