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Un andalita transformado en humano está expuesto a muchos peligros. Para empezar y, como andan erguidos sobre dos piernas, te puedes desplomar en cualquier momento. Un ligero empujón es suficiente para hacerte caer de bruces. Pero lo peor de todo, con diferencia, es el riesgo que supone el sentido del gusto. El sabor puede hacer que un andalita pierda el control, sobre todo si se trata de bollos de canela o chocolate.

Extraído del diario terrícola de Aximili-Esgarrouth-Isthill

Para cuando Marco y el príncipe Jake me sacaron de la sala a rastras, yo ya me había tranquilizado un poco. Fuera, en una zona donde había coches aparcados, lucía un sol resplandeciente.

—Muy bien, creo que ha quedado muy claro para todos —observó Jake—, nada de chocolate para Ax.

—¿Chocolate? ¿Choco? ¿Late? —repetí—. ¿Los glóbulos marrones se llaman «chocolate»? ¿Y las pastillas de colores brillantes?

—En realidad, los glóbulos se llaman Raisinets y las pastillas de colores M∓M’s. ¿Has recuperado ya el control, Ax? —preguntó el príncipe Jake.

—Sí —contesté tembloroso. No sabría decir si el príncipe Jake estaba enfadado o más bien divertido—. Yo… ¡qué sabor! Es algo increíble.

Cassie y Rachel salían del centro comercial justo en ese momento, nos observaban con atención, pero no se acercaron. Siempre intentábamos no aparecer todos juntos para no levantar sospechas. Los controladores están por todas partes.

De pronto, me llegó un mensaje por telepatía:

<¡Eh, chicos! ¿Tan mala ha sido la película?>

Era Tobías que patrullaba la zona desde las alturas. Nadie respondió, evidentemente, los humanos sólo pueden comunicarse por telepatía cuando están transformados, y como yo era humano en ese momento sólo podía utilizar el lenguaje hablado.

<Está pasando algo muy extraño al girar la esquina —advirtió Tobías—. Hay un tipo que se mueve haciendo eses y que grita como un poseso. La policía viene a toda prisa. Juraría que he oído la palabra «yeerk». Atención, se acerca a vosotros.>

Entonces, yo también empecé a oírlo. Un humano gritaba con voz ronca.

—Allí está —indicó Marco de pronto.

En efecto, pudimos ver a un hombre que parecía tener dificultades al andar. De vez en cuando se apoyaba contra la pared, como si le costara trabajo mantener el equilibrio. Los humanos se lo quedaban mirando y se apartaban a su paso.

—¡Escuchadme! ¡Escuchadme! —exclamaba moviendo la cabeza de un lado a otro como si estuviera loco—. ¡Están aquí! ¡Están aquí! ¡Están por todas partes! ¡Los yeerks están aquí!

Mi cuerpo humano se sobresaltó como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Los cuerpos humanos cuando están nerviosos se ponen muy rígidos. Miré a Marco y al príncipe Jake y vi que reaccionaban de la misma forma.

El sonido de las sirenas se oía cada vez más cerca.

—¿Qué hacemos? —preguntó Marco.

El príncipe Jake se giró rápidamente y les hizo una seña con la mano a Rachel y a Cassie.

—¡Alejaos! —gritó.

—¡Están aquíííí! —volvió a gritar el hombre—. ¡Ahhhhhh! —de repente se tapó el oído izquierdo con las dos manos—. ¡Ya te tengo! ¡Ya eres mío! ¡Muere! ¡Muere!

—Es un controlador —informé—. El yeerk que tiene en el cerebro se está muriendo.

—Ya lo sé —dijo Jake mirándome a los ojos—, sé muy bien lo que se siente.

Asentí al recordar que Jake había sido un controlador, aunque no por mucho tiempo. Por suerte, le pudimos atar y retener más de tres días para que el yeerk que se había alojado en su cerebro muriera de hambre. Los yeerks, como ya sabéis, ocupan los cerebros de otras especies, pero si quieren sobrevivir, cada tres días terrestres tienen que sumergirse en un estanque yeerk y nutrirse de rayos kandrona.

Los rayos kandrona los emite un dispositivo llamado Kandrona o, para ser más exactos, un generados de ondas-partícula kandronitas. Estos rayos se concentran en unos estanques en los cuales los yeerks se sumergen para nutrirse.

Nosotros habíamos descubierto la Kandrona que habían instalado en la Tierra y la habíamos destruido.

—¿Por qué ocurre esto ahora? —preguntó Rachel—. Hace semanas que destruimos la Kandrona y no habíamos notado nada desde entonces. ¿Por qué ahora?

—No lo sé —contesté encogiéndome de hombros. Los humanos hacen ese gesto para demostrar ignorancia sobre algo—. Quizá los yeerks hayan llegado al límite. Dudo que hayan evacuado a los controladores y los hayan transportado a la nave nodriza porque, de ser así, hubieran agotado sus recursos, ursos-sos. Tal vez hayan sufrido una avería en la nave.

—Yo creía que no había averías en el espacio —observó Marco.

—Pues te equivocas, a veces se estropean cosas —le confesé sinceramente—, se estropean, tropean, ean.

