Cómo aumentar el amor que estima a los demás

La manera de aumentar nuestro amor por los demás es familiarizarnos con la práctica de estimarlos. Para reforzar nuestra determinación de estimar a todos los seres sintientes, necesitamos instrucciones más detalladas.

Todos tenemos a alguien a quien consideramos muy especial, como nuestro hijo, pareja o madre. Pensamos que esta persona tiene cualidades únicas por las que destaca entre los demás, la apreciamos mucho y deseamos cuidarla de manera especial. Hemos de aprender a considerar a todos los seres sintientes del mismo modo, reconociendo que todos y cada uno de ellos son únicos y especiales. Aunque ya estimamos a nuestros familiares y amigos íntimos, no amamos a los desconocidos y mucho menos a nuestros enemigos. La mayoría de los seres sintientes no tienen demasiada importancia para nosotros. Si practicamos las instrucciones de estimar a los demás, abandonaremos esta actitud discriminatoria y llegaremos a estimar a todos los seres sintientes como una madre ama a su hijo más querido. Cuanto más crezca nuestro amor y profundicemos en él de este modo, más fuertes serán nuestras mentes de compasión y bodhichita, y antes alcanzaremos la iluminación.

RECONOCER NUESTROS DEFECTOS EN EL ESPEJO DEL DHARMA

Una de las funciones principales de las enseñanzas de Buda o Dharma es actuar como un espejo en el que podemos ver reflejados nuestros defectos. Por ejemplo, cuando nos enfadamos, en lugar de buscar excusas, debemos pensar: «Este odio es el veneno interno de los engaños. No me aporta ningún beneficio ni tiene justificación; su única función es perjudicarme. No voy a tolerar su presencia en mi mente». También podemos utilizar el espejo del Dharma para distinguir entre el amor y el apego, que se confunden con facilidad. Es fundamental saber diferenciarlos, porque el amor solo nos proporciona felicidad, mientras que el apego solo nos causa sufrimiento y nos amarra con más firmeza al samsara. Cuando notemos que el apego empieza a surgir en nuestra mente, debemos estar alerta, porque dejarnos llevar por él, por muy agradable que parezca, es como lamer una gota de miel en el filo de una navaja y a largo plazo siempre nos causará más sufrimiento.

La razón principal de por qué no estimamos a todos los seres sintientes es que estamos tan preocupados por nosotros mismos, que apenas nos queda espacio en la mente para apreciar a los demás. Si deseamos estimar de verdad a los demás, debemos reducir la obsesiva preocupación que tenemos por nosotros mismos. ¿Por qué consideramos que nosotros somos muy importantes, pero que los demás no lo son? Debido a que estamos muy habituados a generar la mente de estimación propia. Desde tiempo sin principio nos hemos aferrado a un yo con existencia verdadera. Este aferramiento al yo hace surgir de inmediato la estimación propia, que siente de forma instintiva: «Soy más importante que los demás». Para los seres ordinarios, aferrarse al yo y estimarse a uno mismo son como las dos caras de una moneda: el autoaferramiento se aferra a un yo con existencia verdadera, mientras que la estimación propia lo considera muy valioso y lo quiere. Esto se debe principalmente a nuestro hábito de generar la mente de estimación propia en todo momento, día y noche, incluso durante el sueño.

Puesto que nos consideramos tan importantes y especiales, exageramos nuestras buenas cualidades y generamos una opinión engreída de nosotros mismos. Prácticamente, cualquier circunstancia, como nuestro aspecto físico, posesiones, conocimientos, experiencias o posición social, sirve para alimentar nuestro orgullo. Cuando hacemos un comentario ingenioso, pensamos: «¡Qué inteligente soy!», y si hemos viajado al extranjero, nos consideramos personas fascinantes. Incluso nos enorgullecemos de comportamientos de los cuales deberíamos avergonzarnos, como ser hábiles para engañar a los demás, o de cualidades que imaginamos poseer. En cambio, nos resulta muy difícil reconocer nuestros errores y limitaciones. Dedicamos tanto tiempo a contemplar nuestras buenas cualidades, reales o imaginarias, que no nos percatamos de nuestros defectos. En realidad, nuestra mente está llena de perturbaciones mentales burdas, pero no las reconocemos e incluso nos engañamos a nosotros mismos negándonos a admitir que poseemos estas mentes repulsivas. Es como esconder la porquería bajo la alfombra y pretender que la casa está limpia.

A menudo nos resulta tan doloroso admitir nuestras faltas, que buscamos todo tipo de excusas en lugar de cambiar la elevada concepción que tenemos de nosotros mismos. Una de las maneras más comunes de no reconocer nuestros errores es culpar a los demás. Por ejemplo, si nos llevamos mal con una persona, pensamos con naturalidad que toda la culpa es de ella, somos incapaces de admitir que, al menos en parte, también sea nuestra. En lugar de responsabilizarnos de nuestras acciones y esforzarnos en mejorar nuestra conducta, discutimos con ella e insistimos en que es ella quien tiene que cambiar. Debido a la excesiva importancia que nos concedemos a nosotros mismos, adoptamos una actitud crítica con los demás y nos resulta prácticamente imposible evitar conflictos. El hecho de no ser conscientes de nuestros defectos no impide que los demás los vean y nos los señalen, pero cuando lo hacen, pensamos que son injustos. En lugar de observar con honestidad nuestro comportamiento para comprobar si sus críticas son justificadas, nuestra mente de estimación propia se pone a la defensiva y se venga buscando defectos en ellos.

