Capítulo 8

 

EL GRAN MISTERIO DE LA ALQUIMIA

 

Ya era lunes y apenas quedaban quince minutos para que diera comienzo la reunión. Miriam y Juan estaban deseosos de ver al maestro, no tanto por el tema que iban a debatir aquel día, cuanto por la conversación que deseaban mantener después de la tertulia. El enigma que se escondía tras ABRAXAS y sus enseñanzas, y su relación con el manuscrito que el maestro les había entregado, no dejaba de rondarles por la cabeza. Fue esa excitación la que motivó su presencia en el auditorio diez minutos antes de que diera comienzo la reunión. La pareja estaba sumamente agitada. Sabían que ese iba a ser un día muy importante para ambos y, si habían interpretado bien las pistas que el maestro les había dejado en el manuscrito, la prueba concluiría aquella misma tarde. Al poco de que tomaran asiento, entraron en el auditorio el resto de hermanos. Primero accedieron Eva, Santiago, Prisciliano y el hermano Plutoniano. Después entraron los demás encabezados por Tomás y Saturnino. Acto seguido entró el maestro, quien se dirigió, como de costumbre, hacia las escaleras que le subían a una plataforma elevada, a modo de centro en una mesa redonda a la que estaban sentados los doce.

 

-Hola a todos, queridos hermanos. Espero que hayáis disfrutado del fin de semana, aprovechando vuestro tiempo de un modo constructivo. Hermanos, el tiempo es un bien preciado. Imagino que conocéis la pintura de Goya en la que aparece Saturno devorando a sus propios hijos. Este cuadro simboliza precisamente cómo el tiempo va consumiendo la vida poco a poco, casi imperceptiblemente. De ahí la importancia de aprovechar ese bien efímero del modo más conveniente.

 

-Maestro, en los textos alquímicos que nos has recomendado aparece un símbolo semejante. Se trata de un Rey anciano sentado en el trono devorando a su hijo. De este símbolo parece derivarse un significado diferente; ¿no simbolizaría lo que sucede cuando el poder se esgrime de un modo despótico?

 

-Tomás había estado estudiando los libros que el maestro había recomendado y estuvo meditando durante todo el fin de semana cuál podría ser el significado de aquella imagen.

 

-En efecto, Tomás, muy oportuna esta analogía. Hermanos, como apunta Tomás, cabe otra interpretación sobre esa imagen, que complementa la anterior. Saturno, como padre, es representado en la Alquimia en la forma del Rey que devora a su propio hijo. El Rey es la figura que simboliza la máxima autoridad temporal, al igual que sucede con Saturno como padre que devora a sus hijos. Lo que esto representa es la pretensión desmesurada de mantenerse en el poder. El Rey devora a sus hijos porque estos, una vez hayan crecido, proclamarán su derecho al trono y, por lo tanto, derrocarán a Saturno en algún momento, tal como nos cuenta el mito. Por tanto, esta imagen simboliza el principio masculino excedido, escindido de su contraparte femenina, justo lo que ha acontecido con las tres grandes religiones monoteístas. Todos conocemos lo que sucede cuando el Sol calienta bajo sus rayos sin que caiga una sola gota de agua. La tierra, de ese modo, se agosta y lo que obtenemos es un páramo desierto. Pues bien, hermanos, cuando un Rey o un gobernante es un déspota, destruye todo lo que se encuentra a su alrededor con tal de mantenerse en el trono. La Biblia simboliza este mismo patrón cuando se refiere a la Bestia, cuyo número es el 666. Y este es el problema al que se enfrenta la humanidad moderna. Puesto que el Sol es un símbolo de la conciencia humana, cuando ésta se desarrolla unilateralmente, como sucede con los arrogantes cientificistas modernos, con gran parte de los intelectuales adoradores de la Diosa Razón o con algunos dirigentes políticos y religiosos, entonces aparece en escena el aspecto demoníaco del principio solar. Cuando la conciencia humana es arrastrada por sus bajas pasiones, como el poder, el deseo compulsivo de controlarlo todo, el sexo o el miedo a perderlo todo, el individuo manifiesta su lado oscuro. Una conciencia así no puede ser sino completamente injusta, despótica a más no poder y de una rigidez cuya esclerosis le impide observar la excepción que le es connatural a toda ley.

