Capítulo 3
ROSALIE se preguntó por enésima vez cómo había podido suceder aquello. A lo largo de diez años, había visitado innumerables obras sin tener el más mínimo percance. De manera que, ¿por qué en aquella ocasión en particular y estando en concreto con aquel hombre había tenido que hacer el tonto de aquella manera? En un momento dado estaba hablando con el arquitecto, impresionando a Kingsley con su experiencia, y al siguiente estaba de bruces en el suelo con la desagradable sensación de haberse roto un tobillo.
Fue Kingsley quien la tomó en brazos después de que ella intentara levantarse y estuviera a punto de desmayarse de dolor.
-Estoy... bien. Por favor... Puedo caminar.
-Estate quieta -ordenó Kingsley cuando ella se retorció entre sus brazos.
-Ya me siento mejor. En serio -mintió Rosalie.
-Y yo soy Mickey Mouse.
-Puede que sólo sea un esguince, señorita Milburn -dijo el arquitecto, que los acompañaba hacia el coche-. Pero debería ir al hospital.
-No pienso ir al hospital -respondió Rosalie de inmediato-. No por un esguince.
-Ahí es exactamente adonde vas a ir -dijo Kingsley, en un tono que no admitía réplica.
De no haber estado en sus brazos, Rosalie habría protestado con más energía.
-Bastará con que me lleves de vuelta a la oficina -dijo con tanta firmeza como sus nervios le permitieron.
Acababan de llegar al coche y Kingsley no dijo nada. El arquitecto abrió la puerta y él la dejó en el asiento con tanta delicadeza como si se tratara de una porcelana china. Aquel simple movimiento hizo que Rosalie se pusiera lívida de dolor.
-¿Y estás hablando de volver directamente a la oficina? -dijo Kingsley al verla-. No sé si lo sabes, pero tu tobillo ya tiene el doble de su tamaño normal.
Claro que Rosalie se había fijado. ¡Era ella la que estaba sufriendo el dolor, no él!
Kingsley cerró la puerta del coche, dijo algo al arquitecto y luego hizo una llamada desde su móvil. Después, entró en el coche.
-Voy a llevarte al médico.
Rosalie ya no se sentía con ánimos de discutir. Aquello debió de reflejarse en su expresión, porque Kingsley soltó una maldición a la vez que abría la guantera y sacaba una petaca de plata.
-Bebe un poco -dijo tras abrirla-. Es coñac.
-¿Coñac? No quiero...
-Bebe.
Rosalie sólo tomó un par de sorbos, pero lo cierto fue que el alcohol hizo que se le fueran las náuseas que sentía. Se quedó helada cuando Kingsley se quitó la chaqueta, la doblo todo lo posible y se inclinó hacia ella.
-Voy a poner esto bajo tu pie para protegerlo lo más posible, pero me temo que el trayecto no va a ser agradable.
Un momento después tenía la cabeza prácticamente sobre el regazo de Rosalie. Ella miró su pelo corto y negro, sus anchos hombros... y estuvo a punto de pedirle de nuevo la petaca.
-Gracias -dijo, con la esperanza de que Kingsley achacara su rubor al dolor.
Cuando se irguió, Kingsley se aflojó la corbata y soltó los primeros botones de su camisa. Tenía un cuerpo magnífico. Rosalie no lograba apartar la mirada de su amplio pecho. Finalmente, tomó la petaca y le dio otro trago.
-¿Estás en condiciones de que nos vayamos? -preguntó él en tono compasivo, y ella le dedicó una sonrisa valiente, pues no se fiaba de su voz. De pronto, la idea de ir a un hospital no le parecía tan mala; cualquier cosa con tal de salir de los claustrofóbicos confines de aquel coche.
Agradeció que Kingsley condujera con cautela, pero lo cierto era que cada ligera sacudida del coche le hacía morderse los labios de dolor.
Cuando se detuvieron ante un moderno hospital que se hallaba más cerca de Oxford que de Londres, preguntó:
-No será un hospital privado, ¿no?
