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MITCH vino a buscar su respuesta el martes siguiente. La víspera había enviado un mensaje para preguntar si era conveniente que él llegase de visita un día más tarde, de modo que cuando llegó, Jessie lo esperaba. Ella estaba sentada inquieta, en la sala del frente, la misma que Celia había redecorado poco antes en estilo Imperio, que se había popularizado en los últimos tiempos. Un muralista había viajado desde Natchez para pintar complicadas escenas portuarias en las cuatro paredes. El celeste del cielo y el azul del agua era el color principal de los murales, y los muebles mismos eran de madera de ébano, y estaban tapizados de blanco. Cuando Jessie se vistió, olvidó tener en cuenta el color de la habitación en que recibiría a Mitch. De modo que lo hizo con una prenda verde jade, las faldas largas en atención al tiempo, que ahora era bastante frío. La cintura ajustada se elevaba recatadamente hasta el cuello, al que ella había asegurado un pequeño broche que otrora había pertenecido a su madre. Tres volados cruzaban diagonalmente desde los hombros hasta la cintura, por delante, y tres más adornaban la falda sobre el ruedo. Con los cabellos recogidos sobre la coronilla, y la cara marcada por los rizos cortos que Sissie le había peinado recientemente, Jessie tenía un aspecto encantador. Estaba más que satisfecha con su apariencia hasta que se sentó en la sala del frente. Entonces, se preguntó si su vestido chocaba con el color de la habitación, y esa incertidumbre acentuó su nerviosismo.

—Cordero, pensé que este día jamás llegaría —dijo por lo bajo Tudi, cuando introdujeron a Mitch en la sala. Atenta a las órdenes de Stuart acerca del decoro, y temerosa de que estar a solas con él aumentaría la probabilidad de que Mitch discutiese cuando ella le presentase su negativa, Jessie había pedido a Tudi que la acompañase. Imperturbable e inconmovible, Tudi estaba de pie detrás de la silla ocupada por Jessie. En honor de la ocasión, se había puesto un turbante y un delantal recién planchado. Jessie había pedido a Tudi que la acompañase mientras respondía al pedido de Mitch; no había dicho a Tudi que la respuesta sería una negativa.

—Hola, Jessie. Buenas tardes, Tudi.

Mitch parecía tan nervioso como Jessie. Demasiado inquieta para continuar sentada, Jessie se puso de pie y saludó al visitante. Él le apretó la mano y se la llevó a los labios.

—Hoy se te ve hermosa.

—Gracias.

Todavía poco acostumbrada a pensar en sí misma como una joven hermosa —cuando contemplaba el asunto, Jessie lo creía imposible—, se sonrojó un poco ante el cumplido. Mitch continuaba sosteniéndole la mino; la marca de sus labios le había dejado una leve humedad sobre el dorso.

Al mirarlo, Jessie se sintió impresionada otra vez por el atractivo del muchacho. Si nunca hubiese conocido a Stuart, habría considerado a Mitch, con sus rizos castaños, los vivaces ojos color avellana, y el cuerpo robusto, el ideal de masculinidad. Si no hubiese conocido a Stuart...

Sosteniéndole la mano, Mitch dirigió una rápida mirada a Tudi, y después apartó a Jessie, para acercarla a la ventana. Tudi los miró con una sonrisa tenue de satisfacción. Jessie sabía que Tudi, que la amaba y sólo deseaba su felicidad, se sentiría complacida de verla casada con Mitch.

Mitch sería el marido bondadoso y atento de una joven afortunada. Jessie lamentaba sinceramente que no pudiera ser el suyo.

—Bien, Jessie, he venido en busca de tu respuesta —dijo Mitch en voz baja, cuando fue evidente que Jessie permanecía muda.

Desde la primera vez que él había formulado su propuesta, Jessie sabía que llegaría este momento. Como no deseaba lastimarlo, había preparado con mucho cuidado lo que diría. Aun así, era difícil rechazar a ese muchacho que durante años había sido el objeto de sus sueños de adolescente.

—Mitch... —comenzó a decir Jessie, y se interrumpió impotente, porque pareció que la lengua se le pegaba al velo del paladar. Respiró hondo, apartó los ojos de la cara del joven y casi sin ver miró por la ventana.

Pero lo que vio afuera instantáneamente la obligó a reaccionar.

Stuart estaba allí, en la curva del sendero, montado en Sable. Sosteniendo el estribo y mirándolo, de espaldas a la ventana estaba Celia. Por la expresión de la cara de Stuart y la tensión del cuerpo de Celia era obvio que se habían enredado en otra agria disputa. Una riña conyugal.

—¿Es tan difícil decirlo, Jessie? —preguntó tiernamente Mitch. Jessie volvió la mirada hacia la cara del joven. Un extraño sentimiento de desasosiego se instaló en su estómago, y casi le provocó náuseas. La cólera se avivó en su interior, un sentimiento corrosivo que le carcomía las entrañas.

—No, Mitch, de ningún modo es difícil decirlo —replicó Jessie, y su voz a ella misma la sorprendió por el dominio que manifestaba—. Me sentiré honrada de ser tu esposa.

—¡Hurra! —gritó Mitch, sobresaltando a Jessie, y pegó un brinco en el aire, Después, antes de que ella se hubiese recuperado de la sorpresa, la tomó de la cintura y la obligó a girar en redondo, y después le dio un beso en los labios.

Jessie sintió que la cabeza le daba vueltas, por el movimiento o por el beso, pero apenas había formulado su respuesta, no pudo creer que las palabras hubiesen brotado de sus labios. ¡No era posible que hubiese prometido convertirse en la esposa de Mitch!

—¡Oh, —cordero!— Tudi vino a abrazarla. Jessie retribuyó el abrazo de Tudi porque no podía hacer otra cosa. Estaba aturdida. Santo Dios, ¿qué haría ahora?

—La cuidará bien, ¿verdad, señor Todd?

—¡No se inquiete, Tudi, la cuidaré! —Mitch sonreía, irradiando felicidad, y Jessie sentía que se le contraía el estómago. Antes de que pudiese abrir la boca para negar lo que acababa de decir ¿y acaso podía negarlo, ahora que lo había dicho?— Mitch le había aferrado la mano y la llevaba hacia la puerta.

—Ahí afuera están la señora y el señor Edwards —dijo—. Querida, se lo diremos a tus padrastros, y así será oficial. ¡Ah, estamos, comprometidos!

Se lo veía tan alegre que Jessie no tuvo más remedio que permitir que él la arrastrase a la veranda. Una vez allí, Mitch se detuvo frente a la baranda, y llamó a Stuart y Celia, que continuaban discutiendo en el sendero.

—¡Señora Edwards! ¡Señor Edwards! ¡Atención!

Dicho esto, arrebató a Jessie en un abrazo que casi la asfixia. Fue inevitable que ella se sostuviese de los hombros de Mitch, y entonces él procedió a besarla, y más intensamente que lo que había hecho esa noche Stuart en el huerto.

Cuando Mitch alzó la cabeza, sonreía tan feliz que parecía que su cara podía dividirse en dos. Miró alrededor, y Jessie siguió la dirección de su mirada. Stuart y Celia los contemplaban, y hasta donde ella podía saber, a esa distancia, estaban igualmente desconcertados.

—¡Señor Edwards, ahora está bien! ¡Estamos comprometidos! —rugió Mitch. Se volvió para mirarlos, sonrió de oreja a oreja y deslizó el brazo alrededor de la cintura de Jessie.