Capítulo 2

 

LO SAGRADO FEMENINO

 

Después de que los doce se levantaran de sus asientos, que rodeaban una mesa circular de centro hueco y elevado, del que nacían cuatro accesos orientados hacia los cuatro puntos cardinales, donde se hallaba sentado el maestro, y abandonaran la estancia, Miriam y Juan se acercaron al monje barbado.

 

-Antes de nada, quería manifestarte que soy consciente de que la clase de historia que estoy impartiendo al grupo te será un tanto aburrida -Juan lo miró perplejo, balbuciendo que, muy al contrario, le estaba resultando muy instructiva. -Muchas gracias por tu cortesía, de todos modos. Recuerdo que me dijiste, al poco de llegar, que habías conocido a ABRAXAS, el gran iniciador. Corrígeme si me equivoco pero... ¿acaso su aspecto no es el de un hombre con cabeza de gallo y piernas de serpiente?  -Juan se quedó estupefacto. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. En una conversación íntima con el monje le confesó que había recibido la visita de ABRAXAS y que éste le había abierto los ojos a una realidad trascendente. Pero nunca mencionó su forma. Al menos, el aspecto con el que se le había aparecido. Y, ahora, resulta que el maestro conocía esa manifestación oculta de ABRAXAS. -No te asombres, querido hermano, pues hace años que recibí su visita. Y ese grandioso acontecimiento marcó el final de una vida de creencia ciega en un dios desconocido y el nacimiento de una devoción verdadera por el conocimiento directo de Dios -sí, sin duda alguna, el anciano había sido tocado por la vara mágica del conocimiento trascendente, se decía Juan para sus adentros. Tras un tiempo de detenido examen de las palabras del monje, se decidió a romper su silencio.

 

-Sí, querido maestro, así es, recibí su visita cuando me hallaba encarcelado por un delito que, si me lo permites, yo diría que comete prácticamente todo ser humano moderno en cada pequeño gesto. Pues, en verdad te confieso que, enfrentarse con la sombra de esta sociedad no deja de ser una auténtica empresa heroica. Es la lucha con el dragón. Pero quien derrota al dragón obtiene como premio el acceso a su poder. Ese fuego que calienta e ilumina el sendero individual y, con ello, también el de la humanidad, desde las más altas cotas del Conocimiento.

 

-Has hablado con Sabiduría, mi querido hermano. Reflejo de que, en efecto, has batido al dragón. Por supuesto, la estancia divina está protegida por el gran Draco. Pero no sé si sabrás que también existe una maldición para el héroe que abate al dragón. Y esa maldición es la soledad que necesariamente acompaña a toda vida solar. Es como si el fuego divino te cegara, perdiendo con ello el sentido de la vista. En realidad, lo que pierdes es el interés por los asuntos mundanos, aquellos que tanto interesan al resto de los mortales. Y no se trata de que no les prestes la debida atención. Sencillamente, se es consciente de que toda desabrida materialidad o fenomenología no es sino pura ilusión, manifestación de algo trascendente. Y es ese ámbito de lo Trascendente el que, a partir de ese proceso iniciático, importa realmente.

 

-Maestro, es cierto lo que dices; cuanto más avanzo en el conocimiento de mi esencia, haciendo uso del tercer ojo ciclópeo, menos me interesan los asuntos que tanto importan al resto de los mortales. Sin embargo, he aprendido que no debemos menospreciar el ámbito de la materia. Pues, al fin y a la postre, ella es el soporte físico en el que se emplaza la divinidad. Es como el lecho sobre el que discurren las aguas del gran río de Sabiduría. El vuelco unilateral hacia el ámbito del Espíritu lleva aparejado el desprecio por lo material y, con ello, del cuerpo físico. Entender el cuerpo como cárcel es, hasta donde mi conocimiento alcanza, un error tan grave como olvidar la importancia del Espíritu en el desenvolvimiento de todo acontecimiento material. Existe una interconexión entre ambos aspectos de una misma realidad, si bien es cierto que la materia, por ser el ámbito de lo temporal y, por consiguiente, del eterno devenir o del perpetuo cambio, siempre estará subordinada al dominio intermedio de lo psicoideo u holotrópico, es decir, al mundo de imágenes simbólicas. En ese mundo intermedio, lo material se espiritualiza y lo espiritual se corporeiza. Ese ámbito es, en realidad, nuestra propia Alma, allí donde el Espíritu se hace fecundo. Ese “lugar” es ajeno a nuestras categorías de espacio y tiempo, y de materia y energía. Para utilizar un símil científico muy al uso podríamos decir que el ser humano se comporta como onda y como corpúsculo. Y, a pesar del dualismo, aquellas no son sino manifestaciones de una misma y única realidad.

 

-Querido Juan, cuánta sabiduría destilan tus palabras. Desde luego, tu estancia en la cárcel ha sido un viaje por las penumbras del infierno, de donde has robado el fuego a los dioses. Me gustaría contarte la historia de mi vuelco hacia el conocimiento trascendente. Creo que la ocasión se presta a ello y, así, tal vez podamos intercambiar pareceres. Miriam nos puede acompañar en este viaje, pues ella personificará aquella María Magdalena, la matriz o santo grial que contiene la sangre real, la sabiduría de Dios -Miriam sonrió, mientras lo miraba fascinada por sus últimas palabras. -En los años de mi mocedad, yo era un joven inquieto y bastante rebelde. Ya había sido reprendido por mis superiores cuando estudiaba Teología, dadas mis heréticas interpretaciones y mi cuestionamiento de las Sagradas Escrituras. Esto me condujo, con el tiempo, a la excomunión y a mi reclusión en este antiguo monasterio. Bueno, no quiero aburriros con estos detalles que no interesan demasiado. Lo realmente importante viene ahora... Como consecuencia de mi carácter inquisitivo y mis ansias de trascendencia me dediqué durante años a buscar, a investigar sobre simbología esotérica, aprendí Astrología y rebusqué entre documentos antiguos de movimientos gnósticos que me mostraran el camino al conocimiento de Dios. Por mis manos pasaron los manuscritos del mar muerto y la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi. Estos textos no hacían sino afianzar mi convencimiento de la diferencia sustancial entre el cristianismo ortodoxo, literal o patriarcal, aquel que enseñan en la escuela y que inculcan cuando aún no tenemos uso de razón, y el cristianismo gnóstico. Según estos textos gnósticos el conocimiento de uno mismo nos conduce al conocimiento de Dios, pues nosotros somos Dios. Y ese nosotros, no tiene nada que ver con nuestro ego. Disponemos de una esencia divina, una chispa de luz original. Y el descubrimiento de esa chispa divina resulta tras una verdadera iniciación, una entrada en la estancia celeste, o infernal, depende del punto de vista que se adopte y de la etapa del viaje en la que uno se encuentre. Inmerso en mis vastas pesquisas, un día recibí la visita de un ente imaginario. Una mujer sumamente seductora que me llamaba a copular con ella. Era un sueño que me enfrentó a un terrible adversario. Esa imagen llamaba a mi concupiscencia, a mis más bajas pasiones… Hermanos, ¡cuán pocas visiones me han ocasionado tanta perplejidad! Mientras me debatía entre la vida y la muerte encontré, de pronto, entre los muros de este antiguo monasterio, una estancia en cuyo interior estaba enterrada la efigie de una doncella. La verdad es que fue un hallazgo milagroso. Pareciera como si los hados me hubiesen conducido hasta allí, sin participación consciente alguna. A juzgar por las telarañas con las que me topé en la entrada hacía muchos años que nadie había bajado allí. De hecho, que yo supiera, las personas que conocían el monasterio desconocían la existencia de aquel recinto. Al encender una de las antorchas que rodeaban sus muros, me di cuenta de que aquello era una tumba. Bajé unas escaleras y entré en una cámara funeraria. En su centro había un féretro, con unos dibujos del Sol y de la Luna, y una inscripción en griego decía: “Aquí yace la efigie de la sagrada doncella que cohabitó con el señor en amorosa unión”. Me dispuse a descorrer la losa que ocultaba a la difunta. En su interior hallé la efigie de una joven, que sujetaba, con sus manos, un libro sumamente deteriorado. Por su apariencia tenía el aspecto de un auténtico papiro.  Lo recogí de sus manos y, sin esperar siquiera a cerrar la lápida, me precipité a ojearlo. Pero… ¡cuál no sería mi frustración al descubrir que se trataba de una simple Biblia! ¡De nuevo la ortodoxia ronda por mi vida! Me dije entonces. De modo que dejé el libro en el centro de una mesa redonda, rodeado por cuatro candelabros, y en una estancia en la que el efecto de la luz y la humedad no hiciera estragos en semejante hallazgo. Orillé allí el libro y continué mi búsqueda personal por otros lares. Estudié la simbología astrológica y me percaté de la impresionante fuente de conocimiento esotérico que suponía aquella antigua ciencia de los astros. Un día me dio por encender los cuatro candelabros, que rodeaban el papiro, al mismo tiempo y, cuál no fue mi sorpresa al descubrir que, lo que en apariencia era una Biblia al uso, corriente y moliente, aunque un tanto antigua, encubría textos en un idioma que me era desconocido. Tras ese descubrimiento fortuito investigué la lengua de aquel vetusto ejemplar y, para asombro mío, averigüé que era copto; es decir, la lengua que utilizaban los cristianos egipcios del siglo II. La misma que los manuscritos encontrados en Nag Hammadi. ¡Eureka! Me dije en aquel momento. Este debe ser un hallazgo fenomenal. Estudiándolo detenidamente advertí que, detrás de cada evangelio canónico, existía un texto cuyo conocimiento no me fue accesible hasta mucho tiempo después. De modo que, cuando la luz de los cuatro candelabros refulgía iluminando el papiro, tras la apariencia de un texto ortodoxo, se ocultaba, en copto, el otro texto. Con el tiempo supe que esos escritos escondidos eran del todo heterodoxos. ¿Qué importante secreto se ocultará tras semejantes tratados? Me preguntaba a la sazón. Examinando el libro con detenimiento descubrí, en su deteriorada cubierta, la imagen de una mujer completamente desnuda. Esta imagen sólo era visible cuando la luz de los cuatro candelabros (o de sus doce velas) coincidía en el centro de la portada. El cuerpo de esa joven era sedoso, moreno y de contornos bien marcados. Era una auténtica beldad, lo más parecido a una diosa. Su largo cabello, negro como el azabache, acariciaba sus desnudos senos, y sus extremos parecían indicar que en sus genitales se encontraba la puerta que da acceso a la estancia divina, a través del mayor placer corporal que pudiera uno imaginarse. Aquella imagen, que había pasado desapercibida durante tanto tiempo a mi atención, prendió en mí una pasión que jamás había sentido. Me debatí entre los deseos de la carne y las altas esferas divinales que la ortodoxia cristiana me había inculcado durante los años de mi formación como sacerdote. Sí, hijos míos, incluso el más abnegado esfuerzo no alcanza a mostraros sino la mera sombra suplantadora del conflicto que embargaba mi ser interior, un flojo trasunto de sus más externas manifestaciones.

