6
El Libro de la Tercera Era
Jack esquivó la estocada de Alsan y contraatacó a la velocidad del rayo. El joven idhunita, sin embargo, lo estaba esperando, y paró la embestida. Jack lo vio y movió su espada en cuanto tocó la de Alsan, que tuvo que agacharse para evitar el golpe. Replicó con un ataque al flanco desprotegido de Jack. Sin embargo, para su sorpresa, se encontró con que la espada del muchacho lo estaba esperando. Los aceros chocaron y saltaron chispas. Ambos combatientes retrocedieron un poco y se detuvieron un momento, jadeando, observándose con cautela.
—Aprendes rápido —observó Alsan.
Jack sabía que aquello era un cumplido, y asintió, pero no sonrió. Se estaba esforzando mucho para recuperar el aprecio de Alsan, aunque sabía que lo había decepcionado e intuía que, a pesar de que habían hecho las paces, nada volvería a ser como antes.
En Idhún, Alsan había sido un líder, un heredero educado en el deber, la disciplina y el esfuerzo. Pocos habrían aguantado como él la idea de que el destino de la Resistencia, y con él el de todo Idhún, estaban en sus manos. Él había cargado con aquella responsabilidad con total naturalidad. Lo había considerado un deber. Y era perfectamente consciente de la importancia de su misión. Por eso para él todo lo relacionado con la Resistencia y con la seguridad de Limbhad era de vital importancia.
Y Jack había estado a punto de echarlo todo a perder.
El chico sabía que no era culpa de Alsan. El idhunita le había instruido en el rigor, la serenidad, y el control sobre sus emociones. Era Jack quien, desoyendo todos sus consejos, se había precipitado, creyendo que todo estaba bajo control. Había sido un engreído y también un inconsciente.
Después de descansar un par de días, había vuelto a sus lecciones con humildad, y parecía que Alsan le había perdonado, porque todo había vuelto a la normalidad. Pero había algo que ya no era igual.
El chico alzó la espada. Vio a Alsan venir hacia él, pero se mantuvo en su puesto, firme y sereno, con la cabeza fría. Calculó el momento apropiado y entonces se movió hacia la derecha pero se desplazó hacia la izquierda, desconcertando así a su rival. Alsan quedó ligeramente desequilibrado y, cuando quiso darse cuenta, la punta de la espada de Jack apuntaba a su corazón.
—Estás muerto —dijo Jack, con calma.
Alsan lo miró con seriedad. Jack sostuvo su mirada, imperturbable. Entonces, lentamente, Alsan sonrió.
—Caramba, chico —comentó—. No te he enseñado esa finta todavía.
—Sí lo has hecho —replicó Jack—, te vi hacerla el otro día. Simplemente tomé nota.
Alsan lo miró con aprobación.
—Veo que has aprendido la lección.
Jack sabía que era una apreciación positiva, pero no pudo dejar de sentirse un poco herido. Sí, había sido un estúpido inconsciente. Ahora sabía que la rabia no lo llevaría a ningún lado. Alsan era un buen guerrero porque era también un buen estratega, y era capaz de mantener la sangre fría sin permitir que la ira cegase su visión objetiva de las cosas.
—Basta por hoy —dijo Alsan, y Jack asintió sin discutir.
Tiempo atrás, antes de haber visto a Kirtash a través del Alma, se habría sentido muy orgulloso de haber vencido a Alsan en el entrenamiento. Ahora, sin embargo, aunque se sentía satisfecho, no lo consideraba importante. «Aún tengo mucho que aprender», se dijo.
Fue directamente al cuarto de baño a ducharse. Cuando salió, más relajado, vio a Victoria, que lo estaba esperando. Todavía vestía con el uniforme del colegio y parecía impaciente por enseñarle algo. Jack la siguió, intrigado, hasta el estudio. Victoria se sentó ante el ordenador y le señaló la imagen que mostraba el monitor.
—Mira. ¿Es esto lo que viste?
Jack echó un vistazo y el corazón le dio un vuelco. La pantalla mostraba una fotografía del edificio en el que había visto a Kirtash.
—Lo has encontrado —murmuró.
—No ha sido muy difícil. ¿Sabes qué es? ¡La Biblioteca Británica!
—¡La British Library! —exclamó Jack—. He oído hablar de ella. Viví en Londres un par de años, ¡debería haber reconocido la ciudad cuando la vi!
—¿No conocías la biblioteca?
—No; Londres es una ciudad muy grande, y nunca he pasado por allí. No me la imaginaba así, sin embargo. ¿Qué haría Kirtash en un sitio como ese?
Los dos tuvieron la misma idea a la vez y cruzaron una mirada.
—¿Sacar un libro? —susurró Victoria, pero Jack negó con la cabeza.
—¿Un libro de magia idhunita en la Biblioteca Británica? Suena absurdo.
—¡Tal vez no! Piénsalo, Jack. Un libro escrito en un idioma desconocido. Sería un ejemplar muy raro. Es lógico que acabase en un museo, o en una biblioteca importante, ¿no? ¡A lo mejor alguien estaba tratando de descifrarlo!
Los dos se miraron, emocionados por su descubrimiento. Entonces, una extraña sensación de familiaridad los recorrió. Jack enrojeció levemente y a ella se le escapó un suspiro casi imperceptible.
El carraspeó, incómodo, apartando la mirada.
