Capítulo X. Yusuf ibn Texufin frente a Alfonso VI de León
El límite meridional del reino de Toledo
Cuando en el año 1085 cedía al-Qadir al rey Alfonso VI el reino de Toledo, este se estaba desmoronando territorialmente y los reyes de las taifas vecinas le iban arrancando jirones que anexionaban a sus propios reinos.
Iniciaba este desmembramiento, en 1077, a los dos años de la muerte de al-Mamun de Toledo, el rey taifa de Sevilla, al-Mutamid, apoderándose de Córdoba y haciendo retroceder la frontera toledana hasta las cumbres de Sierra Morena. No satisfecho con este primer asalto, el mismo rey de Sevilla lanzaba un segundo asalto, ahora al norte de la divisoria bética, y se apoderaba de las tierras más occidentales, ocupando Gafek (Belalcázar) y Talavera, aunque esta última plaza volviera pronto a la obediencia de al-Qadir. En 1079 al-Muqtadir ibn Hud de Zaragoza reclamaba también su parte y se apoderaba de las fortalezas de Molina y Medinaceli, aunque esta segunda sería recuperada no tardando por al-Qadir.
Al capitular la ciudad de Toledo no todas las tierras y comarcas del reino del mismo nombre pasaron a poder del rey leonés. Podemos señalar que el reino se dividió en cuatro porciones desiguales:
- La zona más próxima al reino de Valencia, integrada además por las tierras patrimoniales de al-Qadir, formada por las comarcas de Uclés, Huete, Santaver, Cuenca y Alarcón, quedó reservada para este príncipe, y como base de partida para desde ella entrar y ganar el reino de Valencia que se le había prometido.
- Alguna fortaleza lindante con el reino taifa de Zaragoza prefirió entregarse a este emir musulmán, que ya había intentado poco antes incorporarlas a su reino. Es el caso de Medinaceli y su tierra, que pasaron a manos de la taifa de Zaragoza.
- Una parte de la cuenca del Guadiana fue invadida por al-Mutamid e incorporada al reino de Sevilla. Esta es la suerte que siguieron las tierras dependientes de la fortaleza de Calatrava.
- La parte más extensa con mucho del reino toledano siguió la
misma suerte que la capital; su ocupación se hizo sin luchas
conocidas, pues su entrega se hacía siguiendo órdenes de al-Qadir y
mediante personas de su confianza. Las distintas fuentes enumeran
un elenco bastante amplio de las fortalezas que con sus respectivas
comarcas pasaron a manos de Alfonso VI:
- Al norte del Tajo: Talavera, Canturías, Santa Olalla, Maqueda, Escalona, El Alamín, Canales, Olmos, Calatalifa, Madrid, Buitrago, Uceda, Talamanca, Atienza, Riba de Santiuste, Guadalajara, Zorita, Hita, Brihuega y Almoguera.
- Entre el Tajo y los montes de Toledo: Mora y Consuegra.
- Al sur de los montes de Toledo, ya en la cuenca del Guadiana, sólo se enumeran tres fortalezas: Almodóvar del Campo, Caracuel y Alarcos. Lo más probable es que estas fortalezas sitas en plena Mancha no se sometieran a Alfonso VI el año 1085, sino que, ocupadas en un primer momento por al-Mutamid de Sevilla, le fueran entregadas al rey leonés el año 1091, cuando reclamó la ayuda de Alfonso VI ofreciéndole a cambio territorios.
