CAPITULO IV

 

Judith tuvo que correr mucho por el barrio antiguo de Denver porque había descubierto a sus perseguidores.

Eran peones de su padre y de Edward Reat que se habían unido para darle alcance.

Entró corriendo por la estrecha Pekín Street y tuvo un poco de temor porque los portales estaban salpicados de hombrones siniestros, marinos borrachos y mujeres que fumaban.

Sin embargo, lo que la inquietó de veras fue descubrir a cuatro de sus perseguidores que aparecieron repentinamente por el pasaje del Farol.

—¡Allí la tenemos!

Un hombrón de crecida barba bloqueó el paso al cuarteto.

—Eh, ¿está bonito correr detrás de una muchachita unos tipos tan crecidos?

Los cuatro lo arrollaron y, al pasar de largo, el hombrón gemía tirado a un lado de la acera.

Judith comprendió que estaba perdida.

En un momento dado, tuvo que frenar en seco para no tropezar con un cuerpo humano que acababa de salir escupido por una ventana.

Tras el primer cuerpo, salió un segundo dando vertiginosas vueltas en el aire hasta que se estrelló en una herboristería regida por una vieja desdentada que rió a gritos.

Sin embargo, Judith se sobrepuso a sus temores y tuvo una súbita inspiración.

Entraría a pedir ayuda en aquel local. Era el más limpio de Pekín Street y se llamaba La Taberna del Polaco.

Empujó los batientes y pasó desapercibida porque un coro de gargantas aullaba jaleando a dos hombres que peleaban.

El joven moreno que se las había con un tipo cargado de espaldas, disparó el puño derecho y ensordeció a todos con el chasquido.

Al mismo tiempo, el cargado de espaldas aulló al salir despedido por el corredor.

Judith dio un salto lateral para no ser atrapada y el golpeado se perdió por la misma ventana que dio paso al primer vencido.

A continuación, Judith contempló algo que la dejó perpleja.

El joven moreno pellizcó a una mujer muy pintada y sonrió:

—Ya no tendrás que temer más a esos cerdos, pequeña.

La chica pintada reflejaba auténtica emoción en sus ojos todavía bellos.

—Gracias, Mike. ¿Podré irme a mi pueblo otra vez?

—Recoge tu maleta ahora mismo.

—¿Dijiste maleta? Mira cómo me entretengo por salir de aquí.

La chica pintada subió unas pulgadas su falda y salió más aprisa que uno de aquellos sujetos que brotaron disparados.

Un rubio, que bebía al lado del joven llamado Mike, chascó la lengua y dijo:

—¿Por qué eres tan sentimental, Mike?

—Porque mi madre esperaba mi nacimiento leyendo folletines por entregas.

Judith sintió una punzada emocional a la mención de la palabra «madre» y se aproximó al joven y al rubio.

—¿Quieren ganarse veinte dólares?

El rubio silbó y la recorrió con los ojos.

—¿Quieres ganártelos tú, pichón?

Judith emitió un respingo, y enrojeció al comprender.

En eso el joven moreno se aproximó.

—¿Cuál es el problema?

—Mi nombre es Judith Hoye.

—Eso no es un problema, pequeña.

—Hablé de otra dificultad.

—¿Un hombre?

Judith tragó saliva antes de responder:

—Cuatro.

Mike y Duke dieron sendos respingos.

—¿Cuatro? —corearon.

Judith sacudió la cabeza.

—Es una historia difícil de explicar.

—Entonces déjalo para mañana y bailemos —dijo el rubio.

—Cierra la boca, y que se explique, Duke —Mike sonrió a la linda muchacha—. Adelante, Judith.

—No habrá tiempo para explicaciones.

—Quieres decir que ya están cerca, ¿eh?

—Usted es muy astuto, señor.

—Llámame Mike.

—Mike, les daré veinte dólares si me salvan de esa pandilla.

Mike suspiró profundamente.

—En otras condiciones, el trabajo te costaría cincuenta dólares, Judith. Pero hoy estamos en las vacas gordas.

—¿Lo harán gratis? ¡Eh, gracias! Necesitaré mucho el dinero para seguir corriendo.

—No tendrás que correr más.

Judith llevó una mano a la boca para contener un grito:

—¡Ahí llegan!

Cuatro fulanos, con aspecto de peones de rancho, entraron moviendo la cabeza a derecha e izquierda.

—¿Vieron a una chica morena, ojos grandes, bien de curvas y con vestido nuevo?

—¿Quién investiga? —inquirió Mike, ceñudo.

El hombrón de nariz ganchuda que había preguntado primero clavó sus ojos de águila en el joven moreno.

—Hay diez dólares para el delator.

Nadie respondió.

El tipo con nariz de pico de águila volvió a decir:

—Veinte.

Un fulano de boca como un buzón de la Wells y Fargo empezó a abrirla para decir que la muchacha se había escondido en el hueco del mostrador.

Pero quedó con la boca abierta porque el rubio Duke le cascó un puñetazo en el estómago y lo dejó dando arcadas.