—Me parece que deberíamos hacer una visita a la biblioteca, ¿no crees? —dijo por fin.
—¿Y qué es exactamente lo que esperas encontrar allí? —preguntó Victoria.
—No estoy seguro, pero pienso averiguarlo.
—¿Averiguar el qué? —dijo una voz tras ellos.
Jack se volvió hacia Shail, que acababa de entrar y los miraba con curiosidad.
—Es que el otro día —respondió Jack, algo incómodo—, cuando vi a Kirtash, acababa de conseguir un libro en idhunaico arcano y estaba en un edificio que, según lo que acabamos de descubrir, es el de la Biblioteca Británica de Londres.
—¿Qué? —exclamó Shail—. ¿Y por qué no lo dijiste antes?
—Nadie me preguntó nada al respecto —se defendió Jack.
—Bueno —dijo Shail—, no nos pongamos nerviosos. Voy a llamar a Alsan. Tienes que contarnos eso con más detalle.
—De acuerdo —decidió Alsan, muy serio—. Eso tenemos que investigarlo: Shail, nos vamos.
—¿A la Biblioteca Británica? —preguntó Jack.
Alsan asintió, Jack respiró hondo; estuvo a punto de pedirle que lo dejase acompañarlos, pero, después de todo lo que había pasado, no se atrevió. Shail lo miró, adivinando lo que pasaba por su mente. Pareció que iba a hacer algún comentario, pero en aquel momento se oyó la voz de Victoria:
—Mirad esto.
Se volvieron hacia ella. Había pasado un buen rato buscando en internet noticias y artículos relacionados con la Biblioteca Británica, y seguía con la vista fija en la pantalla del ordenador.
—¿Qué es, Vic? —preguntó Shail, acercándose—. ¿Qué has encontrado?
Los cuatro se reunieron en torno al monitor. La pantalla mostraba una noticia de unas semanas atrás. Jack tradujo el texto inglés en voz alta, para que Alsan pudiera entenderlo:
—«Llega a la Biblioteca Británica un libro escrito en un idioma desconocido. El volumen, que tiene cientos de años de antigüedad, fue hallado en el interior de una vasija en el transcurso de unas excavaciones arqueológicas cerca de Dingwall, en Escocia».
—¿Y por qué no lo han llevado a un museo? —dijo Victoria.
—Aquí dice que un investigador, un tal Peter Parrell, está seguro de poder descifrar lo que dice. Pero no da muchos detalles.
—Y ya no podrá darlos —dijo Alsan—, porque, si él tenía el libro, a estas alturas seguro que está muerto.
Victoria asintió.
—Mirad esta otra noticia. Es de hace tres días, y habla de la desaparición del libro… y de Parrell.
—¿La desaparición de Parrell? —repitió Jack—. ¿Quieres decir que no saben si está muerto?
—Kirtash nunca deja huellas de su paso, así que no es de extrañar que no hayan encontrado ningún cuerpo. Lo darán por desaparecido, pero jamás podrán probar que murió.
Jack se estremeció, pensando en sus padres. Shail le había dicho que la policía no había encontrado nada en su casa. Simplemente… todos habían desaparecido. Incluido el perro. Kirtash mataba, pero no dejaba cuerpos tras de sí. ¿Qué hacía con ellos? El muchacho tragó saliva al preguntarse, una vez más, qué habría sido de sus padres. Todavía se le hacía raro pensar que hubiesen muerto; pero, ahora que ya se había hecho a la idea, le inquietaba no tener un lugar donde ir a llorarles.
—Espera —murmuró Shail, mirando fijamente la pantalla—. ¿Puedes hacer más grande esa imagen?
Antes de que Victoria pudiera contestar, él mismo se apoderó del ratón y pinchó sobre la fotografía. La portada del libro misterioso se hizo más grande, y Shail se acercó más al monitor para intentar descifrar los símbolos que aparecían en ella.
—¿Entiendes lo que dice? —preguntó Victoria.
Tras un breve silencio, el rostro de Shail se ensombreció.
—¡Sagrada Irial! —exclamó—. Si es cierto lo que dice ahí, eso es el Libro de la Tercera Era, escrito por los magos idhunitas que se exiliaron a la Tierra hace siglos. Se supone que es un diario que recoge sus experiencias en este mundo, nuevo para ellos…
—¿Qué tiene eso de importante? —cortó Jack.
—Verás, Jack, esos magos se llevaron consigo objetos mágicos de gran valor. Algunos regresaron y otros no. Si ese libro es lo que dicen las crónicas que es, sin duda podrá dar al que lo lea alguna pista sobre los objetos que se perdieron. Me parece que ya empiezo a comprender por qué Kirtash tenía tanto interés en conseguirlo. No cabe duda de que está al tanto de lo que pasa en el mundo. Reconozco que esta noticia se me había pasado por alto.
—Está claro que tenemos que ir cuanto antes a investigar esto —dijo Alsan, ceñudo.
Jack desvió la mirada. Seguía sin atreverse a pedir que le reservasen un puesto en aquella misión.
—Jack —dijo entonces Alsan—. Ve a tu cuarto y coge algo de abrigo. Victoria y tú venís con nosotros.
El chico alzó la cabeza, sorprendido. También Victoria se había quedado sin habla. Los dos miraron a Alsan y después a Shail, inseguros. El mago sonreía, pero fue Alsan quien explicó:
—En realidad, no vamos a ir a luchar, sino solo a investigar. Nos vendrán bien vuestros conocimientos; al fin y al cabo, es vuestro mundo. Y los dos sois parte de la Resistencia.
