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La ausencia de una señal nunca debería utilizarse como una señal.

JULIAN BIGELOW, 1947

Julian Himely Bigelow, el cuarto de cinco hermanos, nació en Nutley, Nueva Jersey —a unos 68 kilómetros de Princeton—, el 19 de marzo de 1913. A la edad de tres años, mientras estaba al cuidado de una tía, «encontró un destornillador, quitó todos los pomos de las puertas y los apiló formando un gran montón, y luego necesitó bastante tiempo para volver a atornillar todos los pomos».[1] Su padre, Richard Bigelow, renunció a una carrera como docente en Wellesley para sacar adelante a su familia —y esquivar la Depresión—, retirándose a Millis, Massachusetts, en busca de una vida rural autosuficiente.

Los Bigelow vivían en una casa de labranza del siglo XVIII hecha de madera tallada a mano y sin electricidad, salvo un único circuito en el sótano que impulsaba una bomba de agua. Julian instaló a escondidas un circuito adicional que terminaba en una única bombilla eléctrica situada en su dormitorio. A los diecisiete años ingresó en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), repartiendo leche en un Lord T para pagarse la matrícula, y en 1936 se graduó con un máster en ingeniería eléctrica. «Cuando estaba en el MIT —recordaba—, el trabajo de electrónica y de radio que había estado haciendo era considerado algo más bien sospechoso y quizá hasta frívolo. Uno tenía que estar diseñando grandes generadores, o al menos un gran tiratrón de descarga en arco o algo así.»[2]

El primer trabajo de Bigelow fue en la Sperry Corporation, una empresa de Brooklyn, Nueva York, construyendo giroscopios de navegación y maquinaria para la detección automática de defectos en las vías férreas. Posteriormente Sperry se fusionaría con el fabricante de equipamiento de oficina Remington Rand para convertirse en Sperry Rand, uno de los primeros conglomerados informáticos, que adquirió la Eckert-Mauchly Electronic Control Company y defendió sin éxito las patentes del ENIAC contra Honeywell tras alcanzar un acuerdo de explotación mutua de derechos de patente con IBM. A finales de 1938, Bigelow dejó Sperry y se incorporó a IBM en Endicott, Nueva York, como el primero de sus empleados que ocupó el puesto de ingeniero electrónico. «Por entonces IBM era una empresa muy orientada a la mecánica, y el concepto de computación electrónica resultaba casi repugnante», recordaba.[3]

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Bigelow, que fue un aviador aficionado durante casi toda su vida, volvió al MIT para recuperar su historial académico y se alistó en la marina como cadete de aviación. «Pero cuando llegué —explicó—, tuve que ir a ver a mi jefe de departamento, y este me agarró y me dijo: “No podemos dejarle ir; le necesitamos. Tenemos a ese chico, Norbert Wiener, que va por ahí diciendo que sabe cómo ganar la guerra sin la ayuda de nadie, por así decirlo, con sus ideas intelectuales. Nadie entiende de qué está hablando, así que necesitamos que trabaje con él para ver qué saca en limpio”.»[4]

Al final de la Primera Guerra Mundial, tras abandonar el grupo de Oswald Veblen en el Campo de Pruebas de Aberdeen, Wiener había encontrado trabajo en el Boston Herald, donde su carrera como periodista y autor de reportajes en profundidad resultó efímera. El problema, según sus propias palabras, era que «no había aprendido a escribir con entusiasmo sobre una causa en la que no creía». Tras ser despedido del Herald, fue contratado como instructor en el MIT, que se convertiría en su hogar durante los cuarenta y cinco años siguientes. Wiener era «atrevido y poco cauto, instintivo tan a menudo como lógico, y está completamente inadaptado a los meticulosos y graduales procedimientos analítico-experimentales —le informaba Bigelow a Von Neumann en 1946—. Ha tenido experiencias tristes intentando trabajar con grandes grupos, una práctica que cabría esperar a la hora de realizar programas experimentales fiables; se ve obligado a trabajar con pocos fondos y el respaldo de unos cuantos individuos entusiastas».[5] Bigelow trabajaría como ayudante de Wiener entre 1940 y 1943.

Wiener, cuya miopía le había impedido alistarse en el cuerpo de infantería en la Primera Guerra Mundial, había decidido abordar el problema del control del fuego antiaéreo, el reto de artillería más espinoso de la segunda. En 1940, los bombarderos alemanes estaban lanzando una lluvia de explosivos de gran potencia sobre Gran Bretaña. A continuación podía tocarles el turno a objetivos estadounidenses. El recién creado Comité de Investigación de Defensa Nacional (NDRC, por sus siglas en inglés) de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico (OSPvD) presentó una amplia gama de propuestas, entre las que la colaboración entre Wiener y Bigelow se perfilaba como una de las apuestas a más largo plazo. Wiener abordó el problema desde los principios matemáticos básicos, mientras que Bigelow trató de incorporar las matemáticas de Wiener a una guía automática de fuego antiaéreo —conocida como el «debomber»—[*] que jamás llegaría a construirse.

La primera sugerencia de Wiener, formulada a Vannevar Bush en septiembre de 1940, fue la de soslayar la necesidad de precisión «haciendo estallar en el aire contenedores de etileno licuado, propano o gases de acetileno, de modo que una región apreciable se llenara de una mezcla explosiva [e] interceptara a la aviación enemiga».[6] Tan antideportiva propuesta no obtuvo respuesta alguna de Vannevar Bush.

Entonces Wiener se dirigió a Warren Weaver, a quien se le había asignado la responsabilidad de los medios antiaéreos en Estados Unidos, y le propuso investigar «el diseño de una guía o aparato de predicción» que «prevea dónde estará el avión después de un lapso de tiempo concreto».[7] Weaver, que, debido a la guerra, había hecho una pausa en su trabajo como —según su propia expresión— «filantropoide en jefe» de la Fundación Rockefeller, concedió los 2.325 dólares solicitados en diciembre de 1940, iniciándose así el proyecto de DIC (Detección, Instrumentos, Controles) 5980 del NDRC. En 1940, un artillero antiaéreo enfrentado a bombarderos que volaran a gran altitud tenía alrededor de diez segundos para observar un objetivo que se aproximara antes de efectuar una estimación de la distancia a la que se encontraba, activar una espoleta de tiempo y disparar un proyectil de 90 mm que estaría hasta veinte segundos en vuelo. La labor del artillero consistía en adivinar dónde estaría el avión en el momento preciso, mientras que la del piloto consistía en adivinar dónde estaría el proyectil en aquel mismo instante y dirigir el avión a otra parte.

Wiener y Bigelow consideraron el conjunto formado por el observador, el arma, el avión y el piloto como un sistema probabilístico integrado. Las probabilidades favorecían al piloto; en 1940 solo uno de aproximadamente cada 2.500 proyectiles antiaéreos daba en el blanco. En un informe preliminar, explicaban que tenían la intención de «situar el análisis del problema de predicción sobre una base puramente estadística, determinando en qué medida el movimiento de un objetivo resulta predecible sobre la base de unos datos y unos precedentes conocidos, y en qué medida el movimiento de dicho objetivo no resulta predecible».[8]

Los elementos predecibles indicarían la posición futura más probable del objetivo, mientras que los elementos imprevisibles determinaban la «extensión» óptima: el grado en que el artillero dispersaría el fuego debido a que se desconocía la posición exacta del objetivo. Esto equivalía a la distinción, en teoría de la comunicación, entre señal y ruido. Claude Shannon (trabajando con el asesoramiento de Wiener) y Andréi Kolmogórov (trabajando independientemente en la Unión Soviética) formularon ideas similares casi al mismo tiempo. «La transmisión de un solo elemento fijo de información carece de valor comunicativo alguno —explicaba Wiener en su informe a Weaver en 1942—. Debemos tener un repertorio de mensajes posibles, y sobre ese repertorio una medida que determine la probabilidad de dichos mensajes.»[9]

Wiener había impulsado su carrera matemática con una teoría del movimiento browniano, la trayectoria aleatoria que sigue una partícula microscópica en respuesta al ruido termodinámico de fondo. En consecuencia, estaba preparado para abordar el peor escenario posible: un avión que cambia de rumbo al azar entre un momento y el siguiente. La idea de Wiener, reforzada por la experiencia de Bigelow como piloto, era que el espacio de las trayectorias posibles (equivalente al espacio de los mensajes posibles en teoría de la comunicación) está restringido por la envolvente de vuelo del avión y las limitaciones físicas del ser humano que lo pilota. Casi todo el vuelo de combate, observaba Bigelow, está compuesto de curvas, no de líneas rectas. Una extrapolación de la trayectoria de vuelo en función de líneas rectas resultaba una predicción fiable solo de dónde no iba a estar el avión en cualquier momento futuro.

