Capítulo II

 

LA EDUCACION DE LOS PADRES

 

La azarosa vida de Rudy Delaney, había sido una odisea de las más variadas y pintorescas.

Tras probar en muchos oficios y empleos sin encontrar acomodo en ninguno, terminó por emigrar al Canadá, donde se alistó como cavador en un campo minero. Más tarde, con el dinero ahorrado, decidió exponerlo para buscar por su cuenta y en la región del Konaike, había conseguido descubrir un filón, que si en un principio pareció ser algo muy valioso, la realidad tuvo una cara opuesta, pues el filón se agotó no tardando mucho.

Sin embargo, había logrado arrancar oro a la tierra por unos cuantos miles de dólares y al llegar la época inaguantable del invierno, regresó a Norteamérica, dispuesto a emprender algo positivo con aquel dinero. En aquella época entendía muy poco de ganado. Había trabajado unos meses en un rancho y había aprendido lo más elemental, pero le gustaba el ganado y, sobre todo, moverse con libertad y montar a caballo, que era su pasión favorita.

Buscando alguna ganga de las que no salían a su paso, un día se enteró de que en Doniphan en Missouri, un ganadero arruinado en el juego, se deshacía de su rancho y de una gran extensión de terreno inculto, en condiciones ventajosas y, tras examinar el rancho y el terreno, se puso de acuerdo con el propietario y le compró su hacienda en menos de la mitad de lo que valía.

Furiosamente se entregó a preparar el terreno para pastos. Los que el rancho poseía apenas si bastaban para mecho millar de reses.

En aquella época alrededor del año 1840, en todos los estados de América había miles y miles de hectáreas de terreno sin cultivar y sin que nadie quisiera adquirirlos y por ello, cuando alguien ofrecía comprar tierras, le adjudicaban más de las que podía abarcar, por muy poco dinero.

Esta era la razón de que el rancho y las tierras adquiridas por Rudy, fuesen de una enorme extensión y hubiese necesitado miles y miles de cabezas de ganado para aprovecharlo todo.

Y como no poseía dinero para adquirir semejante cantidad de astados, se limitó a revalorizar sólo una parte del terreno, dejando el resto inculto.

Rudy se había casado, poco más tarde de adquirir el rancho, con la hija de un leñador. Rudy no sentía escrúpulos en cuanto a dinero. Le bastaba con ser él quien se lo ganase a pulso y no necesitaba que nadie pudiese achacarle que había buscado una mujer que aportase una pequeña fortuna para ayuda de sus necesidades.

Su orgullo era inconmensurable. Quería debérselo a él mismo todo lo que pudiese obtener y por ello, no le importó que su mujer fuese una indigente.

Al año de casado, tuvo un hijo. Sol, del que en un principio se cuidó su madre, mimándole en exceso. Era su único hijo, y además, su marido embebido en sus negocios, apenas si se acordaba de su mujer salvo, en muy determinados momentos.

Por esta causa, Sol inclinó su afecto hacia su madre.

Al principio, Rudy no hizo mucho aprecio de ello. Estaba muy ocupado en sus problemas económicos y apenas sí tenía tiempo de preocuparse de los suyos.

Pero cuando Sol fue creciendo, empezó a darse cuenta de que su hijo le rehuía como si fuese un lobo. No sentía afecto alguno por él y sólo su madre era la preferida. Dado su carácter impulsivo, montó en cólera y a partir de aquel momento, se propuso acabar con aquel estado de cosas.

Ya pesar de la corta edad del muchacho, le mantuvo a su lado todo el día, obligándole a que se fijase en lo que hacía y fuese tomando nota para el porvenir.

A veces, Sol se rebelaba y Rudy, sin contemplación alguna, le castigaba con saña. Quería endurecerle y hacerle comprender que él, era el único dueño del hogar y a quien debía obedecer.

Los únicos ratos que Sol podía estar junto a su madre, eran al llegar la noche, después de la cena. Ella le desnudaba, le acostaba, le consolaba cuando le veía llorar con desconsuelo y le colmaba de besos.

A veces, los castigos de su padre eran más que dolorosos. Más de una vez, le causó lesiones leves, pero lesiones y cuando la pobre mujer protestaba, Rudy la ordenaba callar. Ella estaba tratando de hacer de su hijo algo blandengue y él quería que fuese tan duro como quien le había engendrado.

Y Sol creció de aquella manera áspera y glacial, cosa que con el tiempo habría de influir en su carácter.

