Capítulo 10
Imposible
El público, emocionado, gritaba y aclamaba a la despampanante rubia que había hecho acto de presencia dentro del Ring, su micrófono la presentaba como la árbitro y comentarista de la pelea. Era una chica con un físico de escándalo y mucha labia, con tan solo saludar a la multitud conseguía que esta la vitoreara. Aquellos presentadores estaban muy bien preparados y cualificados para el trabajo, no había visto ni uno solo que no consiguiera embaucarme a la primera con sus palabras.
—Y ahora por fin saldrán los jugadores, que ganas —su sonrisa no era fingida, eso es disfrutar de tu trabajo—. En la esquina norte, es un placer presentaros al despiadado hombre que disfruta fracturando huesos, su sonrisa al romper costillas lo demuestra, ¡demos una calurosa bienvenida a el Diablo!
Clavé la vista en la puerta de la jaula esperando ver lo inevitable. El corazón me iba a mil por hora, no sabía si quería que apareciese él o un extraño. Si no aparecía, mi corazón se calmaría por unos instantes, pero al saber que no estaría en aquella jaula mi razón me gritaría que estaría en la próxima y que yo no llegaría a tiempo. Crucé los dedos y concentré mis cinco sentidos en observar a aquel que pisó el cuadrilátero con tanto aplomo rodeado de todas aquellas ovaciones. ¿Era él? Lo observé de arriba abajo, sus musculosos brazos, su grueso y fibroso torso, su larga y enmarañada melena morena, sus ojos verdes, no era Cristian.
—Y en la esquina sur, nuestro jugador más joven de este año, el —alargó la sílaba para darle más emoción— Guerrero.
Como era de esperar el público aplaudió como en todos los juegos pero, esta vez, no se percibió la emoción de siempre, algo fallaba en aquel chico apodado el Guerrero.
—Aunque en este combate las apuestas apuntan a un claro vencedor, nunca se sabe como resultaran las cosas. Un aplastante 89% de las apuestas a favor de el Diablo dejan fuera de combate a nuestro novato del año que con sus últimas cinco derrotas consecutivas solo ha podido mantener el 11% de las apuestas a su favor. ¿Cómo terminará esto?
Su expresión de fastidio al escuchar a la presentadora, hizo que me diese cuenta de muchas cosas. Ver a Cristian allí de pie en la esquina sur, solo y callado, él no quería estar allí, entonces, ¿por qué diantres lo hacía? ¡Sal de ahí, estúpido! Apretando los puños bien fuerte y mordiéndome el labio, totalmente frustrada, me senté en un asiento al final de todo clavando la vista en la maldita jaula. No pensaba ofrecer un espectáculo a todos los allí presentes, gritándole a un jugador que escapara, no era tan idiota —aunque me moría de ganas.
—¡Jugadores preparados —su sonrisa me hacía olvidar lo peliagudo que era el asunto para nosotros—, adelante!
¿Qué cojones me pasa, por qué no puedo cerrar los ojos? Aunque quería cerrarlos y no ver lo que todos creían que iba a pasar, no me obedecían. Seguían abiertos, observando como el enano de Cristian —en comparación con el mastodonte que tenía enfrente— intentaba golpear mientras esquivaba los inmensos puños que le acechaban. Un paso hacia la derecha, otro hacia atrás…
—¡Agáchate! —grité sin ser consciente de ello.
Ya no sabía si estaba preocupada o entusiasmada, si mis tripas se revolvían de asco o de intriga por saber quien resultaría vencedor de aquel intenso combate. Ya ni tan siquiera sabía si era una buena persona o me había convertido en una despiadada mujer que disfrutaba con la violencia. Un paso en falso y el techo sería lo único que Cristian vería durante un rato. Aquel hombre apodado el Diablo era inmenso y con tan solo un puñetazo conseguiría tumbarle. Debía aguantar, esquivar y esquivar hasta que lograse visualizar un hueco y atacar, en realidad no veía mucho futuro en aquel combate.