Wiener era estrictamente un teórico. Bigelow, «un tranquilo y meticuloso hijo de Nueva Inglaterra cuyo único vicio científico es un exceso de virtud científica», según la evaluación de Wiener, era, en cambio, un ingeniero práctico. Rodeado de máquinas se sentía como en casa. «Durante muchos años, Bigelow cuidó toda una serie de coches viejos y decrépitos —explicó Wiener—, que, según todos los cánones del automovilista, hacía años que debían haber terminado en el desguace.» Alice Bigelow, la hija de Julian, recuerda haber «aprendido a arrancar un coche con alguien empujando y yo conduciendo en cuanto fui lo bastante mayor para poder ver, desde los nueve años o así, porque los coches siempre estaban estropeados. Papá era el que empujaba. “Muy bien, muy bien, solo un empujoncito más y funcionará.” Y en Princeton eso resultaba inconcebible».[10]

Igualmente inconcebible resultaba en Princeton vivir en otro lugar que no fuera una vivienda convencional. Bigelow, en cambio, compró una antigua herrería en Clay Street, en el centro de Princeton, y en 1952 la trasladó a una parcela vacía de Mercer Street, entre el antiguo campo de batalla y el templo cuáquero de Stony Brook. Cuando se rompieron las negociaciones con las autoridades municipales y del distrito de Princeton sobre el coste de mover el tendido eléctrico para permitir el paso del edificio, «él lo cortó por la mitad como si fuera un pastel y luego lo juntó de nuevo», recuerda Jule Charney, jefe del grupo meteorológico del IAS.[11]

Bigelow tuvo también toda una serie de avionetas, entre ellas una Cessna que compró averiada en Wyoming, restauró para que pudiera volver a volar y luego pilotó hasta su casa. Hubo un tiempo en que un motor de avión desmontado ocupaba la sala de estar de los Bigelow en Princeton, oculto bajo un mantel cuando había invitados. Wiener, que se había revelado incapaz de mantenerse erguido sobre un caballo, tenía miedo de volar, pero «estaba dispuesto a correr el riesgo y volar conmigo —recordaba Bigelow—. Fuimos de Framingham a Providence y luego a la inversa. En el aeroplano había unos tubos de acero que sujetan el parabrisas, y sus manos dejaron huellas en ellos».[12]

Al preguntarle por qué Wiener —que tenía los recursos del MIT a su disposición, y cuyo interés en la computación digital era anterior al de Von Neumann— no había construido su propio ordenador, Bigelow respondió: «Él no era un hombre dado a hacer cosas prácticas. Un ordenador ha de trabajar».[13] Lo mismo ocurría con una guía antiaérea, y, así, el 28 de octubre de 1941 Warren Weaver envió a Wiener y Bigelow una lista de preguntas centradas todas ellas en una duda: la teoría de Wiener, ¿iba a traducirse en algo que pudiera afectar al resultado de la guerra o no?

El 2 de diciembre de 1941, cinco días antes del ataque japonés a Pearl Harbor, Bigelow le respondió con una carta de 59 páginas, marcada «para ser destruida después de leerla», donde le informaba de los progresos realizados hasta el momento en el desarrollo del debomber. El objetivo, tal como lo describía Bigelow, era una guía antiaérea que mantuviera la señal (la trayectoria de vuelo del avión) separada del ruido, introducido tanto por el intento del piloto de actuar de manera impredecible como por los errores de observación y procesamiento a lo largo del proceso. «Volver a separar la señal de la “sopa” en estos dos últimos términos no es tarea fácil, y en el caso del ruido aleatorio o browniano sin un espectro simple, resulta absolutamente imposible hacer la filtración perfectamente —señalaba Bigelow—. Resultado: terreno perdido.»[14]

Bigelow recopiló una lista de catorce «máximas para los pronosticadores ideales», la primera de las cuales rezaba: «Haga todas las observaciones en el mismo sistema de coordenadas que finalmente se usará para apuntar el arma». Las máximas segunda a cuarta aconsejaban dividir la información disponible en aquella que se necesitaba inmediatamente y aquella que se necesitaría más tarde, mientras que la quinta añadía que, «si en algún momento hay que filtrar el ruido de la señal, ello debe hacerse en la fase más temprana posible, y no cuando ambos ya se han mezclado con otros ruidos y señales, por la misma razón por la que en una línea de señales se utilizan estaciones repetidoras, y no filtros y amplificadores en sus extremos». La máxima séptima aconsejaba: «Nunca estime lo que se puede calcular con precisión», y la octava: «Nunca haga conjeturas sobre lo que se puede estimar»; y en el caso de que fuera absolutamente necesario hacerlas, «Nunca haga conjeturas a ciegas» era la novena máxima.

Las máximas 10 a 14 especificaban cómo realizar una predicción óptima cuando el objetivo «tiene el carácter de un movimiento browniano impreso en un sistema resonador». Los métodos existentes para rastrear la posición cambiante de un objetivo «lo refieren forzosamente a un punto de observación irrelevante, destruyendo así su simetría fundamental», mientras que un predictor ideal debería asumir que el objetivo obedece las leyes de conservación de la física «sobre las que se superpone una modulación aleatoria simétrica en el tiempo».[15] El debomber de Wiener-Bigelow configuraría un modelo de simulación del comportamiento del avión en el marco de referencia perteneciente al propio avión, en lugar de referirlo a un observador situado en tierra.

«Deberíamos despejar cualquier duda en torno al concepto de «predicción» —confesaba Bigelow—. En sentido estricto, ningún operador de red —u operador humano— puede predecir en absoluto el futuro de una función de tiempo… Los llamados “adelantos” [leads] evaluados por las redes o cualesquiera otros medios son en realidad “retardos” \lags\ (funciones del pasado conocido) artificialmente invertidos y añadidos al valor actual de la función.»[16] Sin embargo, la estrategia de Bigelow funcionaba. Se construyó un modelo de prueba de concepto, que permitía a un operador que controlaba un punto de luz blanca seguir un punto de luz roja impulsado por un plato de tocadiscos modificado, que representaba un objetivo evasivo, por el interior de una sala oscura. Wiener «se sentía emocionado con la idea de que sus cálculos fueran relevantes y útiles —recordaba Bigelow—. Y lo demostraba expulsando con violencia el humo de su cigarro. La sala se iba llenando de humo. Él no paraba de levantarse y sentarse repentinamente. Estaba un poquito demasiado ansioso por aceptar la demostración que yo realizaba como una prueba de que aquello funcionaba».[17]

