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El libro es un invento humano asombroso puesto que permite un acceso inmediato a la información con tan sólo pasar páginas. Es mucho más rápido que un ordenador y lo más sorprendente de todo es que los humanos inventaron los libros mucho antes que los ordenadores. Estos humanos hacen muchas cosas al revés.
Extraído del diario terrícola de Aximili-Esgarrouth-Isthill
Al día siguiente por la tarde, me hallaba en el bosque leyendo un libro que se titula El almanaque del mundo y que informa de un montón de cosas, ¿a que no sabíais que el doce por ciento de los hogares utilizan deshumidificadores?; ¿que una oveja puede llegar a vivir veinte años? ¿O que los humanos al principio creían que el Sol giraba en torno a la Tierra?
Es un libro maravilloso y gracias a él me enteré de muchas cosas útiles. Por ejemplo, que desde que se inventó la primera máquina de volar hasta que se consiguió llegar a la Luna sólo transcurrieron sesenta y seis años. Mientras que nosotros, los andalitas, tardamos casi el triple.
La raza humana es una especie muy inteligente y estoy seguro de que, si logran sobrevivir, algún día se convertirán en una de las razas más importantes de toda la galaxia.
Ni que decir tiene que los andalitas siempre serán los mejores.
Me encontraba en la orilla del río. Había ido a beber y, justo cuando una de mis pezuñas había rozado el agua, mis antenas captaron una sombra que descendía a toda velocidad desde el cielo.
Tobías extendió las alas y pasó rozándome la cabeza.
<¡Ax! ¡Te están buscando! ¡No te muevas! Voy a traerlos.>
No aminoró la marcha y en un abrir y cerrar de ojos se elevó por encima de mi vista. Al rato volvió a aparecer, esta vez seguido de otras cuatro aves rapaces.
Tobías buscó acomodo en la rama de un árbol, y el resto, que no eran otros que los animorphs, se posaron en el suelo.
Al momento empezaron a cambiar de forma. El príncipe Jake se había convertido en halcón. Rachel había optado por una inmensa águila de cabeza blanca y Cassie y Marco habían adoptado la forma de águilas pescadoras. Pero, progresivamente, fueron recuperando su estado natural.
Mi nerviosismo iba en aumento. Era evidente que me habían estado buscando por algún motivo urgente.
<¿Pasa algo?>, pregunté.
<¿Que si pasa algo? —repitió Marco—. ¿Tienes el valor de preguntar que si pasa algo? Pues para que te enteres…>
Justo en ese punto Marco cruzó la línea que separa la comunicación telepática de la comunicación oral. Pero como su boca todavía tenía forma de pico profirió un rotundo graznido.
Observé la transformación de Cassie. Ella es una estreen por naturaleza, es decir, alguien con la capacidad de realizar metamorfosis de una gran belleza. En mi planeta eso se considera arte. De hecho hay estreens profesionales que dominan distintas técnicas de transformación. Es muy bonito.
Cassie no era una profesional pero tenía talento. Cuando mutaba componía imágenes preciosas. Hubo un momento en el que su cabeza de águila había adquirido tamaño humano, al tiempo que unas alas enormes le salían de su cuerpo ya transformado.
Los otros animorphs cuando cambiaban de forma no resultaban tan elegantes como Cassie. Para ellos mutar consiste en que unos miembros humanos aparezcan mientras otros, las plumas en este caso, se esfuman. No era un espectáculo demasiado atractivo. De hecho, según tengo entendido, a los humanos les da un poco de miedo, incluso asco. Pero todos reconocen que Cassie posee un talento especial para ello.
—¿Se puede saber qué fue lo que hiciste? —la boca de Marco ya se había formado del todo.
<No entiendo la pregunta.>
—Me refiero al ordenador de mi padre. Tocaste algo, ¿verdad?
<Yo… bueno, pero sólo el juego.>
—¿El juego? ¿EL JUEGO? ¡No era un juego! ¡Era el trabajo de mi padre!
<Te equivocas, se trataba de un juego. Tenías que encontrar los errores de las instrucciones —de repente, me vino una idea a la cabeza—. Ahora lo entiendo, tu padre diseña juegos para niños.>
Cassie estalló en carcajadas, aunque enseguida recobró la compostura.
