CAPÍTULO 5
Una cabeza bien tallada
El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física.
VIKTOR FRANKL
Llego al encuentro con José Manuel Beirán, aquel alero de exquisita mano integrante de la magna orla de los subcampeones olímpicos de baloncesto en Los Ángeles 84, con El hombre en busca de sentido3 en la mochila. «Uno de los libros más influyentes del siglo XX», comenta sobre la obra de Viktor Frankl, psiquiatra y escritor austriaco cuya experiencia como prisionero en los campos de concentración nazis le llevó al descubrimiento de la logoterapia y a la profundización en el concepto de resiliencia. Beirán es psicólogo y trabaja con deportistas de élite, como su hijo Javier, también alero, en el CB Canarias, si bien prefiere mantener la discreción a la hora de revelar otros nombres. Por el carácter individual y por las particulares tensiones emocionales que genera su ejercicio, el tenis es una de las disciplinas donde esta figura cobra mayor importancia. Así lo entendió Gaudio, campeón de Roland Garros en 2004, quien se puso en manos de su compatriota Pablo Pécora. Fue él quien le recomendó la lectura de la obra de Frankl, con el fin de relativizar los estragos que producía en su rendimiento un perfeccionismo que devaluaba grandes habilidades. «Intento que se dé cuenta de que está jugando en París, en un torneo que siguen a lo largo de dos semanas unas 80.000 personas y en el que los protagonistas reciben un trato de verdaderos príncipes», me comentaba Pécora días antes de que el bonaerense lograse la gran victoria de su vida.
Nadal se encuentra en las antípodas de Gaudio, el último ganador en París antes de que él inaugurara una era seguramente irrepetible. Es un competidor caracterizado por la responsabilidad y el poder anímico, dos de los pilares de un tenis que ha ido aquilatándose gracias a la esmerada dedicación. «Hay tres componentes básicos en la fortaleza mental: el control, el compromiso y el reto», comenta Beirán. «Cuando pierdo, también sé por qué he perdido, en la medida en que soy capaz de analizar las distintas situaciones del juego. Después de cada una de sus lesiones, algunas de ellas muy graves, Nadal siempre se ha implicado al máximo. El reto significa percibir las dificultades como un desafío. La primera vez que se retiró, Michael Jordan confesó que lo hacía porque no encontraba horizontes. Buscó otros, como el béisbol. No le fue bien y regresó a las canchas. Metió 55 puntos en su reaparición, ante los Knicks, en el Madison. Luego cogió a los Washington Wizards con la intención de clasificarlos por primera vez en los playoffs con esa denominación».
Beirán, afable, atento, generoso con sus reflexiones y con su tiempo, vivió muy cerca las semifinales de la Copa Davis de 2008, en las que España superó a Estados Unidos en la plaza de toros de Las Ventas. Nadal y Ferrer habían puesto el cruce muy de cara para los anfitriones al imponerse en los dos primeros individuales, contra Sam Querrey y Roddick, pero la derrota de Verdasco y Feliciano López frente a Mike Bryan y Fish en el partido de dobles dejaba aún posibilidades en la jornada definitiva a los hombres capitaneados por Patrick McEnroe. Nadal debía disputar el domingo contra Roddick el cuarto punto. Los recurrentes problemas de rodilla pusieron seriamente en duda su participación. Horas antes del partido, su concurso no era ni mucho menos seguro. Voces de máxima confianza me habían hecho llegar la inquietud en el equipo español ante la posibilidad de que no pudiera jugar.
«Yo estaba en el vestuario aquel día. Le vi aparecer muy temprano, sobre las ocho de la mañana. Se tocaba la rodilla con algunos gestos de dolor. Empezó a hacer ejercicios, a mover las articulaciones hacia delante, hacia atrás. Le molestaba. Llegado un momento, una vez que se había puesto suficientemente a prueba, dijo en voz alta: “Puedo jugar”. A partir de ahí no le vi tocarse más la rodilla ni una expresión de lamento en el rostro. Empezó a trabajar cada vez con mayor intensidad, a calentar a tope, a moverse como si no tuviera problema alguno. Seguro que le estaba molestando como antes, pero una vez tomada la decisión ya solo pensó en el partido, sin esgrimir una sola queja. Eso es compromiso. Y es también reto. Se enfrenta a una dificultad más, en lugar de interpretarla como un problema», recuerda Beirán. Nadal aplastó a Roddick, 6-4, 6-0 y 6-4, situando a España en una final que ganaría ante Argentina meses después en Mar del Plata.
