Capítulo Doce

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La autopista se extiende delante de mí y sigo conduciendo, y pienso que si logro alejarme solo un poco más, tal vez hasta el próximo mojón, lograré tomar una decisión. Pero siempre tengo autopista por delante y siempre quedan más mojones, y me temo que pienso demasiado.

¿Pero qué estoy haciendo? Ya conozco la respuesta, naturalmente. Estoy huyendo. Lo que no entiendo es por qué.

Me digo a mí misma que hago bien en dejarle. Quizá no para siempre, pero sí por un tiempo, mientras pongo orden en mi cabeza, mientras sigo con el Plan.

Porque, ¿acaso el Plan no consiste en evitar que haga exactamente lo que ha sucedido con Ryan? ¿En evitar que me líe con un tío?

Eso es verdad… si no fuera porque no lo es. Porque Ryan no me ha liado, si acaso ha deshecho mis líos.

Me meto la mano en el bolsillo y aprieto el candado, y los ojos se me llenan de lágrimas. ¿Pero qué estoy haciendo? ¿Quién en su sano juicio huye del amor?

Porque yo le quiero, y lo que es más importante, sé que él me quiere de verdad.

Levanto el pie del acelerador, encogiéndome un poco al darme cuenta de que he estado conduciendo a más de ciento sesenta por hora, pero la verdad es que este coche es muy agradable de conducir.

Aminoro la velocidad y pienso en dar la vuelta y volver atrás, pero hay algo que no va bien. Una vez más, el coche hace un ruido raro, pese a que esta vez, al escuchar atentamente, me doy cuenta de que el “tum-tum” no viene del Ferrari, sino de algún sitio de fuera del coche.

Frunzo el ceño y echo un vistazo por encima del hombro al paisaje exterior. Es casi todo polvo, pero ese polvo ahora se mueve, se levanta y revolotea con fuerza, formando pequeños remolinos que dan vueltas y más vueltas sobre sí mismos.

Una sombra pasa por encima y doy un frenazo cuando un helicóptero negro que lleva escrito Stark International en el flanco toma tierra en la cuneta delante de mí.

Apago el motor y me bajo corriendo del coche. A él no le veo, aún no, pero sigo corriendo. Sé que está ahí, sé que ha venido por mí.

Y entonces aparece, saltando del helicóptero al asfalto. Se agacha para evitar el viento que las palas aún están moviendo, y cuando se ha alejado lo suficiente, le hace una señal al piloto y el helicóptero vuelve a despegar.

Me arrojo en sus brazos.

—Has venido por mí —le digo en voz baja por el asombro.

—Siempre vendré por ti.

Y me besa. Es un beso duro, profundo, que me reclama como suya y que siento hasta lo más profundo de mi ser, hasta la punta de los dedos de los pies. Incluso después de separarnos me aferro a él, queriendo asegurarme de que es real.

—Estaba a punto de dar la vuelta y regresar —le digo inclinando la cabeza hacia él—, necesitaba volver a ti, decírtelo: Yo también te amo, Ryan Hunter.

Una sonrisa le ilumina los ojos.

—Ya lo sé.

—Y he encontrado la respuesta —añado.

— ¿A quién es Jamie?

Asiento.

—Jamie es tuya —le digo, y pese a que espero su sonrisa como respuesta, sus palabras me sorprenden.

—No —dice—, se pertenece a sí misma, pero yo soy el hombre que la ama.

Sus palabras me conmueven y tiro de él hacia mí para besarle de nuevo.

— ¿Aún quieres que te lleve a Texas? —me pregunta cuando llegamos al coche.

Niego con la cabeza.

—Voy a llamar a Georgia. No voy a aceptar el trabajo.

Me abre la puerta del pasajero, pero hace una pausa y me coge la barbilla con la mano.

— ¿Estás segura?

—Es una gran oportunidad —le contesto—, pero solo si quisiera vivir en Texas, cosa que no quiero. Yo quiero vivir en Los Ángeles, quiero estar contigo.

Le miro a los ojos al hablar y me devuelve la mirada, con tanto amor y tanta ternura que creo que mi corazón va a estallar.

—Desde que me hizo la oferta —sigo diciendo—, la he considerado como una forma de poder volver al mercado de Los Ángeles, mirando más allá del trabajo en sí, pensando en el futuro, pero mi futuro eres tú, Ryan, tú eres lo que quiero, y mientras esté contigo puedo esperar a que llegue el trabajo perfecto. Puedo…

—Chisss… —dice, y me besa en los labios una vez más.

—Hum… podría acostumbrarme a esto —digo.

—Entonces vamos a tener que asegurarnos de combinar las cosas, ¿no? No querrás que la vida se vuelva predecible.

—No, claro que no, ya sabes —añado, pensando aún en el trabajo—. Tal vez les sugeriré que me nombren su corresponsal en Los Ángeles. Ya sabes que soy bastante agresiva, sería una suerte para ellos tenerme a mí.

—Y tanto, yo tengo la suerte de tenerte —dice.

Al otro lado de la autopista hay un cartel con un anuncio de una capilla para bodas en Las Vegas. Ryan me lo indica con un gesto de la cabeza y me mira.

—Algún día me casaré contigo —dice con voz queda, y sus palabras y su voz hacen que sienta escalofríos de expectación en todo el cuerpo y ni el más mínimo rastro de temor.

—Sí, sí que lo harás —le digo, y pese a que el nuestro ha sido un romance tan turbulento que hace que me dé vueltas la cabeza, sé que es verdad—, pero no así —añado—, indicando el cartel con un gesto de la cabeza.

—No, nuestra boda va a ser todo un acontecimiento, una fiesta —concuerda él.

—Una celebración —replico, y vuelvo a besarle, sencillamente porque tengo que hacerlo—. Espero que Damien te pague bien —añado con una carcajada—, porque acabo de pasarme estas últimas semanas haciendo todo tipo de planes para la boda de Nikki, lo cual quiere decir que tengo montones de ideas.

Sus labios dibujan una sonrisa.

—Lo que usted quiera, señorita Archer.

—Todo lo que quiero es a ti.

—Eso está bien entonces, porque ya me tienes. Ahora y siempre.

Suspiro y me deslizo entre sus brazos, sintiéndome amada, segura y centrada.

Detrás de nosotros se extiende la autopista, pero no la necesito. Sé exactamente adónde voy.

—Voy a hacerte muy feliz —le digo.

—Gatita, ya me haces feliz —replica.

*

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