Wiener «estaba realmente en el séptimo cielo —añadió Bigelow—. Yo no quería establecer las ideas matemáticas de las que él hablaba, sino simplemente materializarlas de una manera continua y eficaz en el tiempo, [lo cual] probablemente para esa guerra resultaba condenadamente imposible».[18] En la medida en que las posibilidades de poner en práctica sus ideas disminuían, Wiener se esforzaba más en la parte teórica. «Intentaba trabajar contrarreloj —explicó—. Más de una vez me pasé toda la noche haciendo cálculos para cumplir una fecha tope imaginaria que en realidad no existía. Yo no era totalmente consciente de los peligros de la Benzedrina, y me temo que la utilicé en grave detrimento de mi salud.»[19]

El 1 de julio de 1942, George Stibitz, el presidente de la División de Guía Antiaérea del NDRC, pasó el día con Bigelow y Wiener, anotando en su diario que «su predictor estadístico obra milagros… Para un adelanto de un segundo, el comportamiento de su instrumento es realmente asombroso. Warren Weaver amenaza con traer una sierra para metales en la próxima visita y cortar las patas de la mesa para comprobar que no tengan algún cable oculto en algún sitio».[20]

La colaboración Wiener-Bigelow, aunque no fue capaz de producir un debomber que funcionara, influyó en otros frentes. En 1943, junto con el neurofisiólogo Arturo Rosenblueth, Bigelow y Wiener escribieron un artículo titulado «Comportamiento, finalidad y teleología», que sugería unificar los principios subyacentes al comportamiento orientado a una finalidad entre los organismos vivos y las máquinas. «En el pasado se ha interpretado la teleología como algo que implica una finalidad y el vago concepto de una “causa final”», señalaban, y explicaban que «nosotros hemos restringido la connotación de comportamiento teleológico, aplicando esta designación solo a las reacciones orientadas a una finalidad que están controladas por la diferencia entre el estado del objeto que actúa en un momento dado y el estado final interpretado como dicha finalidad». La teleología se identificaba, pues, con la definición de Bigelow-Wiener de retroalimentación negativa, en que «las señales del objetivo se utilizan para restringir la información de salida, que de otro modo iría más allá de dicho objetivo».[21]

Este artículo sirvió como fundamento de la informal Sociedad Teleológica, cuya reunión inaugural, convocada por Von Neumann, se celebró en el Instituto de Estudios Avanzados del 4 al 6 de enero de 1945. Con el patrocinio de la Fundación Josiah Macy Jr., siguieron luego una serie de conferencias más formales, y adquirió fórmalo que pasaría a conocerse como el «movimiento cibernético». «La cibernética fue debidamente reconocida —explicó el neurofisiólogo Warren McCulloch— cuando Julian Bigelow señaló el hecho de que era solo la información relativa al resultado del acto anterior la que había de retornar.»[22]

En 1943 Bigelow dejó el MIT, reasignado por Warren Weaver al Grupo de Investigación Estadística del Panel de Matemáticas Aplicadas del NDRC. Bajo los auspicios de la Universidad de Columbia, dieciocho matemáticos y estadísticos —entre ellos Jacob Wolfowitz, Harold Hotelling, George Stigler, Abraham Wald y el futuro economista Milton Friedman— abordaron una amplia gama de problemas relacionados con la guerra, empezando por la cuestión de «si en un avión de combate sería mejor llevar ocho ametralladoras del calibre 50 o cuatro cañones de 20 milímetros».[23] Bigelow se incorporó al grupo para ayudar con un visor de bombardeo automático en desarrollo para cazabombarderos de alta velocidad destinados a atacar blancos fijos en tierra; es decir, lo opuesto al problema del debomber. Fue ascendido a director adjunto, y permaneció con el grupo durante treinta y un meses.

Mientras, en Princeton, Von Neumann intentaba hacer despegar el Proyecto de Computador Electrónico. Presper Eckert, que se esperaba que dirigiera al equipo de ingenieros, se mostraba renuente a dejar la Escuela Moore por la inseguridad del Instituto, y envió en su lugar a su cuñado, el ingeniero mecánico John Sims. Este fue contratado el 18 de enero de 1946 y se le encargó que empezara a buscar instrumentos, componentes electrónicos y materiales, convirtiéndose en el primer empleado del proyecto. Herman H. Goldstine, que anteriormente había estado en el ejército y en la Escuela Moore, pasaría a ser el segundo empleado, y el 25 de febrero de 1946 aceptó un puesto de director adjunto (que inicialmente se le había ofrecido el 27 de noviembre de 1945). Su sueldo fue fijado en 5.500 dólares; menos que el de un profesor del Instituto, pero más que el de un visitante, quebrantando así la distinción vigente desde 1933.

Desde el momento en que las negociaciones con Eckert perdieron ímpetu, estancándose del todo cuando Eckert y Mauchly decidieron montar un negocio por su cuenta, Von Neumann empezó a buscar un ingeniero jefe alternativo. Cuando se le pidió su opinión, Wiener puso a Bigelow en el primer puesto de la lista. «Telefoneamos de Princeton a Nueva York, y Bigelow aceptó venir en su coche —recordaba Wiener—. Esperamos hasta la hora señalada, pero allí no aparecía ningún Bigelow. Tampoco había llegado una hora después. Cuando ya estábamos a punto de perder la esperanza, oímos el jadeo de un vehículo decrépito. Fue con la última explosión posible de un cilindro con la que finalmente apareció en un coche que habría muerto meses antes en cualesquiera otras manos que no fueran las de un ingeniero tan competente.»[24]

Bigelow fue contratado el 7 de marzo de 1946 con un sueldo de 6.000 dólares, a cobrar a partir del 1 de junio, tras un período transitorio a razón de 25 dólares diarios como consultor hasta que pudiera trasladarse a Princeton desde Nueva York. Los Aydelotte ofrecieron a Julian y Mary Bigelow un alojamiento temporal en Olden Manor, incluido «el uso de la cocina para tantas comidas como la señora Bigelow se sienta con fuerzas de preparar».[25] Hubo varios meses de idas y venidas mientras Julian completaba sus obligaciones en el Grupo de Investigación Estadístico y Mary, que era psicóloga, organizaba el traslado de su consulta de Nueva York a Princeton.

Los Bigelow se convirtieron en pilares de la estrechamente unida comunidad del Instituto. Mary era una buena psicóloga, y Julian dominaba con soltura no solo las matemáticas y la física, sino también las prácticas no documentadas que se requerían en la Nueva Jersey de la posguerra para conseguir que algo fuera construido o reparado. «Yo llegué a Princeton en el otoño de 1948, cuando Katharina tenía tres años, y las dos nos sentíamos bastante perdidas en aquel vasto y nuevo país —recuerda Verena Haefeli, hoy Verena Huber-Dyson—. Todo el mundo era amable, algo que en Suiza no te ocurría sin el apropiado preámbulo de presentaciones. Fue Mary Bigelow quien logró hacerme sentir a gusto con sus maneras naturalmente afables y extravertidas y su delicada comprensión de la psique humana. Recuerdo la atractiva apostura de Julian, su figura imponente y sobre todo sus claros ojos azules. Para mí, que acababa de llegar de la mezcolanza europea, era el prototipo de la rectitud y la determinación estadounidenses.»[26]

Arthur Burks, colega de Goldstine en el proyecto del ENIAC, fue contratado el 8 de marzo de 1946 (con un sueldo de 4.800 dólares), mientras que el ingeniero electrotécnico James Pomerene lo fue (con un sueldo de 4.500 dólares) el 9 de marzo. Con veintiséis años de edad y recién casado, Pomerene se presentó a trabajar el 1 de abril, y pronto se le unió un compañero de trabajo de su empresa, Hazeltine (y antiguo alumno de la Escuela Moore), Willis Ware, que aceptó un puesto el 13 de mayo y empezó a trabajar el 1 de junio. Pomerene y Ware viajaron en tren a Princeton para conocer a Bigelow. «Volvimos a Nueva York con Julian en su pequeño y viejo Austin verde —recordaba Ware—. Para cuando Pom y yo llegamos a Nueva York —todavía trabajábamos en Hazeltine—, nos sentíamos absolutamente cautivados. [Bigelow] es un constante torrente de ideas.»[27] Pomerene y Ware pudieron intercambiar sus apartamentos en Nueva York con dos residentes de Princeton que trabajaban para las Naciones Unidas en Manhattan, reemplazando así un largo viaje en tren por un corto paseo en bicicleta a lo largo de Nassau Street y Olden Lane.