Tiene un imponente balance en la Copa Davis, con 21 victorias y una sola derrota en partidos individuales, en su primer partido, contra Jiri Novak. Se muestra ajeno a la presión que emana de un torneo colectivo en un deporte de naturaleza individual. «No considera la diferencia una dificultad, sino un desafío. Y lo encara. Goza compitiendo en equipo. Saca energía de la complicación añadida. En un deporte tan individual como el golf, la Ryder Cup suele ser del agrado de muchos jugadores. Una diversión más. Ves a Nadal cuando está en la cancha otro compañero y anima como el que más en el banquillo. Y ese al que empuja con fervor puede ser su adversario la semana siguiente en cualquier torneo».
Hay quien lo considera un gesto de cierta impostura, pero Beirán sí cree en esa inquietud que Nadal manifiesta antes de cualquier encuentro, sea cual fuere el rival. «Siempre contempla que puede perder. Y eso suele ser más cierto que lo contrario. Seguro que tiene dudas. Eres más fuerte cuando admites la posibilidad de la derrota. Algunos se ponen la máscara de ganador, sobre todo en los deportes colectivos, por miedo a que un titubeo en sus manifestaciones pueda excluirles de la formación inicial. También sucede muchas veces en las disciplinas individuales. Son más creíbles las dudas de Nadal que las bravuconerías de esos boxeadores que anuncian que matarán a su adversario».
Un mundo sin certezas
Las famosas rutinas, numerosas, repetidas, indisociables de su presencia en la cancha, están vinculadas a la búsqueda de seguridad. Confesaba en un encuentro con potentados clientes del Banco Sabadell que preferiría no tener que acudir a esos rituales, pero que de algún modo ya forman parte de los complementos en su predisposición competitiva. «Si se trata de algo que tú controlas no es un síntoma de debilidad sino una estrategia más en un entorno como el del deportista, donde no hay certezas de ningún tipo. Puedes estar muy bien preparado y en el mejor momento, pero no hay garantías de victoria. Las rutinas, las manías, te centran, focalizan la atención. Pretendes no pensar y hacer las cosas. Juegas bien cuando ya no piensas y todo sale como por piloto automático. Para eso has debido repetirlo miles de veces. El problema es que tengas una manía que escape a tu control», analiza Beirán.
No es un caso aparte, como repasa el ex jugador del Real Madrid, pues quien más y quien menos en el mundo del deporte maneja sus rituales. «Muchas veces son necesarios. Para un jugador de basket, antes de un tiro libre. Para uno de golf, mientras prepara el swing. Cristiano Ronaldo, cuando va a tirar una falta. Un jugador de rugby, antes de patear. Una rutina no es solo lo que se ve desde fuera, sino lo que pasa por tu cabeza. El jugador de baloncesto puede botar tres, cuatro o cinco veces cuando va a lanzar un tiro libre, se está preparando, como lo hará si se encuentra en el banco y va a salir a la cancha. Busca ocupar la mente en algo que no va a perjudicarle. Jorge Garbajosa, por ejemplo, tenía muchísimas rutinas, demasiadas, a mi juicio. Entre ellas, la costumbre de hablar consigo mismo antes de tirar desde la línea de personal».
