Capítulo Siete

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Salgo volando del coche y empiezo a darle puñetazos en el pecho.

— ¡Maldito seas, Ryan, casi me matas del susto!

Él me estrecha contra su pecho y me acaricia la espalda, esperando a que me calme. Aspiro su olor familiar, dejando que me calme, que su fuerza me tranquilice.

—No pasa nada, gatita, estás bien. Venga, Jamie, estás a salvo.

Me aprieto contra él, respirando hondo hasta que se me pasa el terror y vuelvo a sentirme tranquila. Calmada y mortificada.

Me libro de su abrazo y doy un paso atrás. La noche es tan oscura que solo puedo verle la cara a la tenue luz del interior del Ferrari que sale por la puerta del coche, todavía abierta. Veo su preocupación, el rastro de inquietud que empieza a desparecer de sus ojos ahora que vuelvo a estar estable.

No quiero ver la ira que sé que va a llegar, pero no puedo quedarme aquí, fingiendo que aún estoy asustada, solo para posponer lo inevitable.

Tomo aire, echo la cabeza atrás para poder verle y susurro “lo siento”.

Me espero ira, furia, pero la profunda tristeza que invade sus ojos es más de lo que puedo soportar.

—Hunter —digo con voz ahogada—, por favor, déjame que…

Me indica con la cabeza el coche aparcado detrás del Ferrari.

—Sube —dice en un tono que no admite discusión.

—Pero… —replico, pasándome la lengua por los labios— no puedo volver, tengo que ir a Las Vegas.

—Te llevaré adonde tengas que ir, Jamie —ahora sí noto la ira que bulle en algún lugar oscuro y profundo—, y ahora súbete al maldito coche.

Como es más que capaz de cogerme y meterme sencillamente de un empujón dentro del coche —y como en este momento parece dispuesto a hacer exactamente esto—, hago lo que me dice.

Es un Mercedes elegante y reluciente, con tapicería de cuero y ese increíble olor a coche nuevo. Me abrocho el cinturón de seguridad, me quito los zapatos, doblo las piernas y aprieto las rodillas contra el pecho.

Le veo agacharse para introducirse en el Ferrari, y al salir lleva las llaves y mi teléfono. Viene hacia el Mercedes, abre la puerta y se sube sin decir ni media palabra.

Por un instante permanece sentado y pienso que por fin va a decir algo, pero luego aprieta el botón del contacto, arranca y enfila la autopista. En cuestión de segundos dejamos atrás el Ferrari, me doy la vuelta en el asiento y lo veo desaparecer en la distancia.

—No podemos dejarlo ahí y basta.

Me mira, y juro que si sigue sin decir nada voy a gritar. Por suerte me contesta.

—Yo me ocuparé de él —sus palabras son agrias, comedidas—, mandaré que alguien lo lleve a Las Vegas.

—Bien, perfecto —le digo.

Me mira con curiosidad, pero no me pregunta por qué estoy tan decidida a llegar a Las Vegas antes que a Texas, así que decido no decírselo. En cambio, le pregunto lo que me ronda por la cabeza.

— ¿Cómo me has encontrado?

—Soy el Jefe de Seguridad de Stark International. ¿De verdad crees que iba a permitir que Damien condujera un coche que no llevara instalado un dispositivo de rastreo?

— ¡Oh! —exclamo frunciendo el ceño. Eso no se me había ocurrido, y supongo que si se me hubiera ocurrido habría pensado que habían quitado el dispositivo cuando Damien me regaló el coche—. Muy bien, en ese caso, ¿por qué me seguiste? —pregunto pasándome la lengua por los labios.

Tensa el músculo de la mandíbula y me preparo para el estallido, pero cuando empieza a hablar lo hace en un tono sorprendentemente suave.

—Te fuiste a toda prisa, sin llevarte ninguna de tus cosas. Estaba preocupado —dice, apartando la vista de la carretera para mirarme—, y resulta que tenía motivos para estarlo.

—Gracias —digo, y asintiendo con la cabeza añado—: Lo siento de veras.

No me contesta y un silencio denso e incómodo invade el habitáculo del coche.

Quiero alargar la mano y tocarle, poner mi mano sobre la suya, reconfortarle, pero sé que eso es algo que ya no tengo ningún derecho a hacer, así que en lugar de eso echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, abandonándome al repentino y dulce agotamiento que se ha apoderado de mí.

No tengo intención de dormir, pero debo haber dormitado, porque me despierto sobresaltada cuando el coche aminora la velocidad y cambia la textura del piso bajo los neumáticos.

Parpadeo al mirar por la ventanilla y veo un pequeño y bajo edificio, enfrente.

— ¿Dónde estamos? —pregunto adormilada.

—En Baker —contesta—. Nos quedaremos aquí hasta mañana por la mañana.

— ¿Qué? Pero yo tengo que llegar a Las Vegas.

