Capítulo 2
El individuo
Un ruido sordo me despertó en mitad de la noche. Al principio no sabía dónde me encontraba, hasta que recordé como había desafiado a papá y había huido de casa. Miré el reloj que había en la mesita de noche, las números verde fosforescentes marcaban las cinco de la madrugada, y otro ruido —esta vez más fuerte— procedente de la calle me sobresaltó. Me incorporé y me quedé inmóvil, la vista fija en la ventana. Una sombra desproporcionadamente grande se proyectó en el interior de la estancia, un ruido procedente del exterior se filtró por la ventana abierta que segundos antes había estado cerrada y la cortina se elevó por la corriente de la noche. La sangre se me heló en las venas y un sudor frío empezó a recorrerme la frente, mi cuerpo estaba paralizado y mis ojos fijos en aquel vaivén que llevaba el pedazo de tela blanca.
—¡Mierda! —masculló aquel que intentaba penetrar en el cuarto.
La ventana se había atascado y el individuo trataba de subirla pero, al no poder, se dio por vencido y el ruido cesó. Intenté tranquilizarme, razonar con la cabeza y no por impulsos como de costumbre, ¿qué estaba sucediendo? Otro ruido me atravesó los tímpanos y acabé por perder la calma. Era un ladrón que quería entrar a robar y si me encontraba allí me mataría, debía llamar a la policía antes de que entrara.
Intenté mover las piernas pero éstas no respondían, estaban paralizadas por el miedo. Nunca había pasado por una experiencia como aquella, era lo único que me gustaba de la burbuja, te sentías segura y protegida.
Notaba como la sangre se disponía a reventarme los vasos sanguíneos de las manos, los latidos eran tales que tuve que cerrar los puños con la intención de mantener la sangre dentro, pero mi cuerpo sufría convulsiones a causa del miedo, no controlaba mis propios músculos. La sombra regresó, proyectándose en el blanco de la pared, y el ruido se apropió del cuarto. Mi respiración cesó por un momento al intentar hacer menos ruido por miedo a ser descubierta, pero tuve que volver a respirar. La ventana chirrió al ceder y permitió que se introdujese una pierna por ella. Al ver un brazo mi cuerpo se movió repentinamente, lanzándose al suelo y rodando hasta esconderse bajo la cama. Me tapé la boca para ensordecer el ruido de mi escandalosa respiración y permanecí muy quieta. El sujeto, al fin, puso los dos pies en el suelo del cuarto, lanzó una mochila al suelo —junto a mí— y avanzó hacía el armario. Solo lograba atisbar sus deportivas y los bajos de sus pantalones medio rotos.
—Cada día es más sencillo —murmuraba para sí mientras recorría la estancia abriendo cajones y arrojando ropa al suelo.
Era una voz de chico, un adolescente que había perdido el rumbo de su vida y se dedicaba a desvalijar casas. Jóvenes alcoholizados e influenciados por las drogas y las deudas, aquellos eran los más peligrosos; robaban y si alguien se cruzaba en su camino sacaban la navaja e incluso llegar a asesinar personas inocentes. Tenía ganas de gritar, pedir ayuda, pero me contuve. No podía involucrar a mamá y a Antonio, ellos no tenían por qué pasar por lo mismo que yo. Debía mantener la boca cerrada y dejar que el ladrón se marchara sin descubrirme, así conservaría la vida.
Agarré el colgante que pendía de mi cuello y lo apreté con fuerza contra mi pecho, cerré los ojos y pedí a Dios que me salvara pero, el efecto fue el contrario al deseado, un ruido me hizo abrir los ojos y vi unas llaves frente a mí.
—Joder… —murmuró el muchacho tras soltar un suspiro y se agachó perezosamente.
Una mano apareció frente a mi cara, intenté acercarle las llaves para que pudiera encontrarlas sin mirar bajo la cama pero fue en vano, unos ojos azules quedaron a la par con los míos y me sostuvo la mirada. Me quede sin respiración y una gota de sudor rodó por mi frente y mi mejilla hasta impactar en el suelo. Fue tal el silencio que se formó que pude escuchar el momento exacto del encontronazo entre el suelo y esa gota huidiza.
—¿Quién eres tú? —me preguntó el muchacho agarrándome por un brazo y arrebatándome de mi escondite.