Las botellas alineadas, con las etiquetas en idéntica dirección, el pantalón acomodado como movimiento previo a la ejecución del servicio, el tacto sobre los hombros de la camiseta. Nadal se mueve con una secuencia muy concreta a partir de la cual busca atención y estabilidad. Es un mensaje neutro frente al adversario, que difícilmente va a obtener datos de lo que ronda por su bien amueblada cabeza. «Ganarle el primer set normalmente no te garantiza nada. El rival sabe que le queda muchísimo por hacer. Aunque pueda surgir la lógica inquietud, Nadal nunca la exterioriza. Cada vez que bajas la cabeza, que te quejas, estás dando combustible al contrario. Cuando tienes un error lo importante es admitirlo y pensar qué has de hacer la próxima vez. Un tenista debe ser como un actor, representar cosas que no siente. La cabeza ha de estar erguida, pase lo que pase, no conviene llevar la raqueta caída, con desdén, ni caminar demasiado lento. Cuando estás despierto tras cuatro horas de partido y a 40 grados de temperatura, sí ofreces la información que te interesa dar; te muestras vivo, elevando tu nivel de activación. “Todavía estoy aquí, suelto, puedo moverme”, proclamas. Nadal siempre sale corriendo de la silla después de la pausa que se produce cada dos juegos. Necesita elevar el nivel de activación. Nunca le he visto arrancar despacio y cabizbajo».
Alto umbral de frustración
Sabe tomar decisiones acertadas en momentos de máxima presión. Posee talento emocional. Se maneja como pocos en situaciones extremas. Son unos cuantos los partidos en los que ha precisado de una reacción extraordinaria para sacarlos adelante. «En los momentos de gran tensión las conexiones de su cerebro están activas. Incluso si pierde un punto importante tras un largo peloteo, cuando lo normal es que se emita una señal cerebral muy humana que te deja fuera, él no se bloquea. Tiene un elevadísimo umbral de frustración», agrega Vicente Calvo, preparador físico y mentor de Verdasco desde sus comienzos. «El cerebro de Rafa recuerda al de los monjes que meditan y también tienden a ser humildes y felices. Su nivel de conciencia se puede comparar al de aquellos con miles de horas de meditación», sostiene Marco Iacoboni, neurocientífico, experto en investigación cerebral de la Universidad de California.
«En el tenis estás continuamente tomando decisiones. La mayoría de ellas han sido sopesadas con anterioridad», prosigue Beirán. «Tienes un plan de juego flexible con otro alternativo, que incorpora las medidas improvisadas. El acierto se encuentra relacionado con el nivel de activación. Para que sea óptimo, el tenista no ha de encontrarse demasiado tenso ni motivado, ni tampoco relajado en exceso. Vayamos al fútbol. Un jugador comete un fallo que le afecta considerablemente, pues supone un perjuicio para su equipo. Ha perdido la pelota e intenta recuperarla cuanto antes, subsanarlo de inmediato. Esa reacción visceral puede provocar una falta y hasta elevar el riesgo de lesión. Es lo que se denomina segundo error, pues ha focalizado su atención equivocadamente, en vez de ubicar de modo adecuado su posición o bajar a defender. Cuando Nadal sale corriendo de la silla, cuando un jugador salta antes de restar, cuando pide la toalla sin estar sudando demasiado, cuando pide tres bolas y descarta las que cree conveniente, se está concediendo tiempo para situarse en el nivel adecuado de activación. Esto se hace de memoria la mayoría de las veces. Si estás demasiado nervioso, caminas más lento, pides la toalla. Frente a la pasividad, saltas. De ese modo, sitúas la atención en el mejor nivel, con lo cual afinas en la toma de decisiones».
La base genética se ha ido complementando con una educación destinada a mantenerle siempre con los pies sobre la tierra, a evitar interpretaciones exageradas de la realidad. Como apunta más adelante el filósofo Javier Gomá, el rigor de Toni, su acaso exagerada severidad, encontró una respuesta poco habitual, pues lo más lógico habría sido que el tenista se hubiera rebelado. «Desde pequeño le han enseñado a ser humilde y ha escuchado. Destacar mucho cuando eres un crío es peligroso si tu entorno no te ayuda a asimilarlo. Si ganas mucho con diez u once años, existe un riesgo alto de frustración. Puedes saltar de categoría y no prosperar como suponías. La costumbre de los triunfos te hará más difícil vencer las complicaciones», dice Beirán. No está de más recordar la historia de Toni echando agua al vino en una celebración familiar después de que Nadal ganara uno de los primeros títulos nacionales en categorías inferiores. En medio de la lógica alegría, con la saga al completo en torno a una mesa, extrajo un papel del bolsillo de su pantalón y empezó a recitar una larga lista de jugadores intrépidos que habían precedido a su sobrino en el galardón. «¿Alguien sabe algo de ellos?», preguntó en voz alta. La inmensa mayoría se había quedado en el camino. Las llamadas de atención son una constante en el manual del entrenador, hasta sacar de quicio en algunos momentos al tenista, quien, no obstante, asume los toques de alerta porque es consciente de que van en su propio beneficio.