 

-Maestro, ¿podrías hablarnos de la meta del alquimista? -El hermano plutoniano tenía mucho interés en que el maestro comenzara a hablar de Alquimia.

 

-Hermano Plutoniano, no te impacientes. Nuestra reunión de hoy versará en su totalidad de Alquimia. Bien, respondiendo a tu interés, comenzaré definiendo qué es la Alquimia. La Alquimia es el arte de liberar partes del cosmos de su existencia temporal, alcanzando la plenitud. Así, el alquimista trataba de transmutar lo que él denominaba materia prima en oro. La materia prima solía representarse como el metal plomo, aunque no siempre era así, pues también podía corresponderse con la sal, el azogue, el hierro o el bronce. En cualquier caso, todos ellos se referían a la piedra bruta sobre la que el alquimista debía realizar ciertas operaciones, mediante las cuales pretendía transformar esa piedra, el lapis, en oro. No obstante, hermanos, es muy importante que realice una aclaración. En la época en que la Alquimia proliferó existía un profundo desconocimiento de la materia. No es como hoy, que cualquier estudiante sabe más de física y de química que el más erudito de los alquimistas. Y si digo esto es para que comprendáis que el alquimista proyectaba en la oscuridad de la materia otra realidad que para él era igualmente oscura: su propia alma. Este es un asunto de lo más importante si se desean comprender las estrafalarias y ampulosas metáforas que utilizaban los alquimistas para describir las diferentes etapas que conducen a la obtención del oro. Como podéis imaginaros, el oro no era simplemente el metal. De hecho, los alquimistas se referían al oro como “aurum non vulgi”, es decir, el oro no vulgar. O sea, que no era sencillamente el elemento oro, el metal dorado. Éste, en realidad, era un símbolo. Y ese símbolo aludía a la liberación del hombre del estado material; en definitiva, a la transformación del hombre natural en hombre espiritual; el mismo objetivo que los gnósticos, si recordáis.

 

-Maestro, ¿quieres decir que los alquimistas, en la realización de su Opus Magnum, lo que buscaban era, en realidad, la transformación de sí mismos?- Santiago había estudiado algunos de los libros que el maestro recomendó y parecía muy interesado en el tema.

 

-Así es, hermano Santiago. La materia prima se refería al estado inicial del alquimista, un estado semejante al de los animales, en tanto que, en dicho estado, el alquimista partía de una completa ignorancia e inconsciencia de sí mismo. Así, mediante el trabajo con la materia prima, el alquimista iba perfeccionándose y adquiriendo la iluminación gnóstica, o sea, el conocimiento de su esencia divina, de la luz de la naturaleza que libera precisamente de ese modo. Y todo este proceso es denominado la Gran Obra alquimista, que en latín se corresponde con el Opus Magna. Esta obra tiene su paralelo en la muerte y resurrección de Cristo, pues de lo que se trata es de despertar del sueño en el que el alquimista había permanecido, para renacer a una nueva vida más hermosa y completa. Recordad, hermanos, que los gnósticos se referían a la muerte y la resurrección como símbolo de la transformación que ha de tener lugar en el ser humano. Y, dicho esto, ahondemos ahora en las fases que ha de atravesar el plomo para transmutarse en oro. Los alquimistas distinguen cuatro fases que se caracterizan por los cuatro elementos originarios: el ennegrecimiento o melanosis, el emblanquecimiento o leucosis, también llamada albedo, el amarilleamiento, xantosis o citrinitas y, finalmente, el enrojecimiento o iosis, también denominada rubedo. La nigredo es el punto de partida de la materia prima o massa confusa, llamada así por el estado de separación o división de todos los elementos que entraban en juego en la Gran Obra. En este caso, se parte inicialmente de un estado de división de elementos; luego se produce la unión de los elementos opuestos, expresada con el símil de la conjunción de lo masculino y lo femenino, conocido por varios nombres como coniunctio, es decir, conjunción, coitus, o sea, coito, o matrimonium. A la unión de lo masculino con lo femenino le sigue la muerte del producto de la unión con el consiguiente ennegrecimiento del elemento. Ese elemento ennegrecido es lavado por el bautismo o ablución con lo que se pasa directamente de la nigredo al albedo. Los alquimistas decían que en ese paso el alma, que había huido del cuerpo muerto, que era representado como el elemento negro, regresa de nuevo al mismo para vivificarlo. También expresan ese cambio mediante la unión de todos los colores que conducen al color blanco, que los engloba. De acuerdo con los alquimistas la albedo es una fase muy importante, pues representaría algo así como la alborada de la consciencia, la salida del Sol que empieza a asomar, todavía vagamente, desde el horizonte. Mas sólo la rubedo, o sea, el enrojecimiento por el fuego, se correspondería con la salida del Sol, iluminando con sus rayos los confines de la tierra.

