Capítulo XVIII

 

ÉL y Adam habían llegado hasta la parte más profunda del lago y, en un alarde de audacia, él se había dejado caer al agua deslizándose por el costado de la barca, hundiéndose más y más hasta el fondo verdusco, cubierto de algas. Ahora estaba subiendo, pero la quilla de la embarcación estaba muy distante, en un círculo pequeño de luz. Parecía como si nunca fuera a alcanzarla. Se dio impulso con los pies para salir antes a la superficie. Trataba de respirar, pero el pecho le dolía; apretó las mandíbulas y se cogió la nariz con el índice y el pulgar. Los oídos le zumbaban...
Con una exclamación y un escalofrío, volvió en sí. El espejismo parecía tan real que por un momento sintió correr el agua entre sus cabellos. Entonces vio que se encontraba en una habitación blanca y sintió la espalda apoyada en la blanda dureza de una cama. En el techo desnudo brillaba un antiguo fluorescente Se oyó un movimiento, el crujido de papel, y una figura se acercó a Dick.
Era Frankie.
—¿Se siente mejor? —preguntó la gárgola.
—Eso creo. Me duele la cabeza. ¿Qué sucedió?
Frankie hizo una mueca.
—El argón le dejó sin sentido, señor. Ya le había hecho efecto cuando nosotros aparecimos por la puerta.
—¿El argón? —preguntó Dick estúpidamente.
—El del "drugstore”. Todos esos sitios tienen una permanente destilación a gotas de argón para prevenir los escapes. Nunca nos tomamos la molestia de taponarlo porque no era peligroso ya que apenas permanecemos allí dentro más allá de unos momentos.
"Debió formarse una concentración de argón", pensó Dick. El argón no era venenoso, pero si había una suficiente cantidad en el aire podía asfixiarle a uno. Ese fue su error; dio por sentado que el lugar estaba ventilado, de lo contrario jamás hubiera...
De pronto se incorporó.
—¿Dónde está Elaine?
La gárgola señaló en silencio al otro extremo de la habitación, donde había otra cama estrecha. Elaine estaba en ella, pálida, con los ojos cerrados.
Dick trató de levantarse, pero Frankie le obligó a echarse hacia atrás.
—Está bien, señor... Usted descanse. Recobrará el conocimiento en cualquier momento.
Dick no se opuso. Estaba demasiado aturdido para protestar. Haciendo chasquear la lengua, Frankie le miró con expresión afligida.
—¿Qué hacía usted allá abajo? Parece usted un buen muchacho. ¿Para qué tuvo que ir a espiarnos de ese modo?
Dick se le quedó mirando.
—¿Espiaros? ¿Qué quieres decir?
—Olvídelo. Lo soy quien hace las preguntas, no usted. ¿Cómo se llama, señor?
Dick estaba perplejo.
—Frankie, ¿no me conoces? Soy Dick Jones.
—Dick Jones —repitió la gárgola chupando la punta de un lápiz. Escribió algo en un pedazo de papel que apoyaba sobre la rodilla—. Está bien, habrá sido un olvido mío. ¿Y ella cómo se llama, señor Jones?
Dick guardó silencio. Al bajar los ojos vio algo increíble: Frankie llevaba un revólver sobre la cadera.
—...espiarnos de ese modo... Nunca nos molestamos en taponar el escape...
—Se llama Clarinda Jones —improviso Dick—. Es... es mi prima. —Observó a la gárgola, que seguía escribiendo con dificultad—. Frankie, ¿no es verdad que últimamente no has estado arriba?
—Hace mucho tiempo que no subo —dijo Frankie, moviendo la cabeza—. Pero iré muy pronto. Vamos a ver, ¿qué hacían usted y la señorita allá abajo?
—Huíamos de la rebelión. —Esperó un poco—. ¿Qué hacíais en aquel "drugstore"?
—Necesitábamos medicina —refunfuñó Frankie—. ¿A favor de qué bando estuvo en la revuelta?
—A favor de ninguno —dijo Dick prudentemente—. Había tiroteo y Clarinda estaba asustada, de modo que la llevé a los sótanos. Después nos extraviamos.
