LAS MUJERES Y EL MUNDO FINANCIERO
Pero ¿cómo se consigue esto? Si un mercado alcista es potenciado por un bucle de retroalimentación de testosterona en operadores e inversores —es lo que sugieren mi experiencia personal en las finanzas, los experimentos con operadores que hemos realizado mis colegas y yo mismo y estudios de otros investigadores sobre hormonas—, ¿debe entenderse que las burbujas son un fenómeno predominantemente masculino? Si éste es el caso, ¿podría reducirse la inestabilidad de los mercados empleando en ellos a más mujeres y a hombres mayores? Sabemos que la estabilidad del mercado depende de la existencia de una diversidad de opiniones —queremos que haya gente que compre y gente que venda— y tal vez lo mismo pueda decirse de la biología, lo que significa que la estabilidad de los mercados requiere diversidad biológica.[308] Y la biología de las mujeres y los hombres mayores es muy diferente de la de los hombres jóvenes.
Empecemos por los hombres mayores. Las hormonas alteran el curso de la vida de un hombre (y también la de una mujer). Los niveles de testosterona en los hombres aumentan hasta mediados de la treintena y luego declinan, lentamente hasta los cincuenta y con rapidez a partir de esa edad. Al mismo tiempo, suben los niveles de cortisol. A medida que envejecen, los hombres se van haciendo cada vez menos sensibles a los bucles de retroalimentación de testosterona que, como he sostenido, pueden transformar la asunción de riesgos en una conducta peligrosa. Además de la alteración biológica, los hombres mayores aportan a un banco o un fondo toda una vida de valiosa experiencia. Han pasado por situaciones adversas —el crac de 1987, por ejemplo, o la crisis de Savings & Loan de finales de la década de 1980 y comienzos de la de 1990, cuando centenares de bancos norteamericanos se declararon insolventes—, de modo que es menos probable que asuman riesgos antes de meditar acerca de un amplio abanico de resultados posibles. Sin embargo, las salas de transacciones financieras son tradicionalmente hostiles a los operadores más antiguos, tal vez a causa de que sus reacciones más lentas o su actitud más prudente son erróneamente interpretadas como miedo. Pero hay poca evidencia de que la edad dañe el juicio de los inversores o su capacidad para asumir riesgos. De hecho, los inversores más famosos, como Warren Buffett y Benjamin Graham, adquirieron su estatus a edad avanzada, no en la juventud.
Por otro lado, la biología de las mujeres es muy distinta de la de los hombres. Las mujeres producen una media de alrededor del 5 al 10% de la testosterona que producen los hombres, y no han estado expuestas a los mismos efectos organizativos de los andrógenos prenatales, de modo que son menos proclives que los varones jóvenes al efecto del ganador. La respuesta de estrés de las mujeres también difiere sustancialmente de la de los hombres. La psicóloga Shelley Taylor y sus colegas han sostenido que la reacción de lucha o huida es una respuesta predominantemente masculina, y que la ausencia de reacción a la amenaza no tiene en absoluto el mismo sentido para las mujeres que para los hombres. Ciertamente, si se topa con un oso pardo, una mujer experimentará la respuesta de lucha o huida de la misma manera que un hombre. Pero Taylor piensa que la reacción natural de una mujer a la amenaza, al menos en las situaciones sociales que conforman el entorno normal de nuestros días, es la que esta autora llama de «cuidado y amistad», una necesidad de asociación.[309] Taylor argumenta que si una mujer tiene hijos a su cargo, el cuidado y el establecimiento de una relación amistosa tiene más sentido que lanzarse a una pelea a puñetazos o salir corriendo.
