La historia de Elena
¿Qué puede representar mejor el anonimato en un cuerpo femenino? ¿El pelo largo con la raya en medio? Tal vez. ¿Una falda ni muy corta ni muy larga con raja? ¿El marrón como color preferido para la ropa? Tal vez. Pues bien, Elena reúne todas estas cualidades del anonimato: está proporcionada pese a ser pequeña, tiene los ojos claros y una boca bonita, pero su sonrisa y su mirada no intrigan, les falta esa luminosidad y esa malicia que hacen irresistible a una mujer.
Elena, hija única de padres hiperprotectores, creció rodeada de todo tipo de comodidades. Siempre se ha comportado con moderación, en su vida nunca ha habido un exceso: tuvo su primera relación a los 14 años, con su vecino, y fueron pareja hasta los 22, cuando él perdió la cabeza por una bailarina rusa de un club nocturno y la dejó.
Después de esta desilusión, Elena, que casi llega al altar, volvió a buscar al hombre adecuado para casarse.
Su lema es: fíate y confíate. La belleza no es importante, total, pasa con el tiempo, lo que importa es la seguridad.
Por lo demás, toda su vida se caracteriza por esta filosofía: con 25 años se licencia en Medicina y después decide especializarse en Psicología Clínica, pero, entre tanto, aprueba unas oposiciones y trabaja en un centro de asistencia para mayores.
Mientras que en los estudios y en el trabajo mantiene un equilibrio, en su vida sentimental ocurre todo lo contrario.
De hecho, cuanto más busca a un hombre, que sea «el adecuado» para ella y a quien pueda confiarse, más encuentra a los que son «buenos» en apariencia, pero que después de un tiempo la dejan por otra que normalmente es guapa, sensual e irresistible, lo contrario que ella: mona, serena y tranquilizadora.
Esta parece ser su condena.
Un día, mientras sale del centro donde asiste a clases de su especialidad, Elena se encuentra con Esteban, un hombre de su misma localidad. Ella, obviamente, lo saluda, y él le responde. Se paran un rato a hablar en la calle y luego deciden irse a un bar.
Los dos se gustan y comienzan a salir: Elena ve un rayo de esperanza. El hombre, en efecto, posee todos los requisitos para ser el adecuado: es mayor que ella, tiene una próspera empresa, buena presencia y no es peligrosamente atractivo, además de ser amable y cariñoso.
Dadas las circunstancias, de verse a enamorarse sólo hay un paso; pero, en el mejor momento, cuando todo va viento en popa, ocurre algo escalofriante: Esteban le ha ocultado a Elena que tiene dos hijas de su anterior matrimonio, que no terminó bien.
El descubrimiento ocurre por casualidad. Un día, Esteban va con Elena a la ciudad donde ella asiste a clases de su especialidad. Por azar, se encuentran con el director del centro, que se detiene a saludarlos con gran afecto.
El hecho, aparentemente banal, funciona como el «efecto mariposa» de las teorías de las catástrofes o, lo que es lo mismo, cuando el aleteo de las alas de una mariposa provoca una reacción en cadena hasta llegar a originar un huracán.
En este caso concreto, el aleteo de las alas viene producido por el sorprendente y claro desconcierto de Esteban ante el director del centro. Naturalmente, a las preguntas de Elena sobre por qué lo conocía tan bien, Esteban le responde de manera evasiva y falsa.
Las dudas que asaltaban a Elena comenzaron a atormentarla tanto que decidió hablar con su profesor. Él ya la había ayudado en el pasado dándole consejos útiles para ella y para su carrera. En cambio, esta vez, para su sorpresa, cuando le preguntó por qué conocía a su pareja, éste le contestó que no podía responderle ya que se lo impedía el secreto profesional.
Como la lectora podrá comprender, esta respuesta abrió en Elena una falla, que se transformó en un abismo oscuro y amenazante que debía aclarar a toda costa para evitar caer en él.
Motivada por esta indomable presión emocional, Elena insistió para conseguir información sobre él aduciendo que a ella también la vinculaba el secreto profesional, y que él, en su papel de profesor, debería haberla protegido de cualquier posible peligro.