 

-Maestro- interrumpió Juan, mientras el monje parecía perder su mirada en el vacío, como actualizando en su memoria la figura de la oscura doncella -esa imagen semeja mucho la que se me apareció en sueños durante mi encarcelamiento. De hecho, fue ella quien me insinuó que mi estancia en la cárcel era un estadio necesario de un proceso de desarrollo personal. Hay quienes atraviesan ese período permaneciendo en un hospital o en un psiquiátrico; los hay, también, que lo traspasan recluidos en un monasterio, como intuyo que te sucedió a ti, maestro. Pero el aspecto externo que adopte esa fase del camino poco importa, lo importante es el resultado. Es decir, que el magnífico acontecimiento de la iniciación acabe por concretarse en sublime experiencia vital. Y, por definición, toda iniciación atraviesa por una serie de ordalías que le enfrentan al adepto a sus peores facetas y a sus miedos más soterrados.

 

-Así es, querido hermano, fue durante mi obligado retiro en este monasterio cuando esa imagen surgió de entre las tinieblas de mi interioridad. Y descubrí que el aspecto femenino de la divinidad había sido lacerado durante siglos. Los siglos de dominio de la religión cristiana. Sí, queridos hermanos, la figura femenina de la portada de la Biblia, que era la misma que la doncella que exhumé en el sepulcro, representa a María Magdalena, la mujer que ha sido repudiada por los Padres de la Iglesia. Y resulta que el antecedente de esa mujer, prostituta según la ortodoxia, aunque en la Biblia nunca se menciona tal palabra y sí, en cambio, la de “pecadora”, debemos hallarlo en las antiguas Prostitutas Sagradas, consagradas a la Diosa de los mil nombres. En las religiones orientales de Sumeria, Babilonia y Canaán las herederas o las sacerdotisas reales realizaban la unción de la cabeza del rey con aceite, pues ellas representaban a la Diosa. En aquel período, anterior al cristianismo, existían decenas de templos ofrendados a la Diosa. En ellos ejercían la función de mediadoras entre los hombres y la Diosa unas mujeres que recibían el nombre de Hieródulas o “servidoras sagradas” del templo. Estas mujeres consagraban su vida entera a la Gran Diosa. Los extranjeros que entraban en el templo para comulgar con ella mantenían relaciones sexuales con las Hieródulas, sus intermediarias. La experiencia sexual así experimentada tenía un carácter sacro, pues el extranjero vivenciaba un estado de éxtasis mediante el cual accedía a los secretos que la Diosa proporcionaba. Ella era la iniciadora del hombre en los secretos del Amor, quien le concedía el favor de adquirir la Sabiduría. Desde luego que, en aquella época, también existían mujeres que ejercían lo que hoy denominaríamos la prostitución, esto es, aquellas que mantenían relaciones sexuales a cambio de dinero. Pero su estatus era indiscutiblemente diferente y hasta su nombre difería en no poca medida. Estas últimas eran las Hetairas. Mientras que las hieródulas disfrutaban de un enorme prestigio social y, pese a su consagración a la Diosa en el Templo, disponían de grandes privilegios, las hetairas eran simples trabajadoras del sexo. Y, a pesar de ello, nunca fueron tan denigradas como lo han sido durante el dominio del patriarcado. Gracias al libro que encontré, en aquel preciso momento, descubrí que nosotros, los hombres y mujeres contemporáneos, somos herederos de esa lacra que, durante siglos, ha venido azotando a tantas y tantas generaciones -de pronto, el anciano enmudeció. Sus ojos se humedecieron y una lágrima se deslizó por su rostro.

 

-Maestro… me ahelea sobremanera cuanto dices. Si me lo permites, me gustaría hacer un pequeño inciso y contarte una vivencia que tuve durante mi estancia en la cárcel.

 

-¡Por supuesto, hermano! Por favor, cuéntanos.

 

Mi experiencia con lo sagrado femenino incluyó, en sus comienzos, lo que bien podría denominarse un auténtico aquelarre. Una noche, en mitad de la mayor oscuridad que jamás había experimentado, en un estado de caos interior en el que parecía que algo dentro de mí se fuera a desgarrar, tuve una visión. En ella presencié lo que semejaba una reunión de brujas en un bosque que no había visto en toda mi vida. En aquella montaña boscosa un macho cabrío, con su pene horrorosamente desproporcionado, estaba fornicando con una joven virgen. A su alrededor tenía lugar una orgía. Hombres, mujeres y animales realizaban el acto sexual de un modo completamente desenfrenado, al compás de una música extrañísima. No sólo había mujeres núbiles, sino también maduras, e incluso entradas ya en edad. Éstas últimas eran auténticas brujas, con atuendos negros y escobas. Junto a ellas había escuerzos y unos pájaros negros, lo más parecido a cuervos, revoloteaban a su alrededor. Varios gatos, negros también, acompañaban a una vieja bruja mientras removía una enorme olla en la que preparaba un brebaje que incitaba al frenesí orgiástico a quien lo bebía. Allí se presenciaban escenas de un aberrante desenfreno sexual, de zoofilia, homosexualidad y, posiblemente, incesto, en torno a la figura del macho cabrío, quien presidía la visión desvirgando a una joven blanca como la luna. En esa escena se llevaba a cabo la trasgresión de todo tabú conocido. Cuando retorné al mundo de los vivos me percaté de que me había manchado los pantalones. Tal fue mi excitación que no pude contenerme.

 

-Querido hermano, lo que en esa escena has presenciado representa, efectivamente, una noche de brujas, un aquelarre. Y, por definición, asistes a una orgía. El desenfreno que viviste en tu visión tenía la finalidad de romper con todos los tabúes sociales, con todo control racional, de modo que pudieras retornar al caos primordial, a la fuente, es decir, se trataba de una toma de contacto con las fuerzas instintivas que dormitaban en tu interior. Sólo así se accede al inframundo. Estabas muriendo al mundo de las apariencias y renaciendo a la realidad trascendente. El macho cabrío representa al Dios de la antigüedad, contraparte de la Diosa. Y ese Dios recibió el nombre de Dionisos en Grecia y de Baco en Roma, dioses de la embriaguez y de la orgía. Los romanos celebraban en su honor unas fiestas que denominaban bacanales. Posteriormente, a ese dios del descontrol se lo llamó Pan. Este dios del desenfreno ha dado su nombre al término “pánico”, ese terror que se adueña de la naturaleza toda y de todos los seres ante su presencia, a quienes enturbia el espíritu y enloquece los sentidos. Fijaos en que hay un dicho ancestral que reza como sigue: “el gran Pan ha muerto”, queriendo significar el fin de una sociedad. En la actualidad, los carnavales son fiestas orgiásticas que desempeñan una función análoga a las bacanales romanas. En tu caso, representaba el fin de una vida que estaba muriendo, la vida natural precisamente, vislumbrándose, ya entonces, tu renacimiento al ámbito del Espíritu. Cosa que, como sabes, observado sub specie aeternitatis, está sucediendo al mismo tiempo con los pilares de la civilización occidental.

 

-Cierto, y es que si no has muerto y vuelto a nacer extranjero eres en la tierra oscura. Y, desde luego, en ese tránsito nada de lo humano puede resultarle a uno ajeno. Como tampoco, probablemente, nada daimónico. Y, sí maestro, el mismísimo ABRAXAS me reveló que todo cuanto sucedía en mi interior, estaba aconteciendo en el mundo, tal como tú mismo afirmas. Pero, discúlpame, te he interrumpido, continúa contándonos tu experiencia con lo eterno femenino.

 

-No te disculpes, ha sido muy interesante lo que nos has expuesto acerca de tu experiencia iniciática. Y, por favor, os ruego expreséis con toda libertad vuestras vivencias. Es el modo de enriquecernos los tres. Además, tu visión está muy relacionada con mi propia experiencia. No olvides que los atributos orgiásticos, aplicados en la antigüedad a Dionisos, fueron representados por la corriente cristiana en la figura del Diablo. Con ello, se los consideró como manifestaciones malignas, transformándose en la tradición cristiana que ha llegado hasta nosotros.

 

-Maestro, por favor, prosigue por donde te habías quedado. Me resulta sumamente interesante lo que dices con respecto al cambio sufrido en el status de lo femenino con el desarrollo del cristianismo. Siempre me había parecido que esta sociedad misógina es el resultado de siglos de represión del elemento femenino de la divinidad. Pero, antes, me gustaría formularte una pregunta con respecto a los textos gnósticos que has mencionado: ¿es cierto que esos papiros se hallaron cerca de un antiguo monasterio, mientras un campesino árabe excavaba en busca de fertilizante para los cultivos? -Miriam, que hasta entonces había permanecido en silencio, limitándose a escuchar con atención las vivencias narradas por sus hermanos, mostró un gran interés por el hallazgo de los evangelios gnósticos que conforman la Biblioteca de Nag Hammadi.

 