—Mmmm —dijo Frankie. Terminó de escribir y se guardó el papel—. Bueno, veremos si el Anciano lo cree. Vamos abajo.
Dick se levantó:
—¿El Anciano? —Tuvo que sostenerse para no perder el equilibrio. Aún estaba algo aturdido.
—Eso es. Vamos, no le haga esperar.
Cuando pasaron junto a la otra cama, Dick se inclinó para mirar a Elaine: su cabeza se movió un poco, parpadeó...
Dick se arrodilló y le sostuvo la cabeza entre sus brazos.
—¿Se encuentra bien?
Fijó sus ojos en él, parecía reconocerle.
—Me siento tan rara... —dijo, mientras le echaba los brazos al cuello desmayadamente.
—Está bien, está bien, la llevaremos también a ella —dijo Frankie—. Ayúdela a levantarse. Seguramente podrá andar.
Dick le lanzó una mirada de resentimiento y seguidamente ayudó a Elaine a sentarse en la cama. Ella consiguió ponerse en pie, apoyándose en el brazo de Dick.
—¿Qué sucedió? —preguntó mirando a su alrededor—. ¡Oh, cómo me duele la cabeza!
—Eso pasará en seguida. Vamos, alguien quiere vernos.
Caminaron delante de Frankie por un corredor lóbrego.
—A la derecha —dijo la gárgola.
Pasaron por delante de hileras de cajas de cartón almacenadas y cruzaron una puerta al otro lado de la cual había maquinaria de aspecto macizo. Más allá, recorrieron un amplio espacio abierto donde había una docena de Frankies afanados en escribir a máquina. Doblaron otra esquina y otro Frankie les paró a punta de un rifle del ejército.
—Por el Anciano —dijo el Frankie que iba con ellos, y el otro les cedió el paso.
Entraron en otra habitación donde había dos Frankies sentados a unas mesas escritorio con teléfonos. Allí tuvieron que detenerse de nuevo. Elaine ya estaba completamente despierta y miraba todo con temor y sorpresa. Mientras hablaban los dos Frankies, Dick le susurró al oído:
—No saben quién es usted. Les dije que es mi prima Clarinda Jones. Siga el juego.
Cuando echaron a andar otra vez, ella le miró, asintiendo con la cabeza. Llegaron después a otra habitación muy espaciosa cuyas paredes aparecían cubiertas por grandes ampliaciones de planos. Había algunas mesas de despacho ante las cuales trabajaban otros tantos Frankies. En el centro, sentado ante una mesa provista con pantalla de TV, vieron a quien evidentemente era el Anciano.
Levantó los ojos cuando se acercaban, y Dick contuvo la respiración repentinamente. Era un Frankie, pero veinte años más viejo... corpulento, de cabellos grises, unas facciones grotescamente feas que con la edad parecían adquirir mayor dignidad. Les observó sin curiosidad y luego siguió hablando por el instrumento que tenía en la mano.
Al cabo de un momento les miró de nuevo.
—¿Sí?
—Es la pareja que encontramos en el "drugstore", señor.
Dick contuvo la respiración de nuevo. Aunque esto sólo sirviera para confirmar lo que ya había visto, le asombraba que un "cuerpo" llamase señor a otro "cuerpo".
Aquí abajo, trabajando como topos, los Frankies habían creado un mundo propio en los subterráneos de Eagles. Como a todos los demás sirvientes de Eagles, debían ser "cambiados" a los cuarenta años o antes, siendo enviados a otros establecimientos, en teoría, pero en realidad se les daba muerte. Sin embargo, he aquí a un Frankie que había vivido una década más de lo que le correspondía, y allí otros que llevaban años sin subir a los niveles altos. Frankies sobrantes, duplicados probablemente para una tarea especial y que en lugar de ser destruidos fueron introducidos aquí abajo clandestinamente. Dick era incapaz de calcular cuánto tiempo había durado esta operación.
El locutor de la pantalla de TV estaba hablando. El Anciano observó la pantalla y luego habló por el micrófono que sostenía en la mano:
—Quiero ver de nuevo el Nivel Dos. —Osciló la luz azulada de la pantalla. El Anciano dijo—: Dirijan a la caballería pesada hacia el Corredor Oval. —Momentos después, desvió la mirada de la pantalla para mirar a Dick y a Elaine.