En cuanto a su respuesta de estrés a largo plazo, las mujeres tienen unos niveles medios de cortisol semejantes a los de los hombres y con el mismo grado de volatilidad. Pero la investigación ha constatado que la respuesta de estrés de las mujeres es desencadenada por acontecimientos ligeramente distintos. Las mujeres no se sienten tan estresadas como los hombres por fracasos en situaciones competitivas; en cambio, las estresan más los problemas sociales, ya sean familiares o de relaciones.[310] El resultado de estas diferencias endocrinas entre hombres y mujeres es que cuando ganan o pierden dinero, las mujeres pueden ser menos reactivas hormonalmente que los hombres.[311] Por tanto, un número mayor de mujeres entre los tomadores de riesgos del mundo de las finanzas podría contribuir a reducir la volatilidad.
Queda una cuestión: si las mujeres podrían ejercer esa saludable influencia en los mercados, ¿por qué hay tan pocas operadoras financieras? ¿Por qué las mujeres no se abren camino en los parqués, y por qué los bancos y los fondos de cobertura no las atraen a su seno? Las mujeres no pasan del 5% del total de operadores en el mundo financiero y esa baja proporción incluye los resultados de los avances que en materia de diversidad han tenido lugar en los grandes bancos. Las explicaciones más comunes que se han dado de esta escasez de mujeres es su reticencia a trabajar en un medio tan machista o su excesivo rechazo del riesgo, incompatible con este tipo de trabajo.
Es posible que haya algo de verdad en estas explicaciones, pero no me merecen demasiada confianza. Para empezar, puede ser que a las mujeres no les guste el ambiente de un parqué, pero estoy seguro de que les gusta el dinero. Hay pocos empleos que rindan más que el de un operador financiero. Además, las mujeres ya están presentes en la sala de operaciones, donde constituyen aproximadamente el 50% del equipo de ventas, y el equipo de ventas está precisamente al lado de las mesas de los operadores. Así que las mujeres ya se encuentran inmersas en el ambiente machista y el jaleo, sólo que no operan. Además, no estoy convencido de que un medio masculino deje tan fácilmente fuera a las mujeres como esta explicación da por supuesto. Hay muchos mundos antiguamente dominados por hombres que hoy emplean a más mujeres, como por ejemplo el del derecho y el de la medicina, profesiones que una vez se consideraron exclusivamente masculinas pero que en el presente cuentan con proporciones bastante igualadas de hombres y mujeres (aunque, admito, no en los niveles superiores de gestión). En conclusión, el argumento del ambiente machista no me convence.
¿Y qué hay de la otra explicación, la de que los hombres y las mujeres se diferencian en su apetito de riesgo? Varios estudios realizados en el campo de las finanzas conductuales sugieren que en las tareas de elección monetaria computerizada las mujeres son más reacias al riesgo que los hombres.[312] Pero esto tampoco me convence del todo, porque otros estudios de conducta real de inversión muestran que muchas veces las mujeres superan a los hombres en el trayecto largo y esta superación, de acuerdo con la teoría formal de las finanzas, es señal de mayor asunción de riesgos. En un artículo importante titulado «Boys will be Boys», dos economistas de la Universidad de California, Brad Barber y Terrance Odean, analizaron los registros de agencias de corredurías bursátiles de 35 000 inversores personales durante el período 1991-1997 y descubrieron que las mujeres superaban a los hombres en un 1,44%.[313] Análogo resultado fue anunciado en 2009 por la Hedge Fund Research, con sede en Chicago, que encontró que en los nueve años anteriores los fondos de cobertura dirigidos por mujeres habían superado significativamente a los dirigidos por hombres.
Barber y Odean atribuyeron el rendimiento superior de las mujeres al hecho de haber realizado menos operaciones en sus cuentas. Los hombres, por el contrario, tendían a operar en demasía sus cuentas, conducta que los autores consideran una señal de exceso de confianza, una manifestación de su convicción típicamente masculina de ser capaces de doblegar el mercado. El problema del exceso de comercialización es que cada vez que uno compra y vende un valor tiene que pagar un diferencial entre oferta y demanda, más alguna comisión, y estos costes se suman con tanta rapidez que disminuyen sustancialmente los beneficios. ¿Se debe la mejor actuación en la toma de riesgos de las mujeres a los menores costes de las transacciones? ¿O se debe en parte a una mayor exposición al riesgo? ¿O a un juicio más acertado? ¿Cómo podemos conciliar los hallazgos experimentales según los cuales las mujeres son reacias al riesgo con los datos de sus beneficios reales, que sugieren que o bien se arriesgan más, o bien piensan mejor? Hay una pista que podría ayudarnos a resolver este misterio.