—Además —añadió Shail—, seguro que Kirtash ya no anda por allí. Estará tratando de descifrar el libro.
Jack y Victoria cruzaron una mirada ilusionada. El chico reprimió un grito de alegría.
Por fortuna, el cielo sobre Londres estaba cubierto por un denso manto de nubes grises. Jack estaba seguro de que, de haber lucido el sol, le habría cegado. Y aun así ahora caminaba parpadeando, con la vista baja, mientras se acostumbraba de nuevo a la luz del día.
Shail se detuvo para mirarlo.
—Estoy bien —dijo el chico antes de que el mago pudiese hacer ningún comentario.
Shail movió la cabeza.
—Vaya, Alsan, creo que Jack ya llevaba demasiado tiempo encerrado en Limbhad —le dijo a su amigo—. Un poco más y habría acabado convertido en un vampiro.
—No sé lo que es un vampiro —replicó Alsan, que iba en cabeza, sin volverse.
Shail suspiró con infinita paciencia, y Jack sonrió. El joven mago había estudiado con entusiasmo la historia, mitos, tecnología y costumbres de los distintos pueblos de la Tierra. Alsan, en cambio, seguía anclado en su mundo y en su forma de vida. Aunque avanzaba a través de las calles con el orgullo y dignidad que le caracterizaban, los demás podían notar que se sentía incómodo con la ropa terráquea que había tenido que ponerse para no llamar la atención en la ciudad.
El Alma los había llevado hasta allí al instante, pero los había hecho aparecer en algún lugar algo más apartado, lejos de miradas indiscretas. Pronto, sin embargo, llegaron a la biblioteca. Atravesaron el pórtico de entrada y, una vez en el patio, Jack, ya acostumbrado a la luz, alzó la cabeza para contemplar el imponente edificio. Vio el lugar donde su conciencia se había encontrado con Kirtash, noches atrás, y una oleada de sentimientos lo invadió: miedo, rabia, odio, desesperación…
Victoria lo rescató, diciéndole con suavidad:
—Vamos, Jack, tenemos que entrar.
Jack volvió a la realidad. Los ojos de Victoria estaban fijos en él y lo miraban como si de verdad ella pudiese comprenderle sin necesidad de palabras. Jack le sonrió, agradecido. Cada día descubría cosas nuevas y sorprendentes acerca de aquella chica.
—Claro —dijo solamente, y se apresuró a seguir a Shail y Alsan al interior del edificio.
—Bueno —dijo Victoria en voz baja, cuando se reunieron con sus amigos en el enorme hall de la biblioteca—. Y ahora, ¿qué hacemos?
—Hay una Sala de Lectura de Manuscritos y Libros Raros —informó Jack, estudiando un plano de la biblioteca—. Yo creo que podríamos empezar por ahí.
Shail asintió.
—A mí me gustaría curiosear un poco en las zonas que no están abiertas al público. Oficinas, despachos, cosas así. Puedo utilizar un hechizo de invisibilidad o de camuflaje.
—Me parece bien —dijo Alsan—. Jack, tú y Victoria id a esa sala, a ver qué averiguáis. Shail y yo iremos juntos.
Acordaron encontrarse un rato más tarde en la entrada para comentar lo que hubieran descubierto. Habían decidido no preguntar directamente por el Libro de la Tercera Era, para no levantar sospechas, pero Jack tenía otros medios de conseguir información.
Los dos amigos se dirigieron a la sala de lectura de manuscritos y libros raros. Se detuvieron un momento en la puerta, impresionados por lo grande que era. En un silencio absoluto, estudiantes, investigadores y bibliófilos en general estaban absortos en el estudio de diversos ejemplares de libros antiguos, incunables y manuscritos diversos. Victoria se sintió intimidada; al fin y al cabo, ellos eran solo unos niños, y aquel lugar era muy serio y formal. Pero Jack no se arredró en absoluto. Se dirigió al mostrador, extrajo una libreta y un bolígrafo de la mochila y esperó pacientemente a que alguien lo atendiera. Cuando la empleada se acercó a él para ver qué quería, el chico le preguntó algo con exquisita educación. Ella pareció molesta al principio, pero Jack siguió hablando, y la bibliotecaria no tardó en sonreír ampliamente. Victoria contempló con admiración cómo Jack se ganaba la confianza de la mujer con su simpatía natural. Sonrió cuando vio a su amigo tomar notas frenéticamente y quiso acercarse, pero comprendió enseguida que, con su escaso dominio del inglés, poco podría hacer ella para ayudar. De modo que se sentó en un asiento libre y, simplemente, esperó.
Poco después llegó Jack, con los ojos brillantes. Victoria supuso enseguida que había averiguado cosas interesantes.
Salieron a la plaza y aguardaron a sus amigos junto a la estatua del hombre sentado, que resultó ser Newton, según averiguó Jack, estudiando un folleto que había obtenido en la entrada.
—Bueno, cuéntame —lo apremió Victoria—. ¿De qué habéis hablado?
