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Empleo sólo las palabras y las letras necesarias en estas páginas. Pretendo que ellas sean la imagen fiel de mis antecedentes y mis errores desde que te conocí hasta el día de tu muerte. He escogido ese momento no tanto por su grandiosidad, sino porque él es para mí un punto de apoyo capital en este recuento. Ese momento fue mi más rumorosa caída durante mi corta marcha terrestre. No puedo desvirtuarlo con el pretexto de un milagro, de una revelación llameante que en realidad no tuvo lugar. Podría escribir: Yo te amaba, Pajarito, lo descubrí ante tu cuerpo inmóvil, en la Morgue de Venecia. Pero sería falso. Empleo, por lo tanto, sólo palabras y letras blancas. Letras odiosamente lógicas, inexpresivas, letras de la prosa, de las cartas comerciales y las noticias diarias. Letras para conversar de política y deportes en los bares. Odiosas letras impresas cuyo veneno es la razón, el orden, la discriminación social, la guerra, las ideologías, el mal. Acaricio, en cambio, comunicaciones mucho más remotas e inmediatas. Grandes letras no escritas cuyo esplendor nos ilumine para siempre. Frases secretas con el sentido final de cuanto existe. Pero ¿cómo formularlas? «¿Habla español?». «Moi, je parle français». «Un petit peu seulement». «Italiano anche». «Mio padre ligure». Y los americanos: «Do you remember La guerre?». «Yes, sure, it’s marvelous». Y las frases ciegas de los monos y los loros burlones. Y el chillido atroz de los chiwacos («Such wonderful birds!») y los tucanes. Y su imposible acento veneciano. Y yo mirándote tendida, sobre una mesa de mármol. Recitando la oración mortuoria de Paracas. YO TE DESNUDO TE RECONOZCO TE ENTIERRO YO TE DESNUDO TE RECONOZCO TE ENTIERRO YO TE DESNUDO TE RECONOZCO TE ENTIERRO. Luego las momias eran cubiertas con mantos admirables, tejidos en homenaje al cadáver y según su rango. La desnudez era totalmente desconocida entre los muertos. «Sí, sí, la conozco». «¿Es usted pariente, esposo, novio, prometido, amigo?». Trato de recordar. Las costillas, la vejiga, el bazo, los riñones. Y cartílagos y nervios, glándulas oscuras e intestinos. La cascada de tu sangre, tu saliva y tu orina. Y además tus ácidos. Tus sales. Crecimientos extraños. Humores. Residuos. ¿Qué cosa fuimos, Dogaresa? ¿Amantes solamente? «Sí, sí, la conozco». «Tome usted nota, Comisario. Se llamaba Giulia. Nos conocimos en París, hace un par de años. No sé, no tengo idea. Sí. Vivimos juntos. Aquí tiene mis documentos. Investigue usted. Es su deber». ¿Qué cosa fuimos? No lo sé. ¿Qué cosa fuimos, Dogaresa? ¿Amantes acaso? Entre tantos verbos inútiles, ¿recordarías el verbo amar?

YO TE AMO

TÚ ME AMAS

ÉL ME AMA

NOSOTROS NOS AMAMOS

VOSOTROS OS AMÁIS

ELLOS SE AMAN

Equivalente a:

YO TE ODIO

TÚ ME ODIAS

ÉL ME ODIA

NOSOTROS NOS ODIAMOS

VOSOTROS OS ODIÁIS

ELLOS SE ODIAN

Inútil igualmente. La fórmula mágica era simple, sin embargo:

GIULIA + NOGIULIANO + YO = GIULIA

O también:

MAYANATÍO MIGUELPANCHO + YO = MAYANA

Energías contradictorias que se podrían resumir en la palabra AMODIAR, o su equivalente ODIAMAR. Pequeños verbos inútiles. Hijos de las vicisitudes. Engendros de la vida diaria. Larvas de la lengua que las Grandes Letras Selladas ignoran. Las Grandes Letras No-Escritas procedentes de la Vía Láctea. Mensajes de amor de una nebulosa Madre en cuyo seno vegetamos para siempre. Como las pirámides, que rechazaban la luz del sol y la transformaban en energía propiciatoria de las lluvias. Si 3000 pirámides recubiertas de metal brillante convirtieron el Sahara en un jardín, 3000 palabras, hijas de las Grandes Letras Selladas, transformarían el lenguaje en un Edén. ¿El Paraíso Terrenal no era acaso el verbo? ¿Y la ribera azul del Tulumayo, y Giuliano, y aquel atardecer de fuego, existieron realmente? ¿O son tan sólo el fruto de estas páginas oscuras, fragmentos de un instante largamente acariciado y jamás conocido? Son interrogaciones inútiles. Como los orígenes de Giuliano. Como su viaje a los Estados Unidos. Como la inteligencia de sus hijos o las virtudes de Blanca, su mujer. Como sus fábricas de helados y chocolates, de margarina, de ladrillos, de puertas y ventanas. Como sus millones. Su seguridad. Su gordura. Como preguntarse:

¿POR QUÉ UNA FÁBRICA DE CHOCOLATES AMANECE EN UNA CIUDAD QUE ANOCHECE?

