CAPÍTULO XVI
SLEEK Norton estaba disgustado. Los bandidos que caminaban en fila india detrás de él estaban más que normalmente quietos. En cierta ocasión, cuando Sleek Norton estaba enfurecido, le sacó las uñas de ambos pies a uno de sus lugartenientes por haber cometido el hombre un error en un trabajo que estaba realizando.
Sleek estaba más que normalmente disgustado aquella vez. Los gángsters pensaron que era preferible sin duda que Pterlodin no hubiera regresado, es decir, preferible para el brujo. La mayoría de los bandidos habrían disfrutado viéndole sacar las uñas de los pies a Pterlodin, que había estado tan seguro de que capturaría la ciudad del acantilado.
Norton gruño en voz alta, hablando consigo mismo, a la cabeza de la columna:
—Hay un túnel de una milla de largo —decía—. A medio camino tengo instalados los conmutadores. Haré saltar la otra mitad del túnel y el acantilado entero basta el infierno. Todo quedará hecho polvo. Las mujeres y Doc Savage quedarán enterrados a tanta profundidad, que no les hallarán nunca ni con una draga a vapor.
Alguien escuchaba estas palabras de Norton con suma atención y a unos cincuenta pies escasos de distancia. Norton no veía a este miembro de su auditorio. Es probable que hubiera pensado en arrancarle las uñas, de haberle puesto los ojos encima.
Había pánico en el rostro cruel y pintarrajeado de Pterlodin. Sus cuernos de antílope se mecían de terror mientras se arrastraba entre los matorrales. Pterlodin comprendía bastante inglés para darse cuenta de lo que Norton decía, y se estremecía de miedo. Podía desear la conquista del pueblo, pero no quería ver destruida la ciudad del acantilado.
Pterlodin cambió de pronto de expresión. Los músculos de su cara se contrajeron. Tal vez fué un remordimiento de conciencia. La cuestión es que llegó aparentemente a una decisión.
Apretó a correr entre la maleza con una rapidez increíble, dirigiéndose a la meseta que dominaba el pueblo.
El brujo tenía allí una cuerda de enredaderas oculta para casos de apuro. Atando fuertemente uno de sus extremos, dejó caer el otro por la cara del acantilado, se deslizó por la misma y aterrizó silenciosamente en el suelo del pueblo. Sabía que no le acogerían con palmas y vítores y que sería preciso dar rápidas y buenas explicaciones.
Pero Pterlodin no estaba preparado para la confusión que encontró allí. Las mujeres corrían de un lado a otro, hablando en voz alta entre ellas. El brujo no necesitó más que un momento para darse cuenta de lo ocurrido. El hombre de bronce y su amigo habían escapado por el túnel sagrado.
Al oír mencionar al ayudante de Doc, Pterlodin frunció el ceño. Luego, el ceño fué reemplazado por una sonrisa astuta. Estaba tan satisfecho que empezó a hablar solo.
—Lo que Norton desea en realidad —dijo— es la muerte del hombre de bronce. Tal vez pueda dar un golpe doble con un solo esfuerzo.
El brujo se acercó a un grupo compacto de mujeres guerreras. Estas le dominaban con su aventajada estatura, y un aullido de rabia subió al aire cuando divisaron al fugitivo. Media docena de ellas le amenazaron con sus lanzas. Pterlodin empezó a temblar. Cayó al suelo y se arrastró a sus plantas, suplicándoles que le llevaran a presencia de la princesa Molah en el acto.
Pterlodin no fingía miedo. Estaba de veras aterrorizado. Las mujeres se impacientarían quizá, atravesándole el pecho con sus lanzas. Era cierto que Pterlodin había sido su brujo, pero no por ello dejaba de ser hombre y se le toleraba antes que temerle.
Pero peor aun, Pterlodin sabía que Sleek Norton y sus hombres no tardarían en llegar a los explosivos ocultos. Se daba cuenta de la huida del tiempo y, gimiendo, se arrastró por el suelo hasta la princesa. Esta le paró clavándole una lanza en la carne de la espalda.
Pterlodin yacía aplastado contra tierra, hablando con la boca en el polvo.
—Princesa Molah —gimió—. Te traigo noticias de tus enemigos. No he obrado contra ti como puede parecer, sino que en realidad he estado protegiendo vuestras vidas.
—¿Cómo, gusano? —dijo secamente la princesa—. Habla pronto, antes de que te empale como mereces.
—Perdona, princesa —lloró Pterlodin—. He venido a avisarte, poniéndote en guardia contra las malas artes del hombre de bronce. Está a punto de destruir nuestra ciudad con fuego que sale de la tierra. Sin duda, ha matado a las serpientes sagradas y nos aniquilará a todos.
Lo de las serpientes era una pura invención por su parte, pero soliviantó a las mujeres. No sólo adoraban a las boas sagradas; pero se desprendía que temían que algo horrible ocurriera si las serpientes morían. Tenían, sin duda, a Doc Savage en gran concepto cuando le creían capaz de conquistar a las boas.
Corrieron a la puerta de piedra del pasadizo sagrado. Unos complicados contrapesos la abrieron. La voz de la princesa dominó las demás.
