Si ninguno es culpable, ambos lo son
Hace muchos siglos, el filósofo estoico Epicteto afirmaba: «Acusar a los demás de las desgracias propias es la vía de la ignorancia; acusarse a sí mismo significa comenzar a entender; dejar de acusar a los demás y a uno mismo es la vía de la sabiduría».
Para pelearse hacen falta dos, lo mismo que para dar por zanjada una relación amorosa, independientemente de quién culmine el gesto definitivo que ratifica el fin. Y aunque ninguno sea culpable del todo, cada uno tiene su buena dosis de responsabilidad. A quien sufre en una relación sentimental le cuesta digerir este concepto. Sin embargo, la mayoría de las veces, incluso en casos de clamorosa infidelidad, puede observarse una complementariedad entre los dos elementos de la pareja, origen de tal comportamiento indecoroso.
Ardengo Soffici, refinado intelectual toscano de comienzos del siglo XX, dijo, rescatando un lema de los antiguos egipcios: «No me gusta que la policía se inmiscuya en cuestiones amorosas; pero si tuviera que hacerlo, en el caso por ejemplo de una mujer pillada en flagrante adulterio, que empiece por arrestar al marido. Nueve de cada diez veces la culpa es suya».
En otras palabras: lo verdaderamente relevante es que aunque en una relación sentimental las responsabilidades no se distribuyan a partes iguales, siempre existe una interacción complementaria. Las víctimas crean sus propios verdugos al igual que los tiranos crean a sus sometidos en un juego de relaciones tipo síndrome de Estocolmo.
Así pues, intentar perseguir a un presunto culpable es tan engañoso como que uno de los dos asuma la total responsabilidad de lo que ocurre.
Los «guiones» que describiremos y discutiremos a continuación están basados en la observación de las complementariedades disfuncionales que presentan los miembros de la pareja en las relaciones amorosas y nunca en el enjuiciamiento de quién es más culpable.
En efecto, el hecho de detectar y castigar al presunto mayor responsable no resuelve el problema en absoluto; todo lo contrario, la mayoría de las veces lo complica aún más, pues el supuesto culpable se convierte a su vez en víctima del castigo.
Por lo tanto, hablar a las mujeres de sus errores no significa declararlas culpables absolutas de sus desastres sentimentales, sino que, más bien, lo que se pretende es hacerles ver aquellos que, en tal o cual dinámica, poseen más recursos y poder para conseguir un cambio constructivo.