Otra razón por la que no apreciamos a los demás es que nos fijamos en sus faltas y no en sus buenas cualidades. Por desgracia, tenemos gran habilidad para descubrir sus defectos y dedicamos mucha energía a enumerarlos, analizarlos y podría decirse que hasta meditamos en ellos. Con esta actitud crítica, si discrepamos sobre algo con nuestra pareja o compañeros de trabajo, en lugar de intentar comprender su punto de vista, pensamos una y otra vez en las muchas razones por las que nosotros estamos en lo cierto y ellos están equivocados. Al fijarnos solo en sus defectos y limitaciones, nos enfadamos y les guardamos rencor y, en lugar de estimarlos, deseamos perjudicarlos o desacreditarlos. De esta manera, pequeños desacuerdos pueden convertirse en conflictos que se prolongan durante meses.

Pensar en nuestras buenas cualidades y en los defectos de los demás nunca nos aportará beneficio alguno. Lo único que conseguiremos será crear una imagen engreída, muy distorsionada de nosotros mismos y generar una actitud arrogante e irrespetuosa hacia los demás. Shantideva dice en su Guía de las obras del Bodhisatva:

«Si nos consideramos importantes, renaceremos en los reinos inferiores,

y después, cuando lo hagamos como un ser humano, seremos estúpidos y perteneceremos a una clase social baja».

Como resultado de sentirnos superiores a los demás, cometemos muchas acciones perjudiciales que madurarán en el futuro y nos harán renacer en los reinos inferiores. Debido a la arrogancia, incluso cuando lleguemos a renacer como un ser humano, perteneceremos a una clase social baja y viviremos como siervos o esclavos. Debido al orgullo, quizás creamos que somos muy inteligentes, pero, en realidad, este engaño nos convierte en necios y nos llena la mente de faltas. No sirve de nada pensar que somos más importantes que los demás y fijarnos solo en nuestras buenas cualidades. Con ello no aumentan nuestras virtudes ni se reducen nuestros defectos, y tampoco conseguimos que los demás compartan la elevada opinión que tenemos de nosotros mismos.

Si, en cambio, nos fijamos en las buenas cualidades de los demás, nuestro orgullo perturbador irá disminuyendo y llegaremos a considerarlos más importantes y valiosos que a nosotros mismos. Como resultado, nuestro amor y compasión aumentarán y realizaremos acciones virtuosas de manera natural. Debido a ello renaceremos en los reinos superiores, como un dios o un ser humano, seremos respetados y tendremos numerosos amigos. Contemplar las virtudes de los demás solo nos proporciona beneficios. Por lo tanto, mientras que los seres ordinarios buscan defectos en los demás, los Bodhisatvas solo se fijan en sus buenas cualidades.

En sus Consejos de corazón, Atisha dice:

«En lugar de fijaros en las faltas de los demás, fijaos en las vuestras y purgadlas como si fueran mala sangre.

No contempléis vuestras buenas cualidades, sino las de los demás, y respetad a todos como lo haría un sirviente».

Debemos pensar en nuestros propios defectos porque si no somos conscientes de que los tenemos, no generaremos el deseo de eliminarlos. Los seres que han alcanzado la iluminación consiguieron liberarse de las perturbaciones mentales, la causa de todas las faltas, gracias a que examinaron sus mentes en todo momento para detectar sus defectos y faltas y se esforzaron mucho por eliminarlos. Buda dijo que las personas que conocen sus defectos son sabias, mientras que aquellas que no son conscientes de ellos y además se fijan en las faltas de los demás, son estúpidas. Contemplar nuestras buenas cualidades y fijarnos en los defectos de los demás solo sirve para aumentar nuestra estimación propia y disminuir nuestro amor hacia ellos; además, todos los Budas coinciden en que la estimación propia es la raíz de todas las faltas, y estimar a los demás, la fuente de la felicidad. Los únicos seres que no opinan lo mismo son los que aún permanecen atrapados en el samsara. Somos libres de elegir entre seguir el punto de vista de los seres sagrados o mantener el nuestro ordinario, pero sería más sabio adoptar el suyo si queremos disfrutar de verdadera paz y felicidad.

Algunas personas afirman que uno de los problemas principales que tenemos es la falta de autoestima y que debemos fijarnos solo en nuestras buenas cualidades para aumentar la confianza en nosotros mismos. Es cierto que para progresar verdaderamente en el camino espiritual debemos tener confianza en nuestro potencial interior y reconocer y mejorar nuestras buenas cualidades. Sin embargo, también debemos ser realistas y reconocer con agudeza nuestras faltas e imperfecciones. Si somos sinceros con nosotros mismos, admitiremos que por el momento nuestra mente está llena de faltas, como el odio, el apego y la ignorancia. Estas enfermedades mentales no desaparecerán por mucho que finjamos no tenerlas. La única manera de liberarnos de ellas es aceptar con sinceridad que las tenemos y esforzarnos por eliminarlas.