—Le he preguntado acerca de los libros antiguos que llegaban a la biblioteca. Me ha dicho que no están a disposición del público, sino que solo los investigadores y expertos pueden consultarlos, y solo con un permiso especial. ¿Y sabes qué? Que puede que el siglo de la informática haya salvado el Libro de la Tercera Era, Victoria. Porque suelen guardar una copia de los libros más raros en microfilm, o escanean sus páginas para poder trabajar con ellas en el ordenador.
—¡Entonces, tal vez podamos recuperar el libro y averiguar qué buscaba en él Kirtash!
—Eso es lo que estaba pensando. Aunque ya no me he atrevido a preguntar por nuestro libro en concreto.
—Pero ¿cómo has conseguido que te cuente todo eso?
Jack se encogió de hombros.
—Le he dicho que era para un trabajo del colegio. Y que de mayor quería ser bibliotecario, como ella. Y… no sé, algunas cosas más.
—Eres diabólico, Jack —comentó Victoria, admirada.
El chico sonrió.
—Lo sé.
Alsan y Shail no tardaron en aparecer por allí, Jack les contó lo que había averiguado; por su parte, ellos también traían noticias.
—Nos hemos colado en la zona de los despachos —dijo el mago—, y hemos oído algunas cosas interesantes. Por lo que he podido entender, todos están que echan chispas porque han perdido definitivamente el Libro de la Tercera Era. No solo ha desaparecido el manuscrito, sino también todas las copias que había en la biblioteca: microfichas, copias en papel y hasta las páginas escaneadas en los ordenadores. No cabe duda de que Kirtash hace su trabajo a conciencia.
—¿Quieres decir que borró los documentos del ordenador? —preguntó Jack, incrédulo—. ¿No se supone que es idhunita?
—¿Y qué? Yo también lo soy, y he aprendido a usar los ordenadores. Ese chico es endiabladamente listo. No me extrañaría que conociese tu mundo mejor que tú.
—Pero tiene que haber un límite —murmuró Jack, sacudiendo la cabeza—. Lleva solo tres años aquí, ¿no? No puede haberlo aprendido todo.
—En cualquier caso, le han echado todas las culpas a Parrell, pero hace varios días que nadie sabe nada de él.
Jack negó con la cabeza.
—No, tienen que quedar copias en alguna parte. Es un libro muy valioso. Además, una vez escaneado, se puede enviar por correo electrónico a cualquier parte. Parrell tiene que conservar alguna copia, aunque sea en el ordenador, o en un CD.
—¿Creéis que podríamos registrar su casa para ver si encontramos alguna copia del libro? —dijo Victoria—, tal vez descubramos algo que la policía haya pasado por alto.
Alsan asintió.
—Me parece una buena idea.
—Pero ¿cómo vamos a hacerlo? —dijo Jack, preocupado—. Ni siquiera sabemos dónde vive.
—Pues lo averiguaré —sonrió Shail—. Un mago tiene sus métodos…
Los «métodos» de Shail consistían en mirar la guía telefónica. Había varios Peter Parrell en Londres, de modo que pasaron el resto del día llamando por teléfono para tratar de averiguar en cuál de aquellas casas vivía el investigador que buscaban. En cuatro de ellas no cogió nadie el teléfono, así que tuvieron que acudir en persona.
La suerte les sonrió. En el segundo domicilio que visitaron, situado en un viejo edificio de la calle Weston, una vecina locuaz les confirmó que, en efecto, allí vivía el investigador al que habían acusado de fugarse con un libro de gran valor.
Los miembros de la Resistencia decidieron acudir por la noche, cuando estuviera todo más calmado. Ya sabían que Parrell vivía solo y que, por tanto, no encontrarían a nadie en la casa. Subieron las escaleras en silencio, sintiéndose unos ladrones. Cuando estuvieron ante la puerta de la casa de Parrell, Shail cruzó una mirada con sus amigos y giró el picaporte. La puerta debía de estar cerrada con llave, pero se abrió sin resistencia ante el mago. Los cuatro entraron en la vivienda sin hacer ruido.
No se atrevieron a encender la luz, pero Jack había traído una linterna y, por otro lado, por las ventanas entraba bastante claridad. Recorrieron la casa hasta encontrar el despacho; entraron en él y comenzaron a curiosear por las estanterías y los archivadores. Shail encendió el ordenador y empezó a examinar los documentos más recientes.
—Este tipo era muy desordenado —suspiró Victoria, revolviendo en un montón de papeles.
—Puede que Kirtash lo dejara todo así cuando registró el despacho —opinó Jack.
—No —replicó Shail, con la vista fija en la pantalla—. Te aseguro que dejó el despacho exactamente como lo encontró. Es muy cuidadoso en ese aspecto. Solo habrá hecho desaparecer lo que le conviene que no sea descubierto. El resto lo habrá dejado tal cual.
—¿Hay algo ahí? —preguntó Jack, acercándose a Shail.
—Nada —dijo el mago finalmente, sacudiendo la cabeza—. Es como si este tipo jamás hubiera visto un libro extraño. Kirtash también había previsto esto.
Victoria rebuscaba entre las estanterías. Alsan se había quedado parado en medio de la estancia, inseguro. Jack sonrió. Alsan era un guerrero y un estratega. No se le daba bien entrar a hurtadillas en las casas para registrar despachos.
—Si no hay nada en el ordenador —dijo Jack— es porque Kirtash, efectivamente, lo ha borrado todo. Pero Parrell se tuvo que traer la información a casa, en algún CD, o algo parecido. Con un poco de suerte, ese CD seguirá por aquí.