-Miriam, así es, déjame que te cuente un poco la historia. En diciembre de 1945, después de la segunda gran guerra, Muhammad Áli al-Samman, como bien dices un campesino árabe, se marchó a Jabal al-Tarif, una montaña en la que habían excavadas más de 150 cuevas, de las que se cuenta que fueron labradas, pintadas y utilizadas como tumbas hace unos 4.300 años, con el propósito de extraer sabakh, nombre con el que se conoce una tierra blanda que, como nuestra turba, se utiliza para fertilizar los cultivos. Al cavar alrededor de un gigantesco peñasco, Muhammad y sus hermanos encontraron una jarra de barro de casi un metro de altura. Muhammad vaciló mucho antes de romperla, pues temía que en su interior morase algún espíritu. Pero su ambición, por el posible tesoro contenido en su interior, lo impulsó a golpearla con su azadón, rompiéndola en pedazos. ¡Cuál no sería su decepción al comprobar que en la jarra sólo se escondían trece papiros encuadernados en cuero! Al regresar con sus hermanos a casa, en al-Qasr, Muhammad arrojó los libros y las hojas de papiro sueltas sobre un montículo de paja, apilada en el suelo, cerca de un horno. Su madre utilizó parte de los papiros como combustible para el horno, junto con la paja. Al cabo de unas semanas, él y sus hermanos, vengaron el asesinato de su padre. Mataron al asesino de su padre cortándole las extremidades y arrancándole el corazón, que devoraron entre todos sus hermanos, consumando así su venganza. Temiendo porque la policía, al investigar el asesinato, registrase su casa y diera con los libros, Muhammad pidió a un sacerdote que le guardase uno o más de esos libros. Durante el interrogatorio a Muhammad y a sus hermanos, que les practicaron los investigadores del asesinato perpetrado, un maestro de historia de la localidad había visto uno de los libros, y sospechó que aquello podría ser valioso. El sacerdote le dio un libro y éste se lo envió a un amigo de El Cairo para que tasara su valor. Fue así como los manuscritos comenzaron a comercializarse en el mercado negro a través de comerciantes de antigüedades. Sin embargo, no tardaron en llamar la atención de funcionarios del gobierno egipcio. Estos compraron un manuscrito y confiscaron los diez libros encuadernados en piel y la mitad de otro de los trece existentes. Estos códices fueron depositados en el Museo del Cairo. No obstante, una gran parte del códice XIII, que contenía cinco textos extraordinarios, fue sacado clandes-tinamente de Egipto y puesto a la venta en Estados Unidos. La noticia de la existencia de este códice llegó a oídos de un distinguido historiador de la religión en Utrecht, en los Países Bajos. Entusiasmado por el descubrimiento pidió a la Fundación Jung de Zurich que comprase el códice. Esta Fundación, dedicada a la enseñanza de la Psicología profunda desarrollada por el famoso psiquiatra suizo Carl Gustav Jung y, como sabréis, interesada en la hermenéutica de los sueños, en las distintas expresiones del fenómeno religioso y en simbología, no tardó en acceder a su petición adquiriendo el códice. Pero al llegar a las manos del historiador éste descubrió que faltaban algunas páginas, de modo que en 1955 voló a Egipto con la intención de buscarlas en el Museo Copto. Al llegar pidió que le prestasen fotos de algunos de los textos y regresó en seguida a su hotel para descifrarlas. Al descifrar la primera línea, al historiador, llamado Quispel, le ocurrió lo mismo que a mí con la Biblia al darme cuenta de lo que en ella se escondía. Quispel no podía dar crédito a sus ojos al leer lo siguiente: “Estas son las palabras secretas que Jesús vivo pronunció y que el mellizo, Judas Tomás, anotó”. Sí, el hermano de Jesús se llamaba como nuestro hermano Tomás. Y es que este nombre se puede traducir por “Gemelo”. Ya sabía Quispel de la existencia de un Evangelio de Tomás del que se habían encontrado algunos fragmentos en griego, pero en éste caso se hallaba frente al evangelio entero. A juzgar por el título, desde luego, debía contener el texto completo. Si leemos lo que nos dice ese texto con detenimiento, nos podemos plantear dos cuestiones de suma trascendencia: ¿tenía Jesús un hermano gemelo? ¿Podían ser aquellas las auténticas palabras de Jesús? Parecía que así fuera. Pero, sin embargo, este texto se identificaba a sí mismo como un evangelio arcano. Quispel descubrió también que este evangelio contenía gran número de dichos sólo conocidos gracias al Nuevo Testamento. No obstante, aquellas sentencias se hallaban en un contexto poco conocido y sugerían distintos significados. De hecho, se dio cuenta de que otros pasajes diferían íntegramente de todas las tradiciones cristianas conocidas. El “Jesús vivo” habla en él de una forma críptica y muy convincente, semejando a textos orientales como el Tao Te King. Entre esos dichos encontró el siguiente: “Jesús dijo: “Si sacas lo que hay dentro de ti, lo que saques te salvará. Si no sacas lo que hay dentro de ti, lo que no saques te destruirá”. Y eso que lo que tenía el historiador no era más que uno de los cincuenta y dos textos descubiertos en Nag Hammadi. En el mismo volumen se encontraba encuadernado el Evangelio de Felipe, que atribuye a Jesús actos y dichos totalmente diferentes de los que aparecen en el Nuevo Testamento. Antes de continuar, quiero mostraros un fragmento que aparecía oculto en la Biblia que yo descubrí en la estancia subterránea de la que os hablé antes, entre las paredes de este monasterio -el anciano abrió un cajón de su mesa y sacó de él un cuaderno de notas. Pasó varias hojas, se detuvo y comenzó a leer: “Miradme los que pensáis en mí y escuchadme, oyentes (...) Pues yo soy la primera y la última, la honorable y la despreciable, la prostituta y la respetable, la esposa y la virgen, la madre y la hija, los miembros de mi madre, la estéril y la que tiene muchos hijos. Yo soy la que tiene un matrimonio importante y no tomé marido, la comadrona y la que no da a luz (...), la novia y el novio. Yo soy la madre de mi padre y la hermana de mi marido (...) yo soy aparentemente el deseo y el autodominio existe dentro de mí...” -Juan y Miriam quedaron boquiabiertos. Aquel texto resultaba enigmático y, sin embargo, le recordaba la visita de ABRAXAS. El maestro prosiguió- se trata de un fragmento que también aparece en los textos gnósticos de la Biblioteca de Nag Hammadi, aunque en la Biblia está oculto justo en las páginas que tratan de María Magdalena como pecadora. Desde luego que ese texto oculto se refiere a la Diosa, es decir, a Isis que es también la Eva gnóstica, identificada con Sophia, la Sabiduría de Dios. Y parece señalar claramente que María Magdalena no es, en modo alguno, lo que parece ser según las enseñanzas de los Padres de la Iglesia. Por el contrario, se trata de un personaje bien distinto. Es nada menos que la Novia de Jesús, su pareja. A esta conclusión ya apuntan numerosas investigaciones modernas, pero, para mí, la confirmación definitiva de su veracidad la hallé en esta aparente contradicción, oculta en la Biblia por mí descubierta. Y en los textos gnósticos se ha hallado un evangelio de María y no precisamente la madre de Jesús, sino más bien su Novia. Esperad un segundo y os leo lo que dice este evangelio: “el Bienaventurado se despidió de todos ellos diciendo “La paz sea con vosotros, que mi paz surja entre vosotros. Vigilad para que nadie os extravíe diciendo “Helo aquí, helo aquí”, pues el hijo del hombre está dentro de vosotros; seguidlo. Los que lo busquen lo hallarán (...)”. Después de que Cristo partiera, los apóstoles se entristecieron, encontrándose perdidos, sin saber qué hacer, ni cómo predicar la palabra del Señor. Pero María Magdalena les dijo: “No lloréis y no os entristezcáis; no vaciléis más, pues su gracia descenderá sobre todos vosotros y os protegerá. Antes bien, alabemos su grandeza, pues nos ha preparado y nos ha hecho hombres”. Dicho esto, Mariam convirtió sus corazones al bien y comenzaron a comentar las palabras del Salvador”. Pedro dijo: “Mariam, hermana, nosotros sabemos que el Salvador te apreciaba más que a las demás mujeres. Danos cuenta de las palabras del Salvador que recuerdes, que tú conoces y nosotros no, que nosotros no hemos escuchado.” Mariam respondió diciendo: “Lo que está escondido para vosotros os lo anunciaré”. La preferencia de Jesús por María Magdalena -prosiguió el maestro- también aparece en el Evangelio de Felipe, en donde se la denomina su “compañera” y se dice que Jesús la amaba más que a los demás discípulos. Esto hizo que Pedro sintiera envidia y arremetiera con vehemencia contra María, a quien sentía como su adversario. Tened bien presente esto que os he trascrito. Para empezar podemos ver cómo María Magdalena no era una prostituta, como el Papa Gregorio el Grande nos ha querido hacer creer. Antes bien, la preferida del Salvador. Y hasta su compañera, es decir, su Novia o, como dirían los alquimistas, su soror mistica. Y he aquí la unión de los opuestos, la reunión de ambas partes de la divinidad: Jesús, el Novio, el amado, y María Magdalena, la Novia, la amada, su hermana mística. Sí, en efecto, reminiscencia de la unión de la Diosa y su consorte, Dionisio. O de Isis y su amado Osiris. En definitiva, el ensalzamiento de ambas partes de una misma unidad andrógina. La unión de ambas divinidades, denominada hierogamia, ha sido desde los tiempos más vetustos símbolo de armonía, de creatividad, de fertilidad y, en definitiva, de totalidad. Sin embargo, la perspectiva patriarcal adoptada por la religión cristiana, cuando se instauró en soberana rectora de los destinos humanos, marcando con férreos preceptos el sendero hacia Dios, ha denostado el aspecto femenino de la divinidad. Lo femenino lo encarnó la propia Iglesia, dirigida por hombres, con sus rígidas estructuras legislativas. Nada más lejos de la naturaleza de lo Femenino.

 

Tras este breve inciso, –prosiguió el maestro- regresemos a la historia del hallazgo fenomenal de los textos de Nag Hammadi. Como os iba diciendo, con el tiempo, Muhammad reconoció que algunos de los textos que él había encontrado se habían perdido, bien porque los había quemado, bien porque los había tirado. Aún así, lo que ha quedado es algo asombroso, pues se trata de, nada menos que, cincuenta y dos textos de los primeros siglos de la era cristiana, incluyendo una colección de evangelios cristianos primitivos totalmente desconocidos hasta entonces. Además del Evangelio de Tomás, el gemelo espiritual de Jesús, y el Evangelio de Felipe, el hallazgo incluía el Evangelio de la verdad y el de los egipcios, identificado con el denominado “Libro sagrado del Gran Espíritu Invisible”. Otros textos que también se descubrieron son los que se atribuyen a los seguidores de Jesús, tales como el Libro secreto de Jaime, el Apocalipsis de Pablo, la Carta de Pedro a Felipe y el Apocalipsis de Pedro. Muy pronto se vio que lo que Muhammad había descubierto eran traducciones coptas, hechas hace unos 1.500 años, de manuscritos griegos aún más antiguos. El griego era la lengua del Nuevo Testamento y, como reconocieron estudiosos en el tema, como Quispel y otros, parte de uno de dichos originales lo habían descubierto unos arqueólogos unos cincuenta años antes, momento en el que encontraron unos fragmentos de la versión original griega del Evangelio de Tomás. Los estudiosos están de acuerdo en la datación de los manuscritos. El examen del papiro, así como de la escritura copta, los sitúa alrededor del siglo IV-V d.C. Sin embargo, los estudiosos discrepan en torno a la datación de los originales. Algunos de ellos parecen haber sido escritos sobre principios o mediados del siglo II d.C., ya que Ireneo, el obispo ortodoxo de Lyón, escribiendo hacia el año 180, se refiere a estos textos declarando que los herejes “se jactan de poseer más evangelios de los que realmente existen”, quejándose amargamente por la popularidad y expansión que tales textos habían alcanzado. Desde la Galia hasta Roma, pasando por Grecia y Asia Menor, fueron los enclaves geográficos por los que circulaban. Recientes investigaciones parecen apuntar a que el Evangelio de Tomás, aunque recopilado en el año 140, incluye tradiciones aún más antiguas que los mismos evangelios del Nuevo Testamento, lo que no debería extrañaros, pues, durante nuestra precedente reunión, ya dije que el gnosticismo se caracterizaba por ser un sincretismo consciente. Otro descubrimiento de los estudiosos que investigaban los textos de Nag Hammadi fue el Testimonio de la verdad, que narra la historia del Jardín del Edén desde la perspectiva de la serpiente, símbolo gnóstico de la sabiduría divina por antonomasia. En este texto se habla de cómo la serpiente convence a Adán y Eva para que participen del conocimiento, mientras que el Señor demiúrgico los amenaza con la muerte, tratando celosamente de impedir que alcancen el conocimiento y expulsándolos del Paraíso cuando lo alcanzan.

 

-Maestro, disculpa que te interrumpa, pero lo que has comentado acerca de lo femenino no es del todo correcto, pues siempre se ha adorado a la Virgen María, y muy especialmente durante la Edad Media. Hoy mismo podemos observar esa devoción en las romerías marianas de multitud de pueblos españoles -Miriam profirió estas palabras en un tono de indignación, como rompiendo una lanza por la ortodoxia cristiana.

