EL PLACER DE LA INFORMACIÓN
Tan completamente nos cautiva la información, que podríamos decir, sin exageración, que somos adictos a ella. El desarrollo de la adicción se debe a la influencia de otro neuromodulador, llamado dopamina. Producida por un grupo de células en la parte superior del tronco cerebral, la dopamina tiene como objetivo las regiones del cerebro que controlan la recompensa y el movimiento. Cuando recibimos alguna información importante o realizamos algún acto que mejora nuestra salud y nuestra supervivencia, como comer, beber, hacer el amor o ganar cuantiosas sumas de dinero, la dopamina es liberada a lo largo de lo que se conoce como vías cerebrales del placer, que nos proporcionan una experiencia de recompensa, incluso de euforia. En efecto, el cerebro parece apreciar más la dopamina que la comida o la bebida. Si se da a elegir a un animal entre, por un lado, comer y beber y, por otro lado, autoestimularse con dopamina, escogerá esto último hasta morir de hambre.[128] Así como la noradrenalina modula el nivel general de estimulación del cerebro, esto es, su grado de vigilia y de atención, la dopamina modula su nivel de motivación, es decir, la intensidad con que desea las cosas.
Desgraciadamente, las neuronas de la dopamina son fáciles de embaucar, de modo que pueden llegar a ofrecer su recompensa engañadas por drogas de consumo recreativo. Casi todas las drogas de este tipo, como el alcohol, la cocaína o la anfetamina, desarrollan sus efectos adictivos si se incrementa la acción de la dopamina en una región del cerebro llamada ganglios basales, que se sitúa a mitad de camino entre el tronco cerebral y el córtex, y específicamente en una parte del encéfalo conocida como núcleo accumbens (véase la figura 8). Si bien consideramos que la dopamina es la compensación normal que recibimos por un esfuerzo valioso, las drogas de consumo recreativo, en cambio, resultan ser, en efecto, una estafa, pues engañan al cerebro compensándolo por actividades saludables que nunca hemos realizado. Para darse una idea de hasta qué punto es efectiva esta estafa, veamos los números. El alimento puede aumentar un 50% los niveles de dopamina de un animal y el sexo un 100%. Sin embargo, la nicotina puede aumentarlos un 200%, la cocaína un 400% y la anfetamina un 1000%.[129] Si se da a elegir a los adictos entre comida y autoestimulación con dopamina no será nada raro que también ellos pierdan interés en comer.
Se siente la tentación de pensar que la dopamina es la molécula del placer, pero, desgraciadamente, las cosas no son tan sencillas. Cuando los científicos pusieron a prueba esta idea, descubrieron algo que no esperaban. Si, por ejemplo, suministraban a un animal un trago de una bebida, constataban en él una subida de dopamina, exactamente lo que era de esperar si esta sustancia codificara el placer de beber. Hasta aquí, sin problemas. Pero cuando dieron al animal varios tragos más de la bebida, vieron que sucedía algo extraño: la introducción de dopamina en el cerebro del animal comenzaba a producir su efecto por adelantado, de modo que ocurría en realidad antes de que el animal bebiera. La excitación producida por la dopamina vino a coincidir con la aparición de señales, un sonido tal vez, o una imagen, que habían precedido sin duda al consumo de la bebida. Para decirlo en otras palabras, el efecto de la dopamina se producía cuando el animal recibía alguna información que anunciaba la inminente llegada del placer.
¿Cómo puede un animal sentir placer antes de beber realmente?, se preguntaron los científicos. Algunos empezaron a sospechar que quizá hubiera dos tipos de recompensa: el placer del consumo y el placer de la anticipación, y que la dopamina tenía más que ver con el último que con el primero. Otras sustancias químicas del cerebro, como los opioides naturales, pueden provocar el placer de la bebida real, pero quizá la dopamina proporcione algo que se acerca más al deseo, incluso al deseo ansioso. El deseo es en gran medida un afecto anticipatorio; no obstante, es poderosamente motivacional y, en cierto sentido, agradable, aunque a veces se asemeja más a una desazón desesperante. Dos de los científicos que dirigieron esta investigación pionera, Kent Berridge y Terry Robinson, llegaron a la conclusión de que la dopamina estimula la necesidad de la bebida más que la satisfacción que ésta proporciona.[130]
Muy parecido es el modo en que la dopamina opera en los seres humanos, pues nos lleva a valorar las señales que anticipan el placer, señales tales como el olor de nuestro restaurante favorito, la excitante aparición de lejanas pistas de esquí o un jersey azul favorecedor que llevábamos puesto en una cita amorosa.[131] Desde esta perspectiva, tal vez sea igualmente la dopamina la responsable de nuestra permanente obsesión por el dinero, máximo vaticinio de buenos tiempos.