—No después de medianoche, ni hablar. Y prefiero que llegues ahí viva—. Se dirige a una plaza de aparcamiento, apaga el motor, se da la vuelta y me mira. —Estoy cansado, Jamie. Me pasé despierto toda la noche antes de la boda y luego toda la de la fiesta, y tampoco dormí mucho después —añade, mirándome con expresión fría—. Me estoy quedando sin fuerzas y sé que tú también, así que nos vamos a quedar aquí y vamos a dormir.

—Perfecto —digo, porque, ¿qué otra cosa puedo decir?

Por lo que sé, este es el único motel de Baker, y es muy pequeño. Además está casi lleno, lo que me parece sorprendente. Solo queda una habitación y tiene una cama de matrimonio. Cuando Ryan me lo dice, asiento estoicamente con la cabeza, aunque dentro de mí me preocupa. Huí porque creía que era la decisión adecuada… y porque soy débil.

Sigo siendo débil, y el solo hecho de tenerle a él cerca hace que lo sea más. No recuerdo haberme sentido nunca tan afectada por un hombre como por Ryan Hunter, y si hace un solo gesto durante la noche, no estoy segura en lo más mínimo de que vaya a ser lo bastante fuerte como para decirle que no.

Porque la verdad es que, pese a estar segura de que volver a Texas es lo correcto, lamento la forma en que huí de él, y lamento aún más las noches que he perdido con él.

Quizá de verdad el Plan solo tenga que ver con Texas, y tal vez llevarme conmigo el recuerdo de Ryan Hunter me habría hecho más fuerte. Y tal vez yo me esté sacando razonamientos del culo para justificar el hecho de acostarme con él en este hotelito.

Vale. Será mejor no pensar en eso.

La habitación es pequeña y lúgubre y huele a calcetines viejos. Hay una cama llena de bultos y una butaca raída.

Me siento en la butaca.

Ryan no se sienta, sino que empieza a pasearse, y le conozco lo suficiente como para saber que está intentando decidir algo. Supongo que si gritarme o no.

Decido tirarme a la piscina. Al menos eso se lo debo.

—Lo siento —digo; creo que ya lo he dicho cuatro millones de veces por lo menos.

Ryan suspira y se sienta en el borde de la cama, frente a mí.

—Solo quiero que me digas por qué. Porque francamente, Jamie, estoy desconcertado. Yo creía que lo estábamos pasando bien. Sé perfectamente que yo lo estaba pasando bien.

—Y yo también —digo con un hilo de voz, pero con tono ferviente.

—Y creía que habíamos llegado a entendernos. Creía que había dejado perfectamente claro que no quería ser uno de esos hombres de usar y tirar, y estoy más que seguro de que estábamos de acuerdo en que no ibas a desaparecer y basta.

—Lo jodí todo —digo. Se me corta la respiración y los ojos se me llenan de lágrimas y me escuecen—. No quería herirte ni hacerte enfadar.

—Pues conseguiste ambas cosas —me espeta, y al mirarle a la cara veo vulnerabilidad en sus ojos.

Abro la boca para volver a decir que lo siento, pero me quedo callada. Ya he dicho esas palabras vacías demasiadas veces.

— ¡Maldita sea, Jamie! —exclama en tono desgarrado, y hago un esfuerzo para no estirar el brazo y tocarle cuando se arrodilla frente a mí y me pone las manos en las rodillas— Te deseo, no nos engañemos, pero si no puedo acostarme contigo, de todos modos quiero que formes parte de mi vida.

Me da un vuelco el corazón. Está hablando de amistad, no solo de sexo. De una conexión que es algo más que física. Me asusta, pero aunque quiera alejarme de él tampoco puedo negar esa pequeña chispa de esperanza que baila ahora dentro de mí.

Levanta la mano y me acaricia la mejilla.

—Tú me importas —dice—, y yo pensaba…

— ¿Qué? —pregunto sin aliento.

—Pensaba que tú sentías lo mismo.

—Y siento lo mismo. Es solo que… —me levanto y me paso los dedos por el pelo, intentando encontrar las palabras—. Ya me has visto, y sé que has oído contar cosas. Desde luego, no mantengo mi vida privada en secreto, y todo ese fiasco con Bryan Raine salió en todos los periódicos de la prensa rosa.

Raine es un prometedor actor de cine y la cosa no acabó bien, principalmente porque era un egoísta y un gilipollas concentrado en sí mismo que decidió dejarme porque era mejor para su carrera tirarse a una actriz influyente.

—Me acuesto con mucha gente —digo, lo cual resume bastante bien toda mi vida adulta—, y esto me ha creado muchos problemas. Bryan me dejó la cabeza hecha un lío, y luego fui y me acosté con uno de mis mejores amigos y también acabamos fastidiando esa relación.

Estoy verbalizando mis ideas, pero no estoy segura de estar revelando demasiado o demasiado poco, si le estoy alejando de mí o si estoy haciendo que se acerque más.