 

-Maestro, no entiendo nada de lo que estás diciendo. Ese lenguaje me parece un auténtico galimatías indescifrable. ¿Podrías ser más explícito? -El hermano Saturnino estaba totalmente confundido.

 

-Hermano Saturnino, no desesperes. Como he dicho hace un momento, los alquimistas desconocían las propiedades de la materia. Desde luego que, ya en los

 

 

nigredo

Figura 3. Etapa de nigredo o ennegrecimiento alquímico.

 

orígenes del cristianismo, se tenían ciertas nociones de química y, por lo tanto, si sólo se refiriesen al ámbito de la materia, entonces no se comprendería el uso que los alquimistas hacen de ciertos símbolos y metáforas que son más propias de una religión que de la “ciencia” de la materia. Mas era precisamente la proyección de los contenidos del alma del alquimista lo que convertía a la materia en una especie de ámbito mágico o sagrado. Así, con las operaciones a las que sometían a la materia prima o piedra en bruto, lo que pretendían era extraer el espíritu que se hallaba encerrado en su interior. De lo que probablemente no se percataran, al menos al principio, era de que ese espíritu, en realidad, no procedía de la materia, sino del propio interior del alquimista, de su alma. Como el alma es un auténtico enigma, no sólo para los alquimistas, sino también para el hombre moderno, no es de extrañar que utilizasen un lenguaje simbólico. Con ello trataban de expresar lo que ellos veían en la materia. En cierto modo, la materia era para el alquimista un espejo en el que veía reflejados todos los procesos que tenían lugar en su interior. De todo esto se deduce, hermano Saturnino, que lo que expresan los alquimistas con ese lenguaje extraño no son sino símbolos de acontecimientos que le suceden en su interior y, por lo tanto, así es como debemos entenderlos. Por lo tanto, volviendo a las fases de la obra, cuando el alquimista se refería a la nigredo, como fase inicial, en la cual los elementos contrarios estaban separados, debemos entender que los componentes de su alma operan por separado. En ese estado el alquimista no sólo no es consciente de los componentes de su alma, sino que, además, desconoce que se encuentren separados y hasta enfrentados entre sí. Verás, hermano, esa fase se correspondería con el estado hílico de los gnósticos, que, si recordáis, se refería al estado más primitivo de todos. Se trata del hombre material, aquel que vive en el mundo ilusorio de la materia, creyendo que ésta es la única realidad. Para una consciencia así de primitiva nada hay más allá del ámbito terrenal. En definitiva, es el estado de inconsciencia e ignorancia acerca de todo lo que se refiere al Espíritu y, por tanto, el alquimista, o la persona que se encuentra en ese estadio, vive una vida semejante a la de los animales. Pero la nigredo, a la que se refieren como un auténtico caos, es ya un comienzo de la Gran Obra. Hoy en día esa fase se correspondería con lo que los psicólogos llaman una crisis de sentido, o bien, una auténtica depresión. Todos aquellos que hayáis atravesado una crisis de este tipo seguro que entenderéis el porqué los alquimistas afirmaban que en esa fase se producía una lucha de tendencias contrapuestas, un caos, una oscuridad impenetrable a la que designaban como negro, más negro que lo negro. Pues, hermanos ¿acaso hay algo más negro que la propia maldad de la que cada cual es portador?