—¿Creéis que Kirtash ya ha pensado en ello? —preguntó Victoria.
—Kirtash tal vez no, pero la policía sí —les recordó Shail—. De todas formas, no cuesta nada mirar.
Todos se unieron a la búsqueda, y Shail fue comprobando en el ordenador, uno por uno, todos los CDs que encontraron en el despacho. Pero fue inútil.
Jack iba a rendirse cuando sus ojos se detuvieron en el equipo de música que había sobre una de las estanterías. Ladeó la cabeza, sopesando una idea que se le acababa de ocurrir. Se acercó al equipo y empezó a abrir las cajas de los CDs que se apilaban junto a él. Hubo una que le llamó especialmente la atención por mostrar el dibujo de un dragón en la carátula. Lo abrió, pero estaba vacío. Iba a abandonar su búsqueda, decepcionado, cuando se le ocurrió dónde podía estar el disco. Encendió el equipo de sonido y oprimió el botón de apertura del CD. El aparato escupió la bandeja sin ruido.
En ella había un único disco regrabable, sin ninguna indicación. Jack tuvo una corazonada.
—Prueba con esto, Shail —le dijo al mago, tendiéndoselo.
—Jack, eso es música —dijo Victoria, que lo había estado observando.
—Tal vez. O tal vez no.
Shail introdujo el CD en el ordenador. Los cuatro se inclinaron hacia la pantalla, conteniendo el aliento.
Una retahíla de documentos de imagen apareció ante sus ojos. Shail abrió uno de ellos…
… y la pantalla parpadeante del ordenador les mostró la fotografía de una página amarillenta recorrida por líneas de símbolos extraños, como patas de mosca salpicadas de pequeños triángulos. Shail respiró hondo, sorprendido.
—Entonces era verdad —murmuró—. Es el Libro de la Tercera Era.
Pero Alsan sacudió la cabeza, ceñudo.
—¿Por qué Kirtash dejaría atrás algo así?
Shail se encogió de hombros.
—Puede que Jack tenga razón y simplemente no sepa tanto como creemos.
—Yo estoy segura de que, si el disco hubiese estado a la vista —intervino Victoria—, se habría dado cuenta enseguida de lo que era y se lo habría llevado.
Shail contempló, pensativo, la carátula con la imagen del dragón.
—¿Por qué guardaría Parrell una copia del libro en un lugar como este?
—Estaba escondido —murmuró Jack—. Lo introdujo en el equipo de música para que no lo encontraran.
Los otros lo miraron.
—¿Quieres decir… que era idhunita?
—No puede ser —declaró Shail—. Un idhunita no saldría en los medios de comunicación diciendo que puede descifrar un libro misterioso. Es una manera muy estúpida de llamar la atención…
—… A no ser que él no supiera nada de Kirtash —sugirió Jack—. Puede ser, ¿no? Tal vez con eso quiso asegurarse de que le dejaban ver el libro. Luego… quizá se diese cuenta de que alguien andaba tras sus pasos y escondió una copia… esperando que alguien la encontrase.
—Bien —concluyó Alsan—. Ya tenemos lo que habíamos venido a buscar. Volvamos a casa. Ya seguiremos pensando en ello después.
Shail cogió algunas de las hojas que escupía la impresora y las examinó, frunciendo el ceño. Victoria se acercó a él y, poniéndose de puntillas, espió por encima de su hombro.
—¿Entiendes algo? —preguntó.
—Es una variante antigua del idhunaico arcano —dijo el mago, acercándole la hoja para que pudiera verla—. ¿Reconoces estos símbolos?
—Algunos me son familiares —repuso ella—, pero la mayoría son diferentes de los que me has enseñado.
—No tanto. Fíjate bien.
Los dos se sentaron y esparcieron las hojas por encima de la mesa del estudio. Jack siguió recogiendo las hojas que salían de la impresora. Cuando se las llevó a Shail y Victoria, los vio muy juntos, concentrados en lo que hacían, sus cabezas casi rozándose. Shail explicaba pacientemente el significado de cada uno de los símbolos, y Victoria lo escuchaba poniendo toda su atención en ello, Jack sonrió, pero sintió una punzada de celos. Se preguntó si Alsan y él llegarían a llevarse tan bien como Shail y Victoria.
—¿Alguna pista? —preguntó el propio Alsan, entrando en la habitación.
Shail levantó la cabeza.
—Tardaremos un poco en descifrar el libro. Mientras tanto…
Pero no terminó la frase. Ni Jack ni Alsan sabían leer el idhunaico arcano, de modo que no podrían ayudar.
—Subiré a la biblioteca y buscaré información sobre la Tercera Era —decidió Alsan—. No me vendrá mal repasar mis conocimientos de historia.
—Te acompaño —dijo Jack, contento por tener algo que hacer; dejó los folios que faltaban sobre la mesa, cerca de Shail, y añadió—. Creo que esto es todo.
Se despidió de sus amigos con un «hasta luego», pero ni Shail ni Victoria parecían oírle; estaban enfrascados en su labor. Alsan ya había salido de la habitación, y Jack lo siguió.
—¿Qué es la Tercera Era? —preguntó, una vez en la biblioteca.