Durante la guerra, Pomerene y Ware habían trabajado ambos en sistemas de radar IFF (siglas en inglés de «identificación de amigo o enemigo») por impulsos codificados. En el momento en que el radar hizo posible alcanzar blancos de noche o fuera del alcance de la vista, las fuerzas aéreas de países por lo demás rivales acordaron crear un sistema de señales codificadas que identificara a su aviación como amiga o enemiga. A diferencia del trabajo de los criptógrafos durante el conflicto, cuya tarea consistía en diseñar códigos que fueran lo más difíciles de interpretar posible, el objetivo de la IFF era desarrollar códigos que fueran lo más difíciles de malinterpretar posible.

Ingenieros como Pomerene y Ware (y sus homólogos Frederick C. Williams y Tom Kilburn por parte británica) desarrollaron circuitos para comunicar impulsos codificados, a altas velocidades a través de canales ruidosos, sin errores. Ese mismo problema habrían de afrontarlo quienes pretendían construir ordenadores digitales electrónicos: cómo transmitir impulsos codificados, miles de veces por segundo, de un ciclo de máquina al siguiente. Debemos, pues, la existencia de ordenadores digitales de alta velocidad a los pilotos que prefirieron ser derribados intencionadamente por sus enemigos antes que accidentalmente por sus amigos.

Empezó a formarse un pequeño equipo. Richard W. Melville, un marinero de primera clase que era técnico especialista en radar, «llegó con un sombrero de marino en la cabeza y pidió trabajo —contó Bigelow—; a mí me gustó, y parecía bastante espabilado».[28] Melville resultó ser «un mago», en opinión de Pomerene, a la hora de improvisar las instalaciones de laboratorio requeridas, al tiempo que supervisaba la ingeniería mecánica de la máquina. Mantuvo el equipo, por lo demás dispar, funcionando sobre ruedas en un espacio reducido, hizo milagros para encontrar materiales y piezas procedentes de excedentes de guerra, y contrató a estudiantes de instituto aficionados a la mecánica una vez que se ultimaron los diseños y hubo que producir copias de cuarenta fases de los registros de desplazamiento y acumuladores del prototipo. Su esposa, Claire, alquiló un apartamento libre y abrió un parvulario para los niños del Instituto que eran demasiado pequeños para asistir a las escuelas públicas de Princeton.

William S. Robinson, un mecánico, fue contratado el 21 de marzo de 1946, y en el taller mecánico —cuando hubo uno— se le unieron Winfield T. Lacey y Frank E. Fell. Ralph Slutz, un estudiante de posgrado de física en Princeton, aceptó una oferta el 5 de abril para empezar a trabajar a jornada completa el 1 de julio. «Fui a llamar a la puerta de John von Neumann —recuerda Slutz— y le dije: “He oído que va usted a construir un computador, ¿habría alguna posibilidad de trabajar en ello?”. Él me respondió que sí.» Slutz había conocido a Von Neumann durante la guerra, trabajando en ondas expansivas, y se había enterado de las posibilidades de realizar computación empleando tubos de vacío. «Recuerdo estar sentado en las clases —rememora— dibujando máquinas de sumar en lugar de prestar atención a la mecánica cuántica.»[29]

Robert F. Shaw, uno de los veteranos del ENIAC que todavía seguían en la Escuela Moore, aceptó un puesto como miembro del personal de ingeniería el 13 de mayo. John (Jack) Davis, también de la Escuela Moore (y antiguo vecino y compañero de instituto de Willis Ware), aceptó una oferta el 13 de abril para presentarse a trabajar el 1 de junio. «Yo solía sentarme en la cama de Jack Davis y escuchar la radio de onda corta en receptores que habíamos construido con moldes para tartas de nuestras madres», recuerda Ware.[30] Ames Bliss, hijo del experto en balística Gilbert Bliss, aceptó un puesto como administrador de contratos el 14 de mayo, con un sueldo de 4.000 dólares anuales. Akrevoe Kondopria, de Filadelfia, secretaria de Goldstine en la Escuela Moore, fue transferida al IAS y empezó a trabajar el 3 de junio de 1946.

«Yo tenía dieciséis años y provenía de una familia de inmigrantes griegos. Mi padre era de una isla jónica pobre, y apenas sabía leer y escribir. Me quedó bastante claro que yo no podía ir a la universidad, por mucho que quisiera», recuerda. Su orientador escolar le aconsejó que renunciara a la universidad y que, en cambio, solicitara trabajo como secretaria en la Escuela Moore de la Universidad de Pensilvania. «Allí conocí al capitán Goldstine, con sus dos galones dorados, esbelto y elegante en su uniforme, y a la señora Goldstine, Adele, que vestía de manera informal y fumaba mucho. Por alguna razón me contrataron. Yo, que nunca había estudiado álgebra, me vi lanzada a un mundo completamente extraño para mí, y eso cambió mi vida.»

«Los Goldstine eran maravillosamente alentadores, y cuando se acercaba el momento de trasladarse a Princeton me pidieron que me fuera con ellos», explicó Kondopria. En un primer momento iba y venía en tren desde Filadelfia, hasta que le ofrecieron una habitación en casa del matemático Salomón Bochner, al final de Springdale Road. Utilizando una máquina de escribir manual al principio, y más tarde la nueva Varityper del Instituto, ayudó a redactar los informes de progreso que empezaron a generarse aun antes de que se iniciara la construcción de la máquina. «Recuerdo lo tedioso que resultaba, porque tenías que cambiar el tipo de letra del texto al disco de símbolos matemáticos, y, por supuesto, tenías que ser muy muy preciso», recuerda. Al principio no tenía ni la menor idea de los cálculos sobre la bomba de hidrógeno que impulsaban el proyecto del IAS. «Nicholas Metrópolis siempre estaba enviando cartas al apartado de correos 1663 de Santa Fe, Nuevo México, y recibiendo cartas desde la misma dirección —recordaba—. Lo que supuse fue que debía de tener una novia allí.»

Akrevoe permaneció en Princeton hasta agosto de 1949, cuando su madre, que «pensaba que estaba viviendo por encima de mi condición», insistió en que volviera a Filadelfia, diciéndole, a modo de ultimátum: «Es hora de volver; tienes demasiados delirios de grandeza». Pero resultaba difícil marcharse. «Los Goldstine y los jóvenes ingenieros me trataban como a una hermana pequeña —rememoró—, y probablemente me enseñaron más de lo que habría aprendido en la universidad.» La presencia de una brillante pelirroja de diecisiete años era justo lo que necesitaba el grupo de computación. «Algunos de aquellos tíos eran muy desvalidos —añadió—. No tenían demasiadas habilidades sociales.»[31]

Entre el ambiente retrógrado de Princeton y la atmósfera enrarecida del Instituto, a los ingenieros no les resultaba nada fácil encajar. A Goldstine, que bajo su uniforme militar era un matemático, y Burks, un lógico que terminaba sus días de servicio del período bélico como ingeniero electrónico, se les había proporcionado un refugio en el anexo al despacho de Gódel en el segundo piso, desde donde fueron fácilmente asimilados en la cultura de Fuld Hall. Pero, cuando empezaron a aparecer ingenieros, la acogida se enfrió. La torre de marfil estaba llena. «He pensado muy seriamente en el problema de prescindir de esos quince trabajadores que han de llegar a mediados de junio —le escribió Aydelotte a Von Neumann—. El único espacio realmente utilizable en nuestro sótano es el contiguo al servicio de caballeros, al que son ustedes cordialmente bienvenidos.»[32]

