Posdatas

Principios de 1961

Cuando ya había obtenido la visa americana, me encontré a Silvio por la que creí la última vez.

Le hablé de La Habana, de cómo sería su fantasma, de cuánto la recordaría en el futuro, de cómo cada pasado sería su presente y me replicó:

Nostalgia rhymes with neuralgia. I aspire to the condition of aspirin, aunque todos nosotros somos un caso Dreyfus: inocentes condenados a la Isla del Diablo. No sólo la historia, sino la geografía nos condena. Han hecho truco hasta con la topografía. Nacimos en un oasis y con un pase de mano nos encontramos en pleno desierto. Tendremos que acudir a la topología para desatar este nudo gordo.

Quise imitar al Dr. Johnson y comencé:

—Sir...

—O no sir -concluyó Silvio.

—Iba a hablar del patriotismo.

—Sí, ya sé: es el último refugio del picaro. Lo has hecho miles de veces. Todo el mundo lo ha hecho. Hasta Kubrick.

¿O era Kirk Douglas?

—Douglas Sirk. Lo que iba a decir cuando fui tan atrozmente interrumpido es que el patriotismo es el primer refugio del picaro. Su refugio es su patria.

—Dos patrias tengo yo: la historia y la geografía. Aquellos que olvidan su geografía están obligados a recorrerla. La historia siempre se repite. La primera vez como historia, la segunda como geografía. El hombre es un animal geográfico. La historia no es más que geografía en movimiento, una suerte de isla flotante. Las islas tienden a dominar el continente. Me sé todas esas citas. Son tantas que podrías construir una casa de citas.

Tuve que reírme. Yo siempre termino por reír. Tengo que reírme como hombre de lo que he perdido como mujer. Tienda de citas.

Mediados de 1962

Las revoluciones son el final de un proceso de las ideas, no el principio, y es siempre un proceso cultural, nunca político. Cuando interviene la política -o mejor los políticos- no se produce una revolución sino un golpe de estado y el proceso cultural se detiene para dar lugar a un programa político. La cultura entonces se convierte en una rama de la propaganda. Es decir, las ilusiones de la cultura, el sueño de la razón, se transforman en pesadilla. Pensaba esto mientras caminaba con Adriano por el Malecón, recorriéndolo no sabía por qué desde La Punta para arriba, como si el camino fuera una culminación. Después que Adriano me hubo confesado su desilusión y que lo felicitara no por su puesto sino por su ida, recomendándole que no regresara, me preguntó de pronto:

—¿Te acuerdas de las tardes del Yank, de los steaks tejanos que en realidad venían de Camagüey y de los strawberry shortcakes que tú siempre rebautizabas como shortcuts, la trocha a la noche de paseos y de aventuras?

—Claro que lo recuerdo.

—¿Te acuerdas de las idas al Mambo Club, yo a buscar a Magaly, la puta tan buena que era la mejor pagada y se podía dar el lujo de manejar un Fiat convertible blanco, y cómo tú descubriste que había una mesa dedicada solamente a contener las carteras de las pupilas y a ti te fascinaba y al mismo tiempo horrorizaba esa mesa toda llena de carteras?

—Y de música de Alas, de Alas del Casino, que siempre sonaba en la vitrola.

—Todo Dadá.

Mypart belongs to Ada -como tal vez diría nuestro ido Silvio Rigor.

—Sí. Hasta los juegos políticos, creando invisibles grupos terroristas intelectuales que eran menos efectivos que peligrosos para nosotros todos. ¿Te acuerdas de cómo Silvio Rigor disolvió una reunión clandestina al llegar el llamado Raymond Windy y coincidir su llegada con Javier de Varona que decía: «Hay que tomar posiciones». Y Silvio, tirado en mi cama, totalmente vestido y calzado, con traje, cuello y corbata y zapatos que nunca limpiaba, respondió, arqueando el cuerpo obscenamente: «Sí, posiciones. Ventoso así y yo así», sugiriendo que se tiraría al cada vez más asombrado Raymond Windy, que salió de la reunión y de la casa para no volver jamás? ¿Te acuerdas? Fue aquélla la mejor época de nuestra vida.

—Sí -le dije-. Es muy posible que fuera la mejor.