Como si un Dios del infortunio me escuchara, Cristian cometió aquel temido «paso en falso» y recibió un puñetazo en el estómago. Verle allí de rodillas en el Ring, advertir el codo de aquel monstruo alzado en alto e intuir sus intenciones, me asustaron y me llevaron a actuar sin pensar. Me levanté y corrí hacía la barandilla que separaba las gradas de la jaula, la agarré y clavé la mirada en aquel debilucho.
—¡Cristian, muévete! —grité con todas mis fuerzas al ver que su oponente había saltado y se precipitaba sobre él con el codo bien marcado.
En un rápido movimiento, Cristian se echó a un lado y el codo de el Diablo impactó sobre el cuadrilátero con una increíble fuerza que logró estremecerme de dolor al imaginar la cabeza de Cristian debajo. El corpulento hombre se hallaba sonriendo en el suelo, clavó las rodillas en la tarima para levantarse pero no pudo. Toda la grada se levantó del asiento lamentándose por el resultado de la pelea, aquel codazo que el novato le había propinado en la nuca al mastodonte lo había dejado inconsciente y fuera de combate.
—¡Ver para creer, señores! —la árbitro gritó emocionada después de comprobar que el Diablo no podría continuar el juego—. ¡Las apuestan han caído!
Los gritos de tormento de los dueños de aquel tan grande 89% de apuestas en contra retumbaron por todo el recinto y se formó un gran escándalo. Un suspiro de alivio se me escapó justo antes de ver, tras las rejas, los enfadados ojos azules de Cristian crucificándome. ¿Por qué me miraba de aquella manera? ¿No era gracias a mí que había salido vencedor del combate? Nuestros ojos se miraron, acusadores, durante un largo minuto y solo nuestras miradas dejaron de culparse mutuamente cuando tuvo que abandonar la jaula y lo perdí de vista. Debía hablar con él y dejarnos de tanta tontería, Cristian acababa de pillarme en el almacén por lo que sabía que yo había averiguado su secreto, así que ya no había ningún motivo para que tuviese que ocultarme sus verdaderos motivos. ¡Quiero saber porque estás metido en esto!
Me levanté y me dirigí a la gran puerta principal de la jaula, allí lo esperaría hasta que se dignara a salir. Estaba convencida que no me evitaría, él quería mantener el secreto frente a sus padres por lo que haría lo que fuera para conseguirlo, estaba forzado a hablar conmigo y convencerme primero. Tenía la sartén agarrada por el mango y esta vez las cosas apuntaban a mi favor. Saqué mi teléfono móvil y empecé a teclear rápidamente un SMS para Andrea, solo quería que supiesen que había encontrado a Cristian y que llegaría tarde al punto de encuentro ya que antes tenía una conversación pendiente. En cuanto hube presionado la tecla de enviar y me disponía a guardarlo de nuevo, una mano me agarró del hombro y me obligó a voltearme violentamente. Sus furiosos ojos y su lengua viperina me atacaron sin previo aviso y aquello me asustó.
—¿Qué cojones haces aquí?
Al tomarme por sorpresa no supe que contestar y Cristian pareció enfurecerse aún más.
—¿Te estás riendo de mí? ¡Contéstame!
—¡Suéltame! —le grité alterada tras liberarme de su agarre—. ¡Jamás vuelvas a ponerme una mano encima! ¿Está claro?
Aunque intenté dar la impresión de tenerlo todo bajo control, el miedo que mis poros segregaban no ayudaba por lo que mi inseguridad no hacía otra cosa que ir a más. Su ceño fruncido y sus pupilas ardientes me tenían acorralada y sentía como una soga invisible se me iba ciñendo al cuello. Aquel chico quería acabar conmigo en aquel mismo lugar para evitar que lo delatara o chantajeara, sus ojos me lo decían y yo no tenía a nadie conocido a mí alrededor para protegerme.
Me agarro salvajemente de la muñeca y me arrastró, en contra de mi voluntad, por el estrecho pasillo que conducía a los lavabos. Intenté librarme de él pero no tenía la suficiente fuerza como para conseguirlo, sin embargo no me rendí y continué forcejeando inútilmente. Cristian me metió en el lavabo de hombres sin que yo pudiera evitarlo. Estaba asustada e intenté salir de allí pero me empujó contra la pared opuesta a la salida y consiguió alejarme un par de metros.
—Déjame salir —me temblaba el cuerpo entero.