 

-Ciertamente, querida Miriam, mas lo que se ha adorado en la Virgen María es el aspecto maternal de lo Femenino. Déjame que me explique mejor. La Virgen María, según las Sagradas Escrituras, es la madre de Jesús. Y ella dio a luz a Cristo virgen, es decir, casta. Así mismo, según la leyenda, la Virgen fue concebida casta e inmaculada. De ahí que se la denomine la Inmaculada Concepción, o sea, sin pecado concebido. Tal vez desconozcáis que, de acuerdo con los Evangelios Apócrifos, los padres de María llevaban veinte años casados y sin hijos, cuando Santa Ana concibió a María un domingo, nada menos que a sus 48 años. Gracias a Felipe IV, el Papa proclamó a María matrona de España el 28 de julio de 1656, si la memoria no me engaña, y se estableció para España la festividad de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre. No obstante, hay que tener bien presente que el misterio de la castidad sucede en el ámbito de los mitos, o sea, en el mundo del más allá. Nunca en la realidad material en la que de ordinario nos movemos los seres humanos. Y lo que se adoraba en la imagen de la Virgen era ciertamente su virginidad. Esto dio lugar a un malentendido que hemos arrastrado prácticamente hasta nuestros días. Pues, queridos hermanos, originariamente la palabra virgen significaba “doncella”, es decir, “mujer soltera”. Antaño una mujer podía tener hijos y, sin embargo, no estar casada. Recordad, por ejemplo, a las Hieródulas, quienes mantenían relaciones sexuales con extranjeros en el Templo, quedándose embarazadas, como es natural y, sin embargo, no estaban casadas. Ellas eran doncellas, mujeres solteras, es decir, vírgenes en el sentido original de la palabra, sentido que alude más a una cualidad, a un estado subjetivo o a una actitud psicológica, como decimos hoy, y no a un hecho fisiológico. Nada más lejos del significado que actualmente vertemos sobre el concepto de virgen, o sea, mujer que no ha mantenido relación sexual alguna. Una mujer virgen es aquella que no pertenece a hombre alguno, ni siquiera a su marido, sino que sólo pertenece a sí misma, siendo libre de seguir su propio instinto. El sentido de la palabra virgen, como actitud psicológica, es precisamente que la mujer no depende de un hombre, ni se siente aferrado a él, aunque su relación sea de hecho o de matrimonio. Aquello que resume el pensamiento esotérico de todos los tiempos es que los textos sagrados no deben ser entendidos al pie de la letra, sino interpretados en su sentido simbólico. Es decir, el conocimiento no se halla en los libros sagrados, sino que se desprende de ellos. Pero la mayoría no está preparada y, en su lugar, entiende los mitos y fábulas en un plano concreto, cual ha sucedido con el mito del nacimiento virginal de Jesús. De ese modo, cuanto más se ensalzaba la imagen beatífica virginal de la Madre de Dios, tanto más se denigraba la naturaleza carnal femenina, su libertad para mantener relaciones sexuales con quien y cuando se sintiese atraída. Este craso error condujo a la caza de brujas de la alta Edad Media. Pues las brujas, no lo olvidemos, son representantes de las antiguas religiones, donde se adoraba a la Diosa. Y ellas son mujeres iniciadas en sus misterios. En este sentido, semejantes a las Hieródulas del paganismo. Y esto me reconduce de nuevo a lo que estaba tratando de contaros, queridos hermanos. Pero antes, no querría dejar en el tintero que en las procesiones de la Virgen, que mencionabas con anterioridad, Miriam, presenciamos una reminiscencia palpable de la adoración encubierta, inconsciente, a Isis, a Cibeles, a Astarté; en definitiva, a la naturaleza lunar de la divinidad. Y, por lo tanto, en ese sentido, ha sido muy oportuna tu puntualización, querida Miriam. De hecho, en algunas catedrales europeas se adora a una virgen negra. El aspecto de esta virgen no nos es tan familiar como la angelical madonna blanca de capa azul, en su representación característica de “reina de los cielos”. El color de su piel simboliza el negro de la tierra, rememorando a la Diosa Tierra. La misma virgen de Lespugue, esculpida en un mamut y conservada en el Musèe de l´Homme en París, data de treinta mil años antes de la Era Cristiana. En aquel entonces ella encarnaba todos los atributos propios de la Tierra: era la Vida misma. La virgen negra del cantar de los cantares suele ser interpretada por la ortodoxia cristiana como representante de la novia de Cristo, es decir, la Ecclesia, que se une en matrimonio con Cristo, y se dice de ella: “Negra soy, pero hermosa… No reparéis en que soy morena, pues que me ha tostado el Sol”. Más adelante continúa diciendo: “Me has robado el corazón, hermana mía, esposa, me has robado el corazón con una sola mirada de tus ojos, con un sólo sartal de tu cuello. ¡Cuán bellas son tus caricias, hermana mía, esposa; cuánto mejores que el vino son tus caricias!”. Recordad aquí el texto que aparecía en la Biblia que encontré, y que os he leído antes, y no me digáis que no hay un enorme parecido. Pero lo más significativo es que, este texto del Antiguo Testamento, tiene múltiples paralelismos con el rito del sagrado matrimonio o hierogamia entre Ishtar y Tammuz, es decir, entre la Diosa y su consorte. La virgen negra más popular es Nuestra Señora Bajo la Tierra, encontrada en la Catedral de Chartres al sur de París. Esta estatua reemplaza a una figura más antigua, venerada por los druidas según una leyenda arcaica. Algo que no debe sorprendernos, puesto que los druidas eran los representantes de la autoridad espiritual celta. En España hay multitud de ejemplos de vírgenes negras, como el de la Iglesia gótica de la Magdalena en Torrelaguna, un pueblo de la sierra norte de la Comunidad de Madrid o, también, la Virgen de Atocha en la capital española. La misma Virgen negra de Montserrat, en Barcelona, conocida popularmente como “la Moreneta”, parece que inspiró al famoso escritor alemán Goethe en su magna obra titulada Fausto, en la que hace alusión al “eterno femenino”, es decir, lo sagrado femenino. La virgen negra representa en sí misma la tierra y su fertilidad, siendo una imagen que refleja la primitiva identificación de la mujer con los atributos propios de la tierra: sexualidad, fertilidad, dueña de los destinos humanos, de la Vida y la Muerte, etc. Atributos por los que, según parece, los mismísimos templarios sentían gran fervor, hecho que queda demostrado en la proliferación de vírgenes negras allá donde se sabe que estuvieron asentados dichos caballeros.  

 

-¡Ahora todo encaja! Mi visión del aquelarre y tu imagen de la prostituta sagrada enlazan perfectamente. Se trata de lo divino femenino durante tanto tiempo despreciado. Se había mutilado la imagen de Dios. Él es una amalgama de la Luna y el Sol, una hierogamia o unión de los opuestos. Dios es una compleja amalgama de elementos contrapuestos, masculinos y femeninos. Y el cristianismo patriarcal ha mutilado esa imagen, mostrándonos sólo su aspecto masculino, tratando de escindir la feminidad de la totalidad que es Dios -Juan estaba radiante de alborozo. Había logrado descifrar el significado de su extraña visión, gracias a las enseñanzas del anciano, y no podía menos que hacer copartícipes de su estado a sus queridos hermanos.

 

-Exactamente, Juan. Y, por ese motivo, también reaccionamos ante la naturaleza verdadera de lo Femenino, desconocido para la inmensa mayoría de las personas, incluidas las propias mujeres, con una mezcla de miedo y desconfianza. Esto se manifiesta en la actual oleada de violencia entre los sexos, es decir, en una guerra abierta. Aún se habrá de sufrir mucho dolor y la irrupción de grandes dosis de violencia hasta que se consiga trascender un lastre cultural que ha sido arrastrado durante milenios. La Prostituta Sagrada, en las religiones paganas, y María Magdalena, en el cristianismo, son las representantes de lo eterno femenino. Gracias a ellas el ser humano puede llegar a alcanzar su totalidad. Sin ellas, su vida es un auténtico calvario, plagado de violencia y de agresividad. Le falta el amor y la armonía que lo femenino aporta a su existencia. Sin ella, el agua que humedece la tierra se evapora y nuestro sendero discurre por un verdadero desierto. En este sentido, dejadme que traiga a colación la adoración sumeria a la diosa lunar, de la que se han preservado algunos escritos de una de sus sacerdotisas llamada Enheduanna. Esta sacerdotisa vivió sobre el 2300 a. de C. Os voy a leer uno de sus textos, en los que describe, en un lenguaje poético, la imagen de lo Sagrado Femenino:

 

“Señora de todas las esencias, llena de luz,

mujer vestida con el resplandor de la bondad

a quien aman los cielos y la Tierra,

del templo amigo de An,

te vistes con grandes ornamentos,

deseas la diadema de las grandes sacerdotisas

aquellas que sostienen tus siete esencias,

tú las has tomado y las has colgado

en tu mano.

tú has reunido las santas esencias

y te las has puesto

ajustadas a tus pechos.”

 

Pero la diosa Luna no sólo es bondadosa y colmada de luz plateada, como se desprende del texto. Es importante comprender que, al igual que sucede con la alternancia de los días y las noches, la Luna posee un lado oscuro, el de luna nueva. Y así continúa el texto de Enheduanna diciendo:

 

“Como un dragón has llenado la Tierra

con veneno.

Como un rayo cuando ruges sobre la Tierra

los árboles y las plantas van cayendo delante de ti.

Eres la sangre que desciende de la montaña,

eres la primera,

¡Inanna, Diosa de la Luna, del cielo y de la Tierra!

Señora que vas montada en una bestia,

An te da los atributos, las órdenes santas;

y tú decides.

Tú estás en todos nuestros rituales.

¿Quién puede entenderte?”

 

Pese al ambivalente aspecto de la diosa lunar, la vida de los seres humanos no es plena cuando ella está ausente. Y la misma sacerdotisa lo expresa del siguiente modo:

 

“... has alzado tu pie y has abandonado

el granero de la fertilidad.

Las mujeres de la ciudad ya no hablan más de amor

con sus maridos.

Por la noche ya no hacen el amor.

Ya no están más desnudas delante de ellos

revelándoles sus íntimos tesoros.

Tú, la nieta de Suen,

la impetuosa vaca salvaje, la suprema señora que obedece An,

¿Quién se atreve a no adorarte?”