Como hemos dicho ya, las mujeres constituían cerca del 5% del personal medio de un parqué. Pero estos números cambian enormemente cuando dejamos los bancos y visitamos a sus clientes, las compañías de gestión de activos. Aquí encontramos un porcentaje mucho mayor de mujeres. Los números absolutos no son grandes, porque los gestores de activos emplean muchos menos tomadores de riesgos que los bancos, pero en algunas de las grandes compañías de gestión de activos del Reino Unido las mujeres llegan al 60% del personal que asume riesgos. Creo que este dato es decisivo para entender las diferencias entre hombres y mujeres en lo tocante a la asunción de riesgos. La gestión de activos es una actividad que implica la toma de riesgos, de modo que hemos de excluir el hecho de que las mujeres no asuman riesgos; se trata simplemente de un estilo de asunción de riesgos distinto de la variedad de alta frecuencia que predomina en los bancos. En la gestión de activos, uno se puede tomar tiempo para analizar un valor y luego retener la negociación resultante durante días, semanas o años. De modo que la diferencia entre la asunción de riesgos masculina y la femenina puede que no resida tanto en el nivel de aversión al riesgo como en el tiempo del que prefieren disponer para tomar sus decisiones.
Tal vez los hombres hayan dominado las salas de negociaciones financieras de los bancos porque la mayor parte de las transacciones que en ellas se efectúan ha pertenecido tradicionalmente a la variedad de alta frecuencia. A los hombres les encanta esta toma de decisiones rápida y el aspecto físico de la negociación. Pero ¿necesitan hoy realmente los parqués tantos tomadores de riesgos de reacción rápida? Los bancos los necesitan, sin duda; pero con la aparición de las cajas de mera ejecución que hemos analizado en el capítulo 2, hoy estamos en condiciones de separar los distintos rasgos requeridos por un tomador de riesgos —vocación de mercado, saludable apetito de riesgo y rapidez en las reacciones— y dejar la ejecución rápida para los ordenadores. Lo único que se requiere de los tomadores de riesgos es, cada vez más, su vocación de mercado y su comprensión del riesgo una vez que han apostado por un negocio, y no hay razón para creer que los hombres sean en esto mejores que las mujeres. Lo importante es que el mundo financiero necesita urgentemente más pensamiento estratégico a largo plazo, y los datos indican que en esto las mujeres sobresalen. A medida que los bancos, los fondos de cobertura y las compañías de gestión de activos evalúen sus necesidades normales y salgan a la luz más datos sobre el comportamiento de las mujeres como tomadoras de riesgos, las instituciones financieras, creo, contratarán cada vez más mujeres.
Además de dejar que el mercado siga su curso natural, hay una política que podría apresurar la contratación de mujeres. Es la que consiste en alterar el período durante el cual se juzga el rendimiento de los tomadores de riesgos. Para repetir un punto que ya hemos expuesto en el capítulo anterior, el problema del mundo financiero actual estriba en que ese rendimiento se mide en un lapso muy corto. Las primas se asignan anualmente, y a lo largo de ese año los operadores sufren multitud de presiones que los impulsan a comerciar activamente —a los directores de los parqués no les gusta ver a la gente sentada y de brazos cruzados, aunque eso sea lo mejor que se pueda hacer en ese momento— y a exhibir beneficios semanalmente. Es posible que esta agresiva exigencia a favor del rendimiento a corto plazo haya impedido a los bancos descubrir los elevados beneficios a largo plazo que las mujeres son capaces de obtener. La solución de este problema consiste simplemente en juzgar a las tomadoras de riesgos —y también a los tomadores de riesgos, por supuesto— sobre la base de un período largo. Esto se consigue, una vez más, calculando las primas sobre la base de todo un ciclo de negocios. Si hiciéramos tal cosa, nos encontraríamos con que los bancos y los fondos no se preocuparían demasiado por la lentitud de los retornos de un operador, sino únicamente por sus retornos en un ciclo completo. El mercado valoraría la estabilidad y el alto nivel del rendimiento de las mujeres a largo plazo y los bancos, naturalmente, comenzarían a escoger más mujeres como operadoras. No sería necesaria la discriminación positiva.