—No, Ax. Mi padre diseña programas de software para su utilización en el campo de la alta tecnología. Ahora mismo estaba trabajando en la elaboración de un programa que le habían encargado los astrónomos del observatorio para utilizar con el radiotelescopio.
<Sí, también puede utilizarse para eso —repuse asintiendo como se lo había visto hacer a los humanos—, pero tenía tantos errores… que supuse que sería un juego para niños.>
—Si vuelves a pronunciar la palabra «juego», te juro que tumbo de un puñetazo —amenazó Marco.
—Lo que Marco quiere decir —aclaró el príncipe Jake poniendo una mano en el hombro de Marco—, es que no se trataba de un juego. Su padre se está volviendo loco.
—Mi padre asegura que puede que hayas creado toda una rama de software desconocida hasta ahora, además de haber abierto nuevos horizontes en la astronomía. La gente del observatorio perdió la cabeza cuando se lo enseñó. Se habla hasta del premio Nobel. Tuve que convencer a mi padre de que sólo había sido una casualidad y asegurarle que eras medio tonto y no el nuevo Einstein.
<Einstein, sí, he leído algo sobre él en El almanaque del mundo. Fue el primer humano que se percató de que la masa y la energía…>
—¡Ax! —explotó Rachel—, pero ¿es que no lo entiendes? ¿Qué pasaría si algún controlador oyera los rumores que corren sobre ese nuevo software? ¿No crees que lo primero que pensará es que sólo un andalita ha podido hacerlo?
De repente lo vi claro. Mi amiga tenía razón, si esas ecuaciones no eran un juguete, sino reales… acababa de avanzar la ciencia humana al menos un siglo.
—Vaya, veo que por fin lo has entendido —repuso Marco con sarcasmo.
<¿Qué es un radiotelescopio?>, pregunté a Marco.
—¿Y yo qué sé? —contestó mi amigo encogiéndose de hombros—. A ver si te crees que soy el profesor de ciencias.
—Un radiotelescopio es un telescopio que funciona gracias a la utilización de ondas de radio y otras radiaciones emitidas por el espacio exterior —explicó Cassie.
Marco la miró incrédulo.
—Hay gente que no se duerme en la clase de ciencias, Marco —añadió Cassie.
<Ya entiendo, un sensor primitivo, tiene sentido. Claro que con los cambios que he operado…>
—¿Qué? —preguntó Marco cortante—. ¿Qué pasa con esos cambios?
<Los cambios que he introducido sólo servirían…>
Enmudecí. ¿Un radiotelescopio? ¿Un enorme recolector de alta potencia que acumula una amplia gama de energía?
Repasé mentalmente mis antiguas clases de ciencia y recordé a mi profesor hablando de… ¡Bingo! Si operaban los ajustes necesarios y le añadía el software adecuado… Sí, podría atraer la energía, concentrarla, modularla con mi propia mente y… entrar en espacio cero, lo cual me permitiría enviar mensajes a mi casa. ¡Sí!, podría utilizar el sistema y a través del espacio cero restablecer la comunicación con mi planeta.
Me sentía como si me hubieran dado una paliza. ¡Por fin! Había llegado el momento. Ahora podría utilizar el telescopio para ponerme en contacto con mi casa, mi gente, mi familia.
Creo que hasta ese momento no me había dado cuenta de lo mucho que deseaba ver a uno de los míos, a otro andalita.
—Ax, ¿Qué es lo que estás maquinando? —exigió saber Rachel.
Intenté concentrarme en su pregunta pero la cabeza me daba vueltas y me debilitaba por momentos. Iba a tener noticias de mi familia, por fin.
Al mismo tiempo otro pensamiento me asaltó: debía destruir esa tecnología porque dotar a los humanos de un gran avance tecnológico contravenía la Ley de la Bondad de Seerow.
—Ax, Rachel te ha hecho una pregunta —recordó el príncipe Jake, tajante—. ¿En qué estás pensando?
Tenía que cumplir con mi deber y eso me impedía contárselo a mis amigos. Corregiría los daños causados, pero antes de eso… ¿Qué tenía de malo querer comunicarme con mi familia después de tanto tiempo?
<En nada —mentí—, nada en absoluto.>