 

-¡Maestro! ¡Juan! ¡Hermanos queridos! ¡Qué belleza! Este poema expresa el sentir de la mujer cuando está vinculada con su verdadera naturaleza femenina. Lamentablemente, para llegar a vivir plenamente lo que rezuman esas palabras, la mujer moderna se ve ante la necesidad de realizar un largo viaje por las tinieblas de su interioridad. Cuando se inicia en los misterios del universo femenino tiene que enfrentarse con la tradición judeo-cristiana, con la carga de negatividad que ella lleva incorporada en su ser más íntimo y que de un modo imperceptible, inconsciente, la hace despreciarse a sí misma, sus atributos físicos y hasta su propio ser femenino, tan ligados al amor y a la sexualidad -Miriam casi rompe a llorar al escuchar el poema de Enheduanna. -Este poema me hace recordar lo estúpida que fui en los años de mi más tierna juventud. ¡Qué supina idiotez mi pretensión de imitar la conducta de los varones! Claro que entonces no tenía ni la más remota idea de que, en mi lucha por la igualdad entre ambos sexos, lo que estaba consiguiendo era asfixiar mi verdadera naturaleza femenina, esgrimiendo la espada del intelecto de modo parecido a un varón y, con ello, enarbolando la bandera de una orientación falocrática o patriarcal. En lo más íntimo de mi Ser se escondía una especie de envidia por el pene de los hombres. Hasta tal punto esto era así que, como si fuera un imán, me las ingeniaba para atraer a hombres con grandes penes o, en su defecto, con grandes dotes intelectuales. Os podéis imaginar que aquellas relaciones no podían durar mucho tiempo. La guerra estaba servida de antemano. Al mismo tiempo, despreciaba a mi madre y a todo lo concerniente al hogar, el cuidado de los niños, la preparación de comidas, el ritual de acicalamiento, etc... Una mezcla de vehemencia, arrogancia y ceguera me hacían sentir que aquellas labores mancillaban mi reputación e iban en contra de mis elevados ideales de independencia de la mujer con respecto del varón. ¡Cuánta ignorancia! Gracias a Dios, con el tiempo, me fui dando cuenta de que, de ese modo, no hacía sino perpetuar justamente aquello que deseaba erradicar. Si quería de verdad ser mujer, plenamente, y sentirme femenina, no podía despreciar los atributos que le son propios a lo Femenino. Precisamente lo que la Diosa, de la que nos has hablado, maestro, representa… Y hay algo más, que no has mencionado, maestro- Miriam miró al maestro fijamente a los ojos, luego tornó su vista hacia Juan, a quien sonrió con complicidad, y prosiguió -la Diosa recibía  miles de nombres, todos ellos englobados, en última instancia, en una única deidad. Sin embargo, cada diosa representa una faceta diferente de lo Sagrado Femenino. Durante la época helenística, se produjo una suerte de especialización y la Gran Diosa original dio lugar a varias diosas menores. Así, ciertas diosas antaño encarnaban unos atributos femeninos, como, por ejemplo, Hera, el arquetipo de la esposa, Deméter, la faceta arquetípica de la madre o Perséfone, la de hija; mientras que otras personificaban cualidades femeninas bien diferentes, cual es el caso de las vírgenes Atenea, diosa de la sabiduría y la artesanía, o Afrodita, la diosa virgen del amor y de la sexualidad. Por eso mismo, y como mujer que desea revalorizar su feminidad, he tratado de dar expresión a las diferentes facetas de la Diosa en el transcurso de mi vida. Aunque, no es menos cierto que me identifico más con algunas de ellas, mientras que otras me son menos agradables, pese a que sé que enriquecen mi experiencia y mi vida como mujer. Me he dado cuenta de que, al despreciar a mi madre, estaba menospreciando algunos de los atributos que son inherentes a la naturaleza de lo femenino y, por ende, me estaba menoscabando a mí misma.

 

-Querida hermana... ¡imposible expresarlo mejor! Largo y penoso ha sido tu camino de iniciación al universo de tu interioridad. Difíciles y dolorosas, a juzgar por tus palabras, las experiencias que has vivido en ese viaje al interior de ti misma. Mas fructíferos los resultados por lo que puede verse. Tantos siglos de represión han convertido la entrada al majestuoso templo que da acceso a los misterios de lo sagrado femenino en una columna de espinos, morada de un dragón fabuloso que guarda el divino tesoro. El cuento de la Bella Durmiente expresa esta misma idea mucho mejor que cualquier árida explicación -tras pronunciar estas palabras, Juan se aproximó a Miriam y, con un gesto amoroso, la besó en la mejilla.  Él también sabía lo duro que resultaba enfrentarse a la sombra de una tradición tan arraigada.

 

-No quiero avanzar demasiado en la historia, pero la leyenda medieval del Rey Pescador expresa esta misma idea. Dicha leyenda surgió en una época en la que la búsqueda del Santo Grial estaba en boca de todo caballero. También fue la época del amor cortés, tan ensalzado en los poemas cantados por los trovadores. Y, desde luego, no podemos olvidar a los templarios y su adoración a Baphomet, nombre que, según recientes investigaciones, parece que es un anagrama de Sophia. Aún cuando en la búsqueda de la Verdad se pueden dar saltos en la historia hacia delante y hacia atrás, pues, en definitiva, en el ámbito de lo trascendente, pasado, presente y futuro se hallan inextricablemente interrelacionados; de ahí la existencia de las grandes profecías, así como de la precognición y la telepatía, mal que les pese a los científicos de orientación racionalista y a los sacerdotes de fachada. Sin embargo, desde un punto de vista práctico conviene retrotraernos al tema que nos ocupaba y, por ende, a la época de las hieródulas -El anciano apenas había terminado su última palabra, cuando Juan formuló una pregunta muy interesante...

 

-Maestro, ¿no es cierto que dónde antes se erigieron los templos en honor a la Diosa hoy se alzan las Iglesias?

 

-Ciertamente, Juan. Un número importante de Iglesias católicas han sido levantadas en lugares que otrora fueron centros de culto a la Madre Tierra, como ya sucediera con las creencias religiosas antiguas. Por ejemplo, la Basílica del Santo Sepulcro la mandó erigir Constantino adonde antaño se rendía culto a la diosa romana Venus. Cuenta la leyenda que Elena, la madre del emperador romano Constantino, tuvo un sueño en el que era conducida a los santos lugares en los que vivió Jesús, lo que originó la mayor expedición arqueológica del mundo antiguo, la excavación de Jerusalem. Una vez en la ciudad, Elena fue dirigida hasta el templo de Venus ordenando su demolición. Bajo sus cimientos encontraron una tumba que creyeron era la de Jesús. Por ese motivo se levantó allí la Basílica del Santo Sepulcro. Sin embargo, los cimientos de aquellos templos no han desaparecido del todo y, en el seno de la ortodoxia cristiana, aún se pueden rastrear restos de antiguas creencias paganas. Piensa, por ejemplo, que el mito cristiano es, en definitiva, como ya dijimos, una emulación de los dioses-héroes de las religiones mistéricas. Y multitud de modernas procesiones a la Virgen, cientos de ellas, con nombres diferentes, como antaño sucedía con la Diosa, no son sino restos de antiguos cultos paganos en honor a Isis, a quien Apuleyo denominó la de los mil nombres, en alusión a que, con independencia de los nombres con los que se la conociera, todos se referían a la Diosa, la Gran Madre Tierra.

 

-Maestro, según tengo entendido, el nombre de Pedro, el apóstol, significa Pétreo, es decir, piedra, o mejor, roca. Entonces, se podría interpretar el texto que nos has leído antes como una alegoría. O sea, Pedro representaría a los Padres de la Iglesia, mientras que María Magdalena aludiría a la verdadera Sabiduría, sólo accesible a unos pocos, los iniciados en sus misterios, y estos no serían otros que los gnósticos -Juan llevaba un tiempo pensando en ese texto que el anciano les había leído. Durante su encarcelamiento habían pasado por sus manos varios libros que trataban sobre el origen del cristianismo y le parecía que el monje había eludido mencionar aquel extremo.

 

-Querido Juan, había soslayado descorrer ese velo porque, entonces, tendría que explicar algo que pensaba exponer en la próxima reunión con los Doce. Pero ya que has tomado tú la iniciativa, adelantaré aquí, brevemente, lo que espero tratar con un poco más de detenimiento mañana. Bien... como muy bien dices, el nombre de Pedro originariamente significa “piedra”, en alusión al templo que se levantaría en honor a Cristo. Este apóstol sería el pilar base sobre el que se erigiría la Iglesia Católica. En los orígenes del cristianismo, no obstante, existían multitud de grupos religiosos gnósticos esparcidos por oriente medio. Seguramente, en un principio, convivieron con un cristianismo esotérico, por llamarlo así, y después de un tiempo, una facción del cristianismo quiso hacerse con el poder, instaurándose en la única manera posible de entender las Sagradas Escrituras. El clima religioso de aquella época no dista demasiado de lo que vivimos en nuestros días. Y las luchas por el poder y la supremacía de las creencias religiosas de cada credo, como sucede hoy en día, daban lugar a auténticos ríos de sangre. Por lo tanto, y hecha esta poco rigurosa aproximación al clima de los primeros siglos del cristianismo, los gnósticos, al referirse a Pedro, aluden efectivamente a los cristianos ortodoxos, mientras que al hablar en ese texto de María Magdalena, podríamos especular que ella no sería otra que Sophia, es decir, la Sabiduría. Quizás sea importante comentar aquí y ahora cuál era el origen de la lucha entre los cristianos ortodoxos y los gnósticos. Pues bien, el punto en el que diferían ambos era en el modo de interpretar las escrituras. Para los gnósticos, la vida, muerte y resurrección de Cristo ha de entenderse como una alegoría. Es un acontecimiento sublime que le ha de suceder al ser humano en vida. Por el contrario, para los ortodoxos, el Nuevo Testamento es la narración de los hechos que le acontecieron a Jesús y, por lo tanto, debe entenderse literalmente. He ahí el meollo de la cuestión, el nudo gorgiano que desencadenó la lucha entre gnósticos y ortodoxos. Algunos autores han denominado literalistas a aquellos que creían que el Nuevo Testamento era la historia de Jesús, el Mesías, mientras que al grupo o grupos que concebían el texto sagrado como una alegoría, que necesitaba ser interpretada de un modo simbólico, los han denominado gnósticos. Esta palabra hace alusión a la Gnosis, término que significa “conocimiento” y que designa una experiencia intuitiva y directa de Dios.  Para los literalistas, sólo a través de los sacerdotes es posible acceder a Dios y, por supuesto, hay que tener fe en Él. Sin embargo, para los gnósticos la fe no es sino una fase inicial. Allende la fe, y por encima de ella, se halla el conocimiento de Dios. La verdadera Gnosis no se alcanza sino después de atravesar varias iniciaciones. El adepto parte de un estado “hílico”, es decir, “material” o terrenal. En ese estado, el individuo tiene un apego por lo material y, en cierto sentido, es el estadio más primario y natural de todos. No sólo desconoce las sagradas escrituras, sino que, además, no le interesa sino el mundo manifiesto que, para el gnóstico, es pura ilusión.  Podríamos decir que un hombre así es un completo ignorante y su vida se asemeja mucho a la de un animal. La siguiente etapa sería la del hombre “psíquico”, es decir, aquel que conoce las sagradas escrituras y, además, tiene fe en Dios. Pero aún no ha tenido acceso al conocimiento directo de Dios. En un peldaño más elevado estaría el hombre “pneumático” o espiritual. Este es conocedor de la chispa divina que dormita en su interior. Sabe, es decir, conoce que Dios late en su interior. Finalmente, el estadio de “perfecto” o gnóstico sería aquel que, tras ahondar en su esencia divina interior, acaba dándose cuenta de que él es Dios, de que tiene acceso a la divinidad a través de un contacto consigo mismo, pudiendo hablar con Él, es decir, dirimir posiciones con el Padre. Ha adquirido la Gnosis. Lo que se desprende de todo esto es que cada uno de los estados por los que atraviesa el aprendiz en su camino hacia la Gnosis se corresponde con un elemento. Así, el hombre “hílico” se corresponde con aquel en quien predomina el elemento tierra. El “psíquico” con el elemento agua. El “pneumático” con el elemento aire. Y el “perfecto” con el fuego.