—La llamada Era de la Contemplación —explicó Alsan, mientras repasaba con el dedo los lomos de los libros de las estanterías—. Hubo una guerra entre magos y sacerdotes, una de tantas; las dos Iglesias vencieron y se hicieron con el poder en Idhún, y la autoridad de los Oráculos sagrados prevaleció sobre el poder de las Torres de hechicería. Así comenzó la Tercera Era. Los sacerdotes proclamaron que la magia suponía un desafío a los dioses y una aberración nacida de los designios del Séptimo, el dios oscuro, y persiguieron y ejecutaron a gran número de magos. Muchos tuvieron que huir… hacia otros mundos, como la Tierra. Ese fue el primer éxodo de hechiceros idhunitas, los primeros que llegaron aquí. Ellos crearon Limbhad.
Jack asintió. Recordaba haber oído antes aquella historia.
—Justo lo que imaginaba —comentó Alsan, dejando un montón de gruesos volúmenes sobre la mesa—. Fíjate en esto: todos estos libros hablan de la Tercera Era, y están escritos en idhunaico común, no en arcano.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Pues que, al fin y al cabo, los escribieron magos que habían huido de Idhún por culpa de la persecución de los sacerdotes, y vertieron ríos de tinta para hablar de ello. Me apuesto lo que quieras a que estas páginas estarán llenas de lamentos y maldiciones contra los sacerdotes y los Oráculos. El Libro de la Tercera Era, en cambio, está escrito en arcano, por lo que suponemos que cuenta cosas mucho más interesantes, y secretos que los magos no querían que fuesen conocidos fuera de su orden.
Pero lo cierto es que ellos nunca son tan locuaces a hora hablar de la Era Oscura.
—¿La Era Oscura? —repitió Jack, interesado—. Cuéntame.
—La Segunda Era. El llamado Imperio de Talmannon —explicó Alsan con un suspiro—. El más poderoso nigromante que existió jamás. Todos los hechiceros se pusieron de su parte y gracias a ellos los sheks se apoderaron de Idhún por primera vez.
—¿Ya lo habían hecho antes? —exclamó Jack, sorprendido.
—Oh, sí. La historia tiende a repetirse, ¿no te parece? La guerra de la que te hablaba antes, la que se libró entre las Torres y los Oráculos y en la que finalmente vencieron los sacerdotes, fue provocada por Talmannon y sus magos aliados. Aquella vez, los dragones vencieron a los sheks, y los sacerdotes a los hechiceros. Pero, lógicamente, los magos cayeron en desgracia. Por eso los Oráculos tomaron medidas tan severas durante la Era de la Contemplación. Claro que los magos dicen que fue por culpa de un objeto mágico que poseía Talmannon, que gobernaba las voluntades de todos ellos y que los obligó a ponerse de su parte.
—¿Un objeto mágico?
—Tonterías de magos —replicó Alsan, encogiéndose de hombros.
—Shiskatchegg —dijo entonces la voz de Shail desde la puerta—. El Ojo de la Serpiente. No es ninguna tontería. Gracias a los dioses, ese artefacto maldito se perdió para siempre tras la caída de Talmannon. La Era Oscura no es algo de lo que los miembros de la Orden Mágica estemos orgullosos, así que te agradecería que no bromeases con ello.
Alsan clavó los ojos en Shail, muy serio.
—¿Tengo aspecto de estar bromeando?
—Basta ya —intervino Jack; Alsan y Shail eran amigos, pero los caballeros de Nurgon, la orden militar a la que Alsan pertenecía, nunca habían confiado en los magos; de hecho, por lo que Jack sabía, habían sido siempre el brazo armado de las dos Iglesias de Idhún, con lo que sus relaciones con los sacerdotes eran excelentes—. Sé que los dos tenéis dos puntos de vista diferentes con respecto a algunas cosas, pero me parece que no es el momento de desenterrar viejas diferencias. ¿O sí? Eso pasó hace mucho tiempo; no tiene nada que ver con nosotros.
—Tal vez sí —dijo Shail, pero su tono de voz había dejado de ser desafiante—, porque me parece que ya sé lo que está buscando Kirtash: el Báculo de Ayshel.
—¡Ayshel! —repitió Alsan, sorprendido—. ¿Te refieres a la Doncella de Awa? Pensaba que era solo una leyenda…
—El Libro de la Tercera Era incluye un dibujo del báculo, así que me temo que es más que una leyenda. Sin duda los magos se lo trajeron consigo durante su exilio y ahora está en algún lugar de la Tierra. Estoy convencido de que el libro nos dirá exactamente dónde. Solo tengo que descifrarlo…
—Pues date prisa —lo urgió Alsan—. Si esa cosa existe, debemos evitar a toda costa que Kirtash se haga con él.
—¿Por qué? —intervino Jack—. ¿Qué hace exactamente ese bastón?
—Báculo —corrigió Shail; miró a Victoria, que acababa de entrar tras él—. Sentaos; tengo una historia que contaros.
Los tres tomaron asiento en torno a la gran mesa que presidía la biblioteca. Shail, en cambio, estaba tan nervioso que se quedó de pie.
—Esta historia me la contaron cuando yo no era más que un aprendiz —empezó el joven mago—. Veréis, todos hemos oído hablar de la tristemente célebre Segunda Era de Idhún, la Era Oscura, cuando los sheks invadieron nuestro mundo por primera vez, de la mano del que se llamó a sí mismo Emperador Talmannon, y todos los hechiceros de la Orden Mágica.