Al lado de su padre, aprendió muchas cosas que en el futuro debían serle muy útiles. Incluso cuando ya mayor fue a la escuela, si volvía alguna vez lesionado por algún compañero de estudios, en lugar de consolarle o indignarse contra los que le habían zurrado, aumentaba el dolor del muchacho aplicándole una buena azotaina para que otra vez no se dejase vapulear.

Prefería que otros viniesen a quejarse a él de qué su hijo les había maltratado, a que el maltratado, fuese Sol.

En medio de este áspero panorama, el muchacho se fue convirtiendo en un hombre y la influencia de la educación, de su padre, contribuyó a hacerle su vivo retrato, corregido y aumentado.

La dura corteza que espiritualmente le cubría, sólo tenía un punto flaco; el amor a su madre. Adoraba a ésta con idolatría y se hubiese matado con su sombra antes de consentir que nadie la ofendiese.

La pobre mujer sufría lo indecible al comprobar la clase de hombre que iba a ser su hijo, debido a la influencia de su padre y si alguna vez se atrevía a protestar de ello, Rudy decía;

—Algún día sabrá apreciar lo que he hecho por él. Aquí no tienen nada que hacer los hombres débiles; se los comerían como las moscas se comen la miel. Hay que ser duro, fuerte, insensible a muchas cosas inútiles en el sentido personal y, por encima de todo, hay que saber sentar, un principio de autoridad, para que la gente se dé cuenta de que será muy difícil poder con él.

Un día heredará algo que valdrá muchos miles de dólares donde las leyes brillan por su ausencia, y tendrá que imponer la suya para que no le avasallen y entonces, comprenderá que le moldeé lo mejor posible para que nadie se burle de él.

Y cuando Sol iba a cumplir los veinte años, su madre, que nada sabía de la felicidad del matrimonio, pues había tenido un marido, pero no un amante en el sentido espiritual de la palabra, se sintió morir quizá agotada, de tristeza.

Antes de emprender el gran viaje aprovechó un momento de lucidez para decir a su hijo:

—Sol, querido, yo intenté hacer de ti algo distinto de lo que tu padre ha hecho, pero no tuve la fuerza moral, para ello.

“Me voy del mundo dolida de saber que tu padre te ha inculcado no sólo su dureza, que es posible que la necesites en el porvenir, sino que ha matado tu alma resecándola para cosas más nobles y espirituales, que cuidar el ganado y la tierra. No sé si mis consejos llegarán tarde para modificar tu espíritu, pero yo te pido en nombre del cariño que te tengo y del que tú me has demostrado siempre, que trates de suavizar tu aspereza, que seas más humano que tu padre, que guardes un poco de espiritualidad para el día de mañana. Piensa que si un día encuentras a tu paso una mujer que te agrade y sigues las huellas de tu padre, tendrás a tu lado una esclava, pero no una esposa que te mime, te quiera y sea para ti un sedante en tus horas amargas.

"Y sobre todo, sé justo y leal. No te salgas nunca de la ley; respétala aunque vaya contra tus propios intereses y cuida de que cuando la gente se cruce contigo; no te mire con miedo u odio, sino con simpatía y agrado.

“Si logras echar de tu cuerpo parte del veneno que tu padre vertió en tu sangre, es posible, que aún mis postreros consejos te sirvan para algo más positivo que atesorar dinero y crearte odios y antipatías.

Sol la escuchó con los ojos llenos de lágrimas, sin atreverse a hablar. Las palabras se enroscaban a su garganta como cuerdas tensas y no acertaba a contestar.

Aquella escena fue cortada por la presencia de su padre. Sol no tuvo tiempo de hacer promesa alguna a la moribunda y quizá aquellos minutos solemnes en los que él pudo haberse comprometido a algo de lo que su madre le pedía dejaron una incógnita en el aire para el porvenir.

Su madre murió horas después y Sol, quizá por primera vez en su vida, se irguió delante de su padre, diciendo:

—Padre, desde niño me he inclinado ante su voluntad y su fuerza y jamás he protestado de nada, ni he pedido nada quizá porque sus enseñanzas me obligaban a no pedir nada a nadie para no tener nada que agradecer.

"Pero por vez primera, voy a pedir algo y confío en que no me lo niegue.

—¿El qué?

—Quiero que mi madre no sea enterrada en el cementerio del poblado, sino aquí en el rancho, en cualquier lugar que usted escoja, pero aquí. Quiero tenerla cerca para hacerme a la idea de que no la he perdido del todo y espero que esto que pido por primera vez no me sea negado.

Rudy miró intensamente a su hijo y en sus ojos leyó algo nunca visto. Quizá la posibilidad de una rebelión que les enfrentase, nadie sabía con qué clase de consecuencias.