Cristian empezó a acercárseme lentamente, a lo que yo solo respondí retrocediendo hasta notar la pared en la espalda. Aquella situación ya la había vivido una vez en casa cuando Cristian descubrió mis moratones y pensé que quería desnudarme, pero el miedo que sentí aquella vez era una broma en comparación con este. Sus ojos no eran divertidos sino terroríficos, y no poseía una sonrisa picara en el rostro sino una mueca de enfado tremenda.
Estaba realmente acojonada. En cuanto lo tuve muy cerca el miedo se apoderó de mí e hizo que le propinase una fuerte patada en la entrepierna, vi como caía arrodillado de dolor y se agarraba la entrepierna desesperadamente, entonces fue cuando salí corriendo hacia la puerta. Esquivé al adolorido Cristian y me desesperé por llegar y girar el mango de aquel pedazo de madera que me separaba de la libertad. Noté el frío hierro del mango en los dedos y cuando ya saboreaba la deliciosa sensación de estar a salvo algo me agarró de la coleta y estiró, haciéndome caer hacia atrás. Primero sentí como la piel del cuero cabelludo se estiraba, después como el cuello se me iba hacia atrás y, por último, noté como mi cabeza impactaba duramente contra el suelo del baño.
Rodé por la superficie de cemento mientras me agarraba la parte posterior de la cabeza que me dolía copiosamente. Aquel bárbaro me había estirado del pelo con tanta fuerza que seguro que en su mano podía encontrarse todavía una maraña de pelos morenos. Clavé las rodillas y la frente en el suelo y apreté las manos contra la parte posterior de la cabeza, estaba a punto de llorar de dolor, nunca en mi vida me había pegado un chico. La sangre me hervía en las venas y sentí las inevitables ganas de arrancarle la cabeza a aquel cretino desalmado.
—¡Gilipollas de mierda, yo te mato! —le grite con los nervios perdidos ya.
Todavía estaba arrodillado en el suelo y me daba la espalda, así que me lancé sobre él por detrás y le agarré del pelo para luego precipitarlo hacia mí. Estiré tan fuerte como pude y al fin escuché el golpe sordo que tanto deseaba oír, vi su cabeza pegada en el suelo y su expresión de dolor.
—¿Pensabas qué podías desnucarme y fingir un accidente? —le grité justo antes de sentarme sobre su estómago y rodearle el cuello con la manos.
Mi intención era estrangularlo allí mismo y evitar que más tarde él acabara con mi vida. Apreté con todas mis fuerzas, era su vida o la mía. Sus manos oprimieron salvajemente mis muñecas, intentando que yo le soltara, pero aquello era algo que no sucedería. Observé su expresión, le estaba haciendo daño y aunque yo no quería, sabía que si me detenía él me lo haría a mí.
—Estate quieta… —me ordenó con la voz entrecortada.
Continué apretando su pescuezo y sentí como la rabia me consumía poco a poco, ya no quería detenerme, ni tan siquiera pensaba en eso, solo quería seguir apretando hasta que aquel mal nacido dejase de moverse. En un rápido movimiento Cristian alzó su pelvis, apoyando la espalda y los pies contra el suelo e impulsando su abdomen hacia arriba, y consiguió desestabilizarme por unos segundos. Aunque fue solo por un instante, consiguió echarme a un lado, caí de espaldas al suelo y sentí como sus manos apresaban mis muñecas sobre mi cabeza y algo se sentaba sobre mi estómago.
—¡Estate quieta de una vez! —su mirada expresaba enfado y rabia.
Estaba perdida, aquel monstruo estaba a punto de hacerme algo malo y doloroso.
—¡Ayuda! —grité lo más fuerte que pude—, ¡que alguien me ayu…!
Su mano me tapó la boca a lo bruto y sentí un dolor intenso en la parte posterior de mi cabeza al clavarse en el suelo. Una lágrima de dolor me recorrió la mejilla izquierda.
—Joder… —había desviado la mirada al ver que yo lloraba pero no me soltaba—. Solo quiero hablar contigo, así que por favor, estate quieta de una vez.
Su tono de voz sonó suave y cansado, ¿acaso pensaba que olvidaría lo que me había hecho? En cuanto su mano destapó mi boca intenté morderle, estaba furiosa y no atendería a razones.
