Capítulo 15.

 

 

La segunda noche en la que Gabriel tenía que ir a casa de Bec llegó tarde. Había tenido una consulta con una joven promesa del cine que no sabía cómo controlar su peso, y no hacía más que quejarse porque no sabía cómo tenía que soportar a todo el mundo que pululaba alrededor de ella.

Estaba deseando acabar aquella sesión e ir a casa de Bec.

La noche anterior se lo había pasado realmente bien con ella y cuando se había despertado aquella mañana, solo estaba esperando a que dieran las siete de la tarde para volver a verla. Bec había estado receptiva en todo momento, le había sorprendido mucho la forma en la que ella le había devuelto el beso y como había disfrutado de sus embestidas pidiéndole cada vez más.

Cuando llegó al piso de Bec, cuarenta y cinco minutos tarde, estaba sudando. Había decidido coger un taxi, pero como era de esperar en la ciudad que nunca duerme, había un atasco de mil demonios. Decidió pagar al taxista e ir corriendo hasta allí.

Cuando Bec abrió la puerta y se lo encontró en aquel estado se preocupó.

—¿Estas bien? ¿Qué te ha pasado?

—Dame un poco de agua, creo que me voy a deshidratar.

Acompañó a Bec a la cocina y tras ofrecerle el agua, se la bebió de un tirón.

—No he podido llegar antes.

—Ya me he dado cuenta —dijo Bec mirando el reloj de su cocina.

—¿Te importa si me ducho?

—No, claro.

—Bec —La miró Gabriel con ojos hambrientos—, mejor ven conmigo a la ducha, allí también podemos hacerlo.

Ella que no estaba muy segura, se lo pensó un momento, pero finalmente accedió. Gabriel había ido allí a acostarse con ella, que más daba donde lo hicieran.

El agua salía caliente y enseguida el baño se llenó de vapor. No tardaron nada en comenzar a besarse como habían hecho la noche antes, cuando Gabriel le pidió que apoyara la espalda contra la pared. La cogió por las nalgas y le pidió que enredara sus piernas alrededor de su cintura.       Cuando Bec se colocó, Gabriel la penetró a pelo y comenzaron a hacer el amor. Las embestidas eran más fuertes que la noche anterior al igual que los gemidos de ambos. Se besaban, se tocaban, se devoraban el uno al otro al otro sin piedad. Bec llegó primero al orgasmo quedándose laxa entre la pared y el cuerpo de Gabriel, pero antes de que él se corriera, salió de ella y eyaculó fuera.

Acabaron de ducharse y se dirigieron a la cocina.

—¿Quieres comer algo?

—La verdad es que estoy muerto de hambre.

—No creo que nunca hayas estado muerto de hambre… —le dijo Bec con una mirada dura—, pero supongo que estarás hambriento después de la carrera hasta mi casa y el carrerón de la ducha.

—Lo siento Bec... tenía que haber medido mis palabras —Estaba avergonzado por aquel comentario. Aquella era una frase hecha, pero claro, en aquel momento igual que la noche anterior, se había olvidado por completo de que ella había vivido casi toda en su vida en la calle y que esa expresión le debía traer malos recuerdos.

—Si no la hubieras dicho tú no serías el Gabriel que conozco —finalizó Bec aquella conversación.

Cenaron una pizza precocinada acompañada con cola, pero ninguno de los dos dijo nada. Acabaron la ligera cena y cuando se disponían a recoger, Bec no aguantó más.

—¿Cuándo acabemos de recoger te irás sin mediar palabra como ayer?

Gabriel la miró un poco desconcertado. La verdad es que la noche antes, después de hacerlo era así como se había sentido; desconcertado. Simplemente se había marchado porque no sabía cómo tenía que reaccionar. Cuando estaba con alguno de sus ligues, o bien se quedaba por voluntad propia o bien le pedían que se marchara. Pero con Bec no sabía cómo tenía que hacer.

—No pensé que te hubiera importado.

—No me contestes con esa displicencia, Gabriel —Bec no sabía por qué había utilizado ese tono con él, pero lo cierto era que cuando Gabriel se había marchado, ella se había quedado vacía.

—Escucha, voy a volver a hacértelo, y cuando acabe me marcharé. Tú y yo no somos novios ni amantes, ambos sabemos por qué estamos haciendo esto.

Sabía que tenía razón. Quién era ella para pedirle que se quedara. Tenían que hacerlo porque tenían que hacerlo. Por favor…, él era Gabriel, el hombre que la había martirizado durante cuatro años y que luego había conseguido su doctorado a costa de su vida. Era cierto que estaba segura con él a la hora de hacer el amor pero eso no significaba nada. Tan solo conocía a la persona no al hombre en sí. Así que dejando los platos encima de la encimera se dirigió a la habitación y se desnudó. Gabriel que la había seguido hasta allí, hizo lo mismo.

—Bien profesor, antes de que te vayas, qué hacemos ahora.

—Ponte de rodillas.

Bec obedeció y Gabriel se puso delante de ella agarrándose el miembro.

—Vas a hacerme una felación. Yo te guiaré para que no me hagas daño y aguantarás si embisto tu boca hasta que me corra en ella.