 

-Maestro, cuanto nos has contado de los estadios de iniciación no me es ajeno, pues ya había escudriñado en este proceso. Sobre todo porque está muy relacionado con toda la simbología esotérica que, cual corriente subterránea, ha recorrido el pensamiento oculto desde los comienzos del cristianismo. Pues, así como la ortodoxia cristiana se hizo finalmente con el poder, convirtiéndose en la religión dominante, del mismo modo, el pensamiento gnóstico discurrió por diferentes ramas del esoterismo occidental: Astrología, Alquimia, Hermetismo, los rosacruces, en la arquitectura sagrada de los maestros canteros llamados masones…, hoy se sabe que incluso los caballeros templarios eran depositarios y custodios de grandes secretos de tipo ocultista. Especialmente me fascinó la simbología astrológica. En Astrología encontramos los cuatro elementos, ya mencionados en los filósofos griegos presocráticos. Así, se distinguen los signos de Tierra, los de Agua, los de Aire y los de Fuego. En Alquimia también se repiten idénticos símbolos: el color negro, el blanco, el amarillo y el rojo. Cada uno de ellos preside una etapa que es, al tiempo, una iniciación. En la búsqueda alquimista del oro non vulgi hallamos idéntico viaje en pos del conocimiento trascendente. El objetivo final del alquimista no era realmente transformar el plomo en oro. Su oro no era el oro común. En realidad, eran ellos los que pretendían convertirse en oro; es decir, al igual que los gnósticos, los alquimistas buscaban el conocimiento trascendente, la chispa divina, la dorada luz de Dios en el corazón del hombre.

 

-Querido Juan, no creas que me he olvidado de la visita que recibiste de ABRAXAS. Pero no estamos solos. Nos acompaña Miriam y ella, probablemente, desconozca estos extremos. Corrígeme si me equivoco, Miriam.

 

-¡No, maestro! Estás en lo cierto, mis conocimientos sobre Alquimia, Astrología y gnosticismo son demasiado someros como para profundizar más allá de lo meramente anecdótico, por lo que agradezco tu deferencia hacia mí al realizar una breve introducción, puesto que, de lo contrario, hubiera perdido el hilo de la conversación.

 

-De todos modos, querida Miriam, iré ampliando lo que he expuesto acerca de los gnósticos en posteriores reuniones. Aquí me he limitado a hacer un brevísimo recorrido por las enseñanzas que los gnósticos nos han transmitido. Pero, disculpadme, creo que nos estamos desviando un poco del tema que estábamos tratando. De hecho, el objetivo mismo de este encuentro no es otro que el de expresar nuestras vivencias y, entre todos, tratar de comprenderlas, hallándolas un sentido. Por lo tanto, voy a proseguir con las experiencias que tuve ocasión de vivir gracias al pergamino que descubrí en este mismo monasterio. Como os iba diciendo, al ver la imagen de aquella mujer sentí deseos inconfesables. Un furor orgiástico recorrió todo mi ser y comencé a arder en deseos lascivos. En ese endevotado estado en el que no pude contenerme tuve una visión. En ella, presencié una escena en la cual una mujer se me acercaba de un modo muy seductor. Me tocó mis genitales y comenzó a masturbarme. Después se arrodilló e introdujo mi pene en su boca. En ese momento, dio comienzo un movimiento de vaivén, primero lento y suave, luego más rápido y fuerte. Mi excitación fue tal que no pude soportarlo. Cuando la mujer de mi visión se hubo esfumado me di cuenta de que me había manchado la toga. Eyaculé tan próvidamente que el semen traspasó mi ropa interior y hasta los pantalones -Juan y Miriam lo miraban atónitos. No daban crédito a sus oídos. El monje hablaba con tanta naturalidad del asunto que no escamoteaba detalle alguno en la narración de su experiencia -¡Imaginaos cómo me sentí en aquel momento! Fue como si algo me desgarrara interiormente. Una parte de mí se sentía asqueada por lo que me había sucedido, mientras que la otra deseaba volver a experimentar aquel placer carnal. Transcurrieron varias semanas desde que tuviera aquella visión, cuando vino una feligresa a la Iglesia a que la confesara. Cuando la vi me puse nervioso, comenzaron a sudarme las manos y hasta todo mi cuerpo parecía arder con aquel aumento repentino de temperatura. Me dije: ¡es Ella! ¡Dios mío, dame fuerzas para no caer en la tentación! ¡Líbrame del mal, señor!  Pero el señor no se apiadó de mí. Yo entré rápidamente en el confesionario y ella me siguió. Cuando empezó a confesarme sus pecados... ¡Dios Mío, Dios Mío! ¿Por qué me has abandonado? Me repetía para mis adentros. La muchacha habló de su promiscuidad, de lo mucho que la gustaban los hombres y de cuánto disfrutaba del sexo. Incluso me dijo que ella me había visto en varias ocasiones, cuando salía a hacer alguna compra a las tiendas del pueblo, y que le parecía muy atractivo. Que me deseaba, desde hacía algún tiempo, pero que sabía del voto de castidad de los sacerdotes y que, por ese motivo, nunca se había atrevido a acercarse a mí. ¡Maldita sea! Me dije ¡otra vez la seducción! ¡Pero esta vez no es una visión! ¡Esta joven es de carne y hueso! Ni corto ni perezoso, y tras una lucha interna sin cuartel, pudieron más mis deseos por aquella joven, que mis votos como sacerdote y la dije que era una mujer muy bonita y que yo también me había fijado en ella. Salí del confesionario para mirarla a la cara y que ella me mirara a mí y, en ese momento, prendió la mecha de la pasión. La muchacha se aproximó y me besó en la boca, tomando la iniciativa. Yo respondí al beso abrazándola con fuerza mientras acariciaba sus senos con mi mano derecha. La invité a que pasara al interior de mis aposentos, para que nadie presenciara semejante escena endina, impropia en un sacerdote, y ella accedió gustosa. Allí ya os podéis imaginar lo que sucedió… después de desnudarnos el uno al otro comencé a recorrer todo su cuerpo moreno con mi boca, hasta que me detuve en sus genitales, mientras realizaba un movimiento rápido y acompasado, hacia arriba y hacia abajo.  Ella me estimuló con su boca, ejecutando un movimiento rítmico y jamás había sentido tanto placer, a excepción, quizás, del día de la visión. Sin embargo, aquello estaba sucediendo allí y entonces. Sí ¡qué gozoso! ¡Dios mío, tanto placer no puede ser malo! Me susurraba una voz en mi interior. Llegó un instante en el que ya no aguantaba más y comencé a eyacular todo mi semen sobre sus pechos, con tanta fuerza que le impregné con aquel maná tripa y ombligo. Pero, no contenta con eso, me limpió mi pene con una toallita y volvió a introducírselo en su boca. No tardó ni un minuto en crecer nuevamente dentro de su oquedad, hasta endurecerse tanto como al principio. En ese ínterin me agarró del brazo y me tumbó sobre la cama. Levantó una pierna y se sentó sobre mi enhiesto miembro viril, introduciéndolo todo dentro de ella. Era un ángel caído del cielo. Su cintura se movía cual contorsionista, de arriba abajo, de abajo arriba, realizando círculos como si estuviera bailando al compás de una música que sólo ella pudiera escuchar. Intercambiamos posturas de lo más variado, que ella me enseñó. Aquí era yo el aprendiz y ella la maestra. Después de veinte minutos de relaciones sexuales, tuve un éxtasis placentero. ¡Disculpad mi elocuencia! ¡Qué poder el de la mente, que puede recrear una situación sin importar el tiempo transcurrido! Han pasado ya más de tres décadas desde aquella iniciación y, sin embargo, lo recuerdo como si fuera ayer. Aquel día fue para mí el comienzo del fin de una vida colmada de normas estúpidas, que debía observar celosamente sin comprender su razón de ser. Desde luego que, en aquel entonces, no pensaba como ahora. Y tardé mucho tiempo debatiéndome en un conflicto que desgarraba mis entrañas. En más de una ocasión quise ahogar mis sentimientos y hacer cuenta de que aquella experiencia no había sucedido. Pero cuanto más lo intentaba, más se fortalecía mi conflicto. Al final, gracias a Dios, comprendí que la sexualidad es tan importante como la espiritualidad. Y que ha sido sólo por un gravísimo malentendido, mantenido durante cientos de años que ambas facetas de la vida se habían convertido en excluyentes. ¿Acaso creéis que los actuales escándalos acontecidos en el seno de la iglesia son algo nuevo?

 

-No, maestro, sabemos que no es nuevo... que ya antes se han cometido este tipo de actuaciones indecorosas e inmorales. Sin embargo, antes todo permanecía en la sombra, mientras que hoy es destapado. Incluso algunos medios de comunicación crean polémica en torno a estos temas. -Juan respondió enseguida.

 

-Claro, aunque las relaciones homosexuales entre sacerdotes son de sobra conocidas, así como las relaciones sexuales entre sacerdotes y monjas. Yo mismo fui testigo de este tipo de actos cuando no era más que un estudiante de Teología. Y cuando éstas se quedaban encintas, bien abortaban con medios rudimentarios y, de ordinario, poco saludables para ellas, peligrando incluso su propia vida, bien se deshacían del fruto del escarnio, a fin de que su incuria se mantuviera lo más alejada del conocimiento general. Recuerdo un libro que llegó a mis manos, en extrañas circunstancias, con cientos de láminas provenientes de la Edad Media, en las que se mostraban imágenes de sacerdotes con desproporcionados falos en erección. En sus rostros se dibujaba el semblante de la concupiscencia. Estas láminas enseñaban el aspecto diabólico de la sexualidad que, la mayor parte de las veces, se infiltraba cual súcubo, poseyendo a sus víctimas e impulsándolas a realizar depravados actos carnales. ¡Por no hablar de la masturbación o de las relaciones sexuales con los monaguillos!, una de las prácticas más extendidas entre los sacerdotes. ¡Dios mío! ¡Cuánta barbarie se hubiera evitado si se hubiera dispuesto del conocimiento que da acceso a la comprensión de la necesidad de unir ambos opuestos! Espiritualidad y Sexualidad, Espíritu y Materia, Sol y Luna, Falo y Vulva, Masculino y Femenino. Dios mismo es una tornasolada reunión de los contrarios. Pero, hermanos, debemos entender que esa fase de desarrollo cultural ha sido necesaria para domeñar los más bajos instintos del ser humano y, de ese modo, conseguir una sociedad más estructurada y cohesionada. ¿Os imagináis qué sería del ser humano si no dispusiera de su fuerza de voluntad? ¿Podéis haceros una somera idea del caos de una sociedad sin leyes, sin valores morales que frenen a la bestia que dormita en cada ser humano, en la que sólo rigiera la ley de la selva? Bueno, ejemplos de ello no faltan, desde luego.