Acerca de los incrementos territoriales del reino de Alfonso VI, el arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada es el único cronista en recoger en su obra De rebus Hispaniae cierta noticia que no dudamos en calificar de reelaboración juglaresca. He aquí esta noticia tal como la consigna el arzobispo:
«Habiendo fallecido sus sucesivas esposas, a saber: Inés, Constancia, Berta e Isabel, Alfonso VI se casó con Zaida, hija de Ibn Abbad, el príncipe sevillano, que después de bautizarla fue llamada María. Esta, habiendo oído las excelencias de Alfonso, aunque no le conocía personalmente, lo amó hasta tal punto que se hizo cristiana, y puso bajo autoridad de Alfonso los castillos que su padre le había asignado. Las fortalezas que entregó a su esposo fueron estas: Caracuel, Alarcos, Consuegra, Mora, Ocaña, Oreja, Uclés, Huete, Amasatrigo[7] y Cuenca. El rey tuvo en ella un hijo, a quien llamó Sancho, y que fue entregado para su educación al conde García Ordóñez, el de Cabra».
No cabe dar el menor crédito a la creación juglaresca de esa dote integrada por unos territorios que la mora Zaida había recibido de su padre y que ella aportó a Alfonso VI al casarse con él, ya que ni era hija del rey de Sevilla, sino nuera, como esposa del heroico defensor de Córdoba, Fath ibn Abbad al-Mamun, hijo del rey de Sevilla, ni existió jamás entre los musulmanes la costumbre de dotar a las hijas con una parte del reino. Tampoco, cuando Zaida pudo escapar del cerco almorávide de Almodóvar del Río y refugiarse entre los cristianos, estaba en condiciones de que la obedeciera ninguna fortaleza.
Además, los castillos enumerados por el arzobispo, salvo quizás Caracuel y Alarcos, nunca estuvieron bajo la autoridad del rey de Sevilla, luego mal podía entregárselos a su supuesta hija, y algunos otros de esos castillos como Uclés, Huete, Amasatrigo y Cuenca pertenecían al patrimonio familiar de al-Qadir y siempre estuvieron bajo el control de la familia de este rey de taifa, antes y después de la conquista de Toledo.
Estamos ante una leyenda que recuerda muy vagamente tres hechos reales: primero, que una princesa sevillana buscó y encontró refugio en la corte de Alfonso VI; segundo, que el emir sevillano al-Mutamid hizo cierta oferta de territorios al rey cristiano a cambio de su ayuda; y tercero, que esa princesa fugitiva dio un hijo a Alfonso VI, el futuro infante Sancho Alfónsez, y que convertida al cristianismo se casó con el monarca leonés.
De este matrimonio de Zaida con el rey Alfonso hablaremos más adelante en el lugar oportuno; ahora sólo queríamos desechar la leyenda de la dote aportada por la pretendida hija del rey de Sevilla.
Prescindiendo de la supuesta aportación territorial de la mora Zaida, los territorios del reino toledano anexionados al leonés por Alfonso VI pueden describirse así: la totalidad de la tierra sita al norte del río Tajo, desde los últimos confines de Talavera hasta las tierras conquenses, que formaban parte del patrimonio de al-Qadir. También se incorporaron al reino de Alfonso VI las comarcas entre el Tajo y los montes de Toledo, aunque la implantación cristiana en los primeros años fue muy escasa y pocas las plazas fortificadas. En cambio no parece que la autoridad de Alfonso VI, salvo en alguna fortaleza aislada, alcanzara a imponerse sobre la zona de La Mancha, donde los caídes musulmanes locales pudieron buscar el apoyo primero de al-Mutamid de Sevilla y más tarde de los almorávides, ya enseñoreados de al-Ándalus, para rechazar la autoridad del rey cristiano.
Yusuf ibn Texufin pasa por cuarta vez a al-Ándalus
El año 1097 cruzará Yusuf ibn Texufin el Estrecho por cuarta vez. La primera, en 1086, había sido la réplica a la conquista de Toledo y había conducido al enfrentamiento de Zalaca; la segunda, a los dos años, había tenido como objetivo la conquista de Aledo, y había acabado en un fracaso por la desunión y rencillas de los reyes de taifas; la tercera, el año 1090, tuvo como fin iniciar la deposición de los reyes de taifas, e incorporar al-Ándalus al imperio africano almorávide.