—Además de Eagles, ¿qué otros lugares constaban en los planes de rebelión de Melker?
Dick contestó prudentemente:
—Eso podrían decírselo los conspiradores, no yo.
Lo dijo en un tono neutral. No podía tratar al Anciano como a un igual, pero era contraproducente emplear con él una innecesaria rigidez que provocaría su antagonismo. Dijo el Anciano:
—Te permití mentirme una vez. No vuelvas a intentarlo. —Fijó de nuevo su atención en la pantalla—. Nivel Uno —Del altavoz salió un alboroto confuso.
El Anciano levantó la mirada instantes después:
—¿En qué otros lugares planeó Melker otro levantamiento?
Dick empezó a sudar. Aun tratándose de un "cuerpo", había algo en él que intimidaba. Dijo, involuntariamente:
—Melker tenía enlaces en Indian Springs y Mont Blanc, así como en algunos otros sitios... Eran personas capaces de asumir el mando de acuerdo con él. Pero solamente planeaba efectuar un Cambio total aquí... No juzgó necesario hacerlo en los demás puntos.
Hubo una pausa. Dick miró contrariado la TV de la mesa. ¿Qué estaba sucediendo arriba?
Preguntó el Anciano:
—¿Escapó alguien más que tú sepas?
Dick movió torpemente la cabeza:
—Vi a Melker muerto..., a Oliver y a muchos otros.
—¿Dónde?
—Les vi por TV... Yo no estaba presente —agregó—: No tomé parte en la lucha... Me escapé lo antes que pude.
El aparato de TV emitió un fuerte impacto. Dick se puso rígido instintivamente, ciñendo con más fuerza la cintura de Elaine, pero no sintió nada: estaban a demasiada profundidad para sentir el shock.
—¿Sabes qué fue lo que desbarató el plan?
—No —contestó Dick—. Alguien debió ir a contárselo al Jefe. Pudo ser cualquiera. Sabíamos que acabaría por suceder algo así.
—Es un inconveniente —dijo el Anciano, impasible—. Nosotros también teníamos hechos nuestros planes... Pensábamos atacar durante la boda. —Miró a Elaine—. Su boda, señorita Elaine.
Dick sintió estremecerse el cuerpo de ella. No se movió ni dijo nada; ¿qué podía decir? El Anciano sabía quién era ella... era lo bastante viejo para saberlo. Debía tener veintitantos años cuando vivía aún la última Elaine.
Con los labios entreabiertos, Elaine respiraba rápidamente. Sus cabellos rozaban la mejilla de Dick.
Observando el rostro del Anciano, Dick especulaba, furioso, en el significado de sus palabras; escuchaba los apagados sonidos de la TV, tratando de interpretarlos. Y en todo momento se sentía turbado por la proximidad de Elaine.
Un Frankie se acercó desde la pared para mostrarle un papel al Anciano, al tiempo que murmuraba unas palabras. El Anciano contestó brevemente y el Frankie volvió a su puesto.
La TV emitió otro impacto. El semblante del Anciano asumió una expresión indescifrable para Dick.
—Teníamos que atacar pronto —dijo—. Nuestro problema más grave son las comunicaciones, como ya puedes comprender. Melker contaba con apoyo desde el exterior, pero nosotros no. —Hablaba con una extraña persuasión, mirándoles a uno y a otra, como si quisiera estar seguro de que le comprendían—. La alteración de horario perjudicó sobremanera nuestros planes, pero, cuando menos, parece ser que hemos tenido éxito en Eagles... —Indicó el aparato de TV con la cabeza—. La última posición de resistencia, el arsenal de Patio Rosa, acaba de ser tomada.
Le miraron en silencio, atónitos.
—¿Que ha tomado Eagles? —pudo decir Dick por fin. Era algo monstruoso, increíble.
El Anciano asintió lentamente con la cabeza.
—Hay más de trescientos esclavos por cada hombre libre en Eagles —dijo—. Lo único que teníamos que hacer era extender la mano.
—No podrá retenerlo en su poder —dijo Dick.