Mis pulmones se llenaron de aire y proferí un grito de terror que despertó a todo el vecindario, agitaba mi brazo para poder liberarme de aquel delincuente pero él me apresaba con fuerza y no me soltaba.
—¡Suéltame, déjame ir! —gritaba suplicante con los ojos abarrotados de lágrimas.
—¡¿Quién eres?!
—¡Suéltame! —grité y empujé a mi agresor, él perdió el equilibrio y se precipitó hacia atrás, pero no me soltó y los dos caímos al suelo.
Mi cuerpo cayó sobre el suyo, no llevaba camiseta y sentí su pecho cálido y suave, intenté arrastrarme lejos de él pero su mano seguía agarrándome del brazo. El cuarto se iluminó tras el ruido que hizo la puerta al abrirse, y el rostro insólito de Antonio apareció. El joven me soltó rápidamente y yo me aparté arrastrándome por el suelo hacía los pies de mi salvador, quien me ayudó a ponerme en pie.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó dirigiéndose al muchacho, después su mirada se posó en mí.
—Entró por la ventana y… —le intenté explicar mientras sollozaba.
—¿Qué pasa cariño? —me preguntó mamá, entrando por la puerta y rodeándome con sus brazos para calmarme.
Los dos adultos posaron sus miradas en el joven y él, nervioso, simplemente les contestó.
—Estaba bajo mi cama, no sé quién es. Te juro papá que yo no la he traído a casa.
Aquel chico se había dirigido a Antonio como papá, en aquel instante sentí como una oleada de calor subía a mis mejillas, había confundido a su hijo con un vulgar ladrón. Me sentí estúpida, avergonzada por haber cometido dicho error y hundí la cara en el hombro de Marian, tratando de esconderme.
—¿Qué horas son éstas de llegar? —le preguntó Antonio a su hijo. Él simplemente le miró atónito.
—¿Me preguntas por la hora cuando hay una extraña metida en mi cuarto?
Hubo un silencio incómodo y Antonio se enfureció por aquella respuesta.
—Sí Cristian, te pregunto por la hora —dijo dando un paso hacia delante—. ¡Te dije que volvieras pronto y me llegas a las cinco de la madrugada! ¡¿Te parece normal?!
—No pensé que te enterarías —confesó el muchacho, aguantándole la mirada.
Antonio chasqueo los dientes e intentó calmarse, pero la expresión desafiante del muchacho se lo impidió.
—Claro que no, entrando por la ventana, ¿verdad? —le preguntó irónicamente—. ¡¿Te crees que somos tontos?!
Separé la cabeza del hombro de Marian y dirigí la vista hacía ellos, él muchacho, alto y delgado pero fuerte, apretaba los puños con fuerza, sus ojos de un azul intenso contenían rabia, su corto cabello castaño claro alborotado le daba un toque interesante y su ropa lo calificaba de gamberro.
Antonio, completamente dominado por la ira y la rabia, acusaba a su hijo con la mirada mientras el chico mantenía la vista puesta en el suelo. Sentía que aquella situación desagradable la había provocado yo, por lo que me sentí obligada a intervenir para apaciguar los ánimos.
—Esto… Lo siento. Pensé que era un ladrón —me disculpé frente a los presentes, ruborizada y con la vista fija en mis pies.
—No te disculpes —me dijo Antonio suavizando su expresión para no preocuparme—. Es culpa de mi hijo por entrar a escondidas por la ventana.
El chico levantó la cabeza rápidamente y contraatacó, ¿de verdad era culpa suya?
—No es por contradecirte pero te recuerdo que este es mi cuarto y no debería haber nadie en él excepto yo —dijo dirigiéndose a mí con la mirada—. ¿Quién es ella?
— Mi hija —le informó Marian.
Mamá le miró de forma severa, aquel chico era alguien importante para ella…
—¿Tu hija? —le preguntó mientras escrutaba mi rostro—. ¿Qué hace ella aquí?
—Vivirá con nosotros a partir de ahora.
La mirada del chico me atravesó, acusándome de algo, y entendí que no le había caído muy bien después de haberle robado el cuarto y confrontarle con su padre.
—¿Y dónde dormiré yo?