Esta última tarea, muy avanzada en 1094 con la conquista de Badajoz y la muerte de su rey taifa, había quedado inconclusa por el triple fracaso sufrido por los ejércitos almorávides ante el Cid Campeador. Las victorias cidianas habían servido de escudo protector para que pudiesen sobrevivir las taifas de Zaragoza, Lérida y Albarracín.
En Marruecos había conseguido imponerse la paz almorávide y todo el territorio permanecía en relativo sosiego viviendo su renovada vida religiosa, política y social bajo la nueva administración, ya sin encontrar resistencia apreciable. En cambio, en España, aunque sometido ya casi todo al-Ándalus a la autoridad de Yusuf, se mantenía viva la tensión y el peligro por la proximidad de los cristianos. Aquí era donde se ofrecía al emir almorávide un campo propicio para entregarse con fervor religioso a la yihad.
A principios de mayo de 1097 Alfonso VI partía de León al frente de un importante ejército en dirección a Zaragoza. Sin duda le guiaba el objetivo de intervenir con autoridad y fuerza en la nueva situación creada en Aragón por la conquista de Huesca, el 27 de noviembre anterior, por el rey Pedro I de Aragón. Durante la marcha le sorprendió la nueva del paso del Estrecho por el emir almorávide. Era la cuarta vez, al mando como era lógico de un nutrido ejército.
Ante una nueva de tal importancia abandonó los planes anteriores y se dirigió rápidamente a Toledo. Una vez en la ciudad del Tajo se pondría al frente de las defensas para desde allí movilizar y convocar otras fuerzas militares que no habían participado en la expedición a Zaragoza.
Ya vimos cómo Alfonso, ante la noticia del anterior desembarco, el tercero, de Yusuf el año 1090, había acudido a Toledo, movilizado las fuerzas del reino e incluso solicitado y obtenido la ayuda del rey de Aragón, Sancho Ramírez, que envió algún contingente de caballeros al mando de su hijo y heredero, el mismo que ahora, en 1097, era ya el rey Pedro I. Hemos indicado anteriormente cómo a nuestro juicio Yusuf, que no traía el objetivo de atacar Toledo, sino el de deponer a los reyes taifas, no se acercó en aquella ocasión para nada al reino de Alfonso VI, a pesar de la noticia contraria de alguna fuente árabe tardía.
Ahora, en cambio, el objetivo prioritario sería la guerra santa contra el infiel y en especial contra Alfonso VI. Para ello Yusuf ibn Texufin instaló su cuartel general en Córdoba, que se había convertido en la capital de sus dominios en España. Desde allí pretendía dirigir las diversas operaciones militares, y envió un numeroso ejército compuesto de almorávides y andalusíes, mandado por Muhammad ibn al-Hayy, contra la ciudad del Tajo.
Alfonso VI, al frente personalmente, como había hecho siempre, de sus fuerzas, a pesar de sus cincuenta años de edad, no quiso esperar al enemigo tras los muros de la ciudad, sino que salió a su encuentro hasta los confines de sus dominios. El sábado 15 de agosto de 1097, en las cercanías de Consuegra, se trabó la batalla campal, que nunca había rehuido Alfonso. El combate acabó con la clara victoria de los musulmanes; una parte de los cristianos fugitivos, junto con su rey, buscaron refugio dentro de los muros de Consuegra, donde permanecieron sitiados por el ejército almorávide durante ocho días, al cabo de los cuales Muhammad ibn al-Hayy levantó el asedio y retrocedió con sus fuerzas hacia Calatrava.
Entre las víctimas mortales del combate del 15 de agosto se contaba un joven de unos veinte años de edad llamado Diego Rodríguez, hijo único varón del Cid Campeador. Sólo nos ha llegado la noticia escueta de la muerte de este joven en el que sin duda estaban puestas todas las ilusiones de su padre, el gran Rodrigo Díaz de Vivar, el señor cristiano más poderoso de España después de Alfonso VI.
