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Me he transformado en muchos animales del planeta andalita y también del planeta Tierra. Pero el animal en el que má sveces me he convertido ha sido en humano. Son animales frágiles, lentos, tienen una pésima visión y su empeño por mantenerse en equilibrio sobre dos piernas no es muy práctico que digamos, aunque ningún andalita se burlaría de ellos. Los humanos gobiernan el planeta y como dijo una vez la humana Rachel, la Tierra es un lugar duro.
Extraído del diario terrícola de Aximili-Esgarrouth-Isthill
Me asomé a través de los árboles y lo primero que vi fue una gran extensión de hierba. Al otro lado del campo se distinguía un conjunto de edificios alargados no muy altos. Había también unos vehículos amarillos y grandes aparcados en la parte delantera de uno de los edificios, donde se apiñaban cientos de humanos jóvenes. El príncipe Jake y Cassie se acercaron.
—¡Hola, Ax! —saludó el príncipe Jake—. ¿Qué tal?
<Bien, príncipe Jake>, contesté.
—Um… hoy no me llamarás príncipe Jake, ¿verdad? —dijo.
<Cuando tengo forma humana, me comporto como un humano>, le aseguré.
—Bueno, ¿y si empiezas a transformarte, Ax? —sugirió Cassie.
<Creo que no hay nadie cerca pero, por si acaso, me elevaré y echaré un vistazo>, dijo Tobías. Movió las alas y se fue elevando poco a poco.
Mientras tanto yo me concentré en mi forma humana y empecé a experimentar los primeros cambios.
<Sin novedad —informó Tobías desde lo alto—. Hay unos niños a unos sesenta metros, pero no pueden verte.>
Me trasformé todo lo rápido que pude pero, como dos de mis patas iban a desaparecer, tenía que intentar no perder el equilibrio. Con dos puntos de apoyo menos, en mi caso dos patas, experimenté dos sensaciones diferentes, la primera, de excitación, y la segunda, de terror. Y es que te tambaleas constantemente, y por mucho que busques recursos para mantenerte firme no hay nada de lo que puedas valerte. Los pies no sirven para agarrarse y además son demasiado cortos para actuar de contrapeso.
Todo cuanto puedes hacer, si ves que te caes, es mantener el equilibrio con una pierna mientras colocas la otra rápidamente en otro sitio para evitar la caída. De todas formas, te sientes muy inseguro. No comprendo cómo los humanos han evolucionado de esa forma. Es la única especie de este planeta que camina erguido, sin alas ni cola para contrarrestar el peso. Y, desde luego, yo no he oído hablar de ninguna especie inteligente que se desplace de esa manera.
Después de mucho esfuerzo, conseguí mantenerme sobre dos piernas. Bueno, más o menos…
—¡Eh! ¡Sujetadlo! —gritó el príncipe Jake al ver que perdía el equilibrio y me iba hacia atrás.
—¡Ya lo tengo! —dijo Cassie, y me mantuvo sujeto hasta que completé la metamorfosis.
Lo último en aparecer fue la boca, una ranura horizontal en mi rostro.
—¿Has acabado? —me preguntó el príncipe Jake.
—Sí, ya soy humano del todo —me encantaba escuchar los sonidos que surgían de mi boca. La capacidad de formar sonidos complejos es asombrosa—, todo, odo, eedoo, ooaoo.
—Um… Ax, tienes que dejar de hacer eso, ¿de acuerdo?
—¿El qué?, ¿queé?
—Eso de probar cada sonido como si fuera un paquete nuevo, ¿vale?
—Sí, mi Príncipe. No son un juguete, ete. ¡Juguete-juguete! Jug… perdona.
—Me parece que éste va a ser un día inolvidable —comentó Cassie mirando a Jake.
Tobías se acercó planeando y se posó en una rama.
<Qué tierno, ¿no? —se burló—. El primer día de colegio de Ax.>
—Y el último —puntualizó Jake rápidamente—. Lo de hoy le servirá para resultar más creíble como humano. Sólo dispone de un día.
El príncipe Jake mostró un dedo para enfatizar el número uno.
—Muy bien, sólo un día —corroboré—. Venga, vamos a clase. Estoy impaciente, ente.
—Recuerda que eres mi primo Phillip, que has venido a casa de visita y que sólo te quedarás unos días —me recordó Jake al tiempo que me entregaba una bolsa de ropa.
—Phillip —repetí con firmeza—. Phillip, lip. Philliip. Pah.
Me encanta cómo suena la letra «p».
Una vez estuve vestido, me encaminé hacia uno de los edificios más bajos.
<¡Que te diviertas!>, me deseó Tobías. Su tono sonó un poco triste. Supongo que le resultaba difícil aceptar que yo, un extraterrestre, pudiera ir al colegio y él no.
—¡No lo dudes! —le respondí volviendo la cabeza. Fue un mal gesto porque, automáticamente, perdí el equilibrio y me caí de bruces en el suelo. Lleva tiempo aprender a caminar sobre dos piernas.