Capítulo 3.

 

 

Donovan la miraba desde la puerta de la habitación. Se parecía mucho a ella, aunque sus ojos eran castaños y no azules, pero tenía el mismo perfil, la misma forma de mirar.

—¿Te gusta tu habitación Rebeca? —preguntó de repente Donovan haciendo que Bec se sobresaltara.

—Mi nombre es Bec, señor…

—Ha sido una descortesía por mi parte…Bec. Soy Donovan, William Donovan —le contestó siguiéndole la corriente en lo que a su nombre se refería. Ya había metido la pata llamándola por su nombre real una vez.

—Gracias por el momento que me ha hecho pasar —respondió Bec irónicamente intentando que el que ahora sabía que era Donovan, perdiera los estribos—, pero creo tengo que irme porque…

—Tengo algo que proponerte —la interrumpió Donovan obviando la ironía y cortándola antes de que tuviera que golpearla por su tono insolente—, si aceptas, no pasarás más hambre, tendrás tu propia casa, un trabajo y…

—¡Yo no tengo nada que te pueda servir, Donovan! —le interrumpió Bec—, ¡es que no sé cómo te lo tengo que decir, en morse quizás o por carta que es más de tu época!

Donovan la miró conteniendo las ganas de volver a abofetearla, pero continuó.

—Te ofrezco un posibilidad entre un millón, solo tienes que dejar que mi gente te prepare y luego podemos hablar de los detalles de mi proposición.

—¿Qué me preparen para qué? —preguntó ella indignada, porque aquel hombre parecía sordo.

—Mañana te harán la reconstrucción del labio superior, volverás a ducharte y a vestirte como una mujer normal, que es lo que realmente eres, y luego hablaremos con calma.

Sin más, Donovan abandonó la habitación. Bec estaba cansada, es cierto que mientras comía se había fijado en la habitación, parecía salida de una de las revistas que cogía de la basura, preguntándose una vez más porqué esa era la vida que le había tocado vivir.

Se fijó en el color salmón claro de las paredes, la amplia cama cuyo cabecero hacía juego con las mesillas de noche, la lámpara de techo que brillaba por los cristales que colgaban de sus brazos, el tocador, la alfombra mullida de color blanco... Se dirigió hacia las puertas del armario que tenía en frente, y al abrirlo pudo ver ropa de calle y de fiesta, y en la cajonera, lencería, ropa de sport, zapatillas y zapatos de tacón, todo perfectamente ordenado. Estaba alucinada. Se dirigió hacia otra puerta, donde se encontró con un inmenso baño, en una esquina una enorme ducha hidromasaje y a su lado un espejo de pie que cubría una porción de la pared desde el techo al suelo; en la pared opuesta un lavabo kilométrico lleno de estanterías y cajones repletos de cosméticos, maquillaje, perfumes… No sabía qué estaba pasando, pero estaba tan cansada, que decidió volver a la habitación y acostarse en la cama.

Dios, era increíble, nunca había dormido en un colchón, y si no era así desde luego que no se acordaba, aunque trataba de resistirse a dormir por todo lo que le habían hecho y por miedo a que le pudieran hacer algo más, su cuerpo desfallecido no pudo más y con ayuda de los narcóticos que le habían suministrado en la comida, apoyó la cabeza en aquella almohada y se quedó dormida.

Se despertó con mucho dolor de cabeza, sus grandes ojos castaños contemplaban la habitación y pensó que estaba dormida, hasta que de repente, se dio cuenta de lo que había pasado el día anterior, los hombres que disparaban, el hombre que la metió en el coche, el baño con las tres mujeres… Se levantó de golpe de la cama pero sus piernas no la mantenían en pie. ¿Qué está pasando?, se preguntó a sí misma. Miró al suelo y se dio cuenta, que llevaba puesto un precioso camisón negro de raso con puntilla. Alguien la había desvestido, ¿pero quién? Intentó ponerse de nuevo en pie pero estaba tan débil que se volvió a caer. Notó unas manos bajo sus axilas que intentaban ayudarla, y al mirar hacia la persona que la sostenía se quedó sin aliento, ¿estaba muerta?, porque aquel hombre era un ángel.

—Todavía estás muy débil, después de la operación no deberías haber intentado levantarte —le aconsejó el ángel.

—¿Operación? —preguntó Bec.