Y tras un momento de duda repuso:

—¿Aquí dónde?  ¿No te das cuenta de que el ganado campa por sus respetos y que invadiría cualquier terreno donde la sepultáramos?

—He pensado en el lugar, padre. En el ángulo derecho de los pastos, al fondo, hay un trozo de terreno de unas cuarenta yardas, que por lo estéril no florece hierba. Allí, en ese rincón lindante con los pastos del vecino, se podía cavar una sepultura. Un poco de alambrada podría proteger el lugar en el improbable caso de que alguna res pretendiese entrar allí.

Rudy se encogió de hombros y repuso:

—Está bien. Puesto que en verdad nunca me has pedido nada, es justo que te conceda lo primero que me pides. La enterraremos allí y quiero decirte una cosa. Pese a mi dureza, yo también he querido a tu madre. Quizá las circunstancias me obligaron a aparentar demasiada dureza y algo de indiferencia, pero en el fondo yo también la he querido. Así es que prepáralo todo y la enterraremos allí.

Sol respiró con alivio y se apresuró, en unión de varios peones, a allanar el terreno y a preparar la sepultura.

De haber sido el quien sólo dispusiese de autoridad para hacer su voluntad, hubiese ordenado levantar un gran mausoleo en memoria de la muerta, pero conociendo a su padre, ya era bastante que hubiese accedido a su deseo. Quién sabía si algún día cuando se viese solo y sin la tiranía de su padre, no llevaría a la práctica su idea.

La difunta fue sepultada sencillamente en el lugar escogido por su hijo y sobre su tumba, se colocaron algunas grandes piedras planas a guisa de lápida. Pedir a Rudy que mandase labrar una, hubiese sido exigirle demasiado.

La vida de padre e hijo en la hacienda, después de la muerte de ella, fue algo frío, protocolario, mecánico, como mecánicas habían sido sus relaciones. Rudy ya no flagelaba a su hijo, hubiese sido demasiado dada la edad de éste, pero ambos parecían más que padre e hijo dos extraños atados a la misma galera y obligados a trabajar y convivir en común.

Y cuando estalló la guerra, Rudy, que ahora parecía sentirse molesto por la presencia de su hijo a su lado, comentándola, dijo:

—Lamento tener ya demasiados años para empuñar un fusil y marchar al frente a pelear contra esos cochinos sudistas que pretenden imponernos a los demás sus métodos y modos de pensar, pero creo un deber en los jóvenes sustituir a los que la edad nos echa hacia atrás y pelear por la causa de la Unión.

"Aquí en este sucio pueblo hay muchos sudistas que se están alistando en las filas de Lee para combatimos. Creo que los que no pensamos igual que ellos debemos hacer lo mismo, porque si no lo hacemos, además de dar un mal ejemplo nos tildarán de cobardes.

Sol le miró inquisitivamente y preguntó:

—¿Lo dice usted porque estima que yo debo ser uno de los que den ejemplo a los demás?

—Lo digo por todos los que pensamos igual y, en ese sentido, no puedo excluirte a ti.

—Entonces, eso significa una orden para que me aliste.

—No, en este sentido debo dejarlo a tu albedrío. Soldados que vayan a la guerra sin convicción ni fe son más inútiles que quedándose agazapados en sus casas.

—Yo no soy cobarde y tampoco siento simpatía por los sudistas, de manera que si fuese a la guerra, demostraría no ser un estorbo. Sólo quería saber si tenía más importancia mi presencia aquí que en los campos de batalla.

—Tu presencia aquí es muy útil, pero por fortuna puedo sustituirte en todos los casos. Lo demás es cosa tuya.

—Muy bien, pues mañana marcharé al más próximo lugar de alistamiento y me incorporaré a filas.

Y así fue. Sol ingresó en un regimiento de infantería y peleó durante dos años, alcanzando el grado de teniente.

Cuando regresó triunfante, luciendo las insignias de su cargo, Rudy se creyó el hombre más feliz de la tierra. Su hijo había sido un digno descendiente suyo peleando como él le había enseñado a pelear, y obteniendo la justa recompensa a su valor.

Sol también se había contagiado de la soberbia de su padre y durante un par de días se dedicó a exhibirse por el poblado sin quitarse el uniforme, que iba luciendo como un trofeo más de la guerra.

Gozaba lo indecible paseando por delante de las casas de los que por sus ideas contrarias habían ofrendado deudos propios a la contienda, algunos con consecuencias fatales pues no habían vuelto.