—Pero contigo… —sigo diciendo— nunca me había sentido así… —meneo la cabeza porque no quiero hablar de eso—. Ha sido increíble —digo, dando marcha atrás—, pero no era el momento adecuado. Se suponía que tenía que volver a casa, ya estaba metida de lleno en el Plan.

— ¿El Plan?

—El principal motivo por el que me mudé a Texas. Tengo que conseguir poner orden en mi cabeza, he hecho un montón de tonterías.

—Todo el mundo ha hecho tonterías, gatita —replica Ryan—, y huir no te va a hacer más inteligente, sencillamente aumenta la distancia entre el problema y tú.

Meneo la cabeza.

—No se trata de distancia, ni siquiera se trata de evitar el sexo, de verdad que no, pero el sexo me desvía de mi camino y necesito ser fuerte.

—De acuerdo —dice—, pero si no se trata de distancia ni de sexo, ¿de qué se trata entonces?

Buena pregunta, y no estoy segura de saber la respuesta.

—Se trata de… supongo que se trata de averiguar quién eres tú, quién soy yo. ¿Suena tonto?

Ryan menea la cabeza y se sienta en la cama, enfrente de mi butaca.

—No, no suena tonto. ¿Y crees que en Texas lo averiguarás?

—Sí, vía Las Vegas —contesto, y entonces le cuento lo del trabajo.

—Parece una excelente oportunidad —dice.

—Y lo es. Creo que lo haría bien.

—Estoy seguro de que sí —se levanta, se pasea por la habitación y se para frente a mí. —Muy bien —me dice.

— ¿Muy bien? —pregunto, confusa.

—No voy a discutir contigo, y desde luego no voy a forzarte. Si crees que necesitas meditar e irte a casa no voy a detenerte.

Su expresión es cálida pero intensa.

—Yo ya sé quién eres, Jamie Archer, pero también sé que tienes que averiguarlo por ti misma.

Su teléfono emite un bip, se lo saca del bolsillo y me mira divertido.

— ¿Me has mandado un SMS pidiéndome que fuera a rescatarte?

—Yo… oh, sí, lo siento. Me doy cuenta de que es un poco raro, en vista de cómo te dejé, pero… —balbuceo, encogiéndome de hombros— fuiste la primera persona a quien pensé en mandarle un SMS, intenté pensar en otros, pero no pude… de todos modos, no importa. Me rescataste incluso antes de que te lo pidiera.

Vuelve a ponérseme enfrente, se agacha y me obliga a levantarme.

—Gracias —dice sencillamente.

Meneo la cabeza, confusa. — ¿Por qué?

—Por saber que siempre estaré ahí para ti, pase lo que pase.

—Ryan… —mi voz es suave y cargada de emoción, porque tiene razón. Lo sé, y el saberlo me arropa como una suave manta.

Me dedica lo que creo que es una sonrisa comprensiva. Luego la sonrisa se ensancha y sus labios adoptan un toque divertido.

—Si lo que necesitas es ir a Las Vegas, entonces te llevaré hasta allí. Primero a Las Vegas y luego a Dallas.

—Puedo conducir yo —le digo.

—Tal vez sí —replica—, pero, ¿de veras quieres hacerlo? Yo ofrezco un servicio de transporte de calidad a un precio muy razonable —añade con una sonrisa arrogante.

— ¿Precio? —repito divertida— ¿Qué clase de precio?

—Te voy a proponer un trato —dice—, y ya que vamos a Las Vegas, dejaremos que la ruleta decida los términos.

—Sigo sin entenderte —le digo.

—Entonces deja que sea más claro: Una vuelta de la ruleta. Negro me pagas, rojo te acuestas conmigo.

Me lo quedo mirando boquiabierta.

—Pero si acabo de decírtelo… poner orden en mi cabeza… sexo… cómo me desequilibra y…

—Has dicho que no se trataba de evitar el sexo, sencillamente que el sexo te desviaba de tu camino, pero yo voy a hacer que no te desvíes de tu camino, Jamie. Primero Las Vegas, luego Dallas y luego me vuelvo a Los Ángeles, sin hacer preguntas.

—Yo…

—No vamos a salir —dice—, nada de eso, simplemente los términos van a ser los mismos de antes —el calor en su voz es inconfundible—, tú, a mi merced.

Trago saliva. La cabeza me dice que debería decir que no, pero todas las demás partes de mi cuerpo me gritan que diga que sí.

Me paso la lengua por los labios.

— ¿Y el pago? Quiero decir si sale negro.

—Soy un empleado de Stark International, pero ya calcularé lo que cobro por hora. Podemos poner en marcha el reloj en cuanto lleguemos a Las Vegas.

— ¿Exactamente cuánto? —pregunto, entornando los ojos. Hace un rápido cálculo y me dice una cantidad que casi hace que me desmaye.

— ¿Te has vuelto loco? No puedo pagar eso.

—Bueno, entonces te conviene rezar para que salga el rojo —dice con una sonrisa maliciosa.