El otro inclinó su enorme cabeza.
—Me temo que tengas razón. De eso quiero hablar con vosotros dos. —Volviéndose, murmuró unas palabras por el micrófono, que dejó encima de la mesa antes de abandonar la silla. Cogiendo a Dick y a Elaine por el codo, les condujo hacia la puerta. Detrás de ellos marchaban tres Frankies en guardia—. Subiremos al Bulevar para hablar —dijo el Anciano.
—¿Quién le reemplazará aquí?
—Uno de mis dobles. Como ve, tenerlos no carece de ventajas.
Avanzaron por largos corredores, rutas recientemente despejadas a través de la jungla dé almacenes, y finalmente llegaron a un ascensor.
En la parte alta, los corredores estaban casi desiertos. Había grupos de "cuerpos", la mayoría de los cuales llevaban brazales blancos. Un gran número de ellos eran soldados cuyas insignias habían sido arrancadas. Por doquier había señales de lucha y violencia, montones de escombros y restos de ropas destrozadas, así como algún que otro cadáver tirado por el suelo. Cuando pasaron junto a un corredor transversal, Dick oyó un solo tiro a lo lejos.
El Anciano y los Frankies miraron en aquella dirección, pero no dijeron nada.
En el corredor principal se cruzaron con un criado que llevaba una escoba y un carro de basura cargado hasta los topes. Era un individuo de cuerpo encorvado, mirada extraviada, de cincuenta años o más, y de ningún modo el tipo de sujeto que podía verse en los pisos altos. Cuando vio al Anciano, soltó la escoba y trató de abrazarse a sus rodillas. Uno de los Frankies se lo impidió, apartándole. Hablaba atropelladamente, la voz entrecortada; Dick sólo pudo entender estas palabras: "...poder ver la llegada de este día." Las lágrimas le corrían por las mejillas arrugadas.
El Anciano dijo:
—Está bien, está bien —y siguió andando.
Momentos después le dijo a Dick:
—Algunos de ellos lo esperaban desde hacía mucho tiempo. Éste en particular vio cómo "cambiaban" a su esposa y a sus dos hijos... El Jefe les hizo arrojar desde la Torre.
Se encontraban en una escalera estrecha que daba acceso a una terraza de cristales que daba al Bulevar. Dick había visto muchas veces ese lugar, pero jamás estuvo en el interior. En la puerta había pintado el emblema personal del Jefe, pero ahora estaba abollado y alguien había dibujado con tiza una enorme "X" roja encima del emblema.
Una vez en el interior, el Anciano les invitó a tomar asiento. A través del muro de cristal podían contemplar la amplia plaza iluminada por la fría luz que irradiaban brillantes gusanos de fluorescentes en diversos niveles. El inmenso suelo teselado estaba desierto, como en las ocasiones en que se despejaba la plaza para representaciones teatrales o circenses. Éste era el palco particular del Jefe.
Al otro lado de la Plaza se movían algunas figuras metódicamente en las escaleras y balcones. Se detenían ante cada puerta, entraban, desaparecían y al poco rato reaparecían. Se trataba de un registro de habitación por habitación en busca de armas y fugitivos, supuso Dick. Cuando terminara el registro, los vencedores tomarían abiertamente el poder.
Esto era lo que todo el mundo había temido calladamente durante cincuenta años —una rebelión de esclavos—, y ahora eso había ocurrido. Dick sentía incredulidad en esos momentos, contemplando la Plaza tan llena de vida y colorido hasta hacía poco. En cuanto a Buckhill... de nada servía pensar ahora en eso, y Dick desterró ese pensamiento. El Anciano estaba diciendo:
—Quería hablar con vosotros en privado porque os dais cuenta de nuestro problema más grave. Hay pocos que lo comprendan.
—¿Y eso? —dijo Dick. Vio que los Frankies se habían ido, dejándoles solos. Cerca del Anciano había un aparato de TV en cuya pantalla se sucedían las imágenes en silencio, pero el Anciano no las miraba. Clavaba su mirada en Dick y Elaine:
—Hablo de seguir viviendo con el mundo después de nuestra victoria —dijo—. Es insuficiente haber tomado Eagles, ahora tenemos que gobernarlo. Queríamos dejar de ser esclavos, pero ¿qué significa esto? ¿Qué vamos a hacer...? ¿Tratar de ser amos y señores obligando a nuestros antiguos amos a ser nuestros esclavos?