 

-Maestro, ¡entonces la nigredo alquimista no se refiere al estado de la materia prima con la que trabajaba el alquimista, sino, más bien, a su estado interior! -El hermano Saturnino continuaba turbado.

 

-No exactamente. Verás, hermano, con ello el alquimista se refería tanto al estado de esa materia con la que trabajaba, cuanto a su propio estado interior. Recuerda que existe una correspon-dencia entre lo que le sucede a la materia prima, y lo que le acontece al alquimista. Cuando el alquimista se refiere al plomo, éste tiene en mente tanto el metal cuanto el planeta Saturno y, por supuesto, nosotros sabemos que ambos son símbolos de un contenido que yace en su interior. Pues no olvidemos que los alquimistas hablan en un lenguaje simbólico. Después de ese estado caótico de negrura absoluta, o sea, de completa desorientación e incomprensión ante el que se enfrentaba el alquimista, la fase siguiente es la albedo. Esta fase de blanqueado tiene su paralelo en el bautismo cristiano. Recordad que se trata de una limpieza de las inmundicias de uno mismo, es decir, en lenguaje cristiano, de los pecados del alma.

 

NigredoAlbedoRubedo copia

Figura 4. Las tres fases del proceso alquímico.

 

Los místicos llaman a esa fase purgación o purificación de los pecados. En esta etapa lo que tiene lugar es una retirada de proyecciones, o sea, el alquimista comienza a ver qué es lo que sucede realmente, motivo por el cual también decían que se producía una iluminación. El alquimista dejaba tras de sí su vida profana, inferior y maldita, para renacer al mundo del Espíritu, convirtiéndose así en un iniciado. Para utilizar un símil agrícola podríamos decir que el estado de nigredo representaría la tierra negra sobre la que se planta el lapis, la piedra filosofal, siendo ésta la semilla. En la primera fase la semilla está oculta bajo la negra tierra y nada es perceptible sino sólo la negrura de la tierra. Mas, con la llegada de la albedo, esa semilla empieza a germinar y asoman los primeros tallos por encima de la tierra. Y, como el crecimiento de la vegetación, así como los ciclos vitales de fecundación y germinación, están asociados a la Luna, no es de extrañar que los alquimistas digan que la albedo está regida por la blancura de la Luna.

 

-Maestro, entonces el estudio de las fases por las que atraviesa la materia prima, es decir, el plomo para transformarse en oro, nos está desvelando las distintas etapas de iniciación por las que ha de pasar, no sólo el adepto alquimista, sino todo individuo que se embarque en el conocimiento de sí mismo. Tal vez el lenguaje que utilicen los alquimistas sea enrevesado y, a veces, tan tortuoso que resulta muy difícil de entender. Pero, en realidad, lo que expresan es su propia evolución interior, el mismo camino de autorrealización o de conocimiento de la chispa divina que reside en nuestro interior, a la que aludían los gnósticos. Y, maestro, en los alquimistas se observa la ley de la casualidad, al igual que en la Astrología- a Juan le era conocido el lenguaje de los alquimistas y pronto se percató de la similitud que existía entre estos y los gnósticos. La meta era idéntica en ambos. Además, sabía que la ley de la casualidad regía tanto los procesos alquímicos como los ciclos astrológicos.