-¿Qué tiene de malo un hospital privado? Aquí es donde trabaja un amigo mío y, por suerte, hoy está de guardia. Me ha dicho que estaba dispuesto a echar un vistazo a tu tobillo como favor. A partir de ahí, ya veremos qué hacemos, ¿de acuerdo?
Todo aquello se estaba escapando del control de Rosalie y no le gustaba. Además, Kingsley parecía tener un amigo para casa ocasión, pensó, resentida. Dado que la estaba ayudando, no parecía lógico que sintiera aquello, pero aquel hombre tenía la habilidad de sacar lo peor de ella.
-Habría preferido ir a un hospital público -dijo en tono remilgado.
-No puedo perder el tiempo sentado en la sala de espera de urgencias de un hospital -dijo Kingsley-. Tengo otra cita luego.
Ella le lanzó una mirada iracunda.
-¡Pues disculpa!
-Desde luego -Kingsley sonrió ante su furia-. Y ahora quédate quietecita hasta que vaya a ayudarte.
Por mucho que odiara obedecerlo, Rosalie no tenía otra opción y esperó a que fuera por ella. El mero hecho de flexionar un poco el tobillo le producía un intenso dolor.
Un instante después, Kingsley volvía a tomarla en brazos.
-Rodéame el cuello con el brazo -dijo-. Y no te preocupes, que no muerdo.
Rosalie lo miró. Había percibido un matiz de sensualidad en su voz que era pura dinamita. Cuando sus miradas se encontraron, vio que la expresión inicialmente divertida de Kingsley se había transformado en algo distinto, más intenso, más...
La llegada de otro coche al aparcamiento rompió el embrujo. Rosalie bajó la cabeza, ruborizada.
La siguiente media hora resultó bastante dolorosa, y al final Rosalie podría haber gritado de frustración cuando los rayos X confirmaron el diagnóstico del amigo de Kingsley; tenía un pequeño hueso roto e iba a necesitar una escayola.
Una hora después, estaban de vuelta en el coche. El tobillo estaba mejor una vez sujeto, pero la cabeza de Rosalie no dejaba de dar vueltas pensando en todas las citas y plazos de entrega de los siguientes días. Afortunadamente, gran parte del trabajo podía hacerse desde la oficina, pensó tras unos minutos, y de las visitas a las obras tendría que ocuparse alguno de sus socios. Se las arreglaría como fuera, porque no estaba dispuesta a renunciar a aquel trabajo.
-¿Cómo está tu tobillo? -pregunto Kingsley.
Rosalie pensó que parecía un poco irritado, y aquello le hizo recordar que había dicho que tenía una cita.
-Bien. Espero que todo esto no te haya retrasado demasiado añadió educadamente-. Habías mencionado una cita.
-Tengo un compromiso para cenar.
«Seguro que con una mujer», pensó Rosalie. Sintió una punzada de algo que no quiso definir. Sin duda, un hombre como Kingsley Ward tendría montones de mujeres entre las que escoger, pero su vida privada no tenía nada que ver con ella.
Lo miró de reojo y sintió una inexplicable calidez en su estómago mientras observaba su duro perfil. Era un hombre muy sexy, pensó, medio adormecida por el efecto de los analgésicos que le había dado el médico y el calor que reinaba en el interior del coche. Bostezó antes de poder evitarlo.
-Apoya la cabeza en el respaldo y duérmete -sugirió Kingsley.
Por algún motivo, la idea de dormirse de manera que él pudiera mirarla a su antojo no le agradó.
-No hace falta -dijo, y enseguida añadió-: Si ahora echara una siesta, esta noche no dormiría bien.
-¿Por qué? -Kingsley pareció sorprendido-. ¿Siempre te ha pasado eso?
«Desde Miles», pensó Rosalie, pero dijo:
-En los últimos años. Después de todo, tampoco es tan raro.
-Son los primeros indicios de estrés.
Rosalie se puso rígida al percibir cierto matiz de crítica en el tono de Kingsley.
-No creo. Me gusta mi trabajo.
-El problema no tiene por qué ser el trabajo. Hay más cosas en la vida.
-El resto de mi vida está totalmente libre de estrés, gracias
-replicó ella a la defensiva.