Toni ha terminado de tallar la cabeza más fuerte del circuito, sin necesidad de que su sobrino haya precisado jamás el auxilio de un profesional. «Esto es un juego, y nada más que eso. Nos movemos en un mundo donde multiplicamos las necesidades. A este paso, nuestros hijos van a precisar de un psicólogo cuando jueguen al escondite y sean descubiertos», argumenta, cuestionando supuestos imperativos del tenis de alta competición. Albert Costa, con buena mano pero ánimo quebradizo, sí precisó ese apoyo para lograr el más sobresaliente de sus triunfos. Ganó Roland Garros después de trabajar junto a la psicóloga Ana Puente, esposa de su entrenador, Perlas.
Nadal se confiesa miedoso. No le gustan los perros ni la oscuridad. La competición le transforma. Resulta lógica la incredulidad sobre esos rasgos de su carácter cuando vemos cómo afronta raqueta en mano situaciones límite con respuestas de superhombre. El tejido de resiliencia, de la que tanto escribe Frankl, se ha ido incubando en él mediante el severo trabajo en los entrenamientos y las sucesivas experiencias sobre el terreno. Planta cara como pocos a la adversidad, sale fortalecido de ella, cual paradigma de la correcta resolución de las crisis depresivas.
«Sabe también enfrentarse a los errores. Hay quien cierra los ojos y no quiere asumirlos. Lo importante es aceptarlos y pensar qué debes hacer en la próxima ocasión. Si un día superas un problema grande, eso se queda en la memoria. Te ves capaz de hacerlo nuevamente porque ya lo conseguiste en otra ocasión. No solo es que recuerdes que entonces lograste la victoria, sino que tienes en la cabeza lo que hiciste bien para ganar. Estamos hablando de las atribuciones: a qué atribuyes el triunfo, y, de igual modo, qué explicación le encuentras a la derrota. Eso es la confianza, la seguridad. No la convicción de que vas a vencer, sino la determinación de centrarte en lo que de ti depende para intentar conseguirlo. Se trata igualmente de aceptar un buen golpe del rival, sin quejas ni rabietas. Un partido de tenis a veces es como una temporada completa en cualquier otro deporte. Los jugadores pasan por todos los estados posibles», comenta Beirán.
La memoria muscular
Las experiencias previas, el aprendizaje del pasado, pero también el cuidado en las sesiones de preparación, que no buscan solo aquilatar las condiciones físicas y técnicas sino también emular situaciones que pueden producirse en los torneos. «Los buenos entrenamientos pretenden que cuando compitas sientas que cualquier cosa que pueda suceder ya la has vivido en algún momento. Parte del trabajo del entrenador es meter presión al tenista. Cuando estás sacando, obviamente buscas mecanizar el gesto, pero también estás creando hipótesis, imaginándote ante determinado adversario y sus habilidades concretas a la hora de restar. Cuando más mejora un jugador de baloncesto es entrenando solo. Técnica y tácticamente, por supuesto, pero también por el trabajo en situaciones ficcionadas. Si estás haciendo tiro, casi siempre piensas que ese lanzamiento se produce en unas condiciones concretas. “Quedan tres segundos, perdemos por uno, recibo el balón y lanzo”. Te estás cargando de responsabilidad. La memoria muscular se ejercita a través de la imaginación. Otra forma de trabajar es llevando al límite al jugador para que se acostumbre a responder cuando está bajo mínimos físicamente».