 

-Efectivamente, hermano, es justo adonde quería llegar. Pese a que los alquimistas utilicen una terminología extraña, debéis tener siempre presente que están refiriéndose al conocimiento de la esencia divina en su interior. Lo que sucede, en el caso de los alquimistas, es que estos pretendían encontrar dicha esencia en el seno de la materia. O, para ser más exactos, creían que el Espíritu estaba encerrado en la Materia. Y, mediante las operaciones que describen, pretendían liberarlo de la oscuridad de la materia. Pues, hermanos, tened siempre muy presente que el alquimista proyectaba su interior en la materia. Y lo que extraía de ella no podía ser otra cosa que ese interior, o sea, su alma. Como el alma es un misterio, el alquimista utilizaba un lenguaje simbólico para expresar cuanto él veía que acontecía en la materia. Hermanos, para resumir la esencia de lo que os acabo de exponer, podríamos decir que la Alquimia presenta dos aspectos: el trabajo químico en el laboratorio, con el uso de retortas y alambiques, y un proceso interior del que el alquimista era en parte consciente y en parte inconsciente. Todo lo inconsciente era proyectado en la materia y visto en los diferentes procesos de transformación que ésta sufría. De ahí que la materia se convirtiera en una especie de pantalla reflectora sobre la que se proyectaba todo cuanto tenía lugar en lo inconsciente del alquimista, es decir, en aquella parte del alma que le era desconocida. Y esas transformaciones proyectadas en la materia y expresadas en lenguaje simbólico son un rico acervo de conocimientos en torno a los procesos que tienen lugar en el interior del alma del ser humano. No olvidemos, hermanos, que el alma funciona igual en la época de los alquimistas que en nuestra época. Lo único que cambian son los modos de expresión de dichos procesos. De ahí, también, que podamos realizar una analogía entre lo que gnósticos y alquimistas buscaban. No en balde los alquimistas se referían al proceso de transformación de la materia con la máxima “así es arriba, como abajo”. Con ello querían expresar la correspon-dencia entre lo que tenía lugar en la materia, en su propio interior y hasta en el universo.

 

-Maestro, entonces, los alquimistas hablan de una especie de reino sutil en el que no es fácil discernir entre materia y espíritu. Quizás, maestro, se estén refiriendo a la ley de las correspondencias -el hermano Juan expuso al grupo el tema de la ley de las correspondencias entre lo interior y lo exterior. Ya antes había hablado de ello y había bautizado esas correspondencias con el nombre de ley de la casualidad. El anciano lo miró fijamente y le guiñó un ojo mientras sonreía.

 

-Así es, Juan. Según la ley de las correspondencias, hermanos, lo que tiene lugar en nuestro interior y los acontecimientos objetivos que nos suceden, repitámoslo de nuevo por si albergáis alguna duda al respecto, son como imágenes especulares. Dicho de otro modo, existe una coincidencia entre nuestros estados de ánimo, las transformaciones interiores que sufrimos y todo cuanto sucede a nuestro alrededor. Así, por ejemplo, si alguno de vosotros se encuentra por “casualidad” con algún amigo de la infancia o cae en sus manos un libro que versa sobre determinada materia, esto es un reflejo de que ese libro o ese amigo representan algo para él. Por tanto, hermanos, si hoy tratamos de la Alquimia e intentamos desentrañar los entresijos de sus enigmáticas operaciones, ello se debe a que los alquimistas buscaban en el interior de la materia un verdadero misterio, el mismo misterio que tratamos de desentrañar nosotros. Y el gran secreto, que ellos se afanaban por buscar, era el conocido oro de los filósofos. Ese oro no debe entenderse sólo como el metal dorado. El oro es, en realidad, la gran joya, la piedra filosofal a la que ellos denominaban lapis. Y esa piedra es, en verdad, un símbolo de Cristo. Por lo tanto, hermanos, la piedra es, en la tierra, un sinónimo de Cristo en el cielo. Y su búsqueda del oro, a partir del plomo, es la búsqueda de Cristo en el interior de ellos mismos. La materia, la vasija o matriz sobre la que ellos trabajaban, era en realidad el propio alquimista. Pues, hermanos, para el alquimista el oro es un símbolo del Sol celeste; éste, a su vez, representa el corazón del ser humano y el corazón es un conocido símbolo de Cristo. Así pues, el ser humano, para los alquimistas, es, en verdad, un reflejo en pequeño del cosmos. De modo que la máxima “así es arriba como abajo” se refería a la correspondencia entre el microcosmos, o sea, el propio alquimista, y el macrocosmos, esto es, el universo. Las fases de la nigredo, albedo, citrinitas y rubedo, a las que antes aludía, han de entenderse partiendo de este enfoque. Así, aunque es cierto que era la materia prima con la que ellos trabajaban la que sufría modificaciones, estos cambios eran un reflejo de las transformaciones que tenían lugar en el propio alquimista.