De este modo, consiguió convencerlo y le reveló el cuadro de su compañero. El sujeto había llegado a él obligado por su abogado, debido a una denuncia por continuos malos tratos a su mujer y a sus hijas. El trastorno que sufría el paciente era una forma grave de manía persecutoria generada por una celotipia paranoica que lo inducía a controlar continuamente a su mujer y a someterla a amenazas y prohibiciones, hasta llegar a la violencia cuando ella se negaba a obedecer sus imposiciones. Su mujer, tras años de vejaciones, había decidido separarse, pero, a su demanda, el hombre se opuso violentamente, aislando a toda la familia y amenazándolas con un homicidio-suicidio, con el consiguiente terror de las hijas.
Afortunadamente, la hermana de la mujer, que sospechó porque durante horas nadie cogía el teléfono en casa de su cuñado, llamó a los carabineros, quienes consiguieron frustrar el intento y salvar a la madre y a las hijas. El suceso tuvo una gran repercusión en la prensa local e incluso Elena se acordaba. Todo el castillo de oro de su relación podía convertirse, en un momento, en una horrible prisión.
Pero después de este impresionante cambio de actitud, en su mente se abrió paso una duda: «¿Y si se hubiese curado? ¿Y si todo hubiese sido culpa de una mujer infiel a la que él amaba? Si fuera así, conmigo todo podría ser diferente».
Razonando de esta manera y haciéndose ilusiones, un cierto alivio volvió a su cabeza y, tras la tormentosa historia, una nueva luz le pareció posible al final del túnel. «Además —pensaba Elena para sus adentros—, merece la pena darle una oportunidad a un hombre tan atento y cariñoso que puede haber sufrido por culpa de otra mujer».
Elena decidió aclararlo todo de inmediato y esa misma tarde le contó a Esteban lo acontecido, quien, entre lágrimas, le pidió que lo comprendiese y lo perdonase por no haberle dicho nada de su pasado. Le confesó que tenía mucho miedo de perderla. Todo esto le confirmó aún más a Elena su hipótesis ilusoria, y su sentimiento de protección hacia el hombre se acentuó.
Pero, por muy fascinantes que puedan ser los sueños y firme la convicción de no querer ver, tarde o temprano uno de despierta y se da de bruces con la cruda realidad.
Unas semanas más tarde de la revelación, el hombre le pide a Elena que abandone sus estudios para que trabaje en su empresa. La haría responsable del departamento de personal, que le garantizaría unas ganancias mucho más altas de lo que podría obtener en su profesión como médico. Además, de esta manera podrían pasar más tiempo juntos.
Para ella, en busca de seguridad y estabilidad, este gesto significó la prueba definitiva del amor y la devoción de Esteban; por supuesto, no tenía nada que ver con la realidad: se trataba de un paso decisivo para ejercer el control total sobre ella.
No hubo consejo capaz de disuadirla de su propósito de aceptar la oferta: ni sus padres, ni sus amigos, ni siquiera su profesor, nadie consiguió ponerla en guardia ante este paso que la haría depender de Esteban. «Dejar la carrera ahora —intentó explicarle su profesor— no sólo significa echar por la borda años de sacrificio y de estudio, sino, sobre todo, estar a su merced».
Incluso la exmujer de Esteban, a petición de los padres de Elena, la llamó por teléfono para explicarle que, al principio, su marido se había comportado igual con ella. Pero ya era demasiado tarde, y para Elena esta llamada era una prueba más de la mala intención de la exmujer, que no quería ver a su exmarido finalmente feliz. Además, tenía la clara sensación de que había encontrado a su presa y de que ésta le ofrecía la madriguera donde refugiarse y disfrutar con calma. Se casaron…
Tres años más tarde, Elena terminó en coma en el hospital: conmoción cerebral debida a un fuerte trauma craneal causado por una agresión violenta por parte de su marido durante la enésima discusión. Después de lo sucedido, Elena volvió a ver a su profesor, esta vez no como alumna, sino como paciente.