—Bueno, sea lo que sea, un yeerk menos —repuso Marco secamente.

El hombre aullaba de dolor. Tiraba con fuerza de algo que le salía por una oreja. ¡Arghh!, era la punta pringosa de un maldito yeerk moribundo que empezaba a salir al exterior.

—¿No podemos hacer nada por ayudarle?

Era Cassie. Ella y Rachel habían desafiado la orden de alejarse y se encontraban a nuestro lado, tan horrorizadas y pasmadas como el resto de espectadores ante el espantoso espectáculo.

—Debemos mantenernos al margen de esto —decidió el príncipe Jake—. Quizás éste sea el principio, o tal vez sólo un caso aislado, de cualquier modo es posible que haya más. ¡Por fin! Tanto tiempo esperando que pasara esto. ¡Los yeerks se están muriendo! Y los controladores volverán a ser libres, a ser humanos —sonrió. Tenía una expresión casi salvaje—. Desaparecerán de una vez por todas y los portadores serán libres al fin. Al principio la gente pensará que se han vuelto locos, pero cuando esto mismo pase con diez, veinte, cincuenta personas y todas hablen de los yeerks, acabarán por aceptar la verdad.

Elevaba cada vez más el tono de voz y sus palabras se sucedían muy deprisa. El príncipe no podía ocultar su emoción.

De repente, se acercó a toda velocidad una ambulancia seguida de dos coches de policía con un gran despliegue de luces y sirenas.

—¡Ajá! —exclamó Marco—. Algunos policías son controladores, pero no todos. Jake tiene razón, la verdad saldrá pronto a la luz. ¡Lo hemos conseguido al fin! ¡Muy pronto se sabrá todo!

—No cantéis victoria antes de tiempo. Todos sabemos que no tardarán en sustituir la Kandrona —advirtió Rachel—. Me extraña que no hayamos visto más casos como éste. Yo diría que los yeerks han encontrado una forma de ocultar lo que está sucediendo.

Rachel es una guerrera innata. Nunca subestima a sus enemigos y, por lo tanto, era consciente de que era muy pronto todavía para ser optimistas.

A los otros, sin embargo, se les veía radiantes de felicidad. Estaban convencidos de que miles de yeerks morirían y de que los portadores se verían libres para explicar al mundo entero la verdad.

Los otros estaban convencidos de que habían ganado la guerra.

A mí me daba pena porque yo sabía que la realidad era muy distinta, sabía muy bien cómo operaban los yeerks. Estuve a punto de decírselo al príncipe Jake entonces, pero no pude. Jake tenía una buena razón para estar ilusionado. Su hermano Tom es un controlador y lo que más deseaba en el mundo era su libertad.

Yo sabía que aquel controlador con el yeerk agonizante había sido un error, un descuido de las fuerzas secretas. Sospechaba además el futuro que aguardaba al pobre hombre, aunque ellos se encargarían de que no hubiera testigos.

Jake era ahora mi príncipe, mi líder, pero si se lo decía… me sometería a un montón de preguntas que no podría contestar sin revelar la terrible verdad que se esconde en la Ley de la Bondad de Seerow.

Los humanos se apartaron en cuanto llegaron la ambulancia y los coches de policía. La mayoría, como había predicho Marco, no eran controladores. Sin dudarlo un momento agarraron al hombre, que continuaba tirando con fuerza del yeerk que le salía de la oreja.

—¡Dios Santo! ¿Qué demonios es eso? ¡Se está sacando el cerebro! —gritó un policía horrorizado ante la escena.

—¡Los yeerks! ¡Están aquí! —gritaba el hombre—. ¡Muere, maldito! ¡Muere! ¡Sal de mi cuerpo y muere! ¡Libre, soy libre!

Los policías rodearon al hombre y lo empujaron hacia la ambulancia. A no ser que ya lo supieras de antemano, era difícil adivinar lo que iba a suceder: uno de los policías sacó un pequeño cilindro metálico del bolsillo, lo acercó a la nuca del hombre y ejerció sobre ella una ligera presión.

—¡Si no lo veo no lo creo! —exclamó Cassie—. Quizá sea verdad que por fin la gente va a conocer lo que está ocurriendo.

—Tienen a un yeerk de verdad delante de sus narices —señaló el príncipe Jake—. No podrás ocultarlo por más tiempo.

Me asaltaron de nuevo deseos de revelarles la verdad, de decirles que aquel humano ya estaba condenado, que el gusano acabaría convertido en polvo y que eliminarían todas las pruebas.

Pero aunque aquellos humanos fuesen mis amigos y luchásemos en el mismo bando, había secretos que no podía desvelarles.

No podía contarles cómo una simple raza de parásitos había llegado a convertirse en una amenaza para toda la galaxia, ni que los andalitas tuvimos que enfrentarnos a ellos porque no tuvimos más elección. No podía explicarles la razón de nuestro profundo odio hacia esos gusanos.

Nosotros, los andalitas, tenemos secretos, pero el mejor guardado es el de nuestra propia culpa.

—¡Esto es fantástico! —celebró Jake sonriente.

—Sí —repliqué—, fantástico.