 

-Maestro, entonces los alquimistas eran auténticos devotos de Cristo. No comprendo cómo puede la Iglesia de Roma condenar la Alquimia como herejía- Saturnino comenzaba a vislumbrar el objetivo de los alquimistas con mayor claridad.

 

-Hermano Saturnino, ¡del mismo modo que tacharon a los gnósticos de herejes, condenando todas sus enseñanzas! Quizás el lenguaje abstruso de los alquimistas les haya salvado de haber sido perseguidos por la ortodoxia con la misma ferocidad con la que fueron perseguidos los movimientos gnósticos. De todos modos es importante advertir la similitud esencial entre los gnósticos y los alquimistas. Ambos se afanaban en una búsqueda que tenía por objetivo el conocimiento de Cristo. Ambos sabían que Cristo estaba en su interior y, por lo tanto, no necesitaban que ningún sacerdote les sirviera de guía en el camino hacia el conocimiento. La guía la hallaron siempre en su interior. Los alquimistas llamaban a Cristo con el nombre de Mercurio. Él era el Gran Andrógino, en cuyo seno albergaba una abigarrada combinación de opuestos. Masculino y Femenino, Luz y Oscuridad, el Bien y el Mal, Agua y Fuego, Húmedo y Seco… se daban cita en Él; motivo por el cual también lo denominaron Rebis Hermafrodita. Y era con Mercurio con quien ellos se comunicaban. La esencia de su arte, llamado “spagírico”, nombre que se compone de spaein, que significa desgarrar o extraer y de ageirein que se traduce por reunir o juntar, representada en la divisa formulada repetidamente de solve et coagula es la separación o disolución, por un lado, y la coagulación o solidificación, por otro. Se trata de un estado en el que fuerzas y tendencias opuestas luchan entre sí, y de la gran obra de reunificar todos esos elementos y cualidades contrarias y enfrentadas unas con otras.

 

-Maestro, el objetivo de los alquimistas no sólo es el mismo que el de los gnósticos. Coincide también con el de los astrólogos. De hecho, los alquimistas representan a Mercurio como a una serpiente que se muerde la cola y a la que denominan Ouroboros. Esa serpiente simboliza que el camino hacia el que se embarcaba el alquimista es una auténtica circunvalación o una rotación. ¿Acaso el símbolo del horóscopo astrológico no se refiere a lo mismo? -Juan no podía dejar de apuntar la analogía existente entre los símbolos centrales de la Alquimia y de la Astrología.

 

-En efecto, Juan, así es. De hecho, ambas disciplinas esotéricas se basan en el principio de las correspondencias, como bien sabes. Y, como he apuntado antes, los alquimistas pueden considerarse también, en cierto modo, astrólogos.

 

-Y los astrólogos, alquimistas –Juan respondió inmediatamente.

 

-Sí, Juan, claro. El orden de los factores no altera el producto. Asimismo, la psicología moderna ha hallado, como sabéis, una increíble analogía con la esencia del arte alquimista. Como ya dije antes, la disociación de la personalidad se caracteriza por una tensión entre tendencias incompatibles que suelen estar en una situación inarmónica. La “represión” de esa situación tensa no hace sino prolongar y agravar el problema subyacente. Y la terapia psicoanalítica no pretende otra cosa que reunir las polaridades enfrentadas, hasta que el paciente adquiera un estado duradero de unión y armonía. Durante ese proceso los sueños e imágenes emanados de lo inconsciente presentan una tremenda analogía con los símbolos alquímicos correspondientes.  ¿Qué conclusión podemos extraer de todo cuanto hemos dicho?