Se ha elucubrado que la presencia en la hueste regia del joven Diego Rodríguez era debida a que su padre le había enviado al frente de una parte de la mesnada cidiana, que había acudido a reforzar el ejército de Alfonso VI. Nosotros no juzgamos nada probable que el Cid se desprendiera de una parte de sus soldados en un momento también crítico para él, cuando otro ejército almorávide iba a marchar contra Valencia.
Juzgamos más verosímil el hecho de que el hijo del Cid se encontrara en el séquito del rey desde que en el año 1092 se había producido la reconciliación entre monarca y vasallo. Un signo de sumisión por parte del vasallo era el enviar a su único vástago a acabar su formación de caballero al lado del rey, y una muestra de amor de parte del monarca el aceptar al joven en su séquito más próximo. En una palabra, la presencia de Diego junto a Alfonso VI era la prueba más sólida de la total reconciliación entre este y su difícil y genial vasallo.
Ataques de otros ejércitos almorávides. 1097
El ejército que marchó contra Toledo, y que de algún modo fue detenido en Consuegra a pesar del descalabro sufrido por la hueste de Alfonso, no era el único que había movilizado y lanzado a la ofensiva el emir almorávide.
Otro segundo ejército a las órdenes de un hijo de Yusuf ibn Texufin, a quien su padre había colocado como gobernador de Murcia, de nombre Muhammad ibn Aisa, se puso en marcha casi por las mismas fechas contra las tierras del norte de la provincia de Cuenca. Era el territorio de Alarcón, Cuenca, Huete, Uclés y Santaver, que habían continuado bajo el poder de al-Qadir, el aliado de Alfonso VI.
A la muerte del régulo valenciano el año 1092 esas tierras habían caído en la órbita del reino de Alfonso VI, aunque continuaran habitadas por su población musulmana. Para su gobierno y defensa designó Alfonso VI al capitán más insigne con que contaba, Alvar Fáñez, a quien hemos visto mandar las fuerzas expedicionarias que entronizaron a al-Qadir en Valencia y luego dirigir otro cuerpo expedicionario que durante algunos años actuó con gran autonomía por tierras murcianas. Ahora había recibido otra misión especial, como era la de gobernar y defender esas tierras que habían sido de al-Qadir y que ahora recibirán el nombre de «tierras de Alvar Fáñez».
Según nos consta documentalmente, Alvar Fáñez era sobrino del Cid Campeador, pero no acompañó nunca a su tío en su destierro y hazañas por tierras de Aragón y Levante, sino que permaneció siempre muy próximo a Alfonso VI, que le honró con importantes mandos militares.
El segundo ejército almorávide, remontando el Júcar desde el territorio levantino controlado por los almorávides, atacaba esas tierras de Alvar Fáñez, que comprendían desde las fronteras de la taifa de Albarracín hasta Santaver y Zorita inclusive. La suerte de las armas también fue contraria a los cristianos, y aunque Alvar Fáñez fue derrotado, no parece que perdiera ninguna plaza, ya que los almorávides, tras haber saqueado el territorio que atravesaban, dieron media vuelta y volvieron a sus puntos de origen. Así nos narra este episodio al-Kardabus en su Kitab al-Iktifa:
«Antes de partir para África, Yusuf envió otro ejército al mando de Muhammad ibn Aisa a guerrear contra los infieles en la comarca de Cuenca. Muhammad se encontró allí con Alvar Fáñez, que salió a su encuentro; el cristiano fue derrotado y su tierra saqueada y destruida, después de lo cual los almorávides retornaron a sus lugares de origen victoriosos, recibiendo en todos los lugares del camino las felicitaciones y aclamaciones de la población».