Aunque hemos de ser muy conscientes de nuestros defectos, no debemos sentirnos abrumados ni desanimarnos por ellos. Es posible que tengamos mucho enfado en nuestro interior, pero eso no significa que el odio forme parte inherente de nuestra persona. Por muchas perturbaciones mentales que tengamos o por muy intensas que sean, no son parte esencial de nuestra mente. Son defectos que la contaminan de forma temporal, pero no manchan su naturaleza pura y esencial, al igual que el barro enturbia el agua, pero nunca llega a ser parte intrínseca de ella. Así como es posible filtrar el agua y dejarla clara y pura, sin barro, también podemos eliminar los engaños de nuestra mente y hacer que se manifiesten su pureza y claridad naturales. Al reconocer nuestras perturbaciones mentales no debemos identificarnos con ellas pensando: «Soy un inútil y un egoísta» o «estoy siempre enfadado», sino con nuestro potencial puro y cultivar la sabiduría y el valor necesarios para eliminar los engaños.

Cuando observamos objetos externos, por lo general, podemos distinguir entre los que son útiles o valiosos y los que no lo son. Debemos aprender a observar nuestra mente del mismo modo. Aunque la naturaleza de nuestra mente raíz es pura y clara, de ella surgen innumerables pensamientos conceptuales, como burbujas que salen del mar o rayos de luz que emanan de una llama. Algunos de estos pensamientos son beneficiosos y nos aportan felicidad tanto en el presente como en el futuro, pero otros nos hacen padecer sufrimientos y nos conducen a la terrible desventura de renacer en los reinos inferiores. Debemos observar nuestra mente de manera continua y aprender a distinguir entre los pensamientos beneficiosos y los perjudiciales que surgen momento a momento. Aquellas personas que pueden hacerlo son verdaderamente sabias.

En cierta ocasión, un hombre malvado que había asesinado a miles de personas se encontró con un Bodhisatva, un rey llamado Chandra, que le enseñó el Dharma y le hizo ver que su comportamiento era incorrecto. El hombre le dijo: «Me he mirado en el espejo del Dharma, ahora comprendo lo perjudiciales que han sido mis acciones y me siento muy arrepentido». Motivado por un profundo arrepentimiento realizó prácticas de purificación con sinceridad y finalmente se convirtió en un gran yogui con elevadas realizaciones espirituales. Esto muestra que hasta la persona más malvada puede convertirse en un ser completamente puro si reconoce sus propias faltas en el espejo del Dharma y se esfuerza con sinceridad por eliminarlas.

En el Tíbet vivía un famoso practicante de Dharma llamado Gueshe Ben Gungyel, que no recitaba oraciones ni meditaba en la postura tradicional. Su única práctica consistía en observar su mente con mucha atención y contrarrestar las perturbaciones mentales en cuanto surgían. Cuando se percataba de que su mente se estaba alterando, aunque solo fuera un poco, intensificaba la atención y no se dejaba llevar por ningún mal pensamiento. Por ejemplo, si sentía que la estimación propia comenzaba a surgir, recordaba de inmediato sus desventajas e impedía que se manifestase aplicando su oponente, la práctica del amor. Cuando su mente estaba tranquila y positiva de manera natural, se relajaba y disfrutaba de sus estados mentales virtuosos.

Para comprobar su progreso, cada vez que tenía un mal pensamiento, ponía una piedra negra sobre una mesa, y cuando generaba una mente virtuosa, una piedra blanca. Al final del día, las contaba. Si había más piedras negras, se lo reprochaba y al día siguiente ponía más esfuerzo, y si había más blancas, se felicitaba y se daba ánimos. Al principio había muchas más piedras negras, pero con el paso de los años, su mente mejoró hasta conseguir que durante días enteros todas fueran blancas. Antes de convertirse en un practicante de Dharma, Gueshe Ben Gungyel tenía la reputación de ser una persona indomable e indisciplinada, pero como resultado de vigilar de cerca su mente en todo momento y de juzgarla con sinceridad ante el espejo del Dharma, poco a poco se fue convirtiendo en un ser muy puro y sagrado. ¿Por qué no podemos hacer nosotros lo mismo?

Los maestros kadampas o gueshes enseñaban que la función del Guía Espiritual es señalar los defectos de sus discípulos para que puedan reconocerlos con claridad y eliminarlos. Sin embargo, si hoy día los maestros de Dharma se comportasen de este modo, lo más probable es que sus discípulos se sintieran molestos e incluso perdieran la fe, por lo que casi siempre tienen que adoptar una actitud más afable. Sin embargo, aunque nuestro Guía Espiritual evite señalar directamente nuestros defectos por delicadeza, debemos ser conscientes de que los tenemos y para ello hemos de examinar nuestra mente en el espejo de sus enseñanzas. Si aplicamos las enseñanzas de nuestro Guía Espiritual sobre el karma y los engaños a nuestra situación personal, comprenderemos qué tenemos que abandonar y qué debemos practicar.

Un enfermo no puede curarse con solo leer las instrucciones de los medicamentos, sino que tiene que tomarlos. De igual modo, aunque Buda dio las instrucciones de Dharma como la medicina suprema contra las enfermedades internas de los engaños, no podremos curarnos con solo leer o estudiar los libros de Dharma. La única manera de solucionar nuestros problemas cotidianos es adoptar el Dharma de corazón y practicarlo con sinceridad.

