¿PODEMOS CONTROLAR NUESTRA RESPUESTA DE ESTRÉS?
La observación de cómo opera el cortisol, tal como la llevamos a cabo en nuestra visita a Wall Street, nos permite comprobar lo que buen número de endocrinólogos ha reconocido hace ya mucho tiempo, esto es, que la evolución nos ha equipado con una respuesta que en la sociedad moderna puede resultar fatalmente disfuncional.[255] Cuando perdura y se hace crónica, como con tanta facilidad ocurre en relación con problemas del trabajo o sociales, la respuesta de estrés deja su papel originario de salvadora para convertirse en asesina. Ha sido ideada para advertirnos del peligro inmediato, pero, lo mismo que ocurre con una brigada de bomberos, la respuesta de estrés sólo puede salvarnos la casa de una emergencia a cambio de producir graves daños con el agua. De hecho, el estrés crónico puede ser responsable de muchos de los problemas mortales y de más difícil tratamiento de la medicina moderna: hipertensión, cardiopatías, diabetes de tipo 2, perturbaciones inmunes y depresión.
Dado lo que está en juego, tanto para la salud personal como para la estabilidad del sistema financiero, es preciso preguntarnos: ¿podemos desconectar el cortisol? ¿Podemos controlar su bucle tóxico de retroalimentación cuerpo-cerebro? Lamentablemente, tenemos que responder que tal cosa es tremendamente difícil. Nuestro yo consciente y racional ejerce muy poco control sobre las zonas subcorticales del cerebro, como la amígdala, el hipotálamo y el tronco cerebral. El problema, como explica Joseph LeDoux, está en que contamos con todo un bosque de axones (las fibras que envían mensajes desde una neurona) que parten del tronco cerebral y del sistema límbico (el cerebro emocional) hacia el neocórtex, lo que asegura que nuestros esfuerzos racionales estén siempre influidos por señales subcorticales, pero en cambio tenemos muchos menos axones que se extiendan por estas regiones cerebrales primitivas y, en consecuencia, nuestra influencia consciente sobre ellas es menor.[256] Toda persona que haya sufrido ataques de pánico infundados o que haya estado enamorada de la persona inadecuada, sabe que los esfuerzos para cambiar conscientemente los sentimientos están condenados a un ciclo interminable de repetición y fracaso.[257]
Una esclarecedora demostración del divorcio prácticamente absoluto entre la expresión consciente y la inconsciente del estrés nos la ofrece lo que se conoce como test de campo abierto realizado con roedores. Cuando los investigadores pusieron un roedor en un campo abierto, que es un lugar peligroso por la amplitud de la exposición a los depredadores, el animal presentó los síntomas clásicos de una respuesta de estrés animal, a saber: inmovilidad, defecación y aumento de los niveles de corticosterona, que es la versión del cortisol en los roedores. Sin embargo, si los investigadores repetían este procedimiento durante varios días, el roedor se habituaba poco a poco a la experiencia. Como de todos modos no había pasado nada malo, el aspecto conductual de la respuesta de estrés se calmaba y el roedor dejaba de quedarse inmóvil y de defecar. Pero lo interesante es que los niveles de corticosterona permanecían tenazmente altos.[258] El roedor ya no era consciente del estrés pero su cuerpo lo registraba.
Ahora nos preguntamos: ¿cuál de estas dos respuestas es más adecuada a la situación, la conductual o la fisiológica? No es normal que un roedor esté en un campo abierto —lugar objetivamente peligroso para él—, de modo que debería estar estresado. Y lo notable es que esto que su cerebro ignora lo saben sus glándulas suprarrenales.
Situaciones muy parecidas las encontramos en los operadores que tenemos en estudio. En el capítulo sobre sensaciones instintivas he descrito un experimento en el que tomamos una muestra de cortisol de los operadores y preguntamos a éstos, mediante un cuestionario, cuán estresados estaban por su P&L o por los mercados. Las respuestas resultaron tener muy poco o nada que ver con la pérdida de dinero, grandes oscilaciones en su P&L o gran volatilidad del mercado; sin embargo, sus niveles de cortisol delataban fehacientemente la presencia de tales estresores. Nuestro hallazgo ilustraba lo desconectadas que podían estar la respuesta consciente y la inconsciente y en qué medida los sujetos inventan historias para justificar su conducta. Gracias a estas historias podemos llegar incluso a persuadirnos de que no estamos estresados, o a convencernos de que nos sentimos mejor respecto de nuestras dificultades. Pero, siempre que la situación objetiva siga siendo nueva, incierta o incontrolable, nuestra fisiología permanecerá en un agudo estado de alerta y, con el tiempo, la salud se resentirá. El hipotálamo y las glándulas suprarrenales parecen responder más a indicios objetivos que a unas palabras de aliento. Sus patologías pueden ser refractarias a la cura por la palabra.
A pesar de esta conclusión aparentemente sombría, la investigación fisiológica de la respuesta de estrés es motivo de esperanza antes que de desánimo. En primer lugar, al permitirnos comprobar que en gran parte el estrés es una preparación fisiológica para la acción física, esta investigación plantea la posibilidad de entrenar nuestra fisiología a desarrollar más resistencia mental y física, aguante a la fatiga, la ansiedad y los desórdenes psiquiátricos que son consecuencias del estrés crónico. Quizá esta posibilidad parezca una quimera, pero hay un campo de la ciencia, el de la medicina deportiva, que ya ha hecho notables progresos en el diseño de tales regímenes de fortalecimiento. En segundo lugar, al permitirnos ver que el estrés tiene origen en circunstancias objetivas, la investigación plantea la posibilidad de cambiar estas circunstancias, cambios que podían tener su repercusión en nuestro estado mental y en nuestra salud física. Consideremos, sucesivamente, estos dos enfoques para mitigar el estrés crónico: aumentar la fortaleza fisiológica y modificar los objetivos en el lugar de trabajo.