Sin embargo, hay otra —e inquietante— perspectiva para contemplar esta solución y cualquier otra que se proponga al problema de la inestabilidad del mercado. Se me ha sugerido que no deberíamos tratar de calmar los mercados, porque las burbujas, aunque problemáticas, son el pequeño precio que hay que pagar por la canalización de la testosterona masculina en actividades no violentas. Andrew Sullivan, en un artículo mencionado en el capítulo 1, ha expresado un interés similar. Reflexionando acerca del papel de la testosterona en nuestros días, se plantea que el verdadero desafío al que nos enfrentamos no es tanto el de incorporar más plenamente a las mujeres en la empresa, como el de detener el alejamiento de ella por parte de los hombres. Es un pensamiento escalofriante.[314] Keynes tenía más o menos la misma preocupación y llegaba a la conclusión de que el capitalismo, más que ningún otro sistema económico propuesto en la década de 1930, fue el antídoto preferido contra nuestros impulsos violentos, y bromeaba diciendo que es mejor intimidar el talonario de cheques que al vecino. Así que tal vez el mercado sea el mejor lugar donde airear la testosterona.
No creo que ésta sea la conclusión. El tipo de conductas extremas que dan mala fama a la testosterona es más fácil de encontrar cuando se aíslan machos jóvenes. Este fenómeno puede observarse en el mundo animal, y con notable intensidad en los elefantes. En ausencia de adultos, los machos jóvenes entran prematuramente en musth, que es un estado de excitación en el que sus niveles de testosterona aumentan 40 o 50 veces el nivel básico y los llevan a lanzarse a un comportamiento frenético, matando a otros animales y llevándose aldeas por delante. En Sudáfrica, los guardas forestales encontraron una solución a este problema: llevar un elefante adulto, cuya mera presencia calmaba a los peligrosos.
Este ejemplo del mundo animal es, por supuesto, mucho más extremo que cualquiera que pueda tomarse de la sociedad humana, pero ilustra de modo impresionante la cuestión a la que me estoy refiriendo. Quizá haya épocas en que deseemos que los varones jóvenes actúen sin ninguna inhibición, como en tiempos de guerra. Pero cuando se trata de colocar el capital de la compañía, que es justamente el objetivo que se asigna al sector financiero, probablemente no deseamos una conducta volátil. Lo que deseamos entonces es un juicio equilibrado y precios estables de los activos, y es más probable que cumplamos ese objetivo si tenemos presente a todo tipo de ciudadanos: hombres y mujeres, jóvenes y viejos.
Me gusta esta política de alterar la biología del mercado mediante el incremento del número de mujeres y de hombres mayores en él. Para defenderla no hace falta afirmar que las mujeres y los hombres mayores sean mejores tomadores de riesgos que los hombres jóvenes, sino sólo diferentes. En los mercados, la diferencia significa mayor estabilidad. Sin embargo, hay algo sobre lo cual no sólo tengo el presentimiento sino la plena convicción de que una comunidad financiera con mayor equilibrio entre hombres y mujeres y entre jóvenes y viejos no funcionaría en absoluto peor que el sistema que tenemos hoy en vigencia. Para empezar, hemos creado la crisis de crédito de 2007-2009 y sus réplicas aún en curso, y es simplemente imposible imaginar peor resultado para un sistema financiero.
Finalmente, esta política cuenta con un apreciable respaldo científico. En efecto, proporciona un buen ejemplo de la posible contribución de la biología a la regulación de los mercados financieros y lo hace además de un modo absolutamente ajeno a cualquier amenaza.