 

-Lo que dices, maestro, es una auténtica herejía para el Vaticano. Menos mal que esto no quedará sino entre nosotros. Pues me imagino la reacción de los representantes de la religión católica si llegasen a sus oídos semejantes afirmaciones. Pero ya sabemos que en la naturaleza del ser humano está esa capacidad de autoengañarse, un verdadero sistema de defensa para no entrar en una grave crisis de identidad. No sería nada fácil para un sacerdote, me figuro yo, descubrir que gran parte de la arquitectura ideológica que ha levantado a lo largo de su vida está horadada hasta tal extremo que, de acuerdo con la ley gravitatoria, no puede evitar su indefectible desmoronamiento.  Resulta que ese aferramiento a lo ya conocido y el pavor a lo nuevo es algo inherente a todo ser humano. Nadie, en su sano juicio, dinamitaría el pilar que soporta su vida. Mas, casi siempre, las estructuras mentales que nos formamos acaban por constituir un lastre para nuestra evolución como seres humanos. Y,  lo que quizás resulta aún más importante, el percatarnos de que esas estructuras, mantenidas por la tradición durante cientos de años,  acaban por generar auténticos prejuicios que actúan desde las oscuridades de nuestro inconsciente, encadenándonos a reaccionar de una determinada manera, siempre que nos enfrentamos a una misma situación.

 

-Querido Juan, muy bien dices cuando afirmas que la mayoría de los sacerdotes estarían en contra de todo cuanto he dicho. De hecho, lo más probable es que me tildaran de iconoclasta. Nada más lejos de la realidad. Pero ya se sabe, quien tenga oídos para oír que escuche. El lenguaje de los pájaros no es para todos, como tampoco lo son las cantatas de J. S. Bach. A cada cual se le alimenta con los nutrientes que tolera, y no todos los paladares están adaptados a los mismos sabores. Por cierto, has hablado igual que un psicólogo. Seguro que has profundizado en la psicología de Jung, ¿me equivoco?

 

-No, maestro, no te equivocas. En efecto, estudié psicología analítica durante mi estancia en la cárcel, que compaginé con la licenciatura en ciencias naturales.  Esa disciplina me ayudó a profundizar en mis conflictos interiores y gracias a ella logré tomar consciencia de cuál era mi camino. Por eso, cuando mencionaste antes la Fundación Jung, así como a su fundador, hiciste bien al decir que era conocido.

 

-¿Podríais explicarme un poco los fundamentos de la psicología analítica? -Preguntó Miriam con mucho interés -he mantenido alguna conversación con personas que la han estudiado, pero lo cierto es que nunca he profundizado lo suficiente en sus enseñanzas.

 

-¡Cómo no, Miriam! -respondió el maestro.- Verás, las conclusiones a las que llega la psicología de Jung son muy semejantes a las enseñanzas de los gnósticos. De hecho, hasta su terminología tiene cierto parecido asombroso. Lo que las hace diferentes es que los gnósticos hablaban del conocimiento desde un punto de vista demasiado personal, mientras que el conocimiento psicológico se desprende de la investigación y la meticulosa observación de la conducta humana, no de un sólo individuo, sino de miles de personas. De ese modo, se obtiene el conocimiento de las leyes generales que rigen el comportamiento humano, dando por resultado una tipología psicológica a la que se ajustan los distintos individuos. Y, sin embargo, ambos llegan a una misma conclusión: la necesidad de conocerse a uno mismo como vía para resolver todos los conflictos, al tiempo que nos realizamos como seres humanos. Este parecido le ha costado a su fundador no pocas acusaciones de profesar un pseudo-gnosticismo o un misticismo, desde el palco de los científicos. Y, desde la óptica esotérica, le han reprochado por hacer una especie de simplificación o reduccionismo de unas enseñanzas que provienen, según algunos, entre los que me incluyo, de una Tradición arcana. Y no han faltado sacerdotes que le han vituperado por reducir el misterio cristiano a un asunto “nada más que” psicológico. Claro que no por cambiar el nombre a un misterio deja de ser un misterio.  Pero no voy a entrar en esta polémica porque para explicarte someramente sus enseñanzas no viene al caso más que a modo de introducción.

 

-Maestro, permíteme que exponga a Miriam algunas de las ideas básicas de la psicología analítica. Especialmente las que se refieren al tema que estamos tratando, es decir, el gnosticismo de principios de la era cristiana -el maestro asintió con la cabeza- Miriam, realizar una exposición de las aportaciones del gran psicólogo suizo Carl Gustav Jung requeriría, por lo menos, varias semanas. Aquí sólo podré dibujar un esbozo, de gruesas pinceladas, sobre algunas de sus ideas más sobresalientes. Quizás el modo más propicio para la comprensión de sus enseñanzas sea la exposición de un sueño que yo mismo tuve durante mi encarcelamiento y que me ayudó a entender mejor las ideas de la psicología analítica y la estructura del alma humana. El sueño fue el siguiente:     

 

Viajando a través del tiempo llego a un país extraño. Ese lugar no era de este mundo, sino del mundo del más allá, donde se originan los cuentos, las fábulas y los mitos. Ese mundo es, también, el mundo del que hablan los profetas, los místicos y los grandes maestros de oriente. Aquél al que suelen referirse como el corazón del hombre. Podríamos decir que se trataba de la Jerusalén Celestial, del mundo del Mago Merlín, el Rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. Sí, todos ellos se refieren al mismo lugar. Al visitar ese espacio pude percatarme de que estaba formado por diferentes niveles, al estilo de los horizontes edáficos, yendo desde la zona más superficial, donde habitan los humanos, a la zona inferior o profunda, en la que se halla una mezcla abigarrada de seres, incognoscibles e irreconocibles. Sé que están ahí porque actúan y moldean todo lo que es visible, mas ellos mismos no son nada. Son potencias invisibles. Estas potencias sólo son reconocibles cuando afloran a niveles más próximos a la superficie, es decir, a niveles sub-superficiales. Yo estoy en el interior de un edificio medieval. Se trata de un castillo y, junto a mí, están mis compañeros humanos. De pronto, aparecen unas hormigas gigantes que suben ganando terreno hacia nosotros. Mis compañeros y yo luchamos contra aquellas fuerzas venidas del averno, hasta que logramos vencerlas en una guerra campal sin precedentes y las hacemos retroceder, regresando al lugar del que procedían. La lucha fue muy dura y se produjeron numerosas bajas en ambos bandos. Al poco tiempo, cuando todo parecía estar calmado, volviendo a la normalidad, una nueva irrupción de hormigas tuvo lugar por las mazmorras del castillo. En este caso, mis compañeros y yo logramos ganar terreno a las hormigas, hasta que, de repente, entré en una región que me era completamente desconocida. Pude acceder a un nivel subterráneo, vetado hasta ese momento para los humanos. No sabía cómo había descendido hasta allí, pues las mazmorras constituían la estancia más profunda del edificio y, hasta ese día, pensábamos que no era posible descender más. De hecho, sólo los seres de niveles inferiores, como los dragones rojos y verdes, los elfos, las hadas, los enanos o los duendes, entre muchos otros entes fabulosos, parecían tener acceso a esa estancia, atravesando la misteriosa interfase que separaba ambos mundos. Sin embargo, una puerta secreta se abrió y, tras ella, un mundo mágico y enigmático, colmado de vida... Y también de muerte.”

 

-¡Juan, qué magnífico sueño! Me ha puesto los pelos de punta y un escalofrío ha recorrido todo mi cuerpo. ¿Cómo lo interpretarías?-Miriam había quedado muy sorprendida por el sueño y deseosa de que Juan le explicara su significado.

 

-Miriam, ese sueño dejó honda huella en mi memoria. Y, no sólo eso, sino que, cuando conseguí interpretarlo, utilizando las claves hermenéuticas que aporta la psicología profunda, pude percatarme de que ese sueño representaba quién era yo y qué era lo que me estaba sucediendo, en uno de los momentos más duros de mi vida, dentro de aquella oscura cárcel. Comienzo, pues, con su interpretación. El sueño alude a un viaje a un mundo misterioso. Ese mundo misterioso, fuente de todo mito y de toda leyenda, lugar al que se dirigen los místicos y del que nos hablan los gnósticos cuando se refieren al Pleroma, la psicología lo denomina lo inconsciente. Pero, tal como viene representado en el sueño, ese inconsciente es un mundo formado por múltiples estratos o niveles. El nivel más superficial, en el que residen los humanos, y, por lo tanto, yo mismo, es lo que la psicología denomina la consciencia. El ego es como el foco de luz que ilumina todos los contenidos de la consciencia y, por lo tanto, gracias al cual nos reconocemos a nosotros mismos como individuos separados de un mundo exterior, reconocemos a ese mundo exterior como distinto de nosotros y, también, reconocemos un mundo interior, del que provienen tanto los sueños, como los diferentes estados de ánimo que nos sobrevienen. Si has prestado atención al sueño te darás cuenta de que el centro de la consciencia lo represento yo mismo, mientras que la consciencia como tal viene representada por mí, por mis compañeros y por la parte del castillo que nos es conocida. El castillo simboliza al conjunto total de mi personalidad. Y de las mazmorras del mismo irrumpen unas hormigas gigantes que atentan contra mi vida y la de mis compañeros. Esa es una imagen muy buena de una irrupción de contenidos que provienen de lo inconsciente. Me explico. Se trata de un período que los psicólogos denominan depresión y cuyas manifestaciones externas se caracterizan por una apatía, una falta de ánimo, poco interés por lo que sucede a nuestro alrededor y por nosotros mismos, situaciones externas y estados anímicos caóticos, etc. En niveles avanzados puede llegar a materializarse en una psicopatía, o sea, en una enfermedad psíquica. Psicólogos, médicos y psiquiatras de orientación orgánica ven en síntomas de ese tipo indicios de patología y en no pocas ocasiones ofrecen a sus pacientes medicamentos para tratar de paliar el conflicto que subyace a esos síntomas. No puedo dejar de reconocer que, en algunos casos, este procedimiento surte efectos beneficiosos. Mas para la inmensa mayoría de los estados depresivos que necesaria e indefectiblemente se asocian a toda crisis existencial esa actuación no hace sino complicar más el cuadro. Pero, claro, no se puede esperar que un médico pueda ayudar a un paciente a atravesar una crisis de esa envergadura si él mismo no se ha visto ante una situación parecida, enfrentándola convenientemente y atravesando los diferentes estadios que conforman toda crisis de sentido. Existe hoy un auténtico desconocimiento del alma humana, tanto más abyecto, cuanto mayor es la tendencia a diagnosticar problemas físicos a conflictos psíquicos. Y en ese estado me hallaba yo, querida Miriam, en una auténtica crisis de identidad. Mi pretérita existencia, el mundo tal y como yo lo conocía, mis relaciones, todo mi entorno estaban sufriendo una verdadera debacle. Gracias a Dios no tuve la “suerte” de que un médico moderno me quisiera “curar”. Y sí, en cambio, dispuse de la ayuda de mi, antaño, querida amiga e iniciadora Isis. Y, poco después, de la guía espiritual que supuso la emergencia de una imagen interior de un anciano, que se me apareció dándome ciertos consejos en los momentos de mayor desesperación y desorientación. Ellos sí conocían bien lo que estaba sucediéndome entonces, pues ellos mismos se habían enfrentado exitosamente a un conflicto semejante. Pero, disculpadme, estoy desviándome del tema que nos ocupa. Continuando con la interpretación, decía que la irrupción de las hormigas, representantes de los instintos más básicos, simbolizaba que era víctima de mis más bajas pasiones y, por lo tanto, de sentimientos que surgían a borbotones y que eran todo menos bonitos. Deseos de asesinar, de matar, de vengarme de aquella mujer que me había condenado a permanecer encerrado en la cárcel. Sí, todo eso y mucho más irrumpía desde lo más oscuro de mi ser. Pero, también gracias a Dios, vencí en esa batalla a las hormigas gigantes e hice retroceder esos instintos gregarios al lugar del que procedían. Aunque no definitivamente, puesto que volvieron a emerger con inusitada violencia. No obstante, como muy bien viene representado en el sueño, esta vez accedí sólo, recordemos, mi ego tuvo acceso a un recinto, desconocido, enigmático. Esa estancia, de la que provienen todos los seres fabulosos que en el maravilloso mundo de la fantasía habitan, los psicólogos analíticos la denominan inconsciente colectivo. Lo inconsciente colectivo es el ámbito del que proceden los mitos, los cuentos y hasta los símbolos religiosos de las distintas culturas. Un auténtico mundo de fábula y ensueño. Mas se trata de una estancia bien real, aunque no accesible a todos. Lo inconsciente colectivo está habitado por esas hormigas gigantes, además de por trolls, enanos, dragones, etc..., que la psicología denomina símbolos arquetipales. En realidad, lo que habita esa profunda morada es lo que en el sueño aparece como potencias. En sí mismas no son aprehensibles, no se las puede tocar, ni se puede llegar a ellas. No son nada y, sin embargo, actúan sobre toda la vida de los seres humanos y más allá de esta... Como en el sueño, no son accesibles a nuestra consciencia sino a través de imágenes simbólicas. Los arquetipos en sí mismos no son sino pautas de conducta, modos heredados de proceder, modelos o tipos arcaicos.