—¡Te voy a matar, te juro que de aquí no sales con vida! —sentía como las lágrimas surcaban mis mejillas cada vez con más frecuencia y rapidez. Debía verme patética desde fuera.
Forcejeé bruscamente e intenté liberarme de la mano que mantenía presas mis muñecas pero, aunque lo intenté con todas mis fuerzas, no logré soltarme. Quería estrangularlo, retorcerle el pescuezo otra vez y acabar con él, ¿cómo se había atrevido a ponerme la mano encima? Aunque estaba en un estado colérico muy grave me calmé con tan solo oír aquellas palabras.
—Lo siento —sus dedos transitaron delicadamente mi rostro y secaron mis lágrimas.
No puede evitar mirarle con otros ojos. Puede que todo aquello no hubiese sido más que un malentendido, de todos modos, había sido yo la primera en dar una patada a su entrepierna. La culpa podría haber sido mía por ser demasiado imaginativa, quizá no quiso matarme desde un principio.
—¿Puedes salirte de encima? —no fue una pregunta amable, sino una orden tajante.
En cuanto Cristian entendió que me había calmado y que no intentaría atacarle de nuevo, me soltó las muñecas y se echó a un lado. Me incorporé lentamente y me quedé sentada en el suelo, la cabeza me dolía muchísimo y quise apretármela para disminuir el dolor. En cuanto lo hice, me di cuenta de que no era un dolor de cabeza interno a causa del golpe, sino una herida. Mi mano, teñida de rojo frente a mis ojos, me mostró que sería inútil intentar acallar el dolor de cualquier forma que no fuese yendo al médico. Mi mirada de odio se desvió hacia Cristian, estúpido cretino.
—Mira lo que has hecho —le dije refiriéndome a las manchas de sangre que había en el suelo y en mis manos—. ¡Podías haberme matado! ¿por qué no piensas las c…?
En un movimiento rápido pero delicado, tuve los brazos de Cristian rodeándome en un tierno abrazo, una de sus manos estrechándome por la cintura y la otra tomándome con cuidado la cabeza. Ninguno de los dos dijo nada y aquello me incomodó notablemente aunque no hubiese razón para ello, ya que de alguna manera tampoco quería separarme de él. Mis brazos yacían muertos a los lados y mis dedos rozaban el frío suelo, no podía abrazarle, no quería hacerlo. Sentía su cálido aliento en mi cabello y su pecho, hinchándose y deshinchándose lentamente, contra el mío. No es que lo repudiara, en realidad no le odiaba, es solo que me sentía extraña, ser abrazada por un chico que no se había dedicado a otra cosa que no fuera molestarme y meterse conmigo, ahora ¿me abrazaba?, hay algo que está mal… Aunque él siempre se ha preocupado por mí, a su manera. Me lo había demostrado muchísimas veces.
Alcé mi brazo y aproximé la mano hacia su espalda, pero me paré en seco justo antes de poder tocarle. ¿De verdad estaba bien eso? No paraba de darle vueltas una y otra vez a la pregunta, ¿pero a qué me refería con «está bien»? ¿A que le tenía tanto miedo? Sus dedos peinaron mi cabello suavemente y una extraña pero agradable sensación me embargó. Aquel chico no era una mala persona, Cristian ni siquiera quería estar allí. Si él estaba metido en aquel lío era por alguna oscura razón que no podía contarme, sus ojos me lo decían.
Olía bien, me gustaba su fragancia, ¿sería un perfume o su olor natural? Poco a poco me iba perdiendo en el momento y todas las razones por las cuales yo no debería caer rendida ante aquel personaje iban perdiendo su lógica inicial. Cristian era un chico inteligente, guapo, de buen corazón…, en realidad lo tenía todo, hasta un inconfesable secreto que lo hacía ver aún más interesante.