Dick enrojeció de ira.
—Yo lo sé —prosiguió diciendo el Anciano—, pero la mayoría de mi gente no han pensado más allá. Podríamos convertir en esclavos a los hombres libres, pero eso nada resolvería. Significaría la reimplantación del antiguo sistema, sólo que peor. Porque seríamos mediocres hombres libres, y ellos serían peores esclavos.
Eso tenía lógica.
—Bien, ¿qué ocurrirá entonces? —preguntó Dick con curiosidad. Se daba cuenta de la proximidad de Elaine, sentada a su lado, la cual estaba inclinada hacia adelante, escuchando con atención. Ella tendió la mano y Dick la cogió entre las suyas.
—En primer lugar —dijo el Anciano—, debemos acabar con la injusta esclavitud. Eso es lo primero... Si no lo conseguimos, habremos perdido.
Dick se encogió de hombros.
—¿Cuáles son las otras posibilidades que nos quedan? —preguntó el Anciano, empezando a contar con los dedos—. Primero, podríamos expulsar a todos los hombres libres, quedándonos aquí solos. Pero la situación no sería estable, en particular si sólo se produjera en este sitio. Los nombres libres de los demás lugares querrían reconquistar Eagles. Es más, podrían reconquistarlo o destruirlo muy fácilmente si expulsáramos a los hombres libres, mientras que si los retenemos aquí, vacilarían antes de atacar. Segundo, estudiamos este plan con gran cuidado; disponiendo ahora de los Gismos, en muy poco tiempo podríamos hacer millares y millares de equipos pequeños de este tamaño aproximadamente y con las palmas de las manos indicó unos cincuenta centímetros.
"Cada equipo constaría de dos Gismos y una caja de "protes" para obtener las cosas básicas necesarias para la supervivencia de cada uno. Habría armas, municiones, agua y alimentos básicos, medicinas, instrumentos y equipo eléctrico. Cada Gismo contaría con un dispositivo de parada y un inhibidor a fin de poder obtener nuevos "protes" con el mismo de todo lo que se deseara duplicar. Cargaríamos esos equipos en aviones, lanzándolos en unidades por todas partes. Muchos de ellos serían capturados y destruidos por los hombres libres, naturalmente, pero todo esclavo que consiguiera uno de estos equipos tendría en sus manos la posibilidad de ser un hombre libre.
Se echó atrás en su asiento.
—Creemos que eso sería factible, y una vez se empezara, los hombres libres serían incapaces de ponerle fin. Dejaríamos esos equipos flotando y suspendidos de globos. Incluso lograríamos que ese procedimiento fuese automático, instalando un enorme Gismo en algún punto secreto en las montañas, y dejarlo funcionando automáticamente para que soltara al viento esos equipos que permanecerían flotando en el aire.
Hizo una pausa.
Dick lo imaginó; el plan era inteligente y sabía por instinto que el Anciano llevaba razón. Una vez puesto en práctica, no habría fuerza humana capaz de ponerle fin a ese plan.
—Pero desistimos —dijo el Anciano— por la siguiente razón: si estudias su historia, verás que todas las injusticias y derramamientos de sangre ocurridos durante los primeros veinte años que siguieron al Cambio, fueron ocasionados por un plan como éste. Alguien, ignoramos quién, distribuyó Gismos por los correos postales gubernamentales de aquella época. ¿Y qué sucedió? Si algún hombre abusaba de las condiciones anárquicas para conseguir un ejército de esclavos, nadie podía defenderse contra él a menos que dispusiera de otro ejército igual. Nosotros creemos que un procedimiento similar sería inevitable si llevásemos a cabo ese plan por segunda vez. Los esclavos propiedad de grandes casas desaparecerían, cosa deseable desde nuestro punto de vista, pero al mismo tiempo provocaríamos otra anarquía que daría lugar a derramamientos de sangre, guerras sin importancia que degenerarían en tremendos conflictos bélicos antes de que las condiciones de vida fueran encauzadas al mismo sistema de amos y esclavos.