«No había espacio para nosotros, de modo que durante los cinco o seis primeros meses estuvimos apretujados en la sala de calderas con unos cuantos bancos de trabajo que colocamos allí —explicó Bigelow—. Ni siquiera había un despacho en el que pudiera refugiarme, y pensar en la lógica de los circuitos, sin tener gente rondando mi escritorio y dando vueltas a mi alrededor.» Todas las compras de materiales de construcción, hasta la de un simple tablón, tenían que ser revisadas por la Junta de Producción Civil. «La madera procesada estaba racionada debido a la escasez de viviendas —añadió Bigelow—, de modo que le compramos roble serrado en bruto a un proveedor local de leña.»[33]

Los eruditos de los pisos superiores rehuían a los ingenieros. «La actitud predominante entre los humanistas con respecto a la idea de un laboratorio en el Instituto era de un horror indisimulado —recordaba Bigelow—. La actitud de los matemáticos iba desde el extremismo hasta algunos casos de leve interés; sin embargo, los más extremistas de entre ellos moderaban sus objeciones en sintonía con el respeto y la estima universal de que disfrutaba Von Neumann.»[34]

«Nosotros hacíamos cosas con las manos y nos ensuciábamos construyendo equipamiento. Eso no era el Instituto —recordaba Ware—.[35] La llegada de seis ingenieros con su panoplia de osciloscopios, soldadores y maquinaria de taller resultaba algo chocante.»

«Cuando empezamos, nos dieron un espacio temporal en el segundo sótano, alrededor de las calderas —añadió Ware—. No era tan malo, ya que era verano y estaban apagadas.» El trastero del sótano estaba vacío. «Nuestro primer trabajo fue construir mesas de trabajo en las que poder trabajar —recordaba Slutz—. Le preguntamos a Von Neumann si pagaría la pintura si pintábamos las paredes de un color más razonable que el que tenían cuando nos trasladamos. Y lo hizo.» Los ingenieros también tuvieron que montar su propia instalación eléctrica, y, evocando la instalación que hiciera Julian Bigelow de un único circuito en su dormitorio, el primer gasto del equipo de ingenieros del Proyecto de Computador Electrónico fue de cuatro dólares, registrados por Bernetta Miller en abril de 1946, en «trabajos de electricidad.»[36]

«Nuestros bancos de trabajo estaban alrededor de las calderas, y todos los rincones disponibles estaban abarrotados de equipamiento de taller y de laboratorio —explicó Ware—. Con la llegada del otoño, el ambiente se caldeó considerablemente; tanto, de hecho, que el grupo disfrutó de una mejora de su estatus social y se trasladó a unas despensas desocupadas en el primer sótano.»[37] Cuando se trasladaron del nivel inferior de la sala de calderas al primer sótano, directamente debajo de la planta baja de Fuld Hall, hubo fuertes protestas en todos los frentes. Para los humanistas, los miembros del grupo del ordenador eran matemáticos, y para los matemáticos eran ingenieros. «Hasta la curiosidad, tan natural en toda la comunidad científica, se vio superada por el apasionado distanciamiento con respecto a cualquier cosa que concebiblemente pudiera desviarse del pensamiento puro y teórico», explicó Klári von Neumann. Bigelow describe la situación como la de unas personas «que tenían que pensar en lo que intentaban hacer» frente a otras «que parecían saber lo que intentaban hacer».[38]

Los matemáticos y los humanistas ocupaban alas opuestas de Fuld Hall. Se habían atrincherado en sus defensas. «Me he enterado con cierta consternación de que un grupo de expertos en electrónica se ha trasladado a la mitad del sótano de nuestra ala del Instituto», se quejaba el clasicista Benjamin Merritt a Aydelotte en 1946.[39] Ingenieros y eruditos se veían obligados a coexistir. «De vez en cuando había reuniones sociales —recordaba Ware—, y decían: “Bueno, yo estoy en matemáticas” o “yo estoy en física”, o “yo estoy en… ¿dónde está usted?”. Y entonces, cuando les contestabas, quedaba claro que eras un paria social. Allí éramos algo así como ciudadanos de quinta clase.»[40]

La disparidad de sueldos tampoco ayudaba. Los ingenieros cobraban 5.000 o 6.000 dólares al año, apenas lo suficiente para impedir que aceptaran otros empleos mejor pagados en la industria, pero más de lo que se pagaba a los eruditos visitantes con titulaciones superiores. «Muchas de esas personas, que eran buenos electrotecnólogos, tenían, por ejemplo, solo una licenciatura —explicó Bigelow—, mientras que el propio Instituto tenía miembros visitantes con doctorados de cuatro o cinco universidades importantes del mundo, que venían aquí con becas de investigación que ascendían a 2.500 o 3.000 dólares. Así que a causa de esto surgieron celos realmente importantes.»[41] El presupuesto para el Proyecto de Ordenador, financiado íntegramente por el gobierno, pronto pasó a superar el de cualquiera de las escuelas existentes.

El grupo del ordenador tenía que salir de Fuld Hall, y tenía que hacerlo pronto. Pero, dadas la escasez de materiales de construcción en la posguerra y la resistencia tanto de la vieja guardia del Instituto como de los vecinos residentes a cualquier cosa que se pareciera a un laboratorio, esto no resultaba nada fácil de hacer. «Por entonces los materiales de construcción estaban racionados —señaló Bigelow—. No podías ir y construirte una casa, un garaje o algo parecido. Si querías unos metros de madera tenías que conseguir un certificado para ello, y aún más con cosas tales como bancos de trabajo y herramientas e instrumentos.»[42] Resultó ser más difícil obtener cosas bajo la Administración de Producción Civil de lo que lo había sido bajo la Junta de Producción de Guerra. Se negociaba mucho entre bastidores. «Acabo de hablar con Sam Feltman (del Departamento de Armamento) acerca de nuestro contrato —le explicaba Goldstine a Von Neumann, cuando escaseaba el dinero—. Dice que ha recibido su asignación de dinero justo esta mañana y que espera la aprobación del Departamento de Guerra en dos o tres días, en cuyo momento autorizará al Distrito de Armamento de Filadelfia a darme la pasta, Qott sei Dank! A cambio, pide dos favores: primero, quiere un ejemplar de la Teoría de juegos, que trataré de enviarle; segundo, quiere ayuda para colocar a su hijo en la facultad de medicina.»[43]

El otro problema era dónde ubicar el edificio. «Existe una clara opinión entre el cuerpo docente de que el edificio del ordenador no debería estar en la misma parcela que Fuld Hall», le escribió Aydelotte a Herbert Maas, sugiriendo un emplazamiento al otro lado de Olden Lane, cerca del viejo granero. «La mayor parte de los edificios del Instituto están juntos, conectados por un camino o un pasaje abovedado —señaló Klári von Neumann—. Este fue emplazado lejos, al otro lado de un gran campo vacío bordeado de arbustos altos, después del cual venían una calle y luego el edificio; se podía fingir fácilmente que no tenía absolutamente nada que ver con el resto.»[44]