Le agarré por los hombros y lo separé de mí suavemente, aunque nuestras miradas podían cruzarse no lo hicieron, ya que centré toda mi atención es su cuello. El abrazo cesó pero su mirada penetrante me envolvía como si nunca me hubiese dejado de abrazar. Mi mano se movió sola y cuando quise darme cuenta ya estaba sobre su garganta, marcada con mis manos ensangrentadas. Le había apretado tan fuerte hacía unos instantes, ¿cómo había sido capaz de algo tan…? Mis dedos, acompañados por mi curiosa mirada, recorrieron su suave piel hasta llegar a su mejilla. Era tan guapo. Su tez clara y suave, su dorado cabello y sus ojazos azules que ahora me miraban.
Nuestras miradas se habían cruzado sin yo darme cuenta y ahora había caído presa de su hechizo, uno muy poderoso. Su brazo se movió muy lentamente, me dio tiempo a apartarme pero no quise hacerlo, continué allí parada mientras su mano acariciaba mi mejilla, mi pómulo, la comisura de mis labios… La cabeza empezaba a darme vueltas, solo podía sentir su suave mano sobre mi piel, ver su hermoso rostro, oler su dulce fragancia y escuchar su entrecortada respiración muy cerca de mí, aquel instante fue tan largo pero a la vez tan fugaz.
Un cambio repentino en mi consciencia me hizo querer aún más, no era suficiente con tenerlo cerca y solo sentirlo, quería tenerlo, que fuera mío al menos por un instante, ese instante. Mi mano derecha, que continuaba inmóvil aún sobre su mejilla, sostuvo tiernamente su rostro a la vez que mi respiración se hizo más audible en el cuarto. Nuestros ojos no podían dejar de mirarse y presentía que los dos queríamos lo mismo. Sus dedos acariciaron mis labios detenidamente, y su mirada se desvió de la mía solo por un instante para contemplarlos.
Necesitaba hacerlo… Nuestros rostros se acercaron despacio, sentía su aliento cálido muy cerca y solo podía escuchar nuestras respiraciones agitadas. Mis parpados se entrecerraron, instintivamente, deseando que sucediera ya… En cuanto sentí sus labios rozando los míos algo se encendió en mí, aunque todo sucedió demasiado rápido como para descubrir por qué fue. Un golpe nos sobresaltó y su mano se alejó de mí, al igual que su rostro, su mirada penetrante y su fugaz beso casi inexistente.
—¿Qué está pasando aquí?
Cristian continuaba sentado en el suelo pero ahora con la mirada fija en la puerta y atendiendo a aquel personaje que acababa de entrar a escena, mientras yo, continuaba con la mano en alto, acariciando una mejilla etérea y contemplando un rostro que ya no me correspondía. La cabeza me daba vueltas y ya no era a causa del momento sino de mi herida, no me percaté de su presencia hasta que estuvo acuclillado a mi lado y me sostuvo por los hombros.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó aquel hombre que acababa de entrar al baño, por la placa que llevaba pendida al cuello supe que era de seguridad—. Me han alertado de los gritos, ¿te lo ha hecho él? —más que una pregunta, sonó a acusación.
Sabía que tenía que protegerlo pero las palabras no me salían, estaba completamente paralizada, ¿qué había sucedido? El hombre se puso a gritarle a Cristian pero él tampoco dijo nada, ni siquiera hizo ademán de levantarse, solo se quedó allí sentado al igual que yo. ¿Cómo habíamos llegado a eso? Debía de ser una broma. Tenía ganas de estallar a carcajadas y pensar en todo aquello como una estúpida broma de niños pero no podía. Cristian y yo nos habíamos… aunque no había sido un beso de verdad me preguntaba si lo hubiera sido de no haber entrado aquel hombre.
—Tú te vienes conmigo, ya sabes que aquí no se admite este tipo de conducta —le ordenó a Cristian—, te espera una dolorosa y bien merecida lección.
El hombre lo agarró por los brazos y le obligó a levantarse, Cristian no se resistió, estaba como ido y no dijo absolutamente nada.
—Espera —no podía dejar que se lo llevara—, él no me ha hecho nada.
El hombre se me quedó mirando perplejo. ¿Era posible pensar eso cuando el suelo estaba manchado de sangre y tenía una brecha en la cabeza?
—No tienes por qué tener miedo, este tipo no volverá a ponerte una mano encima.
Intenté levantarme, aunque me costó bastante esfuerzo y me mareé, logré ponerme en pie y clave mi mirada, serena y convincente, en él.