-No acabo de entender lo que es un arquetipo. Dices que son pautas de conducta, modos heredados de proceder, potencias..., pero ¿qué son en realidad?

 

-Sí, es cierto, es difícil concebirlos porque en sí mismos no son sino posibilidades de manifestación. Imagínate, por ejemplo, que estamos en un laboratorio de química. En ese laboratorio, tenemos un matraz y lo llenamos con agua y con sal. Bien... si calentamos y removemos obtenemos una disolución de cloruro sódico (sal) en agua. Después podemos hacer que esa disolución cristalice enfriándola, de tal modo que se formen pequeños cristales que van adoptando formas muy particulares. Esas formas son propias del cloruro sódico. Algo semejante podemos observar en el agua al congelarse. Se forman entonces esos cristales que componen los copos de nieve. Pues bien, antes de la cristalización ya existe un molde, por así decirlo, al que se adaptarán las moléculas del cristal. Esos moldes, previos a las formas ya cristalizadas, se corresponderían con los arquetipos en el alma. Y los cristales, en el alma, serían los símbolos que aparecen en los sueños, en los mitos, así como en toda expresión anímica. Otro ejemplo, ahora en el mundo de los animales, puede que te resulte más fácil aún de comprender. Se suele decir que las aves, así como los mamíferos y otros animales superiores, son inteligentes y la mayoría de sus acciones son aprendidas. Sin embargo, existen ciertos patrones de conducta que son heredados y nada tienen que ver con el aprendizaje. Así, nadie enseña a un pollo a romper el huevo, como tampoco a una tortuga a dirigirse hacia el mar una vez ha salido de su huevo. Estas son pautas de acción modal o instintos heredados, modos de proceder que les son propios a cada especie y que son independientes del aprendizaje. Esas pautas de conducta son correlatos físicos de los arquetipos. Los arquetipos se manifiestan en símbolos, haciéndose accesibles a nuestra consciencia. Y esos símbolos pueden proceder de diferentes estratos de lo inconsciente. Cuanto más profundo sea ese estrato, más universal será el símbolo y, por lo tanto, más colectivo. A medida que vamos acercándonos a la consciencia, los símbolos van siendo más personales. Así, cada cultura tendrá unos símbolos que la identifican y con los que se identifica, hasta que, finalmente, llegamos a los símbolos individuales. De igual modo, existe un inconsciente individual o personal y un inconsciente colectivo. El primero es más accesible a la consciencia que el segundo, porque sus contenidos son de carácter biográfico. Es decir, se trata de un cúmulo de experiencias que el individuo ha vivido a lo largo de su presente existencia biológica y de las que no es consciente, si bien puede llegar a serlo.  Por el contrario, lo inconsciente colectivo es objetivo, o sea, está más allá de las experiencias vividas y, por lo tanto, sus contenidos son privativos de la especie humana. Estos contenidos son los denominados arquetipos y en los sueños se manifiestan en símbolos como los que he descrito. Soy consciente de que no es fácil de entender lo que trato de explicarte, sobre todo si no has tenido la experiencia que se vislumbra en el sueño.

 

-Hermano Juan, has descrito muy elocuentemente tu sueño y tu interpretación me ha sido realmente muy accesible. Claro que a mí me es conocida la terminología de Jung, puesto que en mis investigaciones topé con algunos de sus libros y me parecieron excelentes -el maestro insufló ánimo a Juan para que prosiguiera, habiéndose percatado de que necesitaba de una respuesta que le confirmara que le estaban siguiendo en su argumentación.

 

-Juan, no puedo decir que no sea difícil de entender todo cuanto nos estas explicando, pero tu esfuerzo está mereciendo la pena. He entendido perfectamente lo que dices. No olvides que los que nos hallamos aquí reunidos hemos pasado por esa experiencia iniciática de la que has hablado antes, al referirte a la crisis existencial -con aquellas palabras, Miriam confirió nuevo aliento a Juan, quien parecía haberse venido abajo ante su torva mirada.

 

-Gracias por vuestro feed-back, hermanos. Por un momento creí que mi torpeza nos había hecho separarnos mientras interpretaba el sueño. Prosigamos, pues, por donde nos habíamos quedado. Si recordáis, el sueño comenzaba con un viaje a otro mundo. Ese viaje representa la entrada en las entrañas de mí mismo, un auténtico descenso a los infiernos -el maestro lo miró, sonrió y dijo:

 

-Hermano Juan, recuerda lo que dije antes acerca de los gnósticos. Ellos enseñan que todo comienza con el conocimiento de uno mismo. Y, conociéndose uno a sí mismo, entonces conocerá a Cristo. Pues Cristo está en el interior de cada uno de nosotros. Las enseñanzas gnósticas, por consiguiente, se refieren a lo mismo. Cosa que, por otro lado, ya hemos dicho antes.

 

-Sí, maestro, así es. Pero la entrada en las profundidades de uno mismo no es nada fácil. Se trata de una auténtica iniciación. Ya que, como bien se representa en el sueño, comienza con una guerra. Decía Heráclito que la guerra era la madre de todas las cosas. La Yihad islámica, según mi entender, se refiere exactamente a esto mismo. Los tres sabemos lo que significa esa batalla campal que tiene lugar en algún momento de nuestra vida. Y lo difícil que resulta, al principio, enfrentarse uno a sus más bajas pasiones, a esas pautas de conducta, instintivas e inconscientes, a la hidra de siete cabezas que cada uno porta en su interior. Pero, al tiempo, sabemos el tesoro que guarda ese dragón, y que quien lo abate se eleva por encima de la naturaleza y, por tanto, también trasciende las pautas de conducta colectivas que el común de los mortales nunca se cuestiona. Sin embargo, cuando no se lucha con el primitivo reptil que uno lleva dentro, también sabemos lo que sucede entonces. Las guerras vividas en este siglo no son sino la manifestación más fehaciente. El dragón toma las riendas de la cultura. Y el Caos se adueña del mundo dirigiendo los humanos destinos.

 

-Has hablado con sabiduría, hermano Juan. Se está haciendo un poco tarde y puede que tengáis vuestros planes. De todos modos, disponemos de muchos días para continuar estas reuniones ex catedra. Desde luego, no tenemos que irnos muy lejos para encontrarnos, dado que nos alojamos en el mismo edificio. El próximo día intentaré que el hermano Tomás participe en la reunión. ¿Os parece bien que lo dejemos por hoy?

 

-Sí maestro, creo que es una excelente idea. Se está haciendo tarde y el cansancio ya empieza a hacer presa de mí - Miriam había comenzado a bostezar unos minutos antes, algo de lo que se había percatado el maestro.

 

-Por mi parte estaría compartiendo vuestras enseñanzas días enteros, pero también yo me siento un poco cansado. De hecho, hoy me iré a dormir pronto -Juan estaba cansado tras un día colmado de nuevas experiencias.

 

Eran más de las ocho de la tarde y ya había oscurecido, como es costumbre en pleno invierno, entreviéndose el occiduo paisaje a través de las vidrieras. Después de despedirse con un fuerte abrazo, los tres se retiraron a sus aposentos. La habitación del monje estaba en la segunda planta de aquel monasterio, mientras que las del resto de hermanos se hallaban en la planta primera. El interior del aposento del anciano era una auténtica delicia. Adornada con un gusto exquisito, cada pequeño detalle obedecía a un sentido trascendente. Candelabros con forma de flor de lis y sobre estos un reloj de madera con péndulo visto daba las horarias al estilo de una iglesia. Varios platos con símbolos esotéricos, cuadros de pergaminos antiguos en los que figuraban las constelaciones astrológicas. Un mapa del mundo, realmente enigmático, pendía de una de las paredes. Una vidriera circular, a modo de rosetón catedralicio multicolor, permanecía regio en su orientación Este, mientras los rayos del Sol la atravesaban en la alborada, iluminando el interior como si de un Templo al dios Sol se tratara. Vasos de estaño esculpidos por orfebres profesionales narraban escenas caballerescas... En definitiva, todo un sinfín de detalles sumamente cuidados. Y, por supuesto, no podía faltar una alfombra persa cuadrada con un mandala en su centro. Allí, el maestro se descalzaba, tomando asiento en su centro y permaneciendo sedente mientras realizaba sus meditaciones diarias. No exageraba el anciano cuando decía que allí se encontraban miles de libros de extraordinaria relevancia para el conocimiento de la realidad trascendente. Verdaderas joyas del saber esotérico, que el monje no permitía fuesen profanadas por nadie. Los únicos que habían tenido acceso a aquella biblioteca alejandrina de sabiduría eterna habían sido Miriam y Juan, y siempre bajo la supervisión del monje. Su aparentemente exagerado celo por el secreto de aquellos papiros estaba más que justificado. No sólo se trataba de obras inaccesibles al común de los mortales, sino que, además, formaban parte de un conjunto sin parangón alguno. ¿Podéis imaginaros si alguno de aquellos ejemplares se llegase a perder? Sería una pérdida irreparable.

 

Pese a sus intenciones, aquella noche los tres contertulios se acostaron bien entrada ya la madrugada. La conversación que habían mantenido mantuvieron había agitado sus mentes… Finalmente, el cansancio pudo más que su agitación y todos conciliaron el sueño.