¿POR QUÉ UNA FÁBRICA DE CHOCOLATES APARECE EN UNA CIUDAD QUE PERECE?

¿O POR QUÉ LA FÁBRICA AMANECE MIENTRAS LA CIUDAD DE CHOCOLATE ANOCHECE?

¿O POR QUÉ LA CIUDAD PERECE MIENTRAS LA FÁBRICA DE CHOCOLATES APARECE?

¿O POR QUÉ EL CHOCOLATE AMANECE MIENTRAS LA FÁBRICA DE LA CIUDAD ANOCHECE?

¿O POR QUÉ UNA FÁBRICA DE CHOCOLATES DE LA CIUDAD AMANECE MIENTRAS LA CIUDAD DE LA FÁBRICA DE CHOCOLATES ANOCHECE?

¿Era entonces Giuliano una simple invención mía? ¿Pero qué cosa había de ridículo y de fatuo en todas estas invenciones mías, que yo mismo me encargaba de destripar como si fueran fragilísimos juguetes? No me quedaría nada entre las manos. Esto era cierto. Pero ¿qué habría de quedar? Excrementos de la lengua. Vanas metamorfosis. Cadáveres verbales flotando en un mar de sangre humana. Todo lo que se llama el saber al servicio de unos cuantos en un mundo regido por el látigo. Servirme de algunos días de lluvia en la montaña del Perú, de millares y millares de indios explotados, de docenas de pájaros vocingleros, de las mezquindades de un pariente cualquiera, de la pasajera belleza de un adolescente descendido a los infiernos, de la devoción de una veneciana de cabellos rojos ahogada en el Gran Canal, ¿no era sino una coartada, una lamentable triquiñuela para hablar de mí mismo ante un grupo de elegidos?

Falto de luz, mi lenguaje se detiene donde comienza la vida real. Tales son las movedizas fronteras que separan la mixtificación escrita de la verdad pura, desnuda. Los antiguos peruanos, que nada sabían de las letras, no conocían la mentira ni el subterfugio. No conocían la literatura. En el lenguaje oral, fluido, materialmente inestable, mentir, tergiversar, alterar, no eran sino crear, transfigurar, descubrir. Lenguaje y lengua puros, generadores del mito. De fabulosos teoremas verbales que la experiencia cotidiana no es capaz de contener sino en fragmentos. Miserables migajas del festín celeste. Luego, si algo había de quedar, si alguna utilidad tenía el cielo en tierra, los escribas del templo, los quipucamayocs inmovilizaban en uno o varios gestos manuales la entidad del argumento. Nacían así sistemas de cuerdas y nudos de colores, originalmente utilitarios, verdaderas fichas estadísticas de las cosechas, medidas agrarias, zonas de irrigación, censo territorial, etc. Sólo más tarde apareció el poema, entre los dedos del escriba y los del sacerdote del sol. ¿Era tal vez esta divina fragilidad del mito, descendido a tierra nuevamente, la que tanto había asustado a los indios a quienes pretendí iniciar en el juego de los cordeles? ¿Conocían ya lo que tales formas geométricas encerraban? ¿En aquella sintaxis inútil, en aquella matemática gratuita, se ocultaban quizás las leyes mismas de la creación? Ninguna computadora de vigésima generación, o posterior a ella, podría descifrar, durante miles de años de incesante trabajo, lo que un solo nudo de color ocultaba en su seno impenetrable. En la brillante desnudez conceptual de aquellos gestos latía la unidad fundamental de lo creado.

He aquí una tabla de los elementos principales dispersos en los millares de nudos del poema, en los que los colores primarios y los contradictorios, no-colores, blanco-negro, se organizan en tríadas jerárquicas, o trinidades, mientras los complementarios aparecen solos:

UN NUDO BLANCO LA VIDA
DOS NUDOS BLANCOS EL AMOR
TRES NUDOS BLANCOS DIOSEL PARAÍSOEL BIEN
UN NUDO NEGRO LA MUERTE
DOS NUDOS NEGROS LA GUERRA
TRES NUDOS NEGROS EL INFIERNOEL DEMONIOEL MAL
UN NUDO ROJO LA SANGRE
DOS NUDOS ROJOS LA REPRODUCCIÓN
TRES NUDOS ROJOS LAS ESTRELLAS
UN NUDO AMARILLO LA FLOR
DOS NUDOS AMARILLOS EL FRUTO
TRES NUDOS AMARILLOS EL SOL
UN NUDO AZUL EL AIRE
DOS NUDOS AZULES EL AGUAEL RÍOEL LAGOLA LLUVIA
TRES NUDOS AZULES EL CIELO
UN NUDO VERDE LA TIERRALA PLANTAEL ÁRBOL
UN NUDO NARANJA EL FUEGO
UN NUDO VIOLETA LA LUNA