»Nadie sabe muy bien cómo fueron derrotados Talmannon y los suyos en aquella ocasión. Pero las leyendas hablan de la intervención de una criatura extraordinaria, un híbrido entre hada y humano. Su nombre era Ayshel, la Doncella de Awa, y era una semimaga.
—¿Qué es un semimago? —preguntó Jack.
—En Idhún, los magos lo son porque alguna vez los ha tocado un unicornio —explicó Victoria en voz baja.
—Los unicornios canalizan la energía del mundo y la entregan al futuro mago, el «recipiente», a través de su cuerno —asintió Shail—. Los semimagos son aquellos que han visto un unicornio, pero este no ha llegado a rozarlos. Obtienen entonces una cierta sensibilidad para la magia y tienen algunas habilidades curativas, pero no se los admite en la Orden Mágica.
Victoria bajó la cabeza, y Jack adivinó lo que pensaba. Estaba al corriente de sus problemas con los ejercicios de magia, y por primera vez comprendió que ella temía ser una semimaga nada más, en vez de una hechicera completa.
—¿Ayshel era una semimaga? —preguntó.
—Eso dice la leyenda —asintió Shail—, y tiene su lógica. La tradición habla también de ese objeto que te he mencionado, Shiskatchegg, el Ojo de la Serpiente. Se dice que con él, el Emperador Talmannon controlaba la voluntad de todos los magos. Un hechicero completo no habría logrado resistir la hipnótica llamada del Ojo de la Serpiente. Pero sí un semimago, porque apenas podría escucharla.
»Ayshel vivía en el bosque de Awa, lugar de magia y misterio porque se dice que es de allí de donde proceden las hadas. Era una persona anónima y sencilla hasta que los dioses la eligieron para enfrentarse a Talmannon y a los sheks.
»Una tarde, un unicornio se acercó a ella. No le permitió que lo tocara, pues la necesitaba como semimaga, y el roce de su cuerno la habría transformado en una hechicera auténtica. Pero le reveló cuál era su misión en la historia.
»Se dice que entre los dos, de alguna manera misteriosa, crearon el báculo: una maravilla de plata, diamante y cristal, pero que también contenía luz de las tres lunas, lágrimas de hada y, ante todo, el poder del unicornio.
»Y esto último es importante, porque, de ser cierto, el báculo funcionaría de forma similar al cuerno de un unicornio. Eso quiere decir que no es un objeto que contenga magia en sí mismo, sino que es un canalizador.
—¿Un canalizador? —repitió Jack—. Sigo sin entenderlo.
—Yo puedo explicártelo —intervino Victoria—. Imagina una tostadora, ¿vale? ¿Por qué funciona una tostadora?
—¿Porque va enchufada a la corriente eléctrica? —aventuró Jack.
—Exacto. Imagina que esa corriente es la magia y que está en todas partes. Pero por sí sola la tostadora no puede emplearla para tostar el pan, ¿no? El unicornio es el enchufe y el cable. El unicornio entrega al mago el poder necesario para materializar sus hechizos. Con la diferencia de que, una vez recibida esa energía, el canalizador ya no es necesario. La tostadora necesita enchufarse a la corriente cada vez para funcionar. Para convertirse en mago, una persona solo necesita ser tocada por el unicornio una sola vez.
—Pero ¿de dónde sale la magia, si no la tiene el mismo unicornio?
—Ya te lo he explicado: es la energía que está en todas partes y que hace girar todo mundo vivo.
—En Idhún la magia está en el aire en mayor cantidad que en la Tierra, a pesar de ser un mundo más pequeño —intervino Shail—. Eso me tenía intrigado al principio, hasta que descubrí por qué: en tu mundo, Jack, utilizáis la mayor parte de esa energía para mover gran cantidad de máquinas y artefactos.
—El báculo funciona entonces como un unicornio —resumió Alsan, volviendo al tema principal de la conversación.
—No exactamente —Shail paseaba arriba y abajo, pensando a toda velocidad—. Los unicornios pueden transmitir la magia del mundo a un ser vivo, pero no pueden utilizarla de forma ofensiva. Los magos, en cambio, pueden darle forma a su poder mediante su voluntad y las fórmulas mágicas que emplean. Muchos usan un bastón que concentra su propia magia, otorgando así más fuerza a sus hechizos. Si el Báculo de Ayshel es lo que creo que es, actuaría como el cuerno de un unicornio, pero sería casi como un bastón de mago de poder ilimitado…
—… ¡porque no emplearía el poder del hechicero que lo usa, sino que canalizaría la magia del mundo…, que es inagotable! —comprendió Victoria.
—Según en qué sitios. Un artefacto así no funcionaría de la misma forma en una selva que en un desierto. Por eso los unicornios viven en bosques rebosantes de vida. Su naturaleza de canalizadores así se lo exige; de lo contrario, poco a poco perderían fuerzas y morirían. Y tampoco creo que funcione igual en Idhún que en la Tierra, donde su poder será menor.
»En cualquier caso, y si creemos lo que dice la leyenda, ese báculo es un objeto de gran valor. Armado con él, Ayshel y el pequeño ejército rebelde que reclutó a lo largo de su viaje fueron derrotando uno a uno a todos los lugartenientes de Talmannon, hasta llegar al mismo Emperador, a quien ella venció tras una dura batalla. Una vez muerto él, la Puerta se cerró y los sheks fueron desterrados de nuevo.
Alsan asintió.