-En la época en que vivimos, nadie está libre de estrés. ¿Mantienes un equilibrio saludable entre el trabajo y la diversión? -insistió Kingsley, consciente de que estaba siendo injusto con ella después de lo que había pasado. Pero tuvo que reconocer que quería saber más sobre aquella mujer tan reservada. Había despertado su curiosidad... y también su deseo, y le molestaba el total desinterés que mostraba por él.
-Eso es asunto mío, ¿no te parece? -dijo Rosalie en tono gélido, como él esperaba.
-Lo siento. Es evidente que he tocado un punto débil.
Rosalie se volvió a mirarlo con expresión iracunda.
-Claro que no. Eso es una ridiculez -al ver que Kingsley alzaba las cejas pero no decía nada, añadió-. Lo digo en serio. No has tocado ningún punto débil.
-A mi parecer, la dama protesta demasiado.
«Y al mío, el caballero es un cerdo arrogante», pensó Rosalie, que permaneció en silencio.
-¿Tienes algún amigo, o un novio? -preguntó él con suavidad, aunque conocía la respuesta.
Ella estuvo a punto de decirle que se ocupara de sus asuntos, pero no le pareció adecuado. -No.
La escueta y fría respuesta habría hecho desistir a cualquier otro hombre, pero Kingsley no era cualquier otro hombre.
-¿Hace cuánto que no sales con un hombre?
Rosalie apenas pudo ocultar su enfado. ¿Cómo se atrevía a interrogarla de aquella manera?
-Yo prefiero la calidad antes que la cantidad.
Por lo visto, aquello no bastó para satisfacer la curiosidad de Kingsley.
-¿Cuánto tiempo? -insistió.
De pronto, la rabia de Rosalie se transformó en deseos de llorar. Hacía doce años que habían abusado de ella, que había estado a punto de volverse loca. Por un momento temió haber pronunciado aquellas palabras en alto, pero al ver que la expresión de Kingsley no cambiaba, supo que estaba a salvo. Nunca había hablado con nadie de su relación con Miles, ni siquiera a sus abuelos antes de que murieran, y nunca lo haría. Todo lo que sabían sus familiares y viejos amigos era que había estado casada y que todo había acabado. Sus nuevos amigos ni siquiera sabían aquello.
Respiró hondo y rogó para que su voz no revelara el temblor que sentía por dentro.
-Bastante. No lo recuerdo con precisión. No pertenezco a esa clase de personas que se dedican a poner muescas en la cabecera de su cama... como otros.
No pudo evitar cierta satisfacción al ver que la boca de Kingsley se tensaba.
-Supongo que te refieres a mí, ¿no? -preguntó, serio.
-Yo no he dicho eso. Pero el que se pica...
-Yo no me he picado.
-Ya.
-Tengo mis defectos, Rosalie, pero la promiscuidad no es uno de ellos.
-A mi parecer, el caballero protesta demasiado.
Por un segundo, Rosalie se preguntó si habría ido demasiado lejos, pero se sorprendió al ver que Kingsley reía, y se sorprendió aún más al comprobar que, por primera vez desde que lo conocía, la sonrisa alcanzó sus ojos.
-Tocado. Supongo que me lo he buscado.
«Oh, no, no me hagas esto», pensó Rosalie. «No te escapes del estereotipo. No eres la clase de hombre capaz de reírse de sí mismo. Eres arrogante y un obseso del control. Se te nota a la legua».
-De manera que me tienes catalogado de mujeriego, ¿no?
Rosalie dudó un momento.
-Yo no he dicho exactamente eso -dijo a la vez que se recordaba que estaba hablando con el mejor cliente que había tenido Carr and Partners en años-. Además, en realidad no te conozco.
-Eso es cierto -acababan de detenerse ante un semáforo y Kingsley se volvió a mirarla-. ¿Y cómo podríamos solucionar eso para que me dieras una opinión más formada?
-No creo que mi opinión te importe demasiado.
La mirada de Kingsley se detuvo un momento en los tentadores labios de Rosalie.
-Puede que no me guste que me tomen por lo que no soy -dijo, y volvió a sonreír.
