CAPITULO XI

Un par de huras más tarde, Rock Dixon divisaba el lugar donde se separara de Ruth Saunders.

Cansado de galopar toda la mañana y con el cuerpo empapado de sudor, porque el sol del mediodía caía implacable, Rock se dijo que era el momento más oportuno para darse el baño en la charca.

Llevando al trote a «Gavilán», al que seguía «Matusalén», tirado de las bridas por Rock, éste alcanzó el lugar.

Saltó al suelo y acercó ambos caballos al agua, para que saciaran su sed, lo cual hicieron ávidamente.

Sin perder un segundo más, Rock Dixon se quitó toda la ropa y así, completamente desnudo, se zambulló en la charca.

El agua estaba deliciosa.

Rock había comenzado a frotarse vigorosamente el cuerpo, cuando oyó una voz femenina a sus espaldas:

—Rock...

El joven respingó en el agua y giró la cabeza.

—¡Ruth! —exclamó.

Sí.

Era Ruth Saunders.

Asomaba la cabeza por encima de un frondoso arbusto, tras el que se hallaba encogida.

Bueno, asomaba la cabeza... y los hombros.

Unos hombros redondos, de piel suave y tersa, que invitaba a ser acariciada.

Rock pudo comprobarlo porque Ruth se había despojado de la blusa.

¿Se habría despojado, también, de todo lo demás...? Rock pensó que sí, porque, de otro modo, Ruth no ocultaría su cuerpo tras el espeso arbusto.

—¿Qué haces tú aquí, Ruth? —le preguntó, sumergido en el agua hasta el cuello.

—Decidí esperarte.

—Te dije que volvieras al rancho.

—Hacía calor y me apetecía tomar un baño.

—¿Por qué no me hiciste saber antes que te encontrabas todavía aquí?

—¿Para qué?

—No me hubiera quitado la ropa.

Ruth Saunders sonrió maliciosamente.

—No es la primera vez que te veo desnudo, Rock.

—Sí, ya sé que no —rezongó Dixon.

—Yo también estoy desnuda...

—¿Y a qué esperas para vestirte?

—No me parece justo, Rock.

—¿Qué es lo que no te parece justo?

—Que yo te haya visto desnudo a ti, dos veces, y tú a mí, ninguna.

Rock no supo qué responder.

Ruth Saunders empezó a desencogerse.

Lentamente.

Rock pudo ver el nacimiento de sus senos.

Poco después, veía algo más que el nacimiento.

Sí.

Los pechos de Ruth Saunders habían quedado totalmente visibles.

Redondos.

Turgentes.

Separados...

A Rock se le secó la boca.

Y eso que estaba en el agua.

Si Ruth Saunders llega a realizar aquella impresionante exhibición pectoral en pleno desierto...

—Rock...

—¿Qué?

—Antes dijiste que te gustaba mi cuerpo.

—Sí.

—¿Te sigue gustando?

—Más que antes.

—Entonces, sal de la charca y demuéstramelo.

Pese a que estaba deseando salir y demostrárselo. Rock continuó sumergido en el agua hasta el cuello.

Ruth, al ver que él no se decidía, dijo:

—Me parece que sé lo qué te pasa. Rock.

—¿Sí?

—Temes que sea virgen y no quieres cargar con esa responsabilidad.

—¿No lo eres?

—No, tranquilízate. Terry Haynes y yo hemos hecho el amor muchas veces. La primera, hace más de dos años. A él entregué mi virginidad.

—¿Le amas?

—Creo que no. Físicamente me atrae, porque es fuerte y vigoroso y tiene un rostro bastante agradable. El quiere casarse conmigo, pero yo le voy dando largas al asunto.

—Eso es peligroso, Ruth. Si no le amas, deberías decírselo claramente. Cuanto más tardes en hacerlo, peor lo tomará.

—Es que no estoy segura, Rock. Ahora mismo, me siento atraída hacia ti y deseo que me beses con pasión/» que acaricies mi cuerpo, hasta hacerlo temblar de placer. Sin embargo, no sabría decir si es que me he enamorado de ti...

—Ya.

—¿No me deseas, Rock?

—Ningún hombre respondería negativamente a esa pregunta y tú lo sabes.

—Entonces, ven y hazme tuya.

Rock vaciló.

Que Ruth Saunders no fuese virgen, eliminaba cierto tipo de problemas, desde luego; pero, que ella mantuviese relaciones sexuales con Terry Haynes, podía crear otros, no menos serios.

De ahí la indecisión de Rock.

Ruth, que no deseaba esperar ni un segundo más, salió de detrás del arbusto y se lanzó a la charca, tan desnuda como el propio Rock.

Escasos segundos después, su cuerpo y el de Rock se fundían en uno solo, mientras sus bocas se unían en un apasionado beso.