Hay otro enfoque posible de la dopamina como generadora de vehemente deseo. Si se da una sola dosis de zumo a un mono, se advierte en su cerebro un incremento de dopamina, pero si se repite varias veces el proceso, las neuronas de la dopamina terminan por calmarse. Si se dan al simio dos dosis cuando espera una, el efecto de la dopamina vuelve a subir. Si se le dan tres dosis, el efecto de la dopamina se hace aún mayor. Pero si se repiten esas tres dosis, la dopamina vuelve a estabilizarse. El significado de todo esto es que la cantidad de dopamina que se libera en el núcleo accumbens no depende del volumen absoluto de la recompensa que el animal recibe, sino de lo inesperada que sea. Esto último sugiere que disfrutamos de los entornos que nos proporcionan recompensas inesperadas, y los anhelamos; en otras palabras, disfrutamos del riesgo. Para decirlo de otra manera, la dopamina se hace más incitante con la información y actúa como señal de aprendizaje, recordándonos lo que acabamos de descubrir. Algunos neurocientíficos, como Jon Horvitz en Columbia y Peter Redgrave en Sheffield, han ido incluso más allá de la dopamina como anticipadora de la idea del placer y han sostenido la polémica tesis de que cualquier experiencia, incluso desagradable, puede liberar dopamina si ayuda a predecir futuras fuentes de placer y de dolor.[132]
La investigación de la dopamina ha modificado la manera de entender y de tratar la drogadicción. Los investigadores médicos han descubierto que la química cerebral de las personas que consumen drogas sigue el mismo camino que la de los animales a los que se les administra bebida. Las drogas producen primero un choque agradable y una poderosa liberación de dopamina, pero a medida que aumenta el consumo, la señal de la dopamina se adelanta y se une a las señales que prevén el consumo de droga —determinada música, gente, o lugares especiales, como una discoteca—, las cuales estimulan una apetencia prácticamente irresistible. Ahora, la motivación realmente poderosa es el deseo de la droga más que el placer que proporciona. Muchos adictos llegan en realidad a perder el placer del que habían disfrutado con las drogas e incluso a encontrar desagradable su consumo presente, pero no pueden parar. Los fumadores no pueden resistir la tentación de fumar, pero muchas veces encuentran repugnante el acto mismo de fumar, que les deja una sensación espantosa. Para liberarse de un hábito que ahora les resulta desagradable, muchas veces los adictos tienen que apartarse de las señales vinculadas al consumo de droga cambiando de barrio y evitando los viejos amigos. Muchas campañas publicitarias contra la drogadicción han fracasado por no tener adecuadamente en cuenta este aspecto. A menudo estas campañas utilizaban imágenes que representaban los horrores de la adicción, como, por ejemplo, una jeringa ensangrentada y un callejón oscuro; pero estas imágenes eran exactamente las que anunciaban el consumo de drogas y, en consecuencia, liberaban una gran cantidad de dopamina en muchos adictos recuperados, lo que renovaba de manera perversa su deseo y los arrastraba nuevamente a la heroína o a la cocaína.
¿Qué otra cosa, fuera de las drogas de consumo recreativo, puede provocar el acuciante deseo de dopamina? Si la dopamina exacerba un deseo de información y de recompensa imprevista, tal vez también nos llene de ardiente curiosidad. Quién sabe si la propia curiosidad, la necesidad de saber, no es ella misma una forma de adicción que nos lleva sin parar hasta el final de una buena novela de misterio, o que impulsa a los científicos a trabajar día y noche hasta descubrir la insulina, digamos, o decodificar la estructura del ADN, descubrimiento científico que es el máximo éxito de la información. Cuando a Einstein se le ocurrió la Teoría de la Relatividad General debió de experimentar la madre de todas las explosiones de dopamina.
El juego, con sus recompensas inesperadas, también puede llegar a convertirse en una adicción provocada por la dopamina. Meter monedas por la ranura de una máquina hora tras hora puede parecer el vivo ejemplo del aburrimiento, pero cuando las tres frutas de las máquinas se colocan de maneras inesperadas y uno oye caer la cascada de monedas, se liberan en el cerebro grandes cantidades de dopamina, dejando el ferviente deseo de más. Y si el juego puede ser adictivo, ¿por qué no las operaciones financieras? Esta actividad proporciona las recompensas más altas de las que se pueda disponer en nuestra economía, pero son muy inciertas y para conseguirlas hay que prever el futuro y asumir enormes riesgos. Así las cosas, es posible que la dopamina sea la responsable de la poderosa exaltación que sienten los operadores cuando sus negocios dan buenos resultados. No es asombroso que muchos observadores sospechen que los operadores inmersos en una buena racha puedan ser presa de una adicción. Y así como un adicto que se habitúa rápidamente a una dosis determinada de droga tiene que incrementar continuamente el consumo, así también los operadores pueden habituarse a ciertos niveles de riesgo y de beneficio y sentirse irresistiblemente impelidos a mejorar su posición más allá de lo que normalmente se consideraría prudente.