 

-Que los gnósticos, los psicólogos, los alquimistas y los astrólogos buscan esencialmente lo mismo. Todos ellos se embarcaron en un viaje hacia las profundidades de su alma. Buscaban a Cristo y se comunicaban con Él, siendo Él su guía. Razón por la cual consideran superflua la asistencia de sacerdote alguno en su camino hacia el Conocimiento, al que ellos denominaban Gnosis. Pues, ¿quién les podría guiar mejor que el Gran Maestro de maestros?

 

Juan quiso que el maestro se percatara de sus progresos. Con aquellas intervenciones pretendía que el monje se diera cuenta de que se había reencontrado con ABRAXAS. De que se había subido al lomo de la misteriosa águila que lo elevaba allende las fronteras del cielo, mostrándole el tesoro de sabiduría al que pocos tenían el privilegio de acceder.

 

-Ciertamente, hermano. Pero, también, –reparó el monje- y esto es de suma importancia, todos ellos pretenden obtener el gran misterio de la conjunción de los opuestos. Cristo es, como sabéis, una complexio opposittorum, una paradójica unión de contrarios que trasciende a nuestro ego. Éste, por el contrario, se encuentra en una situación intermedia o, como lo expresan los alquimistas, anima inter bona et mala sita (un alma situada entre el bien y el mal). Los gnósticos manifiestan esta misma idea de la unión de los contrarios en el Evangelio de Felipe, donde se dice lo siguiente –el maestro cogió un libro y, tras pasar algunas páginas, comenzó a leer: “Entre las formas del espíritu impuro las hay masculinas y femeninas. Las masculinas son las que cohabitan con las almas albergadas en una forma femenina. Las femeninas, por su parte, son las que se mezclan con las que (se albergan) en una forma masculina... Y nadie podrá rehuir a estos (espíritus) si ellos lo aferran, a no ser que reciba una fuerza masculina y una femenina –a saber: esposo y esposa-. Se los recibe, empero, en la imagen de la cámara nupcial”. La esposa y el esposo son representantes de la unión de lo femenino y lo masculino o, como diría un psicólogo moderno, de lo inconsciente y de la consciencia. Resulta de capital importancia remarcar que el corazón del ser humano, que es Cristo, está compuesto por la unión de los opuestos. De ahí la imagen de la cámara nupcial, donde tiene lugar la reunión de lo masculino y de lo femenino, tal como sucede en el lecho nocturno cuando cohabitan las parejas. Mas la verdadera unión de contrarios acontece en el reino imaginal, en el plano sutil, en el mundo mítico, es decir, en lo supraconsciente. Y no hallaréis unión mística alguna que no sea a través de los símbolos. Sí, hermanos, penetrando el sentido y el significado de los símbolos, así es como acontece la unión más sagrada.  Por eso, el Evangelio de Felipe dice lo siguiente: “La verdad no vino al mundo desnuda, sino que vino en símbolos e imágenes; (el mundo), de otra forma, no podría recibirla. Hay un renacimiento y una imagen del renacimiento. Es en verdad necesario renacer mediante la imagen.” -El maestro había memorizado algunos evangelios apócrifos, entre los que se encontraban el de Felipe y el de Tomás, por los que sentía especial predilección.

 

Miriam permanecía muy atenta a las enseñanzas del maestro. Deseaba formularle multitud de preguntas, que se aglutinaban en su mente a velocidad de vértigo, pero prefirió guardárselas para cuando se reunieran a solas ella, Juan y el maestro. El maestro fijó su mirada en Miriam durante unos instantes. Al percatarse de que estaba muy callada, quiso dar por concluida la reunión en ese momento.

 

-Hermanos, meditad acerca de las enseñanzas de los alquimistas. Muchos y grandes secretos yacen ocultos bajo los atavíos de sus extrañas metáforas. Nos vemos la próxima semana. Disfrutad de las maravillas que la naturaleza nos ofrece y aprovechad con sabiduría vuestro tiempo. Salud a todos.