No acabaron aquí los éxitos de las fuerzas almorávides en 1097, antes de que Yusuf regresara a África. Las mismas fuerzas almorávides de Levante, al mando del mismo gobernador de Murcia, Muhammad ibn Aisa, después de su expedición victoriosa contra Alvar Fáñez salieron en una segunda expedición contra las tierras valencianas controladas por el Cid.
Nuestras noticias proceden igualmente de la misma fuente musulmana:
«La siguiente expedición de Muhammad marchó hacia Alcira, que había sido atacada algún tiempo antes. Allí tropezó con una división del ejército del Campeador, que fue casi exterminada, de tal modo que muy pocos lograron escapar de las espadas de los almorávides en aquella memorable jornada. Cuando las noticias de este desastre llegaron al Campeador, le causaron tal pesar que murió al poco tiempo del disgusto. Que Alá no le perdone jamás».
Las fuentes cristianas no aluden en absoluto a este combate que habría que datar en el otoño muy avanzado de 1097. Sin embargo, el hecho de no hallarse en él el propio Rodrigo Díaz de Vivar, así como el que la iniciativa hubiera partido de las fuerzas cristianas y se limitara a una operación contra Alcira, nos hace más bien vislumbrar en este éxito almorávide un combate fronterizo entre las fuerzas cidianas de guarnición de Peña Cadiella y los soldados del Islam.
La afirmación de que el Campeador murió de pesar por esta derrota de una parte de su mesnada resulta una visible exageración, pues la muerte tardaría en llegar a Rodrigo todavía más de un año y medio. Durante este periodo que va desde el otoño de 1097 al verano de 1099, todavía tendría el Campeador ocasión de cosechar grandes éxitos.
Con este par de victorias, nada decisivas, se dio por contento Yusuf ibn Texufin, y después de haber reorganizado el gobierno de al-Ándalus y reforzado las fuerzas almorávides tomó el camino de vuelta al Magreb a fines de 1097 o en los primeros meses de 1098. El balance de esta ofensiva almorávide de 1097 no pudo ser más pobre. En ninguna parte habían retrocedido las posiciones cristianas, ni habían cedido al enemigo una sola ciudad o un solo castillo.
La muerte del Cid. 10 de julio de 1099
Ya hemos rechazado toda vinculación de la muerte del Cid con la campaña del almorávide Muhammad ibn Aisa en el año 1097 por tierras de Valencia. No nos consta que a lo largo del año siguiente ni el gobernador almorávide de Córdoba ni el de Murcia emprendieran ninguna campaña contra las tierras toledanas de Alfonso VI o contra las cidianas de Valencia.
En cambio será Rodrigo el que, tras su actitud defensiva del año 1097, tome la iniciativa bélica al año siguiente, deseoso sin duda de sacarse la espina que le había dejado clavada el percance sufrido por una de sus unidades en la comarca de Alcira.
Tanto Alcira como Játiva eran plazas que no habían seguido la suerte de Valencia, sino que habían permanecido desde 1092 bajo la autoridad del gobernador almorávide de Murcia, aunque el Cid mantuviera al sur de Játiva la posición avanzada de Peña Cadiella.
Cierto día que el Campeador había salido de Valencia en misión de vigilancia y exploración de los movimientos de las fuerzas enemigas, descubrió que el alcaide almorávide de Játiva había salido de esta ciudad con algunas tropas y entrado en Murviedro (Sagunto).
Probablemente los musulmanes de Sagunto, para escapar a la presión cristiana ejercida por los aragoneses desde Castellón y por el Cid desde Valencia, e impresionados por los últimos éxitos almorávides, solicitaron la protección de estos, que consideraban mucho más efectiva y útil que la teórica soberanía del rey taifa de Albarracín.
El Cid, considerando una amenaza para Valencia la presencia en Murviedro y en Játiva de los duros soldados africanos, reaccionó inmediatamente y, reunida su mesnada, se puso tras los pasos del alcaide de Játiva hacia Murviedro. Abu-l-Fath, que este era el nombre del alcaide de Játiva, al ver acercarse a las tropas de Rodrigo abandonó Murviedro y corrió a encerrarse en el castillo de Almenara, unos diez kilómetros más al norte.