Estaba flirteando con ella. Rosalie lo miró un momento, pero el semáforo cambió a verde y él siguió conduciendo. Cada vez que un hombre había intentado aquello en el pasado lo había rechazado con delicadeza o ásperamente, dependiendo en primer lugar de si estaba casado o no, y en segundo lugar de la naturaleza de su insistencia. Algunos de los casados habían sido los peores, pero también había tenido que mostrarse especialmente fría con algún que otro joven lanzado.
Pero Kingsley era diferente, lo que lo convertía en más peligroso, y por tanto debía evitarlo a toda costa. Ella ya había cometido la estupidez de enamorarse locamente y había comprobado que era un timo; volver a cometer el mismo error la convertiría en la mayor estúpida de la tierra. Desafortunadamente, a lo largo de los diez años anteriores había descubierto que tampoco estaba interesada en el sexo sin amor. Y por todo ello había decidido centrarse por completo en su trabajo y obtener todas sus satisfacciones a partir del ejercicio de su profesión.
Buenos amigos, una bonita casa, suficiente dinero para viajar donde quisiera... Pero lo más importante era conservar su independencia y el control de su vida.
-Necesito unas señas.
-¿Qué? -Rosalie salió de su ensimismamiento al oír la voz de Kingsley.
-Un lugar al que dirigirme -a pesar de estar conduciendo, Kingsley podía ver de reojo el rostro de Rosalie, y había notado su tensión. Desde el primer momento en que la vio en aquella maldita fiesta había sabido que iba a darle problemas. Se percibía en la contención con que movía su elegante cuerpo y en la frialdad de sus ojos grises
-Puedes dejarme en el despacho. Estaré bien.
-Te llevaré a casa -el tono de Kingsley no invitaba a la discusión.
-Tengo cosas que hacer en el despacho.
-Tal vez, pero tendrán que esperar a mañana. No se puede jugar con los analgésicos que te han dado.
¿Por qué le había afectado tanto aquella mujer desde su primer encuentro?, se preguntó Kingsley, malhumorado. A él no solía faltarle compañía femenina, pensó, con más irritación que placer, y no entendía qué hacía diferente a aquella mujer. Pero lo más probable era que no fuera diferente; simplemente jugaba el juego de forma diferente. A pesar de todo, lo afectaba tanto, que apenas podía pensar con claridad.
Se pasó una mano por el pelo, enfadado consigo mismo. Era demasiado realista y cínico como para simular que creía en algo más que la mera atracción animal entre los sexos, pero aquella mujer lo desconcertaba, y era sorprendente que no estuviera con algún hombre.
-¿Vas a darme unas señas o quieres que siga dando vueltas por Londres toda la noche? -preguntó con más brusquedad de la que pretendía.
Rosalie lo miró con el ceño fruncido.
-Vivo bastante cerca de la oficina. Te indicaré cómo ir cuando estemos más cerca.
-Gracias -replicó Kingsley en tono sarcástico.
-De nada -lijo Rosalie, y se preguntó por qué se empeñaba aquel hombre en convertirlo todo en un enfrentamiento.
Poco rato después, Kingsley detenía el coche ante la casa de Rosalie. Su expresión lo dijo todo cuando vio los cinco peldaños que tenía que subir para acceder al portal.
-Lo sé -dijo ella-. No es lo ideal dadas las presentes circunstancias. Mañana pediré a Jenny que me traiga unas muletas. Así podré moverme con más facilidad.
-¿Tú crees?-preguntó él con ironía a la vez que abría la puerta del coche para salir.
Rosalie hizo algo que no hacía desde niña: le sacó la lengua mientras salía. Reconoció que había sido algo infantil, pero aquel hombre la sacaba de quicio.
-¿Sueles sufrir a menudo regresiones a tu infancia? -preguntó Kingsley cuando abrió la puerta
Aquel hombre debía tener ojos en la espalda, pensó Rosalie, pero en aquella ocasión logró contener su rubor.
-Te lo merecías -replicó-. Estoy esforzándome por facilitarlas cosas y tú me vienes con ironía. Kingsley siguió mirándola un momento y luego asintió.
-Tienes razón. Lo siento.
La sinceridad de su tono sorprendió a Rosalie, que parpadeó.