Arthur Burks recuerda haber ayudado a Herman Goldstine y Oswald Veblen a escoger el sitio. «Anduvimos por los bosques, pero estaba claro que Veblen no quería que se cortara ningún árbol para construir el edificio. Al final eligió un sitio que hacía hondonada y que no estaba demasiado lejos… Quería que el edificio tuviera una sola planta para que no fuera llamativo.» El lugar resultaba demasiado pantanoso para construir tal como estaba. «El sitio que hemos escogido necesita algo de relleno, y he observado que están ustedes excavando inmensas cantidades de tierra con vistas a construir los cimientos de la nueva biblioteca de Princeton —le escribió Aydelotte a la universidad—. Por lo que veo, sus camiones parecen llevarse la tierra a una distancia considerable, y me preguntaba si podíamos comprar unos cuantos camiones de esa tierra.»[45]

El contrato del Proyecto de Computador Electrónico con sus patrocinadores públicos asignaba 23.000 dólares a la construcción de una «estructura temporal» que albergara el ordenador, mientras que las propuestas para la construcción de un edificio cuyo aspecto resultara aceptable para la comunidad del Instituto llegaban a los 70.000 dólares. Después de muchas negociaciones, se decidió que se construiría un edificio de bloques de cemento y tejado plano por 51.000 dólares, mientras que el Instituto pagaría 9.000 dólares adicionales por un revestimiento ornamental de ladrillo y se reservaría el derecho a añadir un tejado a dos aguas más adelante. «Las paredes exteriores del edificio se están revistiendo de ladrillo para asegurar una obra estanca, ya que nos dijeron que el tipo de estuco actual tiene una impermeabilidad cuestionable —le escribió Aydelotte al coronel Power, el jefe de armamento del ejército, que cuestionaba el coste de la capa de ladrillo—. Sin embargo, a fin de que no se nos pudiera plantear ninguna crítica en este aspecto, siempre hemos tenido la intención de pagarlos 9.000 dólares de este añadido al edificio de los fondos de Instituto.»[46]

El nuevo edificio no estaría listo para hacer el traslado hasta las Navidades de 1946. Mientras tanto, el equipo de ingenieros se preparaba para la construcción de la máquina. Se montó un pequeño taller mecánico (equipado con un torno, una prensa taladradora y una cepilladora) en la sala de calderas, y los ingenieros comenzaron a acumular componentes electrónicos, instrumentos y herramientas. «Conseguimos componentes que procedían de excedentes y construimos nuestras propias fuentes de alimentación —recordaba Bigelow—. Realmente nos lo hicimos todo.» Los componentes electrónicos seguían estando restringidos para usos civiles. «Cada vez que queríamos algo, tratábamos de conseguir que el Mando de Material Bélico del ejército nos lo buscara; y por entonces había vendedores ambulantes que compraban excedentes de guerra y que luego iban por ahí intentando venderlos, y también conseguimos un montón de material de ese modo —añadió Willis Ware—. La máquina de Princeton se construyó a base de excedentes de guerra. Usamos todo lo que el ejército nos pudo encontrar, así que, de una manera sutil, eso afectó al diseño.»[47]

Los ingenieros usaron sus contactos personales y su equipamiento personal para ayudar a construir el ordenador, y utilizaron los recursos del proyecto del ordenador para proyectos personales realizados en su tiempo libre. Desde el equipo de alta fidelidad de Einstein hasta la antena de televisión de Herman Goldstine, se fabricaron infinidad de cosas en el taller del ECP. «Princeton tiene la característica única de estar casi exactamente a mitad de camino entre Filadelfia y Nueva York, de modo que RCA diseñó una antena que, accionando un interruptor, apuntaba electrónicamente a Nueva York o a Filadelfia —explicó Willis Ware—. Así que todos nosotros, en nuestro taller, con la ayuda de Melville, construimos y montamos aquellas antenas para un montón de gente.»[48] Jack Rosenberg llevó las cosas aún más lejos e hizo sus propias grabaciones. «Ll solía escuchar todos los sábados en la [emisora de radio] WQXR a Toscanini tocando en Nueva York, y lo grababa con una extraordinaria alta fidelidad —explicó Morris Rubinoff—. Ahora bien, una extraordinaria alta fidelidad teniendo en cuenta que la antena que tenía implicaba que oías cada fragmento de electricidad estática, interferencia y ruido que llegaba, y te sentías orgulloso de poder oírlo todo, sin duda era alta fidelidad, de 15 ciclos a 20.000 o 30.000 o así.»[49] Con la sustitución de Aydelotte por Oppenheimer, la atmósfera de despreocupación empezó a cambiar. «Ha resultado cómodo, en especial para quienes están ocupados en el trabajo del ordenador, servirse de los tipos de descuento del contrato del ordenador para realizar esencialmente compras personales de equipamiento y piezas de radio —le escribió Oppenheimer a Von Neumann en 1949—.

Sin embargo, parece que en varios casos hemos tenido esos artículos cargados en nuestros libros durante un período impropiamente largo de tiempo.»[50]

El diseño del ordenador vendría determinado en parte por los mandamientos que Burks, Goldstine y Von Neumann imponían desde arriba («Ellos eran nuestra biblia», afirmó Rosenberg),[51] y en parte por lo que la disponibilidad de componentes excedentes de guerra dictaba desde abajo. «Compramos gran cantidad de excedentes de componentes eléctricos y electrónicos, tubos de electrones, etc., de manera más bien indiscriminada —contó Bigelow—. Leíamos la “Discusión preliminar…” a menudo y discutíamos sobre la tarea de ingeniería que esta planteaba entre nosotros y con Johnny y Herman, quienes estaban ya probando procedimientos de codificación preliminares sobre el papel.»[52]

Desde un primer momento hubo tensión entre Goldstine, el director adjunto del proyecto, y Bigelow, el ingeniero jefe. En casi todas las cuestiones importantes, desde el diseño de circuitos (en que Bigelow se aferraba a «una extraña e incipiente idea como el modo de construir una sumadora», según se quejaría Goldstine a Von Neumann) hasta el delicado problema de los derechos de patente, ambos discrepaban. La cadena de mando era a menudo objeto de discusión. Solo el decidido entusiasmo de Von Neumann era lo bastante fuerte como para mediar. «Él evitaba que Herman y yo nos peleáramos mediante alguna técnica maravillosa —expuso Bigelow—. Nos llevábamos como el agua y el aceite, o como el perro y el gato, y Von Neumann mantenía a este aquí y ese allí, y limaba las asperezas.»[53]

«Yo no hablaba con Von Neumann muy a menudo —dijo Ralph Slutz—. Más bien hablaba con Bigelow, y Bigelow hablaba con Von Neumann. Ya sabe el dicho: los Cabot solo hablan con los Lodge, y los Lodge solo hablan con Dios.»[*] Las conversaciones con Von Neumann solían ser llamadas a larga distancia. «Él tenía el hábito de telefonear a cualquier hora del día o de la noche —contó Goldstine—. Incluso a las dos de la madrugada podía llamarte por teléfono y decirte: “Ya sé cómo hacer tal o cual cosa”. Y a continuación te lo explicaba. El principal problema de trabajar a larga distancia con Von Neumann era que por entonces las conexiones telefónicas no eran muy buenas, y Von Neumann se pasaba la mayor parte del tiempo diciendo: “¿Hola?”. De modo que, siempre que la línea se oía bien, lo único que hacíamos era decir todo el rato: “¿Hola?”. Pero a pesar de todo eso, solucionamos muchas cosas por ese medio.»[54]

Von Neumann quería saber cómo funcionaba todo, pero dejaba en manos de los ingenieros el hacer que funcionara. «La faceta experimental no estaba hecha realmente para Von Neumann —explicó Goldstine—. Una vez que entendía el principio de algo, los espantosos detalles, como el hecho de que tenías que poner condensadores de paso no sé dónde y toda esa clase de trabajo sucio de ingeniería, eso realmente no le interesaba. Reconocía que eran cosas esenciales, pero no era lo suyo. No habría tenido la paciencia de sentarse a hacerlo; habría sido un pésimo ingeniero.»[55]