Rodrigo, sin vacilar un instante procedió a cercar esta fortaleza, antes de que los vecinos de Almenara pudieran hacer acopio de víveres y pertrechos. El asedio duró tres meses entre duros combates, al cabo de los cuales los sitiados se rindieron. La entrega de Almenara debió de efectuarse mediante una capitulación, pues el Cid permitió que todos los que estaban dentro de la plaza pudieran abandonarla y volver libres e indemnes a sus lugares de origen.
A continuación, sin tomarse un descanso, el Cid procedió a establecer un duro y férreo cerco en torno a Murviedro, de modo que cortó cualquier entrada o salida del castillo. Sintiéndose muy apretados los del interior, solicitaron, como era usual, establecer un plazo para la rendición. Si durante ese plazo no les llegaban refuerzos que obligaran a levantar el asedio, entregarían la plaza como estaba convenido.
El Cid accedió a lo solicitado y les otorgó primero treinta días y luego doce más, sin que nadie se acercara a socorrer a los sitiados. En consecuencia, el día 24 de junio de 1098 los musulmanes de Murviedro hicieron entrega a Rodrigo de la fortaleza y de la ciudad de Murviedro, la actual Sagunto.
Con la ocupación de Almenara y Murviedro, toda la costa valenciana, a lo largo de más de cien kilómetros, desde Oropesa hasta la desembocadura del Júcar, se encontraba bajo el señorío del Campeador, salvo el enclave castellonés del rey don Pedro I de Aragón.
En julio de 1098 regresaba a Valencia Rodrigo Díaz. Ningún peligro inmediato lo inquietaba, en buenas relaciones y gozando de la paz y gracia de su señor el rey Alfonso; estrechamente aliado con Pedro I, rey de Navarra y Aragón; con un conde de Barcelona deseoso tan sólo de evitar cualquier conflicto con el Campeador; y con un rey musulmán en Zaragoza atento sólo a su propia supervivencia.
La única amenaza preocupante que podía aparecer en tierras de Valencia era la de los almorávides, que ya se habían enfrentado cuatro veces con el Cid o con sus hombres, pero esta amenaza parecía igualmente haberse desinflado con el regreso del emir Yusuf a Marruecos. Todo permitía augurar que el Campeador podría disfrutar en paz de un bien merecido periodo de descanso en su amada Valencia.
Sin embargo, he aquí la paradoja de la vida y del destino del hombre: Rodrigo Díaz de Vivar, que desde su adolescencia no había hecho casi otra cosa que guerrear, exponiendo su vida en continuos combates durante más de treinta y dos años, va a entregar esa misma vida a su Creador el 10 de julio de 1099, en el año más tranquilo y pacífico de su agitada existencia, cuando rondaba los cincuenta años de edad.
A su muerte todos sus bienes, íntegramente con el señorío y jurisdicción sobre las tierras por él conquistadas en Valencia, fueron heredados por su esposa, doña Jimena, a quien debían pertenecer hasta la hora de la muerte. Sólo cuando doña Jimena faltara, pasarían esos mismos bienes a las hijas del matrimonio, Cristina y María.
El señorío cidiano, desde la reconciliación entre el monarca leonés y su vasallo, jurídicamente formaba parte del reino de Alfonso VI, lo mismo bajo la autoridad de Rodrigo, que después de su muerte, bajo el gobierno de doña Jimena.
De momento, a pesar de la desaparición del Campeador, nada cambió durante tres años en el señorío cidiano, que pudo gozar de un periodo de relativa tranquilidad, manteniendo la integridad del territorio del señorío de Valencia bajo el gobierno de doña Jimena. Esta tarea pudo llevarla a cabo contando, cómo no, con la experimentada mesnada que había sido de su marido.