—No me ha hecho nada —volví a afirmar—. He tenido un pequeño brote psicótico, estoy en tratamiento. Este chico me ha encontrado tirada en el pasillo y ha querido ayudarme, cuando hemos entrado me he caído —intenté sonar lo más calmada y convincente posible—. Él solo quería ayudarme.
Su mirada me observó de arriba abajo y sé que me juzgó, pero me dio igual, mi prioridad era proteger a aquel chico y no salvaguardar lo que pensara un desconocido sobre mí. En cuanto supo que no cambiaría de opinión, soltó a Cristian y me agarró con cuidado por los hombros.
—Está bien, pero deberías ir al médico a que te lo vieran.
—Lo haré —le sonreí agradecida. Ya no tenía por qué preocuparse por mí—, gracias.
Aquel hombre tan amable me acompañó hasta la salida, donde me encontré con Andrea junto a la moto. Cristian había salido del baño sin decir nada justo antes que yo, y lo había perdido de vista al instante a causa de la muchedumbre que sobrecargaba aquel almacén. Había perdido la oportunidad de sonsacarle la verdad… ¡maldita sea!
—¿Pero qué es lo que te ha pasado?
En cuanto Andrea me vio la ropa, las manos y la mejilla manchadas de sangre, se asustó y empezó a buscarme alguna herida.
—No es nada.
—¿Cómo qué no es nada? —continuó buscando hasta que se percató de que tenía el pelo pringoso—.¡Dios!
Se miró la mano, enrojecida por la sangre, y me transmitió el pánico que sentía a través de la mirada.
—Te lo explicaré más tarde, ahora solo llévame al médico —le pedí al sentir que me mareaba cada vez más—. Creo que voy a necesitar puntos.
El camino al hospital se me hizo mucho más largo de lo que era en realidad, el mareo se había intensificado y por poco no me caía de la moto. En cuanto llegamos me cogieron de urgencias y, como era menor de edad, el médico quiso hablar con un adulto a mí cargo. Andrea y yo nos miramos a los ojos asustadas, ¿cómo íbamos a explicar aquello a nuestros padres? Quise inventarme una historia creíble pero mi mente estaba al borde del colapso y no se me ocurrió nada inteligente, la verdad es que solo tenía cabeza para pensar en Cristian.
—Doctor, usted vaya curándola que yo llamaré a su hermano mayor —Andrea había pensado en algo y lo estaba poniendo en práctica.
El médico me ayudó a entrar en la consulta y me sentó en una silla, luego llamó a unas enfermeras para que me curaran. Vi como preparaban los utensilios de curas y aunque me percaté de las agujas no me inmuté, solo podía pensar en aquel extraño momento en el baño de hombres. ¿Qué había pasado? ¿Aquello había sido un beso de verdad? Rememorando la escena me di cuenta de que, aunque había sido Cristian el primero en abrazarme, había sido yo la que se había lanzado a por el beso. ¿Quería decir eso que él me gustaba? Imposible, eso es imposible, no con ese estúpido… No quería aceptar la posibilidad de que aquello fuera verdad, llevaba llamándole estúpido demasiado tiempo como para albergar sentimientos románticos por él.
Sentí como una de las enfermeras, la más rellenita de las dos, me agarraba la cabeza y la otra me apartaba el pelo de alrededor de la herida. Estaban listas para empezar a coser pero yo no, en cuanto noté como la aguja se clavaba en la carne, un calambre me recorrió de arriba abajo y la vista se me nubló. Aunque el mareo que sentía se había encargado de anestesiarme por completo, las lágrimas se me escaparon sin poder remediarlo.
Tras pasar un infierno en aquella sala, por fin terminaron la cura y pude escapar de allí, lo que no me esperaba era encontrarme con Jorge esperándome fuera. A eso se había referido Andrea, había llamado a su hermano mayor para que se hiciera pasar por el mío, pero si ni siquiera compartíamos apellido. Las enfermeras me indicaron que me sentara en uno de los bancos de la sala de espera y, acto seguido, se llevaron a Jorge dentro. Tardaron unos diez minutos en volver a salir, aunque a mí se me pasaron como un suspiro ya que mi percepción del tiempo andaba algo atrofiada a causa del mal estar que me maltrataba.