-Sí, bueno,., no tiene importancia.
-Me alegra que hayas aceptado mis disculpas tan rápidamente -dijo él mientras la tomaba en brazos. Rosalie se alegró de haber tenido la previsión de sacar sus llaves antes. Abrió la puerta de la casa mientras él la sostenía y pasaron al interior.
La casa tenía tres plantas más un sótano en que vivía la casera.
-No me digas que vives en la planta más alta -dijo Kingsley en tono resignado al ver las escaleras.
-Vivo en esta planta -replicó Rosalie con petulancia-. Esa es mi puerta.
Kingsley la miró al percibir la satisfacción de su tono.
-Muy lista -dijo, y la mirada de sus ojos azules se volvió tan intensa, que pareció luminosa.
Inclinó lentamente la cabeza y Rosalie no hizo nada por evitar su boca mientras lo observaba, fascinada. Sintió la calidez y la firmeza de los labios de Kingsley cuando tocaron los suyos en un beso que no resultó nada amenazador.
-Será mejor que te meta en casa -dijo él cuando alzó la cabeza-. Has tenido un día muy duro.
Ruborizada, Rosalie buscó la llave en su llavero con manos temblorosas.
¿Acaso se había vuelto loca? ¡Había permitido que Kingsley la besara! ¿Habría creído que su respuesta había sido una invitación para algo más? ¡Por encima de su cadáver!
Abrió la puerta y pasaron al vestíbulo.
-Ya puedes bajarme -dijo a la vez que se erguía, pero Kingsley hizo caso omiso de sus esfuerzos.
-¿Dónde está el cuarto de estar? -preguntó.
Rosalie señaló una puerta con la mano.
-Ahí, pero no hace falta que te quedes. Sé que tienes una cita, y ya has sido muy amable trayéndome a casa.
Kingsley la ignoró y entró con ella en el cuarto de estar.
-Es muy bonito -dijo mientras miraba a su alrededor, pero Rosalie no estaba de humor para admirar la decoración, a pesar de que había pasado meses decorando y amueblando su piso para que fuera exactamente como lo había imaginado la primera vez que lo vio.
El cuarto de estar era el más amplio, con grandes ventanales que lo inundaban de luz natural. Los suaves tonos amarillos y crema de paredes y cortinas y el mobiliario de pino casaban a la perfección. Señaló un gran sofá que se hallaba en un extremo.
-Si me dejas ahí estaré bien -dijo con la cabeza inclinada, para que Kingsley no pudiera pensar que se estaba insinuando.
-No voy a saltar sobre ti, Rosalie -dijo él mientras la dejaba con delicadeza en el sofá.
Por un momento, ella se sintió perdida al dejar de sentir el contacto con el cuerpo de Kingsley, pero cuando registró lo que acababa de decir alzó la cabeza.
-Sé que no vas a hacerlo -mintió con vehemencia-. Pero tienes un compromiso para cenar.
-Lo tenía -dijo él mientras la observaba y se cruzaba de brazos-. Cuando Kirk ha confirmado que tenías un hueso roto, lo he cancelado.
-No deberías haber hecho eso -protestó Rosalie.
Kingsley se encogió de hombros.
-En realidad, sólo lo he pospuesto. ¿Eso hace que te sientas mejor?
-Pero estoy...
-No digas que estás bien. ¿Qué clase de hombre crees que soy? Acabas de romperte un hueso, y lo menos que puedo hacer es asegurarme de que comas algo antes de acostarte, ¿de acuerdo? ¿Dónde está la cocina?
Aquello era una locura. Rosalie aún sentía en los labios el cosquilleo provocado por el beso, y quería preguntarle por qué la había besado, pero Kingsley parecía haberlo olvidado como si no hubiera tenido la más mínima importancia. El hecho era que la había besado, y eso no estaba en el contrato. Ni hablar.
-Soy perfectamente capaz de prepararme un sándwich -logró decir en tono desenfadado-. Además, después de la comida de hoy apenas tengo hambre -aquello era mentira. Lo cierto era que estaba muerta de hambre. Por lo visto, romperse un hueso abría el apetito. ¿O se debería a toda la energía nerviosa que malgastaba estando con aquel hombre?