Mike carraspeó ocultando al delator con náuseas y dijo:

—Que se vean esos veinte.

Cara de Aguila arrojó una moneda de oro por el aire, que Mike arrebató y dio un mordisco para comprobar si era buena.

—La muchacha se escondió en el hueco del mostrador.

Los cuatro hombres se adelantaron a una.

Mike se interpuso.

—Pero nadie va a llevarse por la fuerza a una mujer.

Varios ancianos ebrios asintieron con gruñidos.

El silencio reinó en La Taberna del Polaco.

El mismo dueño llamado Lazlo asomó su fea cara rematada por una barba en punta y dijo intercalando erres en sus palabras:

—Oiga, no quiero dificultades con los hombres de Edward Reat.

Mike pestañeó.

—¿Quién es Reat? ¿El comadrón de la ciudad?

—¡Maldición! —estalló Cara de Aguila—. ¡Traigan a la muchacha!

—Un momento, caballeros.

—¡Se acabó! ¡Pasen por encima de este payaso si hace falta!

—Hará falta, Pico de Zopilote —dijo Mike.

Los cuatro hombres saltaron a una sobre el joven moreno.

No contaban con el rubio que estaba bebiendo tranquilamente a su lado.

De pronto, moreno y rubio se revolvieron disparando los puños.

La ventana de la calle se tragó a dos peones de rancho que ya no regresaron al establecimiento.

El tercer sujeto de cuerpo abombado quiso hacer algo grande usando sus músculos de hierro.

Intentó atrapar las cabezas del moreno y el rubio y estrellarlas una contra otra.

Mike y Duke se agacharon en el mismo instante.

Cuerpo Abombado perdió el pie y trastabilló hacia adelante.

Para aquel momento, Mike y Duke estaban de espaldas en el suelo, las botas en alto.

Y Cuerpo Abombado fue levantado por los cuatro pies de los socios.

Ellos hicieron girar con los pies a Cuerpo Abombado como si fuera un tonel.

Cobró una velocidad de rotación que emborronó su silueta.

Entonces los dos socios dieron un grito e impulsaron con fuerza a Cuerpo Abombado.

Este silbó como una peonza y atravesó los batientes.

Cara de Aguila había extraído el «Colt» y ahora apuntaba a los dos socios.

—¡La muchacha o disparo! —gritó perentorio.

Mike y Duke se miraron con hondo pesar y el primero murmuró:

—Nosotros la sacaremos del escondrijo.

Dieron la vuelta, pero no la llegaron a completar.

Dispararon cada cual por debajo de su sobaco.

La primera bala arrancó el revólver de manos de Pico de Aguila en dirección al techo.

La segunda impulsó el arma en vuelo horizontal.

Fueron sonando disparos de los dos socios y el revólver dibujó un caprichoso vuelo y fue a caer justo en los lavabos de caballeros.

La clientela de La Taberna del Polaco rompió el silencio con un nutrido aplauso.

Mike y Duke se despojaron de los sombreros y se inclinaron como situados en un escenario.

El rubio quiso aprovechar al público embaucado para pasar el sombrero como lo hicieron un día en Yuma, pero Mike le tiró de la manga y le recordó que andaban bien de fondos, sacudiendo monedas de oro en el bolsillo. Por lo que no había necesidad de exprimir a la simpática clientela.

Cara de Aguila estaba tan sorprendido que no pudo moverse de su lugar.

Por fin sacudió con mal humor la cabeza y resolló:

—Borg Very sabe perder siempre.

Mike lo miró reprobatorio.

—Borg Very es usted, ¿eh?

—Sí, señor. Pero mi amo es Edward Reat.

—Otra vez el tipo. Suena como las campanillas.

—Y Edward Reat nunca pierde, muchacho.

—¿No, eh?

—Ustedes serán los perdedores en esta carrera. Nadie gana ante Reat. ¿Sus nombres, por favor?

—Mike Green y Duke Redy.

Cara de Aguila anotó los nombres en un cuaderno de bolsillo.

—Gracias, caballeros.

Contempló con pesar a los dos jóvenes y chascó la lengua, auténticamente conmovido, como si fueran dos muchachos en la flor de la vida con una enfermedad incurable.

A continuación, abandonó el local, acompañado de un abucheo general.

Mike se dirigió hacia el escondite de la linda muchacha y dio un respingo.

—¡Lazlo! ¡Entrega inmediatamente a la muchacha!

—¡Huyó por la salida del callejón!

—Si mientes te arrancaré la barba.

—¡Juro que es cierto, míster!

—¿Aprovechaste la confusión para venderla a un traficante?

—¡Míster, le juro por mis cuatro hijos que no hice tal cosa! ¡Por mis hijos y por Polonia!

Mike quedó convencido por el tono de auténtico pánico.

—Encuentro a la mujer de mi vida y se me escapa para siempre.

El rubio sacudió la cabeza.

—Alguna vez había de escaparse. Ya llevas seis mujeres de tu vida en estos últimos días.