Según Bigelow, «von Neumann nos daba siempre un consejo: no inventar nada». Eso ayudó a situar en cabeza el proyecto del IAS. «Una de las razones por las que nuestro grupo tuvo éxito y dio un gran salto por delante de otros, fue que establecimos ciertos objetivos limitados, a saber, que nosotros no produciríamos ningún nuevo componente elemental —añadió Bigelow—. Probaríamos y usaríamos los que ya había disponibles para los fines de comunicaciones estándar. Escogimos tubos de vacío que se produjeran en serie y de tipos muy comunes, a fin de poder contar con componentes fiables y no tener que dedicarnos a la investigación de componentes.»[56]

La unidad de información fundamental e indivisible es el bit. La unidad de computación digital fundamental e indivisible es la transformación de un bit entre sus dos formas posibles de existencia, como estructura (memoria) o como secuencia (código). Eso es lo que hace una máquina de Turing cuando lee una marca (o la ausencia de ella) en una casilla de la cinta, modificando consecuentemente su «estado mental» y realizando (o borrando) una marca en otra parte. Hacer eso a velocidad electrónica requiere un elemento binario capaz de conservar un determinado estado a lo largo del tiempo, hasta que, en respuesta a un impulso electrónico o alguna otra forma de estímulo, o bien modifica o bien comunica dicho estado. «La mayoría de los elementos esenciales o “células” de la máquina son de naturaleza binaria, o “de apagado y encendido” —explicaban Bigelow y sus colegas en su primer informe de progreso provisional—. Aquellos cuyo estado viene determinado por su historia y son estables en el tiempo, son elementos de memoria. Los elementos cuyo estado viene determinado esencialmente por la amplitud existente de un voltaje o señal, se denominan “puertas”.»[57]

En 1946, en vísperas de la invención del transistor, no estaba claro si la probabilidad no nula de error en cualquier transformación digital individual provocaría la interrupción de un cómputo que implicaba millones de transformaciones. El ENIAC era el único precedente a gran escala. «El mero hecho de que el ENIAC existiera y de que el ENIAC funcionara me daba mucha más confianza de que podía hacerse algo de lo que habría sido el caso si no hubiera habido aquella demostración de una máquina tan grande funcionando», afirmó Ralph Slutz.[58] Pero la nueva máquina sería al ENIAC lo que el ENIAC era a una calculadora de escritorio. ¿Qué elemento computacional fundamental disponible era lo bastante fiable como para funcionar?

La respuesta era el 6J6, un tubo de vacío en miniatura de doble tríodo que se fabricó en enormes cantidades durante y después de la Segunda Guerra Mundial. De unos dos centímetros de diámetro y unos cinco de longitud, y con una base de siete pines, el 6J6 impulsó las comunicaciones militares durante la guerra y la industria de la electrónica de consumo derivada de ellas. Integrado de hecho por dos tubos en una misma lámpara, un cátodo común (pin 7) abastecía a dos placas (pines 1 y 2) y dos rejillas (pines 5 y 6) distintas. La arquitectura de doble tríodo permitía que el tubo fuera utilizado como un conmutador de cambio de estado (toggle), siempre con una de sus dos partes en estado conductor, y asimismo se requería menos de un microsegundo para cambiar de uno a otro. «Y ese [toggle] era el término en el que insistía Julian Bigelow como el más adecuado para describirlo que hace eljlip-jlop[*] Y tenía razón —explicó Pomerene—, ya que flip-flop no es precisamente el término correcto para referirse a un circuito biestable que permanece en aquel estado en el que lo pones.» Esta constituía una representación mucho más segura de los datos binarios que un elemento cuyo estado se represente simplemente como encendido o apagado, y donde el fallo resulta indistinguible de uno de sus dos estados operativos. Como lo describiría más tarde Bigelow, «un contador binario es simplemente un par de células biestables que se comunican por puertas que tienen la conectividad de una banda de Moebius».[59]

«Si el 6J6, que era el doble tríodo, no hubiera existido durante la guerra y no hubiera sido ampliamente utilizado, no sé qué habríamos usado como tubo», afirmó Willis Ware. El uso generalizado del 6J6 no solo supuso que estuviera disponible a bajo precio, sino que también resultara más fiable. Uno de los últimos trabajos de Bigelow en el Grupo de Investigación Estadística de Columbia estaba relacionado con la fiabilidad de las municiones. «Había habido muchas explosiones accidentales de unidades de combustible sólido de cohete en aviones, donde la explosión arrancaba el ala del avión —explicó—. Y eso ocurría de forma muy extraña y errática. Así que teníamos a algunas personas excelentes allí en estadística, entre ellas nada menos que Abraham Wald, que fundamentó el análisis secuencial mientras trabajaba con nuestro grupo. El pensamiento estadístico se había convertido en una parte de mi modo de pensar sobre la vida.» Resultó que los tubos más fiables eran los producidos en mayores cantidades, como el 6J6. «Aprendimos que los tipos de tubo que se vendían más caros, y de los que se afirmaba que estaban hechos especialmente para durar más, solían ser menos fiables en cuanto a fallos estructurales que los tipos de tubo ordinarios fabricados en lotes de producción más grandes», observó Bigelow.[60]

Que una calidad superior no requería un mayor coste era algo que no resultaba fácil de aceptar, sobre todo desde que IBM, que había utilizado el 6J6 como elemento computador en su popular modelo 604 de calculadora electrónica, había creado recientemente su propia planta experimental de producción de tubos en Poughkeepsie, Nueva York, a fin de desarrollar tubos de calidad especialmente diseñados para la computación y con un coste mucho más elevado.

Hubo un intenso debate en torno a la cuestión de si la elección de un tubo producido en masa como el 6J6 era o no un error. Del total de 3.474 tubos que finalmente tendría el ordenador del IAS, 1.979 serían 6J6. «El ordenador en su conjunto puede verse como un gran banco de pruebas de tubos», observó Bigelow.[61]

«Se consideraba esencial saber si los tubos en miniatura como el 6J6 tienen una vida radicalmente inferior en comparación con otros tipos, lo que en cierta medida haría de su uso en el diseño un error garrafal; por consiguiente, se concibió y se realizó una tosca prueba de su ciclo vital para obtener algún tipo de límite estadístico de su fiabilidad», informaba Bigelow a finales de 1946. Cuatro baterías de tubos 6J6, con veinte en cada batería —lo que daba un total de ochenta tubos—, fueron instalados en un banco de pruebas de modo que quedaran orientados hacia arriba, hacia abajo y en las dos posiciones horizontales (con el cátodo de lado y con el cátodo plano). El banco entero se montó sobre una placa de aluminio sometida a vibración, y se dejó funcionar los tubos durante tres mil horas. «Fallaron un total de seis, cuatro en las primeras horas, uno aproximadamente a los tres días y otro al cabo de diez días —señalaba el informe final—. Hubo cuatro fallos del filamento calentador, una rejilla defectuosa y un fallo en el sellado de vacío.»[62]

El problema no eran los tubos que fallaban completamente —podían incorporarse rutinas de autodiagnóstico que los hicieran fáciles de identificar y reemplazar—, sino los tubos que, o bien no cumplían las especificaciones ya de entrada, o bien dejaban de cumplirlas con la edad. ¿Cómo se podía confiar en obtener resultados correctos? Mientras Von Neumann empezaba a formular, de arriba abajo, las ideas que desarrollaría en su artículo de 1951 «Organizaciones fiables de elementos no fiables» y en el de 1952 «La lógica probabilística y la síntesis de organismos fiables a partir de componentes no fiables», los técnicos del Instituto afrontaban el mismo problema, pero enfocándolo de abajo arriba.

