Epílogo
FUE una boda sencilla, pero no por ello menos perfecta.
La novia estaba radiante con su vestido plateado de gasa y encaje. Kingsley no lograba apartar la mirada de ella, y el amor que brillaba en su rostro hizo llorar a todas las mujeres, sobre todo a algunas de ellas, que habían alimentado alguna vana esperanza.
Hacía un día de sol radiante y después de la recepción en un lujoso hotel de Londres se organizó un baile en los jardines que duró hasta que el último invitado se retiró.
Kingsley había organizado una luna de miel de tres meses en varios lugares exóticos, pero aquella noche tenía planeado ir a un lugar especial. Dejaron a los últimos invitados aún bailando y se marcharon en la larguísima limusina que los aguardaba a la puerta del hotel. Animada por el champán y la excitación, Rosalie no paraba de reír y se sentía como si estuviera en un sueño.
-¿Adónde vamos? -preguntó.
-Espera y verás, señora Ward.
Estaba tan atractivo que, de no haber sido por el conductor, Rosalie le habría quitado la ropa allí mismo. Kingsley rió cuando ella le preguntó cuánto tiempo iban a tener que esperar para estar solos y le dijo que fuera paciente.
-No puedo serlo -Rosalie volvió el rostro hacia él y le acarició el regazo con una mano-. Te deseo
Kingsley le tomó la mano y se la llevó a los labios.
-Tentadora -murmuró-. ¿Acaso quieres que te haga el amor aquí mismo, en la parte trasera del coche?
-No me importaría.
-A mí sí. Nuestra noche de bodas va ser muy larga y pausada, y voy a pasarme toda la noche demostrándote cuánto te quiero. Quiero acariciarte, saborearte y explorarte una y otra vez.
Cuando el coche se detuvo, Kingsley llevaba un rato besando a Rosalie, disfrutando voluptuosamente de ella en la penumbra del coche.
-Kingsley, esto es... -la voz de Rosalie se fue apagando mientras abría los ojos de par en par.
Beth y George habían vendido la casa y se iban a Nueva Zelanda al día siguiente. Rosalie estaba triste por su marcha, y también sabía que iba a echar de menos su preciosa casa.
-Tuyo -concluyó Kingsley por ella antes de abrir la puerta del coche y salir.
Tras despedir al conductor, cruzaron el maravilloso jardín que Rosalie se había resignado a no volver a ver y entraron en la casa.
-Queríamos una casa en Londres, así que, ¿por qué no comprar esta que te gusta tanto? -dijo él con suavidad-. Está vacía para que la amuebles como te apetezca, excepto el dormitorio principal, que ya está preparado para esta noche, aunque puedes cambiarlo si no te gusta.
-Oh, Kingsley... -Rosalie se quedó sin palabras.
Antes de subir, salieron a la parte trasera. El cielo estaba cuajado de estrellas y los deliciosos aromas del viejo jardín recordaron a Rosalie la primera que estuvo allí con Kingsley.
Cuando subieron al dormitorio, se quedó asombrada al ver la enorme cama que dominaba el centro, las magníficas estanterías que cubrían dos de las paredes y el exquisito decorado general.
-De manera que este es el motivo por el que Beth y George enviaron todo su mobiliario a Nueva Zelanda hace semanas y se trasladaron a vivir de alquiler -Rosalie se volvió hacia Kingsley, que la miraba con ojos sonrientes-. Oh, querido, ¿qué puedo decir? ¿Cómo encontrar las palabras para decirte cuánto te quiero?
-No hace falta que lo hagas -Kingsley rodeó su talle con las manos y la atrajo hacia sí-. Tienes el resto de la vida para demostrármelo.
Rosalie miró su boca y se preguntó cómo había podido pensar alguna vez que era implacable. Kingsley la besó en los párpados, en las orejas y en la garganta antes de volver a su boca. La desvistió lentamente y dejó un rastro de besos en cada parte de su cuerpo, hasta que la tuvo temblando de deseo y necesidad entre sus brazos.
Él ya estaba muy excitado, y sus impresionantes atributos masculinos hicieron que, a pesar de todo lo sucedido en su pasado, Rosalie se sintiera tan maravillada y anhelante como una virgen.
Él la admiró y la amó con sus ojos, con sus manos y su boca, y su audacia despertó en Rosalie una desinhibición de la que nunca se habría creído capaz.
Kingsley le hizo cosas que nunca le había hecho nadie, y supo que había estado esperándolo toda su vida sin saberlo.
-Te quiero, amor mío -susurró él-. Vamos a seguir y seguir y seguir y cada vez va a ser mejor.
Rosalie no podía creer que lo que estaba experimentando pudiera mejorar. Alargó los brazos hacia él y lo atrajo de manera que se colocara sobre ella.
-Por favor, por favor...
Él no esperó más y la poseyó tan completamente, que cada célula del cuerpo de Rosalie se vio colmada de placer y pasión.
Aquella era su vida, su futuro. Aquel era su amor.
fin