—De momento en el sofá, ya buscaremos una solución más adelante —le informó su padre.
Durante unos instantes todos nos quedamos en silencio, ¿de verdad accedería a quedarse en el sofá? Parecía ser un chico bastante problemático así que dudé.
—Está bien —accedió, agarró una camiseta de la silla, su mochila y se marchó hacia el comedor.
Dio bandazos hasta llegar al sofá y lanzó algo —supuse que la mochila— formando un buen alboroto de golpes y arrastre de mobiliario, aquello me hizo sentir incomoda, acababa de conocer al hijastro de mamá y ya me la tenía jurada. Antonio y mamá se disculparon por el incidente y por lo mal educado que había sido su hijo, pero la verdad es que la mayor parte de la culpa había sido mía, invadiendo su casa, su habitación y poniendo en su contra a sus padres, es normal que me odie.
Cuando me quedé sola en el cuarto y me acosté, intenté dormir pero escuchaba los gritos del muchacho y su padre procedentes del comedor.
—¡Tengo diecisiete años y tengo derecho a salir cuando me dé la gana!
—¡No hasta que cumplas los dieciocho y abandones esta casa!
El ruido de una silla al caer, un portazo y los gritos de ambos me incomodaron, empecé a preguntarme si desde un principio debía haber ido a aquella casa, estaba perturbando la tranquilidad de aquella familia, causándoles problemas y aquello no me gustaba. La puerta de la habitación se abrió y mamá entró.
—¿Estás dormida?
—No —me giré hacía ella y me incorporé.
Marian se acercó y se sentó en el borde de la cama. Sus ojos habían perdido el brillo que horas antes habían poseído y su piel había palidecido. Tuve el presentimiento de que me pediría que me marchara, que los dejara vivir tranquilos, pero no fue precisamente eso lo que había venido a decirme.
—No te preocupes, esto debía pasar tarde o temprano —me confesó, tristemente, enterrando el rostro entre ambas manos—. Lleva un par de meses comportándose así, se marcha por la mañana y no regresa hasta la madrugada. Estamos muy preocupados por él, creemos que está metido en algún lío pero no nos cuenta nada. No sabemos qué hacer…
Mamá estaba preocupada por aquel muchacho, al ser consciente de dicha verdad se me formó un nudo en la boca del estómago. Por él sí y por mí no… Estaba celosa, sabía que era una estupidez por mi parte pero no podía desechar aquellos pensamientos, él había vivido con Marian durante los seis años de su adolescencia, cuando yo la había necesitado ella estaba con él.
—No sé lo que he hecho mal…
—Nada —le contesté—, tú no tienes la culpa. Si él ha decidido juntarse con mala gente tú no tienes por qué hacerte responsable. No te culpes.
—Soy su madre y tengo una responsabilidad con él, no puedo abandonarle y darle la espalda.
Aquellas palabras me escocieron por dentro, ¿ella habría hecho todos aquellos esfuerzos también por mí? ¿Por qué debía preocuparse por un chico alborotador y problemático que en realidad ni siquiera era suyo, sino de su marido?
—Él no es tuyo en realidad… —me eché sobre la cama y acomodé la cabeza sobre la almohada—. De todos modos no te preocupes demasiado, después de todo es un adolescente.
—¿A qué te refieres? —me preguntó con desesperación.
—Los adolescentes pasan por varias etapas, puede que esto sea solo una de ellas y se le pase.
Yo también era una adolescente y mi experiencia me había enseñado que la mente a esas edades suele jugarnos malas pasadas.
—Lo sé, pero no puedo quedarme sentada viendo como arruina su futuro de esta manera. Tengo que ayudarle…
—No creo que puedas —si él mismo no podía salir, estaba condenado—. Si está metido en algo serio ya es demasiado tarde —le expliqué, fingiendo cierta indiferencia. Solo quería que se olvidara de ese tipo.
¿Por qué continuábamos hablando de él?
—Es posible, pero no pienso darme por vencida —me dijo, levantándose de la cama y dirigiéndose a la puerta—. De todas formas intenta llevarte bien con él.
— Claro… —le dije mientras cerraba los ojos—, lo intentaré.
La puerta se abrió y luego se cerró suavemente, dejándome sola en la penumbra de la habitación.