Por su padre, había tenido noticias de que Benjamín, el hermano de Jane, había muerto peleando con los sudistas, y como Rudy le había inculcado todo el antagonismo que sentía hacia su vecino, él no podía sustraerse a aquella influencia y se alegró de aquella muerte.

Un día, se cruzó con Jane en el poblado. Ya no lucía el uniforme, de teniente federado, pero en su arrogancia y su énfasis, parecía llevarlo pegado al cuerpo con las estrellas de general.

Y por un momento, sintió la tentación de acercarse a ella, detenerla, mirándola con burla y agravio, pero algo le detuvo en seco.

Quizá fue el andar pausado y resignado de la muchacha, quizá el dolor que se reflejaba en su semblante, o quizá otra clase de sentimientos.

Pues si bien en general había odiado a la familia Doney, en cambio Jane había ejercido sobre él una influencia extraña.

Admiraba a la muchacha, se sentía fascinado por la gracia de su figura, por su empaque, por su modestia y por su belleza y, aunque nunca había abrigado hacia ella un sentimiento que pudiese traducirle en amor, la respetaba sin saber la causa.

Esto le obligó a dar media vuelta y alejarse de su paso como avergonzado de haber abrigado la idea de humillarla, recordándola la muerte de su hermano.

Hasta que, súbitamente, al poco tiempo de regresar del campo de batalla, Rudy azotado por una pulmonía fulminante, pasaba a mejor vida en dos días.

Las recomendaciones que el muerto le hizo antes de expirar, fueron muy distintas de las que le hiciera su madre. Para Rudy, sólo existía lo material, lo egoísta. Debería cuidar no sólo lo que tenía, sino aumentarlo como si aún fuese poco. Los sueños de dominio de Rudy no habían acabado de cristalizar como él hubiese querido. Ansiaba sacudirse la presencia de gente a quien odiaba, como había sido la familia Doney, le estorbaba Jane, al obstinarse en continuar al frente de su rancho sin querer vendérselo, como no quiso hacerlo su padre. Y la odiaba no sólo por anárquicas ideas políticas, sino porque le hacía la competencia.

Sin el rancho Doney, él hubiese impuesto a los traficantes precios más abusivos que los normales, pero Jane vendía sus reses al precio justo y él, si quería deshacerse del exceso de ganado que poseía, no tenía otro remedio que claudicar y atemperar sus precios a los de ella.

Y la misión final de Sol, debería ser acabar con la competencia y obligar a Jane a desaparecer de allí como ranchera. El procedimiento no le importaba, pero si el resultado.

Y estos y parecidos consejos, fueron los que en sus últimos momentos de vida Rudy le dio a su hijo.

Este le escuchó indiferente. Cuando su padre muriese, él sabría lo que le convenía hacer. Había vivido muchos años al dictado del autor de sus días y ansiaba tener libertad para proceder a su albedrío, sin consejos ni presiones que había ansiado siempre sacudirse.

Aparte esto, por una asociación de ideas que no podía precisar, mientras se encontraba al pie del lecho del moribundo, recordaba una escena parecida años antes, cuando murió su madre y esta escena predominaba en su cerebro sobre la que estaba viviendo.

En cierta ocasión, había expuesto tímidamente a su padre la idea de mandar construir un mausoleo digno de la mujer que lo había sido todo para ellos, en lugar de aquella modesta sepultura de tierra apisonada, con unas toscas piedras encima, pero Rudy no había querido oír hablar de semejante idea.

Muy serio, había contestado:

—Paz a los muertos, Sol. Déjate de grandezas inútiles que sólo deben ser gozadas en vida. Tu madre reposa tranquilamente ahí, y ahí hay que dejarla.

"Cuando yo me muera, me tiene sin cuidado donde puedan enterrarme y cómo. Cuando nada significamos en el mundo, un hoyo y un trozo de tierra son más que suficientes.

A Sol le había dolido aquel comentario y no lo olvidó. I

Así, cuando Rudy murió, accediendo al pensamiento del difunto, ordenó que fuese enterrado modestamente en el cementerio del poblado.

Entendía que no era digno de reposar junto a la infeliz mujer que no había encontrado a su lado la felicidad que creyó encontraría al unirse a él.

Su madre era cosa aparte. Era el único cariño de su vida, la única que le había proporcionado momentos de paz y tranquilidad y no quería que los duros y egoístas huesos de su padre conturbasen la paz infinita que la muerta debía estar gozando en aquella soledad del final de los pastos, sin que nada ni nadie conturbase su eterno reposo.

Esto por un lado; por otro, él tenía proyectos grandiosos respecto a la tumba de su madre y ahora los vería cumplidos.