Es muy importante destacar que la función de la dopamina, al igual que la de la noradrenalina, excede la mera motivación del cerebro, pues también prepara el cuerpo para la acción. En palabras de Greg Berns, neurocientífico de la Emory University: «En el mundo real, la acción y la recompensa van juntas. Las cosas buenas no nos caen por sí solas en el regazo; tenemos que salir a buscarlas.»[133] Y es la dopamina la que impulsa la búsqueda. Es precisamente lo que comprobó un grupo de investigación en Alemania cuando diseñó un experimento para distinguir el deseo de comida del deseo de búsqueda de alimento. Por medios farmacológicos redujeron la dopamina del cuerpo de unas ratas y luego comprobaron que estos animales continuaban comiendo y disfrutando de la comida siempre que les fuera puesta directamente en la boca pero que no se moverían en absoluto para obtenerla.[134]
Cuando observamos esta conexión entre movimiento y recompensa, atisbamos el verdadero núcleo motivacional de nuestro ser, qué es lo que nos emociona, por qué asumimos riesgos, por qué amamos la vida. Pues la dopamina va mucho más allá de aportar un colorido hedónico a la información; la dopamina también nos recompensa por las acciones físicas que han conducido a una recompensa inesperada, como probar una nueva y eficiente técnica de caza o dar con una rica parcela de moras durante una búsqueda de alimento en el bosque, y eso hace que deseemos repetir estas acciones.[135] En realidad, bajo la influencia de la dopamina llegamos a anhelar vivamente esas actividades físicas.[136] Como dice Berns, la investigación de la dopamina «ha puesto patas arriba un principio básico de la economía», pues gran parte de esta investigación ha comprobado algo que resulta contrario a la intuición: que los animales prefieren trabajar por la comida antes que recibirla pasivamente.[137]
La preferencia por el consumo obtenido con esfuerzo tiene sentido desde el punto de vista evolutivo, tanto para los animales como para los seres humanos. Si se quiere programar a un animal para que sobreviva, debe hacerse que disfrute de más cosas que simplemente comer, beber y copular, porque éstas no harían de él más que algo que no se mueve del sofá o un hedonista indecente; debe procurar que se entusiasme por las actividades que conducen al descubrimiento de la comida, el agua y el sexo. Esto es justamente lo que hace la dopamina, que nos crea la necesidad de repetir determinadas acciones, ya sea cazar, acudir a citas amorosas o buscar en las pantallas una oportunidad de hacer negocio. Una clara exposición de este principio puede encontrarse, sorprendentemente, en la película Parque Jurásico. Cuando un grupo de visitantes observa a través de una valla electrificada cómo se está atando una cabra a una estaca para el almuerzo del T. rex que acecha fuera del campo visual, Sam Neill comenta en tono inquietante que el depredador no quiere que lo alimenten, que lo que quiere es cazar.
Si reunimos las diversas ramas de la investigación sobre la dopamina, podríamos decir lo siguiente: la dopamina surge con más poder cuando realizamos una acción física nueva que termina en una recompensa inesperada. La dopamina nos impulsa a superar las rutinas establecidas y probar nuevas pautas de búsqueda y nuevas técnicas de caza. La consecuencia de ello es que los efectos de la dopamina sobre el curso de la evolución han sido revolucionarios. De acuerdo con Fred Previc, psicólogo de la Texas A&M University, el crecimiento rápido de las células productoras de dopamina, resultado de los cambios que el incremento del consumo de carne introdujo en la antigua dieta, cambió la historia.[138] Eso nos estimuló a asumir riesgos por el riesgo mismo, con independencia de cualquier expectativa racional de ganancia. La dopamina alimentó un fuerte deseo de vida, con todas sus vicisitudes. También es posible imaginar lo decisivo que fue el día en que un nuevo cerebro impulsado por la dopamina recibió en la sabana africana las claves del cuerpo del mamífero, con sus impresionantes recursos metabólicos, pues entonces los seres humanos se convirtieron en lo que hoy son: voraces y merodeadores motores de búsqueda, o sea un Google sobre ruedas.