CONSIDERAR A TODOS LOS SERES COMO SUPREMOS

El gran Bodhisatva Langri Tangpa compuso esta oración:

Y con una intención pura,

estimarlos como seres supremos.

Si deseamos alcanzar la iluminación o generar la mente superior de bodhichita que surge de cambiarnos por los demás, es imprescindible pensar que ellos son más importantes o valiosos que nosotros. Esta actitud está basada en la sabiduría y nos conduce a la meta última, mientras que considerarnos más importantes que los demás nace de la mente ignorante del aferramiento propio y nos condena a renacer en los reinos inferiores.

¿Qué queremos indicar al decir que un objeto es importante o valioso? Si alguien nos preguntara qué tiene más valor, un diamante o un hueso, responderíamos que el diamante porque para nosotros es más útil. No obstante, para un perro el hueso sería más valioso porque puede comerlo, mientras que el diamante no le sirve para nada. Esto muestra que el valor de un objeto no es una cualidad intrínseca del mismo, sino que depende de las necesidades y los deseos de cada ser, que a su vez dependen de su karma individual. Para el practicante que desea alcanzar las realizaciones espirituales de amor, compasión, bodhichita y la gran iluminación, los seres sintientes son más valiosos que un universo lleno de diamantes o de gemas que colman todos los deseos. ¿Por qué? Porque los seres sintientes le ayudan a generar amor y compasión, y a cumplir su deseo de alcanzar la iluminación, algo que un universo lleno de joyas nunca podría proporcionarle.

Nadie quiere ser una persona ordinaria y permanecer en la ignorancia para siempre; sin duda, todos deseamos mejorar personalmente y avanzar a estados superiores. El estado más elevado es la iluminación total y el camino principal que nos conduce a ella son las realizaciones del amor, la compasión, la bodhichita y la práctica de las seis perfecciones –generosidad, disciplina moral, paciencia, esfuerzo, concentración y sabiduría–. Para desarrollar estas cualidades necesitamos a los demás. ¿Cómo vamos a aprender a amar si no tenemos a nadie a quien querer?, ¿cómo podemos practicar la generosidad si no hay nadie a quien dar o cultivar la paciencia si nadie nos molesta? Cada vez que veamos a otro ser sintiente, podemos mejorar nuestras cualidades espirituales, como el amor y la compasión, y de este modo acercarnos más a la iluminación y al logro de colmar nuestros deseos más profundos. ¡Qué bondadosos son los seres sintientes al ser los objetos de nuestro amor y compasión! ¡Qué tesoro tan valioso!

Cuando Atisha vivía en el Tíbet, tenía un ayudante indio que siempre lo estaba criticando. Cuando los lugareños le preguntaron por qué no lo despedía, ya que tenía muchos discípulos tibetanos fieles que estarían felices de ponerse a su servicio, Atisha contestó: «Sin este hombre, no tendría a nadie con quien practicar la paciencia. ¡Mi ayudante es muy bondadoso conmigo, lo necesito!». Atisha sabía que la única manera de colmar su más profundo deseo de beneficiar a todos los seres sintientes era alcanzando la iluminación, y que para ello tenía que perfeccionar la práctica de la paciencia. Para Atisha, su colérico ayudante era más valioso que los bienes materiales, las alabanzas o cualquier otro logro mundano.

Las realizaciones espirituales son nuestra riqueza interior porque nos ayudan en cualquier situación y son lo único que podremos llevar con nosotros después de la muerte. Si aprendemos a valorar la riqueza interior de la paciencia, la generosidad, el amor y la compasión por encima de las condiciones externas, consideraremos que todos los seres sintientes son muy valiosos, sin tener en cuenta cómo nos traten. De este modo, nos resultará muy fácil estimarlos.

Durante la sesión de meditación hemos de contemplar los razonamientos anteriores hasta llegar a la siguiente conclusión:

Los seres sintientes son muy valiosos porque sin ellos no puedo acumular la riqueza interior de las realizaciones espirituales que finalmente me proporcionará la felicidad última de la iluminación total. Puesto que sin esta riqueza interior permaneceré atrapado en el samsara para siempre, a partir de ahora voy a considerar siempre que los seres sintientes son muy importantes.

Nos concentramos en esta determinación de manera convergente durante tanto tiempo como podamos. Cuando surjamos de la meditación, procuramos mantenerla en todo momento, reconociendo lo mucho que necesitamos a todos y cada uno de los seres sintientes para nuestra práctica espiritual. Si mantenemos este reconocimiento, los problemas internos del odio, el apego, los celos, etcétera, se reducirán, y estimaremos de manera natural a los demás. En particular, cuando una persona se oponga a nuestros deseos o nos critique, debemos recordar que la necesitamos para alcanzar las realizaciones espirituales, que es lo que verdaderamente da sentido a nuestra vida. Si todos nos tratasen con la amabilidad y el respeto que nuestra estimación propia cree que nos merecemos, aumentarían nuestras perturbaciones mentales y se agotarían nuestros méritos. ¡Imaginemos qué clase de persona seríamos si siempre consiguiéramos lo que se nos antoje! Seríamos como un niño consentido que piensa que es el centro del universo y que a nadie cae simpático. En realidad, todos necesitamos a alguien como el ayudante de Atisha, porque estas personas nos ofrecen la oportunidad de eliminar la estimación propia y adiestrar la mente, con lo cual damos verdadero sentido a nuestra vida.