El buen manejo de los recursos escénicos previos ayuda a sentar las bases de una victoria. «Muchas veces se empieza a ganar antes de jugar. Hay velocistas que confiesan que una final olímpica comienza a definirse en los momentos previos, en la pista de calentamiento o en el vestuario, cuando se miran unos a otros y tratan de detectar o de infundir el miedo en los rivales», apunta Beirán, que expresa sus reservas con respecto a un plus de estímulos emocionales.
«No necesariamente juegas mejor cuanta más motivación tengas; un exceso puede ser contraproducente. Es mejor trabajar la confianza. La autoconvicción se manifiesta en no pensar. Basta preguntar a algunos deportistas en qué pensaban en el mejor partido de su vida, y muchos te dirán que en nada. Cuando Nadal ve vídeos de sus partidos, está comprobando qué ha hecho bien y qué errores ha cometido. Busca confianza. También discrepo de la implicación permanente. Puede sonar bonito eso de estar veinticuatro horas pendiente de tu profesión, pero el descanso es imprescindible, tanto físico como anímico. Si a la cabeza no le das tregua, se la va a tomar en algún momento inapropiado».
¿Y las lesiones? Una pesadilla para Nadal, que ha de convivir con ellas desde muy joven, llegando a temer en algunas ocasiones por el final de su carrera. ¿Cómo evitar que el largo alejamiento del tenis se convierta en un trauma para un hombre que adora la competición? «Las lesiones pueden prolongarse si piensas demasiado en ellas. Lo importante es saber cambiar los objetivos, no quedarse nunca sin ellos. Una vez que no puedes jugar ni entrenar se trata de aplicarse en la rehabilitación, en el descanso, en cómo soportar el dolor, en ganar tono muscular. Nadal siempre ha sabido hacerlo, al igual que ha sabido regresar con unas expectativas controladas. Has echado de menos competir, te has imaginado jugando y haciéndolo bien. Vas a disfrutar de poder volver a repetirlo; al margen de si llega la victoria. Recuerdo que en 1997 José María Olazábal estuvo mucho tiempo sin jugar debido a una grave lesión. No solo se dudaba de que pudiera regresar, sino de que tuviera una vida normal. Volvió. No tardó demasiado en ganar un título de nuevo, pues lo hizo en el Masters Open de Canarias, en su tercer torneo tras la reaparición. Pero en los dos anteriores disfrutaba de jugar nuevamente al golf, no de vencer. Se había estado imaginando el gesto, el swing. Se encontraba ahí, haciendo lo que le gustaba, rodeado de colegas, hasta el punto de sentir placer incluso perdiendo», evoca Beirán.
Peor le ha ido a Tiger Woods, largamente alejado del green después de que se descubrieran las infidelidades a su pareja. Un caso diferente, en el que intervienen factores como la reprobación social, el pesar, la culpa. «Le veías la cara jugando el último golpe y no podías discernir si iba ganando o perdiendo. Era otro ejemplo de compromiso, de concentración. Un robot. Una máquina. La sociedad americana generaliza tu condición ejemplar, y resulta que posiblemente no seas una referencia al margen de tu profesión. Te obliga a ponerte una máscara y detrae de ti una cantidad enorme de energía. Es una losa difícil de soportar».
Nadal sí ha respondido plenamente a la ejemplaridad. «Es sincero. Coherente con lo que dice. Es un ejemplo para cualquier deportista, por lo que ha logrado y por cómo lo ha hecho. Lleva desde pequeño con el mismo entrenador, en idéntico entorno», dice Beirán. «Toni siempre le ha recordado que lo más importante es ser una buena persona, que si hubiera nacido hace doscientos años seguramente sería uno más, pues su don con la raqueta no le hubiera servido de nada. Los jóvenes deportistas necesitan saber valorarse como seres humanos, al margen de sus resultados. Es peligroso identificar éxito con victoria o fracaso con derrota. El fracaso es solamente no poner todo de tu parte en la búsqueda del objetivo. Nadal es su mejor analista. Comprendo que no le guste ser adulado: ante los elogios a veces sientes la obligación de responder a las expectativas de los demás».
3. Frankl, Viktor, El hombre en busca de sentido, Editorial Herder, 2010.