—¡Si el hombre de bronce ha sobrevivido a las serpientes, matadle! —gritó—. ¡Su cuerpo ha de quedar convertido en cenizas! ¡El hombre de bronce es un espíritu maligno!
Las mujeres penetraron a la carrera en el pasadizo sagrado. El pueblo entero se vació. Unos largos tablones fueron pasados de mano en mano hasta la vanguardia y colocados de una a otra ribera del río, poblado de mortales pirañas. Las mujeres siguieron adelante. Algunas llevaban hachas, pero la mayoría sostenían lanzas y flechas untadas de veneno mortal.
Sleek Norton alcanzó la entrada exterior del pasadizo parecido a un túnel antes de que Pterlodin alcanzara la ciudad del acantilado. La entrada era un mero hoyo en la ladera de una colina y estaba bien oculto por la maleza. Sleek hizo parar a sus gángsters unos momentos.
Norton se había enterado de la existencia del pasadizo por Pterlodin, pero el temor a las serpientes, a los peces carnívoros y a los reptiles venenosos de que le había hablado el brujo le había contenido en su deseo de seguir el túnel hasta la ciudad del acantilado.
—¿Qué hacemos, jefe? —inquirió uno de los gángsters.
—Tú te vienes conmigo —dijo secamente Norton—. Hay bestias ahí dentro. Dispara sobre lo que se mueva. No esperes a ver lo que es.
Varias lámparas eléctricas alumbraron el túnel y Sleek avanzó cautelosamente. El agua goteaba del techo sobre su cabeza. Aquel lugar estaba húmedo y resbaladizo. Más de un gángster se estremeció de aprensión, pues el túnel tenía una atmósfera tétrica, de verdadera tumba. Olía a moho como si tuviese un millar de años de existencia.
De pronto, Sleek Norton se paró y masculló un terno. Se oían voces de mujeres a distancia, delante de ellos. Era el grito de una muchedumbre que se prepara a matar. Sleek Norton ignoraba que Doc Savage y Johnny se hallaban en el centro del túnel; pero comprendía que las amazonas llegaban del otro extremo y tomó una decisión rápida.
—Corred —ordenó— Es preciso que lleguemos a esos conmutadores antes que las mujeres.
Olvidando toda prudencia, Norton corrió por el suelo fangoso seguido de cerca por sus gángsters. Todos iban armados de fusiles ametralladoras.
Por una vez, Doc había encontrado músculos más fuertes que los suyos. La boa constrictor tenía unos dos pies de circunferencia en el centro y sus anillos rodeaban completamente al hombre de bronce.
Doc luchó, intentando levantar loe brazos para alcanzar el chaleco interior que llevaba con su equipo. Los músculos de su cuello se tendieron como cables, pero la serpiente se limitó a moverse y a apretar sus anillos. Cuanto más luchaba el hombre de bronce, más se estrechaba el abrazo del reptil.
Johnny no habló más que una sola vez... Eso fué cuando la primera boa que hallaron le agarró.
—¡Extraordinaria tenacidad de los músculos de coartación! —murmuró y, habiendo soltado estas palabras, Johnny luchó en silencio.
También Doc forcejeaba sin hacer ruido. Sus manos estaban libres hasta la muñeca. Probó las tretas del jiu-jitsu que resultaban posibles con tan escasa libertad de movimiento e intentó contraer su ancho pecho repentinamente, luchando en vano para poder alcanzar su chaleco.
La gran serpiente contrajo sus anillos. Sus huesos y sus músculos se tendieron y el hombre de bronce dejó de luchar. Su cabeza colgaba lánguidamente a un lado. Sus ojos dorados estaban entornados y una exclamación ahogada salió de sus labios. Eso fué todo.
La boa tenía hambre, pues no había comido hacía tiempo. Sin duda, las amazonas mantenían a las serpientes medio muertas de hambre para asegurarse de que atacarían a cualquier intruso o desgraciado prisionero que decidiesen sacrificar al dios-serpiente.
La boa aflojó levemente sus anillos, pero no del todo. Se limitó a hacerlo alrededor del pedazo que iba a tragar en primer lugar. La cabeza de Doc estaba vuelta hacia su boca. Un pequeño antílope había sido la última comida de la serpiente.
Pero una boa puede abrir las mandíbulas para recibir cualquier pedazo, sea del tamaño que sea. El límite de extensión es milagroso. Las mandíbulas se abrieron lo suficiente para tragar la cabeza de Doc y sus hombros. Una boa constrictor no chupa su comida, ni siquiera la muerde. Se limita a tragarla y deja que su poderoso jugo gástrico haga el resto.
Desgraciadamente para aquella boa, tenía mucha hambre. De no ser así, habría seguido apretando un momento sus anillos antes de intentar tragar su comida.
Doc Savage contó con ello al dejar de luchar. Si la serpiente estaba verdaderamente hambrienta, empezaría a tragar enseguida. La boa tuvo que soltar los brazos de Doc para cogerle por las piernas. Pero Doc no había perdido el conocimiento un solo instante.