Puesto que el razonamiento anterior es justo lo contrario a nuestra manera de pensar habitual, hemos de contemplarlo con detenimiento hasta convencernos de que, en verdad, todos y cada uno de los seres sintientes son más valiosos que cualquier logro externo. En realidad, los Budas y los seres sintientes son igualmente valiosos, los Budas porque nos revelan el camino hacia la iluminación y los seres sintientes por ser el objeto de la compasión que necesitamos cultivar para alcanzar dicha meta. Debido a que su bondad al ofrecernos la oportunidad de alcanzar la meta suprema, la iluminación, es la misma, hemos de considerar que los Budas y los seres sintientes son igualmente importantes y valiosos. Shantideva dice en su Guía de las obras del Bodhisatva:

«Puesto que los seres sintientes y los seres iluminados son iguales,

en que las cualidades de un Buda surgen en dependencia de ellos,

¿por qué no mostramos el mismo respeto a los seres sintientes

que a los seres iluminados?».

LOS SERES SINTIENTES NO TIENEN DEFECTOS

Es posible que pensemos que aunque es cierto que necesitamos a los seres sintientes para practicar la paciencia, la compasión, etcétera, no podemos considerarlos valiosos porque tienen muchos defectos. ¿Cómo podemos considerar que una persona que tiene la mente llena de apego, odio e ignorancia es muy valiosa? La respuesta a esta pregunta es bastante profunda. Aunque las mentes de los seres sintientes están llenas de engaños, ellos mismos no son sus defectos. Se dice que el agua del mar es salada, pero su verdadera naturaleza no lo es porque se puede separar la sal del agua. De igual modo, los defectos que vemos en los demás, en realidad, no son suyos, sino de sus perturbaciones mentales. Los Budas perciben las numerosas faltas de las perturbaciones mentales, pero nunca identifican a los seres sintientes con sus defectos, porque distinguen entre ellos y sus engaños. Si alguien se enfada, pensamos: «Es una mala persona y tiene muy mal genio», en cambio, los Budas piensan: «Es un ser afligido por la enfermedad interna del enfado». Del mismo modo que a un amigo que padeciera de cáncer, no lo culparíamos de su enfermedad física, cuando alguien está dominado por el odio o el apego, no debemos culparlo de las enfermedades de su mente.

Las perturbaciones mentales o engaños son los enemigos de los seres sintientes, y al igual que no culparíamos a una víctima de las faltas de su agresor, ¿por qué culpamos a los seres sintientes de las faltas de sus enemigos? Cuando alguien está dominado temporalmente por el enemigo del odio, no es correcto culparlo, porque en realidad él es una víctima. Al igual que un defecto en un micrófono no lo es de un libro, y uno en una taza no lo es de una tetera, las faltas de las perturbaciones mentales no lo son de las personas. La única reacción apropiada ante alguien que perjudica a los demás impulsado por los engaños es la compasión. En ocasiones es necesario obligar a quien se comporta de una manera muy perturbada a dejar de hacerlo, tanto por su propio bien como para proteger a los demás, pero nunca es apropiado culparlo o enfadarnos con él.

Por lo general, al referirnos a nuestro cuerpo y a nuestra mente, decimos: «Mi cuerpo» y «mi mente», de igual modo que nos referimos a nuestras otras posesiones, lo que indica que son diferentes de nuestro yo. El cuerpo y la mente son las bases sobre las que establecemos el yo, pero no el yo mismo. Las perturbaciones mentales son características de la mente de una persona, no de la persona en sí. Puesto que no es posible encontrar defectos en los seres sintientes, en este sentido podemos decir que son como Budas.

Desde este punto de vista, los seres sintientes son como los seres iluminados. Su mente que reside de manera continua es completamente pura. Esta mente es como un cielo azul, y sus engaños y demás mentes conceptuales, como nubes que surgen de forma temporal. Desde otro punto de vista, los seres sintientes se identifican a sí mismos de manera equívoca y se perjudican con sus engaños o perturbaciones mentales. Experimentan sin cesar inmenso sufrimiento en forma de alucinaciones. Por lo tanto, debemos sentir compasión hacia ellos y liberarlos de su profunda alucinación de la apariencia equívoca mostrándoles la verdadera naturaleza de las cosas, que es la vacuidad de todos los fenómenos.

Al igual que distinguimos entre una persona y sus perturbaciones mentales, también debemos recordar que estas últimas son solo características temporales o pasajeras de la mente de esa persona y no su naturaleza verdadera. Las perturbaciones mentales son pensamientos conceptuales distorsionados, que surgen de la mente como las olas surgen del mar. Al igual que las olas se desvanecen sin que desaparezca el mar, nuestras perturbaciones mentales también pueden eliminarse sin que cese nuestro continuo mental.

Debido a que los Budas distinguen entre los engaños y las personas, pueden percibir las faltas de las perturbaciones mentales sin ver ni un solo defecto en ningún ser. En consecuencia, su amor y compasión hacia los seres sintientes nunca disminuyen. En cambio, nosotros, al ser incapaces de hacer esta distinción, siempre vemos defectos en los demás, pero no reconocemos las faltas de las perturbaciones mentales, ni siquiera las de nuestra propia mente.