John Maynard Keynes, más que ningún otro economista, entendió estas urgencias subterráneas por explorar y las llamó «espíritus animales», «una espontánea necesidad de acción más que de inacción». Pensaba que eran el corazón impulsor de la economía. «Es una característica de la naturaleza humana», escribió, «que una gran proporción de nuestras actividades positivas dependan del optimismo espontáneo más que de una expectativa matemática.»[139] Si este optimismo espontáneo decayera y el espíritu animal desapareciera, dejándonos sin otra cosa que el cálculo matemático, advertía Keynes, «la empresa se debilitaría y moriría». Este autor sospechaba que la empresa comercial no tiene más motivación en el cálculo de probabilidades que una expedición al Polo Sur. Lo que en gran medida mueve a la empresa es el puro amor a la asunción de riesgos.
Un principio básico de las finanzas formales es que la ganancia sólo se incrementa si el riesgo que se asume es mayor, y algo muy parecido puede decirse de nuestra antigua búsqueda de pautas de caza. La dopamina nos predispone a intentar cosas que antes no habíamos intentado, y al hacerlo nos lleva a toparnos con valiosos territorios y técnicas de caza que de otra manera habrían permanecido ignotos para nosotros. Nos impulsa a la aventura más allá de las barreras protectoras. «Nunca he traspasado el borde de la jungla y me pregunto cómo será estar en esa vasta sabana». «Me pregunto si una lanza de otra forma daría mejor resultado». «Me pregunto qué hay detrás del horizonte». Aun cuando la respuesta a estas preguntas entrañe gran peligro y termine en incontables muertes (en sentido literal, la curiosidad a veces mata al gato), demuestra tener un gran valor en nuestra larga historia de exploración geográfica, científica y, también, financiera. Podríamos decir que la dopamina es la molécula de la historia.
Esta inquietante molécula no deja de contener misterios, uno de los cuales me viene en particular a la mente. Si la dopamina alimenta un amor casi adictivo por la exploración y la toma de riesgos físicos, ¿qué diablos ha sido de ella? Hoy, un 30% de la población norteamericana es obesa y parece haber perdido casi por completo este impulso, pues prefiere el consumo inmóvil al consumo con esfuerzo. Si la dopamina ha gobernado ese poderoso impulso a lo largo de nuestra evolución, lanzándonos a través de los océanos y al espacio, ¿por qué se ha debilitado con tanta facilidad? Todavía no tenemos una respuesta a esta pregunta, aunque es uno de los problemas más apremiantes de la ciencia médica. No obstante, es posible encontrar un inquietante indicio en una investigación prácticamente olvidada que se realizó en Vancouver en la década de 1970 y que es conocida como el parque de las ratas. Fue ésa la época en que se introdujeron muchas leyes relativas a las drogas recreativas y el principal autor del estudio, Bruce Alexander, cuestionó la lógica que subyacía a la manera de entender la adicción que por entonces se defendía.
Lo que hizo Alexander en su estudio fue colocar ratas en una jaula sin más contenido que dos botellas de las que las ratas podían beber, una con agua y la otra con agua mezclada con morfina. No es sorprendente que las ratas prefirieran la botella que contenía la morfina y que con el tiempo se hicieran adictas a ella. Luego Alexander hizo una cosa interesante. Repitió el experimento, pero esta vez colocó las ratas dentro de lo que denominó parque de las ratas, una jaula con una rueda para correr, hojas, otras ratas, tanto machos como hembras, etc. En otras palabras, proveyó a las ratas de un medio enriquecido. Cuando se los colocó en el parque de las ratas, los animales no prefirieron el agua con morfina y no desarrollaron la adicción. A la luz de investigaciones posteriores podemos conjeturar que estas ratas conseguían de las formas normales de búsqueda, trabajo y juego las dosis diarias de dopamina que necesitaban. Investigaciones recientes han descubierto que un medio enriquecido constituye una alternativa tan atractiva a las drogas, que los animales adictos a la cocaína, una vez que regresan a un medio enriquecido, abandonan el hábito.[140]
El parque de las ratas[141] ofrece una nueva perspectiva para la consideración de los actuales problemas de adicción y obesidad. Nos lleva a preguntarnos si no hemos privado de un entorno suficientemente enriquecido a amplias franjas de la población. ¿Les hemos negado el acceso a instalaciones deportivas? ¿A la formación artística o incluso científica? ¿A los espacios verdes? ¿Ha ido algo mal en el lugar de trabajo? ¿En el desarrollo urbano? ¿Hemos sacado de verdad demasiadas personas del parque humano para instalarlas en un jaula vacía? Son preguntas lacerantes, porque la epidemia de obesidad, aparte de ser una catástrofe médica, puede estar adormeciendo las sensaciones instintivas y el impulso emprendedor de los que depende nuestra prosperidad y nuestra felicidad.