"Recordaréis que al principio dije que ante todo debe acabar la injusta esclavitud. Este es nuestro objetivo. Por eso no podemos echar a los hombres libres ni distribuir Gismos a capricho. ¿Qué alternativa nos queda entonces?
Levantó un tercer dedo:
—Una sola: que aprendamos a convivir en paz, respetándonos mutuamente como iguales los hombres libres y los que fueron esclavos.
Dick procuró mostrarse impasible, pero su rostro debió reflejar el desprecio y la repugnancia que sentía, ya que el Anciano dijo:
—¿Estás pensando que eso jamás sería posible? ¿Por qué no? ¿Existe alguna diferencia intrínseca entre el hombre libre y el esclavo?
—Sin duda —replicó Dick.
—¿Qué pensar entonces de la señorita que tienes al lado? ¿Es libre o esclava?
Dick dijo con aspereza:
—Es libre. Estuvo casada con el Jefe... es decir... —Calló, muy confuso.
Elaine le oprimió el brazo.
—Dick, esto no está bien.
Ella creía que Dick se refería a Oliver. Todavía no comprendía que no era la Elaine original.
—Comprendo, quieres decir que su condición es libre. Es cierto. Pero fue comprada y vendida, sus padres eran esclavos, y, además, es producto de un duplicado. Entonces, y según tu modo de pensar, ¿no es esclavo un duplicado?
Dick miró el rostro de Elaine: estaba turbada, no comprendía nada... Aún no aceptaba la realidad, pero lo haría. Se volvió hacia el Anciano, con expresión resentida.
—Es un caso diferente —dijo secamente—. Entonces todo era distinto... aún no había nada definitivamente establecido.
—¿Y ahora? —dijo el Anciano—. Está bien, supón que, mientras duermes, ordeno tu traslado a la Sala del Gismo para que te saquen un duplicado. Pudo haber sucedido, ¿no crees...? Y supón que ordenase la destrucción de tu cuerpo... que matara al Dick Jones original, dejando vivir a su doble... Ahora mírame a los ojos y contesta: ¿puedes saber acaso si he hecho ya eso contigo?
De pronto, a Dick le pareció una posibilidad muy real.
El sudor le cubría la frente y empezó a sentir malestar. ¿Sería él un duplicado sin saberlo? Analizó sus recuerdos, sus sensaciones físicas. Se sentía como de costumbre, pero eso no le tranquilizó: conocía duplicados que se creían auténticos hasta que alguien les decía la verdad.
—Algún día te diré la verdad —añadió el Anciano—. Ahora todavía no. Quiero que pienses en ello.
—Si usted me... —exclamó Dick con voz ahogada.
—¿Cambiaría algo si lo hubiera hecho? Eso es lo que quiero que pienses. —El Anciano se puso en pie y abandonó la habitación sin prisas. Dick entrevió a un Frankie montando guardia cuando se cerró la puerta.
Se inclinó hacia adelante, furioso, apoyando la barbilla en los puños.
—¿Dick? —dijo la muchacha, cogiéndole el brazo.
Él se apartó.
—Ahora déjeme en paz.
Ella se retiró en silencio, dolida. Después habría tiempo para pedirle disculpas. Ahora tenía que pensar.
Abajo, en el Bulevar, aparecían algunas personas. La distancia no le permitía ver los rostros, pero todos ellos vestían a la moda. Les hubiera tomado por un grupo normal, si no fueran tan pocos y caminaran con tanta vacilación.
Aparecieron más, formando corros para hablar, algunos se movían sin rumbo fijo. Los Frankies y otros "cuerpos" andaban entre ellos, ocupados en sus tareas. Cuando faltaba el espacio, eran los hombres libres quienes se apartaban, como para evitar el contagio.
Suponiendo que él fuese un duplicado... un esclavo o una horrible mezcla, un semiesclavo. Una cosa era enamorarse de un duplicado, la otra imaginar que uno mismo pudiera serlo.