Hay una oración que dice:

«Esta falta que veo no es de la persona,

sino de sus perturbaciones mentales o de sus acciones.

Con este reconocimiento, que nunca encuentre defectos en los demás,

sino que los considere seres supremos».

Fijarnos en los defectos de los demás es la causa de muchas faltas y uno de los obstáculos principales que nos impiden considerarlos como personas muy valiosas. Si deseamos de verdad cultivar el amor que estima a los demás, hemos de aprender a distinguir a las personas de sus perturbaciones mentales y comprender que los culpables de todos los defectos que vemos en ellas son los engaños.

Nos puede parecer que esta afirmación se contradice con el apartado anterior donde se nos aconseja que reconozcamos nuestros propios defectos. ¡Si nosotros tenemos faltas, sin duda los demás también deben tenerlas! Pero no hay ninguna contradicción. Para que nuestra práctica de purificación sea eficaz hemos de reconocer nuestras propias faltas, que son nuestras perturbaciones mentales y acciones perjudiciales, y los demás también deben hacer lo mismo. Y para que nuestra práctica de amor hacia todos los seres sintientes sea eficaz, hemos de comprender que las faltas que vemos en sus acciones no son suyas, sino de sus enemigos, los engaños de su mente. Debemos apreciar el valor práctico de estas enseñanzas, no perder el tiempo en debates sin sentido.

Cuando una madre ve que su hijo tiene una rabieta, sabe que está actuando bajo la influencia de los engaños, pero no por ello deja de quererlo. Aunque reconoce que su hijo está enfadado, no piensa que sea una persona malvada o irascible por naturaleza, sino que sabe distinguirlo de sus perturbaciones mentales y continúa apreciando su hermosura y gran potencial. De igual modo, debemos considerar que todos los seres sintientes son sumamente valiosos y al mismo tiempo comprender con claridad que padecen las enfermedades de los engaños.

También podemos aplicarnos este razonamiento a nosotros mismos para reconocer que las faltas que tenemos, en realidad, no son nuestras, sino de nuestras perturbaciones mentales. Esto nos ayudará a no identificarnos con nuestros defectos, y así no nos sentiremos ineptos ni culpables y seremos más prácticos y realistas con nuestros engaños. Tenemos que reconocer nuestras perturbaciones mentales y tomar la responsabilidad de eliminarlas, pero para poder hacerlo con eficacia hemos de distanciarnos de ellas. Por ejemplo, podemos pensar: «En mi mente hay estimación propia, pero yo no soy esa perturbación mental y puedo eliminarla sin destruirme a mí mismo». De este modo, podemos ser totalmente despiadados con nuestras perturbaciones mentales, pero tener paciencia y ser bondadosos con nosotros mismos. No tenemos por qué culparnos por los numerosos engaños que traemos de vidas pasadas, pero si deseamos disfrutar de paz y felicidad en el futuro, es nuestra responsabilidad eliminarlos de la mente.

Como ya se ha mencionado, una de las mejores maneras de apreciar a los demás es recordar su bondad. Sin embargo, es posible que volvamos a discrepar: «¿Cómo puedo considerar que los demás son bondadosos cuando actúan con tanta crueldad y hacen tanto daño?». Para contestar a esta pregunta, debemos comprender que cuando alguien perjudica a los demás, lo hace porque está bajo la influencia de sus perturbaciones mentales. Estas son como una poderosa droga alucinógena que le obliga a actuar de manera contraria a su verdadera naturaleza. La persona que está bajo la influencia de los engaños está mentalmente enferma, porque se causa terribles sufrimientos y nadie en su sano juicio se comportaría de este modo. Todas las perturbaciones mentales se basan en una manera equívoca de ver las cosas. Cuando percibimos los objetos de la manera en que son en realidad, nuestros engaños desaparecen y las mentes virtuosas se manifiestan de manera natural. Las mentes como el amor y la bondad se fundamentan en la realidad y son una expresión de nuestra naturaleza pura. Así pues, cuando consideramos que los demás son bondadosos, vemos más allá de sus engaños y conectamos con su naturaleza pura, su naturaleza de Buda.

Buda comparó nuestra naturaleza de Buda con una pepita de oro cubierta de barro, porque por muy despreciables que sean las perturbaciones mentales, la verdadera naturaleza de nuestra mente permanece sin mácula, como el oro puro. Incluso la persona más cruel y degenerada tiene en su corazón un potencial de amor, compasión y sabiduría infinitos. A diferencia de las semillas de los engaños, que se pueden eliminar, este potencial es totalmente indestructible y constituye la naturaleza pura y esencial de cada ser. Cuando nos relacionemos con los demás, en lugar de fijarnos en sus engaños, debemos hacerlo en el oro interior de su naturaleza de Buda. Este modo de pensar no solo nos permite considerar que son especiales y únicos, sino que además ayuda a que afloren sus buenas cualidades. Al reconocer que en el futuro todos los seres se convertirán en Budas, con amor y compasión los ayudaremos y animaremos de manera natural a desarrollar su potencial.