Cogiéndole el miembro con mano temblorosa se lo introdujo en la boca. Comenzó a lamerle el prepucio y luego comenzó a profundizar. Gabriel se agarraba el miembro desde la base arqueando la cadera suavemente para que ella se fuera acostumbrando. Realmente lo hacía bien. Estaba dándole mucho placer, así que la dejó hacer. Bec animada porque no la corregía, profundizó más en la mamada y oyó como Gabriel emitía un gemido echando la cabeza hacia atrás. Así que le cogió el pene, y mientras lo bombeaba dentro de su boca, movía su mano de adelante a atrás.

Gabriel estaba en éxtasis. Dios, hacía tiempo que nadie se la chupaba así. La cogió de la cabeza y se la metió más adentro de su boca. Le estaba follando la boca y ella no decía nada. Uno, dos, tres... ocho veces la penetro hasta que no pudo más y con un gruñido se corrió en la boca de Bec.

—¿Estas bien? —le preguntó Gabriel al sacar el pene de aquella cavidad.

—Sí, perfectamente. ¿Te he hecho daño?

Gabriel se rió. Daño es la palabra contraria que él utilizaría para lo que le acababa de hacer. Tenía un mes por delante e iba a provechar aquella boca más de una vez para que le diera placer oral, de eso estaba seguro. La puso en pie y él se tumbó en la cama.

—Tienes que darme un momento para que me recupere. No soy una máquina. Pero tranquila, antes de irme tendrás tu orgasmo.

Bec fue al baño a lavarse los dientes y quitarse el sabor salado del semen. Cuando volvió a la habitación, y eso que solo habían pasado tres minutos, se encontró con Gabriel dormido, cosa que le hizo gracia. Lo contempló unos minutos; parecía un ángel en aquella postura completamente estirado en la cama, su cara transmitía paz. La verdad es que no sabía nada de su vida sexual pero estaba segura que a ninguna le resultaba indiferente. Se acostó con él y antes de que se diera cuenta también se quedó dormida.

A las dos de la madrugada Bec se despertó de golpe. Alguien la estaba aprisionando desde atrás y notaba algo duro contra sus nalgas. Los recuerdos de aquella primera violación, cuando tan solo tenía diez años, la asaltaron con fuerza. No soportaba tener a nadie a su espalda. Dando un codazo a la persona que tenía detrás se soltó, se levantó de la cama y encendió la luz.

—¡Joder Bec!, me has hecho daño —exclamó Gabriel agarrándose las costillas donde ella le había alcanzado.

Bec al verlo retorcerse reaccionó al momento.

—Perdona, perdona. Es que... estaba dormida... y al notarte detrás…volvieron a mi cabeza...

—Vale, vale, tranquila —Gabriel notaba que estaba temblando y que seguramente había estado soñando con algo desagradable.

—No soporto tener a nadie detrás. Y tú me estabas abrazando fuerte y... tu miembro en mis nalgas...

—Eh, no pasa nada. Ya está.

—¿Te duele mucho? —Intentó cambiar de tema.

—Ha sido la sorpresa de recibir un golpe mientras dormía, nada más. Tomemos un poco de agua y hablemos.

Se dirigieron a la cocina todavía desnudos y bebieron un poco de agua fresca. Se sentaron a ambos lado de la barra sin dirigirse la palabra, hasta que Gabriel rompió el silencio.

—¿Te has defendido porque estabas recordando algo?

—Sí. Al hombre que me violó con diez años.

—Tendremos que trabajar en esa postura, en que tengas a alguien detrás —Gabriel la miraba para observar su reacción—. Seguramente con Swarz tendrás que hacerlo así alguna vez.

—Hay miedos que son fáciles de quitar del cuerpo pero no de la cabeza.

—Lo sé —Claro que lo sabía, era psicólogo, y aunque trataba a gente famosa también atendía a gente con problemas reales y sabía que la mente era la que muchas veces ponía el límite para conseguir el fin

—Ven, quiero que te sientes a horcajadas sobre mí.

Bec, que no había entendido muy bien aquel cambio de actitud, cuando dio la vuelta a la barra americana se dio cuenta que Gabriel se estaba masturbando.

—Vamos a borrar lo que ha pasado hace diez minutos. Siéntate sobre mí.

Se sentó encima y él la penetró, pero no se movió. Se dedicó a retirarle pelo de la cara y comenzó a besarla. Quería tranquilizarla así que decidió que tendría que ser ella quien se moviera.

Aquellos besos la volvían loca, cómo introducía su lengua en ella y los gemidos que salían de los dos. Inconscientemente comenzó a mover las caderas buscando la fricción que le daba placer hasta que las embestidas fueron cada vez más fuertes.

Gabriel, una vez que ella había empezado a moverse, se dejó llevar e hicieron el amor en aquella silla de la cocina, entregándose, devorándose. Cuando Bec llegó al clímax, Gabriel se apartó de ella y se alivió en el baño.

Cinco minutos después se despedía de ella dándole un tierno beso en los labios quedando para la noche siguiente.

 

 

Perdida
titlepage.xhtml
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_000.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_001.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_002.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_003.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_004.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_005.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_006.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_007.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_008.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_009.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_010.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_011.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_012.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_013.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_014.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_015.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_016.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_017.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_018.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_019.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_020.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_021.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_022.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_023.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_024.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_025.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_026.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_027.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_028.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_029.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_030.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_031.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_032.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_033.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_034.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_035.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_036.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_037.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_038.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_039.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_040.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_041.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_042.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_043.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_044.html
CR!N417XS0TEH5Z72Z6ME7N7BMXTPW1_split_045.html