¿Dónde residía la diferencia? Estaba claro: diferenciaba la libertad de la esclavitud... las cosas buenas, decentes, dignas de las humillantes, infrahumanas, sucias. Por mal que estuvieran las cosas, valía mucho ser aún Dick Jones de Buckhill: era un hombre capaz de cuidar de sí mismo, con un nombre y un lugar que defender luchando.
Tenía que averiguarlo, pero... ¿cómo? Aunque volviera el Anciano y le dijera "Le mentí" o "Le dije la verdad", en ambos casos podía tratarse de una mentira y Dick se quedaría con la duda.
Se estremeció. Abajo en el Boulevard, la gente se movía con enloquecedora lentitud. El mundo se había vuelto odioso, todos los colores eran deslucidos y el tiempo se hacía interminable.
¿Cuáles fueron los motivos del Anciano? Debía querer algo, de lo contrario no se habría molestado tanto. Si se proponía utilizar a Dick era posible que le hubiera duplicado, pero... ¿para qué, puesto que podía asegurar haberlo hecho de todos modos? Dick se animó y desanimó casi al mismo tiempo. Suponiendo que el Anciano estuviera improvisando alguna prueba de que le había duplicado...
Porque, ¿qué dijo exactamente? "Suponga que hubiera ordenado la destrucción de su cuerpo..." Eso lo recalcó, añadiendo: "¿Puedes saber acaso si he hecho ya eso contigo?”
Naturalmente que no. Un duplicado no podía saberlo.
Después, cuando se iba, el Anciano dijo: "¿Cambiaría algo si lo hubiera hecho?"
¿Qué cambiaría...?
Suponiendo que él fuera un duplicado. Se entregó a la idea, con la tensión y dudas de un hombre que bordeara el peligro. Si nadie lo sabía ni podía probarlo y ni siquiera acusarle de serlo —en una palabra, si era un hombre libre a los ojos del mundo—, entonces, efectivamente era un hombre libre.
Movió la cabeza, desconcertado. Aunque sumamente paradójico, todo parecía perfectamente razonable. Las cosas tenían un aspecto que él jamás había sabido ver. Era algo que movía a reflexión.
Eagles le hizo realista. Creía en los hechos, en el cambio de los mismos para adaptarlos. Era la forma de sobrevivir y no perder el juicio. Era duro, representaba sacrificios —ya había perdido un gran número de cosas que estimaba en gran valor—, pero era el único medio.
Ahora bien, si la diferencia esencial entre un hombre libre y un esclavo era una distinción arbitraria, el mundo de Dick se tambaleaba sobre sus cimientos.
Pensativamente miró hacia abajo a los dos Frankies que se encontraban ahora en el Boulevard. Eran ineducados, miopes, vulgares y simples prototipos de la más baja casta de "cuerpos". Sin embargo, el propio Anciano era un Frankie... un Frankie que había rebasado la mediana edad, adquiriendo una profunda y extraordinaria personalidad. Si tanto podía conseguirse con ese material, entonces no existía una diferencia real, intrínseca, ni razón alguna por la que un Frankie no pudiera ser un hombre libre o un hombre libre ser un sirviente.
¿Qué estaba sucediendo en la Avenida, en los patios y en las plazas? ¿Qué pensaba la gente ahora, cuando Eagles estaba en manos de los esclavos? ¿Qué proyectos y reajustes se hacían? ¿Quién vivía y quién había muerto? Dick sintióse impaciente por bajar y participar en todo ello bajo cualesquiera condiciones.
Ahora bien, el Anciano sabía quién era Elaine y resultaba fácil suponer que la utilizaría con fines políticos. Además, eso tenía alguna relación con Dick: tendría que representar algún papel importante. De lo contrario, el Anciano no se hubiera tomado tantas molestias en hacerle cambiar de opinión... A Dick le latía el corazón con violencia. Creyó ver cómo el plan iba cobrando forma.
Al poco rato volvió a abrirse la puerta, dando paso a la figura del Anciano. Se detuvo para hablar en el umbral con los Frankies, y después la puerta se cerró a su espalda. Se acercó y tomó asiento.
—¿Lo has pensado? —preguntó.
Dick asintió con la cabeza:
—¿Y bien?
—Estoy dispuesto a escuchar —dijo Dick.