Debido a que estamos tan acostumbrados a estimarnos a nosotros mismos más que a los demás, nos resulta difícil pensar que ellos son sumamente importantes, por lo que es necesario que adiestremos la mente con paciencia durante muchos años hasta que nos habituemos a hacerlo de manera natural. Al igual que el mar está formado por innumerables gotas de agua que se van acumulando durante mucho tiempo, las realizaciones de amor y compasión de los practicantes avanzados son el resultado de su continuo adiestramiento espiritual. Al principio, hemos de intentar amar a nuestros padres, familiares y amigos, y luego incluir a las personas de nuestra comunidad. Poco a poco debemos aumentar el ámbito de nuestro amor hasta abarcar a todos los seres sintientes.

Es importante comenzar con nuestro círculo más cercano, porque si intentamos amar a todos los seres sintientes en general, pero no estimamos a aquellos con los que nos relacionamos, nuestro amor no será auténtico, sino un pensamiento abstracto. Es posible que generemos buenos sentimientos durante la sesión de meditación, pero desaparecerán en cuanto termine y nuestra mente no habrá cambiado. No obstante, si al final de cada sesión de meditación tomamos la determinación firme de amar a las personas que tenemos alrededor y la ponemos en práctica, nuestro aprecio será sincero y estable. Si nos esforzamos con sinceridad por estimar a nuestros familiares y amigos, incluso cuando nos hacen la vida imposible, estaremos debilitando constantemente la estimación propia y poco a poco estableceremos en la mente una base firme para amar a los demás. Sobre esta base no nos resultará difícil extender nuestro amor a un mayor número de seres hasta que tengamos el amor y la compasión universal de un Bodhisatva.

Nuestra habilidad para ayudar a los demás depende también de la conexión kármica que tengamos con ellos, tanto de esta vida como de las pasadas. Todos tenemos un círculo de personas con las que mantenemos un vínculo kármico especial en esta vida. Aunque debemos aprender a estimar a todos los seres sintientes por igual, esto no significa que tengamos que tratarlos a todos de la misma manera. Por ejemplo, sería inapropiado tratar a las personas que no nos aprecian del mismo modo que a nuestros amigos y familiares, porque probablemente no lo aceptarían. También hay personas que prefieren la soledad o no les agradan las muestras de afecto. Amar a los demás es principalmente una actitud mental y la manera en que la expresamos depende de los deseos, necesidades y circunstancias de cada persona, y también de nuestra relación kármica con ella. No podemos ayudar materialmente a todos los seres sintientes, pero sí generar una actitud afectuosa hacia ellos. Este es el objetivo principal del adiestramiento de la mente. Si adiestramos nuestra mente de este modo, al final alcanzaremos la Budeidad y tendremos verdadera capacidad para proteger a todos los seres sintientes.

Al contemplar con detenimiento los razonamientos anteriores, llegamos a la siguiente conclusión:

Puesto que todos los seres sintientes son muy valiosos para mí, debo estimarlos y apreciarlos.

Hemos de considerar que esta determinación es como una semilla, mantenerla siempre en la mente y alimentarla hasta que se convierta en el sentimiento espontáneo del amor que estima a todos los seres sintientes tanto como a uno mismo. Esta realización se denomina igualarse uno mismo con los demás. Debemos valorar la paz y felicidad de los demás tanto como la nuestra, y ayudarlos a liberarse de sus problemas y sufrimientos al igual que nos esforzamos por eliminar los nuestros.

CULTIVAR LA HUMILDAD

El Bodhisatva Langri Tangpa dijo:

Cuando me relacione con los demás,

he de considerarme la persona menos importante,

Con estos versos, Langri Tangpa nos anima a generar humildad y a considerarnos inferiores a los demás y menos importantes que ellos. Como se ha mencionado con anterioridad, el valor de un objeto no es una cualidad inherente en él, sino que depende del karma de quien lo percibe. Debido a la relación kármica que una madre tiene con sus hijos, de manera natural los considera lo más hermoso del mundo. Para el practicante que busca la iluminación, todos los seres sintientes son igualmente valiosos tanto por su gran bondad como por ser objetos supremos para generar e incrementar sus realizaciones espirituales. Para este practicante, ningún ser sintiente, ni siquiera un insecto, es inferior o menos importante que los demás. Puesto que el valor que una persona tiene para nosotros depende del karma, es posible que nos preguntemos si el practicante que busca la iluminación considera que todos los seres sintientes son valiosos por su relación kármica con ellos. El practicante adopta esta actitud especial como resultado de contemplar razones correctas que hacen madurar su potencial kármico de considerar que todos los seres son sus preciosas madres. En realidad, todos los seres sintientes son nuestras preciosas madres, por lo que no hay duda de que tenemos una relación kármica especial con ellos, pero, debido a nuestra ignorancia, no lo sabemos.