Y de repente se acordó de que le iban a reconstruir el labio. Apoyándose en aquel hombre, Bec se puso de pie.

—¿Puedes llevarme hasta el espejo?, necesito verme.

—Vaaaya —respondió el hombre—, no sabía yo, que las vagabundas sufrieran de vanidad.

—¿Me llevas o no? —replicó Bec enfadada, cuando aquel joven la llamó vagabunda. Vale que lo fuera, pero también era una persona.

La cogió en brazos, ya que estaba muy débil para caminar, y la puso delante del tocador, la bajó al suelo y la sostuvo por la cintura con ambas manos para que no se cayera.

¿Aquella chica era ella? ¡Tenía una boca completa! Ya no se le veía la dentadura, se veía guapa, por Dios, ¡guapa! Se contempló durante un rato y se fijó en su pelo; el día que la habían bañado no se había parado a pensar en cómo estaría limpia y con el pelo lavado, no daba crédito; su estatura era media, ni alta ni baja, ojos grandes y castaños, su pelo rubio caía liso hasta la cintura, y aunque se veía demasiado delgada, contempló la anchura de su huesuda espalda y cadera. Se acercó un poco más al espejo y se echó a reír.

—No conozco a Donovan, pero no creo que le guste mucho la cicatriz que me han dejado sobre el lado izquierdo, ¿no crees? —preguntó al hombre que estaba detrás de ella sosteniéndola.

—Vamos Bec —La retiró del espejo, alzándola nuevamente en brazos hasta llegar a la cama—. Te he traído el desayuno, luego cuando estés más repuesta te ducharás, te vestirás e irás a hablar con Donovan.

—Por cierto —dijo de repente Bec—, ¿Tú quién eres? ¿El mayordomo?

—No —contestó—, soy tu profesor de dicción y psicólogo. Me llamo Gabriel…

—¡Joder, pero si hasta tiene nombre de ángel! —exclamó Bec por lo bajo.

—¿Perdona? —dijo Gabriel.

—Nada... nada. Desayunar, vestirme, Donovan.

—¿Serás capaz de hacerlo sola?

—No tengo cinco años, señor psicólogo —contestó Bec—. Además… en la calle también me vestía solita —Añadió con sarcasmo.

Gabriel alucinado por la contestación, le dejó la bandeja con el desayuno encima de la mesilla de noche sin mediar palabra.

Bec, que estaba sentada en la cama, comenzó a comer un donut y empezó a beber el café con leche. No recordaba haber tomado un café así nunca.

Gabriel no le quitaba ojo, era cierto que comía y bebía con modales. ¿Quién coño era esa chica? Bec se dio cuenta que no le quitaba el ojo de encima así que lo despidió de su habitación como si de una reina se tratara.

—Puede retirarse, si necesito algo más tocaré la campanilla.

—¿Qué coño…? —contestó enfadado Gabriel—, no soy tu mayordomo, soy tu…

—Gabriel —Le interrumpió la voz de una mujer desde el marco de la puerta—, Donovan te espera en su despacho, ahora.

Como si le hubieran puesto un petardo en el culo, salió disparado de la habitación hacia el despacho de Donovan, jurando en todos los idiomas que conocía por cómo aquella vagabunda lo había tratado. ¿Mayordomo?, iría al despacho de su jefe sí, pero se juró así mismo que le diría un par de cosas.

Bec seguía deleitándose con su café, cuando la mujer que había interrumpido a Gabriel se le acercó.

—Buenos días Bec, ¿has dormido bien? —preguntó amablemente.

—Sí, gracias.

—Me llamo Ann y he venido para ayudarte con la ducha y la ropa, ¿te parece bien?

—Me parece estupendo, aunque creo que vas a tener que ayudarme a andar —le dijo Bec intentando esbozar una sonrisa—, no soy capaz de mantenerme en pie.

—Claro tesoro, te ayudaré en todo lo que me pidas —La cogió por debajo de las axilas, y la llevó al baño.

Aquella mujer le cayó bien desde el primer momento. Tenía una voz dulce, nada prepotente como Gabriel o Donovan. Era un poco más baja que ella, con el pelo castaño recogido en un moño y una figura regordeta. Sus ojos color miel la habían mirado como a una persona, directamente a los ojos y sin cambiar el tono de su voz, lo que hizo que se sintiera segura con ella.

 

Perdida
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