—Hay una leyenda que dice que los dragones condenaron a los sheks a vagar por los límites del mundo durante toda la eternidad. Solo pueden regresar si alguien les franquea la entrada. Dependen de esa persona, una especie de sacerdote, para permanecer en Idhún. Una vez muerto, si no han encontrado a un sucesor, son absorbidos de nuevo hacia su dimensión.
—Es más que una leyenda —replicó Shail, sombrío—. Es lo que ha hecho Ashran el Nigromante. Él es el nuevo sacerdote de los sheks.
—¿Qué fue de Ayshel? —preguntó Victoria.
—Murió en la batalla contra Talmannon —dijo Alsan—. Con honor. Como una heroína.
—Pero ¿qué pasó con el báculo? —preguntó Jack—. Si es un objeto tan poderoso, ¿por qué nadie lo ha utilizado hasta ahora?
—Porque no creo que pueda utilizarlo cualquier persona —dijo Victoria a media voz—. Los unicornios eligieron a una semimaga a propósito, ¿no?
—Bueno, es evidente que esa cosa debe de tener una afinidad especial con los unicornios —reconoció Shail—, y es verdad, tal vez no pueda ser manejada por cualquiera porque, de lo contrario, los magos exiliados habrían empleado su poder en lugar de esconderlo… donde quiera que lo hayan escondido. Tenéis razón los dos, buena observación: probablemente el báculo solo puede ser empleado por semimagos, personas afines a la magia porque han visto un unicornio. Si lo tocara un no iniciado, el báculo no reaccionaría y, si lo hiciese un hechicero, absorbería toda su magia, en lugar de recogerla del ambiente. Tiene su lógica. Pero, si eso es así, no sé qué pretende hacer Kirtash con… —calló de pronto y se puso pálido. Cruzó una mirada con Alsan y este pareció entender enseguida lo que estaba pensando—. No puede ser.
—No —dijo Alsan en voz baja—. No se atreverá.
—¡Maldita sea! —casi gritó Shail, dando un puñetazo sobre la mesa—. ¡Claro que se atreverá!
Jack lo miró, preocupado. Nunca había visto al jovial Shail tan desesperado y enfadado. Lo vio sumergirse de nuevo en la lectura del Libro de la Tercera Era, temblando de rabia.
—Como le ponga la mano encima, lo mataré… —susurró Shail—. Juro que lo haré.
—¿Lunnaris? —preguntó Victoria—. ¿Te refieres a Lunnaris?
Jack los miró, preguntándose una vez más quién sería aquella Lunnaris que parecía ser tan importante para sus amigos. Pero vio el rostro desencajado de Shail y no se atrevió a preguntar, porque supo que no debía poner el dedo en la llaga. Era evidente que aquel asunto era muy doloroso para él.
—No dejaremos que eso pase —dijo Alsan con gravedad—. Llegaremos antes que él.
Victoria se situó tras el joven mago y puso suavemente las manos sobre sus hombros.
—No lo dudes. Esta vez no se nos adelantará.
Jack asistía a la escena sin comprender qué estaba pasando exactamente. Parecía que los tres sabían algo que no le habían contado, algo acerca de los planes próximos de Kirtash y que, por alguna razón, parecían afectar profundamente a Shail. También Alsan y Victoria estaban pálidos; Jack se sintió frustrado y traicionado. Frustrado por no entender lo que estaba sucediendo, y traicionado porque Victoria, su mejor amiga, no le había contado nada al respecto.
—Solo hay una cosa que podamos hacer —declaró Shail—: terminar de descifrar el Libro de la Tercera Era, averiguar dónde ocultaron los magos el Báculo de Ayshel… y tratar de llegar allí antes de que lo haga Kirtash.
—¿Podemos ayudarte? —preguntó Victoria.
—Sí: buscad más información sobre el báculo y la Segunda Era… a ver si averiguáis alguna otra cosa.
Enseguida la mesa de la biblioteca se llenó de antiguos volúmenes. Algunos de ellos eran libros de historia; otros, tratados de objetos mágicos; y algún otro, manejado por Shail, era un manual para descifrar textos en arcano antiguo. Pronto, Shail estuvo tan inmerso en la traducción que Victoria se dio cuenta de que ya no podía ayudarle. Se unió entonces a la búsqueda de información sobre el Báculo de Ayshel, consultando los libros en idhunaico arcano que Jack y Alsan no sabían leer.
Pero ninguno de los tres encontró muchos más datos acerca de la Doncella de Awa y su prodigioso báculo. Al tratarse de un personaje mítico, pocos libros de historia lo mencionaban. Y, sin embargo, su leyenda se había transmitido de generación en generación, hasta que un joven aprendiz de mago la había contado a sus amigos mientras tomaban unas cervezas en la cantina de la Torre de Kazlunn, como un cuento de hadas que le había relatado su abuela en su niñez.
Por suerte para la Resistencia, a Shail siempre le habían gustado los buenos cuentos, y había prestado atención aquella noche.
Al cabo de un par de horas de trabajar frenéticamente, sin apenas levantar la mirada de aquellos polvorientos libros, el joven mago alzó la cabeza.
—Ya está —dijo; llevaba un buen rato examinando un mapamundi y haciendo sobre un papel extraños cálculos que solo él parecía comprender—. Ya sé dónde escondieron el Báculo de Ayshel.
Señaló un punto sobre el mapamundi: algún lugar en el norte de África.