Hizo falta un ingeniero experto en electrónica e ingenios bélicos para resolver el problema de construir un ordenador fiable con piezas excedentes de guerra no fiables. Jack Rosenberg, de New Brunswick, Nueva Jersey, fue el primer miembro de su familia en asistir a la universidad al ingresar en el MIT en 1934, a la edad de dieciséis años. Cuando cursaba los últimos años de secundaria, había asistido a una exposición titulada «Siglo de progreso» y celebrada en Chicago, y «había pasado casi la semana entera en la denominada Sala de la Ciencia. Allí vi un puesto del MIT y me dirigí al hombre que había dentro, que me dijo que probablemente el MIT era la escuela donde resultaba más difícil entrar. Así que cursé mi solicitud en el MIT». Rosenberg empezó en matemáticas, pero luego pasó a ingeniería eléctrica, graduándose entre los primeros de su promoción con dos títulos. «Cuando iba por ahí haciendo entrevistas en 1939, veía a muchos de mis compañeros de clase ya trabajando —contó—. Yo sabía que era más inteligente que ellos, pero no era así como iban las cosas.» Así que aceptó un empleo como ingeniero civil para el Cuerpo de Señales del ejército estadounidense, convirtiéndose en oficial cuando Estados Unidos entró en la guerra.

En julio de 1945, Rosenberg iba a bordo de un barco de transporte de tropas que navegaba a ocho nudos por el Pacífico rumbo a Filipinas a fin de preparar la invasión de Japón. «Como era radioaficionado, pasaba la mayor parte del día en la sala de radio escuchando señales de onda corta», explicó. Dado que aquel lento barco de transporte era un blanco fácil, no se permitía la radiotransmisión. El 6 de agosto de 1945 oyó la noticia del lanzamiento de la bomba atómica de Hiroshima, seguida de la noticia de la de Nagasaki el 9 de agosto. «El comandante de tropa del barco estaba tan sobrecogido como yo —explicó—. Me dijo que siguiera escuchando la radio. Sus órdenes para la invasión no se habían modificado.» Entonces llegó la noticia de la rendición incondicional de Japón. «Las bombas habían salvado nuestras vidas», añadió Rosenberg, y, por muchas dificultades que Von Neumann (y Oppenheimer) llegaran a plantear a sus patronos, él nunca lo olvidó.[63]

Rosenberg permaneció en el sur de Filipinas hasta abril de 1946. En el economato militar encontró un ejemplar de Energía atómica con fines militares, una descripción no técnica rápidamente desclasificada del Proyecto Manhattan redactada por Henry Smyth, presidente del departamento de física de la Universidad de Princeton. Tras ser licenciado del ejército, en Fort Dix, Nueva Jersey, en julio de 1946 —después de volver a través del Pacífico en un barco de vapor propulsado por turbinas a treinta nudos—, Rosenberg fue a Princeton a buscar trabajo en la investigación de energía nuclear. Fue contratado por el Departamento de Física para trabajar en la instrumentación para el nuevo ciclotrón de la universidad, pero, según explicó, «mi entusiasmo duró alrededor de un mes».

«A comienzos de 1947 —prosiguió— me informaron de que en el Instituto de Estudios Avanzados un científico famoso estaba buscando un ingeniero para desarrollar una máquina electrónica de un tipo que nadie salvo él entendía.» Rosenberg se entrevistó con Bigelow y Von Neumann, y empezó a trabajar en julio. «Había mucho antisemitismo en el ejército. Pero no había antisemitismo con Johnny», explicó.

«Johnny solía reunirse con cada uno de nosotros por separado más o menos una vez por semana, para preguntarnos qué habíamos construido, cómo funcionaba, qué problemas teníamos, qué síntomas observábamos, qué causas habíamos diagnosticado… —dijo Rosenberg—. Cada pregunta era precisamente la mejor en función de la información que había recopilado hasta el momento. Su lógica era intachable: nunca hacía una pregunta que fuera irrelevante o errónea. Sus preguntas venían en rápida sucesión, revelando una mente que era veloz como el rayo y que estaba libre de error. En aproximadamente una hora conseguía que cada uno de nosotros entendiera lo que habíamos hecho, lo que habíamos descubierto y dónde buscar la causa del problema. Era como mirar en un espejo muy preciso con todas las imágenes innecesarias eliminadas, dejando solo los detalles importantes.»[64]

Cuando llegó Rosenberg, el problema era cómo construir un registro de desplazamiento de cuarenta fases, que constituiría el núcleo de la capacidad de computación de la máquina. «Era fácil construir un registro de dos fases que funcionara de manera fiable —explicó Rosenberg—. Cuando se agregaba una tercera fase aparecían errores ocasionales, y agregar una cuarta hacía que el registro fuera inútil. Descubrimos que las características eléctricas de los tubos de vacío eran muy distintas de las especificaciones publicadas en sus manuales, incluso cuando los tubos eran nuevos.»

Según Rosenberg, después de nuevas y más extensas pruebas y de consultar con los principales fabricantes de tubos, cuya respuesta fue que «nadie más se había quejado nunca de su producto, y que ya tenían bastantes clientes sin nosotros», se informó a Von Neumann de que «no había tubos fiables ni resistencias fiables». Su respuesta fue que «tendríamos que aprender a diseñar una máquina de cuarenta fases fiable a partir de miles de componentes no fiables», explicaría Rosenberg. Y así lo hicieron.[65]

Pasaron de diseñar basándose en las especificaciones de los tubos publicadas por los fabricantes a lo que ahora se conoce como el «diseño basado en el peor caso posible», que, «en reconocimiento a la que entonces era la nueva moda en la ropa femenina, Bigelow llamaba “la nueva imagen”». Tal como lo explicó Ralph Slutz: «Probamos un lote de mil tubos y seleccionamos el tubo más débil que encontramos y el tubo más fuerte que encontramos, y a eso le añadimos un factor de seguridad extra del 50 por ciento».[66]

Los nuevos parámetros de diseño se extendieron de los tubos individuales a los conmutadores de cambio de estado, las puertas, los módulos de circuito estándar y, finalmente, los registros de cuarenta fases a gran escala, que, después de un tedioso trabajo de depuración, funcionaron. Bigelow también argumentó, contrariamente a lo que indica la intuición, que la fiabilidad general de la máquina podría mejorarse acelerándola, señalando que «aumentar la velocidad de hecho puede aumentar la certeza, y no al revés». A diferencia de los dispositivos mecánicos, los tubos de vacío se debilitan con la edad, no con el uso, «y sufren fallos accidentales en proporción a su población», y no a su velocidad operativa. Así pues, se pude lograr la fiabilidad óptima haciendo funcionar el mínimo número de tubos posible y a la máxima velocidad. «Por último —señalaba Bigelow—, los errores intermitentes son los más embarazosos y difíciles de detectar cuando la intermitencia coincide aproximadamente con el ritmo operativo.»[67]

Los ingenieros del IAS lograron obtener un comportamiento digital colectivamente aceptable de unos tubos cuyo rendimiento habría sido en gran medida inaceptable si se hubieran probado según las especificaciones propias de los tubos individuales. Ello se consiguió siguiendo el mismo principio que Bigelow y Wiener habían desarrollado en su trabajo con el debomber. Separar la señal del ruido en cada etapa del proceso —en este caso, en la transferencia de cada bit— en lugar de dejar que el ruido se acumulara a lo largo de dicho proceso. A ello se debe, tanto como al milagro del silicio, el hecho de que hoy tengamos microprocesadores que funcionan tan bien. Todo el universo digital en su conjunto lleva todavía la impronta del 6J6.

«En cierta ocasión pensamos que sería una buena idea extraer los tubos de vacío de la máquina y someterlos simplemente a una serie de pruebas rutinarias —recordaba James Pomerene—. ¡Y nunca en tu vida habrías visto un puñado de tubos más malos!»[68]