El Anciano se echó hacia atrás.
—Muy bien. Recordarás haberme oído decir que nuestra única solución consiste en aprender a convivir pacíficamente, como iguales. Esta es la única salvación para Eagles, no sólo en el aspecto moral sino en el práctico también. De otro modo no podríamos sobrevivir. Pero, en mayor escala, esta es también la única salvación de la raza humana. Si perdemos aquí, habrá otra revuelta de esclavos en otra parte, en otra época y otra más si es necesario hasta que finalmente gane una de ellas.
—No sé... —dijo Dick— todo fue bien durante más de un siglo.
—Reconocerás que la situación era inestable —dijo el Anciano con expresión grave—. El punto básico es éste: el sistema de esclavitud da paso a la libertad. El sistema de libertad, si tiene sólidas bases, jamás cambiará al de esclavitud. Yo sé que tú, en abstracto, deseas algo estable, algo duradero.
Dick hizo una mueca.
—Tal vez, en abstracto.
—Entonces y abordando el asunto de forma más directa, ¿convienes conmigo en que una sociedad mixta sería estable y eficaz aquí en Eagles?
Dick titubeó:
—Sí.
—¿Comprendes lo que significaría que los anteriores hombres libres trabajaran junto a los anteriores esclavos, compartiendo ambos sus responsabilidades?
—Sí.
—¿Eso te repugnaría?
—Por supuesto.
—Pero, ¿lo harías bajo determinadas circunstancias?
Se miraron mutuamente y Dick dijo:
—Dígame a qué se refiere usted.
El Anciano contestó:
—Tú y la señorita Elaine contraeríais matrimonio. Creo que eso no repugnaría a ninguno de los dos.
Dick miró a la muchacha la cual, ruborizándose y sonriendo, bajó la mirada.
—Las relaciones que tiene tu familia harían casi imposible que algunos exaltados tomaran medidas de represalias contra Eagles. Por ser ella un duplicado, mi gente la aceptaría... La unión sería ideal para nuestros fines. Tú actuarías como jefe del comité interno de gobierno, representándonos en las relaciones con otros cabezas de familias.
En tensión, Dick reprimía su excitación.
—Pero usted estaría entre bastidores.
El Anciano inclinó la cabeza.
—Durante algún tiempo. Más adelante habría elecciones y si desearas otro cargo, lo tendrías. Pero nadie podrá ejercer un poder absoluto —y añadió—: Te aseguro que tu poder será mucho mayor del que nunca habrías tenido bajo el antiguo sistema.
Dick asintió lentamente con la cabeza.
—¿Aceptas?
—Déjeme hablar antes con mi padre en Buckhill —dijo Dick.
—¿Y?
—Si él da su conformidad, aceptaré.
El Anciano se dirigió a la puerta donde habló con los Frankies que había fuera.
—Eso requerirá algún tiempo —dijo—. Antes tendremos que comunicar con Buckhill. Haré traer aquí el aparato cuando esté listo. —Abandonó la habitación.
Hubo un silencio.
—Dick —dijo Elaine—, cuando dijo que yo era un duplicado... ¿era cierto?
—Sí. Estamos en el año 2149. Oliver era el nieto del hombre que te duplicó... Crawford, el primer Jefe de Eagles.
Ella miró por la ventana, con expresión tranquila, unidas las manos en su regazo.
—Creo que ya lo sabía, pero no quería reconocerlo —dijo Elaine—. Yo no me siento duplicado... es extraño...
—Comprendo —dijo Dick—. Lo mismo da, no tiene importancia.
—¿De verdad? —Ella se volvió, mirándole a los ojos. Tenía la cara encendida, brillantes los ojos—. ¿A ti no te importa?
—No —contestó Dick, dándose cuenta de que decía la verdad.
Se aproximó a ella, tomándola entre sus brazos. Observó unas pulsaciones en la base del cuello esbelto de Elaine. Sus ojos verdes le miraban a través de las pestañas: eran hermosos, extraños, muy extraños.
La besó. Elaine se entregó a su cálido abrazo y un instante después, echando la cabeza hacia atrás, preguntó falta de aliento:
—¿Y deseas casarte conmigo?