En cuanto salieron, miré a mi supuesto hermano con la preocupación pintada en el rostro, pero me relajé en cuanto vi su radiante sonrisa de costumbre. A saber qué tipo de artimañas había utilizado para contentar a aquellas dos mujeres de mediana edad que se le colgaban del brazo como monas, lapas pegajosas… Jorge me ayudó a llegar hasta su coche, aparcado justo detrás del edificio, y me senté en el asiento del copiloto. Miré en los asientos de atrás y fuera del coche pero no vi a Andrea por ninguna parte.
—Se ha ido a casa —me explicó mientras cerraba la puerta del conductor una vez dentro—. Tenía que llevar la moto hasta allí y se estaba haciendo muy tarde.
Asentí con un leve movimiento de cabeza y me recosté en el respaldo del asiento, girando la cabeza hacia la ventana para evitar rozarlo con la herida. El coche arrancó y se puso en movimiento, inmediatamente, bajé la ventanilla para sentir el aire fresco acariciar mi rostro.
—Gracias por haber venido a buscarme —le agradecí—. Si mi madre llega a enterarse de esto me mata.
—No ha sido nada pero, ¿no piensas contárselo?
Saqué la mano por la ventanilla y la contemplé unos instantes en silencio.
—No quiero preocuparla… pero supongo que se dará cuenta en cuanto entre por la puerta a estar horas de la noche y llena de sangre.
El reloj del coche marcaba las tres de la madrugada y sabía que mi madre estaría pendiente de mi llegaba ya que no le había dicho que llegaría tarde. Me la imaginé en el comedor, sentada en el sofá esperándome, aunque a lo mejor estaría en la cocina y Cristian en el sofá durmiendo… Aquel chico era un impresentable que me había dejado tirada medio desangrada, ¿cómo se había atrevido a pegarme, abrazarme y luego desaparecer?
—Será mejor que le envíes un mensaje y le digas que te quedas en mi casa a dormir, total, no creo que le importe mucho ya que somos vecinos —me propuso sin dejar de mirar la carretera. ¿Quedarme a su casa a dormir? Madrea mía, ¿aquello era una proposición a algo más? La propuesta me alejó del mundo por un instante pero en seguida comprendí que también era la casa de Andrea, una de mis mejores amigas, y que aquella «proposición» era solo una forma de ayudarme a que mi madre no me pillara entrando en casa con la ropa ensangrentada.
—Gracias —le dije antes de sacar el móvil y empezar a teclear.
En diez minutos llegamos a casa y Andrea, que todavía estaba despierta, me dejó un pijama para dormir.
—Aún no me has explicado lo que te ha pasado.
Me senté en el borde de la cama y la contemplé mientras sacaba la cama de debajo para que yo pudiese dormir en ella después.
—He tenido un pequeño problema con el estúpido de Cristian.
Inmediatamente dejó lo que estaba haciendo y me miró con la boca abierta de par en par. Sabía lo que estaba pensando y lo que me preguntaría a continuación, así que me adelanté.
—Ha sido una especie de accidente, sé que no lo hizo aposta.
Acabó de sacar la cama y se sentó en ella, justo enfrente de mí.
—Cuéntamelo todo, y no te olvides nada.
Sabía que no era una persona de guardar secretos y que si se lo contaba pronto lo sabrían también Jenny y Alex, aun así, quería desahogarme con alguien. Nos pusimos bien cómodas y empecé a relatarle con pelos y señales todo lo ocurrido, al recordar todo aquello me abordaron también las sensaciones de aquel instante e hicieron que mi estómago se encogiera.
—Pero no fue un beso de verdad —me defendí.
—Ya veo —me dijo con una sonrisa, de oreja a oreja, pintada en el rostro—, Míriam se ha enamorado de su hermanito.
Algo de lo que dijo me molestó en lo más profundo del alma y quise decirlo, «no estoy enamorada de él» pero no fue aquello lo que dije.
—¡Él no es mi hermano!
Andrea ocultó el rostro tras una almohada y me miró por la parte de arriba.
—Lo sé, por eso sonrío —se burló divertida.