Por lo general, todos preferiríamos disfrutar de una posición social elevada y de una buena reputación, y tenemos poco o ningún interés en ser humildes. Los practicantes como Langri Tangpa desean exactamente lo contrario: prefieren una posición inferior y que los demás disfruten de la felicidad de un estatus elevado. Estos practicantes se esfuerzan por cultivar la humildad por tres razones. Primero, porque si somos humildes, no desperdiciaremos nuestros méritos en objetivos mundanos, sino que los reservaremos para cultivar realizaciones espirituales. Nuestra acumulación de méritos es limitada, por lo que si la desperdiciamos en adquirir posesiones materiales, reputación, popularidad o poder, no nos quedará energía virtuosa en la mente para alcanzar realizaciones espirituales profundas. En segundo lugar, si cultivamos la humildad y deseamos que los demás disfruten de una posición social elevada, acumularemos una gran cantidad de méritos. Debemos comprender que ahora es el momento de acumular méritos y no de desperdiciarlos en placeres mundanos. En tercer lugar, debemos ser humildes porque el yo que normalmente vemos no existe. Hemos de considerar que el yo, el objeto de nuestra mente egoísta, es lo menos importante, algo que debemos olvidar o no tener en cuenta. De este modo, nuestro egoísmo se debilitará y nuestro amor por los demás aumentará.

Aunque muchos practicantes cultivan la humildad, también aceptan cualquier posición social que les permita ser de mayor beneficio para los demás. Si uno de estos practicantes se convirtiese en un miembro respetado de la sociedad, con poder y riquezas, su motivación para lograr estos objetivos siempre sería solo beneficiar a los demás. Los logros mundanos no le atraen en absoluto, porque reconoce que son decepcionantes y le hacen desperdiciar sus méritos. Incluso si se convirtiera en un rey, pensaría que todas sus riquezas pertenecen a los demás y en su corazón seguiría considerando que son seres supremos. Debido a que no se aferra a su posición social ni a sus riquezas como si fueran suyas, al poseerlas no consume sus méritos.

Debemos ser humildes incluso cuando nos relacionemos con personas que, según las convenciones sociales, sean iguales o inferiores a nosotros. Debido a que no podemos ver las mentes de los demás, no sabemos quién ha alcanzado realizaciones espirituales y quién no. Aunque una persona no tenga una posición social elevada, si en su corazón mantiene una actitud de amor y bondad hacia todos los seres sintientes, en realidad, es un ser realizado. Además, los Budas pueden manifestarse bajo cualquier aspecto para ayudar a los seres sintientes y, a menos que hayamos alcanzado la iluminación, no sabemos quiénes son sus emanaciones y quiénes no lo son. No podemos afirmar con certeza que nuestro mejor amigo o nuestro peor enemigo, o que nuestra madre o incluso nuestro perro no sean una de sus emanaciones. Solo porque pensemos que conocemos bien a alguien y lo hayamos visto comportarse bajo la influencia de los engaños, no significa que sea una persona ordinaria. Lo que vemos no es más que un reflejo de nuestra propia mente, y mientras sea ordinaria y siga dominada por los engaños, percibiremos de forma natural un mundo lleno de seres ordinarios y con perturbaciones mentales.

Solo cuando hayamos purificado la mente podremos percibir seres puros y sagrados de manera directa. Hasta entonces no sabremos con certeza quiénes son emanaciones y quiénes no lo son. ¡Es posible que todas las personas que conozcamos sean la emanación de un Buda! Quizás nos parezca muy poco probable, pero solo porque estamos muy acostumbrados a verlas como seres ordinarios; en realidad, no lo sabemos. Si somos realistas, lo único que podemos decir de alguien es que es posible que sea una emanación de Buda o que no lo sea. Esta manera de pensar es muy beneficiosa, porque si creemos que alguien puede ser una emanación, de forma natural lo respetaremos y evitaremos perjudicarlo. Desde el punto de vista del efecto que produce en nuestra mente, pensar que es posible que alguien sea un Buda es casi lo mismo que pensar que realmente lo es. Puesto que la única persona que sabemos con toda seguridad que no es un Buda somos nosotros mismos, si nos adiestramos en esta manera de pensar, llegaremos a considerar que los demás son más importantes y valiosos que nosotros.

Al principio, nos resultará difícil considerarnos la persona menos importante. Por ejemplo, cuando nos encontramos con un perro, ¿hemos de considerarnos inferiores a él? Podemos recordar la historia del maestro budista Asanga, que se encontró en el camino con un perro que se estaba muriendo, aunque en realidad era una emanación de Buda Maitreya. Cuando vemos a un perro, lo percibimos como un animal corriente, pero, en realidad, no sabemos cuál es su verdadera naturaleza. Es posible que Buda lo haya emanado para ayudarnos a generar compasión. Puesto que no lo sabemos con seguridad, en lugar de perder el tiempo especulando si este perro es un animal corriente o una emanación, es mejor pensar simplemente: «Es posible que sea una emanación de Buda». Desde este punto de vista, podemos pensar que somos inferiores al perro y este pensamiento nos protegerá de todo sentimiento de superioridad.

Una de las ventajas de la humildad es que nos permite aprender de los demás. La persona orgullosa no puede hacerlo porque cree que sabe más que ellos. En cambio, la persona humilde que respeta a todos los seres y reconoce que pueden ser emanaciones de Buda, mantiene una actitud abierta que le permite aprender de cualquier persona y situación. Al igual que el agua no se acumula en la cima de una montaña, las bendiciones y las buenas cualidades no pueden recogerse en la cumbre rocosa del orgullo. Si, en cambio, mantenemos una actitud humilde y respetuosa hacia los demás, las buenas cualidades y la inspiración afluirán hacia nuestra mente, como el agua de los arroyos que desciende hacia el valle.