-¿Un sándwich? -Kingsley le lanzó una mirada reprobatoria-. Son casi las ocho y hemos comido a la una. Necesitas algo más que un sándwich, y yo también.
Habría sido una grosería contestar que podía irse a comer lo que quisiera fuera, sobre todo teniendo en cuenta que Kingsley acababa de decirle que había cancelado su compromiso por ella, pero eso era exactamente lo que Rosalie habría querido hacer.
-Me temo que no tengo nada. Iba a hacer la compra hoy al venir.
-¿Comida congelada? -sugirió Kingsley.
-Tampoco tengo congelador. No es necesario para una sola persona, y además prefiero los productos frescos.
Kingsley sonrió.
-Da igual. Pensaba encargar la comida. ¿China, india, italiana?
Rosalie se rindió. Le dolía el tobillo y estaba demasiado cansada como para protestar.
-China.
-Mi favorita. ¿Te apetece algo en especial? -Sorpréndeme -dijo Rosalie, taciturna.
-Nada me gustaría más. ¿Tienes un menú a mano? -No, pero hay la esquina de la siguiente calle.
Kingsley asintió, se acercó a la televisión para encenderla y luego entregó a Rosalie el mando a distancia.
-Necesitaré las llaves para entrar.
Rosalie se las entregó sin decir nada y cuando, unos momentos después, la puerta se cerró tras Kingsley, dio un prolongado suspiro. Nunca se había sentido tan agotada, y debía de tener un aspecto horrible.
El ultimo pensamiento la impulsó a moverse. Dando saltitos con el pie bueno y apoyándose en las paredes y los muebles pudo llegar al baño. Cuando vio su aspecto en el espejo, gimió y se preguntó por qué querría Kingsley cenar con ella.
Tras unos minutos de intensa actividad logró mejorar en parte su imagen, pero su pierna buena empezó a protestar por tener que cargar con todo el peso de su cuerpo. A pesar de todo, fue a la cocina, donde, tras permanecer sentada durante un par de minutos en un taburete, sacó platos,, vasos y cubiertos.
Kingsley no tardó en llegar y un rato después estaban sentados a la mesa ante un auténtico festín.
-Esto bastaría para alimentar a todo un ejército -dijo Rosalie.
Kingsley sonrió.
-No sé tú, pero yo estoy hambriento.
-Me alegro, porque yo no voy a ser capaz de comerme la mitad.
Rosalie no habría creído lo que fue capaz de comer Kingsley si no lo hubiera visto con sus propios ojos. Cuando terminaron, él se encargo de darle los analgésicos junto con un vaso de agua.
-Gracias -dijo ella, reacia. No necesitaba que nadie la cuidara, y menos aún Kingsley Ward.
El captó el mensaje en su tono, pero Rosalie estaba pálida como un fantasma y decidió dejarlo correr.
-¿Necesitas ayuda para prepararte para la cama? -preguntó.
Sus miradas se encontraron y, cuando vio el brillo de los ojos de Kingsley, Rosalie no pudo evitar una sonrisa.
-Puedo arreglármelas, sola, gracias.
-¿Quieres que prepare un café antes de irme?
-No, gracias.
-¿Y un té? Sé que a los ingleses os encanta el té.
-No, gracias.
-¿Manzanilla? ¿Cacao?
-¡Nada, gracias!
-Corrígeme si me equivoco, pero sospecho que he abusado de tu hospitalidad -dijo Kingsley en tono perezosamente burlón. Luego se inclinó, tomó una mano de Rosalie, la hizo girar y la besó en al palma-. Buenas noches, Rosalie -dijo tras erguirse-. Que duermas bien.
-Buenas noches -el beso había provocado un agradable cosquilleo por todo el cuerpo de Rosalie, que se sintió muy orgullosa de no haber retirado la mano de inmediato a pesar de los intensos latidos de . su corazón-. Gracias por todo lo que has hecho hoy por mí -añadió educadamente.
-Es mi especialidad socorrer a las damas en apuros.
Rosalie logró sonreír con bastante naturalidad antes de que Kingsley se volviera hacia la puerta. Un instante después se había ido.