Tan pronto como los anillos se movieron, los dedos de Doc se introdujeron en su chaleco. Sacó una jeringuilla para inyecciones de un bolsillo y la hundió en el estómago de la gran serpiente. Esta empezó a aflojar su presión. Doc hundió la jeringuilla por segunda vez.
Pero varios minutos se habían perdido. En su posición actual, Doc no oyó la con —, moción al otro extremo del pasadizo. No se dio cuenta de ella hasta haberse soltado. Oyó entonces el barullo y vio a las mujeres que corrían al final del túnel.
En aquel instante, uno de los gángsters de Norton disparó sobre algo en el otro extremo del túnel.
Doc Savage se volvió a la boa que sujetaba a Johnny. El huesudo arqueólogo estaba inconsciente. Doc hundió la jeringuilla en la boa y estiró las gruesas anillas con sus poderosas manos. Otra jeringuilla surgió en su mano. La hundió en las venas del cuello de Johnny y los párpados de éste se movieron.
—Asombroso fenómeno de resurrección —murmuró.
La vuelta a la vida de Johnny fué asombrosamente rápida. No tenía los poderes de resurrección de Doc, pero la mezcla que el hombre de bronce le había inyectado en el sistema venoso le devolvió inmediatamente la fuerza.
Doc Savage se puso de pie. Las mujeres llegaban, gritando que Doc había matado a las serpientes sagradas. Doc y Johnny habrían podido escaparse fácilmente, a no ser porque Sleek Norton y sus hombres llegaban en la otra dirección.
No era imposible que Doc y Johnny les engañaran a todas y pasaran de largo hasta la salida. La confusión al encontrarse el ejército de mujeres con los gángsters sería terrible, pero Doc sabía que Sleek había colocado explosivos en el pasadizo sagrado y no quería exponer a las mujeres al mortal fuego de los fusiles ametralladoras que llevaban los gángsters.
—Recoge esa boa, Johnny —ordenó Doc.— Y sígueme.
Doc levantó la enorme boa que le había atacado. Parecía imposible que un solo hombre pudiese llevar a semejante animal. La boa que había atacado a Johnny era mucho más pequeña, pero aun así, su peso era respetable. Johnny se tambaleaba levemente, pero corría, pisándole los talones al hombre de bronce.
Doc Savage no encendió su lámpara. El débil resplandor de las antorchas de las mujeres era la única luz que tenía, pero bastaba a sus ojos acostumbrados a ver en una obscuridad casi completa. Doc halló los conmutadores colocados por Sleek Norton. Eran de un tipo moderno, usado para explosiones a distancia. Sus hilos eran de alta tensión y hechos para resistir a la intemperie.
Lo primero que hizo Doc fué cortar los hilos. Les dio un tirón y un centenar de pies o más cayó de la pared del túnel.
Doc lo enrolló formando un ovillo y lo tiro en una grieta. Se necesitaría algún tiempo para reparar el daño, en el caso de que Sleek Norton alcanzara los conmutadores.
En aquel instante, las mujeres llegaron, doblando un recodo del túnel. Doc se volvió a ellas y tiró dos cápsulas diminutas por encima del hombro. Apenas si movió los dedos, pero las cápsulas fueron a parar a doscientos pies de distancia en el corredor y una espesa niebla llenó de pronto el túnel.
Sleek Norton corrió en medio de la niebla, que le aturdió de pronto. Se paró. Adivinó que Doc Savage tenía que ver con ella y no quiso seguir adelante hasta ver más claramente lo que le esperaba.
Doc se volvió a las mujeres, teniendo cuidado de mantener la serpiente entre ellos. Habló rápidamente en el lenguaje de la tribu y mientras hablaba colgó la serpiente por el pasadizo, usando un fino alambre. Se parecía a un domador de serpientes a punto de dar una representación.
—Vuestra serpiente sagrada no está muerta —dijo serenamente— Pero si seguís avanzando lo estará. Haced lo que os diga y revivirá.
La princesa Molah se adelantó. —Es un ardid— declaró —. ¡Apoderaos del hombre de bronce!
En aquel instante, Sleek Norton salió de la niebla.
—¡Fuego! —gritó—. Tenemos a Doc Savage. ¡A él!
El hombre de bronce se movió rápidamente. Dio un paso atrás y una de sus manos tocó levemente la serpiente. El enorme reptil empezó a retorcerse ligeramente: estaba bien vivo.
Un grito se elevó entre las mujeres, que empezaron a postrarse delante de la serpiente sagrada. Doc dio unos pasos atrás y dejó caer una bomba diminuta. Un humo espeso y acre subió en columna a su espalda.
El primer pensamiento del hombre de bronce había sido por la seguridad de las mujeres. No quería exponerlas al fuego mortífero de las armas de Sleek Norton y de su banda. Sabía que no cruzarían el camino de su serpiente sagrada, al descubrir que ésta seguía viva.
Doc se volvió para enfrentarse con Sleek Norton. Los gángsters sonreían. Por todas partes surgían pistoleros, cuyos fusiles ametralladoras encañonaban a Doc y a Johnny.
—¡A ellos, muchachos! —ordenó Sleek.